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11

Op. cit., s. v. 'cabello'. Véase José María Alín, El cancionero español de tipo tradicional, Madrid: Taurus, 1968, págs. 194-199.

 

12

En el ámbito de la lírica tradicional, además de lo dicho por Alín en el trabajo de la nota anterior, Paula Olinger, Images of Transformation in Traditional Hispanic Poetry, Newark, Delaware: Juan de la Cuesta, 1985, págs. 23 y ss., relaciona muy sagazmente los múltiples poemillas que aluden al pelo alborotado con los vientos de la pasión. Jeremy Lawrance me alertó sobre el pasaje de las glosas a las Coplas de Mingo Revulgo, objeto de su ponencia en este congreso: «La cabeza desgreñada. Porque en tiempo de división el rey, que es cabeza, no es acatado, y lo de la corona real está todo desipado y enagenado» (Fernando del Pulgar, Glosa a las coplas de Mingo Revulgo, ed. J. Domínguez Bordona, Madrid, Espasa-Calpe, 1958, pág. 152). Una curiosa observación relacionada con la delincuencia se puede hallar así mismo en la voz 'cabellera' del Tesoro de Covarrubias: «En la gente ruin es sospechosa la cabellera, porque con ella suelen los desorejados cubrir sus faltas, como antiguamente los esclavos errados en las frentes las cubrían con traer el cabello largo hasta las cejas». Y en la voz 'greñas' se lee: «Los cabellos a mechones; es propio de las pinturas de unas viejas hechizeras que llevan los cabellos vueltos».

 

13

José Manuel Gómez-Tabanera, «La conseja del hombre salvaje en la tradición popular de la Península Ibérica», en Homenaje a Julio Caro Baroja, Madrid: Centro de Investigaciones Sociológicas, 1978, págs. 471-509; especialmente las págs. 490 y 497, cuyas conclusiones resumo.

 

14

Joseph Gillet, «Perolópez Ranjel, Farça a honor & reuerencia del Glorioso Nascimiento (Early Sixteenth Century)», Papers of Modern Language Association, 41 (1926), págs. 860-890 (vv. 285-288; 317-18; 320).

 

15

Se encontrará un comentario sobre las Collationes de Casiano (IX: «De fine coenobitae et eremitae») y el De vita regulari (XIV: «De vitae coenobitarum super vitam anachoretarum») de Humberto de Romanis en E. Sastre Santos, «La vida heremítica diocesana, forma de vida consagrada. Variaciones sobre el canon 603», Commentarium pro religiosis, 68 (1987), pág. 115 y notas 49-50. En los primeros años del siglo XII, Marbode, obispo de Rennes, reprocha a Roben d'Arbrissel su concepto de santidad, preguntándose «Ubi est Homo?» al observarle errar por los caminos, desnudos los pies, raspado y vestido de harapos. La anécdota se recoge en un estudio inexcusable: Jean-Marie Fritz, Le discours du fou au Moyen Age (XI-XII siècles). Étude comparée des discours littéraire, médical, juridique et théologique de la folie, Paris: PUF, 1992, pág. 315.

 

16

Claude Kappler, Monstres, démons et merveilles a la fin du Moyen Age, Paris: Payot, 1980, págs. 147-157, dedica un epígrafe a la hibridación. Véase también sobre el estatuto humano de lo monstruoso: John Block Friedman, The Monstrous Races in Medieval Art and Thought, Cambridge, MA: Harvard U. P., 1981, págs. 178-196.

 

17

Jean-Claude Schmitt, hablando de las críticas eclesiásticas a la costumbre de adoptar disfraces en la fiesta de las calendas de enero, apunta cómo la diferencia entre «el hombre y la bestia, o entre el hombre y la mujer, líneas divisorias que la civilización judeocristiana, quizá más que cualquier otra, ha defendido con la máxima firmeza [...] son la propia base de su antropología» (Historia de la superstición, Barcelona: Crítica, 1982, pág. 80).

 

18

Empleo la edición de Carmen Parrilla: Juan de Flores, Grimalte y Gradisa, Santiago de Compostela: Universidad, 1988, pág. 164. Para el episodio conviene consultar el estudio de Barbara Matulka, The Novels of Juan de Flores and their european Diffusion. A Study in Comparative Literature, Ginebra: Slatkine Reprints, 1974, págs. 283-294, y el art. citado en nota 1 de Alan Deyermond.

 

19

Empleo la edición de Pascual de Gayangos en Libros de caballerías, I, BAAEE 60, 1857 (reimpr.: Madrid, Atlas, 1963, pág. 503).

 

20

«Pasaba de ciento y veinte años, de que eran grandes testigos su muy viejo rostro y las ñudosas manos, que lo uno y lo otro era ya convertido en semejanza de raíces de árboles» (Ibidem, pág. 510).