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Recuérdese la aclaración de Pármeno a Calisto: «Era el primero officio cobertura de los otros». La mala reputación, por cierto, del oficio cabría matizarla por cuanto hilar y tejer son ocupaciones domésticas de las mujeres recomendadas para evitar la ociosidad. Moralistas como Eiximenis, distinguen a las mujeres honestas que hilan de «aquelles qui no filen, qui están al bordeyll» (Lo libre de les dones, cap. XVII). El dato lo comenta junto con otros interesantísimos testimonios María del Carmen García Herrero, Las mujeres en Zaragoza en el siglo XV, Zaragoza: Ayuntamiento, 1990, I, págs. 130-131; II, págs. 15-16. En el fondo, tanto el oficio de buhonera como el de labrandera son una perfecta tapadera para otros menesteres menos santos. Agradezco, como es de justicia y viene siendo habitual en mis trabajos, la amabilidad de la autora al solucionar mis dudas al respecto.

 

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Sus ideas han sido reflejadas en una serie de documentados artículos en los que recoge los asedios de la crítica a la figura del caballero salvaje. Véanse: «El concepto de salvaje en la Edad Media española: algunas consideraciones», Dicenda. Cuadernos de Filología Hispánica, 12 (1994), págs. 145-155; «Los desafíos del caballero salvaje. Notas para el estudio de un juglar en la literatura peninsular de la Edad Media», Nueva Revista de Filología Hispánica, 43 (1995), págs. 145-159; «La parodia del caballero salvaje en el episodio de Camilote de la Tragicomedia de Don Duardos», en Comentario de textos hispánicos. Homenaje al profesor Miguel Ángel Garrido Gallardo, Madrid: Síntesis, 1997, págs. 259-272.

 

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El primero en intuir la importancia del Libro de las confesiones para la historia del espectáculo fue Ángel Gómez Moreno, quien trae en el Texto I de su Apéndice a El teatro medieval castellano en su marco románico, Madrid: Taurus, 1991, pág. 142, un fragmento relativo a los «estriones que son a manera de salvajes».

 

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Se han ocupado de este asunto entre otros: Dámaso Alonso, ed. Gil Vicente, 'Tragicomedia de don Duardos, Madrid: CSIC, 1942; Thomas Hart, Casandra and Don Duardos, Londres: Grant & Cutler, 1981; y Stephen Reckert, Gil Vicente: espíritu y letra, Madrid: Gredos, 1977.

 

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Sin necesidad de salirse del Primaleón, en las bodas de Flérida y don Duardos aparecen unos salvajes que participan en las fiestas habidas tras el banquete nupcial (pág. 194). El cuadro escénico fue ya comentado por Clemencín en sus notas al Quijote y es relacionado muy sagazmente con «el juego casi mágico de apariencias que caracterizaba los más espectaculares entremeses cortesanos» por Fausta Antonucci, El salvaje en la comedia del Siglo de Oro. Historia de un tema de Lope a Calderón, Pamplona-Toulouse, Números anejos de RILCE (n.º 16), 1995, pág. 47.

 

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Empleo la edición del Libro segundo del Emperador Palmerin en que se recuentan los grandes fechos de Primaleón y Polendus, sus fijos, salida de las prensas salmantinas de Porras en 1512, cuya reproducción me facilitó María Carmen Marín, a la que agradezco su generosidad y su diligencia en responder a mis preguntas.

 

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Véase el interesante estudio de Michel Stanesco, Jeux d'errance du chevalier médiéval-Aspects ludiques de la fonction guerrière dans la littérature du Moyen Âge flamboyant, Leiden: E. J. Brill, 1988.

 

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Otro es el caso en la Tragicomedia. Allí no hay petición de investidura y las dudas sobre la condición de caballero de Camilote se hacen patentes en más de un parlamento. Véase, por ejemplo, el comentario a la voz 'majadero', insulto que dirige Dom Robusto al hidalgo en Manuel Calderón, ed. Gil Vicente, Teatro completo, Barcelona: Crítica, 1996, pág. 200.

 

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«La ropa de colorines era también distintiva del 'loco' o de quien deseaba ser tenido por tal. Originada del propósito de hacerle claramente reconocible y del gusto infantil de los alienados por los colores vivos, termina por ser un verdadero uniforme para el bufón de corte». Francisco Márquez Villanueva, Personajes y temas del «Quijote», Madrid: Taurus, 1975, págs. 221-223. En las notas se recoge abundante y muy pertinente bibliografía. Sobre este asunto trae unas páginas imprescindibles Philippe Ménard, «Les fous dans la société médiévale. Le témoignage de la littérature au XII et au XIII siècle», Romania, 98 (1977), págs. 433-459, que pueden ampliarse en «Les emblèmes de la folie dans la littérature et dans l'art (XI-XIII siècles») en Farai chansoneta novele. Homenage a Jean-Charle Payen. Essais sur la liberté créatrice au Moyen Age, Caen: Université, 1989, págs. 253-265. Sin olvidar el enfoque casi siempre negativo de la policromía en el sistema ideológico medieval, como ha resaltado Michel Pastoureau, «Figures et couleurs péjoratives en héraldique médiévale», Figures et couleurs. Études sur la symbolique et la sensibilité médiévales, Paris: Le Léopard d'or, 1986, pág.

 

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El dato no se presenta en contradicción con lo dicho para los cabellos largos. Angelika Gross, al estudiar la iconografía ligada al insensato del Salmo 52 en «L'idée de la folie en texte et en image. Sébastien Brandt et l'Insipiens», Médiévales, 25 (1993), págs. 71-91, documenta en sus representaciones bíblicas los cabellos cortos e hirsutos. Téngase en cuenta que a los locos se les estigmatizaba rapándoles el pelo. Para la práctica hospitalaria del rasurado, véase Hélène Tropé, Locura y sociedad en la Valencia de los siglos XV al XVIII: los locos del Hospital de los Inocentes (1409-1512) y del Hospital General (1512-1699), Valencia: Diputación, 1994, págs. 303-331, en las que se encontrará información sobre el vestuario de los orates que puede completar la de la nota anterior. Para injurias ligadas a los cabellos, véase Marta Madero, Manos violentas, palabras vedadas. La injuria en Castilla y León (siglos XIII-XIV), Madrid: Taurus, 1992, págs. 81-82.