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Filias y fobias de un poeta modernista: Salvador Rueda

Amparo Quiles Faz






Perfil de un poeta modernista

El poeta y novelista malagueño nació en Benaque, pueblo de la Axarquía malagueña, el 2 de diciembre de 1857 en el seno de una familia campesina y tuvo dos hermanos José y Ubalda -el matrimonio tuvo siete hijos, de los que cuatro murieron prematuramente- con los que siempre se mantuvo muy unido.

Su infancia discurrió entre las montañas y los paseros de los campos malagueños, más entregado a los juegos y a las excursiones de chiquillos que a los trabajos que su padre le intentó enseñar. Así lo recuerda el propio poeta en un poema dedicado a su hermana Ubalda:


   Ya no cogemos de las frondas nidos,
ni en tu dulce regazo me guareces,
ni yo te mezco a ti, ni tú me meces
en los columpios del ramaje asidos.
    Ya no vamos cual pájaros unidos
por los campos en flor como otras veces,
ni echamos pan a los dorados peces
que el agua hienden por el sol bruñidos1.

El niño Rueda fue, sin duda, un aprendiz poco aventajado de unos cuantos oficios, tales como labrador, carpintero, panadero, pirotécnico y acólito, como él mismo recordaba al evocar la imagen de la iglesia de su pueblo allá por 1889:

Únicamente las campanas cuelgan como grandes cálices por sus huecos, pero en lugar de repicarlas yo, como en días en que mi clerical profesión de monaguillo me lo imponía, las hace resonar el granizo de la tormenta, o el huracán que sacude el badajo de hierro arrancando dobles dolientes2.



Poco o casi nada sabemos de su educación, ya que él se declaraba casi autodidacta. Sin embargo, el profesor C. Cuevas señala la presencia del padre Robles (capellán de marina y famoso defensor del esperanto)3 que era quien subía desde Benajarafe a enseñarle latín y los clásicos españoles, afición que mantuvo toda su vida. Los recuerdos del poeta nos acercan a la escuela y a sus maestros infantiles:

Ha desaparecido la casa donde tienen sus primeras reuniones los niños, la casa conocida con el nombre de escuela, donde un coro de voces de distinto sonido, y enmarañadas como las zarzas de los huertos, traía el terror del maestro a mis oídos porque era menos dulce y afable que el que me enseñaba la ciencia del campo con trinos de pájaros y canciones de brisas, el maestro inmortal de la naturaleza4.



Desde muy temprana edad Salvador Rueda tuvo conciencia de su ser poético: se sentía y se asumía poeta y su fuente de inspiración era fundamentalmente la naturaleza que observaba y bebía como una nueva realidad. Sus primeros versos proceden de esa primera juventud en contacto con la naturaleza de Benaque o ante el descubrimiento del mar Mediterráneo que se extendía ante los ojos del joven poeta:

A la puerta del ventorrillo de Romero, llena de carácter, vi por primera vez el mar y sentí su poesía sublime. Nunca había yo imaginado cosa tan hermosa, maravilla tan grande. Sentado bajo el techo de esa venta vibró la primera estrofa en mi cerebro y enlacé mis primeros hemistiquios5.

¡Ah! He pasado yo muchas veces la carretera de Málaga a Vélez-Málaga hecho un pequeño arriero, un hijo de campo, con mi carga de poesías no sospechadas en la cabeza, y mi alma rebosando sueños6.



El descubrimiento de la ciudad de Málaga aparecía ante los ojos del niño Rueda como un inmenso crisol de sonidos y colores que le impresionaron grandemente; experiencia que años después evocaría en su canto «A Málaga»:


Hace ya mucho tiempo... ¡qué tierna historia!,
siendo los dos muy niños, los dos muchachos,
mi hermana y yo vinimos a ver tu gloria
dentro de los dos nidos de los capachos.
Y en medio de la carga de pequeñuelos,
conduciendo la bestia que nos traía,
bajo el azul brillante que dan tus cielos,
bondadoso, mi padre sonreía.
[...]
Tu zumbar babilónico dio en mis sentidos,
tu tráfago profundo sentí vibrando,
y aquel torrente de almas y de sonidos
lo llevo en mi cerebro siempre rodando7.



El novel poeta se trasladó a la ciudad hacia 1870 y allí comenzó su peregrinar por un sinfín de trabajos, guantero, corredor de guías, tipógrafo, droguero y mancebo de botica, al tiempo que empezaba a publicar sus primeros poemas en los periódicos locales.

Todos estos elementos conformaron la personalidad del poeta como un hombre profundamente tímido, un tanto desmañado en su trato social, y para quien el amor a la familia, la honestidad humana y artística, la intensa fidelidad a los amigos y su espíritu agradecido fueron sus claves personales. El propio Rueda se retrataba en una carta a su amigo Díaz de Escovar fechada en sus primeros años en Madrid:

Mi timidez, aunque no se extingue nunca, se ha modificado sin embargo, y ya recito delante de la gente, y trato a mucha, y visto frac y hago cosas que ya sabes tú lo difíciles que eran para mí8.



Imagen corroborada en las páginas del periódico malagueño La Unión Mercantil en 1891:

Nuestro paisano Salvador Rueda es la modestia sin afectación, la humildad no calculada, natural, que atrae con su aroma como la flor del tiempo... Con su sombrerito de hongo y su chaqueta prolongada, sencillo, afable, cariñoso, tímido aún en medio de las expansiones de la amistad, cuando los más avisados se permiten ciertos alardes de superioridad, el primer colorista de España, parecería, si no lo conociéramos, un modesto muchacho, de los que empiezan sus palotes literarios9.



Esta extrema timidez y este palpable «aire de inferioridad» frente a los literatos y académicos madrileños hizo que, a veces, algunos no le tomaran en serio, y de ahí la irónica frase de Juan Ramón Jiménez de que «Era un bendito de la mejor buena fe»10. Rueda fue también un hombre muy preocupado por el dinero y puntilloso en extremo con sus deudas y pagos. Discreto en grado sumo, odiaba parecer rico y evitaba toda ostentación y cuanto pudiera semejar lujo, y como dice elegantemente Alfonso Canales: «Hasta el fin de sus días tuvo hacia la moneda el respeto de los que jamás la conocieron a fondo»11. Sabía lo que costaba ganar el sustento para él y para su familia y era muy consciente de los asuntos editoriales, de los derechos de autor y la venta de ediciones. En sus epistolarios12 y desde su llegada a Madrid hacia 1879 el tema económico es una constante. Sabía que tenía que escribir para subsistir, y pese a la fama alcanzada, en julio de 1929 (ya retirado en Málaga) aseguraba que vivía «con necesidades». Su vida fue siempre modesta y ahorrativa y su lema fue «ganar el pan noble, de todo redime». En Málaga solía comer en restaurantes populares como en la Casa Laureano de calle Camas, tomarse una copa en la Casa del Guardia y vestir con modestia, ya que desde sus primeros años tuvo que sacrificarse para mantener a su familia y ello lo acostumbró a la sobriedad:

No he tenido ni una hora de juventud. De niño he trabajado en mi casa pobrísima, como un hombre; de joven tuve que hacerme cargo, por la muerte de mi padre, de los que amaba mi corazón; de hombre, bregué como un loco, como un desesperado, por elevar sobre mis hombros tan sagrada custodia13.






Amigos malagueños

Recién llegado a la ciudad de Málaga -hacia 1870- entabló amistad con el abogado y escritor NARCISO DÍAZ DE ESCOVAR14, amistad que sólo se rompería, si acaso, con la muerte de Rueda. Decidido Rueda a triunfar en el mundo de las letras, comenzó a publicar sus primeros sonetos y charadas bajo el seudónimo de «Dos y medio», nombre que escondía a su amigo Gálvez, al propio Rueda y al muchacho que entregaba las charadas en la redacción del periódico. Así fue como Díaz de Escovar lo protegió y lo colocó en la plantilla del periódico El Mediodía, hecho recordado en varias de sus cartas autógrafas:

Mucho me acuerdo de los ratos que pasábamos tú y yo en tu despacho haciendo versos, y de las veces que desesperabas a tu tía con tus declamaciones.

Con mucho gusto recuerdo nuestros ratos dedicados a la poesía en tu casa y nuestras intimidades.

No puedo olvidar aunque quiera que Narciso fue quien corrigió mis primeras cuartillas.

No olvido jamás a los que me quieren; a ti menos, porque tras tu escudo reñí mis primeras escaramuzas literarias, y eso no se olvida jamás15.



A Díaz de Escovar lo llamaba «venerado maestro» en multitud de cartas personales, despidiéndose como «su devoto discípulo» y manteniendo un inicial tono respetuoso que iría evolucionando con el tiempo a una amistad entre iguales, relación que el poeta resumía en estas frases:

No se vio en ninguna literatura semejante predilección del educador para el educado y del discípulo para el creador. Tú y yo llegamos a constituir, desde niños, algo muy fraternal e indisoluble, que rara vez se ve entre los hombres de letras. Querer romper esta amistad nuestra, sería como querer rasgar el cendal del aire y el cendal del agua. Las moléculas del agua son inseparables, así como los átomos del viento16.



Con el escritor ARTURO REYES17 mantuvo también una cercana amistad: publicaron en los mismos periódicos, participaban en las tertulias literarias del Diván Pérez y tal y como vemos en sus cartas siempre mandaba recuerdos para él desde Madrid. Sin embargo, cuando Reyes acudió por primera vez a Madrid -en mayo de 1893- para presentar su libro Desde el surco al poeta Gaspar Núñez de Arce, el episodio fue un acto de envidiosa mezquindad por parte de Rueda. En la capital se encontraron Rueda y Reyes, y el primero desanimó al segundo ante la perspectiva de triunfar en Madrid:

Rueda, como hombre tímido y pusilánime, teme que Reyes, a quien en lo humano admira por tantas cualidades de que él carece -vigor, simpatía, arrogancia, éxito con las mujeres, hondura trágica de sentimiento...- logre también en lo literario un éxito mayor que el suyo, y eclipse parte de su gloria18.



En lugar de darle ánimos y favorecer el encuentro con el que también fue su mentor allá por 1879, le dijo a Reyes:

No puedes imaginarte lo que es esta vida, esta lucha; se necesita ser un titán, un cíclope, para no caer desplomado. La envidia ¡ah, la envidia! Tú no sabes, no tiene entrañas; encontrarás cien y cien personas que al presente se te meterán en el corazón, pero apenas vuelvas las espaldas te apuñalarán sin misericordia. Esto es coto cerrado; aquí no se le permite la entrada a nadie. En los muros de la ciudadela vigila el egoísmo, y guay del temerario que quiera burlar el cordón.



No contento con estas palabras, Rueda le ofreció una retórica parrafada en la que se arrogaba el papel de precursor del Modernismo y ante ello, la estupefacción irónica de Reyes diría:

Lamento no estar conforme con esas novísimas teorías de las que dices eres el iniciador, y digo eres porque si no recuerdo mal Rubén Darío también pudiera alegar derechos a compartir contigo esa gloria19.



Ni que decir tiene que ese encuentro acabó en tensa disputa y de hecho, Reyes se desquitó en sus manuscritos describiendo así a Rueda:

Salvador Rueda penetra en la habitación. Su aspecto es el mismo de siempre, ramplón y vulgarote; su cabello crespo y corto, el semblante mofletudo y coloradote; en aquel rostro no hay más que dos notas brillantes: la dentadura que deja ver su constante sonreír como un relámpago marfilino, y sus ojos que centellean siempre llenos de vivacidad entre los carnosos párpados20.



Mientras que Rueda, tal vez, para mantener su papel de amigo «para siempre» ante los colegas malagueños, publicó al mes siguiente en La Unión Mercantil de Málaga:


A Arturo, al insigne Arturo,
al de la lira dorada,
al del rostro sarraceno
y de inspiración gallarda,
lo vi en Madrid hace poco
presto a dar nueva batalla
con un libro que vibrando
se le ha salido del arpa21.






Filias y fobias

Cuando en 1879 Rueda se trasladó a Madrid en busca de la fama y el reconocimiento literario, allí fue protegido por el escritor GASPAR NÚÑEZ DE ARCE22, quien le consiguió un empleo público y se convirtió en su maestro y mentor. En reuniones con el maestro, el joven malagueño iba corrigiendo sus ensayos literarios, tal y como detalla Rueda en una de sus cartas:

Ayer pasé toda la mañana con Núñez de Arce en su despacho. Me tenía prometido darme una sesión literaria de composiciones suyas y ayer se llevó a cabo... Ayer estuvo más expansivo que nunca conmigo. Hablamos largamente de poesía y yo le di mi opinión sobre las últimas obras que había leído (como siempre hago), sirviéndose él de corregir mis apreciaciones cuando me equivocaba en ellas, pero chico: ¡de qué manera! ¡vaya talento y un modo de discurrir! Te aseguro que asombra23.



Núñez de Arce dirigió su formación y sus lecturas (no olvidemos la escasa preparación intelectual del joven Rueda), abriéndole su propia biblioteca y aconsejándole en materia literaria, al tiempo que Rueda se entregaba a estudiar afanosamente, subsanando en parte las carencias del autodidacto:

Don Gaspar me va dando libros de su biblioteca que cree más convenientes y yo los voy estudiando para así completar mis conocimientos literarios; así que ahora no hago otra cosa sino estudiar mucho24.



Además, Núñez de Arce le consiguió varios trabajos en las redacciones de los periódicos madrileños, como por ejemplo, en la Gaceta de Madrid -con un sueldo de 5.000 reales al año-, así como destinos y ascensos en diversos ministerios. Además le escribía cartas de recomendación e incluso intercedía para que le subieran el sueldo:

En cuanto a Nuñez de Arce, no puede estar más expresivo y más cariñoso conmigo cada día; hasta tal punto, de darme cartas de recomendación para distintas personas, tan expresivamente redactadas a mi favor, que apenas si me atrevo a creer que Nuñez de Arce esté interesado por mí de tal manera. [...] Hablando días pasados con Don Gaspar, me prometió que en breve haría por darme otro destino de mayor sueldo, o por que me aumenten el que hoy tengo25.



Otro de los mentores literarios de Rueda fue CLARÍN26, con quien mantuvo Rueda una relación epistolar, de carácter literario en un principio y de posterior amistad, reflejada en cartas y artículos periodísticos que se intercambiaron ambos escritores a lo largo de catorce años27. Clarín, cinco años mayor que Rueda, ejerció de maestro con el vate malagueño desde sus inicios literarios en Madrid. Para N. Alonso Cortés fue su «oráculo crítico»28, aunque Cristóbal Cuevas afirma que, por el contario, Clarín resultó ser «el gran desorientador de Rueda»29.

Cuando Rueda pretendía hacerse un nombre en el ambiente literario de la Villa y Corte, como todo autor novel que se preciara, intentaba darse a conocer entre las grandes figuras de la literatura nacional y así, unos años después de su llegada -en junio de 1882- le decía en una carta a su amigo malagueño Narciso Díaz de Escovar:

Conozco, aunque no los trato, a Castelar, Echegaray, Campoamor, Zorrilla, Sellés, Leopoldo Cano, Clarín, Flores García, Armando Palacio, Manuel del Palacio, y muchos más. No puedes figurarte lo raros que resultan todos ellos de cerca o tratados30.



La figura de Clarín aparece en la vida de Rueda como crítico literario a partir de 1886, fecha en que Rueda publicó El patio andaluz, y en la que Clarín le reseñó la obra, animándole y espoleándole:

No, Sr. Rueda: ni a usted, ni a nadie; yo no adulo. Sus artículos, que leo con gusto casi siempre, y siempre cumpliendo un deber, demuestran que posee usted muchas de las cualidades del escritor de observación poética y verdadera31.



Desde 1886 y hasta 1900 se inició un epistolario entre maestro y discípulo, cartas que resultan esenciales para analizar las relaciones literarias entre ambos escritores. La primera de las cartas encontradas se titula «Una carta de Clarín» y vio la luz en las páginas del madrileño El Globo el 7 de enero de 188832. Esta carta -fechada en Oviedo el 3 de enero de 1888- fue enviada por el maestro a Salvador Rueda como reseña crítica a la obra Sinfonía del año33. En su origen, esta epístola no permaneció guardada en archivos personales, sino que a los cuatro días de su datación aparece publicada en la primera página de El Globo, donde Rueda trabajaba como redactor desde enero de 1887 con colaboraciones semanales. No nos sorprende que fuera el propio autor malagueño quien decidiera publicar esta interesante carta, pues era una rápida manera de darse a conocer. Es el lógico comportamiento de quien se encuentra en sus inicios como escritor, de quien aún no goza de una profunda formación literaria y, en su abundamiento, muestra una personalidad insegura.

En 1889, Clarín publicó otra carta dirigida a Rueda y fechada el 20 de julio de 1889, en la que le criticaba duramente la obra Sinfonía del año34. En 1890 Clarín envió otra carta a Rueda que se integra en el proceso creador de su libro Cantos de la vendimia35. Hubo de ser hacia julio de 1890 cuando, nada más concluir el primer original de su obra, el poeta malagueño se la envió al crítico y le solicitó, «en caso de que lo mereciera, lo honrara escribiéndole un prólogo»36. Ante el silencio o el retraso de Clarín, posiblemente Rueda se quejara de ello -en carta posterior que no hemos localizado-, a lo que Clarín le respondió por medio de un «Palique, Correspondencia particular» en las páginas del Madrid Cómico del 26 de julio de 1890, donde le prometía el solicitado prólogo.

Al día siguiente de aparecer la carta de Clarín en prensa, Rueda le escribió una carta en verso fechada el 27 de julio de 189037. Al final, Clarín le hizo el prólogo para su libro Cantos de la vendimia, aunque el tema de los prólogos habría de causarle a ambos múltiples sinsabores:

Has de saber que hace poco le prometí formalmente a Clarín (a quien Dios le pague tan grandes elogios) que nunca volvería a escribir un prólogo yo, en vista de las ingratitudes que he recogido... Tu no puedes imaginarte lo caros que me han costado los dichosos prólogos; como prometía Alas, no pienso hacerlos en mi vida38.



En 1893 Clarín retrataba a su amigo Rueda en «Vivos y muertos. Salvador Rueda, Fragmentos de una semblanza»39 y en 1895, Rueda le devolvió la semblanza publicando en La Gran Vía, «Los maestros. Leopoldo Alas Clarín»40.

La amistad entre estos autores se refleja en cartas personales y de crítica literaria que aparecen como eslabones de una cadena epistolar entre estos dos escritores del siglo XIX.




Eduardo de Ory Sevilla

Salvador Rueda también fue amigo del escritor gaditano Eduardo de Ory y Sevilla41. No sabemos a ciencia cierta el momento en que ambos escritores se conocieron, pero tal y como señala M. Ramos, desde 1906 cuando Ory se encontraba destinado en Zaragoza, solía visitar a Rueda en Madrid:

Hace un año que visité a Rueda, salí de Zaragoza con intención de detenerme en Madrid, principalmente por ir a ver al autor de Trompetas de órgano, con el que me une antigua y sincera amistad. Y así lo hice. El día 18 de Julio de 1908, a las once de la mañana, tomé en la Puerta del Sol el tranvía que pasa por la Glorieta de Quevedo, en cuyo n.º 7 habita el poeta. Pero no pude encontrarle en su casa. Acababa de marchar a la oficina. Tomé nuevamente otro tranvía y me dirigí a la Biblioteca donde presta sus servicios. Allí, al fin le encontré. Como siempre, Rueda recibíome con los brazos abiertos, me hizo mil preguntas y me habló de sus futuros proyectos...42.



Gracias al epistolario conservado por la familia Ory desde 1906 a 1923 podemos ver cómo se van entrecruzando diversos asuntos entre ambos escritores, aunque predominando siempre las cuestiones literarias43. Entre los aspectos cotidianos, resaltan las continuadas quejas de salud, los excesivos trabajos, o los regalos del amigo Ory:

Estoy de cabeza, hecho un lío de trabajos literarios obligatorios; compromisos contraídos, inevitables.

Estoy contentísimo con mi fosforera, la de la Pilarica, que V. me regaló. Es una minucia que acaso haga a V. reir, y es que... yo nunca podré salir de la infantilidad, aunque llegue a cien años.

Mi buen Ory. Gracias mil por las conchas. Una sobre todo es preciosa44.



Rueda colaboró con sus textos en las publicaciones que Ory dirigía. En la revista Diana aparecieron trabajos del benaqueño desde 1909 a 191345, así como un detallado seguimiento de los viajes y triunfos del vate malagueño a América: desde el viaje a Cuba en diciembre de 1909, pasando por su coronación en la isla cubana en agosto de 1910, hasta su regreso a Madrid y posterior y mal estado de salud, tal y como le indicaba en una carta publicada en Diana el 10 de enero de 1911, donde el de Benaque anhelaba su regreso al sur con estas palabras:

Tan mal estoy de unos ataques a la garganta, que han tenido que mediar varios amigos a fin de disponer que yo me vaya de este frío crudísimo de Madrid. Un ataque de los últimos creí que acababa conmigo [...] ¡Quién pudiese ir a Cádiz!46.



Otra publicación de Eduardo de Ory fue España y América, revista comercial ilustrada de carácter comercial47 que tenía cuatro páginas literarias llamadas «Literatura Hispanoamericana» y que desde 1927 a 1935 se llamaría «Vida Literaria». En esta revista aparecieron diversas colaboraciones de Rueda, así como noticias sobre los periplos mexicanos del malagueño48.

Uno de los aspectos más interesantes de su relación epistolar es la mención de un texto inédito de Rueda titulado «Mi estética» que apareció en una carta del benaqueño fechada en Madrid el 19 de julio de 1917 y en la que decía:

Y... mentira parece que tú me surtas de lo mío propio, El Ritmo, y ¡hasta de cosas de América!, que es cuanto se puede decir. Obedece esta exclamación, a que me diste a mi paso por Cádiz, los artículos que iban publicados de Mi Estética en el Mercurio de Nueva Orleans, y solo los que me diste, tengo; quiere decir que me mandes ¡hombre! pero certificados, los demás artículos que hayan salido y salgan49.



Rueda había regresado desde México al puerto de Cádiz el 26 de mayo de 191750, y antes de tomar el tren hacia Málaga, visitó a su amigo Eduardo de Ory en la redacción de su revista España y América51 y ante la posibilidad de no encontrarlo, le dejó una carta con sus impresiones sobre México, carta que vio posteriormente -en agosto de 1917- luz editorial en la prensa mexicana52. Ory se encontraba en la cercana ciudad de San Fernando, pero acudió su encuentro y le entregó los números publicados de «Mi estética» en el Mercurio de Nueva Orleans, tal y como afirmaba en la carta mencionada anteriormente (19-julio-1917).

El proyecto de «Mi estética» incluía su posterior publicación como libro en un volumen conjunto con El Ritmo y que inauguraría la «Biblioteca Mercurio», tal y como parece en una nota al final del texto:

N. del D.- Ya concluida la serie de artículos que forman «Mi Estética» nos proponemos editar lo fundamental de la obra de Salvador Rueda «El Ritmo» que marca su primer periodo y «Mi Estética» formarán un solo volumen cuidadosamente relacionado, corregido y aumentado por el autor. Nos proponemos hacer de la edición de este libro la inauguración de una nueva actividad de esta empresa que denominaremos «BIBLIOTECA MERCURIO». A fin de tener siquiera una idea de la acogida que nos espera en este campo solicitamos de todos los libreros de América sus órdenes provisionales para la obra de Salvador Rueda que editaremos en breve53.



Proyecto editorial que aunque no llegó a término, sí hubo de estar en fase de correcciones, pues en las cartas de julio de 1917 vemos la premura de Rueda cuando exclamaba en una carta: «¡No he recibido la copia de El Ritmo54, y a lo que Ory respondió;

A pesar del enorme trabajo que hay en esta casa, he procurado complacerte, porque soy esclavo de mi palabra y te ofrecía la copia de «El Ritmo» y había que cumplir. Yo siempre cumplo exactamente. Pero la copia la han tenido que hacer a ratos, a causa de los trabajos perentorios y hasta hace doce días no ha quedado lista. Ahora estoy confrontándolas con el original y corrigiendo las equivocaciones naturales, pues a pesar de efectuado a ratos se ha hecho deprisa, dada la urgencia con que tu deseabas esta reproducción. Algunos renglones que se «saltaron» los he añadido con mi letra como veras. En fin: por este correo, certificado, va «El Ritmo»55.



Otro asunto literario es el ofrecimiento de Rueda de un artículo sobre sus impresiones de Méjico, para que se publicara, pero íntegramente, en las páginas de España y América. El tono altivo y desafiante de Rueda queda patente en estas palabras:

Si tú estás dispuesto a dar al trabajo todo un número, (que allí se lo quitarían de las manos las gentes) si te comprometes a dar de una sola vez el largo artículo y a remitirlo a varios diarios, centros y personalidades que yo te dijera, dame seguridades a vuelta de correo, y para ti sería, regalado, mi relato hispano-mejicano. Pero, repito, yo dudo de tus arrestos en hacerlo así, y por eso te exijo antes una plena, cierta, ciertísima seguridad. Tú dirás con una franqueza de filo de hacha. Te juegas mi amistad en ser ó no franco y en cumplir con exactitud lo que te digo. Y si fueras exactísimo, para lo futuro otras cosillas puede que te regalara56.



Pero tras las explicaciones de Ory dadas el 10 de julio, el citado artículo pasó a ser publicado en La Esfera de Madrid, variando sumamente el tono del malagueño:

Respecto de mi larguísima crónica, déjalo, pues que te desbarajusta el periódico: la dará íntegra La Esfera. Partida en pedazos, no resulta. Te agradezco la buena fe y la gran voluntad57.



Junto a estos aspectos, destacan también los detalles cotidianos y sus referencias a sus viajes a Cádiz, punto de embarque para América y escala que le servía para visitar a sus amigos gaditanos:

¿Cuándo nos vemos? Tal vez, no es seguro, tenga que ir a Cádiz a recibir a un amigo que acaso venga de Méjico en uno de los correos primeros, y que, si viene, hará un viaje conmigo. Pero esto no es seguro... Cuando pasé por Cádiz ahora, estaba cansadísimo, hecho pedazos. Sentí no ver a Cano [Ricardo Cano Martín], a Milego, aunque lo procuramos. Son dos personas a quien tengo verdadera devoción. ¿Y nuestra egregia Patrocinio? Es muy buena y muy simpática. La saludas si la ves, así como a los dos citados amigos y al Director del Diario de Cádiz y a sus redactores Sres. Quero, paisano mío, y Rafael García, que en el viaje anterior mío, de vuelta a Cádiz, estuvo conmigo lo que se llama entrañable: es muy delicado y atento58.






Rubén Darío

Entre S. Rueda y R. Darío59 existió una relación de amor-odio que adquirió un papel destacado en la obra «Mi estética» del poeta malagueño60, y en la que el nicaragüense se convirtió en el blanco de todas sus fobias. «Mi estética» es un corpus de seis cartas de Rueda dirigidas al filólogo y crítico Julio Casares Sánchez y publicadas en el Mercurio de Nueva Orleans desde el marzo a agosto de 1917. Se completa este epistolario con una séptima carta del poeta de Benaque dirigida al director de la revista y publicada en febrero de 1917 a modo de prólogo publicitario de la obra61.

De hecho, la primera entrega está dedicada casi por entero a explicar la historia de sus relaciones con el nicaragüense. No exento de un amargo resentimiento, Rueda le dedicaba epítetos como «[...] el más impersonal, siendo más, un maravilloso escultor, trasegador y amalgamador, que un creador»62.

De una primera camaradería se pasó a un total distanciamiento, una generosa amistad compartida (si creemos las palabras de Rueda) que dio paso a un resentido, amargo y reiterado reproche:

Antes también de que él comprendiese que yo era un hijo directo de la Naturaleza poliforme y polifónica, hicimos, como buenos camaradas, este pacto: de su parte, renovar nuestro ambiente literario con sus novedades traídas de París; y de la mía, proseguir mis tareas de revolucionario de la lírica...

...Cuando ninguno de los dos nos habíamos comprendido, quizás porque el cariño de camaradas solo nos hacía reparar en que los dos éramos modernizadores...

...Recuerdo este episodio, para que se vea lo unidos que estábamos, sin todavía habernos comprendido63.



En esta primera carta relataba las dos estancias de Darío a España (1892 y 1898), así como el episodio de ambos con Menéndez Pelayo en el Hotel Las Cuatro Naciones de Madrid64 del que, si seguimos creyendo a Rueda, salió mal parado el nicaragüense:

Pero ¡oh dolor! cuando apareció de nuevo Darío ante mis ojos, venía demudado, descompuesto de pena, atravesado por un dardo mortal; Rubén no sabía ocultar sus disgustos. Al gran narrador de las ideas heterodoxas, no le gustaba nada Rubén, lo creía un poeta compuesto de detritus franceses, y para más dolor, ni el Friso había servido para endulzar el mal humor del genio de la historia. En cambio -me dijo Rubén-, tú si le gustas; dice que sientes con una profunda novedad el arte y la Naturaleza65. Me llené de desconsuelo al ver casi gemir al sensible y sincero Rubén, pues lo quería infinitamente. Para consolarlo, le di un rico trozo de la piña glasé, que era golosina de su devoción, y no la probó. Lo que hizo fue sacar de debajo de su lecho, de entre el escuadrón de botellas de vinos españoles que ocultaba, una de Jerez, a la que él le hizo unos absolutos honores66.



Narró también su ayuda para la publicación de «A la seguidilla» de Darío en El Liberal de Madrid:

Aproximadamente en ese tiempo, tal vez algo antes, queriendo yo a viva fuerza vincular en España la influencia del exquisito americano, envié poesías suyas, que él personalmente me dio, a varios periódicos de Madrid, y solo Miguel Moya, ya revelador de su gran talento, publicó en El Liberal los versos de Darío «A la seguidilla» metro que desconocía cuando se lo hice sentir67.



Así como el hecho de anteponer a su libro En Tropel (1892) el poema de Darío titulado inicialmente «La Musa de Rueda» y rebautizado con el de «Pórtico». Hecho que, si continuamos creyendo a Rueda, delata su absoluta generosidad para con el americano:

También por entonces y a fin de que el archiexquisito americano tomase carta de naturaleza entre nosotros, puse una espléndida poesía suya, que él me escribió, titulada La Musa de Rueda y vuelta a titular encima Pórtico, (Andrés González Blanco conserva el autógrafo, que le regalé); la puse, repito, al frente de mi libro En Tropel, como prólogo, para que recorriese por toda España, ya que a la sazón mis libros eran rabiosa y desesperadamente mordidos por los retóricos tradicionalistas que veían en mí al Demonio que trajo la poesía nueva; así la composición de Rubén caería en manos de todos y se haría del todo popular el poeta68.



Junto al Rueda altruista, sin embargo no ceja el benaqueño en su papel de mentor con el nicaragüense, llegando a decir que todo lo español lo aprendió de él: «...escribió Darío las referidas estrofas, que ya tenían algo más de sangre española que francesa, pues a su larga convivencia conmigo debe Rubén lo que de españoles tienen, a veces, sus versos»; y que descubrió la Naturaleza en sus versos, «pues la Naturaleza para él, entonces, era solamente el campo»69.

Ambos poetas provenían de fuentes distintas, encarnadas en la oposición natural/artificial, extranjero/nacional, francés/español, tal y como no cesó Rueda de señalar:

[...] Sus innovaciones eran transmisiones de fórmulas conocidísimas en el idioma de Verlaine, bellísimamente acopladas a nuestra arquitectura parnasiana; mientras que las mías eran creadas con elementos de nuestro idioma, y sacadas de nuestra idiosincracia, y exudadas de la masa de sangre de nuestro genio español... Rubén y yo éramos valores absolutamente distintos70.



Frente al hombre natural que era Rueda, proveniente de montes de la Axarquía malagueña, estaba Darío, el hombre artificial que traía consigo los diccionarios de la rima del Barrio Latino parisino.

Mis metros, también han brotado de la soledad, del fondo religioso de los campos, de la orquestación sagrada de la Naturaleza. Ella me ha revelado por medio de las plantas, mis metrificaciones y el engranaje de mis ritmos71.

Venía Rubén muy parapetado de Diccionarios, de antologías francesas, de prontuarios de la rima, de andadores y patines transpirenaicos con que comenzar su tarea de trasegador de valores poéticos al español72.



Un episodio que inclinaba la balanza hacia un generoso -y resentido- Rueda frente a un desagradecido Darío:

Yo lo defendía de todos los actos de mala fe, apostrofaba a sus enemigos, le di el honrado calor de mi alma y me comprometí mil veces por él... Y Rubén que, habilidosísimo, se hizo cargo enseguida de lo que pasaba, se sumó con mis adversarios y se metió con ellos en la taza opuesta del peso, quedando yo solo en la otra. ¡Solo en mi dolor y en mi calvario!73.



El poeta se declaraba hijo de la Naturaleza y abominaba de las academias y universidades, porque para Rueda, el genio nacía por obra y gracia de Dios mientras los otros, se habían perdido entre artificiosos vericuetos:

Los centros de cultura ponen los cerebros de los artistas, (no diré de otra clase de hombres) muy distanciados de la Naturaleza, y acaban los poetas solo en entes de la razón...74.



Al tiempo que se alejaba de Darío, Rueda afianzaba sus bases ideológicas: Naturaleza, Religión y Poesía, los tres pilares de su Gran Todo Universal.




Sofía Casanova

El universo femenino de Rueda se centró siempre en la figura de su madre, salvo algunas leves alusiones a las mujeres. Hombre retraído y tímido que no llegó a casarse nunca, apenas si hay noticias de sus amores, aunque apuntó algunas referencias -no muy extensas- sobre algunas posibles novias. En su biografía hay varias notas referidas a una novia sevillana y en 1928 a una confitera de Tolox75, aunque una cortina de silencio se cierne sobre sus supuestas relaciones amorosas, hasta que él mismo nos señala otro noviazgo, esta vez con la escritora Sofía Casanova76. El dato aparece en una carta de 189477, cuando al reseñar críticamente el libro de la autora titulado Doctor Volski, la presenta como mi «estimada amiga mía y ex-novia», dejando constancia, y no sin cierto dolor, de sus sentimientos: «[...] habiéndola querido yo tanto... fue y me dejó plantado por un ruso. ¡Eso no lo hace quien tenga sangre española en las venas, y sea de ley!».

Pasado el tiempo, tanto Sofía Casanova como Carmen de Burgos apoyaron muy activamente y desde Madrid, la celebración de un homenaje a Rueda en su ciudad natal. Mezquindades o envidias no lo hicieron posible y así Rueda fue coronado en Albacete (1908) y en La Habana (1910).




Carmen de Burgos, Colombine

Colombine78 apareció en la vida de Rueda en 1909, cuando junto a Sofía Casanova pretendió organizar un homenaje en honor del poeta malagueño. La coronación no se llevó a cabo, reduciéndose a un acto íntimo en el salón de la casa de la escritora almeriense, escena no exenta de tonos melodramáticos narrada por la propia Colombine:

El poeta agradecido, me cogía las manos y me las besaba. ¡Oh, Carmen, Carmen! Es usted tan buena como hermosa. Semeja una Venus de Milo con brazos y con alma... Se diría tallada en mármol pentélico, animado por el soplo de las Gracias79.



C. Cuevas señala que posiblemente este acto fuera una terrible burla y un acto bufonesco «de los escritores de la corte hacia el benaqueño, hacia el hombre apocado que era Rueda». Fuera como fuera, y como prueba de agradecimiento a Colombine, Rueda le dedicó el poema «Fémina. Para Carmen de Burgos». Los mejores elogios sobre la belleza de Carmen de Burgos tienen como término comparativo la antigüedad clásica y en el extenso poema vemos que el ideal de mujer se materializa en la belleza clásica:




Mujer Clásica


A Colombine

Ya fenecieron los tiempos dorados de dioses y diosas
con que llenóse lo tierra fecunda de risa y belleza;
se refugió en el Olimpo remoto la eterna alegría,
y un vasto soplo de trágica muerte pasó por las almas.
[...]
Sólo tú quedas, mujer, diosa, musa, figura arrancada
del bello Olimpo que tuvo la Grecia, que tuvo la Hélade,
y tú compendias, en tiempos presentes, de gracia desnuda,
la gran belleza de edades antiguas amadas de Venus.
Júpiter solo te pudo con rosas cuajar deslumbrante,
definitiva, de trazos soberbios, perfecta de formas,
y, cual Minerva surgió de su numen riente y divina,
tú de su frente brotaste briosa, cual noble milagro.
   Para que fueses la espléndida Palas de faz portentosa,
sólo te falta vibrar en el viento la lanza de oro,
en cuya punta la luz chispeaba del cielo de Atenas,
y a los ejércitos mostraba, cual guía, su extremo dorado.
   Para que fueras Cibeles augusta, tan sólo te falta
tener las llaves que abrieron las puertas del tiempo;
para canéfora, te falta tan sólo brindar el cuchillo
en la canea de aurífero fondo colmada de espigas.
   Para que fueses de eupátrida noble la insigne doncella,
solo te falta llevar en tu estatua la túnica jonia,
y adelantar, como al son de una música, la marcha riente,
entre el temblor que formasen los pliegues del velo de plata.
Estatua finges, bajada del friso del templo de Atenas,
donde estuviste, trocada por siglos, en blanco Pentélico,
y departiste con Zeus sublime, con Hera admirable,
y con Apolo, de rubio cabello de hebrajes de luces,
y con Deméter, que ostenta los senos cual conos de espigas,
y con Dionisos, que lleva en las sienes corona de pámpanas80.






El asunto Villaespesa

Las relaciones entre Salvador Rueda y Francisco Villaespesa81 pasaron también por una primera etapa de amistad que derivó posteriormente en un olvido, tal vez desagradecido, por parte del almeriense. En sus inicios, cuando el joven Villaespesa estudiaba en Granada -en 1894-, ya publicaba en La Gran Vía de Madrid, revista dirigida por Salvador Rueda. En septiembre de 1897, y con el dinero para la Universidad, el joven Villaespesa, en lugar de dirigirse a Granada, se trasladó a Málaga donde fue recibido por los poetas malagueños. Allí tanto Narciso Díaz de Escovar como Ricardo León lo acogieron, lo alentaron y le dieron recomendaciones para los amigos poetas en Madrid y entre los que figuraba Salvador Rueda, que en estos tiempos triunfaba en la Villa y Corte. Así, cuando Villaespesa llegó a Madrid su primera visita fue para el poeta malagueño:

Cuando vino o Madrid, ya con decisión de poeta, la primera visita fue para el maestro Salvador Rueda. Tuvo que detenerse unos momentos antes de llamar para dar quietud a su corazón y a sus nervios. Cogió luego la campanilla. Tal fue su fuerza, que del tirón se quedó con ella en la mano. Corrió después, asustado por «aquello», escaleras abajo, y no paró sino al doblar la esquina de la calle. Luego procuró rehacerse, y un largo rato más tarde, con gran indignación para consigo, volvió. Dominándose llamó con suavidad, temblándole la mano y a los pocos momentos estaba en presencia de su ídolo y maestro. Sólo pudo tartamudear breves palabras recitándole versos... Un abrazo de Salvador Rueda y los más altos elogios a sus poemas compensaron aquel rato violentísimo82.



En marzo de 1898, Villaespesa le dedicó a Rueda el poema «Báquica» en su libro Intimidades, y un año más tarde, en abril de 1899 Villaespesa ya tenía listo su libro Luchas, donde también dedicó versos a Rueda, quien además le había proporcionado el prólogo83.

En su nuevo viaje a Madrid -el 25 de abril de 1899- se relacionó con los literatos asentados en Madrid y sus gustos poéticos apuntaban hacia Rubén Darío que se encontraba en Madrid desde enero de este año. Villaespesa veneró como maestro a Darío, mientras que «ya siente, en esta época, poco interés por Rueda»84.

Habrán de pasar muchos años, para que en 1917 ambos poetas coincidieran en sus viajes a México, y aunque no se encontraron personalmente, sí tuvieron un desencuentro literario.

Rueda partió hacia México el 28 de diciembre de 191685 y tuvo como primer destino el puerto de Veracruz, donde desembarcó a las 7 de la mañana del día 28 de enero de 191786. Tras varios meses de agasajos y homenajes, Rueda volvió desde México al puerto de Cádiz el 26 de mayo de 1917.

Por su parte, Villaespesa llegó a México DF, procedente de Veracruz el sábado 12 de mayo de 1917: «Salimos de Madrid el 17 de abril a Santander; embarcamos el 19 para la Habana y allí permanecimos tres días y luego, a Veracruz, llegando el 10 de este mes»87.

Acompañado por su mujer, había sido invitado por la actriz mexicana Virginia Fábregas para dirigir y representar en México el drama de Villaespesa «El guante de la virreina». Además del estreno teatral, Villaespesa fue homenajeado por todo el país e impartió diversas conferencias sobre la literatura española del momento, regresando a España a principios de agosto de 1917.

Estando en México, a Villaespesa le preguntaron en una entrevista por los poetas españoles, a lo que respondió: «Los tres poetas de España son Manuel Machado, Juan Ramón Jiménez y Emilio Carrere»88. No sólo olvidaba otros nombres, sino que preguntado especialmente por Rueda -que acababa de salir de México- dijo:

El cronista pregunta sobre Salvador Rueda, y Villaespesa hace memoria. ¡No recuerda bien de quién se trata! ¡Ah, sí! exclama de pronto; ya recuerdo de este señor; por cierto que en la Habana me hablaron de su última oda, dedicada a una famosa marca de chocolates; se llama Oda al chocolate «La Estrella»89.



Este comentario provocó reacciones adversas tanto en España como en México, y en la prensa mexicana se leen artículos contra la actitud de Villaespesa e incluso se transcriben los poemas «Paladín» de Rueda a Villaespesa y «Pindárica» de Villaespesa a Rueda, como ejemplos de que el almeriense:

[...] Ha tenido la desgracia de perder la memoria hasta el punto de que al cabo de dieciocho años no se acuerda de haber conocido a Salvador Rueda antes de conocer la oda al chocolate de «La Estrella»90.



Parece claro que la estrategia de Villaespesa de no recordar a quien tanto admiró en sus inicios, para después denigrarlo con el asunto del chocolate, dice muy poco en favor del poeta almeriense. Tal vez, estos olvidos envenenados tengan que ver con su personalidad, vertidas por el mismo poeta en una entrevista mexicana: «Mi mejor cualidad es la pereza; después mi sinceridad que tanto mal me ha hecho. Y mis defectos... pues... son mis propias cualidades, pero más acentuadas»91.

En suma, filias y fobias, claros y oscuros que inundaron el mundo literario modernista.





 
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