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«Fisiologías» y cuadros de costumbres

Mariano Baquero Goyanes





En las páginas que siguen no será posible ofrecer al lector un estudio pormenorizado de tantos y tantos cuentos como Alas llegó a publicar, sino una visión global de los mismos, incluyendo en los mismos aquellos relatos que, si bien por sus dimensiones parece pertenecer al dominio de la novela corta, igualmente podrían ser considerados por su tono, como cuentos largos, en los que pueden advertirse características semejantes, a las que presenta el resto de la narrativa breve clariniana.

Mayor interés ofrecería el establecer no una separación basada en el número de páginas, sino en algunos otros rasgos. De entre ellos, únicamente voy a fijarme en uno tan relevante en el caso de Alas, que, permite delimitar con alguna claridad aunque no de forma rotunda, dos grandes bloques narrativos: el integrado por los que podríamos llamar cuentos propiamente, y otro en el que habría que incluir aquellos relatos breves que se acercan efectivamente al cuento, pero también participan en mayor o menor proporción de los rasgos propios del ensayo, el artículo satírico y muy especialmente, del artículo de costumbres.

Ya hemos visto que esta mezcla de tonos y de rasgos no es exclusiva de Alas, puesto que se dio también en otros cuentistas del XIX. Lo que ocurre es que en el caso de «Clarín» el número de cuentos-artículos es suficientemente elevado como para reclamar una especial atención.

Ya Andrés González Blanco al hacer mención de los distintos tipos de cuentos cultivados por Alas, señaló entre ellos los «cuadros de costumbres, cuentos morales, cuentos líricos»1. Por su parte, Ricardo Gullón ha aludido, al estudiar la novela corta decimonónica, a «ese tipo de ficciones, difíciles de clasificar, que no son cuentos ni novela corta, que tienen algo de una y otra, y al mismo tiempo son distintas, parecidas al poema en prosa, al ensayo, a la escena de costumbres o a la etopeya»2.

Una etopeya o retrato a la manera de Don Urbano, El señor Isla, Bustamante, Zurita, El hombre de los estrenos, González Bribón, De la comisión, Doctor Sutilis, Doctor Angélicus, Don Emeguncio o Cuervo, es casi lo que los románticos o post románticos solían llamar una fisiología, o como bien dice Ramón Pérez de Ayala, a propósito de Cuervo:

«estudio de ciertos tipos psicológicos esterotipados, que, en la historia de los géneros literarios, antecede a la novela propiamente dicha. Un carácter de este tipo, un carácter estereotipado, es un hombre artificial, un hombre deshumanizado y mecánico, que obra siempre de la misma manera y no responde sino ante un solo estímulo»3.



También Laura de los Ríos incluye algún relato como Los señores de Casabierta «entre el cuento y el artículo»4, considerando incluso, a propósito de los que ella clasifica como cuentos burlescos -El doctor Pertinax, La mosca sabia, Doctor Sutilis, El poeta búho, El señor Isla, Don Urbano, etc., etc.-, que los antecedentes de tal modalidad clariniana cabía buscarlos en ciertos, artículos-cuentos de Mesonero Romanos, Estébanez Calderón o Larra5.

A este respecto, habría que recordar cómo fueron publicados inicialmente algunos de esos relatos. Así, Avecilla y Bustamante aparecieron en una serie titulada Los Traseúntes que se incluía en La Ilustración Ibérica. Y no menos significativo es, por ejemplo, el que cuando El hombre de los estrenos se publica por vez primera en el suplemento, el número IX de 8 de marzo de 1885, de La Ilustración Española, aparece con el significativo subtítulo de Caricatura6. No parecía posible ya utilizar el viejo término de fisiología, que nada diría a los lectores de 1885, pero puede que, en el fondo, fuera tan vieja especie la que cabía descubrir en esa y otras caricaturas clarinianas.

Nota bastante repetida en las mismas es la exaltación de un vitalismo que se alza frente al pedante y hueco intelectualismo de los sabios secos y rígidos, ya que según dice El gallo de Sócrates, «El que demuestra toda la vida, la deja hueca».

Uno de los más significativos relatos clarinianos de este tipo, es el titulado La mosca sabia: el narrador cuenta cómo fue a la biblioteca de don Eufrasio Macrocéfalo, en ausencia de este, mas con su autorización, para examinar una cita. Allí encuentra a una mosca tan letrada como para recitarle el comienzo de La Mosquea. Entablan conversación y el insecto le cuenta su vida, cómo nació allí y cómo cuando sus compañeros volaron en «la amable primavera de las moscas», ella quedó allí con otras, apresada por don Eufrasio, para unos experimentos que fallaron. Ella envidia la suerte de los que viven fuera aunque su vida sea más corta. Ha aprendido a leer y conoce ya todos los libros de la biblioteca. En cierta ocasión, salió de paseo con don Eufrasio y contempló con envidia los vuelos amorosos de las moscas. Pero él -es una mosca macho- es tan débil que a nada se atreve. Una bellísima mosca verde se le acerca y le invita al amor, pero él no puede seguirla. Regresa a la biblioteca, donde un día encuentra un nuevo libro de Entomología traído por el sabio, en el que ve una lámina de la mosca verdedorada, descubriendo con horror que corresponde a la especie Musca vomitoria, de muladar, de estercolero.

Interrumpe la conversación la llegada de don Eufrasio, derrotado en al Academia, medio borracho y con un retrato de su amante Friné. La mosca se burla y escribe con sus patitas, al pie del retrato de Friné, Musca vomitoria, como si se tratara de otra Nana zolesca. Don Eufrasio la aplasta sobre su cabeza que ella muerde al morir.

«Sobre la tersa y reluciente calva quedó una gota de sangre, que caló la piel del cráneo, y filtrándose por el hueso llegó a ser una estalactita en la conciencia de mi sabio amigo. Al fin había sido capaz de matar una mosca»7.



La leve anécdota resulta algo estirada, pero en cualquier caso el resultado es válido, según suele ocurrir casi siempre en este tipo de relatos, por obra y gracia del ingenio de Alas.

No menos estúpidos que el Macrocéfalo de este relato, resultan ser los otros sabios que desfilan por el tríptico Doctor Sutilis -un relato de adulterio que Alas no llegó a publicar en vida-, Doctor Angélicus -otro personaje antivital, que nunca tuvo infancia, y que es asimismo engañado por su mujer con un alférez de Ingenieros-, y Doctor Pertinax, una fantasía humorística sobre un sabio impío que -en sueños- muere sin confesarse y llega al cielo, en el que se niega a creer teniendo todo aquello por escenografía preparada por sus enemigos, ya que según demostró él en su Fisiología última, nada hay después de la muerte8.

Con frecuencia, se incluyen en este relatos notas satíricas referidas a la boga que tuvo el krausismo en ciertos medios filosóficos y universitarios españoles. Es lo que ocurre en Zurita9 la historia de un concienzudo estudiante, que tras hacer su Licenciatura pasa luego a Madrid para cursar el doctorado. Su solo nombre, Aquiles Zurita, suscita ya las burlas de aquellos catedráticos que para él eran como dioses. (Episodio este que según el periodista Luis Bonafoux, Alas plagió de unas páginas de Madame Bovary de Flaubert)10. En la pensión en que se aloja conoce Zurita a un sedicente filósofo que le inicia en el krausismo, en tanto la patrona trata de seducirle. Lo mismo le ocurre con la madre de un niño al que enseña Humanidades. Él siempre huye. Grande es su desengaño cuando, al pasar el tiempo, ve a su maestro krausista, casado y convertido en un burgués. La doctrina de los hados sustituye al krausismo. Finalmente, Zurita consigue una cátedra de filosofía en el Instituto de Lugarucos, pueblo de pesca, en el que también la patrona de la pensión trata de seducirlo, dándole excelentes platos de mariscos. Escapa de ella, pero le queda la afición por el marisco, materia en la que llega a ser un erudito11.

Otras veces es el mundillo periodístico de la época el retratado muy satíricamente por Alas, en alguno de estos cuentos o fisiologías, según ocurre en Bustamante, una historia que podía seguir y seguir... Su protagonista es casi lo que con terminología robada al teatro del XVII, podría llamarse un figurón, un provinciano aficionadísimo a las charadas que en Madrid trata de hacerse camino en el periodismo12. La pintura de los tipos que componen la tertulia de los periodistas da la medida del toque costumbrista-satírico de Alas en esta modalidad del relato breve.

El entronque con las viejas fisiologías se percibe -creo- claramente en el caso de Un candidato, que nada tiene de cuento y sí mucho de semblanza satírica13. Bastaría con citar su comienzo, para comprobar lo legítimo que puede resultar tal enfoque:

«Tiene la cara de un pordiosero; mendiga con la mirada. Sus ojos, de color de avellana, inquietos, medrosos, siguen los movimientos de aquél de quien esperan algo, como los ojos del mono sabio a quien arrojan golosinas, y que, devorando unas, espera y codicia otras. No repugna aquél rostro, aunque revela miseria moral, escaso aliño, ninguna pulcritud, porque expresa todo esto, y más de un modo clásico, con rasgos y dibujo del más puro realismo artístico: es nuestro Zalamero, que así se llama, un pobre de Velázquez».



En la misma zona de satíricas fisiologías cabía incluir De la comisión..., Medalla de perro chico, El número uno, El hombre de los estrenos, etc.

La inclusión de algunos de ellos no en volúmenes de cuentos, sino en libros de crítica literaria, resulta significativa. Así, en Solos de Clarín (Madrid, 1881), aparecen La mosca sabia, Doctor Pertinax, De la comisión..., De burguesa a cortesana y El diablo en Semana Santa. Sólo este último es propiamente un cuento y, como tal, encaja en el volumen algo más forzadamente que los otros relatos, todos de índole satírico-crítica. El mayor interés de El diablo en Semana Santa, como la crítica ha señalado reiteradamente, radica en lo que puede tener de esbozo o preludio de algunos personajes y situaciones de La Regenta.

Muy fluido e irónico de lenguaje, configurado como uno de los relatos satíricos mejor escrito de Alas, pero con sensación de algo estirado e incompleto -una fisiología o un carácter a la manera de los de Teofrasto, como quería Pérez de Ayala- como si se tratara -según apreciaba el mismo crítico- de un personaje en busca de su posible novela, es Cuervo compuesto con casi la técnica de una serie de variaciones sobre el tema de la muerte. El que Alas la incluyera en el mismo volumen en que aparecieron Doña Berta y Superchería, podría interpretarse en función del gusto clariniano por el contraste, tan grande es la diferencia de este narración comparada con las otras dos.

Tampoco acaban de configurarse como cuentos las dos variaciones que Alas escribe sobre La imperfecta casada -en que una vez más se maneja la oposición vida-literatura- y La perfecta casada que lo es tanto como para arrastrar a su marido al suicidio, al no poder aguantarla.

Como un diálogo que trae al recuerdo ciertos coloquios crítico satíricos a la manera clásica, tipo Erasmo o el del zapatero y el gallo en el Crotalon, se estructura El gallo de Sócrates, cuya tesis viene a coincidir con la de tantos otros relatos de este tipo, condensadores del intelectualismo frío y exaltadores de lo sencillamente vital.

En resumen, el viejo género -o subgénero- de la fisiología experimenta una cierta resonancia en manos de «Clarín», en virtud del doble enfoque con que es capaz de tratarlo: por un lado, el de su habitual capacidad satírica como articulista muy temido por sus demoledores críticas; por otro, su ingenio y gracia como cuentista muy hábil. Tanto que seguimos leyendo como cuentos unos relatos que no siempre lo son, aunque con ellos se aprovecha «Clarín» de su experiencia y dominio de un género en el que se reveló como maestro, como indiscutible clásico en el pasado siglo.





 
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