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Fragmento de Oración fúnebre

Sor María de los Ángeles





-Desde muy joven siempre padeció la Venerable Madre frecuentes éxtasis, en los cuales la comunicó el Señor varios secretos, visiones, locuciones internas, y otros carismas, con que, al paso que la atraía a sí con amorosa suavidad, ella se llenaba de más rubor y humilde confusión...

Por tanto, aunque libre de azoramiento, y llena de consuelos interiores, experimentaba los afectos y efectos de humildad, de más ansias de padecer, de propio abatimiento, y esto de algún modo la podía asegurar... Aún no tenía un año de profesa (pues fue en el de 1751) cuando estando cierto día en la oración de Comunidad en el coro, patente el Santísimo Sacramento, la dio el Señor un recogimiento grande, y perdidos los sentidos, vio con los ojos del alma, como ella dice:

«que de la Sagrada Hostia salía un grande resplandor, y del centro de él arrojaba un rayo mucho más refulgente, el cual, encaminándose al coro, terminaba y hería mi corazón, el que me mostraron a mi modo tosco, como él es en sí naturalmente; pero de un color amortiguado y como marchitado, así como suele estar un pedazo de carne que ni bien está del todo buena y fresca, ni bien gastada».



-Continúa en referir la visión, y dice: que también vio, que «tenía como unas u otras picas de diferentes colores, más o menos grandecitas», y que en el sentido místico, y según la inteligencia que se la dio, «en las picas se representaban sus pecados y defectos; y en el color amortiguado, la tibieza y flojedad con que había hecho las cosas del servicio de Dios».

-Estando en esta suspensión de sentidos, viendo y entendiendo lo que acabo de referir, se llenó de confusión; y como sumergida en un mar de ansias, pidió favor al Divino Esposo diciéndole con palabras del Apóstol San Pedro. «Sálvame Señor, que perezco». Al punto observó que, al contacto de aquel rayo o de aquel divinal fuego, se purificó de modo aquel corazón, que borradas todas las manchas que llama picas, se quedó limpio, hermoso, y despidiendo de sí al parecer hermosura y claridad. Recordó aquella suspensión y vuelta a los sentidos, se halló como si fuera otra, o como si hubiera resucitado, tan mudada y penetrada de consuelos y gozos espirituales, que por algunos días tuvo que hacerse mucha fuerza para tratar con las criaturas, andando como enajenada, absorta, y abstraída de todo lo terreno.

«Sentía la presencia de Dios con tantos y tan continuos sentimientos que no hay instante que no experimente muchos efectos y afectos. Paréceme siento junto a mí una Persona: yo no la veo ni con los ojos del alma, ni con los del cuerpo; pero no puedo dudar de ello, ni quién es el que tan dulces afectos causa en mi alma».



-Ésta pues, esta presencia de Dios era el despertador continuo que tenía la Ven. Madre María. A todas horas la avisaba, la prevenía, la instruía y deleitaba, para que no desfalleciese en el tropel de tantas tribulaciones.





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