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Fray Luis de León en Meléndez Valdés

Esteban Gutiérrez Díaz-Bernardo



A la memoria de Cristino de la Peña
(Mora, 1899 - Béziers, 1996), desterrado.

Quizá por su misma evidencia, el influjo que la poesía de fray Luis de León ejerció en los versos de Meléndez Valdés apenas si ha merecido la atención de la crítica. Sin embargo, y junto a algunos más que notables paralelismos vitales, se produce en el poeta extremeño no ya la imitación, sino una verdadera impregnación de la obra luisiana, que abarca señalados aspectos de su lengua literaria, diversos elementos formales y temáticos, numerosos versos, pasajes y hasta poemas enteros en los que, de manera latente o patente, se revelan admirables la letra y el espíritu del maestro de Salamanca.



Difícilmente se hallará en la literatura española de cualquier época un poeta de mayor variedad y amplitud que Meléndez Valdés. En sus versos conviven registros, modos, formas, valores, intenciones, de las más diversas naturalezas. Tan es así, que los estudiosos enfocan a veces al poeta neoclásico, a veces al ilustrado, o al rococó, o al prerromántico (y hasta romántico, en el sentir de algunos). Pero no es nuestro propósito entrar en debate acerca de la tendencia que mejor pueda caracterizar al autor de Ribera del Fresno. Queremos limitarnos simplemente a considerar el que constituye un aspecto de su clasicismo, o neoclasicismo: la influencia de fray Luis de León.

A dos siglos de distancia de Meléndez (y a cuatro de fray Luis), se produce la paradoja de que pocos ignoran el influjo del maestro agustino en el poeta extremeño, pero nadie se ocupa de ello. ¿Tendrá sentido estudiar lo evidente? ¿Tendrá algún valor? Creemos que sí, aunque no sea más que para fijar el alcance del fenómeno (de momento, lejos de haber quedado establecido), y, por ahí, contribuir a perfilar más nítidamente la figura de nuestro autor.

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No desearíamos confundir al lector. Cuantos han estudiado al poeta setecentista, prácticamente sin excepción, han hecho aportaciones a la conexión literaria que une a fray Luis con Meléndez: Tineo, Menéndez Pelayo, Atkinson, Colford, Cox, Palacios Fernández, Arce y Polt, por citar los casos más relevantes1. Pero no se ha emprendido su estudio sistemático. A ello nos aplicaremos con decisión (y esperamos que con algún acierto), aunque no ignoramos que sólo una edición anotada de los versos de Meléndez que plantease a fondo su dimensión luisiana acabaría por llenar esta laguna. Nos sentiríamos retribuidos si las páginas que siguen logran dar un paso firme en la dirección apuntada.






ArribaAbajo La imitación: Meléndez ante fray Luis


La imitación y sus modelos

La literatura que triunfaba aún en los primeros decenios del siglo XVIII era la que venía directa del Barroco. El clasicismo, que Francia propagaba entonces por toda Europa, encontraba en España un escollo invencible: la ostentación del ingenio del artista elevada a ley suprema. Luzán se lamentaba del «pernicioso descuido», o de la «muy errada presunción de querer con los solos naturales talentos aventajarse a la más estudiosa aplicación». Y añadía: «No digo que para formar un perfecto poeta no sea absolutamente necesario el ingenio y natural talento, pero que el compuesto tan feliz como raro de arte e ingenio, de estudio y naturaleza, es el que sólo puede hacer un poeta digno de tal nombre y del aplauso común»2.

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Está claro, pues: el impulso natural ha de ser modelado por el arte, por el estudio. Pero ¿dónde acudir? Y aquí de nuevo Luzán: «la principal regla será observar atentamente cómo y con qué artificio y circunspección los buenos poetas han enriquecido sus obras con instrucciones y doctrinas, sin afectación ni exceso». Más aún: la belleza y la propiedad del verso «se logrará felizmente con imitar los buenos poetas que han tenido mayor acierto en el modo»3.

Imitación: he aquí una de las claves de la preceptiva literaria del momento, que hallamos tanto en Luzán como en todos los que siguen la senda que viene, a través del aragonés, desde Aristóteles y Horacio. Asociada al buen gusto -otro concepto de la época- aparecerá todavía casi cien años después en Martínez de la Rosa:


Mas no con breve afán livianamente
buen gusto adquiriréis; que ni lo prestan
los áridos preceptos,
ni el sutil raciocinio de la mente:
con modelos bellísimos nutrido
fórmase lentamente,
cual con música acorde el fino oído4.



Quien anota en prosa:

El buen gusto llega a convertirse por la repetición de actos en una especie de sentido interno, por cuyo medio nos apercibimos instantáneamente [...] de las buenas prendas o de los defectos de un escrito [...]. Nada hay, pues, tan importante como ejercitarlo con buenos modelos, para acostumbrarlo insensiblemente a sus bellezas; porque una vez adquirido este hábito, desechamos maquinalmente, y como por natural instinto, lo que nos produce una sensación ingrata5.



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Y entre uno y otro, Luzán y Martínez de la Rosa, hallamos un fondo teórico común -al margen de eventuales diferencias de matiz- en todas, o en casi todas, las obras de preceptiva o de historia literaria que ven la luz: las de Velázquez (1754), Burriel (1757), Andrés (1784-1806), Garcés (1791), Díez González (1793), García de Arrieta (1797-1805), Munárriz (1798-1801), Sánchez Barbero (1805) y Gómez Hermosilla (1826), entre otras6.

Pero ¿quiénes serán dignos de imitación? ¿Los clásicos griegos y latinos? No sólo, sino que señaladamente muchos de nuestros escritores del siglo XVI y principios del XVII merecerán este honor. Oigamos lo que Leandro Fernández de Moratín, en La derrota de los pedantes, pone en boca de Apolo:

¿Llegará el día en que se aprenda por principios?; ¿en que se estudien los grandes modelos de la antigüedad?; ¿en que sepáis conocer los que dejaron los autores de vuestro siglo de oro?7



Y lo que el mismo D. Leandro atribuye a su padre como consejo a un joven:

[...] le dijo a Moratín que le indicase, entre los poetas clásicos, de cuál nación debería preferirlos, para arreglarle con ellos una selecta librería. Moratín le respondió: «Griegos y españoles, latinos y españoles, italianos y españoles, franceses y españoles, ingleses y españoles». Los que tengan algún conocimiento del arte advertirán cuánto dijo en esta respuesta8.



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La «selecta librería» recién aludida nos conduce precisamente a algunos de los literatos españoles del Siglo de Oro que más estimaron los neoclásicos del XVIII, como lo revelan las ediciones y antologías publicadas: a las impresiones de las obras de Francisco de la Torre (1753, creyendo su editor, L. J. Velázquez, que este nombre era un seudónimo de Quevedo), fray Luis de León (1761), Garcilaso de la Vega (1765), Villegas (1774) y los Argensola (1786), se suman los repertorios de López de Sedano (1768-1779), Masdeu (1786), Estala (1786-1798) o Quintana (1807)9. Y entre ellos fray Luis de León no es un nombre más, sino que se asocia desde primera hora a la restauración misma de la poesía emprendida por los hombres del setecientos.




Fray Luis como modelo

Trazado el anterior panorama, importa atender a la historia de los hechos, pues si bien es Luzán quien sistematiza y difunde el nuevo clasicismo, tanto los ataques al Barroco como la preconización de los escritores españoles del Siglo de Oro, y hasta el proyecto de editarlos, constituyen un mérito personal de D. Gregorio Mayans y Siscar, el erudito valenciano, al que no siempre los historiadores de la literatura han reconocido en su justa dimensión10.

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En efecto, ya desde su Oración en alabanza de las elocuentísimas obras de don Diego Saavedra Fajardo, en 1725, esto es, doce años antes que Luzán y hasta un año antes que Feijoo, Mayans emprenderá su proyecto reformador, al que irá sumando voluntades con el correr de su obra: Oración que exhorta a seguir la verdadera idea de la elocuencia española (1727), El orador cristiano (1733, que se adelanta veinticinco años al Fray Gerundio del padre Isla), la Retórica (1757)... E invariablemente fray Luis de León constituirá, en prosa y verso, un modelo inexcusable para D. Gregorio11:

[...] no podemos oponer obras de igual perfección en el pensar y decir a las que nos dejaron escritas los venerables y elocuentísimos padres y maestros fray Luis de Granada, el P. Pedro de Ribadeneira y fray Luis de León12.



[...] el que desee formar y seguir una perfectísima idea de la verdadera elocuencia, observe con juicio la erudición de Rhúa, Venegas y Agustín; la invención de Cervantes, Gracián y Saavedra [...]; la elección y método de fray Luis de León; la abundancia de voces de don Francisco de Quevedo [...]13.



Se adquiere [la habla española] con sólo oír, o con la lectura y la imitación de los buenos escritores, que son pocos, y por eso es menester gran juicio para distinguir y elegir los mejores, entre los cuales ciertamente podemos contar, de los prosistas, a fray Antonio de Aranda, a D. Diego Hurtado de Mendoza, a fray Luis de León [...]14.



Bastarán estas muestras, que queremos cerrar con un elogio definitivo, hecho a propósito de su labor como traductor de Virgilio: «el maestro fray Luis   —803→   de León, que en mi juicio ha sido el más sabio, más artificioso y más elegante poeta español»15.

El aprecio de fray Luis recibirá un impulso determinante con la edición de su obra poética en 1761, auspiciada también por D. Gregorio aunque finalmente llevada a cabo por fray Vicente Blasco16. No obstante, ya en los años 50 había ido abriéndose paso firme la valoración hecha por Mayans. Esto leemos en L. J. Velázquez:

Por entonces [siglo XVI] floreció Fr. Luis de León, a quien no sólo nuestra lengua, sino también nuestra poesía debe en gran parte la altura a que llegó en esta edad. Un genio superior, cultivado con el conocimiento de las lenguas sabias, condujo felizmente a nuestro poeta por las sendas más difíciles del arte, imitando y aun traduciendo los mejores originales de las naciones más cultas, como Píndaro, Horacio, Virgilio, Tibulo, el Petrarca y el Bembo, no siendo de menos consecuencia las versiones que hizo de algunos libros sagrados17.



Y esto en el padre Burriel:

En España logramos dos excelentes poetas y comparables a los antiguos, cuyo carácter, según yo juzgo, es cada una de las dos calidades principales que hemos tratado [...], no porque la belleza y la dulzura no se hallen en ambos en sumo grado, sino porque cada uno, o por genio o por alguna otra razón, se dejó llevar más el uno de la dulzura, y el otro de la belleza. Estos son los citados Garcilaso y Luis de León. Garcilaso, por donde quiera que va, lleva consigo la voluntad de sus lectores, y Luis de León llena los entendimientos con su belleza, asintiendo como por fuerza a lo justo, vivo y propio de sus palabras y pensamientos18.



Pero será sobre todo tras la edición de 1761 cuando la estima hacia fray Luis se hará unánime, prácticamente sin excepción, incluso en obras que a veces   —804→   disienten en aspectos diversos. En mayor o menor grado, lo alaban López de Sedano (1768 y 1779), el abate Andrés (1784), Masdeu (1786), Luzán (1789, 2ª ed., póstuma), Garcés (1791), Díez González (1793), Munárriz (1798), García de Arrieta (1801), Sánchez Barbero (1805), Quintana (1807), Marchena (1820), Gómez Hermosilla (1826) y Martínez de la Rosa (1827)19. Y, prueba irrefutable, la ausencia absoluta de impresiones entre 1631 y 1761 se trueca ahora en reediciones de su poesía en 1785, 1790 y 1791. Peco no sólo: La perfecta casada, inédita desde 1632, merece nuevas ediciones en 1765, 1773, 1786, 1787 y 1799; De los nombres de Cristo, que no había sido publicado nada menos que desde 1603, reaparece en 1770 (dos ediciones) y 1787; asimismo se imprimen por vez primera los Cantares de Salomón, y es en este apogeo luisiano en el que el P. Merino editará las Obras del M. Fr. Luis de León en seis volúmenes (1804-1816)20.




Fray Luis como modelo de Meléndez

Meléndez no sólo no permanecerá al margen de esta vigencia de fray Luis, sino que las circunstancias parecen aliarse en favor de ella. Cuando llega a Salamanca para emprender su carrera universitaria, en otoño de 1772, el nuevo plan de estudios del año anterior inicia un renacimiento de las Humanidades, que se verá potenciado con la labor docente del P. Zamora y del P. Alba, dos destacados profesores, que lo serán de nuestro joven estudiante de Leyes y apasionado a la vez de las Letras. Aventajado resultó el alumno, pues en 1775-1776 sustituirá por dos meses la cátedra del P. Zamora, y en 1776-1777, por un mes la del maestro Alba. En seguida (1778-1779) obtendrá la sustitución de la cátedra vacante de Alba, de Humanidades (donde explicará a Horacio), que ganará en propiedad desde 1781. Vamos observando los curiosos paralelismos vitales que se producen entre Meléndez y fray Luis, reforzados aun por las muchas disputas y polémicas que, al igual que el agustino, vivió nuestro autor21.

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Fuera de las aulas, el escritor en ciernes recibe dos señalados influjos. Uno es el de Cadalso, que en su estancia salmantina (1773-1774) se convierte en guía de los poetas de la ciudad; otro, del agustino fray Diego Tadeo González. Y en ambos lo luisiano parece ocupar lugar preponderante, pues si bien es cierto que los ecos de fray Luis en el gaditano, aun existiendo, no resultan muy notorios (alguna alusión al maestro, empleo del sexteto-lira, quizá varias reminiscencias de Horacio), la conexión entre Cadalso y Meléndez parece vincularse precisamente a fray Luis, como lo muestran sendas canciones que se dedican mutuamente22. En cuanto a fray Diego, quien revivía de manera intensa la poesía y el espíritu de su antecesor en la orden de san Agustín, se constituyó en una especie de hermano mayor de nuestro Meléndez, y, a la vez, en núcleo de lo que se ha llamado Escuela Salmantina o Parnaso Salmantino, en el que, independientemente de su reconocimiento o no como tal escuela, fray Luis es una presencia muy determinante23.

A este doble influjo viene a sumarse un tercero del que tampoco está ausente el maestro de Salamanca. Se trata de Jovellanos, guía a distancia, desde 1776, de los pasos de nuestro poeta, y con el que Meléndez establecerá también -lo comprobaremos en seguida- una vinculación literaria muy frecuentemente marcada por lo luisiano.

Todo ello nos sitúa ya frente a la obra de Meléndez, diversa y amplia, pero con un elemento permanente, la huella de fray Luis, que destaca sin duda entre los muchos aportes que en ella se acumulan24. Y nótese que se trata del primer gran poeta del XVIII que asume e integra esta herencia, pues la corriente clasicista en la que él se inserta apenas si había recogido (Moratín padre y el ya citado   —806→   Cadalso) más que algún ingrediente aislado que procediese del maestro agustino.

Fue Menéndez Pelayo quien señaló la «facultad especial de asimilación» del extremeño, precisando cómo «el mecanismo externo de versificación y lengua de los poetas del siglo de oro, sabía hacérselos propios con maravillosa facilidad»25. Críticos de ayer y de hoy (Tineo o Demerson, por ejemplo)26 han puesto de relieve la imitación más que la originalidad de Meléndez. Pero ello no conduce necesariamente al menosprecio o la descalificación27, y, desde luego, forma parte de la estética del momento -como creemos haber puesto de relieve en páginas anteriores- y del propio Meléndez:

En mis poesías agradables he procurado imitar a la Naturaleza y hermosearla, siguiendo las huellas de la docta antigüedad, donde vemos a cada paso tan bellas y acabadas imágenes. Esta es una ley en las artes de la imitación tan esencial como poco observada de nuestros poetas españoles, en donde al lado de una pintura sublime, o graciosa, se suele hallar otra tan vulgar o grosera que le quita toda su belleza28.



Estos versos no están trabajados ni con el estilo pomposo y gongorino que por desgracia tiene aún sus patronos, ni con aquel otro lánguido y prosaico en que han caído los que sin el talento necesario buscaron las sencillas gracias de la dicción, sacrificando la majestad y belleza del idioma al inútil deseo de encontrarlas. El autor ha observado que los mejores modelos huyeron constantemente de estos dos vicios y siguió sus huellas en cuanto pudo, seguro de que son las que dejaron impresas la razón y el buen gusto29.



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No habrá duda, pues, de quién huye el poeta y a quién busca. Y nótese como el tono evidencia de forma implícita que estas ideas se hallan lejos de ser admitidas por todos:

Y ciertamente si la prosa de Paravicino y los versos de Silveira no merecen ser comparados con la prosa de Granada, Mendoza y Mariana, ni con los bellísimos versos de Garcilaso, León y Herrera, ¿porqué será delito imitar a estos últimos o seguir su ejemplo en nuestros días?30



Sin entrar aún propiamente en su obra de creación, estos escritos preliminares del autor a las distintas ediciones de sus poesías nos ofrecen cumplidas muestras de la presencia luisiana, tanto en lo literario como en lo humano. Ya en la «Advertencia» de 1785 («La publicación de estas poesías, en un tiempo en que la ignorancia y la envidia se han unido estrechamente para desacreditar y morder cuantos versos salen a luz, es buena prueba de que su autor no teme las sátiras») parece adivinarse un pasaje de la dedicatoria de fray Luis «A don Pedro Portocarrero»31. Lo que quizá se corrobore con la mención expresa del maestro:

[...] si la ignorancia culpare al autor, dando por perdido todo el tiempo que consagró al obsequio de las musas agradables, los célebres nombres de Oliva, Montano y León, sin otros infinitos, le mostrarán con evidencia que la poesía y las bellas letras jamás estuvieron reñidas con los estudios más austeros32.



Claro que todo ello se fundamenta en el tópico. Sin duda. Pero en la medida en que sumamos posibles paralelismos, la cercanía se va afirmando. Así, en la dedicatoria a Godoy de la edición de 1797 («Permita V. E. que me valga de su Ilustre Nombre para honrar con él estas Poesías, fruto de mi primera edad, o de algunos momentos de inocente desahogo entre las austeras obligaciones de mi   —808→   profesión») parecen de nuevo oírse ecos de fray Luis33. Y ya en la «Advertencia» de esta edición de 1797, no sólo aludirá a «el tierno Garcilaso, el sublime Herrera, el delicado fray Luis de León y otros pocos ingenios», sino que hablará de sus «obrillas» («obrecillas» las llamaba el agustino), e insistirá en que se trata de «pasatiempos de su niñez» y de sus «primeros años», y al referirse al segundo tomo anunciado y no impreso de 1785, señalará su «natural desconfianza»34. Y todavía:

Veía a la censura y la malignidad desatadas contra mí, haciéndome cargo de una distracción inocente, que jamás le ha robado un instante a las graves tareas de mi profesión, ni a la severidad de la Justicia; pero que ellas sabrían, abultando, exagerar como mi única ocupación, olvidándome por ella de las más arduas obligaciones, para desacreditarme de este modo ante el público y la razón35.



Con la insistencia en su dedicación a la poesía sólo durante los momentos de ocio o recreo, cita en sus versos la compañía «de Cicerón, Plinio, Petrarca, Bembo, Querini, Addison, Fenelon, Polignac, D'Aguesseau, Arias Montano, Luis de León, Rebolledo, Alfonso el Sabio, Urbano VIII, Federico de Prusia y cien otros que supieron amar y cultivar las musas entre la más profunda sabiduría y los más arduos negocios»36.

Finalmente, en el «Prólogo del autor» (escrito en octubre de 1815) a la que será su edición póstuma (1820), el recuerdo de fray Luis nos llega por el paralelismo vital:

He bebido mucho sin merecerlo en la amarga copa del dolor; mis años de sazón y de frutos de utilidad y gloria los sepultó la envidia en un retiro   —809→   oscuro y una jubilación; me he visto calumniado, perseguido, desterrado, confinado, y aun crudamente preso en el abatimiento y en la pobreza, en lugar de los premios a que mis méritos literarios, mi celo y mis servicios me debieran llevar37.



Si conoce el lector los escritos luisianos desde la prisión en Valladolid, convendrá con nosotros en que se produce aquí una más que evidente semejanza. Como la hay, indudable, cuando alude a su «ardiente afición al habla castellana, y la alta idea que de sus bellezas y número tengo formada», que nos remiten a fray Luis: «es nuevo y camino no usado por los que escriben en esta lengua poner en ella número»38. Prurito este de novedad con el que Meléndez se asocia explícitamente al maestro de Salamanca. Así escribe en el mencionado «Prólogo» dirigiéndose a la juventud española:

[...] déjame a mí la pequeña [gloria], pero dulce y tranquila, de haber empezado cuasi sin guía, haber ido adelante entre contradicciones y calumnias, y haber comprado al fin con mi reposo y mi fortuna el placer inocente de querer en la mía renovar los sones de las liras que pulsaron un tiempo tan delicadamente Garcilaso y Herrera, Villegas y León39.



Las analogías se refuerzan más aún a través de Horacio, del que Meléndez vertió al castellano dieciséis odas, cinco de las cuales había traducido antes fray   —810→   Luis40. Y aunque en ellas no observamos dependencia directa, sí presentan muchos de los rasgos luisianos que estudiaremos a continuación. Como ocurre también en la traducción melendeciana del «Vaticinio de Nereo» (Pastor cum traheret, I, 15), antes recreado por el agustino en su muy difundida «Profecía del Tajo».

Cuando Meléndez obtenga en 1778 la sustitución en la cátedra de Humanidades del maestro Alba, escribirá alborozado a Jovellanos: «Su asignatura es de explicar a Horacio, y yo estoy contentísimo por repasar ahora [...] todo este lírico»41. Pero si hay una presencia frecuente en la correspondencia entre Meléndez y Jovellanos, ésta es la de fray Luis. El extremeño remite al gijonés varias oraciones latinas del maestro, de las que ha podido conseguir copia manuscrita, y escribe acerca de una de ellas:

En ninguna otra parte se muestra más fuerte nuestro fray Luis, ni muestra más lo que era. ¡Qué invectiva contra los vicios de toda la provincia! ¡Qué latín! ¡Qué elocuencia! Vuestra Señoría la verá y juzgará mejor que yo su verdadero mérito y sus primores; mis cortas luces no me permiten más que admirarlo todo y darme a conocer mi insuficiencia para juzgar una cosa tan grande42.



A esta oración se referirá dos veces más, parangonándola con los discursos de Cicerón contra Catilina43. Y cuando envíe a Jovellanos «la Exposición de los Cantares y demás obras latinas de nuestro fray Luis de León»44, se explayará   —811→   en un pasaje que no sólo trasluce la veneración, sino su profundo conocimiento de la obra del maestro:

[...] y ojalá en este mismo punto fuera yo dueño de todos sus preciosísimos manuscritos, para poder de la misma manera tener el gusto de obsequiar con ellos a Vuestra Señoría [...]. Esta obra es tan exquisita como cuanto salió de su mano, y comparable al original castellano, de un latín purísimo y de una erudición escogida. Yo he deseado siempre se hiciese una edición de todas sus obras, así latinas como castellanas, valiéndose de los mismos manuscritos originales, que todos paran en este convento, el de Alcalá y el de esa corte de San Felipe, y escogiendo entre la multitud de sus poesías inéditas las que son verdaderamente suyas. La Exposición de Job, obra tan preciosa como los mismos Nombres de Cristo, es lástima que esté aún inédita, por el ligerísimo inconveniente de tener antes del comentario el texto traducido. Sus cuestiones y disertaciones son por lo regular expositivas, y todas muy curiosas, sin el vano aparato ni los sofismas de las escuelas. Entre los manuscritos de esta universidad hay también inédito un Método de latinidad, trabajado por él y por mi paisano el célebre Brocense, que, como todas las cosas buenas, tuvo la desgracia de ser reprobado en el claustro y haberse después sepultado en la oscuridad de un indigno olvido. ¡Cuánto hubieran ganado estos estudios con su ejecución y observancia! ¡Cuánto las letras españolas!45



Ya fuera del epistolario, encontramos una alabanza indirecta en su discurso de toma de posesión en la Academia, refiriéndose al castellano como «el hermoso lenguaje de los Granadas y Leones y Garcilasos, Herreras y Argensolas»46. E incluso en su poesía, hallamos algunos elogios al maestro con los que cerraremos este apartado. Nada menos que de 1768-1770, cuando el poeta contaba unos quince años, son estos versos:


Veréis que en nuestra España
de nuevo otra vez nacen
Castros, Canos, Leones,
Sotos, Granadas, Suárez47.



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La oda XXVII, a la que volveremos, nos presenta «el coro de divinos poetas» a los que sigue el autor:


[...] El canoro
cisne de Mantua y el amable Teyo,
la dulce abeja del ameno Tíbur,
Laso y el culto Herrera
del Tormes a la plácida ribera
me arrastran; y tú, en lauro coronado,
oh gran León, que tu laúd hiriendo
tierno en el bosque umbrío
frenaste el curso al despeñado río48.



Y en una larga lista de «cisnes del Castalio río», apela a Homero, Virgilio, Milton, Horacio, Tibulo, Ovidio, Racine, Corneille y Voltaire, antes de convocar, una vez más, a los constantes tres españoles del quinientos:


[...] del dulce Laso la feliz llaneza,
del grave Herrera la sonante lira,
del gran León el gusto y la belleza
vengan, y cuantos Cintio afable inspira,
a acordar con sus números rientes
los trinos que mi cítara suspira49.



Por cierto que estos tres pasajes anticipan un aspecto muy relevante de la estima de Meléndez por fray Luis, y es el de su continuidad en el tiempo: a los quince, a los treinta, a los cincuenta años, el poeta extremeño ensalza, alaba (e imita, como veremos) al maestro agustino50. Pero no adelantemos acontecimientos.





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ArribaAbajo La lengua literaria de Meléndez Valdés

Entraremos ya en la poesía de nuestro autor. Leer a Meléndez a la luz de fray Luis de León nos permitirá no sólo señalar tal o cual pasaje o tema o poema derivado del maestro de Salamanca, sino establecer elementos menores, usos lingüísticos, de los que están empapados los versos del extremeño. A ello nos disponemos, conscientes tanto de la dificultad de reducir nuestros varios cientos de fichas a unas pocas páginas, como la de determinar lo que procede directamente del agustino y no de otros influjos. Esta última se revelará a veces insalvable, pero no por ello renunciaremos a nuestra aproximación.


Arcaísmos

Meléndez constituye uno de los autores más aplicados al empleo de arcaísmos, por medio de los cuales pretende acercar su poesía a los modelos quinientistas51. Y contribuyó con esta práctica a lo que sus detractores llamaron maguerismo o magüerismo, término con que se cifraba el que a muchos parecía empleo tan exagerado como forzado de voces antiguas52. Pero las razones son bien claras, como escribe el autor en su «Advertencia» de 1785 (y repite casi a la letra en la de 1797):

En el uso de arcaísmos, o de palabras y locuciones anticuadas, no ha sido muy escrupuloso, porque está persuadido a que contribuyen maravillosamente a sostener la riqueza y noble majestad de nuestra lengua, y que valiera más restablecer su uso que adoptar otras voces o frases de origen ilegítimo que la desfiguran y ofenden53.



No todos, obviamente, pero sí muchos de estos usos arcaizantes proceden de fray Luis. No así maguer, que Meléndez emplea sólo una vez (78:9)54 y nunca   —814→   el maestro, ansina (334:20, entre otros), vía (por veía, 413:120 y 126, 424:19, 444:11 y 52, etc.), muy de Garcilaso, o los del tipo mientra (385:13, 406:102, etc.) o entonce (410:208, 435:36). De fray Luis, pero también de Garcilaso, pueden proceder crueza (335:160), tamaño, «tan grande» (272:142, 299:3, 335:208), o la aféresis ora u hora (por ahora, que se cuenta por decenas en Meléndez: 140:79, 159:15, 211:34, etc.). De ambos o de Herrera podrían provenir apócopes como un hora (247:27, 297:2, 432:19, etc.) o buen hora (36:17, 37:73, 115:5, etc.), la asimilación -ll- del infinitivo, escasa pero presente (corrella 440:91, vellos 456:65, hacellos 475:472), o términos como agora (305:2, 418:428, entre otros) o aquesto (265:13, 479:286). Sin embargo, cabe decir que arcaísmos de varios de estos tipos aparecen en poemas de clara filiación luisiana (núm. 284, 439, 447, 451, 475, por ejemplo), lo que postula con fuerza a fray Luis como inspirador. E indudablemente luisianos, por su frecuencia o su condición característica, son contino (ya adjetivo, ya adverbio, 38:38, 83:46, 160:29, 170:16, 173:21, etc.), desparecer (6:62, 9:48, 26:55, 30:59, etc.)55, ruga (27:53, 39:21, 56:75, etc.), el imperativo con pronombre antepuesto (de un triste os doled 143:70, y allá te retira 201:26, a mis ruegos te inclina 221:85, de tu mal hado te queja 233a:13, etc.), o muy más (muy más suave 2:19, muy más bella 20:40, muy más grato 24:21, muy más presto 56:89, etc.), uso este potenciado por Meléndez.




Léxico

El léxico luisiano impregna absolutamente la poesía del extremeño. En algún caso, resulta complicado distinguir su uso de los de Garcilaso, de Herrera o de la lengua en general del XVI. Asimismo, varios de los términos que citaremos a continuación podrían considerarse arcaísmos semánticos, pues no es fácil establecer fronteras temporales estrictas para el sentido de algunas voces.

Sea como quiera, del agustino procede el uso de de, «desde»56 (FL de allí levantado 10:51. MV de su alto trono 23:40, de niño 60: 12, de alta cima 359: 86, de la playa 431: 65, etc.), las locuciones a porfía, frecuente en fray Luis y no tanto   —815→   en Meléndez (MV 84:34, 210:60, 363:22, 47 y 103, 406:31), y de gente en gente (MV 358a:54, 447:146), así como ser tiempo (FL Tiempo fue, cuando osé de amor vencido 29:34. MV Tiempo, adorada, fue cuando abrasado 287:1, Tiempo será que tu inocencia brille 416:137, Tiempo fue, gran Jovino, que amarrado 418:1, etc.), y el muy luisiano ser poderoso (MV es poderoso a olvidarlos 272:40, ¡Quién fuera a bien contarlas poderoso! 418:345, si es mortal voz a tanto poderosa 477:30).

En los verbos, no necesariamente del maestro es el empleo de curar (59:141, 336:6, 418:358); sí lo parecen cortar, prestar y torcer, que se usan en versos cercanos a fray Luis (MV cortando el aura leve 98:10, ¿Qué me presta su brillo 109:26, ya con paso torcido 83:38), así como anegarse (MV 12:40, 212:47, 253:56, 418:323, procedente de en él ansí se anega FL 3:28), ceñir, frecuente en uno y otro autor, aunque Meléndez raramente lo usa en el sentido latino de «acompañar» (FL ceñido el oro/ crespo con verde yedra 19:16-17. MV ceñidas de un verde lauro 221:74, además de 2:16, 6:11, 9:14, 10:66, etc.), y, desde luego, menear (MV blandamente el aura la menea 377:33 se acerca a FL los árboles menea 1:58, entre otros ), y derrocar, que, aunque aparece en Garcilaso, es voz muy típicamente luisiana, recogida profusamente por Meléndez hasta calcando al agustino (FL al hondo derrocado 15:12. MV cayó al hondo abismo derrocado 477:11, además de 399a:9, 404:67 y 74 ,406:56, 416:46 y 142, etc.) y hasta haciéndola suya en la prosa de alguno de sus Discursos forenses57.

También varios sustantivos nos remiten al siglo XVI en general, esto es, tanto a fray Luis como a Garcilaso o a Herrera, por citar los tres modelos de nuestro autor. Podría ser el caso de cielo o cielos, «Dios o su providencia», y pecho, «alma, espíritu, sentimientos»,que uno y otros usan con profusión58, e incluso de punto, «momento» (MV 5:61, 30:36, 55:68, 82:37, 91:25, etc.), y hasta de son, «sonido» (26:2 y 29, 53:59, 104:5, 129:13, etc.), o saña (477:227 y 396). En otras ocasiones, los empleos coincidentes postulan a fray Luis: armonía (FL dulcísima armonía 3:25. MV 377:28), breñas (MV 304:3. Garcilaso, breña, en singular), furor (FL insano/ furor 47:901-902. MV su furor insano 478:205, además de 477:135, 163, 166, 166, 284 y algún otro), liga (FL y con ligas engañosas 47:242. MV con la liga engañosa 334:68, y 141:66, 330:434, 418:39, etc.), o torbellino, característico del maestro (MV 10:85, 48:38, 56:86, 380:30 y 31); igualmente pujanza (FL 7:29. MV 403:4) y   —816→   sobretodo alteza (MV 169:104, 191:30, 427:19, 428:122, etc.), que, aunque también es de Herrera, tiene tanto en el verso como en la prosa de fray Luis destacada presencia. Claramente luisianos son asiento (entre otros, firme asiento FL 10:14. MV 428:216. FL alto asiento 8:68. MV asiento alto 477:188), bienandanza (eterna bienandanza FL 31:24. MV 322:57, 418:5), bramido (MV 477:119), flotas (MV 448:152, 473:80), haces, «ejércitos» (448:154, 477:440 y 480), mineros (11:10), pimpollo (428:328, 479:77), el cultismo plectro (406:20, 414:19, 428:54), quilates, muy usado por fray Luis, más en su prosa (MV 59:42, 247:22), y sobre todo suelo, «mundo terrenal», especialmente cuando va opuesto a cielo y en rima con éste59.

El empleo del epíteto, o de la adjetivación en general, presenta una larga lista de casos en los que Meléndez coincide con usos comunes de la lengua poética del siglo XVI: airado, agudo, almo, alto, amargo, ardiente, áspero, bajo, bárbaro, blando, claro, constante, crudo, divino, dulce, eterno, favorable, fiero, flaco, inocente, manso, mortal, peregrino, puro, raro, ronco, santo, sereno, sosegado, torpe, vano. Bien es verdad que varían las respectivas frecuencias de uso en Garcilaso, fray Luis o Herrera -insistimos: los tres modelos de Meléndez-, pero todos ellos aparecen en nuestros cuatro poetas. No obstante, hay ocasiones en que los sintagmas de los que forman parte nos acercan más al maestro agustino. Podría ser el caso de dulce, en dulce sueño (FL 5:22. MV 418:333), dulce voz (FL voz dulce 41:3. MV 418:338), dulce canto (FL 42:56. MV 456:80), dulce pasto (FL dulces pastos 13:8. MV 239:67), y algún otro; el de fiero, en moro fiero (FL africano fiero 20:139. MV 270:157) o parto fiero (FL 37:112. MV 403:4), sin contar casos como fiero mal, dolor fiero o tigre fiero, que parecen tópicos; el de mortal, en expresiones como mortal quebranto (MV 311:5, 211 y 314), mortal velo (MV 311:334) o veneno mortal (MV 418:136), que no reproducen pero sí recuerdan sintagmas luisianos (fiero quebranto, corporal   —817→   velo y sierpe mortal, respectivamente, en FL 25:8, 14:32 y 9:12)60; el de serena, cuando alude a la noche serena, tan luisiana (MV 322:13); el de rara, en el sintagma belleza rara (FL 4:26. MV 449:144); el de sosegado, a través de paso sosegado (FL sosegada, /el paso 1:51-52. MV 428:3); y el de vano, que aparece en vana sombra (FL 8:20. MV 443:4) o nombres vanos (FL nombre vano 16:7. MV 449:39).

Otros adjetivos o participios, aun siendo también más o menos comunes en la lengua literaria del XVI, parecen asociarse sin vacilar a fray Luis. Así sucede en acordado, empleado por el maestro en su «Vida retirada», nada menos (MV 31:7, 325:52, 330:58, 467:69); en ciego, frecuente en fray Luis y frecuentísimo en Meléndez, quien lo utiliza en enunciados tan luisianos como error ciego o ciego error (MV 58:32, 146:32, 418:154, etc.), ciego vulgo (MV 411:306), ciega noche (85:32), ciego de ira (427:143)61; también en luciente, con expresiones como sol luciente (174:60), muy de fray Luis, y con varias más que no son del maestro en la letra pero sí en el espíritu: lucientes esferas (MV 214:62), pabellón luciente (234:82), astro luciente (331:118), escuadrón luciente (477:35), etc.; y asimismo en vil, otro de los términos luisianos que Meléndez multiplica: vil vulgo (478:203) o polvo vil (442:7, 477:52), por ejemplo, recogen el menosprecio de lo terreno que presentan las obras de nuestros dos catedráticos de Salamanca62.

Quedan aún los adjetivos propiamente luisianos. Creemos que es el caso de libre, en locuciones como libre de amor, de celo (FL 1:39), que Meléndez convierte en libres/ de envidias, de partidos (MV 37:63-64), o libre ya del grave mal pasado (FL 31:3), que el extremeño imita en libres ya de los grillos (MV 83:6); también de tendido, «extenso»: tendido mar, mar tendido o tendidos mares leemos en Meléndez (MV 478:223, 478:246, 440:124) siguiendo sintagmas semejantes de fray Luis (FL 20:51,40:92, 47:842, XII:23)63; asimismo de pajizo, que sólo   —818→   aparece en una ocasión en la poesía luisiana, para referirse a la morada del humilde, en el sintagma techo pajizo (FL 14:6), y que Meléndez recoge con idéntico sentido en pajiza choza (MV 330:217), chozas pajizas (411:98) y pajizos lares (413:83); y, cómo no, es el caso de mundanal, que el agustino utiliza también una sola vez en su poesía original (FL 1:2, el mundanal ruïdo de la «Vida retirada», que conocen hasta quienes jamás han leído al maestro), y Meléndez, igualmente de forma parca, pero bien significativa: mundanal contento (MV 27:10), mundanales alegrías (328:124), mundanales ansias (360:54). Y, sin que nos parezca una tendencia definida en fray Luis, sí juzgamos que los cuatro adjetivos en -al que Meléndez emplea en «La creación o la obra de los seis días», obedecen al reclamo del maestro: celestial venero (MV 454:83), eternal ventura (454:90), mente humanal (454:108), eternal firmeza (454:156), pues todos ellos aparecen alguna vez en los versos luisianos.

Párrafo aparte merece la adjetivación en -oso, con uso llamativo en Meléndez, tanto por su cantidad total como por la rareza de algunos de los empleos. Una vez más, la tendencia a la utilización frecuente de estos adjetivos la hallamos también en los poetas del XVI, quienes buscan innovar la lengua literaria a través de ellos, unas veces recogiendo formas latinas, otras desarrollando posibilidades del castellano. Y así, junto a los que suenan más o menos comunes (dichoso, peligroso, gozoso, hermoso, amoroso, sabroso, envidioso, glorioso, etc.), encontramos en Garcilaso casos como los de congojoso, polvorosa, umbrosa, undoso, abundosa, cerdosa, ganchosos, corajoso o pensoso. En fray Luis, sanguinoso, oficiosas, sonoroso, ramosos, pampanoso, montuosa, hazañosos, faltoso, querelloso o vagaroso. En Herrera, nevoso, nublosa, ondosa, sombrosa, tempestoso, hojoso, montoso o herboso. Considerados los tres autores del quinientos, es fray Luis quien utiliza el procedimiento más abundantemente64, con lo que podemos afirmar que ésta es también, en parte, una fórmula de filiación luisiana65. El agustino usará, además de los citados, bastantes más, como deleitoso, tempestuoso, airosa, monstruoso, venturoso, hervoroso, fervoroso, lloroso, presurosos, vigorosos, ponzoñosa, venenoso,   —819→   medrosas, ñudosa, pavoroso, afrentosa, fragosa, lagrimosos, enojosa, suntuosos, furioso, artificioso, pegajosa, espacioso, correoso, bullicioso, vicioso, sañoso, gananciosa, nebuloso, etc. Pues bien, del total de adjetivos con este sufijo empleados por fray Luis, apenas una treintena está ausente en Meléndez, quien, de nuevo, potencia el procedimiento, insistiendo tanto en su uso -calculamos que pasa del millar el cómputo total- como en el prurito de buscar la novedad. Además de casi todos los citados ya, hallamos ominoso, lumbrosos, ruborosa, mañosa, anheloso, cavilosos, cuidosa, rugosa, melindrosos, chismoso, cenagosos, caliginosa, vadosas, respetoso, bonanzosos, añosa, temoso, coposos, decorosas, lustroso, tedioso, desidiosa, insidiosa, odorosa, pasmoso, vedijoso, vidroso, entre otros. Se emplean a lo largo de toda su obra, y en algunos poemas se cuentan por decenas. Así, encontramos 26 casos en el núm. 388, 28 en el núm. 474, y hasta 40 en el núm. 47566.

El uso melendeciano del superlativo en -ísimo le asocia una vez más a fray Luis, de quien depende en parte la naturalización de esta forma en la segunda mitad del XVI67. Baste señalar, para comprobarlo, el empleo de altísimo en sintagmas de clara inspiración luisiana: la altísima mano que sustenta/ el orbe (MV 413:169-170), altísimo asiento (452:74), en las altísimas esferas (454:192), la altísima morada (477:687), entre otros casos presentes. Como también proviene de fray Luis la fórmula no+adjetivo (o participio), que el agustino, obviamente, no inventa, pero que sí difunde ampliamente. Sin salir de sus cinco primeras odas encontramos Un no rompido sueño (FL 1:26), luz no usada (3:2), no perecedera/ música (3:19-20), la no hundida/ nave (4:44-45), el no tocado/ tesoro (5:21-22), que se corresponden en Meléndez con el no buscado esmero (MV 59:47), delicia/ no acostumbrada (91:26-27), rosa no tocada (101:6), no vista hermosura (358a:24. Cf. no vista belleza FL 31:9), en grata y no envidiada medianía (429:32), etc. Finalmente, el uso de mal+adjetivo, latinismo semántico   —820→   introducido por el propio fray Luis68, constituye otro elemento de la imitación de nuestro poeta, a veces incluso directa: los daños del veneno/ que bebí mal seguro (FL 14:23-24), o que la orilla es mal segura (FL 39:134), asoman en Meléndez en ni en mal seguro leño (MV 2:23), o buscan de los hombres/ el mal seguro asilo (48:31-32), o apenas mal seguro/ del golpe inexorable (55:89-90); los luisianos No causará el vecino grey malsano (FL 37:91) y por donde los colmó el pecho malsano (FL 95:32) parecen evocarse en ¿o su malsana vanidad siguiendo (MV 467:11), y aun encontramos en el autor extremeño Mal fija (35:61), mal unidas rocas (57:11), mi corazón mal contento (227:53), mal firmes (244:64), mal logrado tiempo (454:346-347), etc.




Cultismos semánticos y usos retóricos

Ello nos conduce a la consideración de algunos otros cultismos semánticos empleados por fray Luis y que Meléndez acoge en sus versos. No es práctica asidua, pero sí muy significativa por su peculiaridad. Así tenemos perdonar, «ahorrar, escatimar»: perdone a tu mejilla/ el miedo que su púrpura mancilla (MV 353:3-4, como en FL 7:63); decir, «cantar, celebrar»: Di en él de tu zagala/ la esplendente belleza (MV 336:34-35, semejante a FL 19:5, 21, 46, 56 y 57, entre otros ); convertir, «dirigir»: que a ti convierten sus llorosos ojos (MV 409:32), y todos hacia ti convierten/ los solícitos ojos (413:44-45), dependientes sin duda de Convierte piadoso/ tus ojos y nos mira (FL 19:81-82) o y convierte/ tus ojos por los siglos ya primeros (FL VIII:19-20)69. Muy numerosa es la presencia de insano, «enloquecido, enfurecido»70, empleado en alguna locución de raíz luisiana calificando a furor (MV 454:126, 468:162, 478:205. FL 47:901-902), y en otras como gemir insano (MV 272:230), dolor insano (311:328), odio insano   —821→   (322:34), insano amor (326:53), etc. Inequívocamente de fray Luis, que es su introductor en castellano, procede «¿qué?, ¿por qué?, ¿para qué?», en empleos que derivan directos del maestro: ¿Qué valen, ay, tus quejas? (MV 21:9), ¿Qué valen los rizos de oro (207:17), pues ¿qué valen/ su oro y pompa y señorío (241:30-31), ¿Qué vale que fantástica retrates (351:5) ¿Qué valen tantas raras invenciones (411:308) ¿Qué vale el alto estado?/ ¿Qué vale la riqueza (479:751-752), ¿Qué vale, Julia, que amorosa premies (421:1), en este caso último iniciando incluso el poema, al igual que en fray Luis ¿Qué vale cuanto vee (FL 12:1. Cf. también FL 5:21 y 12:51). Y, como tantas veces, Meléndez no se limita a repetir la fórmula de su modelo, sino que la hace suya y la emplea por doquier: ¿Qué te detienes (MV 7:25), ¿Qué temes/ la grita de los viejos? (52:43-44 y 187:21-22), ¿Qué te burlas donosa? (192:15), ¿qué nos detenemos? (221:81), ¿Qué sirve que al cielo ruegues (264:5), etc.

Sin salir del ámbito del significado, parece posible que la propensión de Meléndez a la utilización de eufemismos o designaciones indirectas de Dios, sobre todo en las odas filosóficas y sagradas, se deba no sólo a las tendencias deístas coetáneas, sino quizá también en parte al ejemplo de fray Luis, quien posiblemente por influjo de la Biblia emplea expresiones como tu Bien soberano (FL 6:18), el Buen Pastor (13:10), el Alto y el Humilde (19:22), entre otras más del Libro de Job en tercetos, hasta constituir una tendencia con la que el poeta extremeño parece presentar algún punto de contacto: el Muy Alto (MV 423:36) o el Altísimo (MV 427:59) recuerdan al recién citado (o a FL XXIII:41); Aquél que inmóvil ve desde su altura (MV 311:317) se asemeja a el que en la altura mora (FL XXXI:5); el Hacedor (MV 439:52 y 134) también está en fray Luis (FL 21:24), y a ellos añade Meléndez un largo número, que destaca especialmente en «El hombre imperfecto a su perfectísimo Autor» (MV 443), donde leemos Ser Eterno, Ser Infinito, Fuerte, Vida, Sabio, Inmutable y otros.

En cuanto a la metonimia, tanto fray Luis como Meléndez emplean profusamente ciega y mil por «muchos». Si encontramos bastante el primero: cien besos (MV 5:56), cien y cien veces (14:35), cien trenzas de oro y seda (17:83), cien vistosas flores (20:41), Cien insectos alados (33:21), etc., el empleo del segundo llega a hacerse constante, casi obsesivo, incluso en la prosa del autor. Y de nuevo parece que nos hallamos ante uno de los usos que el extremeño desarrolla a partir de fray Luis, pues, aunque también Garcilaso y Herrera lo utilizan, su presencia en poemas tan influidos por el maestro como los núm. 346 ó 431 abona de nuevo el origen luisiano. Hay además en este uso no pocos sintagmas idénticos entre los versos de ambos escritores: siglos mil (FL 6:90 y 9:40. MV 479:1306 y otros), bienes mil (FL 8:54 y 86:62. MV 413:235), mil vueltas (FL 17:18. MV 82:67 y otros),   —822→   mil veces (frecuentísimo en ambos), mil partes (FL 30:32 y otros. MV 282:3 y otros), mil males (FL 37:76. MV 316:5), mil flores (FL 37:101. MV 15:7 y otros), mil versos (FL 45:89. MV 255:44), además de una larga serie en uno y otro poeta, que en el caso de Meléndez llega no a varios miles, pero sí a varios centenares.

También cadena, «esclavitud, prisión», resulta un uso metonímico que Meléndez parece deber a fray Luis: el recuerdo de bárbara cadena (FL 7:80) o Rompiste mi cadena (FL 12:61) se adivina en En fin rompí la bárbara cadena (MV 462:1), romper no puedo la cadena (MV 301:12), romper sus cadenas (4:12) o ¿será que rompa/ las cadenas que me atan con la tierra? (467:1-2). Y saca de cadena/ los pies injustamente aherrojados (FL 101:26-27) parece proyectarse en aherrojándome imperiosos/ con sus cadenas fatales (MV 205:49-50). Lo mismo sucede con techo (alto, dorado o labrado), «lujo», el cual, aunque ya en Garcilaso, se lee en algún poema de Meléndez con fuerte influencia de fray Luis (MV 457:2, que recuerda a FL 1:8, 30:57, 31:19, etc.). En polvo o lodo, «el ser humano» o «lo humano» (FL 6:35, 93:49. MV 469:33), y oro, «riquezas», no podemos asegurar dependencia directa.

Con algunas metáforas, nuestro poeta se acerca también al maestro. Es el caso de la visión alegórica de la vida, el hombre y sus anhelos y penurias, a través de las menciones de mar, nave, navegante, puerto, tempestad y otras. Aunque se trata de usos muy comunes, la conexión con el agustino parece indudable, no ya sólo por versos tan conocidos y celebrados como los de la «Vida retirada», sino por la patente relación que, al igual que otras veces, descubrimos en pasajes o contextos claramente luisianos. Valga este ejemplo, en el que Meléndez calca además el sintagma miseria extrema (FL 6:67): Tú solo a un triste,/ leal, confidente en su miseria extrema,/ eres salud y suspirado puerto (MV 468: 2729). Otros empleos de puerto (MV 27:58, 56:124, 414:90), Piar (MV 51:87, 469:105), nave (MV 205:44, 469:104) o leño (con la metáfora doblada por la metonimia. MV 244:34. FL 1:62 y otros), tempestad o similares (MV 473:282), nos sitúan en este ámbito. Igualmente recoge Meléndez la imagen de la cárcel, con expresiones muy cercanas a fray Luis; así lo revelan -aunque en forma de comparación- versos como cual siervo en dura cárcel (MV 55:66) o morar como en cárcel dura (MV 238:3), tan próximos al célebre y mira un miserable en cárcel dura (FL 21:5). También emplea varias veces, como el poeta castellano (FL 15:15-21), niebla o tiniebla para significar la confusión, el error, el vicio, contrapuesta además a luz o similares, que simbolizan la verdad o la virtud. Así en entre el horror y las eternas nieblas/ en que clamaba mísero y perdido (MV 462:39-40), o Mas luego la razón, que a su luz pura/ del ánimo la niebla desvanece,/ de la virtud me muestra la hermosura (MV 467:52 -54), o cual se despeña la tiniebla obscura/   —823→   del albo día ante la llama pura (MV 427:7-8), y algún otro. Finalmente abrojos, «penas, sufrimientos» (FL 16:11 y 17:21), aparece en flores pensé coger, y halléme abrojos (MV 301:7), ¡Cuál me lleva el Amor, cuál entre abrojos/ me arrastra y me revuelve (MV 304:1-2), o de tus gustos/ la flor huyó, quedaron los abrojos/ como castigos justos (MV 431:22-24).




Morfosintaxis

Bastantes de las peculiaridades morfológicas y sintácticas que presentan los versos de nuestro autor se deben, una vez más, a la imitación de los clásicos del XVI, y constituyen otro ámbito en el que Meléndez arcaíza su expresión en busca de la razón y el buen gusto que él quiere llevar a la poesía de su tiempo. Aun sin descartar a fray Luis, no puede asegurarse que provengan del maestro usos del artículo en casos como la arpa (MV 456:15; la agua o la alma en FL 38:98, 55:4 y otros), el ancha faz (MV 318:20), el ancha vega (MV 428:1), el alta roca (MV 437:25. FL el alta peña 37:103), el avecilla incauta (MV 479:919), e incluso en el empleo del posesivo: la mi frente (MV 170:37), el tu pelo (192:7), la su vida (330:588), entre otros (Cf. FL 4:53, 39:66, 86:53, XXXII:43). En cambio, nos atreveríamos a postular a fray Luis como principal inductor para las elisiones del determinante -muy poco empleadas por Garcilaso, mucho más por Herrera-, que se revelan frecuentísimas en nuestros dos catedráticos salmantinos. Nos referimos a expresiones como Su bullicio y arrullos (MV 14:13), sus besos y halagos (14:14), el poder y atractivo (83:64), tu voz y gesto y tono (124:23), mi flauta y caramillo (331:129), y una larguísima serie, en la que alguna vez parece transparentarse la imitación directa: el alma y pecho mío (MV 192:5. FL El canto y lira mía 34:1), su donaire y gracias (MV 272:25. FL tu donaire y hermosura 90:57), y más aún en el verso la gracia de su rostro y hermosura (MV 376:66. FL que vieron de tu rostro la hermosura 18:12).

La introducción del complemento agente con la preposición de pervive aún en la época de Meléndez -y hasta en la nuestra-, pero no deja de constituir otro rasgo deliberadamente arcaizante, que de nuevo asocia a nuestro poeta y a su modelo. Aunque también empleado por Garcilaso (y menos por Herrera), el recuerdo de fray Luis parece vivo en oprimido/ del error (MV 406:52-53. FL llevado del error 28:3), coronadas de laurel sagrado (MV 408:12. FL de yedra y lauro eterno coronado 1:82), del Amor mismo guiado (MV 221:76. FL De amor guiada y pena 6:51), del dulce ardor tocado (MV 374:2. FL del dulce ardor llevado 26:9), de fantasmas mil cercado (MV 468:139. FL de bienes mil cercado 8:54), etc. No es casual que varios de estos versos presenten alteraciones en el orden sintáctico, como veremos a continuación.

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Mucho más escaso, y menos luisiano a la vez, resulta el empleo de la interrogación con o dónde para formular el clásico ubi sunt, aunque no puede descartarse la huella directa en casos como los de ¿Dó vuelas? (MV 21:22. FL ¿Dó vuelas presurosa? 18:23) y ¿Dó huyeron tu viveza y alegría? (MV 422:52. FL ¿Y dó se ha ido/ aquel raro valor? 19:71-72). No sucede lo mismo con el empleo de huir transitivo, tan característico de fray Luis desde la del que huye el mundanal ruïdo (FL 1:2), que deja su huella en todo el pasaje Cuando a mi pobre aldea/ feliz escapar puedo,/ las penas y el bullicio/ de la ciudad huyendo (MV 41:1-4), y en versos como aquel que, al cielo alzado,/ huye lo popular (MV 428:249-250), o huyendo en torva faz siempre las gentes (MV 311:284. Cf. también FL 14:17-18). Profundamente luisianos son aun versos en los que Meléndez alcanza plenamente su ideal de imitación al fundir este empleo con otros elementos procedentes del maestro: donde huyendo veces tantas/ con inocente misterio/ de la calumnia los tiros (MV 238:25-27), Ni busco ni huyo los hombres (246:181), es tal la desventura mía,/ que huyendo el bien, el daño persevera (286:12-13), huyendo este nubloso suelo (311:212)...

Pasemos ahora a considerar algunos aspectos propiamente sintácticos. No es frecuente, pero sí significativo, el uso del asíndeton, que deriva directo del famoso Acude, acorre, vuela,/ traspasa el alta sierra, ocupa el llano (FL 7:61-62), perteneciente a la difundidísima «Profecía del Tajo»71: ven, llega, corre, vuela (MV 128:39, y otros en 84:15-16, 128:65, 130:12, 388:180-181 y 276, 454:142 y 304). Más numerosos son los casos de iteración o paralelismo sintáctico de varios tipos. Así, el pasaje por más que entre mil ansias te lo cuento,/ por más que el cielo mi dolor implora,/ no amaina, no, el tormento (MV 359:74-76) reúne este empleo de por más que... (Cf. FL 15:26-30), calcado de fray Luis, con otro que depende también del maestro (no sufre, no, el amor que es verdadero FL 20:27), y que Meléndez utiliza con cierta asiduidad: No temas, no, que ofendan (MV 5:37), No buscan, no, las sombras (37:41), No tardes, no, que crece (38:25), etc. Muy cerca de éste se halla el esquema No... ni..., que inicia esta oda del extremeño: No con mísero llanto/ aumentes tu penar, ni a la memoria/ traigas los días de voluble gloria (MV 354:1-3), y que, dedicada como está a fray Diego González, debe de apoyarse en una de las dos composiciones de fray Luis que lo presentan: No siempre es poderosa,/ Portocarrero, la maldad, ni atina/ la envidia ponzoñosa (FL 15:1-3), No siempre decendiendo/ la lluvia de las nubes baña   —825→   el suelo,/ ni siempre está cubriendo/ la tierra el torpe yelo (FL 33:1-4), aunque el modelo primero es el conocido Non semper horaciano (II, 9). Y también de Horacio (III, 29, o IV, 12) deriva la fórmula ya... ya..., probablemente pasada por el cedazo del autor renacentista (FL 11:6-13, 20:61-63, 21:86, 42:69-71, 43:86-88, etc.), que Meléndez usa no poco (MV 3:17-20, 12:33-36, 33:17-18, 34:45-46, 37:13-15 y 45-56, 54:13-20, etc.).

Recuerdan igualmente al maestro agustino (FL 7:56-60, 10:36-37 y 56-58, 19:71-75, entre otras) algunas de las series de interrogaciones que emplea Meléndez (MV 341:1-16, 411:225-234, 415:159-180, 416:41-65, 425:137-149, 437:45-56), y también quizá algunas series de exclamaciones (MV 111:13-16 y 45-47, 167:193-196, 430:53-54, 450:27-30, 475:457). En varias ocasiones la imitación parece incuestionable: ¡Lograsen/ la suerte favorable (MV 409:154-155. FL ¡Durase en tu reposo 3:33), ¡Ay, que a las orillas llega [...]!;/ ¡ay, que la plebe/ bate viéndola las palmas! (MV 473:289-292. FL ¡Ay, que ya presurosos/ suben las largas naves!; ¡ay, que tienden/ los brazos vigorosos/ a los remos 7:46-49), ¡Ay, cuánto por lidiar!, ¡cuánta fatiga! (MV 388:100. FL ¡Ay, cuánto de fatiga!; /¡ay, cuánto de sudor está presente 7:66-67), ¡Cuánta hoguera,/ ay, en tu estrago enciendes! (MV 450:27-28), ¡Cuánto, ay, tu engaño de virtud te cuesta! (MV 450:105). Estos últimos versos nos ilustran a la vez del empleo más relevante -y más luisiano- de la exclamación. Nos referimos a ese ay que se intercala en el discurso, y que constituye, de nuevo, uno de los procedimientos que Meléndez aprende de fray Luis, y que luego hace suyo e incrementa. Versos del agustino tan peculiares como éstos: la sesta, ¡ay!, te condena (FL 7:79), con público pregón, ¡ay!, desterrados (17:5), y soy del malhechor, ¡ay!, prisionero (17:44), ¡cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas! (18:25. Cf. además FL 31:34, 37:23-24 y 124-125, 38:50, 44:69, etc.), tienen larga réplica en el extremeño: Haz, ¡ay!, purpúrea diosa (MV 9:89), ¿Qué valen,¡ay!, tus quejas? (21:9), en él, ¡ay! , me durmiera (111:21), ¡Y eres, ay, fementida (136:45, y además 14:47, 18:21, 55:111-112, 56:49, 84:77, 91:19, 96:29..., hasta unos sesenta casos que tenemos registrados).

Sin que sepamos ver deudas precisas, la tendencia de fray Luis al empleo del zeugma, y más concretamente con elipsis del verbo en el segundo o último enunciado, se presenta en Meléndez en unas cuantas ocasiones. Así, casos como éstos que encontramos en el maestro agustino: de verdura vistiendo/ y con diversas flores va esparciendo (FL 1:54-55), por quien la no hundida/ nave, por quien la España fue regida (4:44-45), de cuyo olor la ajena/ casa, la redondez del mundo es llena (19:49-50), el que en poniente, el que en levante mora (20:160), vosotras ni del cítiso florido,/ ni del amargo sauce iréis comiendo   —826→   (37:146-147); casos como éstos, decimos, parecen dar la fórmula al extremeño: a Dorila más tierna,/ y a mí vuelve más fino (MV 25:11-12), yo de su amor naciente/ las tímidas primicias,/ y ella el mío en los trinos/ gozaba de mi lira (30:17- 20), El uno de las mieses,/ el otro del viñedo/ me informan (41:49-51), yo una senda de flores,/ y él la sigue de espinas (58:55-56), a quién el oro,/ a quién mirada encanta cariñosa (469:98-99), etc.

Frecuente y diverso se manifiesta en fray Luis el uso del hipérbaton72. Y también le sigue por esta senda Meléndez: estado el más dichoso (FL 4:79) parece originar mezcla la más fina (MV 96:28), o darás al mar vecino/ ¡cuánto yelmo quebrado! (FL 7:73-74) podría estar tras y a los zagales ¡qué dolor causaste! (MV 350:30). Pero destacan con mucho los tres tipos de transposición que examinaremos. El primero de ellos altera el orden lógico interrumpiendo con el verbo una coordinación. Así en fray Luis: que de los Borjas canto/ y Enríquez la alegría (FL 4:3-4), su luz va repartiendo y su tesoro (8:60), Adonde la azucena/ lucía y el clavel (19:76-77), si el sentimiento/ con dulces fantasías/ te colma y alegrías (74:32-34). Y así en Meléndez: en fatal envidia/ hierven y horror sus pechos (MV 52:17-18), rosas derramando y perlas (214:58), su lumbre celebraba y mi ventura (333:47), el néctar abandonan y ambrosía (361:15), Dulce es morir y honroso por la patria (403:13), y a tu gloria volver y tu ventura (449:25), su consuelo serán y su alegría (459:27), entre muchos otros casos.

Los tipos restantes no son privativos de fray Luis, pues aparecen también en Garcilaso y Herrera. Con todo, inversiones del gerundio como las que siguen muestran varias veces semejanzas que no parecen casuales; compárense con poderoso pie se en salza hollando (FL 15:42), del agua el pecho alzando (FL 20:54, y, de la misma clase, FL 1:52, 8:22, 9:43, 14:37, 19:13, 22:60 y 68-69, 42:57-58, etc.), con otras de Meléndez como éstas: el patrio suelo hollando (MV 449:152), las nubes hollando (454:4), la voz alzando (350:33), el raudo vuelo alzando (383:67), al cielo/ su tono alzando (407:40-41), mi verso al cielo cristalino alzando (428:52), Ferviente hasta el gran Ser la mente alzando (469:49), al cielo el vuelo alzando (475:466, además de MV 382:58, 387:9 y 12, 390:18, 399:3-4, 405:22, 406:49-50 y 85-86, 413:129-130,etc.).

Pero es, con mucho, más usada la inversión que consiste en anticipar un complemento (del nombre, del adjetivo o del verbo) precedido por la preposición de. Y aunque, como decíamos, este tipo es común a Garcilaso y a Herrera, las semejanzas de detalle entre fray Luis y Meléndez, y más aún su empleo destacado   —827→   por el extremeño en composiciones de claro sabor luisiano (así las núm. 346, 355, 388, 424 o 431) no dejan lugar a dudas. Leamos a fray Luis: de los soberbios grandes el estado (FL 1:7), de Leda el parto (2:14), de los eternos bienes la nobleza (4:47), De amor guiada y pena (6:51), de furor y ardor ceñido (7:10), de bienes mil cercado (8:54), de mil bienes llenos (8:80), del dulce error llevado (26:9), de gracia lleno (31:54), De flores coronado (42:121), etc. Y leamos a Meléndez: de luceros coronada (MV 206:58), del Amor mismo guiado (221:76), de tan clara virtud y amor guiado (407:67), de gozo llena (295:2), de amor lleno y de temor sagrado (352:11), de nubes y zozobras lleno (367:11), de gloria lleno (388:44), de la virtud el júbilo divino (297:14), de temores sosegado (311:253), del dulce ardor tocado (374:2), de espigas de oro coronada (413:73), del ciego error premiado (418:364), de su virtud el celestial sosiego (422:27), y de la patria el nombre esclarecido (428:11), del cielo la alta cima (436:50), de tu saber la alteza (454:519), de fantasmas mil cercado (468:139)... Observará el lector que las semejanzas formales unas veces, el contenido luisiano otras, hacen patente una vez más la imitación del extremeño. Y los casos se cuentan por cientos a lo largo de los versos del poeta setecentista.






ArribaDel verso al poema

Una vez establecidos los rasgos luisianos más sobresalientes de la lengua de Meléndez, estamos en disposición de abordar otros elementos mayores derivados de fray Luis: la métrica, los temas, versos y pasajes, antes de considerar los poemas enteros que concentran aspectos atribuibles al influjo del maestro agustino.


Métrica

Como es sabido, fue fray Luis de León quien dio carta de naturaleza en nuestras letras a la lira garcilasiana tras su primer empleo por el poeta toledano. Salvadas las distancias de todo orden, algo muy semejante es lo que hace Meléndez dos siglos más tarde, después de algunos tanteos de Moratín padre, Cadalso y sobre todo fray Diego Tadeo González. Y también en este sentido, como en tantos, el de Ribera del Fresno será el restaurador de la poesía del momento: con la excepción única de Jovellanos, hallaremos la lira en los poemas de Iglesias de la Casa, Forner, Moratín hijo, Noroña, y, ya entrando de lleno en el siglo XIX, Arriaza, Lista, Solís y Somoza73.

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En efecto, encontramos en Meléndez no sólo la lira, sino el resto de estrofas aliradas que fray Luis había traído a la poesía castellana. De hecho, la más utilizada es el cuarteto-lira, también procedente del agustino, quien, sobre todo en sus traducciones de Salmos, había utilizado las variantes AbAb y aBaB. Meléndez -como llevamos dicho tantas veces en diferentes aspectos- recoge y potencia el uso, y a estos tipos añade bastantes más: ABcC, abBA, AbBa, AbaB, ABCb y aBcC, alguno de los cuales emplea con cierta profusión, hasta aparecer en un total de 28 composiciones, cifra nada desdeñable74. La lira propiamente dicha (aBabB) es usada en 20 poemas75; dos veces aparece el sexteto-lira76; y cinco, una particular lira o más bien quinteto77. Tenemos, pues, al menos 50 poemas de versificación luisiana, un buen número de los cuales corresponde, en la estela del maestro, a las odas compuestas por nuestro autor78.

Como en fray Luis, la andadura de la estrofa de Meléndez se ve favorecida por el uso del encabalgamiento, que contribuye fuertemente a dar la impronta luisiana a muchos de estos versos. Compruébese en esta lira tomada prácticamente al azar:


TÚ el pecho generoso
me das de tus amigos; tú fomentas
su amor, y cariñoso
en mi cantar me alientas
y de mi humilde musa a todos cuentas


(MV 457:41-45).                


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Un caso particular de encabalgamiento, la llamada tmesis o partición de la palabra a caballo entre dos versos, nos proporciona, aunque único, un interesantísimo elemento más de la imitación de Meléndez. A la relativa frecuencia con que fray Luis emplea el procedimiento (hasta cinco veces), el extremeño se suma con esta presencia en un poema alejadísimo de la sensibilidad del agustino -resulta próximo más bien a las jácaras de Quevedo-, y que viene a mostrarnos cómo fray Luis «aparece» incluso donde menos se le espera, puesto que la filiación luisiana del fenómeno es indisputable: que mire usted apurada-/ mente que ya por darlo/ está rabiando el alma (MV 417:146-148).

Volviendo a las liras, Meléndez llega a calcar la distribución misma de las consonancias de fray Luis. Así ocurre al menos en cuatro de sus composiciones:


Deja, dulce Jovino,
el popular aplauso, retirado
conmigo do el divino
Apolo al concertado
plectro te canta tu dichoso hado


(MV 350:1-5).                



   o va si el velo umbroso
corre la augusta noche y al rendido
mundo llama al reposo
y el escuadrón lucido
de estrellas lleva el ánimo embebido


(MV 429:41-45).                



   ¡Oh, luzca el fausto día!
¡Oh, luzca al fin, en que la paz gloriosa
te abrace, oh patria mía!
En calma deliciosa
torne el cielo tu cólera ominosa


(MV 450:106-110).                



    Así contino suene
tu dulce labio, cuyo son sagrado,
a par que me enajene,
rompa el yugo pesado
do aún gime este mi pecho mal su grado


(MV 455:61-65)79.                


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Recordemos además la frecuencia ya citada de la consonancia suelo-cielo, que no sólo se presenta muy asiduamente, sino que vale para marcar el contraste entre esos dos polos en que fray Luis cifra respectivamente la realidad y el anhelo.

En suma, no hay duda de que la imitación de Meléndez nace de una perfecta captación de los contenidos y las formas de nuestro poeta renacentista.




Temas y motivos

Y también de los temas. Considerando sólo parcialmente la poesía del autor, y dejando de lado lo que en ella hay procedente de Virgilio, Anacreonte, Garcilaso..., fray Luis sigue estando presente en sus contenidos. O, para ser más justos, Horacio a través de fray Luis: el modelo del sabio estoico horaciano pasado por el tamiz cristiano del poeta agustino. Y así -aun simplificando quizá en exceso-, hallamos en nuestra poesía la exaltación de la virtud frente a las pasiones: el hombre, guiado por Dios (462)80, ha sido creado para la virtud (153, 428, 467) y no para las pasiones (52:13-32). El varón prudente (406:61-99) rechaza la envidia, la codicia, la ambición, las riquezas (11, 330:92-99, 387), y sabe que sólo la virtud (387:1-4 y 45-48, 427) y la belleza del alma (227) permanecen, pues la del cuerpo se pierde con el tiempo y la muerte (218:25-92). Por ello, el sabio no busca cargos y honores, sino la dorada medianía (30:21-28, 36, 39, 109), retirado en la paz del campo (41, 55:61-112, 322:19-47) con el consuelo del ocio y la poesía (26), despreciando al vulgo (126:53-56) que se arriesga a una incierta navegación (166:149-156) con tal de satisfacer sus necesidades. El justo, que no se doblega (45), sufrirá al tirano (427:25-32), sufrirá la guerra (428:146-154), la persecución, el odio, la adversa fortuna (58, 245, 416), y a veces hasta el dolor y el desamparo (468, 469), pero casi siempre podrá ser reconfortado por la amistad «santa» (297,   —831→   349, 350, 355, 384, 385, 389, 346, 361, 366, 375, 383, 407, 408, 419, 468, dedicadas a Cadalso, Cambronero, Llaguno, sobre todo a Jovellanos..., y las epístolas en general).

Este último aspecto -lo advertirá el lector- nos sitúa cerca de fray Luis (en sus odas a Grial, Felipe Ruiz o Portocarrero) y no tanto de Horacio. Más aún: la presencia del maestro es constante en el tratamiento de los poemas citados. Sin acudir a casos tan claros como el del símbolo de la encina (45), que fray Luis llegó a utilizar con valor de divisa (Ab ipso ferro) haciendo suya una expresión del venusino, por doquier aparecen acuñaciones de nuestro poeta renacentista en el léxico o la sintaxis, en versos o pasajes... Tendremos ocasión cumplida de verificarlo.

Más propiamente luisianos resultan temas y motivos, que, aunque alguna vez dependen también de Horacio (la tempestad, por ejemplo:23, 48, 271:9-20, 428:155-165, 434; la sucesión de las estaciones o la llegada del otoño: 27, 232, 442:99-142), remiten directamente al autor quinientista. Nos referimos a las composiciones que presentan el asombro del hombre, o del poeta, ante el universo (41:33-40), la propia armonía universal (239, 406:88-96, 425, 442), la noche (44, 222, 442:12-22) en la belleza del cielo estrellado (317:28-36 y 58-74, 425) o de la luna (446), a aquellas que siguen los Salmos o que tratan otros contenidos procedentes de la Biblia (445), las que lloran la pérdida de España en la línea de la «Profecía del Tajo» (444:131-170), y hasta «la perfecta casada», si se nos permite la expresión, del romance XI (216).

De nuevo hay que decirlo: Meléndez integra admirablemente lo que podría parecer no más que materiales de acarreo, en su poesía y en su vida hecha poesía. Unas veces, fundiendo los contenidos horacianos o luisianos con otros diversos, que incluso les confieren una dimensión nueva y hasta inesperada. Otras, apropiándoselos (en el mejor sentido del término) absolutamente: así en las composiciones del proscrito o desterrado.




Versos luisianos

Vamos viendo cómo verdaderamente es mucho lo que hay de fray Luis en Meléndez Valdés. Descendamos ahora al detalle de los versos. Ya sea por la propia formalización, por el contenido, o hasta por ambos aspectos conjuntamente, hallamos en el poeta extremeño una buena cantidad de versos directamente imitados, y hasta calcados, del maestro agustino.

Desde las anacreónticas hasta Las bodas de Camacho el rico -por seguir la ordenación de Polt y Demerson-, desde los poemas del estudiante hasta los del exiliado, encontramos versos que reproducen exactamente (o con mínima   —832→   alteración) secuencias o sintagmas luisianos: triste lloro (MV 159:26. FL 3:40), manso ruido (MV 254:33. FL 1:59), bárbaras cadenas (MV 322:137. FL bárbara cadena 7:80), Acorre, vuela (MV 323:70. FL Acude, acorre, vuela 7:61), vueltas dando (MV 324: 56. FL 8:24), música extremada (MV 330:494 y 337:38. FL 3:4), ciega noche (MV 351:17. FL 1:67), alto bien (MV 357:54. FL 13:17), belleza rara (MV 375:98. FL 4:26), dulcísima armonía (MV 377:28. FL 3:25 y 31:22), biendivino (MV 415:45. FL 3:43), alta cumbre (MV 416:59. FL 2:35 y 22:l), noble estudio (MV 418:138. FL estudios nobles 11.17), apolíneo coro (MV 418:246. FL apolíneo sacro coro 3:37), esperanza varia (MV 418:353. FL 17:título), clara lumbre (MV 421: 24. FL 20: 144), fe pura (MV 422:5. FL 31:58, y fe llena de pureza 4:50), onda enemiga (MV 440:19. FL 21:55), claro día (MV 442:167. FL 1:67), la verdad sincera (MV 444:27. FL 1:15), con presto vuelo (MV 449:72. FL 19:6), bien fingido (MV 461:72. FL 6:50 y otros), miseria extrema (MV 468:28. FL 6:67), el cielo venturoso (MV 479:2110. FL 4:80).

Otras veces no se trata de calcos, pero sí de semejanzas bien perceptibles: presta atento el oído (MV 129:15. FL puesto el atento oído 1:83), y tan dulce recreo el alma siente (MV 335:151. FL y el inmortal dulzor al alma pasa 13:27), sus tonos no aprendidos (MV 337:37. FL su cantar sabroso no aprendido 1:32), a más largo lloro/ suelto la rienda (MV 382:46-47. FL la rienda suelta largamente al lloro 26:14, que a su vez deriva de Garcilaso), oh sublime hija/ del cielo, alma virtud (MV 416:32-33. FL Virtud, hija del cielo 2:1), cual si pinta/ primavera la tierra (MV 418:248-249. FL No pinta el prado aquí la primavera 17:10), lo que me inspira el cielo en este día (MV 428:312. FL Inspira nuevo canto,/ Calíope, en mi pecho aqueste día 4:1-2), La tierra, ardiendo en ira (MV 444:35. FL o arde oso en ira 9:29), volando en torno desplegó ligera (MV 446:19. FL que al aire desplegada va ligera 7:35), el que felice mora (MV 448:139. FL el que en levante mora 20:160), el fugaz contento (MV 467:59. FL cuanto es fugaz y vano aquel contento 11:30).

Asimismo, versos de fray Luis, como la lluvia de las nubes baila el suelo (FL 33:2) o cuando la luz el aire y tierras baña (FL 17:52), dan lugar a otros de Meléndez, como bañando en luz el suelo (MV 195:24), y el luminar de los cielos/ en su inmenso ardor nos baña (220:23-24), y en ámbares baña el suelo (226:28); en sueño y en olvido sepultado (FL 8:5) da pie a que en sueño indigno y en olvido yacen (MV 408:192), del suelo en negras sombras sepultado (446:98) y que en olvido/ yacía y sueño eterno (454:71-72); o el luisiano ya en la vena/ del gozo fiel las baña (FL 13:17-18) se adivina en Bañado en gozo creando el sol hería (MV 333:44). Al leer en el extremeño de nubes/ y de nieves coronada (MV 219:3-4), De flores coronadas (330:170), De flores coronado (330:477), De rosas coronado   —833→   (336:42), en rubias mieses/ la frente coronada (438:50-51), y en rubia luz la frente coronada (477:294), nos vienen a la memoria versos del castellano como De púrpura y de nieve/ florida la cabeza coronado (FL 13:6-7), de yedra y lauro eterno coronado (1:82), de luces eternales coronada (21:35) o la frente de ponzoña coronada (20:92). Las varias veces que emplea Meléndez luna plateada (MV 330:511, 334:1, 442:96) parte de la luna cómo mueve/ la plateada rueda (FL 8:46-47), así como los números concordes (FL 3:22) posibilitan los números sonoros (MV 418:117) y los números divinos (MV 418:126), o el luisiano Ténganse su tesoro (FL 1:61) da lugar a Téngase allá la pálida codicia/ su inútil oro (MV 333:139-140) y Téngase pues su brillo y su nobleza (MV 414:187). Cuando Meléndez escribe gloria y prez de la aldea (MV 382:30) evoca ¡Oh gloria!, ¡oh gran prez nuestra! (FL 20:136). En un verso como y oír el ronco son de las cadenas (MV 409:81) reúne un adjetivo y dos sustantivos muy de fray Luis. En ni pudo ser cantado (MV 377:17) y en Mas ¡ay!, que el día del furor llegado (MV 477:356) repite esquemas sintácticos del maestro agustino (FL 15:22 y 20:101, respectivamente)...




Pasajes luisianos

Un peldaño más. Hay poemas que, estando más o menos alejados de fray Luis, presentan sin embargo elementos luisianos en alguna de sus estrofas o pasajes. Así ocurre en estos versos, en los que a la serie de exclamaciones viene a sumarse el motivo del retiro en el campo lejos de la ciudad (precisamente con el uso transitivo de huir): ¡Oh pechos inocentes!/ ¡Oh unión! ¡Oh paz sencilla!, que huyendo las ciudades/ el campo sólo habitas! (MV 10:97-100). Otra serie parecida mezcla sintagmas que suenan inequívocamente al agustino: ¡Oh repuestos valles!/ ¡Ladera pendiente!/ ¡Altísima sierra/ que las nubes hiendes! (MV 167:193-196). El romance LXV utiliza un asíndeton muy cercano a fray Luis, hiere, oprime, fuerza, mata (MV 270:18), además de sintagmas como bárbara saña, oponer el pecho o furia insana (270:14, 61-62 y 152, 38, respectivamente). Y en algún caso calca Meléndez la arquitectura luisiana: Viera si [...],/ de dó [...] le viene y qué [...]./ Vier a si [...] (MV 332:74-89. FL 10:16-35).

En una de las endechas hay un apunte «astral» que conecta con el maestro: La luna plateada/ con resplandor benigno/ bañaba de sus luces/ dos orbes de zafiros (MV 176:9-12), donde no sólo son patentes las reminiscencias luisianas, sino que éstas se incrementan aun en el resto del poema: amargo lloro (29)81,   —834→   moradas solitarias (39), silencio no rompido (40), de contino (60), un ¡ay! interpuesto (78 y otros), amigos dulces (79), blandas voces (81), mil veces (110 y otros), de la amistad sois fruto (117), no vulgar estilo (124), alma paz (125), dulzor divino (162), en el minero (147), el tópico del vulgo movedizo (212), placeres no sabidos (214), más que la miel sabrosos (215), torbellinos (288), algunos adjetivos en -oso... En la elegía V (MV 316:51-59) se presenta la inestabilidad, la fragilidad y la caducidad de las cosas humanas, el desprecio de lo terreno, el llanto de los hombres, el mundo como asiento fijo de la miseria, todo ello potenciado por la forma interrogativa (Cf. FL 8) y por algún otro procedimiento del agustino. La dorada medianía, con el elogio del retiro y el estudio, el alejamiento de la ambición, el contacto con la naturaleza, aparecen en el siguiente fragmento, cargado además de otros elementos luisianos más que evidentes: De hueca vanidad el necio entono,/ de ambición loca o de servil bajeza/ la frente vil, el humillante tono,/ desdeñe cuerda en su veraz llaneza;/ y lejos de adular al vulgo insano,/ preciando noble de mi ser la alteza,/ pueda reír al ímpetu liviano/ con que ciego el poder al uno eleva/ y al otro abate con airada mano;/ y huyendo alegre tan amarga prueba,/ mi mente ejerza el celestial empleo/ que anhela el gusto y la razón aprueba (MV 414:100-111). Más abajo aun recrea Meléndez el Ab ipso ferro del maestro: De la dura desgracia así enseñado/ me hago mejor, como la encina añosa/ al hierro, el oro al fuego depurado (178-180), y todavía abundan otros ecos luisianos (203-244, especialmente en vv.208, 208, 213, 216, 218, 231, 235 y 240: ni de nadie envidioso ni envidiado, que rehace el conocido ni envidiado ni envidioso FL 23:10). Y muy cerca de este mismo poema del fray Luis afligido se halla el siguiente pasaje en el romance XXX: Aquí llegaba un triste,/ a quien del Tormes trajeron/ al Eresma desterrado/ la envidia, el odio y los celos (MV 235:81-84. FL Aquí la envidia y mentira/ me tuvieron encerrado 23:1-2).

De la «Profecía del Tajo» (FL 7) son numerosísimos los préstamos que descubrimos en Meléndez. Así, la «Alarma española» trae estos versos, ¿Y en paz sufrirlo podemos?/ ¿Y el acero toledano/ no esgrimimos? ¿Nuestros nombres/ mancillará oprobrio tanto? (MV 269:33-36), en los que sobre todo la interrogación y el encabalgamiento recuerdan a fray Luis: ¡Ay, triste! ¿Y aún te tiene/ el mal dulce regazo? ¿Ni llamado,/ al mal que sobreviene/ no acorres? ¿Ocupado,/ no ves ya el puerto a Hércules sagrado? (FL 7:56-60). Nuestra sospecha de imitación se corrobora cuando vemos citados a Witiza y Rodrigo (MV 269:83), y la alusión a los ríos Ebro, Betis y Tajo (MV 269:120. Los tres en FL 7:3, 23 y 71). Y, en parte, este mismo fragmento luisiano da lugar a otro de La paloma de Filis, alejadísimo en el contenido, pero no en la forma. Véase: ¡Oh   —835→   simplecilla!, ¿qué haces?/ ¿Es más un falso arrullo/ que Filis? ¿Alejarte/ no temes? ¿Sus caricias/ olvidas ya mudable? (MV 92:12-16)82.

Muy interesantes se revelan estos lugares en que Meléndez yuxtapone diversos momentos del agustino. Leamos: ¡Oh tórtola dichosa!/ ¿Dó vuelas? ¿Tus caricias/ le niegas? ¿O así huyendo/ su ardiente amor irritas?/ Ya paras; ya al arrullo/ respondes; ya lasciva/ le llamas, y a besarlo/ ya el tierno pico inclinas (MV 22:25-32). A pesar de la considerable distancia en los contenidos, ¿cabe alguna duda de que el poeta extremeño recoge sendos pasajes de las odas a la Ascensión y a Santiago?83 O, más aún, aquéllos en que combina motivos, sintagmas, expresiones, construcciones..., que muestran no ya la imitación, sino la auténtica impregnación de fray Luis, como venimos diciendo, que hay muchas veces en Meléndez. Leamos de nuevo: Tú de las roncas armas/ ni oirás el son terrible,/ ni en mal seguro leño/ bramar las crudas sirtes (MV 2:21-24). No toma Meléndez un pasaje determinado del maestro. No existe dependencia concreta y precisa, pero no hay ni un solo término que no sea luisiano. Algo parecido ocurre aquí: y el que olvidado gime/ o en destierro ominoso,/ o a la calumnia y a la envidia odioso,/ tiembla al poder que bárbaro le oprime,/ siempre mi pecho/ abierto hallarán a su pena (MV 368:49-54), que puede ponerse en relación, a la vez, con varios lugares de fray Luis (FL 12:51-52, 8:63, 9:30, 15:13-14)84. O en estos otros versos: Sus labios abre, y de la boca de oro/ de miel süave corre/ un arroyo caudal que el alma riega/ y del terreno limo la despega;/ sus voces son suavísimo tesoro/ con que a todos acorre,/ y alegre lluvia del benigno cielo/ que inunda y fertiliza el mustio suelo (MV 456:49-56). O aun: de cuyas manos/ contino dones mil al mundo bajan:/ dichoso aquél que ejercitarte puede,/ sus lágrimas cortando al afligido/ y en diestra amiga al abatido alzando,/ del común Padre imagen en el suelo./ Tú, ilustre amigo, mis deseos sabes;/ tú, mi amor a la dulce medianía,/ do en ocio blando, en plácido retiro/ gozo el favor de las benignas musas,/ lejos de la ambición y el engañoso/ mar de las pretensiones, do a la orilla/ en tabla débil por milagro escapa/ algún afortunado,   —836→   y mil zozobran/ en inútil lección (MV 409:45-59). Se trata, en este caso, de una epístola, «A un ministro, sobre la beneficencia», esto es, de un poema ilustrado. Y en él -no lo esperaríamos- también encontramos al maestro agustino. Ello nos sirve para concluir algo de la máxima importancia (y que la crítica apenas ha visto): fray Luis está en las anacreónticas, y en La paloma de Filis, y en los idilios, y en las endechas, y en los sonetos, y en los romances, y en las elegías..., ¡y hasta en Los besos de Amor!85




Poemas luisianos

Creemos que los aspectos ya considerados habrán provisto al lector de medios con que reconocer la imitación de fray Luis de León en la obra de Meléndez Valdés. Pero no queremos dejar de apuntar los muchos poemas que van más allá del eco pasajero o la huella aislada. Son los que hemos llamado poemas luisianos, los que concentran elementos diversos que afectan, por su extensión o importancia, a toda una composición86. Y sólo muy pocos de estos poemas han sido detectados por la crítica.

Atendiendo a las diferentes clases o géneros que Meléndez cultiva, los poemas que enlazan con fray Luis abundan especialmente entre las odas (incluyendo las llamadas filosóficas y sagradas), que alcanzan aproximadamente los dos tercios del total. Pero al margen de ellas, hallamos una veintena de composiciones que dependen directamente del agustino. Y así, ya en Los besos de Amor, colección de versos eróticos, encontramos sendos poemas escritos en   —837→   liras, sextetos-lira y cuartetos-lira87, con curiosos parentescos luisianos, sobre todo en algunas expresiones «místicas»: en un mar de deleites anegado (WV 193:18 y también 43-48), ansiosa de gozar tanta hermosura (194:25 y también 46-50 y 61-65), además de otros recuerdos diversos, como la rima avara-cara (MV 194:74-75. FL 5:9-10), el verso la dulcísima gloria de este día (MV 194:5, muy cercano a FL 4:2), las exclamaciones iniciales de este mismo poema (MV 194), o el empleo del pretérito imperfecto de subjuntivo con valor condicional: dedicara, consagrara, ardieran, fuera (MV 193:29, 30, 32 y 46), coma en fray Luis viviera o conmoviera (FL 13:40 y 20:1).

Igualmente, tres romances (MV 242, 242, 244 y 246) presentan también elementos procedentes del maestro renacentista, sobre todo en el ámbito del contenido. El más notorio es «Mis desengaños» (MV 246), que ya señaló la crítica, al que debe añadirse aun «El náufrago» (MV 244), en el que, entre otros aspectos, destacaríamos cómo la esperanza en la patria del desterrado (MV 244:137-245) presenta algún paralelismo con la esperanza en la Virgen del fray Luis encarcelado (FL 21); y también «La libertad» (MV 242), donde el ruiseñor liberado de su encierro evoca la avecilla acosada por los cuervos en De los nombres de Cristo88.

La aproximación a fray Luis de este poema viene corroborada por el soneto XX (MV 298), que presenta el motivo del pájaro cautivo en la liga: Acudí a desprenderme y, como el ave/ que huyendo de la liga más se enreda,/ en prisión me miré tan cruda y fuerte (298:9-11), acercándose con ello a varios lugares luisianos (FL 17:40-41, 32:4-8, 72:33-36). También el soneto de fray Luis «Agora con la aurora se levanta» (FL 26) deja claras huellas en el soneto VI de Meléndez (MV 284)89, quien no sólo consagra los últimos versos a lo imaginado por el poeta, sino que sigue un diseño casi idéntico al del maestro. El mismo influye también en el soneto XXVIII (MV 305) con multitud de elementos, rematados por la mención última del lloro. Finalmente, el soneto XXV (MV 302) presenta rasgos bien luisianos en los once primeros versos, con las referencias a las maravillas del universo (muy cercanas a FL 8, 10 y otros).

La elegía «En un empeño temerario» (MV 310, y a pesar de ser imitada de Petrarca, como traen algunos manuscritos) revela ya desde el título su proximidad a la (única) elegía del agustino, «En una esperanza que salió vana» (FL 17). De   —838→   ella toma, además del modelo métrico (los tercetos encadenados) y no pocos aspectos temáticos y expresivos, la locución en mi daño (MV 310:3, 7 y 36. FL 17:29), la mención de la fama (MV 310:48. FL 17:45), la oposición tierra-cielos (MV 310:6. FL 17:16-18) y la rima cielo-suelo (MV 310:125-127. FL 17: idem), el cambio que sufre el poeta (MV 310:16. FL 17:37), la referencia a las nubes y la tormenta (MV 310:22-24. FL 17:7-8)..., aparte la cercanía de la metáfora náutica (MV 310:19-39) a varios otros lugares de fray Luis, incluso con alguna expresión coincidente (FL 1:61-70, 10:36-50, 14:36-65), que culmina en un pasaje como el de los versos 124-132.

La silva X, aun tratando un tema «muy cultivado y sin alusiones concretas», como traen Polt-Demerson90, presenta un buen número de ecos luisianos. Sin atender a la adjetivación, los arcaísmos y otros elementos léxicos, salvo el peculiar suelo por «mundo terrenal» (MV 328:100) y el adjetivo mundanales (328:124), deben notarse la construcción veré... veré... (328:20ss.), que conecta con la celebérrima oda a Felipe Ruiz (FL 10:6ss.), las exclamaciones, algunas absolutamente características del agustino (MV 328:58-61 y 156-167), y ciertos versos, como pasan cual sombra vana (MV 328:135. FL sigue la vana sombra 8:20) o ¡Aquí moran la dicha y el contento! (MV 328:155. FL Aquí vive el contento 8:66). Y todo ello en un poema que canta el retiro del poeta.

También son luisianas algunas epístolas. Y además de presentar ese fondo de la amistad (tan de fray Luis y tan de Meléndez) que las nutre a todas, hallamos en algunas de ellas nítidas resonancias del maestro. Así, «A Menalio, sobre la ambición» (MV 423) expone en buena parte el estado del poeta, libre y retirado, lejos tanto de la pobreza miserable como de la opulencia, en el ocio del estudio y en paz con todo y con todos. Es, una vez más, la figura del sabio estoico horaciano, pero contemplada desde nuestro poeta renacentista, como lo prueban, entre otros rasgos singulares, el empleo de sintagmas como dulce libertad, vil ultraje, fastidio mortal, míseros gemidos, mortales ciegos, repuestos valles, dulce paz, capricho ciego (MV 423:4-5, 16, 16-17, 20, 22, 23, 26 y 32-33, respectivamente), alguno de los cuales reproduce literalmente a fray Luis. En cuanto a la epístola V, pueden destacarse una recreación del beatus ille cercana a veces al maestro (MV 410:194-233), y pasajes en los que se plasma el tono luisiano: Entonce la alma paz, el fausto gozo,/ el sosiego inocente, el sueño blando/ y la quietud de mí tan suspirada (410:208-209), además de inequívocos   —839→   ecos directos: Lejos del ciego mundanal tumulto (410:42), hiende las olas espumosas (MV 410:84. FL 7:50), frágil navecilla (MV 410:120. FL 20:52), el nombre tuyo/ repetiré llamándote (MV 410:181-182. FL 19:10-12), opón, amigo, el pecho firme (MV 410:240. FL 14:56), Ceda todo a este empleo generoso:/ quietud, saber... (MV 410:246-247. FL 4:46-50), y hasta unas versos en que se tararean otros del agustino: La calumnia,/ la vil calumnia, el odio, la execrable/ envidia, el celo falso, la ignorancia/ han hecho aquí, lo sabes, su manida,/ y contra mí infeliz se han conjurado (MV 410:185-189. FL 4:12, 15:29-33, 17:28-29, 21:37-40). Finalmente, la epístola XIV, «A Jovino, en sus días», presenta, junto a otras reminiscencias luisianas, las expresiones la triste rueda (MV 419:9) y detuviera el paso (419:25), que no por azar dependen de la «Canción al nacimiento de la hija del marqués de Alcañices» (FL 4:25 y 28, respectivamente). Ambas composiciones pertenecen al género clásico del genethliacus o genethliacon, que conmemoraba un natalicio o cumpleaños, y de la dependencia aludida da fe la imitación de los versos iniciales: Hoy, pues, ¡oh gran Jovino!, que en tu dia/ nos vuelve con el año el triste enero,/ démosle todo al gusto y la alegría (MV 419:1-3. FL 4:1-5), en los que sobre todo día y alegría nos dan la clave de la imitación, como veremos más abajo.

De las tres elegías morales que revelan la huella firme de fray Luis, dos de ellas están escritas en tercetos encadenados (como la elegía única del maestro, no lo olvidemos), lo que constituye ya un aspecto no desdeñable. La tercera presenta, no obstante, en la senda horaciana, un canto a la virtud, en el que Dios levanta de la tierra al hombre justo, le sostiene en la adversidad y el dolor, hasta premiarle con el verdadero gozo del cielo, desde el cual ve la pequeñez del mundo. Varios pasajes especialmente (MV 472:21-23, 56-60, 66-69, 121-128, 147-148) nos acercan sin duda a fray Luis, al igual que la comparación del justo con la robusta encina (472:207-209), derivada una vez más del emblema del maestro, Ab ipso ferro. Asimismo, la elegía IV (MV 470) recoge temas y motivos luisianos: la belleza del cielo estrellado (470:1-9), el rechazo de las pasiones, tan halladas en el mundo (470:43-48); la rareza de la virtud, la inocencia y el saber, frente al vicio, el error, el poder y el afán (470:64-81), y frente a la guerra (470:91-105); y todo ello con formas procedentes del agustino, como la rima cielo-suelo (470:8-10, 79-81, 101-105), o infinidad de sintagmas característicos: alta esfera, almo sol, tormenta insana, corazón constante, ciego furor, sombra vana, verdad divina, mortal ciego, bajo mundo, con mano airada, triste suelo, entre otros (470:3, 12, 13, 42, 43, 59, 65, 76, 89, 95, 101, respectivamente). Y en cuanto a la elegía V (MV 471), vale perfectamente para ilustrar la ceguera con que algunos críticos han indagado las fuentes de los versos del poeta extremeño. En este nuestro caso, Cueto   —840→   vio la influencia de la Epístola moral a Fabio, como recuerdan Polt-Demerson91. No la discutiremos, pero sin entrar en los muchos rasgos luisianos que hemos pormenorizado en apartados anteriores (y de los que esta composición podría servir como catálogo), he aquí un nuevo poema sobre la virtud, a la que (¿será casual?) llama hija del cielo (MV 471:184. FL 2:1), en el que el poeta se presenta escindido entre cielo y suelo, de manera absolutamente reconocible para cualquier mediano lector de fray Luis (Una parte de mí se encumbra al cielo,/ otra entre crudos hierros gime atada/ al triste, oscuro, malhadado suelo, MV 471:16-18), justo después de escribir: El confuso tropel, el lastimado/ alarido, la queja y vocería/ tiene al cobarde corazón helado./ Gruesa niebla a los ojos roba el día/ y en tinieblas me deja y sin consuelo,/ llorando de la muerte en la agonía (MV 471:10-15. FL 1:69, 15:15-18, 21:6).

Igualmente, dos de los discursos descubren huellas del maestro. Es el caso del discurso III, «Orden del universo y cadena admirable de sus seres», sobre todo en su primera y última partes (MV 475:1-141 y 457-478), en las que el poeta muestra su asombro ante lo creado, en la línea de la «Noche serena» (FL 8) o la oda a Felipe Ruiz (FL 10), y en las que bastarán algunas muestras indudables de la conexión: sol luciente, ciego en ira, no finible giro, alto nombre, vil lodo, belleza rara, bajo suelo, paz eterna, al cielo el vuelo alzando (MV 475:143, 253, 288, 307, 319, 355, 407, 447, 466, respectivamente). Y es también el caso del discurso II, «El hombre fue creado para la virtud, y sólo halla su felicidad en practicarla», que, como su título indica, se halla cerca de las elegías morales antes citadas, y que de nuevo recoge ecos frecuentes de fray Luis: alto ser, sol luciente, santa virtud, inmensa alteza, bien mentido, ciega guerra, bajo, miserable suelo... (MV 474:16, 25, 42, 70, 111, 269, 281, respectivamente); y también versos que revelan esta misma filiación: ¿Y habrá quien tenga en mísera agonía/ su pecho? ¿Habrá quien vele,/ y por el cetro o por el fausto anhele? (MV 474:78-80. FL 16:12-15); Firme le cierra [el oído] al seductor acento/ de las pasiones (MV 474:256-257. FL 9:67-68); con frente excelsa en contemplar se place/ su faz torva al tirano sin recelo,/ por más que muerte indigna le amenace (MV 474:284-286. FL 15:26-33).

La consideración de las odas nos da pie a apuntar un rasgo propio de Meléndez, al que no es ajeno el agustino, y que probablemente tiene de nuevo a Horacio como inspirador último. Nos referimos a la abundancia de poemas (no   —841→   sólo odas) dirigidos a una segunda persona, a un interlocutor, en una situación de coloquio que asocia a los tres poetas. En cuanto a las odas del extremeño, no menos de veinticinco manifiestan deuda perceptible con fray Luis. Comencemos por señalar un grupo de cinco que deriva de la ya citada «Canción al nacimiento de la hija del marqués de Alcañices» (FL 4), cuatro de ellas pertenecientes al género del genethliacon, de las que tres, a su vez, están compuestas en cuartetos-lira. Lo más curioso de las cuatro es su proximidad en los versos iniciales al modelo luisiano, con la casi obligada pareja día-alegría, que viene desde el maestro, y con otras deudas parciales, como el vaticinio de los ángeles en estilo directo (MV 355:33-60. FL 4:36-80), las referencias al sol y a la belleza que Filis presta a la naturaleza (MV 358a:5-40. FL 4:6-30), el canto de las zagalejas (MV 358a:41-76. FL 4:31-80), sin olvidar la idéntica arquitectura general (MV 358a. FL 4), entre otras (MV 376 y 389). También cerca de esta canción se encuentra la oda XXVI, que, además de un comienzo muy semejante, trae elementos como la oposición (con rima) cielo-suelo (MV 361:7-10), y expresiones de este tenor: alto polo, bárbaro africano, vil suelo, alto asiento, ceñida de laurel la sien gloriosa, música extremada, dulce son (361:18, 42, 56, 57, 61,72 y 80, respectivamente).

Cinco odas más doblan la relación con fray Luis, pues la literaria se funde con la vital del desterrado. Así, «A la Fortuna» (MV 344), tras los ocho versos iniciales y antes de los doce últimos, de apelación y exhortación a la Fortuna respectivamente, se construye siguiendo primero muy de cerca el esquema sintáctico del poeta castellano en su oda 16 (FL Aunque... y aunque... y aunque... aunque...; no... ni... ni... ni... y ni... MV aunque... aunque... aunque..., nunca... nunca... 344:9-28), y después, el motivo del Ab ipso ferro luisiano (MV 29-36. FL 12:31-45), en el que al contenido común se agregan claros parentescos léxicos o gramaticales (Como, añoso roble, elevada sierra, firme en Meléndez; como, ñudosa carrasca, alto risco, firme en fray Luis). También la oda «A la esperanza» (MV 356) presenta patente semejanza general con «A Nuestra Señora» (FL 21), incluyendo algunas reminiscencias de detalle: la oscuridad y tristeza que rodea al poeta (MV 356:9-11. FL 21:6), el motivo de la barca en la tempestad (MV 356:25-28. FL 21:81-88),o el apelativo madre (MV 356:41. FL 21:23, 32, etc.). En la oda XXIV (MV 359) se nos ofrece una visión negativa de la noche, no ajena a fray Luis (FL 17:10-15, 21:6 y 85, etc.), con otras derivaciones parciales, como bajo mundo, almo cielo, aves acordadas, cuidados vanos, fiero quebranto, de alta cima rodando al suelo baja (MV 359:18, 23, 24, 39, 72, 86, respectivamente), junto a pasajes plenos de sentidos y de formas de la poesía del agustino: por más que entre mil ansias te lo cuento,/ por más que el cielo mi dolor implora,/ no amaina,   —842→   no, el tormento,/ ni yo, ¡ay!, puedo cesar en mi gemido (MV 359:74-77). Asimismo, la titulada «Consejos y esperanzas de mi genio en los desastres de mi patria» (MV 365), escrita en cuartetos-lira, reúne numerosos recuerdos luisianos, así en el tema del ánimo constante al que no vence la tempestad (MV 365:57-64 y 93-100 sobre todo), con la mención del puerto al que la nave se acoge (MV 365:99-100), o así también en momentos imitados del maestro: Huiré veloz de esta llorosa tierra/ a otra región más pura,/ do libre, y lejos tan infanda guerra,/ respire en paz segura (MV 365:5-8, cercanos a FL 8, 10 o 14); aguijando con fiera gritería/ del vulgo atroz la saña./¿ Será, ¡ay!, que llegue el postrimero día/ a la infeliz España (MV 365:21-24. FL 7 y 20). Y, por último, la oda XXXI (MV 366), también en cuartetos-lira, es un buen ejemplo de composición que a primera vista nada tiene que ver con fray Luis, pero que, leída con atención, desvela elementos derivados del poeta quinientista: de un mar airado al ímpetu terrible (MV 366:4. FL 18:16-18), las cuitas te desvelan (MV 366:43. FL 16:13-14), cuanto es más puro nuestro noble fuego (MV 366:68. FL 11:30), Cuantos objetos mira,/ tantos le llevan desvelado el pecho;/ y por todos suspira/ y anhela y tiembla en lágrimas deshecho (MV 366:29-32. FL 8:61-63).

El fondo horaciano de las odas XIII, XXVII y XXIX (MV 348, 362 y 364) aparece filtrado por buen número de elementos procedentes de fray Luis: desde la estrofa empleada (cuarteto-lira en las dos primeras, lira en la tercera) hasta concretas deudas expresivas, pasando por aspectos temáticos comunes. En la primera, que presenta al poeta en su retiro contemplando la belleza del mediodía y gozando de ella, hallamos, además de la oposición cielo-suelo, con rima incluida (MV 348:2-4; véase también 348:27-28), estos versos: como a lo lejos su enriscada cumbre/ descuella la alta sierra (MV 348:57-58. FL 12:32 y 2:40) y ¡oh sagrado/ retiro deleitoso! (MV 348:69-70. FL 1:22, 23:4 y 7). Más luisiana aún es la oda XXVII, con la naturaleza hostil en invierno (MV 362:1-12), el poeta retirado en el campo, consagrado a la lectura (362:13-24), disfrutando del ocio y la paz en la virtud, que viene del cielo (362:25-36), defendido por la poesía de las inclemencias del tiempo (362:37-44), y consciente de la caducidad de lo terreno (362:45-56). A la cita explícita de fray Luis92 se suman múltiples evocaciones de los versos del agustino: la enriscada cumbre (MV 362:8. FL 12:32), largas lluvias/ inundan los collados (MV 362:9-10. FL 10:46-47), a un torrente/ otro torrente oprime (MV 362:10-11. FL 15:10-14), y el lento buey con el arado gime (MV 362:12. FL 11:14-15)   —843→   , ya me ordenas/ la corte abandonar por el retiro/ pacífico y el coro de divinos/ poetas (MV 362:13-16. FL 1, 23, 3:37), en lauro coronado (MV 362:21. FL 1:82), tendidos valles (MV 362:26. FL 20:51,47:842), y la altísima sierra al cielo alzada (MV 362:28. FL 14:11-12), En ocio y paz de la verdad (MV 362:29. FL 22:76-78), huye el error (MV 362:32. FL 14:17-18), y alguna otra. Y en cuanto a la oda XXIX, también poetiza la fugacidad de la vida (MV 364:1-30), el poder de la muerte (364:31-65) y el consejo que da título a la composición: no hay que engolfarse en negocios y proyectos (364:66-85), sino acogerse a Minerva (364:86-90); y también hallamos expresiones luisianas: ciego vulgo (MV 364:5. FL 14:14), celeste esfera (MV 364:20. FL 8:32), ¿Qué fue de los pasados/ hervores del amor? (MV 364:11-12. FL 6:11-12), Recoge, pues, el vuelo (MV 364:41. FL 11:1), la casa alta, labrada,/ de mármoles lustrosos adornada,/ la extranjera vajilla (MV 364:44-46. FL 31:14-16, 1:73-74, 30:57, 38:103, 63:1-6, 70:31-32), Minerva nos convida (MV 364:86. FL 11:16-17).

Hay ocasiones, sin embargo, en que abunda la imitación aun al margen de los contenidos. Es el caso de la oda VII, «De la voz de Filis» (MV 342), que a la versificación en liras añade enunciados como con los albos dedos gobernaba (MV 342:12. FL 3:5), y el alma así enajena (MV 342:18. FL 13:33-34), ¡Oh voz! ¡Oh voz graciosa! (MV 342:51. FL 13:31), suenen de gente en gente (MV 342:63. FL 91:76), además de la serie creciente de exclamaciones, con repartición cercana a fray Luis (MV 342:51-55. FL 3:31-35, por ejemplo). Es también el caso de la oda XI, dedicada a Cadalso (MV 346), en la que se leen expresiones como y en dulcísimos tonos no aprendidos (MV 346:29. FL 1:32), o como las dos liras últimas, que imitan de cerca los versos postreros de la oda a Salinas (MV 346:57-64. FL 3:41-45). Y es, finalmente, el caso de la oda LIII (MV 388), que podría ser por sí sola repertorio de elementos léxicos y gramaticales procedentes de fray Luis, y que destaca sobre todo por su dependencia de la «Profecía del Tajo»93. Así, el recurso mismo de la exhortación de España al rey José deriva de la apelación del Tajo al rey Rodrigo (en ambos casos constituyen el grueso del poema: 240 versos de 286 en Meléndez, 60 de 80 en fray Luis); y además: ¡Ay, cuánto, cuánto de zozobra y susto (MV 388:45. FL 7:66-67), en sangre ajena y propia veo inundados (MV 388:84. FL7:72), su bramido (MV 388:88. FL 7:9), ¡Ay, cuánto por lidiar! ¡Cuánta fatiga! (MV 388:100. FL 7:66-67), ¡Ay, cuánto tanta gloria (MV 388:131. FL 7:idem, 74-75), que rompa el buey con la luciente reja (MV 388:189. FL 7:22, o mejoren otros poemas, FL 11:15, 40:61, 47:2, etc.), Ven,   —844→   llega, enjuga mi apenado llanto;/ rompe, arranca la flecha ponzoñosa (MV 388:180-181. FL 7:61-62), Y tú ven, llega, corre (MV 388:276. FL idem).

Todo ello sin detenernos en las odas que sí habían sido señaladas por los estudiosos de Meléndez, en alguna de las cuales la imitación es transparente94, ni en otras que simplemente dejamos consignadas en nota para no hacer más enojosa nuestra exposición95.

Mayor fortuna crítica han tenido las odas filosóficas y sagradas, en muchas de las cuales sí se ha apuntado con acierto la huella de fray Luis, que se suma muy sutilmente al influjo europeo, en lo que Arce llamó «poesía astral»96. Pero la filiación luisiana de otras de ellas ha pasado inadvertida. Así ocurre con la oda XXXVI, que vuelve a ser un genethliacon nuevamente derivado de la canción 4 del maestro. Como en los casos antes señalados, su inicio resulta muy próximo al luisiano, y otros detalles provienen también de este poema: la mención del sol (MV 459:12-16. FL 4:6-10), la huida de la guerra (MV 459:11. FL 4:29-30), el sintagma rico don (MV 459:23. FL 4:5), o el canto de la Fama (MV 459:33-40. FL trae a Apolo 4:31-35). Más intensa aún es la presencia del modelo en la oda XXIV, «A mi musa. Consuelos de un inocente, encerrado en una estrecha prisión» (MV 447), motivada muy probablemente por el encarcelamiento que sufrió Meléndez en Oviedo en 1808. Así, el autor evoca a otros poetas que sufrieron prisión: Camoens, Quevedo, Cervantes, y fray Luis: Y tú, aliviando el padecer esquivo,/ León, la lira de oro/ bañabas en tu encierro en largo lloro (MV 447:134-136). Sumados al verso recién transcrito, tan peculiar, hallamos en la oda el anhelo místico (MV 447:17-28), las desdichas de los perseguidos (447:89-120), con la referencia a la encina (447:105-106), entre otros ecos del maestro. Es,   —845→   en el fondo, un poema sobre la virtud, como lo son igualmente las odas XXX (MV 453) y XXXIV (MV 457), la primera de las cuales también parece transparentar el dolor del desterrado, con numerosos versos y expresiones luisianas: allí mora el consuelo,/ sombra y nada los júbilos del suelo (MV 453:23-24. FL 13:4-5), Mancíllalos la edad y en pos los lleva (MV 453:29. FL 17:31), al bien inmenso en que feliz se anega (MV 453:152. FL 3:28), y hollar derecho/ la ardua senda consigue/ que lleva hasta la cumbre (MV 453:165-167. FL 2:21-23, 14:16), entre otros, sin olvidar este pasaje: Aquí todo es solaz, todo alegría,/ todo inmortal dulzura,/ todo consuelo y paz, todo ventura./ Eterno resplandece/ sin niebla y claro el sol, plácido el día,/ con rosas mil florece/ perennal primavera,/ sin fin bullendo mi aura lisonjera (MV 453:129-136. FL 8:66-75). En cuanto a la oda XXXIV (MV 457), trata asimismo el tema del varón virtuoso, que, apartado de las riquezas y el poder, mira con desdén el mundo y encumbra el ánimo, sobre todo por efecto de la amistad. Presenta ecos de las odas de fray Luis a amigos suyos, con precisas deudas en los primeros quince versos, así como sintagmas característicos a lo largo de toda la composición: labrado techo; claro, generoso y alto pecho; bajo suelo; torpe velo; nombre esclarecido (MV 457:2, 5, 10, 35, 40, respectivamente), y en algún pasaje concreto: que en olvido/ yacían oscurecidas (MV 457:37-38. FL 3:7), La fe más tierna y pura (MV 457:46 . FL 15:25, 20:73).

También la oda XXIX (MV 452) es completamente luisiano en el contenido: el poeta pide a su pensamiento que huya de los hombres y sus afanes (452:1-20), y busque la soledad para ofrecérsela a Dios (452:21-216), al que gozará un día por medio de su espíritu inmortal (452:217-276). Y aparecen aun motivos como el poder de Dios, que aplaca la tempestad (452:129-136), la tierra como punto (452:165), la metáfora náutica (452:273-276), en expresiones muchas veces derivadas del maestro (véanse los vv. 5-24 sobre todo). Y en la oda X (MV 433) se poetiza igualmente el poder de Dios, con elementos luisianos en los temas y en las formas. Así lo prueban sintagmas como la luna plateada (MV 433:12. FL 8:46-47), encumbra el vuelo (MV 433:56. FL 12:64), Dueño soberano (MV 433:148. FL 6:18), versos como Los ojos vuelve hacia la baja tierra (MV 433:100. FL 21:4), o pasajes como qué es la hoguera del sol, de dónde viene/ la lluvia y el rocío,/ qué fuerza impele a la celeste rueda,/ dónde suspenso el universo tiene/ de Dios el infinito poderío (MV 433:68-72, muy cercanos a FL 10, entre otros). Y aun debemos añadir las odas XIV (MV 437) y XXVIII (MV 451).

Como vemos, es en las odas donde la imitación luisiana alcanza su punto culminante. Ciertamente. Pero no sería justo que estas últimas páginas nos hiciesen olvidar mucho de lo que hemos leído antes. De otra manera: fray Luis está presente a lo largo de toda la producción poética de Meléndez Valdés,   —846→   constantemente y a veces intensamente. Así es si contemplamos la obra de nuestro autor considerándola por libros o por géneros. Y así es también si la enfocamos cronológicamente: desde los primeros hasta los últimos poemas, hallamos al agustino entre los versos del poeta extremeño97. En fin, léase con detenimiento a fray Luis, léase después con detenimiento a Meléndez, y se comprobará que apenas si hallaremos algún poema que no revele la presencia del maestro: un motivo, un verso, simplemente una palabra..., del estudiante en Salamanca, del catedrático, del perseguido. Y es que a veces la realidad funde vidas y obras, vidas con obras, poetas con poetas.







 
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