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1

Georges DEMERSON, Don Juan Meléndez Valdés y su tiempo (1754-1817), Taurus, 2 vols., vol. I, capítulo X. «El filósofo en el destierro», pp. 353- 408.

 

2

  • Antonio ASTORGANO ABAJO, Biografía de don Juan Meléndez Valdés, Diputación de Badajoz, Badajoz, 1996, pp. 269-304.
  • ———. «El regalismo borbónico y la unificación de Hospitales: la lucha de Meléndez Valdés en Ávila», en Actas del Congreso sobre Felipe V (enero de 2001), Zaragoza, Institución Fernando el Católico (en prensa).
  • ———. «Dos informes forenses inéditos del fiscal Juan Meléndez Valdés en la Sala de Alcaldes de Casa y Corte (1798)», en Cuadernos de Estudios del Siglo XVIII, números 6 y 7, Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII, Oviedo, 1997, pp. 3-50.
  • ———. «El paso de Jovellanos y Meléndez Valdés por el Ministerio de Gracia y Justicia (1798)», en Revista de Estudios Extremeños, 1999, n.º III, pp. 995-1052.
 

3

M.ª Victoria LÓPEZ-CORDÓN CORTEZO, «Servicios públicos y cuestiones políticas: Jovellanos y la Administración de su época», en Torre de los Lujanes, n.º 30, Madrid, 1995, p. 55-74.

 

4

Tavira es definido por el padre Luengo, al reseñar en 1807 su muerte: «De un vino generoso que era, se hizo un poderoso vinagre, y de un amigo afecto y parcialísimo de los jesuitas, se convirtió en un jansenista manifiesto y sin rubor», Manuel LUENGO, Diario de la Expulsión de los jesuitas de los dominios del Rey de España, 1767-1814. Tomo 41 (año 1807), p. 47. Manuscrito conservado en el Archivo de Loyola, Estante 10, Plúteo 4.

Don Antonio Tavira y Almazán, de la Orden de Santiago, capellán de honor, predicador de rey y director de la Real Casa de Pajes, estudió en el seminario de San Fulgencio de Murcia. En 1761 obtuvo el grado de bachiller en filosofía en Baeza y en 1963 lo incorporó a Salamanca. Un año después se licenció en teología y obtuvo la cátedra de regencia de artes. Fue obispo de Canarias y fue trasladado a Burgo de Osma en 1797, cuando tenía 60 años. Al ser ascendido al arzobispado de Santiago el obispo Fernández Vallejo, Jovellanos, su gran amigo, que estaba entonces en el ministerio de Gracia y Justicia, aprovechó la ocasión para atacar al ultramontanismo en la educación, trasladando a Tavira a Salamanca. Era el año 1798 y Jovellanos esperaba un momento propicio para poner al día los estudios. Para él, Tavira era nuestro Bossuet y debía ser el reformador de nuestra Sorbona.

Es este clérigo, con fama de jansenista y afrancesado, cuya figura se nos ha mostrado siempre con mucha garra y pocos prejuicios, otra personalidad digna de mención en el repaso de los hombres célebres que dio la universidad salmantina en los últimos años del siglo XVIII.

 

5

José BLANCO WHITE, Autobiografía de Blanco White, edición, traducción, introducción y notas de Antonio Garnica, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Sevilla, Sevilla 1988, 2ª edición, pp. 170-171.

 

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«A la boca de la noche, falleció el señor obispo, D. Antonio Tavira y Almazán». Había sido atacado de un «insulto de pecho» por la noche, muriendo a las cinco de la tarde del día siguiente. Joaquín ZAONERO, Libro de noticias de Salamanca, que empieza a regir el año 1796. Edición crítica de Ricardo Robledo, Librería Cervantes, Salamanca, 1998, p. 35. El editor Ricardo Robledo anota que Miguel Martel fue regular de San Cayetano. Catedrático de filosofía moral y orador por excelencia. Se editaron varias de sus oraciones fúnebres y sermones. Publica en 1820 Elementos de filosofía moral, que es juzgado por Menéndez Pelayo como sensualista. Diputado en 1820-1821, como «anillero», es decir, del grupo liberal moderado. Fue sometido a purificación en 1825. Todavía en 1833, como cuentan los continuadores del Dorado, gritó balbuciente desde el balcón de su casa: «Viva la libertad» cuando se proclamó a Isabel II. Falleció en 1835, Joaquín ZAONERO, Libro de noticias de Salamanca, p. 115.

De sus buenas relaciones con el obispo Tavira da testimonio la bella y fraternal oración fúnebre que pronunció en 1802 sobre la vida del zaragozano Ignacio López Ansó (1768-1802), quien acompañó como Vicario General a don Antonio Tavira en sus sucesivos obispados de Canarias, Osma y Salamanca: Oración Fúnebre que a la Buena Memoria del Señor Doctor Don Ignacio López Ansó, del Gremio y Claustro de la Universidad de Salamanca, Doctor en Leyes y Prebendado de la Santa Iglesia Catedral, dixo Don Miguel Martel, Catedrático de Filosofía Moral en la misma Universidad. Salamanca, en la Oficina de Don Francisco de Tóxar, 1802, 4to, 61 pp.

 

7

La pregunta número 21 del Catastro del Marqués de la Ensenada requería: «¿De qué número de vecinos se compone la población y cuantos en las casas de campo o alquerías?». La respuesta del Ayuntamiento fue la siguiente: «A la 21, pregunta, respondieron que esta población, incluidos eclesiásticos y viudas, se compondrá de 4000 vecinos escasos, y que no hay en las casas de campo o alquerías, por no haberlas». ARCHIVO HISTÓRICO PROVINCIAL DE SALAMANCA, Catastro de Ensenada, Salamanca. 1753. Introducción de Miguel Artola, Tabapress, Madrid, 1991, p. 82. El vecindario de Ensenada, elaborado en 1759 con los datos del Catastro, daba las cifras siguientes para Salamanca: vecinos útiles nobles, 118; vecinos útiles pecheros, 1748; vecinos jornaleros pecheros, 1568; vecinos pobres pecheros, 55; y habitantes nobles, 1; habitantes pecheros, 5; viudas pobres, 53; lo que supone un total de 3.548, a los que hay que añadir 246 eclesiásticos seculares.

 

8

Ibídem, pp. 13 y 21.

 

9

«30 de junio 1802.

Amigo Meléndez: Reciba V. M. la más sincera y cordial enhorabuena. V. M. y esa Sra. no dudarán de cuanto he celebrado este milagro del poder, tanto más cuanto menos lo creía.[...].

Supongo que no le pasará a V. M. por la cabeza el venir a Madrid por ahora, ni en mucho tiempo por ningún pretexto; sería el mayor absurdo posible y aun a Salamanca. Debe V. M. pensarlo, tirar a obscurecerse y hacerse olvidar es lo que V. M. debe, pues las recaídas en lo político como en lo físico y en lo moral son mortales. Todos cuantos quieren a V. M. son de esta opinión y así creo debe V.M. seguirla.

Dé V. M. gracias por escrito, pero ni por sueños pensar en darlas personalmente. Avise V.M. el recibo de ésta y repito mil y mil enhorabuenas».


Carta de la Condesa de Montijo a Meléndez, recogida en Paula de DEMERSON, María Francisca de Sales Portocarrero, Condesa de Montijo, Editora Nacional, Madrid, 1975, pp. 359-360.                


 

10

Georges DEMERSON, Don Juan Meléndez Valdés, vol., I, capítulo X. «El filósofo en el destierro», p. 353- 408.

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