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«¿Es posible que el señor Alcalde, por una niñería que no importa tres ardites, quiera quitar la honra a dos tan insignes estudiantes como nosotros y juntamente a Su Majestad dos valientes soldados, que íbamos a esas Italias y a esos Flandes a romper, a destrozar, a herir y a matar a los enemigos de la santa fe católica que topáramos?» (Cervantes).

 

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Se usa en Chile un bien, significando una finca; y crece, por una crecida o creciente.

 

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En las terminaciones de los nombres nacionales antiguos se conservan casi siempre las formas latinas con desinencias castellanas; a lo que contravienen no pocas veces los que traduciendo del francés imitan en ellos las formas francesas. A la desinencia francesa ien corresponden varias terminaciones en nuestra lengua; en la que no se dice, por ejemplo, tirianos (tyriens), rodianos (rhodiens), asirianos (assyriens), tirrenianos (tyrrhéniens), atenianos (athéniens), sino tirios (tyrii), rodios (rhodii), asirios (assyrii), tirrenos (tyrrheni), atenienses (athenienses); el latín da la norma; y el que vacile sobre la terminación que deba dar a un nombre de geografía antigua, saldrá fácilmente de la duda recurriendo a un diccionario latino. Hasta los nombres propios se estropean; y se ha traducido en nuestros días la Gaule por la Gaula, sin embargo de ser tan conocida y tan usual la Galia, y de no emplearse aquella forma sino en el apellido de ciertos personajes de la caballería andante (Perión de Gaula, Amadís de Gaula), sea porque en él signifique el país de Gales, no la Galia, sea por ignorancia del autor o traductor español del Amadís.

Yérrase también en estos nombres usando la terminación io por o. En general, si el nombre propio del país tiene i, es porque se deriva de un apelativo que no la tiene, como se ve en ibero, Iberia; galo, Galia; siro, Siria. A veces el apelativo suele llevar i cuando el propio no la lleva, porque éste es entonces el primitivo, y el otro el derivado, como aparece en Rodas, rodios; Tiro, lirios; Tarteso, tartesios. Y si sucede que uno y otro llevan esta vocal, es porque ambos son derivados; como Fenicia, fenicios, derivaciones de fenices, que era el verdadero apelativo nacional, y como tal se usa todavía en castellano. Lo mismo sucede en Macedonia y macedonios, Babilonia y babilonios. En suma, para emplear con la debida propiedad estas terminaciones, es necesario recurrir al latín, siempre que no haya en contrario un uso fijo, conocido y que inspire suficiente confianza.

No fue, pues, una licencia poética de Alarcón llamar lido al habitante de Lidia, como lo fue de Arriaza llamar iberio al ibero.

 

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Los adjetivos derivados no siempre dicen relación al sexo significado por el sustantivo de que se derivan: ganado vacuno, por ejemplo, comprende a los toros y bueyes.

¿Se podrá decir de una hermana que tiene sentimientos fraternales? A mí me disonaría, porque esta palabra nace de frater, que en latín significa el hermano varón, y no sé que el uso de la lengua castellana permita referirla a cualquiera de los dos sexos. Lo mismo digo de fraterno y fraternidad. Yo creo que estas tres palabras son análogas a las francesas fraternel y fraternité, que se refieren al sexo masculino. Además, tenemos en castellano hermanal y hermandad, que dicen relación a varones y hembras indiferentemente.

 

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Los nombres en dor, sor, tor, derivados de verbos castellanos o latinos, como descubridor, censor, director, se miran generalmente como sustantivos, y tal es sin duda el carácter que domina en muchos de ellos. Todos tienen sin embargo las dos terminaciones or, ora, ya se empleen como sustantivos o como adjetivos, y así se dice calamidad destructora, palabras amenazadoras.

 

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No solían los antiguos juntar el nombre apocopado con el don, decíase don Rodrigo Díaz, Ruy Díaz. Ciertos nombres eran bajo una misma forma propios y patronímicos, como Gómez, García, que se juntaban, por tanto, con el don, lo cual ya se sabe que solamente lo hacen los nombres propios en castellano. (Cuando doña significaba dueña, se juntaba con el apellido: doña Rodríguez). Aunque Cortés no es patronímico, produce el mismo efecto que si lo fuera, cuando se habla del conquistador de México; no se apocopa su nombre sino precediendo al apellido: Hernán Cortés22.

 

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No faltan autores repetables que dan el género femenino a nombres de ríos de Francia y de otros países, terminados en a: la Sena, la Mosela, la Escalda. Hácelo así frecuentemente don Carlos Coloma. Es digno de notar que aunque se diga el río de la Magdalena, el río de la Plata, el río de las Amazonas, se dice con todo, el Plata, el Amazonas, el Magdalena. Esta segunda forma ha hecho olvidar a veces la primera; nadie dirá hoy el río de los Manzanares, como sin duda se dijo al principio, sino el Manzanares, para designar este río de la Península.

 

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En Chile se usan impropiamente como masculinos chinche, hambre, pirámide27.

 

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Nuestros clásicos solían hacerlos femeninos, y lo mismo a orden en los significados en que hoy ha prevalecido el otro género.

 

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Entrambos era en lo antiguo entre ambos: no pudieron cargar el peso entre ambos. Creo que aún hoy debiéramos hacer esta diferencia. Dícese generalmente ambos o entrambos en sentido de uno y otro: «ambos o entrambos vivieron en el siglo XVI»; pero ambos a dos o entrambos a dos es más propio cuando se trata de dos agentes que concurrieron a la producción de un mismo efecto: «Ambos a dos le mataron». Ambos o entrambos no es equivalente a los dos, sino cuando los dos significa copulativamente uno y otro. Creo que cualquiera extrañara el uso de este numeral en el pasaje siguiente de un escritor célebre: «El primero de ambos autores (Zamora y Cañizares), nacido en una época de corto saber y estragado gusto, halló el teatro en suma decadencia». El uso propio es el que aparece en los ejemplos del texto y en este de don Joaquín Lorenzo Villanueva: «Quien de veras sirve a la religión y a la sociedad es el que separa de ambas los abusos con que las ha tiznado la ambición y la sed de oro». Otra observación hay que hacer en ambos, y es que en las frases negativas la negación se refiere a uno de los dos, y no al uno y al otro. No era grande el talento en ambos, sólo quiere decir que en uno de ellos no era grande. No es pues propio el empleo de este numeral en un escritor generalmente elegante y correcto: «No se descubrió el valor en ambos ejércitos», porque lo que se quiere decir es que uno y otro se portaron con poco valor. Y lo que se dice es que sólo se portó con valor uno de ellos. La observación abraza, por supuesto, el caso en que se trata de expresar una relación entre los dos: «No era igual en ambos el valor», quiere decir que uno tenía más y otro menos.