Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
 

121

No ignoro que pueden alegarse a favor de ellas bastantes ejemplos de escritores modernos, uno de ellos el padre Isla, que en materia de lenguaje no es autoridad despreciable. Este uso, sin embargo, es indudablemente moderno, y sobre adulterar el significado propio de la palabra, propende a privarnos de un elegante distributivo, que no se podría reemplazar sino por una perífrasis. El uso moderno de sendos ha nacido visiblemente de no haberse entendido lo que significaba este numeral en los buenos tiempos del castellano. La innovación es de aquellas que empobrecen las lenguas.

 

122

Se hace adverbio en la frase cada y cuando.

 

123

En Chile, como en algunos otros países de América, se abusa de los diminutivos. Se llama señorita, no sólo a toda señora soltera, de cualquier tamaño y edad, sino a toda señora casada o viuda; y casi nunca se las nombra sino con los diminutivos Pepita, Conchita, por más ancianas y corpulentas que sean. Esta práctica debiera desterrarse, no sólo porque tiene algo de chocante y ridículo, sino porque confunde diferencias esenciales en el trato social. En el abuso de las terminaciones diminutivas hay algo de empalagoso.

 

124

Este adjetivo, en su significado primario de dos veces el simple, no admite más ni menos, y por consiguiente no tiene superlativo; en otras acepciones lo tiene, aunque de poquísimo uso: un paño doblísimo, una dalia doblísima.

 

125

Pudiera atribuirse el superlativo frigidísimo a frígido; pero no le pertenece exclusivamente; porque frígido es de poco uso en prosa, al paso que frigidísimo se aplica a todo lo que es en alto grado frío, en todos los sentidos y estilos.

 

126

Véase la Nota IV.

 

127

Se pudiera dudar de esta aserción en vista de construcciones como Hombre, no creo que nada humano sea ajeno de mí; donde hombre es en efecto primera persona. Pero este apelativo no hace aquí las veces del personal yo; es sólo un epíteto suyo, una modificación explicativa; manifiéstalo la puntuación misma, que presenta una pausa necesaria:


«... Mozo, estudié;
Hombre, seguí el aparato
De la guerra; y ya varón,
Las lisonjas de palacio.
Estudiante, gané nombre;
Esta cruz me honró, soldado;
Y cortesano, adquirí
Hacienda, amigos y cargos.
Viejo ya, me persuadieron
Mis canas y desengaños
A la bella retirada
Desta soledad, descanso
De cortesanas molestias,
Donde prevengo despacio
Seguro hospicio a la muerte».


(Tirso de Molina)                


 

128

Después veremos que él y el son esencialmente una misma palabra.

 

129

No lo hacen así los franceses: «Le pouvoir qui nous a été confié et que nous sommes tenu d'exercer pour le bonheur de nos sujets», hubiera podido decir un rey de Francia. No han faltado escritores castellanos que imitasen esta construcción.

 

130

Si hablan en el drama personajes antiguos, es un anacronismo la pluralidad imaginaria de segunda persona, que fue desconocida en la antigüedad. Si personajes de nuestros días y de países en que la lengua nativa es la castellana, lo propio en el diálogo familiar sería usted o . Pero por una especie de convención tácita parece admitirse el vos en reemplazo del enojoso usted.