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El vos de que se hace tanto uso en Chile en el diálogo familiar, es una vulgaridad que debe evitarse, y el construirlo con el singular de los verbos una corrupción insoportable. Las formas del verbo que se han de construir con vos son precisamente las mismas que se construyen con vosotros.

 

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Sustituir a la segunda persona la tercera en señal de respeto, fue costumbre antiquísima del Oriente; así Jacob a Esaú en el Génesis: «Para hallar gracia delante de mi Señor», por delante de ti; y José a Faraón: «El sueño del Rey», en lugar de tu sueño; y Ester en el libro de su nombre a Asuero: «Si he hallado gracia delante del rey, y si place al rey conceder lo que le pido, venga el rey al convite que le tengo dispuesto». Antigua es también la práctica de representar las personas bajo cualidades abstractas, y en Homero mismo encontramos: «La sagrada fuerza de Hércules» para designar simplemente a aquel héroe.

 

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No puedo menos de hacer alto sobre una práctica introducida poco ha en castellano, e imitada, como tantas otras, de los idiomas extranjeros. Dícese Su Majestad el Rey de los franceses, Su Santidad Benedicto XIV, Su Excelencia el Ministro de Estado, en lugar de la Majestad del Rey, la Santidad de Benedicto XIV, el Excelentísimo señor Ministro. En Cervantes hallamos, si mal no me acuerdo, la Majestad del Emperador Carlos V, y su merced de la señora Lucinda. «Sale Su Santidad del Papa vestido de pontifical con doce cardenales todos vestidos de morado», dice el mismo escritor. Jovellanos escribía: «La Santidad de Clemente VIII expidió un breve». «Este breve y el de la Santidad de Paulo V», etc. Pero la práctica extranjera parece ya irrevocablemente adoptada, sin que por eso esté abolida la nuestra.

 

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Esto, eso, aquello, se miran generalmente como terceras terminaciones de los adjetivos este, ese, aquel. Pero es fácil probar que no hay nombre alguno de nuestra lengua que tenga más eminentemente el carácter de sustantivo, porque:

  1. Sirven de sujeto: eso no debe tolerarse, aquello no me pareció bien.
  2. Sirven de término, con preposición o sin ella: me limito a esto, no quiero pensar en eso, no entendí aquello.
  3. Son, a manera de los otros sustantivos, modificados por adjetivos y complementos: todo esto, aquello blanco, eso de color amarillo.
  4. Estas formas demostrativas envuelven manifiestamente la idea de cosa o colección de cosas: esto es esta cosa o colección de cosas; eso, esa o colección de cosas.
  5. Esto, eso, aquello, no ejercen jamás el oficio característico del adjetivo, que es agregarse a sustantivos, modificándolos. No se pueden formar con estas palabras construcciones análogas a las latinas hoc templum, istud corpus, illud nemus.
  6. Fuera absurdo considerar a esto, eso, aquello, como adjetivos sustantivados, no pudiendo subentendérseles jamás ningún sustantivo con el cual pudieran expresamente construirse.
 

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Nótese que genérico significa unas veces lo mismo que general, y otras lo perteneciente a lo que se llama género en gramática.

 

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Creo que hubiera sido más propio un mismo influjo; el mismo influjo significa el influjo de que se acaba de hablar, y no es eso lo que quiso decir el autor; en otra parte hablaré del diverso valor de las expresiones el mismo y un mismo.

 

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Véase la Nota V.

 

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En efecto, hay lenguas, como la inglesa, que no suelen emplear el artículo en esta significación general, y que lo omiten, por ejemplo, en expresiones parecidas a estas: «Hombre es el estudio propio de género humano»; The proper study of mankind is man.

 

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Las formas antiguas del artículo definido adjetivo eran el, ela, elos, elas; como se ve en estos versos del Alejandro:


«Por vengar ela ira olvidó lealtad».


«Fueron elos troyanos de mal viento feridos».


«Exian de Paraíso elas tres aguas sanctas».



En la versión castellana del Fuero Juzgo leemos: «De las bonas costumnes nasce ela paz et ela concordia». «Todo lo querían pora si retener elos príncipes».

Como nuestro el femenino es el antiguo ela, parece que deberíamos señalar la elisión del a escribiendo el'alma como en francés l'âme y en italiano l'anima.

 

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En tiempo de Cervantes se decía también a veces el antes de sustantivos que comenzaban por a no acentuada: el alegría, el arena, el acémila; antes de adjetivos: el alta sierra; y más antiguamente antes de nombres que principiaban por otras vocales: el espada.