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Se ha censurado en Cervantes como un italianismo: «¿Y qué son ínsulas? ¿Es alguna cosa de comer, golosazo, comilón que tú eres?». Pero esta construcción en nada discrepa de la de Jovellanos y Santa Teresa; ni puede decirse que sea ociosamente pleonástica, pues da cierta gracia y energía al vocativo. Más razón habría para censurar como un galicismo la traducción literal de Malheureux que je suis!, «¡desgraciado que soy!». No porque la construcción sea viciosa de suyo, sino porque en las exclamaciones preferimos un giro diverso: «¡Desgraciado de mí!», «¡Pobres de vosotros!».

 

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Al que anunciativo llaman casi todas las gramáticas conjunción porque no se ha definido con claridad y exactitud esta clase de palabras. El que anunciativo liga, es cierto; pero también liga el adjetivo que: ¿y lo llamaremos por eso conjunción? Cuando decimos el vecindario de la ciudad, de enlaza al sustantivo que sigue con el que precede: ¿será, pues, conjunción? Los elementos ligados por una conjunción no dependen el uno del otro; cuando decimos hermosa, pero tonta, ni hermosa depende de tonta, ni tonta de hermosa. Cuando se dice existo y percibo, sucede lo mismo. Pero cuando digo percibo que existo, no es así: el que (junto con la proposición anunciada, que lo especifica) depende de percibo, porque es un complemento de este verbo, de la misma manera que de la ciudad es un complemento de el vecindario.

 

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Los artículos no hacen ententes otro oficio que el de las terminaciones en el relativo latino qui, quae, quod: son formas diferenciales que se ponen al principio de la palabra como las otras al fin.

Antes era rarísimo el uso de el que, la que en el sentido de el cual, la cual; a no ser en el género neutro, como en estos pasajes de Cervantes: «Temo (dijo el italiano) que por ser mis desgracias tantas y tan extraordinarias no me habéis de dar crédito alguno. A lo que respondió Periandro», etc. «El capitán acudió a ver la balsa y quiso acompañarle Periandro; de lo que fue muy contento» (el mismo).

 

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Nos parece demasiado severo don Vicente Salvá, cuando encuentra alguna afectación de arcaísmo en las sabias academias por quienes de Jovellanos. Es natural y frecuente personificar las corporaciones: a cada paso oímos, la nación a quien; el tribunal de quien; el congreso para quien, etc.

Sería también, a nuestro juicio, una delicadeza excesiva la que extrañase el quien de estos pasajes de Jovellanos y de Alcalá Galiano: «¿No es éste el progreso natural de todo cultivo, de toda plantación, de toda buena industria? ¿No es siempre el consumo quien los provoca, y el interés quien los determina y los aumenta?»; «La ambición, más o menos acompañada de talento y ciencia, de arrojo noble o de loca osadía, es quien bate las pujas y en el remate se queda con la presa».

 

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Es de notar que aun el adjetivo semejante se emplea no pocas veces en el sentido de identidad: no conozco a semejante hombre, no he oído semejante cosa.

 

156

En la época más antigua de la lengua se dijo cual donde hoy decimos el cual.


«Non la entendió nadi esta so cabalgada,
Fuera Dios, a cual solo non se encubre nada».


(Berceo)                



«Envioli el blago, fust de grant santidat,
Sobre cual se sofría con la grant cansedat».


(Berceo)                


 

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Antiguamente nada significaba siempre cosa: nada no es más que un residuo de la expresión cosa nada, cosa nacida, cosa criada, cosa existente. De aquí el usarse en muchos casos en que no envuelve negación: «¿Piensa usted que ese hombre sirva para nada?», esto es, para alguna cosa. De aquí también el emplearse con otras palabras negativas sin destruir la negación: «Ese hombre no sirve para nada», es decir, para cosa alguna. Y si tiene por sí solo el sentido negativo precediendo al verbo, no vemos en esto sino lo mismo que sucede con otras expresiones indudablemente positivas; así en mi vida le he visto, es lo mismo que no le he visto en mi vida. De suerte que nada no llegó a revestirse de la significación negativa sino por un efecto de la frecuencia con que se le empleaba en proposiciones negativas, donde la negación no era significada por esta palabra, sino por otras a que estaba asociada. La misma suerte ha corrido nadie, antiguamente nadi, que provino de nado, nacido, existente, como otri de otro. Nonada sí que significaba de suyo ninguna cosa, porque era la negación de nada, esto es, de cosa: «De nonada crió Dios el mundo» (Hugo Celso).

Yaqué significaba lo mismo que nuestro algo:


Con la mi vejezuela enviele yaqué.


(Arcipreste de Hita)                


Yacuanto era otro sustantivo neutro de igual significado, nacido del adjetivo yacuanto, yacuanta (alguno, alguna).

 

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El antiguo epiceno otri (otra persona) tuvo con el neutro otro (otra cosa) la misma analogía que alguien con algo, y nadie con nada.

 

159

En Chile suele confundirse viciosamente despacio, adverbio de tiempo, con paso, quedo, adverbios de modo. Hablar despacio es hablar lentamente; hablar paso es hablar en voz baja. No se oponen hablar en voz alta y despacio.

 

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Además es adverbio de cantidad en dos sentidos:

1.º Significa agregación, juntándosele frecuentemente la conjunción y: «Estaba retirado, y además enfermo». «Le alojó en su casa, y además cuidó de sus aumentos». Otras veces en esta misma acepción se le junta un complemento con de: «Además de aquella noble porción de juventud que consagra una parte de la subsistencia de sus familias y el sosiego de sus floridos años al árido y tedioso estudio que debe conducirla a los empleos civiles y eclesiásticos, ¿cuál es la vocación que llama al ejército y a la armada tantos ilustres jóvenes?» (Jovellanos). De aquí las frases conjuntivas además de esto, además de lo dicho, o simplemente además.

2.º Encarece la significación de los adjetivos a que se pospone, haciéndolos superlativos: «Estaba pensativo además» (§ 107). Hoy decimos en el mismo sentido por demás.