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Gran teatro del fin del mundo [Fragmento]

Homero Aridjis





PEDRO CALDERÓN DE LA BARCA (con manto de cenizas y sombrero agujerado y maltrecho): Todos se han ido: El Monstruo, el Rey, el Pobre, el Rico, el Labrador, el Niño. Quedan la Enfermedad, la Desolación, la Envidia, el Rencor, el Hambre, la Muerte. Entre unos y otros personajes el Sueño ha puesto su material caduco, ha dejado su huella de azul vago. A todos los personajes el Hombre los vistió con el mismo trabajo siendo para el Autor la calidad del representante en su papel de igual consideración y recompensa. El Mundo fue el escenario de tanto desvarío. El Hombre su representante.

El poder es mutable, aún más que la Fortuna. Si no, sirva de ejemplo este horror final, esta oscuridad reinante. Cada edificio es un sepulcro vivo, / cada soldado un esqueleto vivo. Y en medio de todo, el Hombre es un sobreviviente de sí mismo, con su Mujer y su Fantasma, y se representa a sí mismo, frente a sí mismo, entre la escoria y el escombro.

Todo destruido. Si no por la última guerra, por la Guerra, la discordia de siempre. Pero queda el Mundo como teatro, desgarrado y mudo, con sus isletas grises, sus corrales oscuros y sus cuartos que dan al infinito, sus noches de piedra aérea y sus calles al revés donde la ancianidad repite su diálogo cansado sin reparar en la Locura que ha invertido la costumbre y la forma, la lengua y la mirada.

Conmigo están unos cuantos comediantes, que han sobrevivido a la hecatombe de todos los días y de la última prueba, no por buenos en su vida ni por excelentes en su oficio, sino por la suerte. Para curarse de su melancolía, antes de morir han deseado representar por última vez unos cuantos episodios de la historia humana, escogidos al azar en su propia memoria. La fantasía ha modificado el pasado, el pasado ha irrumpido en el presente, el futuro está aquí, el orden es arbitrario. Destruida la Realidad, sólo nos queda el Sueño.

Como veréis, rápida fue la descompostura de la sublime Arquitectura que tenía la gran Naturaleza, la ceguera juntó al día con la noche en la fascinación de un solo ojo y siguiose confusión en todos los horarios y todos los paisajes. Como sabéis, el cielo humano abajó al lodo sus estrellas, los montes milenarios se volvieron piélagos, los vientos tumbas de aire para peces negros y las aves nadaron en la arena falsa de una playa sin mar y sin distancia.

Triunfó la estupidez del actor Hombre y su cólera de fuego sembró de rayos exterminadores los caminos de la tarde donde paseaban prodigios y quimeras. Cenizas iguales fueron para la Muerte animales, plantas y humanos. Y de todo esto quedan sólo unas cuantas palabras: Tened cuidado con el Hombre.

Si yo fui autor (lo digo con minúscula, porque la A mayúscula sólo está reservada al Autor Soberano); si yo fui autor, fuerza fue hacer mi papel mientras duró la feroz alegría del aparato hermoso de la Luz que alumbró flores efímeras en los prados del día; si los hombres son aún mis hermanos en la pena y la ruina del Jardín devastado, quiero que representemos una última vez con amor y fervor en el gran teatro del mundo. Disculpen los errores.



PEDRO CALDERÓN DE LA BARCA (con manto de cenizas y sombrero agujerado y maltrecho): Terminada la representación, los personajes vuelven a su existencia de palabras y los comediantes recobran su verdadero rostro. Unos y otros, por un momento del Tiempo, confundieron su irrealidad, revolvieron su historia, se vistieron de sueños ajenos, anduvieron con pasos prestados, juntaron su porción de vida y su ración de olvido.

En otra parte, no aquí, hay un corral de sombras donde el Autor Soberano y el Espectador Anónimo se reúnen para admirar las obras representadas en la anchurosa plaza del Gran Teatro del Mundo; para reír de ellas, mientras nosotros, pobres actores, nos afanamos por entender las farsas y misterios que representamos, por vestir de Verdad los trasgos inasibles de nuestra vida diaria, que quedan en el ayer sin sustancia ni huella.

Un tiempo fantástico pasó, un día sin aurora ni crepúsculo estuvo frente a nosotros y ante la vida consumada, al Hombre sólo le quedan las preguntas. Por el teatro de Epidauro, el phliakes griego, el atellanae romano, el teatro de Shakespeare, el corral español ha pasado el mismo personaje Aire, vestido de todos los cuerpos y ropajes. En el fin como en el principio, urdidos casi todos los caminos de la invención, Sófocles y Aristófanes nos ofrecen de nuevo los dos trajes del sueño: Carácter y Conflicto. El actor despojado de su última indumentaria aparece desnudo, convertido en vacío, mientras una compañía de fantasmas representa en el ubicuo corral de sombras la trama del destino.

El Hombre, armado siempre de la quijada de burro, sin haber salido nunca de la prehistoria, no supo representar el papel de señor del paraíso terrestre, actuó en cambio el de la serpiente. Ahora, ante el fin catastrófico de nuestra Historia, en el callejón sin salida de nuestro presente, el Hombre finalmente se encuentra con su destino, se halla frente a sí mismo, y no sabe quién es.





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