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Acto Quinto

La Boda

En Zaragoza

Galería del palacio de Aragón. -En el fondo una escalera que desciende hasta el jardín. -A la derecha y a la izquierda dos puertas, que dan a la galería que cierra una balaustrada de dos filas de arcadas moriscas; por encima y a través de ellas se ven en el fondo los jardines del palacio, con luces que van y vienen, y en último término los remates góticos y árabes de dicho palacio, que está iluminado. -Es de noche. -Se oye música lejana. -Máscaras vestidas de dominó, aisladas o en grupo, pasean por el fondo. -En el proscenio, un grupo de jóvenes disfrazados, que llevan las caretas en la mano, hablan y ríen ruidosamente.



Escena Primera

D. SANCHO SÁNCHEZ DE ZÚÑIGA, conde de Monterrey; D. MATÍAS CENTURIÓN, marqués de Almuñán; D. RICARDO DE ROJAS, conde de Casapalma; D. FRANCISCO DE SOTOMAYOR, conde de Bellalcázar; D. GARCI-MÁRQUEZ DE CARVAJAL, conde de Peñalver.

     GARCI.- ¡Viva la novia y viva la alegría!

     MATÍAS.- Zaragoza entera se asoma esta noche a los balcones.

     GARCI.- Hace bien, porque jamás vio boda tan rica, novios tan gallardos ni noche tan hermosa.

     MATÍAS.- Esa boda se debe al emperador.

     SANCHO.- ¿Os acordáis, marqués, de cierta noche que íbamos los dos con él en busca de aventuras? ¡Quién nos había de haber dicho entonces que aquello había de acabar así!

     RICARDO.- Yo fui de la partida y os contaré lo que nos sucedió. Tres galanes, un bandido, un duque y un rey, sitiaban al mismo tiempo el corazón de una mujer: dieron el asalto y ganó el bandido.

     FRANCISCO.- Eso es muy natural. El amor y la fortuna, en España, como en todas partes, juegan con dados falsos y hacen ganar el fullero.

     RICARDO.- Yo hice carrera presenciando esos amoríos, que me hicieron ser primero conde, luego grande de España y después mayordomo de palacio. No he perdido el tiempo.

     SANCHO.- El secreto de vuestro encumbramiento consiste siempre en encontraros en el camino del rey...

     RICARDO.- Y en hacer valer mis derechos y mis servicios.

     GARCI.- Y en aprovecharos de sus distracciones.

     MATÍAS.- ¿Y qué se ha hecho el duque de Silva? ¿Estará preparándose el ataúd?

     SANCHO.- No os burléis de él, marqués; el duque era hombre de buen temple y amaba a doña Sol. Sesenta años tardó en empezar a encanecer, y un solo día ha bastado para que encaneciera del todo.

     GARCI.- ¿No ha regresado a Zaragoza?

     SANCHO.- ¿Para presenciar la boda había de regresar?

     FRANCISCO.- ¿Y qué hace el emperador?

     SANCHO.- El emperador está muy triste: Lutero le tiene pensativo.

     RICARDO.- Buen cuidado me daría a mí Lutero. Acabaría con él muy pronto con cuatro soldados.

     MATÍAS.- Solimán también le hace sombra.

     GARCI.- ¿Pero qué diablos nos importan a nosotros Lutero ni Solimán? Las mujeres son hermosas, el baile de máscaras está muy animado; vamos a divertirnos.

     SANCHO.- Eso es lo esencial.

     RICARDO.- Tiene razón Garci-Márquez. Yo soy otro cuando estoy en una fiesta; en cuanto me pongo el antifaz me parece que me pongo otra cabeza.

     FRANCISCO. (Indicando la puerta de la derecha.)- ¿Ésa es la habitación de los desposados?

     GARCI.- Sí, y pronto vendrán.

     FRANCISCO.- ¿Vendrán?

     GARCI.- Sin duda alguna.

     FRANCISCO.- Tanto mejor.

     SANCHO.- La novia es bellísima.

     RICARDO.- Y el emperador demasiado bondadoso: no contento con perdonar al rebelde Hernani, le colma de títulos y le une en matrimonio con doña Sol. Si yo hubiese sido el emperador, hubiera destinado para él un lecho de piedra y para ella un lecho de pluma.

     SANCHO. (Bajo a D. MATÍAS.)- De buena gana le daría una estocada a ese necio presumido.

     RICARDO.- ¿Qué estáis diciendo?

     MATÍAS. (Bajo a D. SANCHO.)- No arméis contienda ahora. Me recita un soneto del Petrarca.

     GARCI.- ¿Habéis observado, señores, entre las flores, las mujeres y los trajes de colores, un espectro con dominó negro, que permanecía de pie apoyado contra una balaustrada?

     RICARDO.- Sí.

     GARCI.- ¿Quién es?

     RICARDO.- Por su talla y por su aire me parece que es D. Pancracio, general del mar.

     FRANCISCO.- No.

     GARCI.- No se ha quitado aún la máscara.

     FRANCISCO.- Debe ser el duque de Loma, que se satisface con que todo el mundo le mire.

     RICARDO.- No es, porque el duque me ha hablado.

     GARCI.- Entonces, ¿quién es esa máscara? Callad, aquí está.

Entra un enmascarado con dominó negro, que cruza lentamente por el fondo. Todos se vuelven a mirarle y le siguen con la vista, sin que él lo note.

     SANCHO.- Si los muertos andan, deben andar así.

     GARCI. (Corriendo hacia el enmascarado.)- ¡Máscara! (El dominó negro se para; GARCI retrocede.) Por vida mía, señores, que he visto que sus ojos echan llamas.

     SANCHO.- Pues si es el diablo, ha encontrado ya con quien hablar. Mala sombra, ¿vienes del entierro?

     LA MÁSCARA.- No vengo, voy.

Sigue su camino y desaparece por la escalera del fondo. Todos le siguen con la vista, mirándole con extrañeza.

     MATÍAS.- Su voz es verdaderamente sepulcral.

     GARCI.- Sí, pero lo que causa espanto en otra parte hace reír en un baile.

     SANCHO- Será algún chusco de mal género.

     GARCI.- Y si es Lucifer que viene a vernos bailar, mientras llega la hora de ir al infierno, bailemos.

     SANCHO.- Eso será alguna bufonada.

     MATÍAS.- Mañana lo sabremos.

     SANCHO.- ¿Por dónde ha desaparecido?

     MATÍAS.- Por aquella escalera.

     GARCI. (A una dama que pasa.)- Marquesa, ¿seréis tan bondadosa? (La saluda y le ofrece la mano.)

     LA DAMA.- Mi querido conde, ya sabéis que mi marido cuenta las veces que bailo con vos.

     GARCI.- Mejor que mejor; si se divierte así, él contará y nosotros bailaremos.

     SANCHO.-(Verdaderamente esto es singular.)

MATÍAS.- ¡Los novios! ¡Silencio!

Entran HERNANI y DOÑA SOL, dándose la mano; ella viste magnífico traje nupcial; él, traje de terciopelo negro, y lleva puesto el Toisón. Detrás de ellos salen multitud de damas y caballeros enmascarados. Cuatro pajes les preceden y dos alabarderos les siguen.



Escena II

Dichos, HERNANI, DOÑA SOL y máscaras

     HERNANI. (Saludando.) ¡Amigos míos!

     RICARDO.- Vuestra felicidad hace la nuestra, ilustre duque.

     FRANCISCO.- (¡Vive Dios, que es hermosa como Venus!)

     MATÍAS. (A SANCHO.)- ¿Hay algo más feliz que un día de bodas?

     SANCHO.- Sí, la noche.

     FRANCISCO.- Ya es tarde. ¿Nos retiramos?

Todos van a saludar a los novios, y unos se van por una de las puertas y los otros por la escalera del fondo.

     HERNANI. (Despidiéndolos.)- Dios os guarde.

     SANCHO. (Estrechándole la mano.).- ¡Sed dichosos!

Quedan solos HERNANI y DOÑA SOL. Las luces se van apagando, y poco a poco domina el silencio y la oscuridad.



Escena III

HERNANI y DOÑA SOL

     SOL.- Por fin se fueron.

     HERNANI. (Atrayéndosela.)- ¡Amor mío!

     SOL. (Ruborizándose y retrocediendo.)- Es que... me parece que es ya muy tarde.

     HERNANI.- Siempre es tarde para estar solos y juntos.

     SOL.- Me ha fatigado tanto ruido. ¿No es verdad que esa alegría aturde y ahuyenta la felicidad?

     HERNANI.- Dices bien. La felicidad es grave y busca corazones de bronce para grabarse en ellos lentamente. El placer la asusta, echándole flores, y su sonrisa está más cerca de llorar que de reír.

     SOL.- En tus ojos esa sonrisa es para mí la luz del día.

     HERNANI.- ¿Vámonos?

     SOL.- Luego, luego.

     HERNANI.- Sólo soy tu esclavo y permaneceré aquí hasta que tú me digas; reiré o contaré, lo que tú quieras, pero mi alma arde. Dile al volcán que apague sus llamas, y el volcán cerrará el cráter y volverá a cubrir su falda de verde musgo y de flores: has vencido al Vesubio, que es ya tu esclavo, y nada te importa que la lava encienda su corazón. ¿Deseas que se cubra de flores? Pues forzoso será que el volcán ardiendo florezca ante tu vista.

     SOL.- ¡Qué bondadoso eres, Hernani de mi alma!

     HERNANI.- No vuelvas a pronunciar ese nombre, porque me haces recordar todo lo que he olvidado. En otro tiempo existió un Hernani, cuyos ojos brillaban como un puñal, un proscripto que sólo respiraba odio y venganza, pero yo no conozco a ese Hernani. Yo amo los prados, las flores, los bosques; yo soy don Juan de Aragón, esposo feliz de doña Sol de Silva.

     SOL.- También yo soy dichosa.

     HERNANI.- Nada me importan ya los andrajos, que al entrar dejé a la puerta. Volví a mi palacio y un ángel del Señor me esperaba en el umbral. Entré y puse en pie sus derribadas columnas, volví a encender el hogar, abrí las ventanas, arrasé la yerba que crecía en las losas del patio y respiré la alegría y el amor. Que se me devuelvan mis torres y castillos, mi penacho, mi asiento en el Consejo de Castilla, que me entreguen a doña Sol ruborizada y pura, y que nos dejen solos a los dos, y nada quiero saber ya de mi pasado. Nada vi, nada dije, nada hice. Vuelvo a empezar la vida, borro mi ayer, y todo lo olvido; tú sola bastas para mi felicidad.

     SOL.- ¡Qué bien sienta ese collar de oro sobre el terciopelo negro!

     HERNANI.- Antes que a mí, viste al rey con este traje.

     SOL.- Ni lo noté siquiera. ¡Qué me importan los demás hombres! Además, eso no consiste en el terciopelo ni en el raso, porque es tu cuello el que sienta bien al collar. ¿Lo ves? Estoy alegre y lloro. ¡Qué feliz soy! Ven conmigo a respirar un poco y a contemplar esta noche hermosa.

Lo acerca a la balaustrada.

     Ya se han extinguido las antorchas y la música de la fiesta; solos nos hemos quedado la noche y nosotros. Mientras todo duerme, vela cariñosamente la naturaleza por nosotros, y como nosotros la luna reposa en el cielo, sola y respirando el aire embalsamado de las flores. Hace poco, mientras hablabas, el trémulo brillo de la luna y el timbre de tu voz llegaban juntos a mi corazón; me sentía tan alegre y tan tranquila, que hubiera querido morir en aquel momento.

     HERNANI.- ¡Quién no se olvidará de todo al oír tu voz celeste! Tu palabra es un canto sobrehumano.

     SOL.- Este silencio es demasiado lúgubre y este sosiego demasiado profundo. Dime, amor mío, ¿no quisieras ver el fondo de una estrella? ¿No quisieras que una voz nocturna, tierna y cariñosa, cantara de repente?

     HERNANI.- No hace mucho huías de la luz y de los cantos.

     SOL.- Huía del baile, pero no de un pájaro que cante en el campo, ni de un ruiseñor perdido en la oscuridad, ni de alguna flauta oída desde lejos. La música dulcifica, hace que el alma sea armoniosa y despierta mil voces que cantan en el corazón. Oír lo que te digo sería delicioso.

Óyese el sonido lejano de una bocina.

     HERNANI.- ¡Ah!

     SOL.- Dios me ha oído.

     HERNANI. (Estremeciéndose.)- (¡Desdichada!)

     SOL.- Un ángel ha comprendido mi pensamiento; será tu ángel bueno.

     HERNANI.- Sí, mi ángel bueno... (Con amargura.)

Óyese por segunda vez el sonido de la bocina.

     ¡Otra vez!

     SOL.- D. Juan, ¿has dispuesto tú esa serenata?

     HERNANI.- (El tigre aúlla y reclama su presa.)

     SOL.- Esa armonía llena el corazón de júbilo. ¿Verdad, D. Juan mío?

     HERNANI. (Levantándose con aspecto terrible.)- ¡Llámame Hernani, llámame Hernani, que todavía me persigue ese nombre fatal!

     SOL. (Temblando.)- ¿Qué tienes?

     HERNANI.- Ese anciano...

     SOL.- ¡Me espantan tus miradas! ¿Qué tienes?

     HERNANI.- ¡Ese anciano que se está riendo en las tinieblas!... ¿No lo ves?

     SOL.- ¡Estáis desvariando! ¿Quién es ese anciano?

     HERNANI.- El anciano.

     SOL.- Te ruego de rodillas que calmes mi inquietud; ¿qué secreto es ese que te atormenta?

     HERNANI.- Se lo he jurado.

     SOL.- ¿Qué le has jurado?

DOÑA SOL sigue todos los movimientos de HERNANI Con ansiedad. De pronto éste se pasa la mano por la frente.

     HERNANI- (¿Qué le iba a decir?) ¿De qué te hablaba?

     SOL.- Me decías...

     HERNANI.- No, no te decía nada.... sufría mi espíritu; pero no te inquietes.

     SOL.- ¿Necesitas que te traiga algo? Manda a tu esclava.

Vuelve a sonar la bocina.

     HERNANI.- (¡Me lo exige, me lo exige y yo se lo he jurado!) (Buscando en el cinto espada o puñal, que no lleva.) (¡Estoy desarmado!)

     SOL.- ¿Pero qué es lo que te hace sufrir?

     HERNANI.- Una herida antigua, que creí cerrada y que vuelve a abrirse. (Alejémosla de aquí.) Sol de mi vida, escucha: en aquella cajita que en días menos felices llevaba siempre conmigo...

     SOL.- Sé cuál es...; ¿qué quieres que haga?

     HERNANI.- Encontrarás en ella un pomo de elixir, que podrá terminar mi sufrimiento. Ve y tráemelo.

     SOL.- En seguida.

Vase DOÑA SOL por la puerta de la cámara nupcial.



Escena IV

HERNANI solo

HERNANI.- ¡Aparece para destruir mi felicidad! He aquí el dedo fatal que brilla en la pared de mi destino.

Queda sumido en profunda y convulsiva abstracción; después se yergue bruscamente.

     Pero calla... No oigo la bocina... No veo venir a nadie... ¡Si habrá sido una ilusión mía!

La máscara del dominó negro aparece en el fondo. HERNANI se queda como petrificado.



Escena V

HERNANI y la MÁSCARA

     LA MÁSCARA.- «Suceda lo que suceda, cuando queráis, señor duque, en cualquier lugar, a cualquier hora que os ocurra que deba yo morir, tocad la bocina y yo mismo me mataré.» Este pacto tuvo por testigos a los retratos de mis antepasados. ¿Estás dispuesto a cumplirlo?

     HERNANI.- (¡Gran Dios!)

     MÁSCARA.- Acudo a tu palacio a decirte que ha llegado ya la hora, y veo que la retardas.

     HERNANI.- No: ¿qué es lo que quieres que haga?

     MÁSCARA.- Puedes elegir entre el puñal y el veneno; traigo las dos cosas y nos las partiremos.

     HERNANI.- Bien.

     MÁSCARA.- ¿Qué eliges?

     HERNANI.- El veneno.

     MÁSCARA.- Pues toma; bebe y acabemos.

Preséntale un pomo, que coge la mano temblorosa de HERNANI.

     HERNANI. (Llevándoselo a los labios y apartándoselo en seguida.)- Te suplico que me dejes vivir hasta mañana. Si tienes corazón, si no eres un réprobo, un fantasma o un demonio, si sabes lo que es gozar la dicha suprema de estar enamorados, de tener veinte años y de ir a casarse, permíteme vivir hasta mañana.

     MÁSCARA.- ¡Mañana! ¡Mañana! ¡Te burlas de mí! ¿Y qué haría yo esta noche? Moriría y mañana no habría quien te hiciera cumplir la palabra. No quiero bajar solo a la tumba y necesito que me acompañes.

     HERNANI.- Pues me libraré de ti; no te obedeceré.

     MÁSCARA.- Bien me lo temía. Me lo juraste por la memoria de tu padre...; puedes olvidarlo.

     HERNANI.- ¡Ah! ¡Padre mío!... ¿Voy a perder la razón?

     MÁSCARA.- Vas a cometer un perjurio y un sacrilegio.

     HERNANI.- ¡Duque!

     MÁSCARA.- Ya que los primogénitos de las familias castellanas se burlan de los juramentos... ¡Adiós!

Da un paso para marcharse.     HERNANI.- No te vayas.

     MÁSCARA.- Entonces...

     HERNANI.- Eres un hombre desalmado que me persigues hasta las puertas del cielo...

Sale DOÑA SOL sin ver al encubierto.



Escena VI

Dichos, DOÑA SOL

     SOL.- No he encontrado la caja.

     HERNANI.- (¡Dios mío, ella!)

     SOL.- (¿Qué tiene? ¡Se asusta de verme! ¡Horrible sospecha!) ¿Qué tienes en la mano? Contéstame.

El enmascarado se quita el antifaz. DOÑA SOL reconoce a D. RUY GÓMEZ y lanza un grito.

     ¡Es un veneno!

     HERNANI.- ¡Gran Dios!

     SOL.- ¡Me engañabas, D. Juan!

     HERNANI.- He debido ocultártelo. Prometí morir al duque cuando me salvó, y Aragón debe cumplir la promesa que hizo a Silva.

     SOL.- No eres suyo, sino mío. ¿Qué me importan a mí los demás juramentos? Duque, el amor me convierte en heroína y defenderé a D. Juan contra vos y contra todo el mundo.

     RUY.- Defiéndele, si puedes, contra un juramento sagrado.

     SOL.- ¿Qué juramento?

     HERNANI.- Juré...

     SOL.- Nada, nada te obliga a morir, eso no puede ser; eso sería un crimen y una locura.

     RUY.- Vamos, D. Juan.

HERNANI va a llevarse el pomo a los labios, pero DOÑA SOL se lo impide.

     HERNANI.- Déjame, doña Sol, es preciso. Empeñé al duque mi palabra y juré por mi padre que me está mirando desde el cielo.

     SOL.- Antes arrancaréis a un tigre sus cachorros, que a la mujer amante el objeto de su cariño. No conocéis aún a doña Sol. Mucho tiempo, compadecida de vuestros sesenta años y respetando vuestras canas, fui sumisa y tímida; pero ahora, ved mis ojos encendidos de dolor y de rabia y ved este puñal. (Saca un puñal del seno.) Viejo insensato, cuando os amenacen mis ojos, recordad que soy de vuestra raza, y ¡ay de vos si atentáis contra la vida de mi esposo! (Tira el puñal y cae de rodillas ante el duque.) Vedme arrodillada a vuestros pies para pediros que tengáis piedad de nosotros. Perdón, señor; soy una débil mujer, y cuando quiero ser brava, la fuerza aborta en mi corazón y flaqueo. Os lo ruego de rodillas; tened piedad de nosotros.

     RUY.- ¡Doña Sol!

     SOL.- ¡Perdonadme! A nosotras las españolas nos arrastra el dolor a decir palabras ofensivas; bien lo sabéis. No sois perverso y debéis compadeceros; tocarle a él es matarme a mí. ¡Le amo tanto!...

     RUY.- Le amas demasiado.

     HERNANI.- No llores.

     SOL.- No quiero que mueras, amor mío; no, no quiero. Perdonadle, señor, y os amaré también a vos.

     RUY.- Me amarás en segundo lugar, con los restos de tu cariño; ¿crees apagar así la sed que me devora? Rujo de cólera. Él poseería tu alma por completo. No, no; es preciso que esta situación termine. Bebe.

     HERNANI.- Empeñé mi palabra y debo cumplirla.

     RUY.- ¡Vamos!

HERNANI vuelve a acercar el pomo a los labios; DOÑA SOL le vuelve a detener.

     SOL.- ¡Todavía no! Oídme antes los dos.

     RUY.- El sepulcro está ya abierto y yo no puedo esperar.

     SOL.- Un instante, D. Juan. ¡Sois muy crueles los dos! No os pido más que un instante. Permitidme que esta mujer os diga sus últimas palabras; dejadme hablar.

     RUY.- Tengo prisa.



     HERNANI.- (Su voz me desgarra el corazón.)

     SOL.- Comprended que tengo muchas cosas que deciros.

     RUY. (A HERNANI.)- ¡Acabemos!

     SOL.- D. Juan, cuando termine yo de hablar, obra como quieras. (Le arrebata el pomo.) Ya lo tengo. (Enseñándolo a los dos hombres, que se quedan sorprendidos.)

     RUY.- Ya que tengo que habérmelas con dos mujeres, D. Juan, es preciso que vaya a otra parte a buscar hombres. Adiós.

Da algunos pasos y HERNANI le detiene.     HERNANI.- Deteneos, duque. (A DOÑA SOL.) ¿Quieres que sea pérfido, perjuro y sacrílego? ¿Quieres que lleve por todas partes en el mundo escrita la traición en la frente? Pues si no lo deseas, devuélveme ese veneno, por nuestro amor, por nuestra alma inmortal.

     SOL. (Sombría.)- ¿Insistes?

     HERNANI.- Sí.

DOÑA SOL bebe del pomo...

     SOL.- Tómale ahora.

     RUY.- ¡Ha bebido!

     SOL.- Te repito que lo tomes.

     HERNANI.- ¡Ves lo que has conseguido, viejo miserable!

     SOL.- No me reconvengas, que en el pomo te he reservado tu parte.

     HERNANI. (Tomando el pomo.)- Bien.

     SOL.- Tú no me hubieras reservado la mía, tú no posees el corazón de la esposa cristiana, tú no sabes amar como ama una descendiente de los Sílva. Bebiendo la primera estoy ya tranquila. Ahora tú, si quieres, bebe.

     HERNANI.- ¿Qué has hecho, desdichada!

     SOL.- Lo que tú has querido.

     HERNANI.- ¡Condenarse a espantosa muerte!

     SOL.- ¡Espantosa! ¿Por qué?

     HERNANI.- Porque ese filtro lleva al sepulcro.

     SOL.- Debíamos dormir juntos esta noche; el lecho es indiferente.

     HERNANI.- ¡Padre mío! ¡Te vengas de mí porque te he olvidado!

Se lleva el pomo a la boca; DONA SOL le vuelve a detener.

     SOL.- Lanza lejos de ti ese filtro funesto, que causa dolores extraños y que extravía mi razón. Detente, D. Juan; ese veneno es muy activo y engendra en el corazón una hidra de mil dientes que lo roen y lo devoran. Lo enciende en fuego horrible. No bebas, que padecerás mucho.

     HERNANI.- Eres inhumano: ¿no podías haber elegido otro veneno para ella?

Bebe y tira el pomo.

     SOL.- ¡Qué has hecho!

     HERNANI.- Lo que hiciste tú.

     SOL.- Ven, ven, amor mío, ven a mis brazos.

Sentándose uno al lado del otro.

     ¿No es verdad que hace sufrir horriblemente?

     HERNANI.- No...

     SOL.- He aquí que empieza nuestra noche de bodas y que palidece tu prometida.

     HERNANI.- ¡Ah!

     RUY.- Se cumplió la fatalidad.

     HERNANI. -¡Me desespera verla sufrir tanto!

     SOL.- Cálmate, me encuentro mejor. Hacia nuevas claridades vamos en seguida a abrir juntos nuestras alas, y con vuelo igual volaremos a un mundo mejor. ¡Un beso! Dame un solo beso.

Se abrazan.

     RUY.- (¡Oh, rabia!)

     HERNANI.- Bendito sea el cielo que me concedió una vida rodeada de abismos y llena de espectros, pero que me permitió descansar de tan ruda carrera acariciando a la mujer querida.

     RUY.- ¡Son dichosos!...

     HERNANI. (Desfalleciendo.)- Ven.... ven... Sol de mi alma..., todo está oscuro..., ¿sufres?

     SOL. (Desfalleciendo también.)- Nada..., nada ya.

     HERNANI.- ¿Ves dos luces en la sombra?

     SOL.- Todavía no.

     HERNANI.- Yo sí... (Da un suspiro y cae.)

     RUY. (Levantándole la cabeza, que vuelve a caer.)- ¡Está muerto!

     SOL. (Desgreñada e incorporándose un poco.)- Muerto no...; es que dormimos..., es mi esposo. Nos amamos y nos hemos acostado: aquí se celebra nuestra noche de bodas. No le despertéis, que está cansado... (Vuelve la cara hacia HERNANI) Amor mío..., aquí estoy...; más cerca..., más aún...

Cae al suelo muerta.

     RUY.- ¡Ha muerto! ¡Estoy condenado! (Se mata con el puñal.)

FIN DE «HERNANI»

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