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Historia de Garabombo el Invisible1: [Capítulo 1]

Manuel Scorza

Dunia Gras Miravet (ed. lit.)



A Cecilia,
otra vez;
a Manuco y a Ana María,
para que leyendo esta historia
comprendan que el mejor trabajo
es el trabajo que hacemos por los demás2.



«...Y sólo me salvé yo para venir a dar la noticia».



Job3                





ArribaAbajoNoticia

Este libro es también un capítulo de la Guerra Callada que opone, desde hace siglos, a la sociedad criolla del Perú y a los sobrevivientes de las grandes culturas precolombinas. Cientos de miles de hombres -muchísimos más que todos los muertos de nuestras ingloriosas guerras «oficiales»- han caído librando esta lucha desesperada. Los historiadores casi no consignan la atrocidad ni la grandeza de este desigual combate que, por enésima vez, ensangrentó las cordilleras de Pasco en 1962.

Dieciocho meses después de la masacre de Rancas, la comunidad de Yanahuanca, comandada por Fermín Espinoza, Garabombo, invadió y recuperó los casi inabarcables territorios de tas haciendas Uchumarca, Chinche y Pacoyán. ¡Era el amanecer de la gran epopeya andina que concluiría con el feudalismo en el centro del Perú!

M. S.4






Arriba- 1 -

Del lugar y la hora en que los incrédulos chinchinos5 comprobaron que Garabombo era transparente


Entonces todos comprobaron que Garabombo era verdaderamente invisible. Antiguo, majestuoso, interminable, Garabombo avanzó hacia la Guardia de Asalto que bloqueaba la Plaza de Armas de Yanahuanca. Sólo perros nerviosos habitaban la friolenta soledad. Veinte guardias, con los capotes6 levantados contra el cierzo, defendían la bajada al río Chaupihuaranga. El sol de las cinco fulgía sobre sus cascos. Sin amedrentarse, Garabombo enfiló hacia los centinelas. En la esquina la angustia devastó a los chinchinos. ¿Lo veían o no lo veían? Despreciando un fusil ametrallador montado sobre un trípode de combate, Garabombo progresó hacia el pelotón acumulado delante del Puesto (porque los ineptos guardias civiles sólo servían para darle agua a los caballos de las Tropas Especiales); atravesó la calle. ¿Lo veían o no lo veían? El mismo Melecio Cuéllar, su cuñado, se hundió las uñas en las palmas sudorosas. ¿Garabombo ingresaría y saldría indemne del Puesto o los centinelas ignoraban su insolencia únicamente para justificar la descarga? Hasta Amalia Cuéllar, su mujer -que más que nadie carecía de motivos para desconfiar- se tapó la boca con su pañolón7 azul. «Está subiendo la vereda», describió, sin necesidad, Amador, el Sonriente. ¿Lo miraban o no lo miraban? ¿Garabombo pisaba la puerta del Puesto o la de su muerte? Uno de los centinelas levantó la metralleta. La multitud gimió. Siempre escultórico, Garabombo se detuvo. Por la puerta emergió el abrigo verde, la cara pecosa del comandante Bodenaco. Garabombo se pegó contra la pared. Con intolerable lentitud Guillermo, el Carnicero, extrajo una cajetilla y encendió un cigarrillo. El humo brilló contra el ocaso. Siempre arrimado contra la pared, ingresó. Los chinchinos esperaron el balazo ineluctable. En la plaza un oficial se cuadró delante del comandante Bodenaco. «Está dando parte», susurró Víctor de la Rosa, ex sargento de infantería. Le contestó un plural gemido. ¡Ahora Garabombo saludaba -con una insolentísima sonrisa- desde una de las ventanas del Puesto! «Apresúrate, grandísimo cabrón», gruñó Corasma.

-No lo ven -sonrió Amador Cayetano, el presidente de la comunidad-. ¡Es invisible!

-Hace siete años que es invisible -susurró Melecio Cuéllar.

¡Nadie lo veía! Protegido por su carne transparente, antes del anochecer Garabombo se apoderaría de los planes secretos de la Guardia de Asalto. Esa misma noche la comunidad conocería las instrucciones de la 21.ª Comandancia, los puntos donde se preparaba el ataque alevoso, los secretos de la «Operación Desalojo», los nombres de los confidentes que ensuciaban la tierra de Yanahuanca. Amador Cayetano inició la carcajada. ¿De qué le servía al infeliz Ministro de Gobierno Elías Aparicio telegrafiar órdenes cifradas?

-Padre nuestro que estás en los cielos, haz que a Garabombo no lo miren -rezó Sulpicia.

-No seas tonta, Sulpicia -exclamó Melecio Cuéllar-. ¡No lo ven! Garabombo puede comer y dormir a su gusto. Y si quiere orinará sobre los guardias. ¡Creerán que está lloviendo!

-Más bien pensarán que ha pasado un zorrino8 -gruñó Corasma.

-Está bajando la escalera -susurró Oswaldo Guzmán.

Se congelaron mientras reptaba el tiempo que Garabombo empleó para emerger, de nuevo, en la puerta. Por fin salió del Puesto. En la orilla de la plaza se detuvo, miró a los chinchinos y soberbiamente se sopesó los testículos. Era valentísimo pero jactancioso. El muriente sol pulió su rostro huesudo, los gruesos labios, el bigote pobre, su pelo de escobillón.

El mismo Corasma no consiguió prohibirse un escalofrío de admiración destituido por la angustia. ¡Por la misma vereda avanzaba un pelotón que acababa de ser relevado en el puente ahora custodiado día y noche! Garabombo se fijó contra la pila. Los guardias cruzaron sin verlo; desdeñando un guardia retrasado Garabombo caminó hacia donde boqueaba el sol.

¡Una alegría sin fronteras los invadió! ¡Garabombo era verdaderamente invisible! ¡Garabombo era transparente! ¡Ningún centinela percibirla sus movimientos de cristal! El rigurosísimo estado de sitio implantado en Cerro de Pasco era inútil. La represión fracasaría. En vano los destacamentos clausuraban los caminos; en vano el ejército había establecido un nuevo cuartel cuyas visibles ametralladoras amedrentaban el desfiladero de Huariaca, a más de cuatro mil metros de altura. Hacía meses que nadie circulaba sin salvoconducto. ¡Nadie salvo los invisibles! Porque ¿quién controlaría a un hombre transparente? Pero de pronto la multitud retrocedió. Despreciando el abrigo de la esquina, Garabombo enfiló hacia la Subprefectura, cuartel general del coronel Marroquín, jefe de la «Operación Desalojo». ¿Qué pretendía Garabombo? ¿Ingresar al edificio de paredes celestes y puertas azules en uno de cuyos tres balcones el coronel Marroquín vigilaba el sol? Con pavor, con admiración, con escalofrío, lo miraron avanzar. Hasta el personero9 Corasma se unió al credo fervoroso. Eran primos y se odiaban; pero en ese momento Garabombo no era el detestado pariente, ni el supuesto depredador del ganado de Murmunia, ni el jactancioso jinete que aprovechando su invisibilidad dormía con las mujeres casadas, sino el comunero gracias a cuyo inolvidable coraje Chinche conocería los planes de combate de la Guardia de Asalto y respondería el fuego por el fuego. ¡Porque llegaba la hora!





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