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ArribaAbajo Capítulo VII

Bula de Benedicto XIV


Antecedentes históricos insertados en el texto.- Confirmación apostólica del patronato y concesión de indulgencias y privilegios.- Extensión del rezo guadalupano a todos los dominios de los reyes católicos.



I

Vamos a dar traducido al castellano del texto latino impreso en Roma, este preciosísimo Documento pontificio que por sí solo, considerado atentamente, confirma en resumidas cuentas la tradición de la Iglesia Mexicana sobre la Aparición de la Virgen Madre de Dios en el cerro del Tepeyac.

En este Documento podemos distinguir tres partes: la primera es histórica, la segunda es Doctrinal en conexión con la primera; y la tercera, como consecuencia de las dos antecedentes, contiene la concesión de Privilegios e Indulgencias. La parte histórica contiene el Memorial que el P. López escribió en la misma Roma, cuando después de haber presentado las súplicas que había traído de México a la Congregación de Ritos, encontró todavía dificultad, como hemos dicho, en la pronta expedición de la Causa. Además de esto, la parte histórica contiene el Oficio y Misa propia que había presentado para la aprobación. La parte Doctrinal, por decirlo así, contiene en vista de lo dicho en la parte histórica la confirmación de la Jura nacional con autoridad apostólica, el decreto que la Congregación de Ritos expidió aprobando el Oficio y Misa Propia, y la   —107→   confirmación que de este decreto hizo el Papa en su nombre con estas palabras: «Y declaramos y mandamos que la mencionada Madre de Dios con la advocación de Santa María de Guadalupe sea tenida, invocada y venerada como Patrona Principal y Protectora de Nueva España... Y con la misma autoridad apostólica concedemos y mandamos que todos los que estén obligados a las horas canónicas recen dicho Oficio y celebren dicha Misa». La parte tercera contiene privilegios e indulgencias al Santuario para todos, los fieles y a la Congregación erigida en dicho Santuario para los Congregantes; y concluye con las cláusulas más terminantes con las que el Papa deroga todo lo que fuese contrario a las disposiciones contenidas.

El Pergamino Pontificio, pues, que el P. López puso en manos del Arzobispo en el Santuario de Guadalupe, dice a la letra así: «Cartas Apostólicas en forma de Breve de Nuestro Santísimo Padre y Señor en Cristo, Benedicto XIV, por Divina Providencia Pontífice Romano; en que se concede el Oficio propio que se debe rezar y la Misa propia que se debe celebrar con Rito doble de Primera Clase, con Octava el día 12 de diciembre en honor de la Santísima Virgen María bajo el título de Guadalupe; y en que se declara legítimamente elegida como Patrona Principal de Nueva España la misma Santísima Madre de Dios; y el Templo erigido en México y la Congregación erigida o por erigir en dicho Templo en honor de la Santísima Virgen bajo el mismo título se enriquecen abundantísimamente por benignidad Apostólica con los favores de celestes beneficios. Roma. MDCCLIV. Tipografía de la Reverenda Cámara Apostólica».

Benedicto XIV
Para perpetua memoria

No hay cosa en verdad que más Nos consuele y aliente, especialmente cuando nos encontramos como oprimidos del peso del cumplimiento exacto de este Ministerio de la solicitud Apostólica de todas las Iglesias, impuesto a nuestra debilidad por Jesucristo Supremo Príncipe de los Pastores, cuyo lugar, aunque del todo indignos, tenemos en la tierra, como cuando se Nos proporcionan   —108→   oportunas ocasiones, en que se Nos pide hacer uso de la benignidad y autoridad Pontificia a fin de que cada día más se promueva y aumente el filial obsequio y devoción de todos los fieles a la Santísima Virgen María Inmaculada, especialmente en regiones muy lejanas de nuestra Europa. De aquellas tierras, pues, se Nos ha presentado una Súplica del siguiente tenor:

«Beatísimo padre: En aquella parte de América, que llaman Nueva España, florece una muy singular y tierna devoción a la Santísima Virgen la cual con razón puede decir de aquellos pueblos: Et radicavi in populo honorificato; y me arraigué en un pueblo honrado. A la par con la fe y la luz del Evangelio nació esta filial veneración y amor a la Madre de nuestro Salvador. En todas partes, en los Templos, Oratorios y Capillas están expuestas al concurso de los pueblos y veneradas con varios obsequios de piedad de los fieles las Imágenes de la Santísima Virgen; así las que se hicieron en la misma Nueva España, como las que fielmente copiadas, de las más célebres que se veneran en otras partes, fueron traídas de Europa. Se muestran hijos de tan gran Madre, y la clementísima Madre de Dios se muestra Madre de ellos, socorriéndoles benignamente en sus necesidades así espirituales como temporales con innumerables gracias y prodigios. Mas entre los beneficios extraordinarios que concedió a esta Nación, el más célebre es el haberse aparecido maravillosamente pintada (mirabiliter depieta apparuit) en presencia del obispo de México: y esta pintura, colocada en el célebre Santuario llamado de Guadalupe, hasta el día de hoy es el poderoso refugio y auxilio de todos. De este hecho, apoyado en la constante Tradición y en el testimonio de graves Autores, voy a dar aquí, Beatísimo Padre, una breve noticia». (Aquí el P. López hace la narración de las Apariciones según la Relación antigua y la Tradición que conocemos: sólo hacemos notar las palabras que usó cuando refirió la Aparición de la Santa Imagen; y son las siguientes: «Juan Diego desplegando su Tilma ante el Obispo, en cayendo en el suelo las milagrosas y frescas rosas, se apareció pintada, no solamente sobre, sino contra todas las leyes de pintura, la Imagen Guadalupana de la Santísima Virgen con muy apacible semblante de doncellita Azteca: floribus decidentibus in eodem ricino non modo supra, verum et contra omnia picturae praecepta, apparuit quam veneramur Beatissimae Virginis Imago Guadalupana...   —109→   vultu Indae Puellae placidissimo». Sigue después del modo siguiente el P. López): «En el lugar designado por la Virgen Madre de Dios se construyó una pequeña Ermita, en donde el Indio y su tío permanecieron dedicados al culto de la Santísima Virgen hasta su muerte. Y creciendo la devoción de los pueblos, se construyó otro templo, y después otro mucho más grandioso en que se gastaron cuatrocientos setenta y cinco mil pesos mexicanos que valen casi otros tantos escudos romanos14 sin contar lo que se gastó en ornamentos y adornos: pues, a más de los vasos de oro y otros preciosos ornamentos, los objetos de sola plata fueron del peso de seis mil libras romanas que casi corresponden a nueve mil medias libras españolas que llaman Marcos (res ex solo argento confectae sex mille libras Italicas, sen novem mille selibras Hispanas, vulgo Marcos, circiter adaequant): y el Tabernáculo en que está colocada la Santa Imagen costó setenta y siete mil pesos».

«Ni hay que admirar que cada día aumente la devoción; porque a más de los milagros que se refieren haber acontecido en toda la Nueva España, el mismo cabildo metropolitano de México, atestigua que la Santa Imagen es un poderoso auxilio contra las epidemias, como en efecto aconteció en 1727; y lo mismo había experimentado la ciudad de México por los años de 1696 y 1697, en que el pueblo entero habiendo suplicado a la Santísima Virgen quedó libre de una inmensa mortandad; y el mismo auxilio también experimentó en la peligrosa inundación de las aguas por los años de 1665 y 1666, pero de un modo del todo especial el año de 1629. Añade también el cabildo metropolitano de México, que hay constante e indudable Tradición, de que mientras los obsesos y posesos en gran número infestaban antes aquellas regiones, y los simulacros de los ídolos por obra del demonio daban sus respuestas, después de haber aparecido esta Santísima Imagen ya no acontecen estos males; y así los indios como los españoles lo atribuyen a esta   —110→   Santísima Imagen. Por esta razón el mismo Rey Católico tomó este Santuario bajo su Real y especial Protección; y para aumentar el culto de la Santísima Virgen erigió allí la Insigne Colegiata y en Madrid tomó también bajo su Real Protección la Congregación erigida con el mismo título. Ni tan sólo aquella Diócesis de México, sino también toda aquella parte de América, que se llama Nueva España, tiene una insigne devoción a este Santuario.

»Entre los obsequios de piedad tiene el primer lugar el que por el año de 1737 mientras la peste hacía grandes estragos en todos los pueblos, así el Gobierno Civil como el Eclesiástico de todas las Diócesis de Nueva España determinaron elegir por Patrona principal y especial a la Santísima Virgen bajo este título de Guadalupe: lo que se hizo por sufragios secretos; y el día de precepto decretado por el arzobispo de México religiosamente se guarda: salvo siempre (como expresamente lo dice en su Carta Pastoral) el recurso a la Sede Apostólica para el Oficio y Misa con Octava. Y todo parece que fue ejecutado conforme a lo que Vuestra Santidad prescribe en su célebre Obra de la Beatificación de los Siervos de Dios, etc. Tomo IV, Part. 2, Cap. 15. Y por lo que toca a la publicación del día de precepto Vuestra Santidad dice en el capítulo 15, núm. 12, que puede el Arzobispo con el consentimiento del Clero y del Pueblo instituir una fiesta de precepto: posse Episcopum in sua Dioecesi de consenso cleri et populi festum instituere de praecepto.

»Supuesto todo esto, Beatísimo Padre, el P. Juan Francisco López de la Compañía de Jesús, procurador de la Provincia Mexicana, tiene reunidos en un libro todos los documentos, y junto con otros libros impresos que tratan de esta materia, lo ofrece humildemente a Vuestra Santidad; y siente mucho el que no se encuentren los documentos auténticos de los testigos de visu aunque conste que existieron en otro tiempo (doletque non reperiri authentica documenta a testibus de visu quae olim extitisse compertum est); pues el Archivo es tan escaso y defectuoso que no se encuentra en él ni una firma del referido primer Obispo (ut neque ipsius primi episcopi subscriptio aliqua in eo reperiatui). Aún más: sabiéndose de cierto que la verdad de este Milagro fue ya propuesta en esta Curia, no se pudo encontrar ni uno solo de los documentos entonces alegados. Apoyado sin embargo en la constante e inconcusa Tradición y en   —111→   la verdad que se deduce de los documentos que acaba de reunir: en nombre especialmente del Arzobispo y de todo el Clero Mexicano, del obispo y cabildo de Michoacán y de los demás obispos de Nueva España, cuya devoción a la Santísima Virgen y el ardiente deseo que tienen de promover su culto y las prerrogativas de Patrona Principal consta por la Súplica puesta en manos de Vuestra Santidad en el acto de presentar a Vuestra Santidad una copia la más semejante de la Santa Imagen, hecha a la vista del original, y delineada según las medidas exactas que se tomaron; en nombre, pues, de éstos, el P. Juan Francisco López suplica humildemente a Vuestra Santidad para la Concesión de las gracias siguientes.

»Que se digne confirmar el título de Patrona Principal y aprobar el Oficio y Misa propia, que de tal manera están dispuestos que parece que pertenezcan únicamente a nuestro Santuario (quae ita sunt ordinata ut ad Sanctuarium nostrum unice spectare videantur), con la adición al fin de la sexta Lección, de la Breve Noticia de la Aparición de la Santa Imagen y de la Elección de la Santísima Virgen bajo el mismo título por Patrona de Nueva España.

»Que se digne conceder doce veces en el año, en los días que designare el arzobispo de México, la Indulgencia plenaria a todos los que en dichos días visitaren el Santuario; la Indulgencia de siete años y otras tantas cuarentenas en otros doce días del año elección del Ordinario; y la Indulgencia de cien días en todos los días del año a los que visitaren el Altar de la Santísima Virgen.

»Que se digne de nuevo aprobar y confirmar el Altar privilegiado Perpetuo, concedido ya por Vuestra Santidad a la misma Iglesia.

»Que se digne conceder algunas Indulgencias y gracias espirituales a la Congregación de los fieles del uno y otro sexo, erigida o por erigir en la dicha Iglesia.

»Que al Templo construido en el cerro que ahora se llama de Guadalupe, en honor de la Santísima Virgen María se digne conceder la indulgencia plenaria en los días de la Aparición y Dedicación de San Miguel Arcángel, y que, en fin, todas estas Indulgencias puedan aplicarse por modo de sufragio a los fieles difuntos, que de la gracia, etc».



(Hasta aquí la Súplica: sigue la inserción del Oficio y Misa propio; y después el Sumo Pontífice, prosigue).



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II

El preinserto Oficio y Misa fue por Nos remitido a la Congregación de Ritos, compuesta de nuestros Venerables Hermanos los Cardenales de la Santa Iglesia Romana, a fin de que lo examinasen con la debida atención: lo que habiendo ejecutado, expidió el decreto del tenor siguiente:

Causa Mexicana o del Reino de Nueva España. Nuestro Santísimo Padre y Señor Benedicto Papa XIV, para satisfacer a la piedad y devoción que el Clero y Pueblo del Reino Mexicano o de Nueva España profesa a la Santísima Virgen María, bajo el título de Guadalupe Patrona Principal del mismo Reino, accediendo a las súplicas del arzobispo de México y del obispo de Michoacán, que en su nombre le fueron presentadas por el P. Juan Francisco López de la Compañía de Jesús, Procurador de la Provincia Mexicana, que actualmente está aquí en Roma, oída la relación del infrascrito Secretario, benignamente aprobó el anterior Oficio propio y Misa que se debe rezar y respectivamente celebrar el día 12 de diciembre con rito doble de primera clase con Octava. A los 24 días del mes de abril de 1754.- D. F. Cardenal Tamburini.- Prefecto, M. Marefoschi, Secretario de la Congregación de Ritos.



Nos, por tanto, habiendo atentamente considerado todo lo que se contiene en la preinserta súplica y decreto, también por el íntimo y filial afecto de piedad, amor y ardiente deseo que tenemos de propagar, excitar y confirmar en todas partes la devoción y culto de la Santísima siempre Virgen María, Madre de Dios, accediendo a estas súplicas: primero a la mayor Gloria de Dios Todopoderoso, para aumento del culto divino y en honor de la mencionada Virgen María, por el tenor de estas Cartas aprobamos y confirmamos con autoridad apostólica la elección de la misma Santísima Virgen María bajo el título de Guadalupe por Patrona Principal y Protectora de Nueva España, cuya sagrada Imagen se venera en la suntuosa Iglesia Colegiata y Parroquial extramuros de la Ciudad de México; con todas y cada una de las prerrogativas que según las Rúbricas del Breviario Romano se deben a los Santos Patronos y   —113→   Protectores principales; elección que fue hecha por los comunes votos y sufragios así de los Venerables Hermanos los Obispos y del Clero secular y regular de aquel reino, como de los pueblos de aquellas regiones. Aprobamos también y confirmamos el preinserto Oficio y Misa con la Octava: y declaramos, decretamos y mandamos que la mencionada Madre de Dios Santa María de Guadalupe sea reconocida, invocada y venerada como Principal Patrona y Protectora de Nueva España. Después de esto: a fin de que en lo venidero la solemne memoria de tan gran Patrona y Protectora sea celebrada cada año con mayor obsequio y devoción que antes, y con los debidos cultos de rezo de todos los fieles del uno y del otro sexo que están obligados a las Horas Canónicas: es nuestra voluntad y con la misma autoridad apostólica por el tenor de estas cartas otorgamos y mandamos que la fiesta anual del día 12 de diciembre en honor de la Santísima Virgen María de Guadalupe sea celebrada y solemnizada en perpetuo con rito doble de primera clase con Octava, y que se rece el preinserto Oficio y se celebre la preinserta Misa.

Y como que el deber del Ministerio apostólico de que hemos sido encargados, exige que fiel y liberalmente repartamos los tesoros de los celestes beneficios, cuya distribución quiso el Altísimo confiar a nuestra bajeza, conociendo como conocemos que estos beneficios serán de provecho para la salvación de las almas y para aumentar en los fieles la devoción y amor a la Inmaculada y siempre Virgen María Madre de Dios; por esta razón a todos y a cada uno de los fieles de uno y otro sexo, que confesados y comulgados visitaren en doce días del año, que el Ordinario designare, la mencionada Iglesia Colegiata o Parroquial de la Santísima Virgen de Guadalupe que está a extramuros y no muy lejos de la ciudad de México, y pidieren a Dios por la concordia de los príncipes cristianos, por la extirpación de las herejías y por la exaltación de la Santa Madre Iglesia, en todos y cada uno de dichos días, contando de las primeras vísperas hasta la puesta del sol, benignamente concedemos en el Señor la Indulgencia plenaria de todos sus pecados. Del mismo modo a todos los fieles confesados y comulgados que en otros doce días del año que designare el Obispo visitaren la mencionada Iglesia, concedemos la indulgencia de siete años y otras tantas cuarentenas; y en todos los demás días del año concedemos a los mismos fieles   —114→   que fueren contritos y visitaren dicho templo la Indulgencia de cien días según la forma que la Iglesia acostumbra, y concedemos y otorgamos que todas y cada una de estas Indulgencias y remisiones de pecados y condonaciones de penitencias puedan aplicarse por modo de sufragio a los fieles difuntos. Demás de esto, hace dos años que a la mencionada Iglesia concedimos el privilegio del Altar cuotidiano perpetuo, por otras nuestras Cartas apostólicas, en forma de Breve, cuyo tenor es como sigue:

Benedicto XIV. Para perpetua memoria. Ocupados en promover con paternal caridad la eterna salvación de todos en los cielos, acostumbramos algunas veces enriquecer con espirituales beneficios los sagrados Templos, y en modo especial aquellos donde los fieles, que viven muy lejos de esta nuestra Alma Ciudad y de la misma Europa, concurren de todas partes con muestras de más ardiente piedad y devoción; para que con este motivo las almas de los fieles difuntos consigan los sufragios de los méritos de Nuestro Señor Jesucristo y de su Santísima Madre la Bienaventurada siempre Virgen María y de los Santos, y ayudados de este modo queden libres de las penas del Purgatorio por la inefable abundancia de la divina misericordia y lleguen a la gloria sempiterna. Como, pues, cerca de la ciudad de México en las Indias existe un templo ya por Nos erigido en Colegiata en honor de la Santísima Virgen Inmaculada bajo la advocación de Guadalupe, al cual los que concurren e imploran su auxilio la experimentan propicia a sus votos; por esta razón Nos deseando enriquecer dicha Iglesia con este beneficio especial del Altar privilegiado que designará por una sola vez el Ordinario, y con tal que allí no haya otro altar privilegiado y si lo hubiere desde ahora lo revocamos, con la Autoridad a Nos concedida por el Señor, y confiados en la Misericordia de Dios Todopoderoso y en la autoridad de sus Apóstoles San Pedro y San Pablo, concedemos que en cualquier día que un sacerdote, sea secular, sea regular, celebre en dicho altar la Misa de Difuntos por el alma de cualquier fiel que pasó de esta vida en la paz del Señor, aquella alma consiga del Tesoro de la Iglesia por modo de sufragio tal Indulgencia que, auxiliada por los méritos de Nuestro Señor Jesucristo, de la Santísima Virgen María y de todos los Santos, quede libre de las penas del Purgatorio; y mandamos que estas nuestras Cartas tengan en perpetuo su vigor. Dado en Roma, a los once días   —115→   del mes de mayo de 1752, en el año duodécimo de Nuestro Pontificado.- Cayetano Amat.



Por esta razón, Nos aprobamos y confirmamos de nuevo este Altar ya designado por el arzobispo de México, y en cuanto fuere necesario, otra vez lo concedemos y otorgamos.




III

Y como por otra parte en la Iglesia Católica de Jesucristo que el mismo Redentor, fundó con su propia sangre y prometió que por los méritos de su Muerte duraría hasta la manifestación de la eterna gloria en los cielos, no hay cosa que tanto manifieste la inmensa caridad del mismo Nuestro Señor Jesucristo, como las Sociedades instituidas de las Órdenes Religiosas, y de las Congregaciones, Asociaciones o Cofradías de personas seculares; de aquí que los Pontífices Romanos nuestros Predecesores para el aumento de dichas Asociaciones, Congregaciones y Cofradías no dejaron de distribuir los tesoros de los celestes beneficios, y con mucha mayor liberalidad a aquellas en que los fieles, que muy lejos viven no sólo de esta nuestra Alma Ciudad, sino de la misma Europa, se dedicaron a servir a Dios bajo el patrocinio y amparo de la Santísima Virgen María. Y ya que en la mencionada Iglesia Colegiata y Parroquial de la Bienaventurada Virgen María de Guadalupe está canónicamente erigida o por erigir una Congregación de fieles del uno y del otro sexo bajo el título y advocación de la misma Virgen María; a fin de que dicha Congregación reciba cada día mayores incrementos, Nos, en virtud de la autoridad que el Señor Nos concedió y confiados en la misericordia de Dios Todopoderoso y con la autoridad de sus Apóstoles San Pedro y San Pablo concedemos en el Señor...


Aquí sigue un muy largo catálogo de Indulgencias Plenarias y parciales, que según la forma acostumbrada por la Iglesia, y arriba mencionada, el Sumo Pontífice concede a la Congregación Guadalupana, y otras que concede a todos los fieles. Damos el resumen:

I. Indulgencia plenaria dos veces al año, a elección del Ordinario, a todos los fieles del uno y del otro sexo que confesados y comulgados   —116→   visitaren la Iglesia o Capilla u Oratorio de dicha Congregación.

II. Indulgencia plenaria a todos los Congregantes en el día de su agregación o en otro día en que confesaren o comulgaren.

III. Indulgencia plenaria a la hora de la muerte a los Congregantes que confesados y comulgados, o si esto no pudiesen, siquiera contritos invocaren por lo menos con el corazón el Santísimo Nombre de Jesús.

IV. Indulgencia plenaria a los Congregantes que confesados y comulgados visitaren la Iglesia o Capilla u Oratorio de la Congregación en los días de Navidad y Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo, y en los días de la Concepción, Natividad, Anunciación, Purificación y Asunción de la Santísima Inmaculada Virgen María.

V. Indulgencia plenaria una vez al mes en el día que uno quiera, para todos los Congregantes que asistieren a las Juntas o consultas acostumbradas, con tal de que confesados y comulgados visitaren la Capilla de dicha Congregación.

VI. Indulgencia plenaria dos veces al año, en los días que los Congregantes establecieren, a todos los Congregantes que visitaren otra Iglesia y se confesaren o generalmente o desde la última confesión general y después comulgaren.

VII. Indulgencia plenaria para los Congregantes enfermos en el día que comulgaren, si fueren visitados por el Prefecto de la Congregación o por alguno de los Sacerdotes Congregantes, y rezaren tres Pater y tres Ave según la intención de la Santa Madre Iglesia.

VIII. Indulgencia de siete años y otras tantas cuarentenas a todos los Congregantes por cada acto de piedad, devoción, caridad y de misericordia espiritual o corporal que hicieren.

IX. Todos los Congregantes ganan las Indulgencias de las Estaciones de las Iglesias de Roma, si en los días de Cuaresma y en los demás días de las Estaciones visitaren la Iglesia del lugar en donde se encontraren, y rezaren siete veces la Salutación Angélica.

X. Todos los fieles que visitaren la Iglesia de la Congregación en el tiempo que hay Exposición del Santísimo Sacramento por tres días continuos, ganan, por una vez solamente, todas las Indulgencias, remisiones de pecados y condonaciones de penas que están concedidas a la Exposición del Santísimo Sacramento dicha de las Cuarenta Horas.

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XI. Los Congregantes que siquiera por cinco días hicieren en su Iglesia o Capilla los Ejercicios de San Ignacio, no pudiendo hacerlos por ocho días como es costumbre, ganan todas las Indulgencias concedidas a los que los hacen por ocho días enteros.

XII. Todas las anteriores Indulgencias son aplicables a los difuntos, y pueden ganarse también por los que sirven a la dicha Congregación.

XIII. Cada Sacerdote, sea secular, sea regular, que celebre la Misa en alguno de los Altares de la Congregación, y la aplique por el alma de algún Congregante, aquella alma consiga del Tesoro de la Iglesia tal Indulgencia que quede libre de las penas del Purgatorio («anima ipsa de Thesauro Ecclesiae per modum sufragii Indulgentiam consequatur ita Nut a Purgatorii poenis liberetur»).

XIV. Los Sacerdotes congregantes en cada Altar que celebraren («ad quodcumque Altare») el sacrificio de la Misa por el alma de algún Congregante, este sacrificio de tal manera aproveche a dicha alma, como si fuere celebrado en altar privilegiado («ac si ad Altare privilegiatum fuisset celebratum»).

XV. Todos los Reyes, Príncipes, Duques y Condes que tienen suprema potestad y todos sus consanguíneos y afines en el primero y segundo grado, aunque estuvieren ausentes, si pidieren ser agregados a la Congregación de Nuestra Señora de Guadalupe de México, pueden ser recibidos y ganar todas las antedichas Indulgencias y remisiones, con tal de que hagan las mismas obras de piedad y visiten alguna Iglesia.

XVI. En fin «supuesto que en la cumbre de dicho Cerro de Guadalupe, en donde consta por tradición que se apareció la Santísima Virgen María (in vertice supradicti Montis de Guadalupe, ubi Beatissima Virgo Maria apparuisse fertur), hay una iglesia dedicada en honor de la misma Bienaventurada Virgen María», para enriquecer dicha Iglesia concede el Sumo Pontífice en la forma, acostumbrada la Indulgencia plenaria en los días de la Aparición y Dedicación de San Miguel Arcángel (8 de mayo y 29 de septiembre) a todos los que visitaren dicha Iglesia. Después, prosigue el Sumo Pontífice así:

Mandamos, que estas Nuestras cartas y todas las cosas en ellas contenidas, sean siempre firmes y permanezcan en todo su vigor, y consigan plenamente todos sus efectos... Y que así deben siempre   —118→   ser entendidas y explicadas por todos los Jueces, sean los Ordinarios y Delegados, o sean los Oidores de causas del Palacio Apostólico, o bien Cardenales de la Santa Romana Iglesia, aunque fuesen Legados a latere o Nuncios de la Sede Apostólica; a los cuales y a cada uno de ellos quitamos toda facultad y autoridad de juzgar e interpretar de otro modo... y derogamos en especie y expresamente a toda Constitución Apostólica, aunque fuere conciliar, general o particular, y a toda Ordenación, Estatuto, Privilegio, Indulto u otras Cartas Apostólicas de cualquiera tenor y forma que fueren, y a todo lo que fuere contrario a lo que por estas Cartas Apostólicas se ha concedido a dicha Iglesia Colegiata y Parroquial; y aunque para la derogación fuere preciso insertarlo y expresarlo todo, palabra por palabra, lo damos aquí por expresado y suficientemente insertado... Ordenamos y mandamos que a los Trasuntos y ejemplares aun impresos de estas Nuestras Cartas, con tal que sean firmados por algún Notario Público y lleven el sello de alguna Dignidad Eclesiástica, se les dé en todo lugar la misma fe y acatamiento que a estas mismas, si fueren presentadas, se diere. Dado en Roma en Santa María Mayor bajo el anillo del Pescador a los 25 días de mayo de 1754, en el año decimocuarto de Nuestro Pontificado.- Cayetano Amat.


La voz del Vicario de Cristo, dirigida especialmente a los fieles, ha sido siempre de una increíble eficacia para mover los corazones. Y si antes de la Bula mencionada, la Virgen aparecida en México era reconocida y venerada en estas dilatadas regiones de las Américas por la Virgen del Nuevo Mundo, como a su tiempo, Dios mediante, se dirá, lo fue mucho más después que la Sede Apostólica confirmó su culto; añadiéndole el Rezo litúrgico. En vista de la propagación de esta devoción, el Católico Monarca Fernando VI pidió al Pontífice Romano la extensión del Oficio y Misa Propia en honor de la Virgen de México a todos sus Reinos y Dominios; y con fecha 2 de julio de 1757 el Papa mandó se expidiera el siguiente Decreto:

Nuestro Santísimo Padre, Benedicto, Papa XIV, para satisfacer a la piedad que el Clero regular y secular de los Dominios del Serenísimo Rey de España profesa a la Bienaventurada Virgen María bajo el título de Guadalupe, accediendo a la piadosa súplica de su Majestad Católica, presentada en su nombre por el Emmo. Cardenal   —119→   de Portocarrero, benignamente concedió, oída la relación del infrascrito Secretario, que el Oficio propio y Misa en honor de la Santísima Virgen María, aprobado el 24 de abril de 1754 para el Reino de México o de Nueva España, se rece y respectivamente se celebre en todos los demás Reinos y Dominios de dicho Serenísimo Rey, bajo el Rito de Doble Mayor en el día que el Ordinario designe, excepto empero el día de Domingo... Marefoschi, Secretario de la Sagrada Congregación de Ritos15.


(Lazcano, Lib. IV, c. 4, pág. 363).                


Pero, preciso es advertir, que en cuanto salió en Roma el Oficio y Misa Propia de la Virgen de Guadalupe, el Monasterio de las Religiosas Salesas (de la Visitación de Santa María) que acababa de recibir como obsequio la copia de la Sagrada Imagen, hecha por Cabrera, fue el primero en pedir al mismo Papa Benedicto XIV, que tal don le había hecho, el permiso de celebrar el día 12 de diciembre la Fiesta de la Virgen de Guadalupe con el Oficio y Misa Propia para los mexicanos; lo que siguen practicando hasta el presente.





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ArribaAbajo Capítulo VIII

Dictamen de los pintores sobre la milagrosa y celestial Imagen


Parecer de los pintores de 1666.- Mérito incontestable de los pintores de 1751.- Resumen de su dictamen.



I

Es del todo preciso detenernos en este y el siguiente capítulo en el examen crítico del verdadero origen de la Santa Imagen que veneramos en el Santuario de Guadalupe y de la causa propia de su conservación hasta hoy en día. Porque diciéndonos la tradición que aquella Imagen fue dada por la misma Virgen como señal sobrenatural de sus apariciones en el Tepeyac, si se demuestra que aquella Imagen es real y verdaderamente de origen sobrenatural, queda también demostrado que real y verdaderamente la Virgen se apareció a los mexicanos: pues no puede Dios con un prodigio,   —121→   es decir, con su infinita autoridad, confirmar una falsedad, cual sería si la Virgen no se hubiera realmente aparecido. Por esta razón los obispos mexicanos en sus súplicas a la Sede Apostólica, en el Pontificado de Alejandro VII y Benedicto XIV, insistieron sobre   —122→   este punto; y el erudito Tanco, interrogado en el Proceso apostólico sobre el hecho histórico de las Apariciones, concluyó con decir: «El testigo que hoy tenemos vivo y más formal y verídico (de las Apariciones) es la bendita Imagen que hoy se conserva intacta». (Informaciones de 1666, pág. 630). Vamos pues a tratar este punto de tantísima importancia.

La expresión: Imagen Milagrosa puede tomarse en dos sentidos muy distintos y diversos. El uno es que aunque una devota Imagen sea de origen natural, es decir, hecha por artífice humano, que es lo que comúnmente acontece, sin embargo Dios se sirve de ella para obrar milagros, y en término griego aquella Imagen llámase taumaturga (Thaumaturga Qmauatourgoj). El otro sentido es que aquella Imagen no sólo es Taumaturga, sino que es milagrosa en sí, en su origen y existencia, a saber, no hecha por artífice humano, sino pintada de un modo sobrenatural; lo que en griego dícese axeiropoihtoj acheropita, no hecha por manos de hombres. En estos dos sentidos la Imagen de Guadalupe es milagrosa: pero en este capítulo vamos a considerarla en el segundo sentido; y por esta razón en el encabezamiento se dijo milagrosa y celestial Imagen. Que el Señor por medio de aquella Santa Imagen haya obrado y siga obrando milagros, ya en parte se ha demostrado y se irá enseguida confirmando.

Como se dijo en el Prólogo; cuando en la Congregación de Ritos se introduce la Causa de la Beatificación de un Siervo de Dios, una de las primeras diligencias que se hacen es la de examinar los escritos o libros impresos que compuso el Siervo de Dios; y si del examen riguroso que se hace, resulta que en tales obras o manuscritos, ora sean cartas, ora tratados o apuntes sencillos, no se contiene doctrina que merezca censura teológica: a saber, ni errores contra la Fe y buenas costumbres (contra Fidem vel bonos mores), ni alguna doctrina nueva o peregrina o que se aparte del común sentir y disciplina de la Iglesia (a communi sensu Ecclesiae et consuetudine alienam), en este caso la Causa sigue adelante: pero si algo de lo indicado se contiene, se impone perpetuo silencio, y la Causa queda excluida para siempre. (De Beatif. et Canoniz., Lib. III, c. 25, núm. 1, c. 28, núm. 1).

Pues bien, la Imagen de «Santa María Virgen de Guadalupe», como la misma Madre de Dios la nombró, es obra, por decirlo así,   —123→   de la misma Virgen María, por cuanto se nos propone por la misma como señal sobrenatural, y como no hecha por artífice humano. Hay pues que probar que realmente aquella Imagen es sobrenatural por su origen, no pintada por artífice humano, y es sobrenatural también por su conservación, no pudiéndose explicar con razones naturales su duración por tanto tiempo, y en tal lienzo, y en tales circunstancias.

Demostración. No vamos a demostrar la Tesis con los argumentos tomados de la Tradición, como pudiéramos hacerlo, porque hasta hoy en día se tiene por indudable lo que el escritor contemporáneo, Antonio Valeriano, afirmó al fin de su Relación: «El Sr. Obispo mudó en la Iglesia Mayor la Sagrada Imagen que tenía en su Oratorio, para que toda la gente la viera. Toda la ciudad se alborotó para ver a su Santísima Imagen. Veían cómo milagrosamente se apareció y que ninguno del mundo la había pintado en la manta de Juan Diego». Vamos por tanto a demostrar la proposición con argumentos más propios y por decirlo así, intrínsecos. Es principio indiscutible en la Crítica y la misma razón lo manifiesta, que debemos tener por verdadero lo que nos certifican los peritos en el arte, aunque nosotros no conozcamos las razones intrínsecas de lo que afirman y certifican: Peritos in arte credendum. Pues, entre las fuentes o criterios de verdad, hay precisamente esto que se toma de la autoridad de los testigos, a saber, cuando nos consta que unos hombres conocen un hecho, y como lo conocen nos lo manifiestan, su testimonio no puede desecharse a menos de renegar de toda fe humana y social. Constándonos que en los testigos hay ciencia y veracidad (de donde resulta la autoridad o fuerza moral de proponernos como verdadero lo que atestiguan), lo que les movió a atestiguar no pudo ser sino la evidencia del hecho. Ahora bien, la evidencia es el criterio supremo e incontrovertible de la verdad filosófica. Luego no podemos tener por falso lo que los peritos en el arte, de común acuerdo nos proponen como verdadero. Y por lo que toca a los hechos sobrenaturales, como es el que vamos demostrando, es de tanto peso la Autoridad de los peritos en el arte, que el Tribunal de la Congregación de Ritos no reconoce, por ejemplo, una curación como sobrenatural, ni el Pontífice Romano en los Decretos de Beatificación y Canonización declara como milagro tal curación si no hay el certificado jurado de los médicos o cirujanos   —124→   que afirmen no poder atribuirse a medios o remedios humanos la referida curación. (De Beatif. et Canoniz., Lib. III, cap. 7, núms. 8-10, Lib. IV, P. I, cap. 8, núm. 4-36). Supuesto este principio decimos: los peritos en el arte, nobilísimo de Pintura, repetidas veces, y en diversas épocas, afirmaron bajo juramento que la Imagen de Guadalupe es sobrenatural en su origen; y que sea también sobrenatural en su conservación, a más de los dichos Pintores, lo atestiguaron los protomédicos más célebres de la Universidad de México. Luego consta de un modo científico y jurídico el milagro de la Santa Imagen.

Para la prueba referiremos las deposiciones juradas que los Peritos en el arte dieron por los altos de 1666, de 1751 y de 1787. Véanse por extenso estos documentos en la Obra del erudito Tornel, Tomo 1.º «La Aparición Comprobada», caps. X, XI y XII. Aquí nos contentamos con un resumen. Y por lo que toca al Dictamen de los Pintores y Protomédicos del año de 1666, véanse en las «Informaciones de 1666» ya citadas; el testimonio de los pintores, pág. 133-138, y en la página 172-183 el «Papel presentado por el Protomedicato de la ciudad de México». De todo esto nos da un muy juicioso resumen el P. Florencia, escritor contemporáneo al Proceso Apostólico, en su obra Estrella del Norte, cap. XIII, § 4 y 5, cap. XXIV y XXIX. Vamos a copiarlo:

A 13 de marzo de 1666 el Dr. D. Francisco de Silés, procurador de la Causa, juntó ante el Virrey, marqués de Mancera, y los Jueces Comisarios de esta Causa, en la Iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, a siete Maestros de pintura, todos examinados, aprobados y ejercitados con crédito y aplauso muchos años; para que a vista de ojos y demás diligencias que dicta y enseña el arte, dijesen y declarasen con juramento su parecer y sentir acerca de dicha Sagrada Imagen. Y como entre las diez y once de la mañana, habiendo bajado la Santa Imagen a un altar compuesto en el plan del Presbiterio, la vieron, la reconocieron así por el haz, como por el envés: observaron el ayate o lienzo tosco y ralo, en que está pintada. Y habiendo conferido y cotejado conforme a las reglas de su arte dijeron y declararon lo siguiente:

Que es imposible que humanamente pueda ningún artífice pintar ni obrar cosa tan primorosa, limpia y bien formada en un lienzo tan tosco, como es la tilma o ayate en que está aquella divina   —125→   pintura, que han visto y reconocido: por estar obrada con tan grandes primores... que no ha de haber pintor, por diestro que sea, como los ha habido en esta Nueva España, que perfectamente lo acierte a imitar el colorido, ni determinar si es al temple o al óleo la dicha pintura, porque parece lo uno y lo otro... Y haciendo todas las diligencias que conforme a su arte tienen obligación para cumplir con lo que les está encargado y mandado por dicho señor Deán y Cabildo Eclesiástico, habiendo tocado con sus propias manos dicha pintura no han podido hallar ni descubrir en ella cosa que no sea misteriosa y milagrosa, y que otro que Dios Nuestro Señor, no pudo obrar cosa tan bella y de tantas perfecciones, como en la Santa Imagen han hallado. Y por lo imposible de poderse aparejar y pintar en dicha tilma, tienen por sin duda y afirman que el estar en el ayate o tilma del dicho Juan Diego estampada la dicha Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, fue y se debe entender y atribuir haber sido obra sobrenatural y secreta, reservada a su Divina Majestad... Y lo que llevan declarado, lo sienten así conforme a su arte; y a mayor abundamiento lo juraron en debida forma de Derecho.


Del mismo modo a 20 de marzo del propio año, tres Protomédicos y Catedráticos de la Facultad de Medicina de la Universidad de México, requeridos para la inspección de la Santa Imagen, se fueron al Santuario. «Hicimos, dicen, con toda atención y reverencia todas las experiencias posibles, y la inspección de esta Santa Imagen y del lienzo o ayate en que está estampada; y vista, nos juntamos muchas veces en la casa y morada del más antiguo a controvertir este punto, y ajustar la materia según la pregunta, en nombre de nuestro muy Santo Padre, que es como sigue:»

Pregunta. Digan y declaren la calidad y temperamento del sitio y territorio en que se fabricó dicha Iglesia y Ermita, en orden a ser seco y húmedo y concernientemente a qué se debe atribuir la conservación de dicha Santa Imagen y circunstancias que a cada testigo pareciere en razón de ello. Digan y den razón. A los 28 del propio mes de marzo los facultativos presentaron el papel escrito de común acuerdo y firmado: Dr. Lucas de Cárdenas Soto. Dr. Gerónimo Ortiz. Dr. Juan Melgarejo. (Informaciones de 1666, pág. 173-183. El P. Florencia hace el resumen de este dictamen del modo siguiente, pág. 68).

  —126→  

Dijeron unánimes y conformes, que no sólo no habían podido ayudar a la conservación de la Santa Imagen, naturalmente el terreno húmedo y salitroso, por estar situada la Ermita a la orilla de la Laguna de Texcoco que es de agua salobre, ni los aires y vientos que por el Oriente, Mediodía y Poniente soplan de continuo y participan de la humedad del agua por donde pasan, del calor de las regiones cálidas de donde vienen; sino que antes habían de causar su total ruina y ocasionarle su destrucción como se ve en las piedras y hierro, y amortiguar la fineza de sus colores deslustrando y empañando su tez con el nitro (que en esta tierra llaman tequexquite) como lo demuestran las demás imágenes pintadas al óleo y con aparejo para durar y permanecer, las que en menos trascurso de tiempo, o se corroen por el salitre, o se deslustran con los vientos, o se empañan con los accidentes que cría el tequexquite. De que sacaron por legítima consecuencia que la perseverancia de tantos altos en la viveza de colores y forma de la Santa Imagen y la indemnidad y permanencia de la materia del Ayate con principios tan contrarios a ella, no pueden tener causa natural; y que sólo puede ser principio de ella Él que sólo puede obrar sobre todas las fuerzas de la naturaleza milagrosos efectos.

Hicieron además reparo en que no viéndose en toda la haz de la Sagrada Imagen colores verdes; por el envés se divisan y distinguen finísimos colores verdes, como de hojas de azucenas y otras flores.


Esto mismo observaron el P. Florencia y el Dr. Silés en está ocasión: «Yo tuve la dicha, escribe el P. Florencia, cap. XXIV, de ver la Santa Imagen fuera de su tabernáculo, y considerarla por la faz y por el respaldo. Puse atención en el revés de la milagrosa pintura y se la ayudé a poner a dicho D. Francisco de Silés; y todos convenimos que en lugar de la Imagen que debía salir en sombra por ser tan rala la manta, lo que se veía eran unos manchones de colores, como de jugo exprimido de varias flores y hojas de ellas; de suerte que nos parecía que se distinguía el verde oscuro de las hojas de azucena, el blanco nevado de ellas, lo morado del lirio, lo sonrosado de las rosas...».

Sobre este mismo punto el célebre Veytia en sus Baluartes de México, escribió que en 1746 hallándose en la ciudad de Valladolid en España, vio en la Iglesia del Convento de San Francisco, una   —127→   Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe en lienzo muy grande con una inscripción muy larga que contiene todo el suceso de la Aparición; y al fin de la inscripción se dice «que soltando el Indio la tilma en presencia del Obispo, quedó e ella pintada la Santa Imagen, y por otra parte dibujadas las flores». Con esta noticia, prosigue Veytia, cuando logré la dicha de ver y tocar el Sagrado lienzo, fui con gran cuidado y curiosidad a reconocer esta circunstancia: mas no hallé otra cosa que lo que dejo ya referido (colores o manchas opacas que resultan en cualquier pintura que se forme sin aparejo); y me ha parecido conveniente declararlo aquí en obsequio de la verdad. Puede que en aquellos tiempos se manifestase este otro prodigio y que ahora ya ha cesado (pág. 28). Veytia escribía sus Baluartes por los años de 1754 y murió en 1780, dejando inédito su opúsculo que no se imprimió sino en 1820.

Concluyo con poner aquí una importante noticia que nos dejó el P. Florencia en su obra (cap. X, § 2). En la ocasión de las informaciones mencionadas, «una cosa me refirió el Dr. D. Francisco de Silés; y fue que a los principios de la Aparición de la Bendita Imagen, pareció a la piedad de los que cuidaban de su culto, que sería bien adornarla de querubines, que alrededor de los rayos del sol le hiciesen compañía. Así se ejecutó; pero en breve tiempo se desfiguró de suerte todo lo sobrepuesto al pincel milagroso, que por la deformidad que causaba a vista de la permanente belleza y viveza de los colores de la Santa Imagen, se vieron al fin obligados a borrarlos... y esta es la causa de que en algunas partes del rededor de la Santa Imagen parece que están saltados los colores». (Pág. 33).

A este hecho atrevido de indiscretísimos devotos se refieren los tres protomédicos en su dictamen, cuando afirman que los efectos producidos por la humedad, salitre, vientos saturados de calor y calidades corrosivas, quedan suspendidos en lo que toca a la Santa Imagen:

Se reconoce que no ha sido suficiente lo frecuentado y continuo del largo tiempo que este aire ha combatido, o a apagar lo brillante de las estrellas que la adornan, ni a ofuscar la luna que le sirve de pedestal humilde; sólo logrando la porfía en lo sobrepuesto que algún devoto afecto quiso por adornar con el Arte añadir a los rayos del sol, oro, y a la luna plata, haciendo presas en éstas; poniendo la plata   —128→   de la luna, negra, y al oro de los rayos desmayarlo y deslucirlo con hacerlo caer por sobrepuesto. Pero al original de las estrellas, y al oro propio de su vestido, al colorido de su rostro y a la viveza de los colores de sus vestiduras, las ha venerado como de su Señora y retirado de todos los riesgos; y puesto su ejecución en lo artificial.

(Pág. 180).                


Puesto este testimonio tan irrefragable, no hay para qué hacer misterios sobre lo negro de la luna, como si de este modo hubiere aparecido pintada milagrosamente.




II

Vamos ahora a dar con más extensión el juicio de los pintores que en 1751 reconocieron la Santa Imagen como queda dicho en la página 78 de este Libro II. Estos pintores fueron siete, entre los cuales descuellan Miguel Cabrera, José de Ibarra, José de Alcíbar y Antonio Vallejo. Por mandato del arzobispo Cabrera en 1756 imprimió su Dictamen junto con el Juicio y parecer que dieron cada uno de los seis pintores. Es un Opúsculo en 4.º de treinta páginas y lleva el título: Maravilla Americana y Conjunto de Raras Maravillas Observadas en la Dirección de las Reglas del Arte de la Pintura en la Prodigiosa Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe de México, México, 1756. Imprenta del Colegio de San Ildefonso. El célebre P. Clavijero tradujo al italiano este Opúsculo, y en el año de 1782 lo imprimió en Cesena, ciudad de Italia. Y como en confirmación de lo expuesto por estos pintores, el célebre Francisco González Avendaño, llamado el gran González, protomédico y profesor de Medicina y Cirugía en la Universidad de México, al año siguiente de 1757 imprimió una disertación que lleva este título: Parhelium Marianum Mexici conspicuum suburbiis, Disertatio de B. M. V. Guadalupensi, Mexici, 1757. Parelia Mariana observada en los alrededores de México. Disertación sobre la Santísima Virgen María de Guadalupe.

Pero, sabido es que los modernos opositores no hacen caso del dictamen de estos pintores, porque, dicen, no tenían las luces, ni la ilustración conveniente para afirmar con conocimiento de causa   —129→   que la Santa Imagen es de veras sobrenatural en su origen y en su conservación.

Hay, pues, que demostrar con el dictamen mismo de autores modernos y jueces competentes que los pintores mencionados fueron muy entendidos en el arte de pintura; y por consiguiente no les faltaba la ciencia, así como tenían veracidad, para juzgar con conocimiento de causa acerca de la Santa Imagen. Luego: Peritis in arte credendum.

Pues bien: como tenemos dicho, los siete pintores que dieron su dictamen, fueron los siguientes: Miguel Cabrera, José de Ibarra, José de Alcíbar, Antonio Vallejo, Juan Patricio Morlete Ruiz, José Ventura Arnáez y Manuel Osorio. Si consultamos ahora los escritores modernos que en sus obras hicieron mención de los pintores mexicanos, hallaremos que los siete mencionados son tenidos aun en nuestros días, por muy hábiles y entendidos en el nobilísimo arte y de un mérito del todo singular. Por ejemplo en el Diccionario Universal de Historia y Geografía, reimpreso con crecidos aumentos en México en 1853, hay artículos correspondientes en que se les tributa a estos pintores el merecido elogio. De la misma manera habla de ellos D. Bernardo Couto, autor de la Historia de la pintura en México, en un Opúsculo que se imprimió en 1872. Vamos a copiar las palabras más importantes.

Y empezando por Cabrera, en el mencionado Diccionario Universal, Tomo II, pág. 16, hay un artículo sobre Miguel Cabrera, firmado con las iniciales M. O. y B. (tal vez Manuel Orozco y Berra), y he aquí sus palabras: «En cuanto a su mérito, el viajero J. C. Beltrami (que vino a México por el año de 1825) juzga a nuestro artista en los siguientes términos: algunas pinturas de Cabrera se llamaron Maravillas Americanas, y todas fueron de un mérito relevante. La vida de Santo Domingo pintada en el Claustro del Convento de este nombre, la vida de San Ignacio y la historia del corazón del hombre degradado por el pecado mortal y regenerado por la religión y la virtud, en el Claustro de la Profesa, ofrecen dos galerías que en nada ceden al Claustro de Santa María Novella (la Nueva) de Florencia, y al Campo Santo de Pisa. Me aventuro tal vez demasiado diciendo que Cabrera sólo en estos dos claustros vale lo que todos los artistas juntos que han pintado las dos magníficas galerías italianas. Cabrera tiene los contornos de Corregio,   —130→   lo animado de Dominiquino (Domenichino) y lo patético de Murillo; sus episodios, como los ángeles, etc., son de una beldad rara. En mi concepto Cabrera es un gran pintor. Fue también arquitecto y escultor en madera; en fin, el Miguel Ángel de México. Cabrera, prosigue M. O. y B., escribió un Opúsculo... el motivo de este escrito lo dio el haber reunido el Abad y Cabildo de la Colegiata, el 30 de abril de 1751, a los pintores más afamados de México para que, reconociendo el lienzo de Nuestra Señora de Guadalupe, opinaran si podía ser obra de la industria del hombre. Cabrera fue uno de los que concurrieron al examen, y en su libro se empeña en demostrar que la Virgen no está pintada de manera artificial y humana...».

Pronto veremos que no sólo Cabrera, sino también los otros seis pintores «más afamados de México», no tan sólo se empeñaron, sino que demostraron que la Virgen no está pintada de manera artificial y humana. Pero antes hay que apuntar algo acerca de los seis pintores; y por no alargarnos demasiado omitimos lo que de ellos se dice en el diccionario mencionado, contentándonos con lo que el Lic. D. José Bernardo Couto escribió en su Diálogo sobre la Historia de la Pintura en México.

Es un opúsculo en cuarto, de 123 páginas, publicado por la viuda del autor en 1872. Bajo la forma de diálogo, tres interlocutores, Bernardo Couto, José Joaquín Pesado y Pelegrín Clavé, director de la Academia de San Carlos, discurren de los pintores mexicanos.

Desde luego convienen con el P. Clavijero que en las pinturas de los antiguos mexicanos «no hay que buscar dibujo correcto, ni ciencia del claroscuro y la perspectiva, ni sabor de belleza y de gracia». (Pág. 5). Llegados a Cabrera y a los otros seis mencionados, he aquí las palabras propias, tomadas del diálogo16:   —131→   «José Ibarra tuvo con Cabrera buena amistad, a pesar de que hubieron de haberse visto como rivales en fama pues los dos la tuvieron suma entre sus contemporáneos y la conservan en la posteridad. Ibarra adquirió maestría en el arte y ganó merecida reputación, que conserva hasta nuestros días. Decían que era el Murillo de México, y que a vuelta de algunos años no se creería que sus obras hubieran sido hechas aquí y se atribuirían a artistas extranjeros». (Pág. 19). Así efectivamente aconteció con una Imagen de Nuestra Señora de la Fuente: y lo refiere el mismo autor del Escudo de Armas, que se la vio pintar. (Lib. 2, cap. 8, núm. 333).

«Por lo demás, sigue Couto, aunque juntemos los nombres de Ibarra y Cabrera, no creo por eso que pretendamos igualarlos. Cabrera es en México la personificación del grande artista, del pintor por excelencia; y un siglo después de muerto conserva intacta la supremacía que supo merecer». (Pág. 70). «Tenía un gran taller, un verdadero obrador, en que pintaban con él porción de oficiales, y aun algunos de los maestros más formados de la ciudad. En efecto sabemos que algunos pintores tan hábiles, como Alcíbar y Arnáez estaban a su lado». (Pág. 73). «Si alguno puede estar a su lado creo que es D. Francisco Antonio Vallejo, el cual con él fue nombrado como uno de los primeros maestros de la ciudad para el reconocimiento de la Imagen de Guadalupe y suscribió en unión de Ibarra, Osorio, Juan Patricio, Alcíbar y Arnáez, el juicio que se expone en la Maravilla Americana». (Pág. 82). «En general, Vallejo tiene la facilidad, la blandura y la belleza que caracterizan a Cabrera. De los otros pintores que pintaban con Cabrera, aquí tenemos de Juan Patricio Morlete y Ruiz ese pequeño lienzo de San Luis Gonzaga, que no carece de agrado. De Arnáez y Osorio andan obras en la ciudad». (Pág. 85). «José Alcíbar, concluye Couto, es el último de nuestros pintores de nombre, y en él se encierra la antigua Escuela Mexicana, que vimos principiar en Baltasar de Echave (1600). Alcíbar se distingue por la blandura y suavidad. En la Catedral   —132→   vi los dos grandes lienzos; el uno, de la última, cena del Señor, y el otro del Triunfo de la Fe. En ellos aprendí a conocer lo que valía Alcíbar: pues son dos obras de importancia y de singular belleza, en especial la Cena. Es de notarse que debió pintarlas siendo ya muy viejo; pues tienen fecha de 1799, es decir, cerca de cincuenta años después de cuando acompañó a Cabrera a estudiar y copiar la Virgen de Guadalupe: y sin embargo no hay allí muestras de debilidad senil». (Pág. 88).

En fin, queda por decir de Cabrera, que «cuando en el año de 1753 sus mismos compañeros de profesión concibieron el proyecto de plantear en México una Academia a semejanza de las que por entonces empezaba a haber en España, pusieron a la cabeza a Cabrera, con el carácter de Presidente perpetuo, que era el mayor testimonio que podían darle de estima y de respeto». (Pág. 77).«Los Estatutos o Constituciones que deberá observar y guardar la Academia de la muy noble e inmemorial arte de la Pintura, están firmados por ocho de los principales, entre ellos: Miguel Cabrera, Presidente... Juan Patricio Morlete Ruiz, Segundo Director... Francisco Antonio Vallejo, tercer Director; José de Alcíbar, Director...». (Pág. 121).

De lo dicho se deduce que los siete pintores que dieron su dictamen sobre la celestial Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, merecen entera fe y crédito por la autoridad: a saber por la ciencia y veracidad, con que rindieron su dictamen. Pues hemos visto que los tres Interlocutores, jueces muy competentes en la materia, afirman, por ejemplo, que Ibarra y Cabrera tuvieron suma fama y la conservan en la posteridad; y que Cabrera, un siglo después de muerto, conserva la supremacía que supo merecer de grande artista y de pintor por excelencia.

Luego cometen un verdadero contrasentido e inconsecuencia los que desconocen el mérito de estos pintores y rechazan su dictamen.




III

Como ya se dijo, Cabrera puso en manos de los tres pintores arriba mencionados su escrito sobre el reconocimiento de la Santa   —133→   Imagen: y los seis no sólo aprobaron el dictamen de Cabrera, sino que lo hicieron suyo propio, como puede leerse en el parecer que cada uno separadamente le remitió, y corren impresos estos pareceres junto con el opúsculo de Cabrera. Este opúsculo en ocho capítulos contiene otras tantas admirables circunstancias de la pintura, las que obligaron a los pintores a calificarla de «divina, celestial, sobrenatural, obra del Artífice Divino, prodigio de la omnipotencia, milagrosa, misteriosa, nunca bien ponderado y admirable lienzo, Divina Imagen, maravillosa pintura, milagrosa pintura, milagroso lienzo».

Estas ocho circunstancias admirables son: la duración del lienzo y pintura; la tela o lienzo en que está pintada la Santa Imagen; la falta de aparejo en esta pintura; su admirable dibujo; cuatro especies de pintura que concurren en la Santa Imagen; el dorado y oro preciosísimo que brillan en la Imagen; respuesta a seis objeciones hechas a la pintura: en fin, el diseño de la milagrosa Imagen; pero, «sin tocar ni especificar cuál sea la materia de los colores que la componen; porque aunque son semejantes a los nuestros, el saber a punto fijo si son o no, o en el modo en que están practicados o se hizo esta pintura, lo juzgo reservado al Autor de tanta maravilla». Así Cabrera.

Vamos a decir algo sobre estas circunstancias, remitiéndonos para la completa demostración a lo que el canónigo Conde y Oquendo escribió por extenso sobre este asunto en su obra citada. (Tomo I, cap. III, págs. 138-260).

Primera.- La duración del lienzo. «La larga duración de doscientos veinte y cinco años (escribía Cabrera en 1755) que goza la admirable pintura de Nuestra Señora de Guadalupe y las cualidades opuestas a esta duración, me hacen reflexionar desde luego en ella... Lo cierto es que no había menester el lienzo en que está delineada la Sagrada Imagen tan poderosos contrarios para acabarse dentro de breve tiempo...». Lo propio declararon los tres protomédicos en 1666; como tenemos dicho: «la indemnidad y permanencia de la materia del ayate con principios tan contrarios a ella no puede tener causa natural, y que sólo puede ser principio de ella Él que sólo puede obrar sobre todas las fuerzas de la naturaleza milagrosos efectos». Confírmase lo expuesto con la siguiente circunstancia.

  —134→  

Segunda.- La raleza del ayate en que está pintada la Santa Imagen. «Es el lienzo, según parece, un tejido grosero de ciertos hilos, que vulgarmente llamamos pita, que sacaban los indios de unas palmas propias del país de que en la antigüedad labraban sus pobres mantas, a las cuales en su natural idioma llaman ayatl y nosotros ayate. Su trama y color es semejante al lienzo crudo o bramante de Europa que aquí decimos cotence; aunque no es como el superior ni el ínfimo; sino como el que regularmente tenemos por mediano. Otros han discurrido que esta maravillosa manta está tejida de la pita que sacaban del maguey (agave mexicanus), a lo que no asiento... A la verdad, me parece ocioso averiguar si la materia en que está esta pintura es de palma o de maguey: porque una y otra es la más desproporcionada que pudiera elegir un humano artífice...».

Esta circunstancia de la raleza del lienzo fue notada como cosa singular en las escrituras auténticas mandadas a Roma en 1663, y en la súplica del P. López a Benedicto XIV; «in vili ricino et in linteo adeo levidensi ut a tergo veluti per transennam templum videntibus fácile pateat: en una manta tan vulgar y en una tela de tan poca densidad que puesto uno por detrás se está mirando la iglesia como si fuera una celosía». Lo propio afirmó el P. Florencia que con el Dr. Silés examinó el ayate; y lo confirmó el mismo Cabrera con aquellas palabras «sin que estorbe el lienzo, se ven con claridad y distinción los objetos que están de la otra parte: así lo he experimentado repetidas veces».

Pues bien; «este lienzo tan ralo, tan débil, que tiene cosidas sus dos piezas iguales de que se compone, con un hilo de algodón bien delgado e incapaz por sí de resistir cualquier violencia, ha resistido a los embates que padeció en las innumerables pinturas, y otras alhajas piadosas que se tocan y han tocado a la Sagrada Imagen en las ocasiones en que se abre la vidriera; que aunque esto no se ejecuta todos los días, no puede menos de haber sido muchas al cabo de más de doscientos años. En una sola ocasión, por los años de 1753 que estando yo presente se abrió la vidriera, fuera de innumerables rosarios y otras alhajas de devoción, pasaron a mi ver de quinientas las imágenes que se tocaron al lienzo; pues gastaron en este piadoso ejercicio varias personas eclesiásticas de distinción más de dos horas. Con lo que me confirmé en el dictamen   —135→   que tenía formado de parecer exento este lienzo y la celestial pintura de las comunes leyes de la naturaleza».

A lo que dice el pintor Cabrera hay que añadir que hasta el año de 1647 no se había puesto vidriera a la Santa Imagen (Escudo de Armas, Lib. III, cap. 18, núm. 721): lo que dio ocasión a Carrillo de escribir en su Pensil Americano, impreso en 1797, como sigue: «Prescindamos de haber estado la pintura cerca de ciento diez y seis años sin el resguardo de cristales, expuesta a los negros vapores de muchas candelas y de más de sesenta lámparas que ardían en su antigua iglesia. (Sánchez, foj. 8). Prescindamos de la salitrosa atmósfera que destruye las pinturas y los edificios, enmohece el fierro y aun maltrata la plata, y fijando sólo la atención en que en más de dos siglos y medio está esta Sagrada Imagen sufriendo la continua frotación y contacto de millares sinnúmero de estampas, lienzos, láminas, medallas, y rosarios que son tocados a este portentoso simulacro, que aunque fuera de bronce, si no fuera por causa sobrenatural, ya se hubiera borrado, roto y deshecho. Pues ¿cuál debe ser nuestra admiración si fijamos la atención en lo débil, frágil, poco durable del Iczotilmatli, tilma o ayate de cuya materia es este lienzo y que en más de 260 años no haya recibido lesión ni con los frotamientos, cuando esta era tan frecuente que aún alcancé yo (escribía en 1793) el que no se daba estampa en las Colecturías que no estuviese tocada al original sagrado...? Yo he tenido en mis manos, (concluye Carrillo, pág. 103 en la nota) un lienzo de la propia materia, semejante en calidad y casi de igual tamaño que el Guadalupano, en que se hallan demarcadas con exactitud las tierras, montes, ríos, etc., del Mezquital: mas sin embargo de no haber sufrido las frotaciones de aquel, de ser muy posterior a él y de haberse conservado por los indios con prolijo cuidado, se halla horadado y roto por varias partes». (Disertación, Núm. 38).

El canónigo metropolitano D. Patricio Uribe en la censura del sermón del Dr. Mier, escrita en febrero de 1795 lamentábase también de que todavía continuaban «acciones y prácticas de un culto mal entendido. Porque el lienzo está expuesto a impresiones continuas, y, muchas veces, toscas, que hacen mella aun en los mármoles y bronces (como se ve en Roma en la Escala Santa, de mármol, y en la estatua de bronce de San Pedro, en el Vaticano). Millares   —136→   sinnúmero de estampas y rosarios se tocan a la Santa Imagen; y esto ejecutado en ocasiones muy repetidas: aun los hombres aplican a la Santa Imagen con rudo contacto las espadas, y las mujeres aplican sus pulseras. Le consta a alguno de nosotros que en alguna de estas ocasiones ha llegado mujer a besar la Santa Imagen, rozándose sobre ella y llevándose en la saya algunas partículas del oro de los rayos».

A su vez, D. Carlos María Bustamante, en su Opúsculo La Aparición Guadalupana de México, en la pág. 48 escribe: «Y yo puedo añadir otra circunstancia muy más notable y estupenda; haberse derramado sobre el lienzo un pomo de agua fuerte, cuando en 1791 limpiaban los plateros su marco de oro; cuya chorreadura conserva (la pintura) sin haberse destruido ni causádose lesión alguna». Y en la Disertación Guadalupana vuelve a dar noticia de este acontecimiento con la exclamación «¿Dónde está la fuerza corrosiva del aguafuerte que derramada desde la cabeza de la Imagen hasta los pies, por un descuido de los plateros que limpiaban su marco de oro, también respetó el débil ayate, dejando un solo vestigio para testimonio en todos tiempos de este prodigio?».

Concluyamos este punto de la incorrupción del lienzo y de la pintura, con la observación muy juiciosa que hizo el célebre Luis Becerra al fin del párrafo «Pruebas de la Tradición».

Y cuando el lienzo en que se figuró la Santa Imagen hubiera padecido corrupción por el tiempo que consume lo que de su naturaleza es corruptible, no por eso dejarán de ser verdaderas las Apariciones de la Virgen, ni que hubiera quedado impresa la Santa Imagen en el lienzo que servia de capa al Indio Juan Diego... Y no es inconveniente el que estén sujetas a corrupción las cosas sagradas, supuesto que no hay cosa más sagrada que las especies de la Sagrada Eucaristía; y sabemos con certidumbre física que son corruptibles. (Informaciones, pág. 153).

Prosigue Cabrera: «Lo que si debe por ahora excitar la admiración es la suavidad que se experimenta en este ayate; pues toda aquella aspereza que ofrece a la vista y que por sí debiera tener por componerse de materia tan ordinaria, se le convierte al tacto en una apacible suavidad, muy semejante a la de la fina seda, como lo he experimentado las repetidas veces que he tenido la dicha de   —137→   tocarlo; y ciertamente que no gozan de este privilegio los otros ayates de su especie».

Lo propio observaron los protomédicos mencionados; y lo declararon en su parecer. «Tercera circunstancia: siendo una la materia, hállanse diferentes cualidades: pues habiéndola tocado por la parte posterior, se halla con aspereza, dureza y consistencia; y por la parte anterior tan suave, tan mite, tan blanda, que no le hace oposición la seda: quien sabe cómo puede ser esto, lo defina, que nuestro corto ingenio no lo alcanza». (Informaciones, pág. 182. Florencia, pág. 70).

Tercera. La de carecer el Lienzo de toda preparación y aparejo. Afirman los maestros de pintura que así como es imposible para un artífice humano pintar sin colores y sin pincel, de la misma manera es imposible pintar sin superficie apta, es decir, sin aparejo ni imprimación. Porque como dice nuestro Cabrera, «el aparejo sirve no sólo para hacer tratable la superficie al pintor y para que este pueda, sin la molestia de los hilos, pintar; sino también para impedir el paso a los colores, como nos enseña la experiencia. Pero siendo la nuestra (pintura) tan singular, lo es también en carecer de toda disposición y aparejo; como consta de la declaración que los pintores hicieron, examinándola por el haz y el envés el afeo de 1666, que refiere el P. Francisco de Florencia de la Compañía de Jesús... Ni sólo el dicho de los pintores citados convence éste mi pensamiento; también la Sagrada Imagen nos lo hace ver. Está, ahora cubierto su respaldo con dos grandes láminas de fina plata, apartadas como tres dedos de ella. Entre lámina y lámina hay una pequeña hendidura, por la cual, sin que estorbe el lienzo, se ven con claridad los objetos que están de la otra parte. Así lo he experimentado repetidas veces; por lo que me persuado de que no tiene aparejo esta nuestra Imagen prodigiosa, pues si lo tuviera, impidiera el paso a la vista la interposición de la pintura entre los ojos y el objeto. Si alguno se ha engañado en juzgar que está aparejado el lienzo, ha tenido fundamento su equívoco en otra no vulgar singularidad de esta pintura que a mí también me engañó a la primera vista: de ella hablaré después en más proporcionado lugar».

Cuarta: el hermoso y perfectísimo dibujo. «Es tan singular, tan perfectamente acabado y tan manifiestamente maravilloso, que tengo por muy cierto que cualquiera que tenga algunos principios   —138→   de este nobilísimo arte se difundirá en expresiones, con que dará a conocer por milagroso este portento. Consiste el dibujo en aquella perfecta delineación a que deben concurrir como partes principales la circunscripción ajustada o contorno cierto de la figura, la atenta consideración de las partes, la correspondencia de éstas con el todo; y debe también concurrir la exacta observancia de la buena simetría. Todo esto se ve ejecutado con especial primor en el admirable dibujo de nuestro asunto, en tal grado, que no sólo se conforma con los más delicados preceptos de la pintura, sino que en él se atienden todos dichosamente reunidos. Su bellísima y agraciada simetría, la ajustada correspondencia del todo con las partes, y de éstas con el todo, es maravilla que asombra a cuantos medianamente instruidos en el dibujo la perciben: no tiene contorno ni dintorno que no sea un milagro... y representando el agraciado aspecto de nuestra prodigiosa Imagen la edad de catorce o quince años, es preciso confesar que a toda su tierna y delicada simetría le conviene bien la estatura pequeña en que la vemos...». Este Dibujo da bien a entender la peregrina extrañez en que por muchos años no se halló artífice alguno, por valiente que fuera, que no quedase desairado en el empeño de copiarlo. Habla aquí D. José Ibarra bien conocido por lo acreditado de su pincel: conoció este artífice no sólo a los insignes pintores que en este siglo han florecido, sino aun a muchos de los que florecieron en el pasado, y, de los que no alcanzó, tiene noticias individuales seguras, y por todo esto y por la respetable edad a que ha llegado, autoriza mucho lo que dice en este asunto: oigamos sus mismas palabras que se hallan en el Papel de Declaración que puso en mis manos a tiempo que esto se pretendía imprimir: «Es notorio, dice, que en México han florecido pintores de gran rumbo como lo acreditan las obras de los Chávez, Arteagas, Xuárez, Becerras y otros de que no hago mención, que florecieron, el que menos de éstos, ciento cincuenta años ha (en el año de 1600): y aunque antes vino a este reino Alonso Vázquez, insigne pintor europeo, quien introdujo buena doctrina que siguió Juan de Rúa y otros, ninguno de los dichos, ni otro alguno pudieron dibujar ni hacer una Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, perfecta. Pues algunas que he visto de aquellos tiempos están tan deformes y fuera de los contornos que tiene la de Nuestra Señora, que se conoce que quisieron imitarla. Mas no se consiguió hasta que se le tomó   —139→   perfil a la misma Imagen original: el que tenía mi maestro Juan Correa, que lo vi y tuve en mis manos, en papel aceitado, del tamaño de la misma Señora, con el apunte de todos sus contornos, trazos y número de estrellas y de rayos; y de este dicho perfil se han difundido muchos, de los que se han valido valen hoy día los artífices. He dicho todo esto porque no se entienda que en estos tiempos ha habido facilidad de hacer, como se hacen, las imágenes en algún modo parecidas al original, en cuanto se pueda, y que los antiguos no pudieron: que ni ahora se pudiera si no hubiera dicho perfil. Y así no me admiro ya de que en la Europa toda no hayan podido hacer la Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe; y si han hecho alguna de que puedo dar fe, ha sido como las que antiguamente se hacían acá... Prueba de que es tan única y tan extraña (rara y extraordinaria), que no es invención de humano Artífice, sino del Todopoderoso». Hasta aquí el célebre Ibarra.

Como por conclusión de este punto vamos a referir el testimonio del célebre P. Clavijero, Juez también competente en la materia, por lo que escribe el P. Maneiro en su vida (Tomo III, págs. 28 y 78). En su Historia Antigua de México, (Lib. VII, núm. 17, pág. 273) discurre el clásico autor acerca del «carácter general de la pintura entre los mexicanos», y entre otras cosas, pone esta observación: «Las figuras, sobre todo de los hombres, son por lo común desproporcionadas y deformes. Sin embargo he visto entre muchas pinturas antiguas, algunos retratos de los Reyes de México, en que además de la belleza del colorido, se notaba una observancia exacta de las proporciones. Pero no niego, hablando en general, que distaban mucho aquellos pintores de la perfección del dibujo y de la inteligencia del claroscuro». Puesto esto, decimos: Los pintores mexicanos, señaladamente los antiguos, y los que florecieron por los años próximos y siguientes a la Aparición, distaban mucho de la perfección del dibujo y de la inteligencia del claroscuro. Es así que estas dos propiedades se admiran con asombro en la Santa Imagen, como lo demuestran los testimonios de los pintores mencionados. Luego es una falsedad histórica lo que algunos andan repitiendo con aquel desgraciado predicador, que Marcos Cipac fue el que pintó la Santa Imagen. Véase lo que se dijo sobre este punto en la Defensa de la Aparición, impresa en 1893 (págs. 303-308). Efectivamente el Pintor Cabrera, hablando en el § VII de este   —140→   asunto dijo: «Pues que nuestra celestial pintura recibe tantas luces, cuantos rayos del sol le rodean, en lo incierto de las luces está su mayor artificio: pues sin embargo de estar encontradas, resulta en su pintura aquello que llamamos buena colocación, o elección del claroscuro, y es lo que sienten unánimes todos nuestros inteligentes profesores». Lo propio afirmó el célebre José de Ibarra en su parecer de 7 de septiembre de 1756. «Hablando de las luces digo que así como en la poesía sin faltar al arte suele decirse un equívoco o concepto con que se da realce y buen gusto a la Poesía: así el artífice Divino en Nuestra Soberana Imagen le dio tales reflejos de luces (que los pintores llaman contraluz o luz prestada con que le dan más realce y relieve a sus pinturas), que le dan mucho más gusto y perfección a la Imagen de nuestro asunto...».

Quinta.- La prerrogativa más singular y tal vez única y sólo propia de esta Santa Imagen, es que concurren en ella cuatro especies de pintura sobre la superficie de un solo lienzo sin aparejo ninguno. «Son las cuatro especies o modos de pintura que en la Imagen de Guadalupe se ven ejecutadas, al óleo una, otra al temple, de Aguazo otra, y labrada al temple la otra. De cada una de estas especies tratan los facultativos; pero de la unión o conjunción de las cuatro en una sola superficie no hay autor, no sólo que lo haya practicado, pero ni que haga memoria de ella; y yo pienso que hasta que apareció esta pintura de Guadalupe, ninguno lo había imaginado. Están, según parece, la cabeza y manos al óleo, la Túnica y el Ángel, con las nubes que le sirven de orla, al Temple: el Manto, de Aguazo, y el campo sobre que caen y terminan los rayos, se percibe como de pintura labrada al Temple. Son estas especies tan distintas en su práctica, que requieren cada una de por sí distinto aparejo y disposición; y no encontrándose en todas ellas alguno, como dejamos dicho, hace más fuerza su maravillosa y nunca vista combinación; y mucho más en una superficie como la de nuestro lienzo. Para mí es éste un argumento tan eficaz, que me persuade a que es sobrenatural esta prodigiosa pintura».

Y este mismo juicio me parece formará sin alguna repugnancia el menos inteligente en la Pintura, instruido con una leve noticia de los cuatro modos dichos, que en ella se notan. La pintura al óleo se ejecuta en virtud de aceites desecantes con unión, firmeza   —141→   y hermosura; para lo cual ha de anteceder el aparejo: la segunda, al Temple, usa de colores de todas especies con goma, cola o cosas semejantes. La tercera, de Aguazo, se ejecuta sobre lienzo blanco y delgado; y su disposición es humedecer el lienzo por el reverso sirviendo para los claros de lo que se pinta el mismo que da la tela. La pintura labrada al temple (es la que los pintores italianos llaman al fresco) obra empastando y cubriendo en el mismo hecho de pintar; y pide que la materia en que se pinta sea firme y sólida, como tabla, pared, etc. Estos son los cuatro estilos de pintar que a nuestro modo se hallan practicados admirablemente en nuestro lienzo. Y de este último (labrado al temple) entiendo que nació aquel equívoco, que también yo padecí, de juzgar como aparejo esto que en mi inteligencia es cuarta pintura... Los pintores antiguos no especificaron las cuatro pinturas dichas: bien que éstos no faltaron a la verdad del juramento, porque afirmaron que parecía al óleo y parecía al temple. En lo primero dijeron bien, por parecerlo la cabeza y manos, como tengo dicho; y en el segundo también, porque aunque estos tres modos o especies de pintar son tan diversos en su disposición y en su práctica, sin embargo son todos tres al temple; y así dijeron bien cuando afirmaron que parecía al temple y que parecía al óleo.

¿Y quién dirá que la nunca vista conjunción de estos cuatro estilos o modos tan distintos de pintar, tan bellamente ejecutados y unidos en una superficie como la dicha, es obra de la industria o arte humana? Yo por lo menos tuviera escrúpulo de afirmarlo; porque sé lo insuperable que es a las fuerzas humanas haber de conformar cuatro pinturas en todo tan diversas en su disposición, en su práctica, en la manipulación de los colores, como es mezclarse unos con aceite, otros con agua y gomas...



Sexta.- Esta sexta circunstancia singular y extraordinaria se reduce a «estas dos propiedades»: el precioso oro y exquisito dorado de la milagrosa Imagen, y el estar perfilada por el contorno y dintorno. «El oro y exquisito dorado es de tal asombro que sorprende; a los más peritos artífices en esta facultad. La primera vez que logré ver la Santa Imagen me persuadí que estaba el oro sobrepuesto como si fuere con polvo y que el más ligero soplo, o con tocarla había de faltar en la superficie, y para explicarlo dije que se asemeja mucho a aquel (oro) que a las mariposas dio Naturaleza   —142→   en las alas, y al cogerlas sacuden en menudos ápices la mayor parte de su dorado, participando las manos, que lo tocan, mucho de él por lo superficial que está. Esto es lo que me pareció a la vista; pero habiéndoseme mandado que la tocara, lo hice con la veneración que pide tan divina Imagen. Y con admiración mía, observé que es todo lo contrario; porque noté lo incorporado que está el oro en la trama, de tal manera, que parece fue una misma cosa tejida y dorada; pues se ven distintamente todos los hilos como si fuesen de oro... En la labor de la Túnica advertí un rarísimo primor, esto consiste en que está perfilada por el contorno y dintorno; cosa que hallo por imposible que ningún hombre hiciera, porque es el perfil como del grueso de un pelo, poco más, y es tan igual y con tal aseo y primor, que sólo acercándose se percibe; por cuya dificultad o imposible de ejecutarlo en el modo que se ve, discurro que se ha omitido en las Imágenes que se han hecho y se hacen; al menos yo hasta ahora no he visto ni oído que se haya practicado...».

El pintor Francisco Antonio Vallejo en su Parecer de 24 de septiembre de 1756, así se expresa acerca de este punto: «Y aunque todo cuanto en la Santísima Imagen se advierte es un prodigio, o, por mejor decir, muchos prodigios de la Omnipotencia; no obstante, lo que a mí me arrebata más la atención es el dorado y perfiles negros que rodean la Fimbria de la vestidura de la Señora... A mi corto juicio es ésta una de las maravillas que allí vemos muy particular...».

En el capítulo VII Cabrera responde a las seis objeciones que algunos habían hecho a la pintura de la Santa Imagen. «Responderé al que las puso brevemente, sólo con decir que miró con menos atención a nuestra bellísima Guadalupana; y para los que sin haberla visto, acaso las oyeron, las pongo aquí en este párrafo desatadas...».

Efectivamente las respuestas fueron incontestables: pues el pintor José de Ibarra en su Parecer, decía entre otras cosas: «No tiene (el admirable lienzo) los óbices y objeciones que comúnmente corrían entre los pintores: y Vd. con gran primor los desvanece uno por uno, en el parágrafo 7.º de su Cuaderno...». El pintor Manuel Osorio decía: «Quiero agradecerle a Vd. dos cosas en particular...: la otra es el que haya Vd. desbaratado en el parágrafo   —143→   séptimo con las mismas reglas del arte las objeciones que la ignorancia injustamente había puesto a nuestra pintura...». Lo propio escribió el pintor José Ventura Arnáez en su parecer que dio el 19 de septiembre de 1756, diciéndole que «con lo celoso de su pluma desvanece los nublados de la impericia: pues los facultativos nos enteramos del conocimiento de esta pintura; y los no versados en ella (leyendo su cuaderno) se desengañarán de algunas dudas que la superstición o abuso puede causarles...».

En fin, el, canónigo Conde y Oquendo, con grande acopio de erudición confirma las respuestas de Cabrera en el Tomo I, páginas 285-333.

Concluye Cabrera su Dictamen con dar el «diseño de la Milagrosa Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe». En resumidas cuentas afirma y demuestra que «el diseño es el mayor prodigio que se ha visto en esta línea: y en fin esto con todo lo que ha manifestado me ha hecho decir, que aunque alguno ignorara su origen y tradición, sólo con verla la confesaría por sobrenatural, según entiendo». Al fin del opúsculo imprimió los pareceres de los seis pintores, de que se ha hecho mención.

Resumen.- Tenemos el dictamen jurado de catorce pintores y tres protomédicos, todos unánimes en afirmar con conocimiento de causa, que la Santa Imagen es sobrenatural, así en su origen como en su conservación.

Pero, pongamos que nada de esto tenemos. Pues bien: un solapado y astuto enemigo del portentoso lienzo nos puso en las manos, mal de su grado, el argumento más demostrativo de lo sobrenatural que es en su origen y en su conservación la Imagen celestial de nuestra adorada Patrona y Madre. Vamos a verlo.





  —144→  

ArribaAbajoCapítulo IX

Confirmación de lo demostrado en el capítulo antecedente


Tentativa de Bartolache contra la Santa Imagen.- Su derrota completa.- Refutación de su Manifiesto satisfactorio.



I

En la Gaceta de México de 27 de diciembre de 1785, (Tomo I, núm. 58, pág. 474) se publicó el siguiente Aviso: «Queda empeñado y con la mano puesta en la obra un americano, vecino de esta Corte, para dar sin pérdida de tiempo a la estampa (si se le concede licencia) un Manifiesto satisfactorio sobre asunto de la Aparición de Nuestra Señora de Guadalupe, y hacer ver una copia de la Santa Imagen de nueva y plausible idea; la cual se reduce a efectuar dicha copia en ayate idéntico al de la capa de Juan Diego, por mano de tres pintores hábiles, y en los mismos tres estilos de pintura, que son, al óleo, de aguazo y al temple, como están en el original, si la cosa fuese asequible; y si no, ya cuidará el autor del pensamiento exponer sus razones oportunamente. Y de un modo o de otro, siempre quedará constancia pública (constará públicamente, quería decir) del hecho para memoria de la posteridad».

Como desde luego se echa de ver, quitados todos los rodeos y paliativos, el Aviso indicaba manifiesta oposición al milagro de la celestial pintura de la Santa Imagen; pues se proponía nada menos que sacar una copia idéntica de la Santa Imagen, en ayate idéntico al Juan de Diego y con los mismos tres estilos de pintura (hemos   —145→   visto que son cuatro) como están en el original. De todo esto se seguiría la conclusión que: luego la Santa Imagen no es obra sobrenatural, puesto que un artífice humano hizo otra semejante. Con razón, pues, se alarmaron los mexicanos de la capital, y uno de ellos, lleno de indignación, arrojó una Carta muy ardiente a la oficina de la Imprenta de la Gaceta, en la cual después de tratar al americano aquel de Judío, de condenado, etc., lo conmina con castigos dignos de su pecado en ésta o en la otra vida.

El enmascarado americano creyó que con sólo manifestar su nombre propio en la Gaceta, sosegaría la ira de la indignada capital, pues el americano no era más que el Dr. D. Joseph Ignacio Bartolache, apartador general del oro y plata del reino «uno de los más vastos talentos que ha producido la América. Nació en Guanajuato y fue doctor en Medicina, buen Teojurista, aventajado matemático, más que mediano pintor, físico y químico». (Carrillo, Pensil Americano, pág. 116). Y así en la Gaceta de 18 de abril de 1786, a los tres meses de imprimirse el campanudo Aviso, salió una Carta del Dr. Bartolache dirigida al Administrador de la Imprenta de la Gaceta (Tomo II, núm. 7, pág. 95). La cláusula principal de esta Carta es como sigue: «... Tengo dado en el asunto algunos pasos, no poco importantes, todos ellos, a fin de confirmar más y más al público y a cualquiera individuo en particular que se mostrase incrédulo, en la firme persuasión y creencia en los términos de fe humana, de que la Sacrosanta Imagen que veneramos con el título de Nuestra Señora de Guadalupe, una legua al Norte de México; y a cuyo original los indios mexicanos llaman Nuestra limpia Santa Madre, no es obra de mano de hombre, sino sólo de Dios, qui facit mirabilia solus... Y si es que me pareció intitular mi pobre opúsculo, tal cual saliera, con el título de Manifiesto satisfactorio, protesto y aseguro, sobre mi palabra de hombre de bien, que procedí de bonísima fe y sin aguardar a que se me impugnase por mala inteligencia, y sólo quise indicar que lo satisfactorio de mi parte y pobre caletre podría ser a mayor abundamiento de pruebas del constante prodigio Guadalupano». Y en el prólogo de dicho opúsculo añadió que «este manifiesto sería confirmatorio para los que creen el milagroso origen de Nuestra Señora de Guadalupe de México: satisfactorio para los que no quieren ir por el camino de la tradición, mostrando su timidez y desconfianza; y consolatorio, para los que, no obstante haber caminado   —146→   por el segurísimo camino de la tradición, no les pesaría tener otras pruebas a mayor abundamiento».

Después de esta, no se sabe si retractación, satisfacción, aclaración u otra cosa, Bartolache «prosiguió como buenamente pudo» así nos dice, en su propósito. Vamos a ver lo que hizo, tomándolo de su opúsculo, impreso después con el mencionado título de Manifiesto satisfactorio. (Págs. 98 y 109, y piezas núms. 1, 2, 3, 4).

Como se disputara si la Tilma, en que se apareció pintada la Santa Imagen, fuera tejida de hilos o pita de la planta que llaman de maguey, o de una palma propia del país, como afirmaba el pintor Cabrera, «Bartolache averiguó que; realmente la materia de la mencionada Tilma o Ayate era de la pita de una especie de palma silvestre llamada Iczotl, y no de la de maguey. Asegurado de esto, hizo traer a México las hojas de dicha palma junto con hilanderos indios e indias, parte otomites y parte aztecas o mexicanos; y en su presencia hizo se hilaran o tejiesen bajo sus instrucciones cuatro ayates o tilmas, dos de una materia, dos de otra, procurando a que remedasen en todo al original. No lo pudo conseguir en ninguno de los cuatro; y desesperando de poder hacerse dueño de uno idéntico a la Tilma de Juan Diego tuvo al fin que servirse del que le pareció menos malo». Mientras esto se hacía el 21 de diciembre del propio año de 1786, Bartolache se fue al Santuario de Guadalupe, consiguió se le franqueara la Inspección de la Santa Imagen sin vidriera, tomó algunas medidas, y algunos apuntes; y suplicó al Abad de la Colegiata tuviese la bondad de volver «a franquear en otros días la Santa Imagen a vidriera abierta para que los pintores y otros testigos, en presencia de algún escribano público y suya, pudiesen hacer las necesarias observaciones con todo espacio, quietud y formalidad». Obtenido el permiso, el jueves 25 de enero de 1787, Bartolache llevó consigo al Santuario a un escribano público, a tres testigos y a cinco pintores para ejecutar la segunda inspección de la Santísima Imagen de Nuestra Señora. Y en presencia del Abad de la Colegiata y del Canónigo de turno se abrió la vidriera y se les manifestó a todos la Soberana Imagen, sin el vidrio, por término de dos horas, desde las doce del día hasta poco antes de las dos de la tarde. Vista y reconocida por cada uno con el cuidado, atención y eficacia que correspondía, estando inmediatos al lienzo, a cuyo fin se pusieron unas gradas, Bartolache hizo al   —147→   Notario tres preguntas sobre «si el lienzo está con cierto lustre; si el ayate es tosco en su especie o fino; si la costura que une las dos piernas del ayate es ruin y mal ejecutada». Mientras Bartolache entretenía al Notario con dichas preguntas, los Facultativos estuvieron haciendo varias inspecciones, reconocimientos y cotejo de colores y templas de una paleta que al objeto previnieron. Y cerrada la vidriera con sus dos llaves que por el sacristán fueron devueltas al Abad y al Canónigo, Bartolache hizo a los pintores varías preguntas, de las cuales enseguida nos vamos a ocupar.

Prosigue Bartolache: «Después de dos inspecciones de la Santa Imagen, se procedió a verificar una copia en ayate de Iczotl; habiéndose acordado que el pintor Andrés López se encargara de esta obra, como principal, en su obrador; bien que los otros facultativos sus compañeros podrían ir cuando les pareciere, a ver lo que se hacía y hacer ellos también sus observaciones. Duró la obra desde el 6 de febrero basta 14 de marzo de este año de 1787. Salió bellísima la copia y exactamente arreglada en todo y por todo a la original: de suerte que cuantos la han visto la admiran. Y no obstante esto, todavía está lejos de ser una copia idéntica no ya en el dibujo, sino en el modo de pintar, que ciertamente es inimitable, aunque en ello se ponga toda cuanta diligencia humana cabe. Lo que yo siempre creí y por esta vez lo he palpado, y hecho ver a muchas personas». (Pág. 103). ¡¿Lo dices de veras, don Bartolache?! Pues ¡¡entonces!!

Antes de pasar adelante vamos a dar los nombres de estos facultativos, añadiendo alguna observación. Los cinco pintores escogidos por Bartolache fueron: «Andrés López, Rafael Gutiérrez, Mariano Vázquez, Manuel García y Roberto Joseph Gutiérrez, profesores del noble arte de pintura en esta capital». Sobre esta elección el canónigo Conde observa que habiendo el mismo Bartolache confesado que en el pintor Cabrera ciertamente abundaron la probidad y la habilidad, dos prendas que constituyen a un testigo superior a cuantos otros puedan citarse, parecía muy justo que Bartolache eligiese para testigos de sus inspecciones a los dos Correctores de la Real Academia Mexicana de las tres Bellas Artes, que lo eran a la fecha José Alcíbar y Francisco Clapera, por no decir nada del célebre Ibarra que aún vivía. Mucho más porque Bartolache «más que mediano pintor» se había propuesto «poner en limpio la verdad   —148→   a satisfacción del público» y refutar «los defectos, equivocaciones y faltillas de atención y de crítica» notados en Cabrera. (Págs. 49 y 51).

Pues bien, los cinco pintores elegidos por Bartolache, no eran jueces competentes para juzgar a Cabrera; especialmente los últimos dos, Manuel García y Roberto Gutiérrez, eran «tan oscuros» que de ningún modo debían ser elegidos para testigos de la Inspección. «Concedo, prosigue Conde, y no es poco conceder, que sean buenos y hábiles los cinco pintores de la Comitiva de Bartolache. Supondré que todos ellos estarán dotados de bondad, y que será muy arreglada su conducta; sea en hora buena; pero no todos serán hombres de habilidad, y cuando en uno u otro la hubiere, puede ser que sin agravio positivo, en ninguno de ellos abunde como en Miguel Cabrera, según el elogio del mismo Bartolache...». (Conde, Tomo I, págs. 330 y 332). El Sr. Couto en su Diálogo en la pág. 86 menciona a los cinco pintores que examinaron con Bartolache la Imagen de Guadalupe; pero no alaba de algún modo sino a Mariano Vázquez «que dicen fue discípulo de Cabrera» y «de Andrés López hay aquella Verónica que parece trabajada pelo a pelo como si fuera obra de miniatura».

Otra noticia y de no menos importancia nos da el citado Conde con estas palabras: «Lo sensible es que entre las repetidas inspecciones que hacía Bartolache del santo Lienzo con su pandilla de pintores, en una de ellas abusó de la confianza de hombre pío y de bien que había ganado delante del buenísimo Sr. Abad de la Colegiata, D. José Félix García Colorado; y se propasó a cometer a sus espaldas el atentado de envalentonar a uno de sus oficiales a que con la punta de la navaja raspase el extremo de la ala izquierda del serafín que sirve de repisa a la Santísima Virgen, por ver si tenía aparejo. Sorprendiole en esta maniobra execrable el Sacristán mayor del Santuario D. Domingo Garcés, quien vive y me ha asegurado que el curioso indagador no había sacado más que una especie de pelusa del color impreso en el tejido de la manta. Ello es que hasta el día de hoy ha quedado la pintura lastimada, cuya rasura vi y reconocí no sin dolor el 22 de octubre del año de 1795, que tuve la dicha de venerarla inmediatamente en compañía de D. José de Alcíbar, uno de los más famosos pintores de México, con motivo de haberle bajado del altar al plan del presbiterio a fin de   —149→   componer su marco y evitar que sobresaliese en términos de causar sombra al bello rostro de la Señora. Acción delincuente en realidad que al mismo tiempo desemboza el sistema fraudulento de Bartolache; y hace sacar la cabeza al mal espíritu que le gobernaba en todas estas operaciones guadalupanas, pero que logró esconder bajo el falso relumbrón de piedad y devoción al Santuario, con que fue fácil engañar a hombres bondadosos...». (Tomo I, pág. 174).




II

Vamos a las varias preguntas que Bartolache hizo a los cinco pintores y a las respuestas que éstos le dieron, añadiendo una que otra observación. De las seis preguntas ponemos cuatro que fueron las más importantes para el caso.

Preguntó el Dr. D. Joseph Ignacio Bartolache a dichos cinco Facultativos: ¿si los colores al óleo que se llevaron prevenidos en una paleta y de que se hicieron algunas templas, a presencia de la Santa Imagen descubierta, igualan o remedan perfectamente los de ésta? Respondieron concordes que en el colorido convienen los temples hechos a propósito; pero en la substancia no.



Esto precisamente había dicho y escrito Cabrera en el prólogo de su opúsculo que no quería tocar ni especificar «cuál sea la materia de los colores que la componen (la pintura); porque aunque son semejantes a los nuestros, el saber a punto fijo, si son, o no, o en el modo con que están practicados, o se hizo esta pintura, lo juzgo preservado al autor de tanta maravilla».

Preguntó también ¿si les parece que el ayate tiene aparejo suficiente en todas sus partes para mantener estas pinturas sin que los colores se trasportasen y rechupasen por el revés? Dijeron que sí.



Aquí tenemos a los cinco facultativos de Bartolache que contradicen lo que firmaron los catorce pintores de 1666 y 1751. Los pintores de 1666 afirmaron terminantemente que «se reconoce evidentemente que no tiene aparejo ninguno, ni imprimación el dicho Lienzo». Lo propio repite Cabrera, como hemos visto en el capítulo antecedente; y con él los seis pintores que dieron su parecer.   —150→   Por primera respuesta pudiera alguien decir que pesados y contados los testimonios en pro y en contra, la victoria se declararía por los antiguos pintores contra los facultativos de Bartolache. Hay sin embargo dos respuestas más propias. La primera es que en todo rigor no hay contradicción: porque en verdad parece que el ayate tiene aparejo; así como le pareció a primera vista a Cabrera, el cual escribió: «del último estilo (el labrado al temple) entiendo que nació aquel equívoco que también yo padecí de juzgar como aparejo, lo que en mi inteligencia es cuarta pintura». Así que los pintores de Bartolache que no admitían la cuarta pintura, dijeron que parece, mientras los antiguos pintores con Cabrera no juzgaron ya de lo que parecía, sino de lo que realmente era y es en sí la pintura; y en realidad de verdad el ayate no tiene aparejo, aunque pareciese tenerlo. La segunda razón que Tornel (Tomo I, pág. 122) esfuerza con mucho criterio, se reduce a esta proposición. Los catorce pintores con conocimiento de causa afirmaron que el ayate no tiene aparejo; los cinco Facultativos de Bartolache sin conocimiento de causa afirmaron que lo tiene. Prueba al canto. Los catorce pintores apoyaron su dicho en que habían visto y reconocido la pintura por el haz y por el envés y admitieron y notaron que del verse distintamente los colores por el envés se reconoce que no tiene aparejo ni imprimación; pues si lo tuviera, impidiera el paso a la vista de los objetos la interposición de la pintura entre los ojos y aquellos. El pintor Cabrera de un modo particular afirma haberlo experimentado repetidas veces; por lo cual se persuadió que no tiene aparejo esta Nuestra Imagen prodigiosa.

Por lo contrario los pintores de Bartolache no vieron y reconocieron así por el haz como por el envés de la Santa Imagen: pruébase esto, primero, porque Bartolache nada dice en su manifiesto que se quitaron las dos láminas de plata que cubren el respaldo de la Santa Imagen; tampoco dice que los pintores la reconocieron por la pequeña hendidura que hay entre lámina y lámina de plata, como lo practicó Cabrera. Pruébase en segundo lugar más positivamente del hecho siguiente: en 1801 la Congregación Guadalupana del Santuario acudió al Alcalde Ordinario de la ciudad de México pidiendo que de su orden respondiesen los profesores que reconocieron la Santa Imagen en unión del Dr. Bartolache en 1787 al tenor de esta pregunta: «¿Si el año de 1787, que inspeccionaron la Santa   —151→   Imagen, habiéndoseles abierto la vidriera, la vieron también y lo observaron por el reverso? Por orden del Alcalde el Escribano, Real y Público examinó a los pintores Andrés López y Rafael Gutiérrez, quienes habiendo declarado que los otros tres sus compañeros habían muerto ya, respondieron a la pregunta, uno y otro por separado y bajo de juramento: «Que ni ellos, ni sus otros compañeros habían hecho la más leve observación de la Santa Imagen por el reverso; de lo cual, añadía López, tuvimos mucho sentimiento por no haberla visto por el respaldo, para investigar si era cierto se percibían algunos colores o pasada la Imagen».

Todo consta certificado por el escribano Pozo y se conservan las diligencias originales en poder de dicha Congregación. (Tornel, Tomo I, pág. 123). Aquella expresión del pintor del partido de Bartolache, Andrés López, «tuvimos mucho sentimiento», puede entenderse que no hicieron, o no pudieron hacer dicho reconocimiento. Si no lo hicieron porque no se les ocurrió hacer esta diligencia, en este caso dieron muestra de que no eran pintores muy hábiles; pues para asegurarse de que los colores no se traspasaron o rechuparon por el revés, preciso era examinarla, como lo practicaron repetidas veces los pintores antiguos. Si no pudieron hacer este reconocimiento por el respaldo, ¿quién se los estorbaría? No ciertamente el Abad y Canónigos de la Colegiata. Y al mismo Bartolache que la echaba de crítico consumado hasta erigirse en juez del Pintor Cabrera ¿cómo no se le ocurrió la necesidad de hacer este reconocimiento? ¿Anda por ahí el sistema fraudulento de Bartolache? Lo cierto es que Bartolache en su Manifiesto (pág. 95) escribió: «Ya ha sido constante en virtud de inspecciones hechas por lo pasado y en el día de hoy puede hacerse ver, que por el envés del Ayate Guadalupano hay muchos de los diferentes colores del haz». Pero, Sr. Bartolache, «si en el día de hoy puede hacerse ver» ¿por qué no lo vio vd.? ¿por qué no lo hizo ver a sus pintores? Y si por el envés hay diferentes colores, luego no hay aparejo: lo que demostraron los antiguos pintores. Adelante.

«Preguntó también, si supuestas las reglas de su facultad y prescindiendo de toda pasión o empeño tienen por milagrosamente pintada esta Santa Imagen? Respondieron que sí cuanto a lo substancial, y primitivo que consideran en Nuestra Santa Imagen; pero no en cuanto a ciertos retoques y rasgos que, sin dejar duda, demuestran   —152→   tras haber sido ejecutados posteriormente por manos atrevidas». Para entender la respuesta de estos facultativos, hay que tener presente lo que se dijo en el capítulo anterior, en donde se copiaron las palabras del P. Florencia acerca de aquellos temerarios devotos, que quisieron añadir a la Santa Imagen unos querubines, que después fue necesario borrarlos «porque en breve tiempo se desfiguró todo lo sobrepuesto al pincel milagroso». Todo esto refiere también Bartolache en la pág. 29 y añade en la Nota: «Esta debe ser quizá, la causa de que en nuestra bendita Imagen Guadalupana se observan hoy día algunos trazos, pintorrajos y borrones de manos atrevidas, corrompiendo el original». Reproduce también Bartolache las palabras de los tres protomédicos «que la porfía del aire sólo logró en lo sobrepuesto que algún devoto quiso añadirle...» como tenemos ya referido.

En resumidas cuentas, por más que el astuto y enconado Bartolache desease lo contrario, haciendo a los cinco pintores preguntas capciosas y avisándoles que prescindiesen de toda pasión y empeño, éstos confesaron que tenían por milagrosamente pintada esta Santa Imagen.

Preguntó también el Dr. D. Joseph Ignacio Bartolache a dichos cinco facultativos: ¿si las flores de oro con que está dorada la Túnica de Nuestra Señora están todas perfiladas en sus contornos y dintornos con primorosos perfiles negros y sutiles como un pelo? A una voz dijeron todos que no a todas tres partes de la pregunta.



¡Válgame Dios! Bartolache, «más que mediano pintor», que en comparación de Cabrera ni le llegaba a la suela del zapato, en el núm. 17, pág. 49, haciendo la censura del Opúsculo de Cabrera ya mencionado, falla con tono de Juez en última instancia: «Verdad es que tiene sus defectos y equivocaciones, tal cual, como por ejemplo el asentar que las flores de la Túnica de Nuestra Señora están perfiladas en sus contornos y dintornos de unos perfiles negros de un rarísimo primor, siendo el perfil como del grueso de un pelo...».

Ya hemos visto que lo que arrebató más la atención del pintor Vallejo en las inspecciones y reconocimientos de la Santa Imagen «son los perfiles negros, etc., ¿se equivocarían Cabrera, Vallejo y los otros pintores de 1751, o bien se equivocaron de medio a medio Bartolache y sus facultativos? El canónigo Conde no pudiendo persuadirse que los primeros y sospechando que los segundos fuesen   —153→   los equivocados, el 22 de septiembre de 1795 junto con José de Alcíbar y el sacristán mayor del Santuario, examinando muy de cerca la Sagrada Pintura que habían bajado al plan del Presbiterio, distinguieron con suma claridad y evidencia los perfiles, y espantábanse de que hubiese sido capaz Bartolache de imprimir una negativa tan descarada». Pero de esto se pondrán más pormenores al fin de este capítulo17.

  —154→  

Todo esto de las preguntas aconteció como se dijo, a principios de 1787; y no se comprende cómo Bartolache difirió hasta el año siguiente el cotejo de las famosas copias mandadas hacer. Porque en la Pieza núm. 4, leemos que: «a 24 de enero de mil setecientos ochenta y ocho años (1788), en el Santuario de Guadalupe en presencia de los cinco pintores mencionados, y de otro que se les añadió, presentes igualmente siete testigos, siendo dadas las doce y cuarto de esta mañana se procedió al cotejo de dos Imágenes de Nuestra Señora de Guadalupe, que se trajeron prevenidas y pintadas sobre ayate, habiendo tomado empeño los facultativos que las pintaron, Andrés López y Rafael Gutiérrez, en remedar en todo a la original. Y después de haberse verificado el cotejo bien despacio y a toda satisfacción, concordaron los dichos facultativos en que ninguna de las dos cotejadas era copia idéntica del original».

De estas dos copias escribe Bartolache que de la pintada por Andrés López hizo donación a las Religiosas de la Enseñanza; y de la pintada por Rafael Gutiérrez dice así en la nota a la pág. 102: «se observó rigurosamente el pintar pelo a pelo sin aparejo alguno, y se sujetó la pintura en todo y por todo al original18. La idea fue de colocar esta Santa Imagen en la hermosa nueva Capilla del Pocito de Guadalupe para observar el demérito que infaliblemente se espera tendrá con el trascurso de los años en aquel territorio y temperamento; sin que le valga la defensa de la vidriera que la original no tuvo en sus principios».

Efectivamente la copia de Gutiérrez se colocó en la Capilla   —155→   del Pocito el 12 de septiembre de 1789, como lo escribe el Testigo y Escritor contemporáneo Francisco Sedano. Pero no pudo ver Bartolache adónde fue a parar la obra de sus manos: porque, como escribe el canónigo Conde, «Bartolache, por enero del 89 dedicó su Opúsculo al Venerable Cabildo de la Insigne Real Colegiata: por junio del mismo año corrió el despacho de licencia de los Superiores para su impresión; y en el de 1790, cuando estaría con la pluma en la mano dando el último lustre al Manuscrito fue arrebatado de entre los vivientes y no tuvo el gusto de verlo salir a luz pública, ni de recoger las bendiciones que se prometería con la satisfacción que daba a los mexicanos sobre el Milagro de Guadalupe. Adoremos en silencio, la profundidad impenetrable de los abismos de la ciencia y sabiduría de Dios; y no nos entrometamos a rastrear los inexcrutables consejos de la Providencia. Dejemos que reposen en paz las cenizas del Dr. Bartolache: y los que no quieran regar de flores su sepulcro, procuren derramar allí las más fervorosas oraciones por la salvación de su alma». (Conde, Tomo I, Prólogo, pág. XV).

«A los seis años de estar la copia, mandada hacer por Bartolache, en la Capilla del Pocito, el canónigo Conde y Oquendo, hallándose en la ciudad de México a fines de octubre de 1795 suplicó al célebre pintor José de Alcíbar se sirviese acompañarlo al Santuario para un nuevo reconocimiento de la Santa Imagen. Después de haberlo verificado pasaron a la Capilla del Pocito para examinar el estado en que se hallaba dicha pintura; y quedaron penetrados de un dulcísimo consuelo al verla toda descolorida y deslucida de alto abajo, principalmente en lo tocante a la túnica de la Santísima Virgen, y la del ángel, en el color del manto de la Virgen y las medias tintas de su bellísimo rostro; y a la vista del detrimento que padeció en tan corto tiempo, sin embargo del defensivo de dos hermosísimos cristales que la abrigaban, concluyeron que no era menester siglos para que quedase borrada de una vez la Imagen toda». (Tomó I, pág. 339). En efecto, el año siguiente, a los ocho de junio de 1796, la pintura había quedado tan deslustrada, que se quitó del altar y se arrinconó en la Sacristía, en donde la observó Francisco Sedano encontrando el demérito siguiente: «El azul verdemar quedó en verdinegro, ceniciento y como mohoso: se empañó el dorado y en parte se saltó el oro; el color rosado se acabó enteramente, viniendo   —156→   a parar en blanco, como también la túnica del ángel que era colorada; el del carmín se volvió denegrido, se amortiguó enteramente y se soltó en varias partes la Pintura, descubriéndose los hilos del lienzo, y reventándose algunos de éstos. En tal estado se colocó la Imagen en la Tercera Orden del Carmen en donde acabó de desmerecer y desapareció». Sedano. «Notas a Bartolache». Nota 74. Prueba más evidente que ésta no puede darse en confirmación de lo sobrenatural que es en su origen y en su conservación la Santa Imagen. Ya vimos cómo acabaron los querubines aquellos que quisieron añadirle: vemos cómo acabó la copia, mandada hacer por Bartolache.

Con esto y todo, hete aquí al Dr. Mier que en su tercera carta a Muñoz, por el año de 1797, nos dice: «El detrimento de la pintura, puesta en el Pocito, no probará nada, porque nuestros colores no son indelebles; lo eran los de los indios como testifican Torquemada y Clavijero y lo vemos en sus manuscritos jeroglíficos, hasta hoy vivísimos desde la Conquista o antes, aunque han andado rodando por todas partes». (Página 3 de la Edición de México de 1875). Y en la carta 51, pág. 184, añade: «Alegan los protomédicos (de 1666) que los aires de la laguna son húmedos y nitrosos. Pero a pesar de eso ¿no se conservan en México pinturas de tanto o más tiempo? En el general de Santo Domingo que está chorreando agua, se conserva el retrato del venerable Betanzos fundador de la Provincia y del primer novicio que hubo, en el capítulo está la vida de Santo Domingo, y en el Colateral o Retablo mayor de la Iglesia todas las pinturas son del que llamaron divino Herrera en el siglo XVII. Se responde al Dr. Mier que todos los ejemplos alegados nada prueban contra la milagrosa pintura de la Santa Imagen. Porque por el testimonio de los pintores y del mismo Bartolache que al fin tuvo que confesarlo, consta que la Santa Imagen carece de aparejo. Tendría pues que demostrar el Dr. Mier que las pinturas que mencionó, carecen también de aparejo: lo que nunca podrá demostrar... porque las pinturas de los europeos siempre se ejecutan previo aparejo; y las de los mismos indios tienen algo de parecido; como el mismo Dr. Mier lo dice al fin de la carta 41, alegando las palabras de Boturini, el cual descubrió que «los indios bruñían primero la parte del lienzo que pintaban» (pág. 150). Tendría también que probar que las pinturas mencionadas fueron ejecutadas   —157→   sobre lienzo parecido al de la Santa Imagen: y a lo que dice que los colores que usaban los indios eran indelebles, se responde con el hecho, que mencionó Carrillo, de «un lienzo, semejante en calidad al de la pintura, muy deteriorado y roto, a pesar de ser muy posterior y de haberse conservado por los indios con prolijo cuidado». (Pensil Americano, pág. 104). Se responde, en fin, gane la prueba de que la pintura de la Imagen es milagrosa se toma no ya de una sola circunstancia, sino del conjunto de las otras que los pintores reconocieron y Cabrera demostró.




III

A los pocos meses de haber fallecido Bartolache, su viuda, esperando sacar algún fruto, costeó la edición del Manuscrito con la siguiente portada: Manifiesto Satisfactorio anunciado en la Gaceta de México. (Tomo I, núm. 53). Opúsculo Guadalupano compuesto por el Dr. D. Joseph Ignacio Bartolache, natural de la ciudad de Santa Fe, Real y Minas de Guanajuato. En México, año de MDCCXC.

Divulgado el Opúsculo prometido ya desde tres o cuatro años: «voló a por todo el reino, escribe Conde, y todos a porfía querían poseerlo a fin de recrear su devoción. Ello es que su primera lectura cogió descuidado al público; mas no tanto a mi entender que dejasen de sentir algunos, de cuando en cuando, tales cuales punzadas que despertaron su atención y pusieron alerta su malicia. Y en efecto, las dudas que suscitaba el Dr. Bartolache, las interrogaciones que hacía, las ironías que desgranaba, la crítica que había sembrado por todo el campo del texto, especialmente en las notas marginales, lo poco contento y satisfecho que se muestra de las vigorosas soluciones de los argumentos contra el milagro, que les han dado autores antiguos de primera nota en la materia; otras circunstancias en fin de las diligencias practicadas, como queda referido, movieron a algunos a sospechar no sin grave fundamento que bajo el especioso título de Manifiesto Satisfactorio se embozaba una usura que en lo venidero podía ser nociva, y tanto más perniciosa; cuanto más paliada con ciertos toques de culto y piritas de devoción». A pesar de todo esto habiendo notado el Sr. canónigo Conde   —158→   al cabo de tres años un absoluto silencio de muchos en defensa del Milagro Guadalupano, puesto en duda por el astuto e hipócrita Bartolache, se determinó a escribir «una historia crítica y apologética al mismo tiempo, en la que no tengan mucho que desear el devoto, ni el curioso, ni el incrédulo». Y mucha habilidad tenía para ello, como lo atestiguan el Lic. Tornel y el canónigo Miguel Guridi Alcocer: pues a más de ser buen Teólogo, muy entendido era en dibujo y en pintura: «Si no hice progresos, escribe él mismo, adquirí por lo menos la luz y gusto necesario para hablar con arreglo». (Prólogo, págs. XVII y XXVII).

Por el año, pues, de 1794, empezó a escribir su Historia completa de la Aparición de Nuestra Señora de Guadalupe cual la pide el día: esto es, una historia crítica y apologética. Quedó, empero, inédita por muchos años, guardada en la Biblioteca del Cabildo Metropolitano de México, hasta que unos devotos de la Virgen de Guadalupe consiguieron del Ilmo. Cabildo el permiso de publicarla, como lo efectuaron en 1852 con este título: Disertación Histórica sobre la Aparición de la portentosa Imagen de María Santísima de Guadalupe de México, por el Sr. Dr. D. Francisco Xavier Conde y Oquendo, canónigo de la Santa Iglesia Catedral de Puebla, México, Imprenta de «La Voz de la Religión», 1852. Son dos tomos en 8.º. Aunque el autor cumplió con lo que dijo en el prólogo de dar una historia completa de la Aparición, lo que sin embargo campea en ella es la refutación de Bartolache, punto por punto según las reglas de pintura y de la crítica. Pues casi en todo el primer tomo y en algunos párrafos no cortos del segundo lo bate en brecha; y para ello no omitió diligencia alguna. La principal de estas diligencias fue reconocer por sí mismo la Santa Imagen, aprovechando la ocasión de haberla bajado al plan del Presbiterio para componer el marco; y consiguió que en uno de estos reconocimientos, practicado el 22 de octubre de 1795, le acompañara el célebre pintor José de Alcíbar, amigo y digno compañero de Cabrera en llevar la palma de excelentes en la pintura.

Y supuesto que de los defectos que Bartolache notó en el Dictamen de Cabrera, quedaba por refutar con el hecho de la inspección lo que Bartolache había negado acerca de los «perfiles negros y sutiles como un pelo que tienen las flores doradas de la túnica de la Santísima Virgen», en esto pusieron atención el pintor Alcíbar,   —159→   el canónigo Conde y el sacristán mayor del Santuario: «Estuvimos viendo y notando con la mayor prolijidad y estudio la Santa Imagen, y no fue menester limpiarse mucho los ojos para divisar los perfiles del floreo de la túnica. Y enteramente satisfechos de su realidad, nos quedamos sumamente espantados de la osadía y descaro del tal Bartolache en querer deslucir la pintura Guadalupana, y desmentir a Cabrera cara a cara y en público, sobre un punto de hecho, en que son jueces los ojos...». (Tomo I, pág. 335).

Vuelto a México el canónigo Conde dirigió al pintor Alcíbar una carta para que en su contestación rindiese testimonio a la verdad y quedase desengañado México. Con fecha: «México, octubre 29 de 1795», el Sr. Alcíbar contestó muy por extenso, aprovechando la ocasión para alabar dignamente con muchas expresiones el mérito de Cabrera.

Damos las sentencias principales: «Mi muy venerado señor: a la apreciable de V. S. que con fecha 25 del presente me ha dirigido, debo decirle que me ha presentado una ocasión que me obliga a declararle que siempre he estimado por ridícula, falsa y de ningún valor la injuriosa relación que sacó a luz el Dr. D. Joseph Ignacio Bartolache, acerca de la Pintura de Nuestra Madre Santísima de Guadalupe. Con sólo saber yo la declaración circunstanciada, que después de haber visto, reconocido y reflexionado con ojos facultativos, no una, sino innumerables veces, el excelente profesor del nobilísimo arte de pintura D. Miguel Cabrera, toda la Soberana Imagen de la Santísima Virgen, tenía el más sólido fundamento para creer que era cierto cuanto este insigne pintor aseguraba en fuerza de su superabundante instrucción y conocimiento, como falso, e infundado cuanto el Dr. Bartolache decía. Porque D. Miguel Cabrera fue un sujeto a quien por muchos años conocí, traté, comuniqué, ayudé y con quien tuve las más íntimas satisfacciones en nuestra profesión y cada uno de los profesores lo veneraron por...».

«Pero como el encargo que V. S. me hace es, no que diga yo el juicio que he formado por lo que notó D. Miguel Cabrera, sino el juicio que he formado yo de lo que he visto, indagado, examinado y reconocido en el vestido de la Sagrada Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe según lo que se me ha presentado a los ojos y pide mi facultad: a esto respondo categóricamente con la sinceridad propia de mi genio, instrucción, práctica y conocimiento de mi arte;   —160→   y con la verdad que pide una tan delicada como grave materia, que a más de haber inspeccionado antes junto con D. Miguel Cabrera, ahora el 22 del presente en que tuve el honor de acompañar a V. S. al Santuario de Guadalupe observé todo cuanto V. S. dice en su apreciable carta que observamos. Pero para quitar toda duda, y hablar con más claridad, digo afirmativamente que vi clara, distinta y perceptiblemente que las flores doradas del túnico de la Soberana Imagen, están perfiladas en sus contornos y dintornos con perfiles negros y tan sutiles como un pelo, hechos con raro aseo y primor. Todo esto es cierto y puedo jurarlo en cualquiera tiempo, con toda seguridad».

«También es igualmente cierto que inmediatamente pasamos a la Capilla del Pocito a reconocer e inspeccionar el estado en que se hallaba la pintura de Nuestra Señora la Virgen Santísima, que hizo colocar allí el Dr. Bartolache, y hallamos que aquella Santa Imagen está totalmente opaca y deslucida; que habían bajado notablemente sus colores... sin embargo de la grande defensa de dos cristales... Este es mi sentir y con esto declaro que es cierto y verdadero todo cuanto V. S. asegura en la suya que observamos... Joseph de Alcíbar».



Conclusión: La que se deduce legítimamente de lo que se ha compendiado en estos dos últimos capítulos es: Luego tenemos científicamente demostrado lo que la Tradición nos enseña y la Sede Apostólica confirmó, que la Santa Imagen fue milagrosamente pintada, mirabiliter picta, como leemos en las Lecciones del Segundo Nocturno del Oficio Propio de la Virgen de Guadalupe. Que la expresión de que en casos semejantes hace uso la Congregación de Ritos significa lo mismo que milagrosamente pintada pruébase con lo que con Santo Tomás de Aquino enseñan todos los Teólogos. El santo doctor enseña que tal hecho se llama milagro (miraculum) como lleno de admiración, maravilla, pasmo o estupor: pues todo esto significa la expresión quasi Admiratione plenum. Y en otro lugar, explicando más lo dicho, añade «llámanse milagros por contener en sí la causa de la admiración, por cuanto en el objeto, naturalmente hablando, hay una disposición contraria al efecto que se ve: et quando in re est contraria dispositio secundum naturam effectui qui apparet, dicuntur miracula quasi habentia in se admirationis causam». (1. P. Q. 105 a. 7. Quaest. Disputatae, Q. 6, a. 2).

Hemos dicho que tenemos científicamente demostrado lo sobrenatural   —161→   que es la Santa Imagen en su origen y en su conservación. Porque bajo el nombre de ciencia se entiende el conocimiento de una cosa por sus causas: scientia est cognitio rei per suas causas. Ahora bien: los pintores, según los principios más evidentes de pintura, y los protomédicos, según los principios más conocidos de Física, han demostrado respectivamente que el origen y la conservación de la pintura en la tilma o ayate de Juan Diego no tienen ni pueden tener causas humanas o naturales. Luego hay que atribuirlo a causa divina y sobrenatural; a saber, a un milagro. El santo doctor arriba citado añadía: «Aquellos propiamente son milagros que por virtud divina se hacen en aquellas cosas en que hay un orden y disposición al efecto contrario, o bien hay en ellas un modo contrario de hacerlo: «illa quae sola virtute divina fiunt in rebus illis inquibus est naturalis ordo ad contrarium effectum, vel ad contrarium modum faciendi, dicuntur proprie miracula».

Todo esto, por lo visto, se verifica en la Santa Imagen: «a la verdad, concluye Cabrera, ¿quién podrá dudar de lo portentoso de esta pintura si con atención reflexiona, 1.º en la incorrupción maravillosa del lienzo, cuando a cada paso experimentamos en otros de mejor calidad su destrucción, aun estando en aquellas previas disposiciones que les sirven de mucho resguardo? 2.º ¿en lo ordinario y desproporcionado del lienzo donde se deja ver tanta hermosura y tan acabada? 3.º ¿en la falta total del aparejo tan necesario en las pinturas de esta especie...? 4.º ¿en la fidelidad de su dibujo no menos raro y exquisito cuanto primorosamente pintado? 5.º ¿en la variedad de cuatro especies o estilos de pintar tan diversos que jamás se han visto unidos: y aquí no sólo se unen, sino que todos conspiran a la formación del más bello Todo que puede concebir la fantasía? 6.º ¿en el singularísimo dorado que se puede decir que es otra especie de pintura, pues admira a todos los peritos su extrañez (singularidad), su apacibilidad de color, su impresión con todo lo demás que queda dicho? Por eso juzgo que aunque alguno ignorara su origen o tradición, sólo la vista de esta pintura eficazmente persuade, y más a los inteligentes, que toda es obra milagrosa; y el lienzo por sí y por lo que es pintura es el más auténtico testimonio del milagro de la Aparición». (Maravilla Americana, § VIII).