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ArribaAbajoCapítulo XIII

Un milagro de la Virgen de los mexicanos en Roma el año 1796


Noticias previas.- Relación auténtica del milagro.- Proceso canónico y decreto sobre la realidad del hecho sobrenatural.



I

No siendo éste el lugar de referir por extenso lo mucho que es venerada en Roma la Virgen de los mexicanos, por tratarse de este punto en un capítulo aparte, nos limitamos aquí a decir que desde mediados del siglo pasado venérase una Imagen de Nuestra Patrona Nacional en la antigua Iglesia de San Nicolás in carcere Tulliano, así llamada por haber el Papa San Cayo, en el año 270 en honor de San Nicolás de Bari, obispo de Mira en la Licia, edificado aquella Iglesia sobre la antigua cárcel que Servio Tulio,   —218→   sexto rey de Roma, había mandado edificar. De unos apuntes, impresos muchas veces en Roma por el capellán de la Iglesia de San Nicolás, tomamos los datos siguientes traducidos al castellano. Lleva la obrilla el título Sobre la prodigiosa Aparición de María Santísima de Guadalupe, de la cual se venera una milagrosa Imagen en la Iglesia de San Nicolás in carcere.

Después de una breve relación de la Aparición de la Virgen en México, sigue así: «Pues bien: la Imagen de María Santísima de Guadalupe que es venerada en esta Iglesia de San Nicolás in carcere, fue mandada copiar fielmente del original por los padres misioneros de la Compañía de Jesús, que en México acostumbran llevarla en sus misiones. Pero desterrados de allí cerca del año de 177326 y llegados a Italia y a Roma, trajéronla consigo y por algún tiempo la tuvieron expuesta a la pública veneración en la pequeña Iglesia de Santa María in Vincis. Retiráronla de allí poco después para traerla a esta Iglesia Colegiata de San Nicolás, que era su propia parroquia. En esta Iglesia, el 15 de julio de 1796 aquella Imagen abrió milagrosamente los ojos, como certificaron muchísimos testigos de vista. Después que por la munificencia de Pío IX se decoró y restauró la antigua Iglesia, despertose más viva en los romanos la devoción a aquella Imagen; y por el mes de julio de 1867, se celebró un devoto Triduo con solemnísima Procesión en su honor. Al presente aquesta Imagen es el objeto de la más acendrada devoción. (Della piú sentita divozione) de los feligreses de la parroquia y de los de las parroquias cercanas, y de tantos buenos romanos que consiguen de ella los más señalados favores».

En la Historia de la Peregrinación Mexicana a Roma, (1888) escrita por D. Diego Germán y Vázquez, organizador de la Peregrinación (Tomo II, Cap. II, Pág. 11), leemos acerca de esta Imagen: «En la nave lateral de la izquierda se halla la Capilla nombrada de la Purísima Concepción, que sirve de reserva de la Eucaristía, y en cuyo altar se venera la Virgen Guadalupana. Arriba del sagrario y en un cuadro de un elegante retablo sobre una ráfaga de   —219→   oro se destaca el cuadro, como de una vara de largo por media de ancho, en la cual se halla la santa Efigie. La capilla está decorada de blanco y oro de estilo moderno».

Por otros datos que se nos proporcionaron, sabemos que el Sumo Pontífice Pío IX dio sesenta mil pesos romanos que corresponden cabalmente a nuestros pesos mexicanos, para la restauración y decoración de la Iglesia de San Nicolás, y que a ruegos del por entonces Prelado Doméstico y ahora arzobispo de Oaxaca, Mons. Eulogio Gillow, el Santísimo Padre, por el año de 1869, concedió que la Santa Imagen de Guadalupe se pusiera en el retablo como Imagen principal, quitando la otra que antes había de San Juan Bautista.

La ráfaga con su marco enmedio, no es propiamente de oro macizo, sino de metal dorado a fuego y no por galvanoplastia, y es de muy reciente origen; pues costeáronla el mencionado Mr. Gillow y los Obispos mexicanos que se hallaban en Roma con ocasión del Concilio Ecuménico Vaticano. El 12 de diciembre de dicho año de 1869 hubo función solemnísima, y más bien única que rara, en la Iglesia de San Nicolás, para celebrar la fiesta de la Aparición de la Virgen de los mexicanos. Pues asistieron a ella sesenta y más Obispos entre mexicanos, hispanoamericanos y españoles; celebró la Misa Pontifical el Ilmo. D. Carlos María Colina, obispo de Puebla de los Ángeles; y predicó el sermón panegírico el Ilmo. D. Juan B. Ormachea, obispo de Tulancingo. Desde las cinco de la mañana el Altar de la Capilla fue reservado para los obispos mexicanos que desearan celebrar allí la Misa en ese día; y todos los diez que fueron pudieron decirla hasta cosa de las once, en que se cantó la Misa solemne acompañada de escogida orquesta.

Para comprender la razón de tantos prodigios que en el año de 1796 se obraron en Roma por medio de las Sagradas Imágenes, especialmente de la Santísima Virgen, es de saber que precisamente en este año empezó para Italia y en particular para Roma aquella serie de espantosas y horribles calamidades que por espacio de unos diez y siete años la devastaron. La infernal revolución francesa en sus tenebrosos y blasfemos proyectos había ya decretado guerra encarnizada al Altar y al Trono, símbolos de la autoridad eclesiástica y civil. De allí la abolición del culto católico; el degüello de centenares de millares de toda clase, pero en especial de   —220→   nobles, sacerdotes y religiosos, el horrendo, más bien parricidio que regicidio perpetrado en la persona de Luis XVI, y otros inauditos hechos de odio verdaderamente satánico que la Historia registra. El mismo Proudhomme calculó las muertes causadas por la Revolución en dos millones veintidós mil novecientos y tantos.

Pero en el año de 1796 debía empezarse la ejecución de la otra parte del plan infernal contra los Estados de la Iglesia y contra la misma sagrada autoridad y persona del Pontífice Romano. Para despojar a la Iglesia Romana de su dominio temporal y de sus Estados (que debían repartirse entre Francia, España y Nápoles) sin haber precedido ningún pretexto siquiera, «se libró orden a Napoleón Bonaparte (o Malaparte que dicen), de entrar a mano armada en Italia. A principios de marzo de 1796, Napoleón se apoderó de las tres más florecientes y ricas Provincias del Estado Pontificio. Bolonia, Rávena y Ferrara», las que se llamaban Legaciones, porque atendida su importancia, eran gobernadas en lo civil por un Cardenal con el título de Legado de la Sede Apostólica, mientras las Provincias de menor importancia eran gobernadas por un Prelado inferior y que llevaba el título de Delegado Apostólico.

Consecuencia de estas sacrílegas e injustísimas invasiones, fueron las exorbitantes extorsiones en dinero contante, en manuscritos y obras de arte de rarísimo mérito, la violenta deportación del octogenario Papa Pío VI a Francia, en donde murió al año y medio; en Valencia, del Delfinado, el 29 de agosto de 1799; y poco después la violenta deportación también y cautiverio inaudito del Papa Pío VII a Savona y a Fontainebleau, (6 de julio 1810); con formal prohibición que oficialmente se le intimó de comunicar con ninguna iglesia, ni con ningún fiel; porque había dejado de ser el órgano de la Iglesia Católica por orden de Napoleón. (14 de enero 1811). En fin, obligado Napoleón a los 4 de abril de 1814 a firmar su abdicación y destierro a la isla de Elba, allí mismo en donde había tenido cautivo al Pontífice Romano, el día 24 del siguiente mes de mayo, Roma recibió en triunfo a Pío VII. (Rohrbacher, Historia Universal de la Iglesia Católica, Tercera edición de París de 1859, Tomo 27, Lib. 90).

Pues bien, a fin de que los fieles hijos de la Iglesia y en particular los romanos que más debían padecer, no se desanimaran ni vacilaran en esta prueba durísima a la que fue sometida la Religión   —221→   en estos diez y siete años, dispuso el Señor que en muchas imágenes sagradas, especialmente de la Santísima Virgen María, se obrasen los prodigios de abrir y cerrar los ojos como de persona viva que se compadece de las aflicciones, mirando con benevolencia a los que las sufren, y levantando al cielo los ojos en ademán de pedir por ellos al Señor fortaleza, confianza y un pronto remedio: y así como larga y muy extremada fue la prueba, de la misma manera quiso el Señor que largas y muy extraordinarias fuesen las señales de protección y amparo que les prometiera. Porque empezaron los prodigios en 9 de julio de 1796, y casi de día en día se continuaron en muchísimas imágenes hasta más allá del 2 de enero del siguiente año de 1797, durando unos siete meses la repetición de los prodigios en las santas imágenes. Entre éstas, la novena en el orden en que están enumeradas en el Proceso, es la de Nuestra Señora de Guadalupe venerada, en la dicha Iglesia de San Nicolás in carcere. Desde el 15 de julio al 31 del propio mes, la Imagen Guadalupana abrió los ojos, pero con circunstancias tan tiernas y conmovedoras, que parecía una verdadera Madre que mira con compasión y ternura a sus hijos, y si el prodigio observado, desde luego infundía respeto y un santo estremecimiento, excitaba después un vivo afecto de confianza filial que movía a los fieles a llamarla con voces de júbilo ¡Madre! ¡Madre! Los diez y siete días que duró el prodigio, parecían como significar los diez y siete años de tribulación y angustias que los romanos debían sufrir para llegar a ver el triunfo de la Iglesia sobre las puertas o poderes del infierno.

Vamos a dar la relación del Prodigio como consta del Proceso que se instruyó y de que se dará razón enseguida: sólo hacemos notar que la Santa Imagen es como de vara de largo por media de ancho como a la vista lo juzgó el autor de la Peregrinación mexicana a Roma; o bien como depuso el Archipreste de la Iglesia de San Nicolás «es cerca de cinco palmos arquitectónicos de largo con la debida proporción de ancho», y que a la fecha del prodigio, la imagen estaba colocada sobre la grada del altar; y, como sabemos, la imagen estaba pintada con los ojos bajos. En fin, advertimos que vamos a dar la relación del prodigio como la dieron entre los ochenta y seis examinados, dos testigos de conocida ciencia y probidad y que con mayor atención que los demás testigos habían   —222→   examinado más detenidamente las circunstancias del prodigioso suceso.




II

A los 24 de enero de 1797, en presencia del Rdo. Sr. D. Cándido María Frattini, Promotor fiscal y Juez delegado, y ante mí el Escribano Diputado, el Archipreste de la Iglesia de San Nicolas in carcere, (Testigo 77.º) requerido en forma de Derecho a manifestar lo que sabía acerca de los prodigios obrados en la Imagen de la Santísima Virgen de Guadalupe, después de haber prestado juramento de decir verdad, dijo... Por lo que hace a los prodigios que yo mismo vi y observé en la dicha Imagen que se venera en mi Iglesia, afirmo y me acuerdo muy bien por tener de esto memoria cierta, que en la mañana del día 15 del próximo pasado mes de julio, después de haber cantado la Santa Misa por razón de un aniversario que en dicha mañana había de celebrarse, subí a mis habitaciones canonicales, cuando de repente oí el repique de las campanas de la Iglesia sin poderme dar la explicación de ello. Bajé, pues, luego a la Iglesia, y conocí la causa de dichos repiques, porque noté una grande muchedumbre de gente alrededor de dicha Capilla, y oí decir que la Imagen de María Santísima de Guadalupe movía prodigiosamente los ojos.

Estos prodigios en aquellos días no eran nuevos ni inesperados para mí: pero sí me llegó nuevo e inesperado el de dicha Imagen porque no hacía mucho tiempo que yo acababa de salir de la iglesia. No obstante la grande muchedumbre apiñada, me acerqué al Altar, subí sobre la tarima y tan luego como fijé atentamente mis ojos en los de María Santísima, yo también tuve el consuelo de ver el maravilloso movimiento que en ellos había, y distinguí muy bien que las pupilas de los ojos se movían horizontalmente, fijándose ahora en una parte, ahora en otra, como en ademán de mirar en torno a los circunstantes. El movimiento ni era lento, ni acelerado, sino natural y conforme al de los ojos humanos. Cuando las pupilas llegaban a los ángulos de los ojos, una parte de éstas internábase en aquellos y en la parte opuesta veíase mayor extensión   —223→   del color blanco que las rodeaba: lo mismo acontecía cuando dichas pupilas llegaban a la otra parte.

El prodigioso suceso era tan sensible, visible y manifiesto, que no podía escapar a la vista de cualquiera que hubiese hecho observación. De aquí que no solamente yo era testigo ocular, sino contemporáneamente y en el mismo instante veían el prodigio los circunstantes, que daban señales exteriores con levantar la voz en señal de admiración y con invocar a María Santísima tributándole actos de obsequio, de veneración y de alabanzas, y con repetir en alta voz que veían el prodigioso movimiento. En dicha ocasión yo me detuve sobre la tarima del Altar por algún espacio de tiempo; y en este intervalo varias veces fui testigo del prodigio; pues este portento no era continuo, sino a intervalos. A la vista de tan estupendo prodigio desde luego sentí llenarme de un sagrado horror, pero poco a poco se disminuyó para dar lugar a tal dulzura y consuelo, que no tengo palabras suficientes para expresarlo; solamente los comprende el que los experimenta.

Desde este día en adelante, la Iglesia llenábase tan totalmente de un número tan grande de personas de toda calidad, sexo y condición, que puede decirse que estaba continuamente llena. Y tal era dicho concurso que por muchos días fue preciso tener abierta la Iglesia de día y de noche, no habiendo habido ni un rato que no estuviese llena para cerrarla. Yo no pudiera determinar el número preciso de días que vi en la sobredicha Imagen de María Santísima de Guadalupe el referido prodigio; pero me parece que continuó a obrarse en todo el sobredicho mes de julio.

Y por lo que a mí toca, creo que innumerables fueron las veces que he visto repetirse el sobredicho movimiento de dichas pupilas; y lo vi en horas diversas, de mañana y de día, por la tarde y también por la noche cuando al fin pudo conseguirse cerrar la Iglesia. En los primeros días ardían delante de dicha Imagen dos lámparas de aceite, las que estaban colocadas a los lados del marco, y supuesto que este marco es de bastante altura como tengo dicho arriba (el largo del lienzo me parece ser cerca de cinco palmos arquitectónicos con la debida proporción de ancho), síguese que el reflejarse de estas luces no podía de ningún modo llegar a la Imagen y alterar la pintura. Bien es verdad que después, a más, de las lámparas, hubo velas encendidas que la piedad de los fieles   —224→   había ofrecido; pero ni éstas por su disposición podían producir en ella alguna alteración. El sol, aunque ilumine la Iglesia, nunca llega, sin embargo, a la pintura, atendida la situación de la Capilla.

Mis observaciones fueron hechas por mí a ojo desnudo, por tener, gracias a Dios, muy buena vista: algunas veces empero he hecho uso de los anteojos para mi mayor seguridad, cuando me hallaba a mayor distancia. Como tengo dicho, el movimiento prodigioso de los ojos era siempre del mismo modo, quiero decir, uniforme, igual, regular, sin variación ni alteración; de donde se infiere que todo influjo de las luces queda absolutamente excluido. A más de esto yo he observado el prodigio en diversas direcciones o puntos más lejanos; ahora de frente, ahora de un lado, y con todo esto el movimiento de las pupilas ha sido siempre el mismo.



«En fin, merece particular atención la circunstancia del unánime consentimiento de todas las personas, sea de las que estaban cerca de mí, sea de las que se hallaban un poco más lejos; y todas unánimes afirmaban la verdad y realidad del mencionado movimiento de los ojos. En mí y en los circunstantes observaba que se excitaban afectos muy vivos de ternura, de devoción y de compunción, y estos afectos, como he leído en graves Autores, demuestran la verdad de los milagros; y por consiguiente no cabe duda alguna sobre lo que tengo referido. Y esto es lo que tenía que decir». Así el Archipreste de San Nicolás in carcere.

Acabada la deposición, el escribano la leyó en voz alta, desde el principio hasta el fin; y el testigo habiendo dicho que la había oído y entendido toda, la firmó de su puño y letra: Yo Miguel Arcángel Reboa, archipreste de San Nicolás in carcere Tulliano así lo afirmo y lo juro. Cándido María Canónigo Frattini, Promotor Fiscal y Juez Delegado. Por el Sr. D. José Cicconi, Francisco Mari, Escribano Diputado.



De la misma manera el día 25 de enero de 1797 fue examinado el Testigo 78.º, Rdo. P. Fr. Cristóbal de Vallepietra de la Orden de los Menores Capuchinos de San Francisco, Lector que había sido de Física y que había hecho estudios particulares de Óptica, y en esa fecha   —225→   Lector de Sagrada Teología en su Convento de Roma: El Domingo, día 17 de julio de 1796, el P. Vallepietra junto con su compañero fue a la Iglesia de San Nicolás in carcere «a las veinte y dos horas», es decir, dos horas antes de las oraciones de la tarde. Oigamos el testimonio de este Filósofo y Teólogo, que en el mismo acto de observar el prodigio, lo iba cotejando con los principios de Filosofía y Teología.

Mi compañero subió hasta la tarima del altar; pero yo no quise colocarme tan cerca de la dicha Imagen, porque conocí muy bien que el sitio en que me había colocado era más que suficiente para que yo pudiese distinguir todos los lineamientos de la figura. Porque la Santa Imagen estaba de frente a mí y yo no distaba de ella sino unos ocho o diez palmos, así que si el prodigio aconteciera, yo hubiera podido muy bien observarlo. Mis primeras observaciones fueron dirigidas a asegurarme de la posición de los ojos de María Santísima como estaban pintados en el lienzo, y vi que estaban medio cerrados, de suerte que apenas podía distinguírsele una muy pequeña parte de las pupilas y del blanco de ellos. Asegurádome de la posición de los ojos, era conveniente no fijar más mi mirada sobre los ojos de la Virgen, porque sabiendo yo muy bien las reglas de óptica, y las varias externas e internas ilusiones a que está sujeto el órgano de la vista cuando ésta por largo tiempo se detiene fija en un objeto, no quise exponerme a alguna ilusión si por acaso hubiese notado alguna mutación en los ojos y en el rostro de la Santa Imagen. Bajados, pues, mis ojos, me puse a rogar a la Virgen me concediese la gracia de observar yo mismo los prodigios. Le protesté que quedaría conforme y resignado si no me otorgaba el favor por mi indignidad, pero que al mismo tiempo quedaría persuadido de la verdad del prodigio por verlo atestiguado por tantos y tantos. Mientras de esta manera estaba yo rezando oí de repente un grito universal que anunciaba el prodigio y oí estas precisas palabras: "¡Eccolo, eccolo: Evviva Maria!; Mirad, mirad; viva María". A estas voces levanté mis ojos y los fijé en los de la Santísima Virgen; y ¡oh qué consuelo! ¡qué gozo sentí yo al ver el milagroso cambio de la Imagen! Vi, pues, quebrantadas todas las leyes de la naturaleza, y observé que aquellos ojos, pintados con colores en una tela, prodigiosamente comenzaban a abrirse, y con un movimiento grave lento y majestuoso, se elevaban   —226→   sus párpados superiores hasta el grado de dejar ver la pupila entera enmedio del color blanco que la circundaba. Vi además que los mismos párpados estuvieron abiertos por espacio de cuatro segundos, cuando menos; y después con el propio movimiento, lento, grave y majestuoso, se bajaron y volvieron a tornar su primitiva posición.

No tengo palabras bastantes para expresar los afectos que se excitaron en el corazón de todos los circunstantes que daban señales exteriores exclamando en voz alta: "¡Viva María!", implorando su auxilio, pidiendo piedad y perdón de sus pecados, dándose golpes de pecho, derramando lágrimas, y con otras demostraciones que manifestaban la conmoción que este prodigio había causado en sus corazones. Por lo que toca a mí, la vista de este portento me causó una grande ternura, consuelo y devoción; otros varios afectos excitábanse al mismo tiempo en mi corazón, sea porque fui testigo de un prodigio propio tan sólo de nuestra santa Religión Católica, sea porque juzgué que este prodigio sería una señal de propiciación divina para con nosotros por la intercesión de María Santísima.

Acabado el milagro, volví otra vez a bajar los ojos y púseme en este tiempo a admirar la grande confianza de las personas que estaban allí orando a la Virgen; diré aún más, la hacían como una violencia para que renovase el prodigio: y le decían en alta voz: "Madre Santissima, fateci la grazia di vederlo di nuovo; Madre Santísima, concedednos la gracia de volverlo a ver". Y mientras que con semejantes expresiones de confianza filial suplicaban, la benignísima Madre volvió a consolarlos, abriendo otra vez y volviendo en torno sus ojos maternales. Yo tuve certeza de esto al oír las voces de júbilo de los circunstantes, y volví entonces a fijar mi mirada en los ojos de María Santísima. Vi renovarse o repetirse el mismo prodigio con las mismas circunstancias que tengo indicadas; el abrirse de los párpados fue regular y conforme a lo que se observa en los ojos humanos o de persona viva y en este tiempo la Santa Imagen manifestaba una cierta majestad que excitaba a veneración, a ternura y a devoción.

Para mí el milagro no era solamente cierto, sino reducido a la evidencia física; porque apoyado en los principios ciertos de óptica que no sólo había aprendido, sino enseñado también en las escuelas,   —227→   yo estaba segurísimo de que no me equivocaba y de que mi vista no estaba sujeta a alguna interna o externa ilusión. Mi vista, gracias a Dios, es perfecta; ni tuve precisión de usar algún extrínseco instrumento para hacer mis observaciones.

Si no me equivoco, dos velas solamente estaban encendidas sobre el altar cuando yo fui testigo del prodigioso acontecimiento; pero aquellas velas, por estar colocadas a los lados no podían trasmitir sus rayos sobre la Imagen: comprendo, pues, que el reflejo de dichas velas no podía producir ninguna alteración ni sobre la Imagen, ni sobre mi vista, por estar colocadas lateralmente; y sobre esta circunstancia particular yo hice atenta reflexión. Por ser ya muy tarde (a las oraciones), el sol ya no iluminaba la Iglesia; pero no me contenté con esto, sino que quise examinar muy atentamente si por acaso hubiere habido de cerca o de lejos algún cuerpo luminoso que mediata o inmediatamente hubiese podido reflejar sobre la Imagen y alterarla con respecto a mi vista: y, puesto que nada de esto pude notar, quedé segurísimo de que no por alguna causa extrínseca, natural o artificial había podido producirse el sobredicho prodigioso acontecimiento, sino que en él veíase la obra sobrenatural y la mano prodigiosa de Dios, al cual están sujetas las leyes todas de naturaleza...



De la misma manera y muy por extenso hicieron la relación del milagro que muchas veces habían visto los Testigos 80.º, 82.º y 83.º. De éstos, uno por ser de mucho ingenio y muy erudito, después de haber visto claramente el prodigio estando al lado del Evangelio, pasó al lado de la Epístola, para observarlo: lo27 que repitió por dos o tres veces y notó que el prodigio se repetía cada cinco minutos de la manera más visible. Esto le aconteció el domingo 17 de julio, y el sábado siguiente volvió al Templo, y de la misma manera muchas veces (per piú volte) vio el prodigio. Otro, que muchas veces también lo había presenciado, quiso notar por cuánto tiempo los ojos de la Virgen permaneciesen levantados al cielo en acto de suplicar, y advirtió que era por el espacio de un Ave María.

Síguense las cláusulas, preguntas y firmas como arriba.



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III

«Proceso compilado por la Curia Eclesiástica de Roma con ocasión de haber abierto los ojos una Imagen de María Santísima de Guadalupe en la venerable Iglesia de San Nicolás in carcere». Así la portada.

De este Proceso se conservan dos copias auténticas: la una en la propia Iglesia de San Nicolás y de ella hizo un trasunto el Ilmo. señor Gillow, obispo de Oaxaca, estando en Roma por el año de 1891; y lo entregó al Ilmo. Sr. obispo de Cuernavaca, D. Fortino H. Vera, en esa fecha Canónigo y Archivero de la Colegiata; la otra copia guárdase en el Archivo de la Secretaría del cardenal vicario de Roma. De ésta tenemos un trasunto exacto remitido de Roma el año de 1891, por el Rector del Colegio Pío Latino Americano, P. Felipe Sottovia de la Compañía de Jesús.

Consta este trasunto de treinta y seis fojas en papel de gran tamaño, cosidas con cordones de seda encarnada, las que rematan en un sello de lacre encarnado también, que lleva el Escudo de armas del actual cardenal vicario de Roma. Al fin del Proceso léese el testimonio del prelado romano monseñor Augusto Barbiellini, secretario del Vicariato, el cual con fecha 3 de enero de 1891 certifica: «que esta copia o trasunto es en todo conforme con su original que se guarda en esta Secretaría del Vicariato». Síguese en tres fojas separadas el Decreto de Aprobación del milagro según las formas de estilo.

El Proceso no empezó a sustanciarse sino a los dos meses de haber acontecido los prodigios; duró cuatro meses, desde octubre de 1796 a mediados de febrero de 1797, y en este tiempo fueron examinados ochenta y seis testigos de toda clase y condición.

El interrogatorio del Proceso contiene diez preguntas: en las tres primeras se trata del Juramento que se exige al testigo de decir la verdad, después de las generales de la Ley, esto es, de averiguar si el testigo requerido se halla en la condición legítima. En la cuarta y quinta pregunta, se toma noticia del testigo sobre los preliminares del milagro, la descripción de la Santa Imagen, de la Capilla en que es venerada, etc. Las preguntas sexta, séptima y octava, contienen todo lo que se refiere a la relación del prodigio con   —229→   todos los pormenores que fueron notados. En la nona pregunta se examina el parecer o dictamen propio del testigo, y en la décima, en fin, si tiene algo que añadir.

La relación del milagro hecha en el párrafo antecedente, está tomada de las respuestas dadas por los testigos a las preguntas desde la sexta a la décima.

Damos enseguida la traducción del Decreto con que se concluyó el Proceso.

Decretum Approbationis. Die 28 Februarii 1797. Decreto de Aprobación dado a los 28 de febrero de 1797.

Ante el Eminentísimo y Rdmo. Sr. D. Julio María de la Somaglia, Presbítero Cardenal de la Santa Iglesia Romana, del Título de Santa Sabina, Vicario General de Nuestro Santísimo Padre en esta ciudad, y Juez ordinario de la Curia Romana, suburbios y su Distrito: y ante mí el infrascrito Escribano pareció el Rdmo. Sr. canónigo D. Cándido María Frattini, Promotor Fiscal del Tribunal de dicho Eminentísimo Cardenal Vicario y dijo:

Que desde el día primero de octubre del próximo pasado año de 1796, su Eminencia se había servido nombrarle Juez y Delegado para el efecto de sustanciar una Información jurídica dirigida a comprobar el prodigioso movimiento de los ojos, acontecido en esta ciudad en muchas Imágenes sagradas, especialmente de la Beatísima Virgen María, así como la pública voz y fama lo repetía.

Aceptado muy de buena gana este encargo, empezó a desempeñarlo luego con mucha diligencia hasta la fecha; y según el interrogatorio que había formado habían sido examinados ochenta y seis testigos, requeridos de toda clase de personas. De las deposiciones de estos testigos quedó superabundantemente (satis superabundeque) comprobada la verdad del sobredicho admirable y prodigioso acontecimiento, en las veintiséis Imágenes sagradas, como sigue: (Aquí el Promotor Fiscal enumera dos Imágenes de Nuestro Señor Crucificado y veinticuatro de Nuestra Señora, bajo diversos títulos o advocaciones, y entre éstas, la novena es la "de María Santísima de Guadalupe que se venera en la Capilla de San Juan Bautista en la Iglesia Colegiata y Parroquial de San Nicolás in carcere Tulliano".)

Dijo además dicho Promotor Fiscal que semejante prodigio había también acontecido en otras muchas sagradas Imágenes de la   —230→   Santísima Virgen (in pluribus aliis sacris Imaginibus B. M. Virginis), así como la pública voz lo repetía: pero que si para comprobarlo se hubiesen llamado al examen jurídico otros testigos, mucho se dilataría esta Información, ni se pudiera satisfacer pronto el vivísimo deseo que tienen los fieles de que salga cuanto antes a luz la relación de dicho prodigio. Por esta razón suplicó encarecidamente a su Eminencia para que con su autoridad y decreto confirmara lo expuesto y concediese licencia de imprimir y propagar la relación de estos prodigios.

A este fin, yo, el Escribano infrascrito puse en manos de su Eminencia el autógrafo de esta información para que se sirviese examinarlo, considerarlo y reconocerlo, y habiendo vuelto hoy, 28 de febrero, a presentarme ante su Eminencia, le supliqué con todo respeto se sirviese manifestar su dictamen sobre esta materia. A lo que Su Eminencia contestó que para satisfacer a estos deseos, había leído con atención las deposiciones juradas de los testigos, y habiendo oído el parecer de algunos Teólogos y varones piadosos, según lo tiene prescrito el Santo Concilio de Trento (Sess. 25 de Inrocatione Sanctorum), decretó y decreta que la verdad del sobredicho movimiento de los ojos acontecido en las dichas sagradas Imágenes había sido plenamente comprobada y demostrada; y que por consiguiente a la mayor gloria de Dios y para aumentar en los fieles la devoción a Nuestro Señor Jesucristo Crucificado y a la Virgen María su Santísima Madre, benignamente concedió en el Señor la licencia de imprimir la relación de estos prodigios junto con la copia de este decreto.

Roma, en el Palacio del Eminentísimo Cardenal Vicario de Nuestro Santísimo Padre, hoy día 28 de febrero de 1797 años. <†> Julio María de la Somaglia, Cardenal Vicario. Francisco Mari, Escribano Diputado.



Poco después se imprimió en Roma separadamente la Relación del prodigio de la Santísima Virgen de Guadalupe de México; y el P. Juan Marchetti, Examinador del Clero y Prefecto de la Iglesia de la Antigua Casa Profesa de la Compañía de Jesús, reunió en un opúsculo la relación auténtica de todos los prodigios acontecidos en Roma por este tiempo. Su título es: De los prodigios obrados por muchas Sagradas Imágenes, especialmente de María Santísima, según los procesos auténticos compilados en Roma. Memorias extractadas por   —231→   Don Juan Marchetti, Examinador Apostólico del Clero Romano y Presidente de la Iglesia de Jesús.- Con breves noticias de otros prodigios semejantes comprobados en las Curias Episcopales de los Estados Pontificios, Roma, 1797.

En el Cap. 25 trata de la Imagen de Nuestra Patrona Nacional: «Imagen XXV. Imagen de María Santísima llamada de Guadalupe, puesta en la Iglesia Colegiata de San Nicolás in carcere Tulliano». La relación escrita por el P. Marchetti hállase traducida al castellano en el compendio histórico-crítico ya mencionado, núm. XVI, págs. 234-240.

De la relación del prodigio guadalupano impresa en Roma separadamente, hace mención el canónigo José Guridi Alcocer en la «Apología de la Aparición», pág. 163, con las siguientes palabras: «Un cuaderno de cuatro fojas en octavo, impreso en italiano en Roma en 1797, en el que a más de mencionarse la Aparición se refiere el milagro autenticado de la Santa Imagen de Guadalupe de México que se venera en aquella capital del Orbe cristiano, de haber abierto varias veces y movido las pupilas a presencia de un numeroso pueblo. Se conserva copia en el Archivo de la Colegiata».

Concluyo con dos observaciones. El Tribunal Eclesiástico de Roma, antes de expedir el Decreto que acabamos de reproducir, hizo el reconocimiento jurídico de la Santa Imagen y la selló en el respaldo con los sellos del Cardenal Vicario, como se ve todavía. Así escribió al Autor de esta Historia el Rector del Colegio Pío Latino-Americano, con fecha 8 de abril de 1891.



Para perpetuar la memoria de tantos señalados favores como fueron los prodigios mencionados, el Sumo Pontífice Pío VI, con Indulto Apostólico de 24 de junio de 1797, concedió para Roma y el Estado Eclesiástico, el Oficio y Misa en el día 9 de julio, día en que empezaron los prodigios, con el título de «Fiesta de los prodigios de la Santísima Virgen María». IX Julii: Prodigiorum B. M. Virginis. Romae et alibi. Véase el Misal Romano en el apéndice. Missae Sanctorum celebrandae aliquibus in locis ex Indulto Apostólico.

También el «Calendario del más antiguo Galván», cada año pone: «Julio 9. Los Prodigios de María Santísima».

El P. Morcelli, célebre por sus Inscripciones Latinas, y por la clásica Obra De Stilo Inscriptionum Latinarum, para el Altar dedicado   —232→   por unos Congregantes a la prodigiosa Imagen de la Virgen, su Patrona, compuso la siguiente Inscripción:

MARIAE RESPICIENTI
SACRVM
SODALES MARIALES
A MDCCLXXXVII
OBTVTVM EIVS TAMQVAM VIVENTIS
IN IMAGINE CONTEMPLATI
TESTES FACTI DEDICAVERVNT
Alma Parens, nostros certe miserata labores,
dic nos cur pictis respicis e tabulis?
Prodigium ut seris dictura nepotibus aetas
Fac improviso gaudeat auxilio.





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ArribaAbajo Capítulo XIV

El principio de este siglo y la Virgen de Guadalupe


Orden de Caballeros de Guadalupe.- Tercer centenario de la Aparición.- Hallazgo de la mesa en que el venerable Zumárraga puso la santa imagen que se había aparecido, pintada en la tilma de Juan Diego.



I

Nada decimos aquí de lo que en el orden político y social aconteció a la nación mexicana en los primeros años de este Siglo Decimonono que está por acabar, por no permitirlo, como se echa de ver, el plan y la índole de esta Historia. Basta tan sólo advertir que la devoción a la Virgen de Guadalupe fue tomando en este tiempo nuevo aumento y lustre, como lo demuestran así el Novenario solemne decretado a principios de septiembre de 1808, como los tres hechos solemnísimos que en los años siguientes acontecieron; a saber: la institución de la Orden de Guadalupe en 1822; la celebración del Tercer Centenario de las Apariciones en 1531; y el nuevo riquísimo Altar en que el año de 1837 se colocó la Santa Imagen con una muy concurrida y brillante Procesión. De este último hecho, por exigirlo así la materia, se trató en el Cap. IX de este segundo Libro; queda por dar un resumen de los otros dos, tomándolo de lo que se imprimió en aquella ocasión; y decir algo sobre el Novenario, como se encuentra en nuestros Apuntes manuscritos.

  —234→  

La ocasión del Novenario de Deprecaciones, que fue decretado se hiciese en el Santuario a principios de 1808, fue la siguiente:

El 23 de junio de 1808 se recibió en México la noticia de la ocupación casi total de España por los franceses: poco después, a mediados de julio, llegó otra noticia más funesta, la de la abdicación de Fernando VII en su padre Carlos IV, y de la renuncia del mismo Carlos IV cediendo la corona de España al Emperador Napoleón; el cual mientras tanto había despachado a Joaquín Murat, duque de Berg, a Madrid, como Lugarteniente imperial. Para colmo de funestos presagios el 11 de agosto llegó al Puerto de Veracruz una barca francesa con bandera tricolor; y en ella venía el oficial Chapartier portador de numerosa correspondencia que traía de José Bonaparte, ya Rey de España, para el virrey Iturrigaray, para el Arzobispo y Obispos, para la Real Audiencia y en fin, para todas las Autoridades establecidas en la Nueva España.

Alarmáronse a estas noticias los mexicanos, en especial los de la capital, temiendo caer en poder de los franceses con peligro de su religión. El Ayuntamiento de México, desde la noticia recibida a mediados de julio, acordó acudir a la protección de la Patrona de la Nación con solemnísima Procesión para traer a la ciudad la Taumaturga Imagen y celebrar un Novenario no menos solemne en la Metropolitana a fin de implorar su poderoso amparo. En cumplimiento de esta determinación, el Lic. Francisco Primo Verdad y Ramos, Síndico del Ayuntamiento, con fecha «México 23 de julio de 1808», dirigió al Presidente de la Real Audiencia una carta, en que le rogaba interpusiese su valimiento para con el Virrey y el Arzobispo a fin de que cuanto antes se celebrase el público y solemne Novenario como lo había decretado el Ayuntamiento de la nobilísima ciudad. Las cláusulas principales son las siguientes:

«El Síndico Procurador del Común dice... No ha tenido el reino en ningún tiempo necesidad más crítica y estrecha que la actual: por lo mismo se debe dar principio recurriendo al amparo de la Divina Omnipotencia y por la intercesión de los Santos. La devoción del reino a su Patrona Santísima en su portentosa Imagen de Guadalupe no tiene sin duda ejemplar; pues ella ha sido, es y será siempre el asilo seguro en sus conflictos. En otros no de tanta consideración, como el de la inundación última, le fue palpable su misericordioso patrocinio. El religioso celo del pueblo se encendería   —235→   en la hoguera más ardiente si tuviera la dicha de que viniera esta adorabilísima Imagen, a la cual le rindieren los debidos cultos en esta Santa Iglesia Catedral, mediante un Novenario solemne; y patente el divinísimo y augusto Señor Sacramentado».

Examinada la petición del Ayuntamiento por el arzobispo Lizana y por el virrey Iturrigaray, se resolvió que de ningún modo convenía traer a México la Santa Imagen, y que el Novenario proyectado se hiciese en su propio Santuario. Pero dilatando el Virrey la determinación del día en que debía empezar el Novenario, el Arzobispo, con fecha «México y agosto 25 de 1808», le dirigió el siguiente oficio: «Acordado que el Novenario de Rogativas en Nuestra Señora de Guadalupe, según me comunicó V. E. en oficio de 4 de este mes, desea la N. C. (nobilísima ciudad) y así me lo ha manifestado por medio del Señor Alcalde Ordinario de primer voto, que se dé principio a esta función en el día 4 del próximo septiembre; lo que comunico a V. E. quedando esperando su contestación y resolución para poder dar el aviso correspondiente a aquella Real Iglesia...».

Al día siguiente el Virrey contestó al Arzobispo y al Ayuntamiento, diciéndole que estaba conforme con la determinación tomada, y que según lo acostumbrado concurriría al Santuario en dichos días. A su vez el Ayuntamiento, con fecha «Sala Capitular de México, septiembre 2 de 1808», dirigió al Virrey la carta siguiente, suscrita y firmada por todos los Concejales:

Excmo. Señor. Queda enterada esta N. C., de la conformidad de V. E. en que se dé principio al Novenario de Rogativas en el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe el día 4 del presente mes: lo que avisa a V. E. en contestación a su superior oficio de 26 del próximo pasado agosto...


En los apuntes, de donde se tomaron estas noticias, no se nota si realmente hubo Novenario en la Colegiata; y ni D. Carlos M. Bustamante en el Suplemento a los Tres Siglos de México del P. Cabo, ni D. Lucas Alamán en su Historia de México (Tomo I, Lib. I, Caps. IV, V y VI), hacen mención de ello. Sólo en el Cap. XIV, pág. 121, escribe que el 21 de julio el Real Acuerdo de Oidores propuso que «se hiciesen públicas rogativas para satisfacer el deseo que en el público se manifestaba».

De todos modos queda manifiesto cuál fuese el ánimo de los mexicanos   —236→   en aquellos tiempos funestísimos, y cuál fuese su afecto la Patrona de la Nación.

Por lo que toca a la Orden de Guadalupe, luego que la nación mexicana se vio libre de los trastornos políticos que desde el principio de este siglo la habían conmovido y agitado, quiso dar una nueva muestra de la piedad filial y devoción que profesaba a su excelsa Patrona la Santísima Virgen de Guadalupe. Para el efecto se recorrieron los trámites siguientes: El Emperador D. Agustín Iturbide propuso y la Soberana Junta Provisional Gubernativa aprobó la «Institución y Estatutos de la Orden en honor de la devoción que tiene el Imperio a la Madre Santísima bajo la advocación de Guadalupe, con el objeto exclusivo de premiar el valor y la virtud de los mexicanos. La denominación de la Orden será: Orden Imperial de Guadalupe».

Sometido este Decreto al Soberano Congreso Nacional, el 13 de junio de 1822, se promulgó la aprobación en los términos siguientes:

Agustín, por la Divina Providencia y por el Congreso de la Nación, primer Emperador constitucional de México, a todos los que las presentes vieren y entendieren, sabed: que el Soberano Congreso Constituyente mexicano, ha decretado lo siguiente:

El Soberano Congreso Constituyente, habiendo tomado en consideración las justas razones que tuvo presentes la extinguida Junta Suprema Gubernativa para aprobar los Estatutos de la Orden Imperial de Guadalupe, ha tenido a bien confirmar el Decreto de 20 de febrero último, que al efecto expidió la referida Junta: mucho más cuando estando próximo el día de la Coronación de su Majestad Imperial, ninguna demostración de la Patria es más propia para que ésta premie a sus dignos hijos en tan fausto día. México, 11 de junio de 1822...

Por tanto, mandamos a todos los Tribunales, Justicias, Jefes, Gobernadores y demás Autoridades, así civiles como militares y eclesiásticas, de cualquiera clase y dignidad, que guarden y hagan guardar, cumplir y ejecutar el presente Decreto, en todas sus   —237→   partes. Tendréislo entendido y dispondréis que se imprima, publique y circule. (Rubricado de la imperial mano). En Palacio, a 13 de junio de 1822.


(Legislación Mexicana, Tomo V, núm. 273).                


D. Carlos M. Bustamante en el Tomo VI de su Cuadro Histórico, tomó del periódico La Gaceta la relación muy circunstanciada de estas fiestas: para el intento bastan las noticias que siguen:

Esta Orden no estaba destinada a premiar sólo el mérito militar, sino todos los servicios hechos a la Nación en todas las carreras. Fue declarada su Protectora la Virgen de Guadalupe, por ser la del Imperio: el Gran Maestre debía ser el Emperador; y los méritos para ser agraciado con esta Condecoración, habían de ser calificados por la Asamblea de la Orden, sin exigir pruebas de nobleza, sino sólo de gozar de concepto público y haber hecho al Estado servicios distinguidos. Los Caballeros se distinguían en Grandes Cruces, que no debían pasar de cincuenta, en Comendadores o Caballeros de número, que no debían de exceder de ciento, y en Supernumerarios, de los cuales el gran Maestre podía nombrar los que tuviese por convenientes. Los primeros tenían tratamiento de Excelencia con los goces de los privilegios que se conceden a los Grandes del Imperio, o a cualquiera Dignidad equivalente que se estableciese; los segundos debían ser reputados como Títulos del Imperio, y los Supernumerarios eran tenidos por nobles. La diversidad de insignias distinguía estas clases y todo lo relativo a las obligaciones de los Caballeros y ceremonias de su recepción estaba prevenido en los Estatutos...

La inauguración de la Orden de Guadalupe se reservó para el día 13 de agosto. Todos los agraciados se reunieron en la casa del Emperador; y de allí salieron en coches con una lucida escolta de Caballería, dirigiéndose a la Colegiata de Guadalupe por la calzada, que había sido embellecida con enramadas vistosas y con muchos arcos de flores. Recibida la Comitiva por el Cabildo a la puerta de la Colegiata, el Emperador fue conducido desde allí bajo de Palio al Presbiterio, y hecha una breve oración ante la Santa Imagen, pasó a colocarse en el trono que le estaba preparado. Cantose el Te Deum y enseguida el obispo de Guadalajara que hacia el oficio de Gran Canciller, acompañó al Emperador desde el Trono hasta el dosel, bajo de que estaba el obispo de Puebla que iba a celebrar la misa, en cuyas manos prestó el juramento prevenido   —238→   por los Estatutos de la Orden. Por este juramento los caballeros se obligaban no sólo a defender las bases del Plan de Iguala y la persona del Emperador, sino también a obedecer las disposiciones del Gran Maestre, y cumplir todo lo prevenido en los Estatutos, en que se compendia la íntima devoción a su Patrona. Entonces se le vistió el manto y las demás insignias; y vuelto al Trono se comenzó la Misa. Después del Evangelio y Sermón que predicó el Dr. D. Agustín Iglesias, el Secretario leyó en alta voz la fórmula del juramento que todos los caballeros prestaron; y el Obispo celebrante sentado en un sillón o faldistorio y vuelto el rostro al pueblo, vistió las insignias al Príncipe Imperial, al de la Unión y a los principales mexicanos que le fueron presentados por el Canónigo de la Metropolitana, Dr. Maniau, nombrado Maestro de Ceremonias de la Orden, y enseguida fueron a besar la mano al Emperador. Éste, al acercarse su padre, se adelantó a besar la suya y a abrazarlo con emoción; acto de respeto y amor filial muy aplaudido de todos los concurrentes, y que confirmó lo que pocos ignoraban, que siempre profesó a su padre extraordinario cariño y profundo respeto. Para abreviar la ceremonia, sólo recibió las insignias de mano del gran Canciller, un individuo por clase y todos los demás se las ponían ellos mismos en sus asientos.

Prosiguió la misa al fin de la cual se ordenó la procesión alrededor de la plaza de la villa; yendo en ella todos los caballeros con sus hábitos y llevando en andas una Imagen de la Patrona, dos Caballeros Grandes Cruces, y dos Caballeros de número o Comendadores; el Emperador presidía la Procesión y cerraba la marcha una Compañía de infantería. El Cabildo de la Colegiata, para aumentar la devoción a la Santa Imagen, había mandado algunos días antes al Congreso una copia tocada al original, que se ve en el Salón de sesiones de la Cámara de Diputados...


Para entender la fuerza del juramento que prestaban los Caballeros de la Orden de Guadalupe de defender el Plan de Iguala, hay que saber a acordarse que el Plan de Iguala propuesto por Iturbide el 24 de febrero de 1821, entre los 24 artículos que contenía, tres eran los más sustanciales y pertenecían a la Religión: Pues en el primero se establecía que «la Religión de la Nueva España es y será la Católica, Apostólica, Romana, sin tolerancia de otra alguna». En el 14.º, que: «el Clero secular y regular será conservado   —239→   en todos sus fueros y preeminencias»; y en el 16.º, que «se formará un ejército protector que se denominará De las Tres Garantías, porque bajo su protección toma, lo primero, la conservación de la Religión Católica, Apostólica, Romana, cooperando por todos los modos que estén a su alcance, para que no haya mezcla alguna de otra secta, y se ataquen oportunamente los enemigos que puedan dañarla; lo segundo, la independencia bajo el sistema manifestado; lo tercero, la unión íntima de americanos y europeos». (Bustamante, Cuadro Histórico, Tomo IV). Esta misma idea y este mismo fin expresaba el letrero grabado alrededor de la Imagen de Guadalupe, insignia de la Orden: Religión, Independencia, Unión.

D. Lucas Alamán (Historia de México, Tomo V, Cap. 12), hablando de la Orden de Guadalupe y de la elección de Caballeros, confiesa que: «esta elección, como la de los Consejos de Estado, se hizo con juicio y acierto, habiendo caído, con pocas e inevitables excepciones de alguna predilección de parentesco y amistad, en las personas más respetables por su carácter y servicios».

Por intrigas de las sectas tenebrosas, Iturbide cayó, abdicando el 20 de marzo de 1823 la corona ante el Congreso, y a principios de mayo salió para Italia. Con Iturbide cayó la Orden de Guadalupe, y a la una, y a la otra caída mucho contribuyó el infeliz Dr. Mier, el cual «no dejaba de burlarse de los trajes, insignias y ceremonias de la Orden de Guadalupe; y en el Congreso citado sostuvo con toda la vehemencia de su carácter, que por ninguna manera debía desterrarse al tirano, sino condenarlo a muerte. Prevaleció la opinión contraria e Iturbide fue desterrado; mas a poco después este mismo Congreso dio un decreto declarándolo fuera de la ley». (Biografía del Dr. Mier, pág. 348).

La Orden de Guadalupe volvió a restablecerse por el general Antonio López de Santa Ana, Presidente de la República, en diciembre de 1853. Del Tomo V de la «Colección de las leyes, decretos y órdenes expedidas por el Excmo. Sr. Presidente de la República, D. Antonio López de Santa Ana desde el 1.º de septiembre de 1853» tomamos los datos siguientes:

Con fecha 11 de noviembre de 1853 se promulgó el Decreto 31   —240→   con que «se restablece la Distinguida Orden Mexicana de Guadalupe con sujeción a los Artículos siguientes...»..

Los artículos son sesenta y cuatro, comprendiéndose en el último el «Ceremonial que se ha de observar en la función de armarse, prestar el juramento y recibir las Insignias de la Distinguida Orden Mexicana de Guadalupe».

En sustancia son los artículos como los de Iturbide, con pocas variaciones accidentales, debidas a las nuevas circunstancias políticas, en que la Orden se restableció. Aquí por brevedad ponemos el resumen de los artículos principales.

Queda esta Orden bajo el especial patrocinio de Nuestra Señora la Virgen María, en su advocación de Guadalupe. El Jefe de la Nación Mexicana será el Gran Maestre de esta Orden, y él sólo podrá conferirla. Habrá en esta Orden tres clases, a saber: una de Grandes Cruces, otra de Comendadores, y otra de Caballeros. El número de Grandes Cruces no excederá de veinticuatro; el de Comendadores podrá llegar a ciento, y el de Caballeros será el que determine el Gran Maestre según las circunstancias.

La Cruz o Insignia común a todos los caballeros será de oro, formada de cuatro brazos esmaltados de los tres colores del pabellón, en el centro tendrá una elipse esmaltada de verde, y en el fondo de éste la Imagen de Nuestra Señora la Virgen María de Guadalupe, sobre campo blanco: encima del brazo superior de la cruz habrá un águila igual a la de las armas nacionales, y del brazo inferior saldrá, por un lado una palma y por otro un ramo de oliva; alrededor de la elipse estará escrito este lema: Religión, Independencia, Unión; y en el exergo tendrá en letras esmaltadas esta leyenda: Al patriotismo heroico. Todos los años en el día de la Octava de la festividad de Nuestra Señora de Guadalupe se reunirán todos los Caballeros de las tres clases que se hallen en la capital y formando un cuerpo, presididos por el Gran Maestre, (o en su defecto por el Vicepresidente de la Asamblea) asistirán a una solemne función religiosa que deberá celebrarse en honra y gloria de Nuestra Señora la Virgen María, Patrona de la Orden, en el Templo de la Colegiata de Guadalupe. Para dar a esta función toda la solemnidad y brillo que sea posible, asistirán a ella todas las Autoridades y Corporaciones así eclesiásticas, como civiles y militares, sin excepción alguna; y se convidará a todas las personas condecoradas y   —241→   notables (inclusos los extranjeros de esta clase) que se hallen en la capital. Para asistir a esta función se reunirán todos los Caballeros en la morada del Gran Maestre, a la hora que éste designe y saldrán e irán todos con él en cuerpo y ceremonia hasta la Iglesia y regresarán del mismo modo. En el primer domingo siguiente al 2 de noviembre, se celebrarán cada alto Honras, igualmente solemnes, en sufragio de los Caballeros difuntos de este Orden, con oración fúnebre dicha por un eclesiástico, individuo de ella (siempre que esto pueda ser) y asistirán todos los Caballeros presididos por el Gran Maestre, y todas las Autoridades, Corporaciones y personas convidadas, lo mismo que en la función de la Patrona de la Orden; con la sola diferencia de que esta función podrá celebrarse en cualquiera Iglesia que el Gran Maestre designe.


Por lo que toca al Ceremonial de admisión, copiamos aquí tan sólo el juramento que deben prestar los Caballeros antes de ser recibidos. «El agraciado, puesto de rodillas delante de la mesa en que esté el Crucifijo y el Libro de los Santos Evangelios, poniendo la mano sobre él, pronunciará en alta y clara voz el juramento siguiente:»

«Juro y prometo a Dios Nuestro Señor vivir y morir en nuestra Sagrada Religión Católica, Apostólica, Romana; sostener y defender la independencia de mi patria, la integridad de su territorio y las leyes que la rijan; no emplearme directa ni indirectamente en nada contrario a la acendrada lealtad que debo a la Nación, respetar y obedecer al Gran Maestre de la Orden de Guadalupe, cuidar el auxilio de los pobres enfermos y desvalidos, individuos de ella; considerar como hermanos míos a todos los Caballeros y procurar en todos tiempos y por cuantos medios estén a mi arbitrio, la conservación y defensa de esta misma Orden que hoy me hace la gracia de admitirme en su seno y de contarme en el número de sus hijos».


Con Decreto de 19 de noviembre del propio año de 1853, el Presidente Santa Anna después de haber hecho saber que «se impetrará del Soberano Pontífice la aprobación de la Nacional y Distinguida Orden Mexicana de Guadalupe según sus Estatutos, por medio de una Bula o Breve correspondiente, que se agregará a dichos Estatutos como parte integrante de ellos», pasó a nombrar como Gran Maestre, siete Grandes Cruces, veintidós Comendadores, y noventa y seis Caballeros. Entre los primeros se contaban el arzobispo de México,   —242→   el obispo de Michoacán, por ser Presidente del Consejo de Estado y el Abad de la Colegiata; entre los segundos había diez Obispos y el Deán de la Metropolitana; y entre los Caballeros contábanse diez y seis; unos, Deanes de las Catedrales; otros, Canónigos de diversas Diócesis y dos M. Rdos. PP. maestros de Órdenes Religiosas.

Dispuestas todas las cosas, el lunes 19 de diciembre del mencionado año de 1853, con una extraordinaria solemnidad en el Templo de la Colegiata ricamente adornado, se inauguró la Nacional y Distinguida Orden Mexicana de Guadalupe. A más del arzobispo de México concurrieron otros cinco Obispos, el Cuerpo Diplomático, los altos funcionarios, generales, jefes, oficiales, empleados, y multitud de señoras y caballeros que habían sido convidados al efecto. Ofició en la ceremonia, monseñor Luis Clementi, Delegado y Nuncio Apostólico, arzobispo de Damasco. El Presidente de la República, Gran Maestre de la Orden, estaba sentado en su trono de terciopelo carmesí, rodeado de sus ministros; a su izquierda se hallaba D. Agustín Iturbide, hijo del Emperador que fundó la Orden. Después de una corta alocución del Presidente, los Caballeros se acercaban al altar, y al trono, etc.

Al triunfar la revolución de Ayutla, la Orden de Guadalupe fue suprimida por el Presidente Interino de la República, Juan Álvarez, con «Decreto dado en el Palacio Nacional de Cuernavaca, a 12 de octubre de 1855». (Colección... Tomo 1.º, pág. 79).

A los diez años después, el emperador Maximiliano volvió a restablecer la Orden de Guadalupe. Pero este infeliz que tuvo la desgracia de descontentar a todos, católicos y no católicos, conservadores y no conservadores, tampoco en esto tuvo acierto. Porque en realidad de verdad no restableció propiamente, sino instituyó d su modo una Orden de Guadalupe del todo nueva, por lo que toca a la substancia del hecho. Con razón el imparcial y muy juicioso escritor Francisco de Paula de Arrangoiz que había sido su Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario en Roma, dijo en su Obra (México desde 1808 hasta 1867, Tomo III, Parte 31 Cap. V, página   —243→   257). «El Emperador Maximiliano el 1.º de enero del año de 1865, publicó un decreto en el Diario del Imperio, creando la Orden Imperial del Águila: hecho ridículo e intempestivo en las circunstancias en que se encontraba el país, y que fue nuevo motivo de quejas para los conservadores, porque se declaró la Orden del Águila superior a la de Guadalupe creada por Iturbide, y privó del tratamiento de Excelencia que tenían, a los Grandes Cruces. No dio la del Águila al arzobispo de México, y desde los primeros días de su llegada lo habían despojado del cargo de Canciller de la Orden de Guadalupe, dándolo al General Almonte».

Con fecha, pues, «Dado en el Palacio de Chapultepec, a 10 de abril de 1865», Maximiliano firmó el Decreto que llevaba el título de Modificaciones de los Estatutos de la Orden de Guadalupe.

Son treinta y dos artículos, divididos en cinco Títulos, quedando derogados los antiguos Estatutos como lo declara el último artículo. De Religión, de Juramento, de Funciones Religiosas, del nombre mismo de la Santísima Virgen María, bajo la advocación de Guadalupe, ni una palabra hay en todos estos artículos; sólo la condecoración, que es la Cruz descrita por el General Santa Anna, con alguna variación, recuerda la Orden primitiva. Tratando de la admisión de la Orden en el artículo 12, se establece «que los militares de tierra y mar de toda graduación, y los miembros de las administraciones que dependen de ellos, serán condecorados en el acto de la revista»; de los otros nada se dice en dónde y cómo recibirán las condecoraciones, y por el artículo 8.º tan sólo sabemos que «los nombramientos se harán el 12 de diciembre, fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe; y el 6 de julio, cumpleaños del Emperador; además de las condecoraciones que se concedan por circunstancias especiales».

¿Y ésta es la Orden Mexicana de Guadalupe? No lo veo. El nombre de modificaciones tan sólo cuadra muy bien a lo que se establece en los artículos 3.º y 4.º que dicen así: «La Orden se compone de Caballeros, Oficiales, Comendadores, Grandes Oficiales y Grandes Cruces. El número de Caballeros es ilimitado; el de Oficiales, quinientos; el de Comendadores, doscientos; el de Grandes Oficiales, ciento y el de Grandes Cruces, treinta». De este modo, según Maximiliano, «La Orden de Guadalupe tiene por objeto recompensar el mérito distinguido y las virtudes cívicas»; como se expresa   —244→   en el art. 1.º (Colección de Leyes del Imperio, Tomo II, núm. 6). Con la catástrofe de Querétaro en 1867, la Orden de Guadalupe, establecida por Maximiliano, dejó de existir.

El lector en las vicisitudes de esta Orden, habrá notado las que sufrió en este mismo tiempo la Iglesia Católica en México.




II

Por lo que toca a la solemnidad del tercer Centenario de la Aparición, pondremos aquí algo de lo que en esta ocasión se hizo en Puebla de los Ángeles y en la capital; de donde el lector puede deducir lo que en esta faustísima ocasión hicieron todas las demás ciudades, villas y pueblos de la República Mexicana. Porque conocida es la acendrada devoción de todos los mexicanos a su Patrona Nacional; y si, como dijo el P. Cabo, se hicieron fiestas nunca vistas en toda la Nueva España, cuando Benedicto XIV aprobó el Patronato y concedió Misa y Oficio propio, lo mismo debe decirse de lo que los mexicanos hicieron en esta singular y extraordinaria ocasión del tercer Centenario. Baste, pues, para muestra, un botón.

La ciudad de Puebla de los Ángeles fue, como siempre, la primera en prevenir a todos para las fiestas tres veces seculares. De las Actas de los dos Cabildos, eclesiástico y secular, que nos fueron bondadosamente remitidas, tomamos las noticias siguientes:

En el mes de mayo de 1831, algunas personas principales de la ciudad formaron una Junta, que llamaron Guadalupana, con el objeto de acordar el programa de las fiestas y arbitrar recursos. El   —245→   primer paso que dieron fue dirigirse al Ayuntamiento de la Ciudad para el auxilio y cooperación; y en la sesión de 25 de mayo, el Cabildo, a petición de la Junta Guadalupana, nombró de su seno tres Concejales, facultados competentemente, para que asociados a dicha Junta, dispongan todo lo conducente a solemnizar, con el mayor lustre posible, el trescentésimo Aniversario de la gloriosa Aparición. Los tres Concejales y la Junta Guadalupana, de común acuerdo, establecieron que hubiese doce fiestas consecutivas desde el 6 de diciembre en adelante, a más de los días 12 y 49, en que debían ser solemnísimos.

Consistían estas fiestas, en que decorado suntuosamente el Salón de las Casas Consistoriales, se preparase en él un magnífico altar en que se colocaría la Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, dispuesta de suerte que pudiera en muy ricas andas conducirse en Procesión. La noche del día 5 de diciembre, acompañada del Ayuntamiento, o de algunos concejales por Comisión, se llevaría procesionalmente la Santa Imagen a la Iglesia de San Gerónimo, en donde habría Rosario, Salve, Letanías, Alabanzas y Sermón. De intento se dispuso que de noche hubiese estas funciones para que todos, especialmente los ocupados en el día en sus trabajos, pudieran concurrir. Para el buen orden, el Ayuntamiento nombraría Comisiones para la iluminación y altar, para la asistencia a los Rosarios, para pedir al Gobierno la licencia correspondiente de gastar lo necesario de los fondos en la iluminación y fuegos artificiales, especialmente en la noche del día 19; en fin, para suplicar al Cabildo Eclesiástico se asociase con el Ayuntamiento a estas fiestas. El día 18 un repique general de las campanas y salvas a las cuatro de la mañana y a las once y media, anunciaría que por la tarde se conduciría la Santa Imagen en Procesión a la Iglesia Catedral en donde por la noche habría solemnísimos Maitines. El día 19, Tercia y Misa solemne como en las solemnidades de primer orden; por la tarde solemnísima Procesión por toda la ciudad, conduciéndose la santa Imagen en un Trono triunfal hasta colocarla en el Salón del Ayuntamiento, en donde se concluirían las fiestas con un Te Deum a orquesta llena. Y para que estas fiestas fueran de veras populares, el Ayuntamiento mandara publicar un bando en que todos los de la ciudad, cada uno según pudiere, se esmerasen en adornar sus casas, ventanas, balcones, calles, especialmente en los días   —246→   12 y 19, y que hubiese iluminación general con fuegos artificiales farolillos y tablados con músicos.

El verdaderamente benemérito Ayuntamiento, no sólo aprobó este plan de funciones, sino que, «como por Decreto del Congreso General de 4 de diciembre de 1828, está declarada fiesta Religiosa Nacional la festividad de Nuestra Señora de Guadalupe el 12 de diciembre, el Cabildo acordó que estaba la Corporación obligada a asistir bajo de mazas el día 5 por la tarde que se ha de conducir desde esta Sala para la Iglesia de San Gerónimo a la Santísima Virgen; las noches de los días 6 al 18 a los Rosarios por medio de Comisiones, la tarde del 18 y mañana del 19 a la Santa Iglesia Catedral a las Vísperas y Misa, también bajo de mazas, las que se abrirán para el acto de la Procesión...».

Por lo que toca al Cabildo Eclesiástico, de las Actas citadas tomamos lo siguiente: «En la ciudad de Puebla de los Ángeles a los seis días del mes de agosto de mil ochocientos treinta y uno, juntos los señores del Ilmo. y Venerable Cabildo en su Sala Capitular para celebrar Pelícano se recibió con las ceremonias acostumbradas una comisión del Exmo. Ayuntamiento de esta ciudad; la cual expuso a nombre del Exmo. Ayuntamiento y de la Junta llamada Guadalupana, que para solemnizar el cumplimiento de tres centurias de años de la feliz Aparición de la Santísima Virgen de Guadalupe, se había dispuesto hubiese doce fiestas eclesiásticas, y que ambas Corporaciones deseaban que la última se celebrase en esta Santa Iglesia Catedral, si este Ilmo. Cabildo tenía a bien obsequiar los deseos del Exmo. Ayuntamiento y Junta Guadalupana: a que el Sr. Deán contestó que se tomaría en consideración el asunto y se daría oportuno aviso del resultado: se despidió la Comisión y enseguida se acordó se citase oportunamente para el primer Cabildo ordinario y se concluyó el Pelicano, que firmó el Sr. Deán...». A los tres días el V. Cabildo accedió a la petición del Exmo. Ayuntamiento, nombró dos Canónigos Comisarios para ponerse de acuerdo con el Presidente del Ayuntamiento y de la Junta Guadalupana «a que la época de nuestras glorias fuese celebrada con la mayor posible solemnidad»; y de todo se hizo relación al Ilmo. Sr. Obispo que a la fecha lo era el Ilmo. D. Francisco Pablo Vázquez que había sido Ministro Plenipotenciario del Supremo Gobierno en Roma, en donde había sido consagrado Obispo por el Exmo. Cardenal   —247→   Odescalchi, el día 6 de marzo de este mismo año de 1831. La respuesta de tan venerando Prelado, fue la siguiente: «Su Exa. Ilma. es de parecer que por el objeto tan singular como grandioso de esta función, se accede a todo lo que tiene pedido el Exmo. Ayuntamiento y Junta; con sólo la variación muy ligera de que el repique no sea a las cuatro de la mañana, sino a las cinco de ella, consultándose en esto a la menor incomodidad de los enfermos. Y deseando Su Señoría Ilma. contribuir de todas maneras al mayor lustre y solemnidad de la función, que se ha de celebrar en esta santa Iglesia, tiene dispuesto asistir de Pontifical a las Vísperas, Maitines y Misa; y que la Procesión de por la tarde salga de esta Santa Iglesia y termine en ella, reduciendo su carrera a las calles designadas para las del Corpus».

Dos canónigos comisionados por el Cabildo, manifestaron al Ayuntamiento lo que con la aprobación del Sr. Obispo se había acordado; y en el mismo tiempo hicieron observar que, atendido el gran concurso que había, el Ilmo. Sr. Obispo era de parecer que para mayor facilidad la Procesión terminase en la Santa Iglesia Catedral, y no en las casas Consistoriales: «pero con expresión de que los Maitines y Vísperas se harían sin ejemplar».

Agradecida la Junta Guadalupana, expuso que las Invitaciones se hiciesen expresamente en nombre de las Comisiones del Ilmo. Cabildo y del Exmo. Ayuntamiento. Como se había proyectado, cumpliéronse las funciones con crecido entusiasmo de toda la ciudad de los Ángeles. Y en esta ocasión el Sr. Dr. D. Luis Mendizábal y Zubialdea, Doctoral de la Catedral, Diputado en el primer Congreso Constituyente de la Nación y después del Senado del Congreso General, compuso un Himno para que se cantase en esta fiesta tres veces secular. El insigne escritor guadalupano Lic. J. Julián Tornel y Mendivil, nos conservó este hermoso himno insertado en su obra (Tomo I, pág. 183), y nuestros lectores lo hallarán al fin del Compendio histórico-crítico impreso en Guadalajara en 1884. Era un verdadero encanto oír por las calles a los coros de música repetir aquella estrofa verdaderamente admirable del himno;


Sus montes felices
no alabe Judá,
que dicha más grande
logró el Tepeyac.
—248→
La misma visita
recibe otro Juan;
y dura tres siglos,
y vuelve a empezar.



La repetición y variación con que se acompañaba el canto de los últimos versos «Y dura tres siglos y vuelve a empezar», excitaban un entusiasmo indescriptible.

Luego que en la ciudad de México se tuvo conocimiento de los grandiosos proyectos de Puebla de los Ángeles para la celebración del Tercer Centenario de la época de nuestras glorias, como los Canónigos angelopolitanos llamaron la Aparición, el Ilustre Ayuntamiento de la Capital se sintió más animado que nunca a solemnizarlo de una manera del todo extraordinaria. De unos Documentos impresos por aquel tiempo y que se guardaron en el Archivo de la Colegiata, vamos a dar en compendio la siguiente relación.

A principios del mes de noviembre, el Ayuntamiento convocó a todos los principales habitantes de la ciudad a una Junta General en las Salas del Cabildo, para determinar el plan de las solemnes funciones centenarias. El concurso fue tan numeroso y brillante que fue preciso acordar que se tuviesen las sesiones siguientes en un local más amplio y al efecto se designó el General de la Universidad. Por aclamación se convino en que con toda la mayor solemnidad posible se celebrase este faustísimo centenario; y la primera de las proposiciones aprobadas fue la de conducir como en triunfo la celestial y taumaturga Imagen de Guadalupe desde su Santuario a la Catedral. Para los pormenores se formó una Junta particular, compuesta de cuarenta individuos, elegidos de los dos Cabildos eclesiástico y secular, del Senado, de la Suprema Corte de Justicia, de los Tribunales Supremos de Guerra y Marina, y de las Órdenes Religiosas de Santo Domingo, San Francisco, San Agustín del Carmen, de la Merced y del Oratorio de San Felipe Neri. A la vez la Junta particular nombró de su seno una Comisión especial de nueve individuos para que estudiasen el proyecto y diesen su dictamen. Componíase la Comisión del Ministro de la Suprema Corte de Justicia, de un Senador, de dos Diputados al Congreso, de un Coronel, de un canónigo de la Metropolitana, del cura de la Santa Veracruz, del prior de Santo Domingo y del superior del Oratorio de San Felipe   —249→   Neri. Estos convinieron en que hubiese un Triduo solemnísimo; y en cuanto al día, para que no se estorbasen las solemnes funciones religiosas que en estos días tendrían lugar en la catedral, en la Colegiata y en otras Iglesias de la capital, juzgaron oportuno que las fiestas de la ciudad se hiciesen en los días 26, 27 y 28 de diciembre. En diez artículos que enseguida se pondrán, estaba compendiado todo el programa; y todos fueron aprobados sin ninguna oposición, menos el segundo artículo que rezaba así: «La venida de la Santísima Virgen el 26 de diciembre por la mañana: para la cual la Junta Guadalupana y las Comisiones de todas las Corporaciones trasladarán en Procesión solemne la portentosa Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe desde su Santuario hasta la Iglesia de la Parroquia de Santa Catarina Mártir: en donde recibirán a nuestra Patrona el Exmo. señor vicepresidente de la República, el Exmo. Ayuntamiento, el Ilustre y Venerable Cabildo, el Venerable Clero, etc.; y desde este momento habrá repique general y salvas de artillería. Ordenada la Procesión por las calles muy bien adornadas y con cinco arcos triunfales a distancias proporcionadas, expresando cada uno por su orden las cinco Apariciones, se conducirá la Santa Imagen a la Catedral, etc.».

A esto de trasladar la Santa Imagen desde su Santuario a la ciudad se opuso el piadoso y sabio cura de la Santa Veracruz Dr. D. José María Aguirre; pero como los otros ocho insistían en traer en triunfo la Santa Imagen a la ciudad, se remitió la decisión a la Junta General que se celebró la tarde del 21 de noviembre. Asistieron ciento veintinueve de lo más granado de la capital; sobre el artículo segundo hubo animada discusión en pro y en contra; y convenido en que el artículo se votare, con votación nominal, resultó aprobado por ochenta y nueve votos contra cuarenta que persistieron en la negativa. Con eso y todo el Ministro de la Suprema Corte de Justicia Sr. D. Juan Nepomuceno Gómez Marín, propuso que era muy conveniente se suspendiera la sesión para examinar más detenidamente el negocio y se señaló el día 24 de noviembre para la final resolución.

Los que votaron en pro de la venida de la Virgen a la capital, a más del extraordinario y grandísimo realce que daría a la solemnidad centenaria la triunfal Procesión de la Soberana Patrona por las calles de la ciudad, dos razones alegaban que no carecían de peso:

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La primera fue que habían reparado las muchas veces que con grande solemnidad habían traído a esta ciudad la Imagen de Nuestra Señora de los Remedios; y deseaban que con igual, si no mayor lucimiento, se trajese la Santa Imagen de su Patrona Nacional. Pues, como lo dejó registrado con todos sus pormenores el Pbro. Cabrera (Escudo de Armas, Lib. II, Cap. 3, núms. 265-268), en menos de 160 años, veinte y seis veces se había traído a la ciudad la Imagen de Nuestra Señora de los Remedios, mientras hasta la fecha de 1831, a saber, en trescientos años una sola vez, en tiempo de la inundación de 1629, fue traída la Santa Imagen de Guadalupe; y poco en comparación de lo mucho que hubieran querido, pudieron hacer entonces los mexicanos. La segunda razón que mucho esforzó el Diputado Dr. y Maestro D. Joaquín Oteiza, fue que: «por algunos impíos se procuraba persuadir al público que la resistencia a que no venga la Santísima Virgen procedía de la no existencia del Milagro y que esto se dirigía por algunos Eclesiásticos para mantener al pueblo en el engaño; y que el ardor con que se había suscitado y dirigido la cuestión ponía a la Junta en la necesidad de adoptar esta medida más acepta a la Santísima Virgen». A la verdad, luego que los habitantes de la capital entendieron algo de las perversas insinuaciones que mencionó el diputado Oteiza contra la verdad o existencia del Milagro, para protestar contra tamaña impiedad «más de diez mil firmas se ofrecieron a la Comisión Proponente en apoyo de la venida de la Santísima Virgen», y más aún se hubieran ofrecido si la Comisión no hubiese manifestado que no había necesidad28.

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Las razones que de viva voz, y por escrito que se imprimió luego, expuso en contra el Dr. Aguirre, eran en práctica más poderosas de lo que a primera vista pudieran parecer. La principal y sobrada fue el temor muy fundado de que la Santa Imagen fuese expuesta a deterioro o destrucción: «Me horrorizo y estremezco sólo al imaginar lo que puede resultar de semejante translación... cada vez que reflexiono en que yo he tenido parte en la causa, motiva para que se trasladara Nuestra Señora de Guadalupe, inunda a mi alma la más profunda tristeza porque no quiero sobrevivir al deterioro que padezca ese portentoso simulacro».

Pasa después a confirmar su dictamen con la autoridad del arzobispo Vizarrón, el cual en la ocasión de la terrible peste de 1737, a la nobilísima ciudad que se había propuesto traer a la catedral la Santa Imagen respondió excitando la piedad del Ayuntamiento a proponer algún novenario en su Santuario de Guadalupe: como tenemos referido en el capítulo primero de este Segundo Libro. Y al ejemplo que alegaban de haberse traído la Santa Imagen en la inundación de 1629, respondía con razón: «Advierto que semejante translación fue de absoluta necesidad y no porque así plació a los mexicanos. La inundación urgía más en Guadalupe por donde venía el torrente de las aguas; y era preciso ocurrir a la conservación de Nuestra Arca... Convengo sin detenerme en que con la venida de esta Señora a México se excitaría la devoción, etc.; pero todo esto si se pone en una balanza con el detrimento aunque mínimo que indefectiblemente ha de padecer el simulacro, pesa nada en comparación de la total integridad que aun a costo de nuestras vidas debemos procurarle...».

Estas y otras razones que por brevedad omitimos, no dejaron de pesar en el ánimo de los de la ciudad; el justo miedo del piadoso y sabio Dr. Aguirre, se apoderó de muchos; y los Canónigos de la Colegiata, encargados de guardar tan precioso tesoro nacional, se opusieron a la translación, y manifestaron sus temores al Exmo. señor vicepresidente de la República, que lo era a la fecha el Gral. D. Anastasio Bustamante, por haber sido fusilado el 14 de   —252→   febrero del propio año de 1831, el segundo Presidente, Gral. D. Vicente Guerrero. Y los Capellanes del Santuario aseguraron «que aun cuando les dieran cincuenta mil pesos porque bajaran la Señora, lo renunciarían a trueque de no exponerla a su destrucción o a su menoscabo».

En vista de todo esto la Comisión Proponente retiró su Dictamen para reformarlo; y lo que más la movió a esta determinación, como se expresa en el Acta, fue: «que siendo más agradable a la misma Señora la conservación de la paz, de la confraternidad y del sacrificio de la propia opinión, que los cultos que se le pudieran rendir, trayendo la Imagen aparecida a la capital, la Comisión prefería lo primero. Y para que tuviera su cumplimiento el objeto de la reunión de la Junta, presentaba un nuevo Proyecto de solemnidad, sustituyéndose a la Imagen original la excelente copia, que donaron los Sres. Torres a la Santa Iglesia Catedral, para la función de Iglesia y Procesión que deberían ejecutarse en esta capital: sin perjuicio de la función solemne que con el mismo objeto de celebrar el aniversario de la milagrosa Aparición se haría en el Santuario de la Insigne Colegiata de Nuestra Señora de Guadalupe».

Reunida por tanto la Junta General en la sesión de 24 de noviembre, se leyó el nuevo proyecto de la Comisión permanente. Se levantó en contra el diputado Carlos M. Bustamante; y se esforzó en demostrar que: «hecha una proposición y aprobada por esta Junta, la Comisión no tiene derecho a variarla; de consiguiente, si en la sesión anterior por un gran número de votos quedó acordado que el Simulacro original de Guadalupe debía venir, este acuerdo debe llevarse adelante; así lo exige la voz y el clamor general de los mexicanos, que lo desean cordialmente, y yo no puedo dejar de representarlo...». La Junta no tuvo a bien aprobar esta solicitud, sino que persistiendo en la revocación de su primer Acuerdo, aprobó en general y en particular el nuevo proyecto de solemnidades presentido por la Comisión; y nombró una Junta menor que llevase a ejecución las providencias consultadas para celebrar dentro de México y en la Colegiata el Aniversario de la Aparición de Nuestra Señora de Guadalupe; y se dieron por terminadas las sesiones.

El programa de solemnidades aprobado por la Junta General en la sesión mencionada, fue como sigue:

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1.º Vítores solemnes de las Hermandades la tarde del día 25 de diciembre anunciarán la función que la Junta Guadalupana dedica al cumplimiento de los trescientos años de la portentosa Aparición de su Patrona la Santísima Virgen María de Guadalupe.

2.º El día 26, al amanecer, salva de artillería, cohetes que se repartirán en los barrios, y repique general, que se repetirá un cuarto de hora antes de las doce, al llamar para los Oficios Divinos de esta tarde y al concluirlos.

3.º En la misma tarde Vísperas solemnes y Maitines en la propia forma.

4.º Concurrirán a la Catedral para unos y otras y a la Tercia y Misa solemne del día siguiente todos los Vicarios de las Comunidades para el canto, llano y para el figurado todas las habilidades de instrumentos y de voz.

5.º El día 27 a las ocho y media de la mañana repique general llamando para la función: artillería, y descarga de un batallón a los tiempos acostumbrados. A las nueve solemnísima Tercia, enseguida el Te Deum con la misma solemnidad, la oración de acción de gracias y misa cantada por el Eclesiástico más digno; sermón sin limitación de tiempo a cargo del Dr. D. José María Torres Torija, elegido por la mayoría de la Junta Guadalupana. Acabarán los oficios de la misa con el Sanctus Deus.

6.º Por la tarde habrá Procesión por la carrera del Corpus con la misma solemnidad y acompañamiento que la de Nuestra Señora de los Remedios: llevándose en andas magníficamente adornadas la Imagen de Guadalupe que donaron a la Catedral los Sres. Torres; y en un hermoso Estandarte, que llevará el presidente del Exmo. Ayuntamiento, la Imagen que se conserva en la misma Santa Iglesia y perteneció según tradición al dichoso Juan Diego.

7.º A las ocho y media de la mañana y a las tres y media de la tarde concurrirá la Junta y convidados a las Casas Consistoriales; desde donde saldrá formada y presidida por el señor Gobernador del Distrito y Exmo. Ayuntamiento para asistir a la misa y Procesión.

8.º El día 28 habrá en la Colegiata una misa cantada con la solemnidad posible, a la que asistirá la Junta y convidadas, presididos del mismo modo y predicará el orador D. Rafael Olaguíbel, elegido por mayoría en la Junta Guadalupana.

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9.º Esa noche concluirá la función con magníficos fuegos artificiales en la Plaza Mayor de la Capital. Los tres días habrá iluminaciones y adorno de los balcones; y en el último día se iluminará igualmente la fachada y torres de la Catedral y demás templos.

10.º Se nombrarán Comisiones recaudadoras: de lo que se avisará por los periódicos. Concluidos y satisfechos todos los gastos de la función, el sobrante de las cantidades que se colecten se destinará a premiar las mejores piezas de Oratoria y Poesía que se presenten en loor de la Aparición de Nuestra Señora de Guadalupe, reglamentando la Junta el método que debe observarse en el certamen. Si aún quedare algún resto de lo colectado, se destinará para la conclusión del Retablo que se está construyendo en el Santuario a la misma portentosa Imagen.



Omitimos los pormenores de cómo se cumplieron las disposiciones tomadas para la celebración: aquí hay solamente que advertir, que en todas estas funciones y fiestas solemnísimas ninguna mención se hace del arzobispo de México, porque el Ilmo. D. Pedro José Fonte, que lo era a la sazón, desde el año de 1821 había salido de la capital, y vuelto después a España. La Santa Sede, informada de que el Ilmo. Fonte no tenía ninguna intención de volver a México, le obligó a renunciar: lo que cumplió en el Año de 1838 y al siguiente año murió en Madrid.




III

Un descubrimiento providencial, para comprobar cada día más el hecho de la Aparición, aconteció por este tiempo de que vamos hablando, y lo referiremos en breves palabras, remitiéndonos al Opúsculo que se imprimió para más noticias. El año de 1835 al tratar de renovar un altar del crucero de la Iglesia de San Francisco en México, los albañiles bajaron con mucho trabajo el cuadro que contenía una Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe. No podían los operarios darse cuenta de lo mucho que pesaba el cuadro, pero habiéndolo puesto en el suelo, vieron que el cuadro estaba todo   —255→   forrado de tablas ensambladas y con admiración y sorpresa leyeron en ellas la inscripción que decía así: «Tabla de la mesa del Ilmo. Sr. Zumárraga, en la que el dichoso neófito puso la tilma en que estaba estampada esta maravillosa Imagen». Informado de esto el Sr. Carlos María Bustamante, lo participó al Cabildo de la Metropolitana; y los canónigos juzgaron muy conveniente se abriese una Información Jurídica del hecho, nombrando en toda forma al mismo Sr. Bustamante y al Rdo. P. Fr. José Ortigosa, Provincial de la Orden Seráfica, como comisionados de la Mitra. Los dos, para mayor formalidad nombraron por tercero en esta diligencia al Lic. Luis M. Movellán que a la sazón era Diputado y Secretario del Congreso General. Llamaron también para el acto del reconocimiento a dos pintores y a un maestro de carpintería y al Escribano Nacional y Público D. Francisco Madariaga para redactar el Acta. Informado de todo esto el Cabildo de la Colegiata, nombró por asociados a dos canónigos; y para dar a éste mayor publicidad, la Comisión convidó también al Ilmo. Sr. obispo de Monterrey D. Fr. José de Jesús Belaunzarán que moraba en el mismo Convento.

El día 4 de mayo, la Comisión acompañada de dichos señores y de muchas personas del clero y de las Órdenes Religiosas y de no corto número de pueblo, se procedió al reconocimiento jurídico, previo el juramento que prestaron de proceder fielmente a la actuación de las diligencias. Y del examen resultó que el cuadro componíase de cinco tablas ensambladas y reunidas, asegurando el ensamble unas madejas de pita floja bien pegada con cola; y aunque de cedro la madera, no obstante la dureza e incorruptibilidad de ella, se encontraron dichas tablas bastantemente picadas y apolilladas; lo que denotaba la mucha antigüedad. Los circunstantes y con ellos el maestro de carpintería notaron a no dudarlo, que las tablas habían servido antes a alguna mesa; pues se ven y palpan las escopleaduras que tienen horizontalmente donde ajustaban a los bancos que las recibían; que la clavazón no es de fierro (herraje que antes escaseaba mucho), sino de madera o tarugos que todavía usan los indios carpinteros de Xochimilco en las toscas piezas que fabrican; que la Imagen está pintada en un lienzo de mirriña que, a juicio de los pintores; que la pintura parece ser de la escuela de Gaspar Chávez, uno de los primeros venidos a esta América, y   —256→   de cuya mano, según informó el facultativo José Arias, poseía algunos cuadros y perfiles.

Hiciéronse otras reflexiones por los de la Comisión y por otros que presenciaron el reconocimiento, después de haber examinado bien la pintura, las tablas y la inscripción. «La primera es la antigüedad de la Imagen, pues es tanta como lo indica el cedro picado en que se halla pintada. La segunda, el haberse perdido con el transcurso del tiempo la memoria de su origen: pues nadie sabía de ella, ni aun los religiosos más antiguos se acuerdan haber oído a sus mayores que esta Imagen hubiese tenido este origen: Ni hoy tampoco se supiere si la casualidad de haber desbaratado el antiguo retablo en que estaba colocada, no hubiese proporcionado la ocasión para reconocerla y examinar la inscripción que denota su origen. Por otra parte, ¿a quién pudo ocurrir la idea de mandarla pintar sobre cinco tablas ensambladas, sino por un motivo muy singular que hubiese para ello? La tercera fue que la inscripción, puesta al pie del cuadro, está escrita con caracteres que remedan los de imprenta usados a mediados del siglo XVI; y hubo quien creyó ver en dicha inscripción los mismos caracteres que en la escritura privada o particular de aquellos tiempos. Y lo que pone el sello a su autenticidad es lo que en ella se refiere: «Tabla de la mesa del Ilmo. Sr. Zumárraga». Efectivamente, aquellas son tablas de mesa, y mesa muy antigua, como ya se indicó.

Por todo lo cual la Comisión formó su juicio y lo redactó del modo siguiente:

La Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe que aparece pintada en cinco tablas ensambladas, en la Iglesia de San Francisco de México, tiene todas las probabilidades de haberlo sido en la mesa del Ilmo. Sr. obispo D. Juan de Zumárraga, en memoria de haberse colocado sobre ella la tilma en que se pintó el original de Guadalupe.



Para otros pormenores véase el Opúsculo del mismo Bustamante: Informe crítico-legal para el reconocimiento de la Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe en la Iglesia de San Francisco... México, 1835.