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No sería difícil demostrar que la Real Academia de la Historia fue sorprendida en la buena fe y en la confianza que tenía en la ciencia y veracidad del Cronista Real de las Indias, D. Juan Bautista Muñoz, de cuya Memoria leída en la Academia se originó principalmente el fallo dado acerca de la Aparición, como acabo de mencionar. Tengo para ello escrita una Disertación, de la cual pongo aquí algo de lo que se refiere a la parte histórica. Cuando en una Academia o Sociedad de Ciencias, de Historia, de Letras o de Bellas Artes se encuentra uno de los individuos que goza reputación de sabio y de muy entendido en ciertas materias, si acontece tratar de algún punto que a ellas se refiere, los demás individuos se remiten comúnmente a su dictamen, persuadidos como están de que es un juez competente en el caso puesto a discusión. Esto precisamente aconteció a la Real Academia de la Historia, cuando de buena fe tuvo por oro molido todo lo que J. B. Muñoz le expuso en la Memoria o Disertación.

Oigamos al panegirista de Muñoz, D. Justo Pastor Fustés, el cual en la Biblioteca Valenciana, Tomo II, págs. 191-202 escribió la Biografía del «Gran Valenciano» como él le llama, y me la remitió de España el P. Eugenio de Uriarte, S. J.

Desde Valencia, en cuya Universidad Muñoz recibió el grado de Doctor en Filosofía y Teología, la fama de su erudición y de sus profundos no menos que vastos conocimientos históricos, así se decía, había llenado toda España de tal suerte, que el rey Carlos III «en 1770 le nombró Cosmógrafo Mayor de las Indias. Por razón de este nombramiento trasladose Muñoz a Madrid, y mientras estaba ocupado en imprimir algunas obras, sea propias, sea traducidas, en 1779 el Rey le dio el encargo de escribir la Historia del Nuevo Mundo, mandando al mismo tiempo que se le franquearan los papeles y documentos necesarios de Archivos, Oficinas y Bibliotecas así del Público, como de Comunidades y particulares. Todos obedecieron gustosos esta real orden: pero la Academia de la Historia representó que hallándose distinguida con el empleo de Cronista Mayor de las Indias desde el año de 1753, no le era lícito mirar con indiferencia que se hubiese confiado su desempeño a una persona particular, que ni aun era del número de los individuos, encargándole con desaire suyo las más esenciales y preciosas funciones de su empleo. Y que debiendo estar en poder de la Academia como cronista, según la ley 3, título 12 de la Recopilación de Indias, toda especie de documentos pertenecientes a América, no sólo se le defraudaba de este derecho permitiendo que Muñoz conservase los manuscritos que había copiado de varios archivos, sino que se pretendía enriquecer la colección de éste con los mismos documentos de su archivo... La contestación fue que Su Majestad había resuelto continuase Muñoz la comisión que le estaba conferida de escribir la Historia General del Nuevo Mundo, que para su decoro la Academia le despachase el título de Académico que le ofrecía el Cuerpo, que como a tal le franqueasen los libros y papeles que necesitase. De resulta de esta orden Muñoz fue nombrado Académico supernumerario. Y después habiendo ascendido de Académico supernumerario a la clase de número, y sujetándose a los nuevos Estatutos de la Academia que obligaban a presentar un trabajo digno de insertarse en las Memorias, leyó en 1794 la que trata de las Apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe de México...».

(Págs. 196 y 200).                


Quiso, pues, Muñoz con la novedad del asunto meter ruido, mucho ruido, impugnando el hecho histórico de la Aparición de la Virgen a los mexicanos. La Disertación como más adelante se dirá, estaba escrita más bien con mucha astucia que habilidad: llena de falacias, de reticencias y de errores históricos; pero todo afirmado con tanta seguridad, por no decir descaro, que solamente el que tuviere un exacto conocimiento de la historia contemporánea a la Aparición pudiera descubrir la falsedad de cuanto Muñoz con mucho aplomo asentaba.

Por aquel tiempo la Real Academia de la Historia no había podido ocuparse en el estudio de los hechos pertenecientes a la fundación de la Iglesia en México, y en su buena fe tuvo por verdadero lo que el nuevo individuo de número falseando hechos y documentos le propuso.

Hizo en fin la Academia con la Memoria de Muñoz lo que hizo al siguiente año de 1795, cuando, «creyendo sencillamente de buena fe, como escribe el biógrafo citado, aprobó la ilustración a una inscripción liebres, remitida a la censura por orden del Rey». (Pág. 201).

Es de desear que la Real Academia de la Historia quite a los protestantes y a los católicos mal intencionados todo pretexto de abusar de su nombre y autoridad, como si afín en nuestros días fuese de parecer que la Aparición no es más que una fábula.

 

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Curiosa coincidencia de conformidad de pensamientos de Mier y de Muñoz; enemigos, los dos, de la Aparición, y entusiastas los dos en ensalzar y defender a los jansenistas, ¡nada menos! Este es el caso de repetir: Dios los cría y ellos se juntan. El P. Mier en el cap. VII de su Relación escribía: «El sabio Obispo de Pistoya Ricci que vi en Florencia hizo laicales todas las órdenes de su Obispado sin permitir hacer votos sino por un año». (Pág. 250). «El Concilio de Pistoya no fue más que ensayo, y en sus ciento diez y seis padres estaba la flor de Italia. Por eso Roma tembló e hizo tanto esfuerzo y albaraca para condenarlo; aunque su Bula condenatoria Auctorem fidei es la mejor defensa del Concilio». (Pág. 352). Así el P. Mier, el cual llegó aun a quejarse de que vuelto de Italia a España, le cogieron en Madrid su baúl en que «entre otras cosas, tenía una lámina que me habían regalado del Concilio». (Pág. 298). ¿Qué más? Alaba el P. Mier a la misma Masonería, la cual, según él, «es una sociedad de beneficencia universal y de fraternidad o amistad inviolable. Si yo hubiese sido masón no hubiera pasado tantas hambres y trabajos». (Págs. 259-260). ¡Pobre P. Mier!

 

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[«Tenemos, una» corregido de la fe de erratas del original (N. del E.)]

 

24

[«O evidencia» corregido de la fe de erratas del original (N. del E.)]

 

25

[«Eadusdemque» corregido de la fe de erratas del original (N. del E.)]

 

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Los religiosos de la Provincia mexicana de la Compañía de Jesús salieron de México para el destierro a fines de julio de 1767, y no llegaron a Italia sino a fines de septiembre de 1769, estableciéndose en las Legaciones de Bolonia y de Ferrara, repartidos en treinta y dos casas o residencias. Por los años de 1773 algunos padres mexicanos fueron a establecerse en Roma y a esto parece referirse el autor romano de los Apuntes.

 

27

[«Se» corregido de la fe de erratas del original (N. del E.)]

 

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Para refutar de una vez las temerarias insinuaciones, resabio de las dudas sembradas por el jansenista Muñoz contra la Aparición, salieron por aquellos días a luz, los opúsculos siguientes:

Manifiesto de la Junta Guadalupana a los mexicanos, y Disertación Histórico-crítica sobre la Aparición de Nuestra Señora en Tepeyac; escrita por el Lic. Carlos M. Bustamante, Diputado al Congreso de la Unión por el Estado de Oaxaca, México... 1831. Un opúsculo en 8.º menor de 42 páginas.

Voto del ciudadano D. José María Aguirre, cura de la Santa Veracruz de México, sobre el proyecto de solemnidad que ha presentado la Comisión nombrada por la Junta Guadalupana para promover y acordar los cultos que se han de tributar a Nuestra Señora de Guadalupe por el cumplimiento de tres siglos de su Maravillosa Aparición, México... 1831, un opúsculo en 8.º menor de 15 páginas; en la página 14 vuelve el sabio y piadoso cura a repetir que: «los ciudadanos no atribuirán mi modo de pensar ni a falta de amor a la Señora, ni a oposición que quiera hacer a sus solemnes cultos: cuando he sido uno de los primeros que los han promovido, ni a poco celo de confundir al impío a disminuir la devoción; sino que se persuadirán de que sólo anhelo a que no se exponga a deterioro una Imagen tan Portentosa, Patrona de este Continente y nuestra Madre tiernísima...».

 

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En el decurso del tiempo otros muchos altares, capillas y templos se han construido en honor de la Virgen de Guadalupe. Mencionamos aquí uno que otro, templo de época muy reciente.

En 1888, en Celaya, empezaron los devotos a construir otro templo a la Virgen de Guadalupe más suntuoso que el antiguo que allí hay.

En 1890, en la ciudad del Saltillo, el 12 de diciembre se bendijo solemnemente una devota y espaciosa Capilla construida en los arrabales de la ciudad sobre una pintoresca colina. Un antiguo y muy rico retablo dorado que perteneció a una capilla de la parroquia, quedó tan bien ajustado a la pared del altar mayor del nuevo Santuario, que la Imagen de Guadalupe colocada en el medio es de un efecto sorprendente.

El 12 de diciembre de 1891, a extramuros del antiguo Valle de San Francisco, hoy Villa de Reyes, Diócesis de San Luis Potosí, con mucha solemnidad y, grande concurso de fieles, el Obispo Diocesano bendijo el hermoso templo, en ya primera piedra cien años antes (1791) había sido colocada en este mismo día en honor de la Virgen de Guadalupe. Tiene el templo 45 varas de largo por 8 de ancho.

En 1894, el día 8 de mayo, fue solemnemente consagrada la nueva Catedral de Colima, dedicada a Nuestra Señora de Guadalupe.

Por el año, de 1894 en Tepatitlán, Arquidiócesis de Guadalajara, se acabó de construir un hermoso templo comenzado en 1879 en honor de la Virgen de Guadalupe. La arquitectura, tanto del exterior como del interior, pertenecen al orden toscano. Las torres están formadas de dos cuerpos sobre los cuales se eleva una pequeña cúpula coronada por una cruz. El pórtico es una obra atrevida por lo esbelto de sus cuatro columnas. La cúpula, que es hermosa, da paso a la luz por doce grandes ventanas. El altar mayor también es hermoso y sobre la parte superior del Tabernáculo destácase la bendita Imagen del Tepeyac encerrada en elegante marco dorado. En las pechinas están pintadas con notable belleza las cuatro Apariciones; y en la cúpula, en lugar dominante se encuentra la célebre inscripción Non fecit taliter omni nationi.

 

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Es de notar que el opúsculo mencionado fue «reimpreso en 1873» en Zacatecas, a lo que parece; pues no lleva el lugar de la impresión o reimpresión. Tal vez por ser un compendio, porque apenas si contiene treinta y tres páginas útiles en octavo menor, no reproduce la nota citada. El hecho, sin embargo referido en la Nota, que acabamos de copiar, parece indudable; y a ello se refiere el mismo D. Ignacio M. Altamirano, en sus Paisajes y Leyendas, Tradiciones y Costumbres de México, 1884, pág. 483.