Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice Siguiente



[Reducción de la sierra de Yamoriba] A la nueva cristiandad de los mayos, podemos añadir la reducción de los serranos de Yamoriba entre los xiximes. Habla así de esta espiritual conquista el padre Hernando Santarén, en carta al padre provincial: «En ésta, daré cuenta a V. R. de la pacificación y congregación de los serranos de Yamoriba, gente belicosa y cerril, que huían de la sujeción de los pueblos por sus homicidios e idolatrías, y a donde se refugiaban todos los malos cristianos que se nos huían de nuestros pueblos. Tres de ellos vinieron al aviso del capitán, que los envió a llamar con una cruz y bandera blanca. Dijeron que serían como trescientas almas, y que estaban divididos, queriendo unos la paz y otros no. El capitán envió a decir que todos los que querían paz se juntasen en el lugar más cómodo, que él iría a verlos y a acabar con todos los que querían guerra. Amedrentados con esta embajada, enviaron cinco indios, y entre ellos al principal, diciendo que todos querían paz, que fuésemos allá. Partimos con dos de ellos de Guapijupe a 10 de diciembre por un camino que habían abierto los de Bacapa muy trabajoso. Aquí estaban como ciento y veinte personas, que ni por bien ni por mal habían podido reducirse, parte por su fiereza y parte por la comodidad del río y tierras muy fértiles que allí tenían. Allí asentamos un pueblo, a quien pusimos Santiago, y nos partimos a Yamoriba: caminamos cuatro leguas de mal camino cuesta arriba, donde nos rodaron dos bestias más de cien estados. De aquí caminamos al Sur otras cuatro leguas de buen camino, y cañadas apacibles, y dos más adelante, siendo peña tajada, y no habiendo camino por donde pasasen las bestias, fue necesario que el capitán tomase la vanguardia, y venciese las dificultades, que no eran pocas, porque todo daba sospecha de alguna celada, y aquella noche había dicho la guía, que los más habían de salir al camino, y con esto los indios amigos andaban turbados y temerosos, y a mí se me llegó uno de ellos, y me dijo: padre, vuélvete, que te han de cortar la cabeza; pero el Señor mudó el   —73→   corazón de los rebeldes, de suerte, que a la tarde llegamos a Yamoriba, que cae en una ladera muy apacible, y cielo muy sereno, entre pinos y encinas, que parecía un paraíso. Hallamos hechas ramadas, y toda la gente puesta de rodillas ante una cruz. Todas las antiguas amenazas se convirtieron en pedir paz, amistad, Iglesia, padres, bautismo y que no los sacásemos de allí por ser aquellas tierras muy fértiles y el río tan caudaloso, con tantas vegas y sacas de agua, como veíamos. Yo levanté una cruz en una de las enramadas, dije misa, y puse por nombre al pueblo Santa Cruz de la Sierra. El tiempo que aquí estuvimos, mandamos llamar a los de Humaye, que vinieron veinte viejos y dieron la obediencia. Más adelante al Sur en otro río, que llaman de Mazatlan, están los de Alixame. Vino el principal de ellos pidiendo que les fuesen a bautizar. Serán como cuatrocientas personas. Despachó también el capitán dos indios que tenían entrada en el pueblo de los inas, para que diesen la paz y fuesen nuestros amigos, y no matasen a los que están bajo de la obediencia del rey nuestro señor».

[Primera casa de Loreto. 1615] Hasta aquí el fervoroso padre Hernando de Santarén, que incesantemente añadía nuevas naciones al rebaño de Jesucristo. En las ciudades con la apostólica red de la predicación y ministerios, se ganaban también muchas almas. A fines del año siguiente se manifestó bien cuán poderoso medio es la devoción de la Santísima Madre de Dios para animar el fervor del pueblo cristiano, y conquistar a su Majestad muchos corazones rebeldes. Aunque había ya en México muchos célebres santuarios dedicados a la Virgen Madre, y aunque las más de las congregaciones, erigidas en nuestros colegios, estaban singularmente consagradas a su culto, sin embargo, parecía faltar a un no sé qué particular atractivo a la piedad, y no haber la Compañía cumplido perfectamente a sus obligaciones en esta parte, mientras no tenía en su iglesia alguna capilla a semejanza de la celestial recámara de Nazaret, que con milagrosa transmigración se venera en Loreto. Es constante a cuantos han saludado la historia de nuestra religión, la singular benevolencia con que quiso la Reina de los Ángeles, que tuviese casa la Compañía en aquella su favorecida ciudad, y que aun entrasen a la parte del cuidado y culto de aquel devotísimo santuario. En la América no había aun capilla alguna de Loreto, disponiendo así la Providencia que aquella casa peregrina se hiciese propia de la Compañía en estos reinos, en que le hubiesen de consagrar tantos   —74→   altares, cuantos son los que a semejanza de aquel augusto original se han erigido después en México, Tepotzotlán, Guadalajara y otros varios colegios. Dedicose esta primera capilla en nuestra casa profesa el día 8 de setiembre de 1615. Costó su fábrica y primitivo adorno 6000 pesos, a que se añadieron después muchas joyas y donativos preciosos, con que en memoria de los beneficios recibidos la enriquecieron algunos devotos. Se le dotaron dos coros de música, uno para las tardes de aquellos días en que la Iglesia celebra los principales misterios de la Virgen Santísima, y otro para la salve y letanías que se cantaban después de la plática y devotos ejercicios de la congregación del Salvador, que por medio de este poderoso atractivo recibió considerables aumentos.

[Muerte del padre Bernardino Acosta] Pocos meses antes había llevado para sí nuestro Señor de aquella misma casa al padre Bernardino de Acosta, uno de los más antiguos sujetos que tenía la universal Compañía, y que alcanzó tres años el gobierno de su santo fundador. El amor a nuestra religión fue hereditario en su familia. Cinco hermanos que fueron, entraron todos en la Compañía y la honraron con sus grandes talentos y religiosas virtudes. Los padres Gaspar, Diego y José de Acosta, fueron bien conocidos en la Europa: al hermano Cristóbal de Acosta la muerte que le sobrecogió antes de ordenarse de sacerdote, no le dio lugar a dejar tanto nombre. Su padre, después de una fortuna muy lisonjera y próspera, vino a caer en suma pobreza, que toleró con cristiana conformidad, y se retiró a uno de nuestros colegios, donde sirviendo como el más humilde coadjutor, acabó tranquilamente sus días. El padre Bernardino, fue hombre de grande sinceridad que supo conciliar con una extremada prudencia. Gobernó en el colegio de Logroño, en la Europa, y los de Guadalajara, Oaxaca y casa profesa en la América, constante siempre en sus religiosas distribuciones, muy dado a la oración y trato con Dios. Nadie oyó jamás de sus labios la más leve murmuración. En la última enfermedad que le duró cincuenta días, dejó admirables ejemplos de paciencia. Tuvo siempre a su cabecera el libro de las reglas de la Compañía, que tan cuidadosamente había siempre observado, y de que pasó a gozar el premio el día 29 de mayo.

[Muerte de otros dos] A poco intervalo le siguieron en el colegio máximo los padres Diego López de Mesa y Bernardino de Albornoz. El primero, fue uno de los fundadores que vieron en la primera misión del padre Pedro Sánchez. Después de haber gobernado los colegios de la Puebla,   —75→   Pátzcuaro, Valladolid y la casa profesa, y ejercido con grande satisfacción los empleos de secretario y consultor de la provincia, cayó en una especie de frenesí, año y medio antes de su muerte. Aun en esta situación tan lastimosa no dejaba de edificar a los de casa con la circunspección de sus palabras, con su constante paciencia, y con un tan nimio cuidado de la pureza de su conciencia, que se confesaba dos y tres veces cada día. Vuelto a su entero juicio pocos días antes de morir se previno con actos fervorosísimos para pasar de esta vida a los 30 de octubre. De la victoriosa vocación del padre Bernardino de Albornoz, uno de los primeros que se recibieron en esta provincia, hemos hablado ya en el primer libro de esta historia. Aquí solo añadiremos, que todo el resto de su vida religiosa fue muy conforme a la piedad y al desengaño conque se ofreció al Señor. Amaba tiernamente a la Compañía, y lo mostraba bien en la escrupulosa observancia de las más menudas reglas. Se dedicó luego que fue sacerdote a los ministerios de indios, en que pudo trabajar poco, probándolo Dios con 32 años de continuas y molestas enfermedades, que toleró con heroica paciencia, hasta el día 25 de julio en que pasó al descanso. En el colegio de Oaxaca faltó también el hermano Juan Bautista Aldricio. Fue recibido en la Compañía en Roma por el padre Diego Laines, segundo general; sujeto de rara humildad, que le hizo pedir con tantas lágrimas y sinceridad el humilde estado de coadjutor, que hubieron de condescender los superiores, aunque había sido admitido para sacerdote, y era dotado de una singular viveza de ingenio. Todo el tiempo que no le ocupaba el oficio de Marta, lo daba al de María, en continua y fervorosa oración ante el Santísimo Sacramento. Decíase que su aposento era el coro en que asistía aun desde buen rato antes de levantarse la comunidad. A la oración juntaba el ayuno, la disciplina por lo comen tres veces al día, y el silencio ordinario. Su devoción para con su santo padre Ignacio le hacía decir muchas veces que no deseaba vida sino para verlo canonizado, y habiéndole afirmado por noticias que se tenían de Roma, que probablemente se canonizaría aquel mismo año, dijo con grande júbilo a voces: «Nunc dimitis servum tuim Domine, y pocos días después, el 7 de octubre, recibidos los Santos Sacramentos, descansó en paz.

[Caso raro en Tepotzotlán] A las antecedentes muertes de nuestros padres y hermanos, añadiremos una de muy singulares circunstancias de un noble y piadoso caballero. Adoleció éste de un mortal tabardillo en un pueblo muy cercano   —76→   al colegio de Tepotzotlán. Su antiguo afecto para con la Compañía y devoción a San Ignacio, le hizo llamar luego a uno de los padres, con quien se confesó. Corriendo los términos de su enfermedad, vino a caer en un delirio, con ademanes, fatigas y extremos, bien diferentes de todos los síntomas, que acompañan por lo común a este género de fiebres. Dos padres que acudieron llamados, le dijeron algunos Evangelios, y le aplicaron reliquias e imágenes, singularmente la de nuestro padre San Ignacio. El enfermo en esta ocasión con señas y algunas palabras cortadas, dio a entender que los tormentos que padecía eran otros, no causados del accidente. Los padres, obligados a volver al colegio, dejaron muy encargado a los circunstantes les avisasen del éxito, prometiendo encomendarlo fervorosamente al Señor. A pocos días recibió el confesor un papel de otro caballero, íntimo amigo y compañero del enfermo, que pondremos aquí a la letra: «Mi padre: ayer lunes a las ocho de la mañana fue Dios servido de llevar para sí a nuestro enfermo. Murió como un santo, porque aquel accidente que tenía el jueves, se le quitó a las dos de la madrugada el viernes, y quedó con todo su juicio, y delante de muchas personas me dijo que le había un demonio atormentado dos siglos; que había visto el infierno, y en él algunas personas conocidas; que la Madre de Dios del Carmen, y el santo padre Ignacio le habían sido intercesores por medio de las oraciones de dos religiosos de esa santa Casa. Esto, y otras cosas me habló con muchas lágrimas, rogó a todos no ofendiesen a Dios por lo mucho que le había costado una alma, pidió a todos perdón de todos los enojos que les hubiese dado muy de corazón, y el sábado en la noche desde las diez hasta el día siguiente a las ocho de la mañana, estuvo abrazado con un santo Cristo, llorando y pidiéndole misericordia, sin ser posible dejarlo de las manos en todo el tiempo dicho, y estaba tan en sí, que diciendo una persona que le ayudaba un Salmo de David, erró en cierta parte, y él dijo: No ha de decir así sino así». Hasta aquí el dicho papel, que a los sujetos piadosos podrá dar materia a muchas y muy importantes reflexiones.

[Misiones en varios colegios] En los demás colegios florecían con tranquilidad y fervor los ministerios. De Puebla se hizo una utilísima misión a las minas de Tlalpujahua, en que trabajó gloriosamente el padre Luis de Covarrubias. Los padres Juan Ferro y Ambrosio de los Ríos, según su costumbre, corrían santificando los diversos partidos de Michoacán. De Zacatetas se enviaron también misioneros al real de Minas de los Ramos.   —77→   El mismo celo, las mismas prácticas de piedad, el mismo provecho en todas partes. Se conocerá mejor por dos retazos de carta de un real ministro de Guadalajara, y de un ilustrísimo obispo de Michoacán. El oidor de Guadalajara escribe así al padre provincial: «Los padres de este colegio tienen salud, notable y continuo cuidado y trabajo en provecho de las almas, y no ha lucido poco en este Jubileo de las cuarenta horas, que se han pasado con no pequeño gusto y recreación de espíritu, y tienen tanto de él estos padres, que en todos tiempos y ocasiones nos lo comunican a manos llenas. Muchas veces me pongo a considerar la misericordia que hace el Señor a esta república, teniendo en ella este santo colegio y pedazo de cielo poblado siempre de tantos y tan buenos sujetos, y los que están al presente sin ninguna exageración, prudentes, cuerdos y de mucho consejo, de grandes talentos y santo celo». El ilustrísimo señor don Baltazar de Covarrubias, dando al padre provincial las gracias de lo mucho que en favor de sus ovejas trabajaban los padres de aquel colegio, dice así: «Hanme pareci[do] bien los sermones, que han sido de mucha doctrina y aceptación del pueblo, singularmente los del padre Juan Dávalos, y con mucho afecto, sentimiento y espíritu. El padre rector está muy bueno, que por su virtud y buenas prendas merece toda veneración y respeto, cuyo voto y parecer estimo por sus grandes letras».

[Arribo a Sinaloa del capitán Iturbi] Por un modo muy distinto e incomparablemente más eficaz fue el Señor servido de dar a conocer al mundo todos los trabajos e incomodidades de los misioneros, y la grande utilidad de sus apostólicas tareas en lo espiritual y temporal en las provincias de Sinaloa. Acaso a principios del verano, con licencia y merced que había alcanzado del rey Felipe III don Tomás de Cardona, vecino de Sevilla, para la pesca de las perlas en el mar de California, se habían armado dos navíos a cargo del capitán don Juan de Iturbi. A la entrada del golfo se halló acometido de los corsarios, que llamaron Pishilingues, e infestaban entonces aquellos mares. Apresaron el uno de sus navíos. El capitán Iturbe con el otro, entró por el seno California, hasta la altura de 30 grados. La falta de bastimentos le hizo volver al Sur la proa, en busca de algún puerto. Los indios pescadores dieron noticia al padre Andrés Pérez, que habían visto una casa grande nadando sobre la agua. El padre, previendo lo que era, había ya escrito un papel que despacharles con un indio gran nadador, si llegaban a arrimarse mucho a la costa. Mientras se preparaba esta embajada, dos   —78→   marineros enviados por el capitán español en un esquife, siguiendo las huellas de los pescadores, maltratados de la hambre y de la sed, y acompañados de un gran número de indios, que los seguían de tropel, se entraron por las puertas de su pobre choza. El padre las recibió con mucha caridad, e informado de las necesidades del capitán y de su gente, pasó a bordo llevando todo cuanto pudo juntar de provisiones en aquel miserable país. Informó al capitán de la vecindad de la villa de Sinaloa, a la embocadura, de cuyo río podía seguramente dar fondo, y pedir todo lo necesario al capitán Diego Martínez de Hurdaide. Partió Iturbe muy agradecido a la caridad del misionero, y edificado de su trabajosa vida. Arribando al río de Sinaloa, experimentó la misma benevolencia y liberalidad en los demás sujetos de aquel partido. Entre tanto, noticioso el marqués de Guadalcázar, virrey de Nueva-España, del corso que en aquellos mares habían los Pichilingues mandó orden al capitán Iturbi para que recibiendo a su bordo a Bartolomé Suárez, con algunos soldados del presidio de San Andrés, que comandaba en Topía, saliese a encontrar la nao de Filipinas, y lo advirtiese tomar diferente rumbo y puerto que el de Acapulco, para no caer en manos de los piratas. Se obedecieron las órdenes de Su Excelencia aunque no tuvieron efecto. Iturbi no pudo encontrar el barco de Filipinas, que sin alguna adversidad había ya surgido en Acapulco. Dio la vuelta a Sinaloa, en que fabricó una barca chata para sondear la costa, y seguir su designio en la pesca de las perlas, de que llevó a México considerable porción, aunque las más dañadas, porque los indios para aprovechar los hostiones, ponían al fuego las conchas. [Gran perla] De Gran las que logró sin daño, hubo una de tanto valor, que de quinto pagó al rey novecientos pesos. La aventura de Iturbi sirvió no poco para confirmar en la fe a los neófitos ahomes, que volviendo a su país decían llenos de admiración a los ministros: «ahora creemos que es verdad lo que nos decís de que por nuestro bien habéis venido de vuestras tierras, pasando la mar en grandes casas de palo. Nuestros ojos lo han visto, y no lo podemos dudar».

[Sucesos de los chicoratos y primera entrada a los nebomes] Mientras que estos fervorosos cristianos de los más indiferentes sucesos sacaban tan provechosas consecuencias los rebeldes de Chicorato y Cahuameto no cedían a las más vivas exhortaciones de sus ministros. Los padres Juan Calvo y Pedro de Velasco habían trabajado inútilmente en reducirlos. Resolvieron últimamente llamar en su socorro al padre Hernando de Santarén, que antes había doctrinado a los   —79→   bacapas, y a quien todas las naciones vecinas conservaban grande veneración. A los ruegos, razones y dádivas del padre parecieron rendirse prontamente, y algunas se rindieron en efecto; los demás, vuelto el padre a su misión de los xiximes, volvieron a su obstinación, que no cesó del todo sino con la violencia del castigo y fuerza de las armas con que entró a sujetarlos el valeroso Hurdaide. Gran parte habían tenido en la terquedad de estos fugitivos algunos malvados tepehuanes que se habían avecindado entre ellos, y que para decirlo así, fueron la levadura de aquella conspiración general que dentro de poco veremos prorrumpir con estruendo, y con mucha gloria de nuestra provincia. Estas amarguras se templaron por otra parte con la nueva conquista de los nebomes, que en número de trescientos cincuenta vinieron a Bamoa a pedir el bautismo. Bamoa era un pueblo a la ribera austral del río de la Villa, fabricado muchos años antes por indios de esta misma nación, que hasta este lugar vinieron haciendo escolta a Cabeza de Baca y sus compañeros, cuya aventura dejamos escrita en otra parte. Tan antigua era en estos indios la amistad con los españoles que después habían siempre cuidadosamente cultivado. El padre Diego de Guzmán, ministro de aquel pueblo, los recibió con increíble consuelo; se les repartieron tierras y catorce fanegas de maíz para sus siembras. Se quedaban esperando otros muchos de esta misma gente.

[Ministerios de la profesa y otros colegios] A principios del año siguiente se repartieron de nuestra casa profesa diferentes sujetos a misiones por el arzobispado. En Sultepec, en la profesa y otros colegios. Tasco, en Pachuca, en San Juan del Río, tuvieron copiosísima mies en que ejercitar su celo, no solo en las obras de espiritual misericordia, sino aun en la corporal por un ramo de peste que hacía no pequeño estrago en los pueblos de los indios. Harto sentimos no podernos detener con la relación de los particulares frutos de estas fervorosas expediciones de que están llenas nuestras anuas, porque no crezca a inmensos volúmenes esta historia. Al mismo tiempo que éstos santificaban los pueblos de la diócesis de México, treinta compañeros, bajo la conducta del padre Nicolás Arnaya, navegaban el océano. Salieron de Cádiz en un solo navío, poca esfera para el celo de tantos operarios. La Providencia dispuso que haciendo mucha agua la nao, hubiesen de repartirse entre los demás barcos que componían la flota. Aunque en todos los navíos ejercitaron con grande utilidad todos sus ministerios, y edificaron mucho con los ejemplos de su vida religiosa, fue más notable el provecho del barco llamado la Beatriz por un especial   —80→   suceso con que el cielo se declaró en su favor. [Nueva misión de Europa] Pasaban por orden del general ocho padres a este navío; pero hubieron de pasar por la mortificación de que ni el capitán, ni el piloto y pasajeros querían recibirlos a su bordo, con el pretexto de la estrechez del buque. Los padres representaron humildemente que ellos se alojarían muy gustosos con los grumetes y gentes de mar, y en nada perjudicarían a los pasajeros. En fuerza de esta modesta representación se rindió, y la mayor parte de los misioneros entraron en el barco. Solo el piloto se obstinaba en negarles el pasaje, vomitando votos y blasfemias que escandalizaban aun a gente no muy desacostumbrada a este lenguaje. No blasfemó aquel impío impunemente largo tiempo. Al instante que los padres todos subieron al navío, una repentina apoplejía sobrecogió a aquel miserable y dentro de cuatro días lo acabó, sin haber dado la menor señal de penitencia, ni aun de sentido, a pesar de las más exquisitas diligencias y de la continua asistencia, que con este oficio de caridad le pagaron lo mucho que los había ultrajado. A los 11 de setiembre tomaron puerto en San Juan de Ulúa, y el padre Nicolás de Arnaya luego que llegó a México tomó sobre sí el gobierno de la provincia. Poco después de su llegada se fundó en la casa profesa una congregación o hermandad con el título de Purísima Concepción, para solo sacerdotes. [Congregación de la Concepción] Ochenta piadosos eclesiásticos dieron desde luego su nombre, y celebraron su primera función el día 8 de diciembre. El ilustrísimo señor don Juan de la Serna, que estaba fuera de México en la visita de su diócesis, escribió a la venerable congregación en estos términos: «De la fundación de la santa congregación he recibido mucho consuelo, y con él he concebido firmes esperanzas de que ha de ser servido mucho nuestro Señor con tan santa institución, y que en la reformación del clero y estado eclesiástico han de ser grandes los fervores que Dios hará a esa santa congregación, para cuyo acrecentamiento acudiré con la afición y gusto que el tiempo mostrará». En efecto, venido a México su ilustrísima, asistía las más de las semanas a los ejercicios de la congregación, y logró con su autoridad un gran lustre.

[Misión a Granada] Del colegio de Guatemala se emprendió este año una utilísima misión a instancias del conde de la Gomera, presidente de aquella real audiencia, a las provincias de Nicaragua que eran también de su jurisdicción. El camino es más de ciento y veinte leguas, que emprendió gustosísimo el padre Pedro de Contreras, sujeto de grandes talentos   —81→   y nacido, digámoslo así, para esta especie de ministerios. El presidente había dado anticipado aviso de su marcha a la ciudad de Granada, que lo esperaba con impaciencia. El ilustrísimo señor don Pedro de Villa Real, obispo de aquella diócesis, le hospedó en un pueblo vecino a la capital y lo detuvo tres días tratando asuntos pertenecientes al bien de sus ovejas. Manifestó un grande y muy antiguo deseo de que fundase en aquel país, y no se quedó en solas palabras como después veremos. Avisando a su iglesia de la llegada del padre, mandó prontamente orden de que predicase en su catedral todos los sermones de la próxima cuaresma, y no satisfecho con demostraciones de tanto aprecio, instó grandemente al misionero a que pasase a hospedarse en su mismo palacio. Este honor no pudo admitir el padre, que según la loable costumbre de nuestros mayores, no quiso más alojamiento que el hospital. Lo primero aceptó con gusto predicando en la catedral todos los domingos y viernes de cuaresma, y cuatro días de la semana santa, con tan extraordinario gusto, concurso, conmoción y docilidad del pueblo a sus santos consejos, cuanta era la aceptación con que lo habían recibido. Detuvieron al padre aun muchos días después de la cuaresma, haciéndole una piadosa violencia para que no dejase la ciudad en que tanto fruto había hecho, y podría hacer mucho más con el tiempo. Sin embargo, siéndole forzoso obedecer, hubieron de dejarlo salir no sin grande dolor, aunque con la esperanza de volver al año siguiente, para el cual esperaban poder dar asiento a la fundación de un colegio. Lo que no pudo conseguirse por entonces en la ciudad de Granada, se logró felizmente en Zacatecas por la liberalidad del maestre de campo don Vicente Saldívar y Mendoza, caballero del orden de Santiago, pacificador y capitán general que había sido de aquella provincia, y uno de sus primeros pobladores. Era muy antiguo en este noble y piadoso caballero el afecto a la Compañía de Jesús y el deseo de fundar un colegio en aquella ciudad. Lo acabó de resolver el ejemplo de su nobilísima esposa doña Ana de Vañuelas, que poco antes había dejado en su testamento el quinto de sus bienes para la fundación de este colegio. Siguiendo el maestre de campo un tan piadoso ejemplo añadió al dicho legado otras cantidades hasta la suma de veintisiete mil cuatrocientos y un pesos, los ocho mil para la fábrica de la iglesia y el resto para fondos de que se sustentase la religiosa comunidad, y que se emplearon por su dirección en las haciendas de Sieneguilla. Contribuya fuera de eso para otras muchas obras   —82→   para adorno de la iglesia, en torre, retablos y algunas otras alhajas para el servicio de los altares.

[Principios de la sublevación de los tepehuanes] Dejamos muchos otros menores sucesos aunque de grande edificación para referir el más notable de este alto, y en que será preciso tocar ligeramente cosas que por sí mismas merecían una particular historia. Las misiones de los tepehuanes habían gozado hasta allí de una profunda paz. En los pueblos del Zape, de Santa Catarina y Papátzquiaro con la religión había entrado la policía y cultivo en los trajes en las casas y gobierno de las familias. Entre ellos y los españoles de los reales y haciendas vecinas, florecía un trato y comercio muy franco y provechoso. No se les oía quejar de la violencia o mal trato de los mineros: habían levantado bellas iglesias, a que concurrían a la doctrina, misa y procesiones. Por otra parte, concluida la paz entre los conchos y el cacique Tucumudagui no tenían los padres motivo alguno de sobresalto. Sin embargo, no se había aun extinguido enteramente la mala raza de los hechiceros. Algunos de éstos, perseguido de la justicia y de los padres, se habían refugiado a otros pueblos de gentiles y entre los alzados cahuametos. Desde fin del año antecedente, asistiendo un indio lagunero a un baile de tepehuanes, uno de éstos de mucha autoridad y canas, le dio un arco muy fuerte y adornado, diciéndole que era de un gran señor que se había aparecido en diversas formas, y que vendría del Oriente a dar muerte a todos los padres españoles. Otro levantó un ídolo en el pueblo de Tenerapa que decía venía a librar a su nación de aquella nueva ley que habían introducido los padres, y cerrar para siempre el paso a los extranjeros. Traían el ejemplo de dos indios y una india, llamados Lucas, Sebastián y Justina, a quienes por no querer apartarse de sus errores había tragado vivos la tierra. Aparecía en diversas edades, unas veces resplandeciente con arco y flechas en las manos, y en fuerza de sus encantos se decía haber aparecido un muerto sobre el mismo sepulcro, y dicho a los presentes que breve volvería su dios a aquella tierra, y él resucitaría y se casaría de nuevo. En medio de estas sediciosas conversaciones se comenzó a formar una horrible conspiración que guardaron con un tenacísimo silencio. Es verdad que los padres habían conocido en ellos mucha tibieza en los ejercicios de piedad, y una cierta aversión y despego hacia sus personas, que no pudo menos de notar el padre Andrés Pérez en pocos días que estuvo en Papátzquiaro de paso para México.

  —83→  

[Hostilidades en Santa Catarina y Atotonilco y muerte del padre Hernando de Tobar] Los conjurados determinaron quitarse la máscara y caer sobre los padres y españoles el día 21 de noviembre, dedicado a la Presentación de la Virgen Santísima, para el que se preparaba una gran fiesta en la iglesia del Zape en la colocación de una bellísima estatua, que poco antes se había traído de México. La ocasión no podía ser más oportuna; sin embargo, la codicia de una arria cargada de ropas que habían visto entrar en Santa Catarina, les hizo apresurar el rompimiento en este pueblo, a quien siguieron luego los demás de la nación. En efecto, miércoles por la mañana, 16 de noviembre, comenzaron las hostilidades con el robo de las mercadurías y muerte del padre Hernando de Tobar. Este fervoroso jesuita había llegado allí de Culiacán el día antes. Los indios le recibieron con una traidora benignidad, y a la mañana, cuando ya se había puesto en marcha para seguir su viaje, le salieron al camino. Hicieron presa en él extendiendo su cólera a todos los predicadores del Evangelio, aun los que no habían sido sus ministros. Éste que es Santo, (decían todos blasfemando) veremos si lo resucita su Dios o lo libra de nuestras manos. ¿Qué piensan éstos que no hay sino enseñar Padre nuestro que estas en los cielos, y Dios te salve María? A estas razones el celoso sacerdote no pudo menos que volver por la honra de Dios, y reprenderles su apostasía. La respuesta fue una lanzada en el pecho con que murió dentro de poco, invocando con grande afecto al Señor por quien moría. Un indio mexicano llamado Juan Francisco, a quien tenían preso los tepehuanes, fue testigo de su muerte, y libre depuso lo dicho con juramento en Guadiana. Alonso Crespo, español que acompañaba al padre, dejando la recua que conducía, se acogió a la estancia de Atotonilco, donde halló congregados algunos españoles, y al padre fray Pedro Gutiérrez, religioso de San Francisco, resistieron éstos algún tiempo a la multitud de indios que vino luego a cercarlos. El religioso, que salió a persuadirlos con un crucifijo en las manos, tuvo por recompensa de su caridad una preciosa muerte atravesado de una flecha en el estómago. De los demás solo escaparon Lucas Benites, escondido en una chimenea, y Cristóbal Martínez de Hurdaide, hijo del capitán de Sinaloa, a quien preservó un indio, agradecido de los buenos servicios de su padre.

[En Guatimapé y Papátzquiaro, y muerte de otros dos padres] Mientras esto pasaba en Atotonilco, una cuadrilla de tepehuanes en el pueblo de Guatimapé acometió a treinta españoles que se habían hecho fuertes en una casa. Estaban ya a punto de rendirse y experimentar   —84→   toda la inhumanidad de aquellos bárbaros, cuando acaso una manada de caballos que pacía en la campiña, espantada corrió hacia aquel lugar. Los sitiadores, creyendo que fuese alguna partida de españoles, huyeron a gran prisa, y los sitiados escaparon tomando luego el camino de Guadiana, llevando a aquella ciudad la desolación y el espanto. En Papátzquiaro el pueblo principal de la nación, con la noticia que se había tenido por la muerte de tres indios fieles y de unos misteriosos embozados, había dado orden el teniente que se recogiesen todos a la iglesia. El mismo día que en Santa Catarina dieron muerte al padre Hernando de Tobar, entraron en Santiago doscientos indios bien armados, y después de cometidas en una ermita vecina, en las casas y en las cruces y cosas santas que hallaban, las acciones más indignas, pusieron cerco a la iglesia en que estaban también los dos padres Diego de Orozco y Bernardo de Cisneros. Los sitiados resistieron dos días apagando el fuego que diversas ocasiones prendieron a las puertas, defendiéndose de las flechas y matando también algunos tepehuanes. Éstos, temiendo que a los españoles viniese socorro de Guadiana, donde sabían haber enviado ya aviso, lograron con la astucia lo que acaso no habrían con la fuerza conseguido tan presto. Mandaron decir a los sitiados que se apiadaban de ellos, y que los dejarían salir con vida como dejasen las armas. Éstos, por medio de otro indio, respondieron que no querían sino salir de allí, que les dejarían sus casas, tierras y ganados, y solo marcharían con sus familias a Guadiana. Aceptaron gustosamente los pérfidos tepehuanes. Los españoles formando como una devota procesión comenzaron a salir de la iglesia. Los enemigos que los cercaban por uno y otro lado, reprimieron su furor por algunos pocos instantes para que acabasen todos de salir. Cerraba la procesión el padre Bernardo de Cisneros, llevando en sus manos el Santísimo Sacramento, que o por mayor consuelo de los fieles, o por la confianza que tenían en el socorro de Guadiana, o por inadvertencia en un caso tan repentino, había dejado de consumir. Acción que ni podemos disculpar enteramente ni querríamos condenar del todo. Llegando el padre con el Divinísimo a la mitad del cementerio, y pareciéndole que en aquel lucido intervalo de su furor darían oídos a sus exhortaciones y prudentes consejos, comenzó a persuadirles se sosegasen. En este mismo instante, como si las palabras de su celoso pastor fueran señal de acometer, con una furia infernal cargaron sobre aquella tropa inocente. Hombres, mujeres y niños, sin   —85→   distinción de edad ni sexo, todo cedía a su furor. Con lanzas de palo del Brasil, con flechas, con macanas, y con espadas y hachas que habían tomado a los españoles, mataban, destrozaban y arrastraban sin resistencia alguna. Al padre Diego de Orozco atravesaron con una lanza y acabaron con un golpe de macana. Al padre Cisneros arrebataron de las manos el santísimo cuerpo del Señor, y no parece que lo dejaron con vida algunos instantes, sino para que tuviese que sentir los ultrajes que hacían a su adorable Redentor. Arrojaron al suelo las hostias, pisáronlas y burláronse de ellas con el mayor escarnio. Luego asiendo del padre entre ocho indios lo levantaron en alto mientras que otro de parte a parte le atravesó por junto al hombro con una flecha. En este estado, repitiendo el padre solo estas palabras: Haced, hijos míos, de mí lo que quisiereis, y diciendo ellos con escarnio, Dominus vobiscum y otras palabras de la misa, le extendieron los brazos en forma de cruz, y otro con una hacha le abrió el cuerpo de medio a medio, con que consumó su holocausto el fervoroso misionero.

[En el Zape, y muerte de cinco misioneros] De los que en su compañía salieron de la iglesia, solo seis pudieron libertarse del furor de los tepehuanes y siguieron el camino de Guadiana. Poco antes de llegar a la Sauceda encontraron con el capitán Martínez de Olivas, que venía a su socorro: volvió atrás a conducirlos con algunas otras tropas de fugitivos que se les había juntado de los pueblos y campos vecinos. En la Sauceda, dos indios tepehuanes, creyendo que ya allí como en los demás pueblos no habría quedado con vida español alguno, se iban entrando por las casas para aprovecharse de los despojos. Presos y puestos a tormento, confesaron que el intento era asaltar aun la misma ciudad de Durango, y en efecto poco faltó para que lo cumplieran. En el Zape o pueblo de San Ignacio, al mismo tiempo que en Papátzquiaro, diez y nueve españoles que con más de sesenta negros esclavos habían venido a prevenir la fiesta del día 21, y cuatro padres misioneros que se habían congregado con el mismo piadoso designio, fueron otras tantas víctimas de su religión y del furor de los apóstatas. Dos de ellos, que fueron los padres Luis de Alavez y Juan del Valle, murieron el mismo día 18. Los padres Juan Fonte y Gerónimo de Moranta al siguiente día 19 en el camino para el pueblo. En el mismo día acabó gloriosamente el padre Hernando de Santarén en el lugar de Tenexapa de camino para el pueblo de San Ignacio. Queriendo en Tenexapa detenerse a decir   —86→   misa, vio la iglesia destrozada y vacío de gentes el lugar. Le causó esto mucho dolor; pero no imaginó que fuese general el alzamiento, ni quiso el Señor que lo alcanzasen varios correos que le había enviado el padre Andrés Tutino, su antiguo compañero. Tomó el camino para Guadiana, y al pasar un arroyo sintió el tropel de los enemigos que con grande algazara lo arrojaron en tierra. El padre, con su acostumbrada dulzura, les preguntó, qué mal les había hecho. Respondiéronle con un golpe de macana que le abrió la cabeza. El padre Andrés López, con el aviso oportuno que se le dio, tuvo lugar de retirarse al Real de minas de Indehé. El alcalde mayor don Juan de Alvear noticioso de lo sucedido en los pueblos de tepehuanes, pasó luego con doce soldados al Zape, reconoció a la luz de la luna los cuerpos muertos de los españoles y la iglesia quemada: no teniendo allí que hacer, y temiendo que se dejasen caer los rebeldes sobre el Real de Guanazevi, volvió allá con diligencia. En el camino tuvieron que sufrir algunas descargas de flechas, de que fueron heridos algunos; pero ninguno de riesgo. Al capitán mataron el caballo. La fidelidad de un indio mexicano le proveyó de otro en que proseguir la jornada. En Guanazevi se acogieron todos a la iglesia, en que resistieron valerosamente a los tepehuanes, y los obligaron a alzar el cerco con muertes de muchos de los suyos. La cólera que no habían podido apagar en la sangre de los españoles, la desfogaron contra las casas y oficinas de las minas que arrasaron impunemente, y hubieran acabado con todo el gobierno de Nueva-Vizcaya y aun de toda la América, si Dios no hubiese cortado sus pasos atrevidos. Entre los acaxees que doctrinaba el padre Andrés Tutino halló que en pueblo de Coapa, el más vecino a los tepehuanes, dos caciques habían comenzado a sembrar rumores sediciosos y trataban de unirse con los tepehuanes. [Inquietud de los xiximes] El misionero dio aviso a don Bartolomé Suárez, capitán del Real de San Hipólito, que con increíble celeridad, caminadas en una noche y medio día más de cincuenta leguas, vino a su socorro. Concurrió también el padre Pedro Gravina, misionero de los xiximes, con noticias igualmente fatales de los pueblos que doctrinaba. El capitán en Coapa hizo justicia de los dos caciques que se supo haber dado socorro a los apóstatas. Esta ejecución acabó de fijar los ánimos fluctuantes de los acaxees que no habían aun perdido todo el horror a la sacrílega conducta de los tepehuanes. El padre Pedro Gravina volvió a sus xiximes a entrarse en los peligros por estar esta nación más   —87→   declarada aun que los acaxees. Algunos de ellos entraron a los pueblos de su misma nación donde se hallaban los padres, que hubieran sin duda muerto a sus manos a no haberse retirado con tiempo a San Hipólito. Quemaron la iglesia, retablos y ornamentos, aunque no tan impunemente que no les siguieran el alcance muchos de aquellos pueblos en quienes florecía aun la verdadera religión. No mostraron menos fidelidad y constancia los de San Hipólito vivamente solicitados de los tepehuanes y de los suyos. Su respuesta fue que ellos no habían recibido mal de los padres, y que habían sido bautizados por el padre Santarén.

[Del Real de Topía] De los xiximes pasó fácilmente el contagio al Real de Topía. Algunos sediciosos, aliados con los tepehuanes, determinaron para el día de Reyes del año siguiente dar sobre el presidio y deshacerse de los padres Juan Acacio y Juan de Álvarez que los doctrinaban. [Año de 1617] El capitán de aquella guarnición con la noticia que había tenido días antes, había puesto el lugar fuera de insulto, y ésta mina hubo de reventar contra los mismos que la forjaban, presos y ajusticiados los jefes de la conspiración. Los tepehuanes mal despachados de aquí pasaron a los pueblos de Teclichuapa y Carantapa, en que fueron bien recibidos, o por corrupción, o por temor de sus moradores. Los padres Diego de Acevedo y Gaspar de Nájera se habían por orden de la obediencia retirado a Sinaloa; pero pasando algunos días sin novedad en sus pueblos determinaron restituirse, bien que con la escolta de seis soldados y sesenta indios amigos que les obligó a llevar consigo el prudente capitán Hurdaide. Mandó también fabricar un fortín en el pueblo a que pudiese acogerse la guarnición, y no satisfecho aun de los indios por haberse sabido que algunos habían seguido a los tepehuanes a Santiago, y que otros habían intentado dar la muerte a sus ministros, intentó probar su fidelidad mandando que acometiesen a los tepehuanes que se sabía estar en algunos ranchos vecinos. Los serranos en número de ciento y treinta acometieron repentinamente a los que se creían ser sus aliados, los pusieron en fuga, dieron muerte a muchos y volvieron con sus cabezas y con una mujer prisionera, por quien se supo que no esperaban sino un nuevo refuerzo de gente para caer sobre todas las poblaciones de aquellas serranías. Así por el ardid del sabio capitán, o se declararon o se hicieron enemigos aquellos pueblos, y se pudo por algún más tiempo contar sobre su fidelidad seguramente.

  —88→  

[Peligro de Guadiana] El atrevimiento de los apóstatas no se limitaba solamente a los pequeños pueblos y familias de españoles. Se supo después que el pueblo del Tunal, dos leguas distantes de Guadiana, y algunos otros comarcanos debían sorprender la ciudad al mismo tiempo que los tepehuanes en sus pueblos acometieran a los padres y vecinos el día 21 de noviembre. La codicia de los de Santa Catarina anticipando las hostilidades rompió estas medidas, y salvó a la capital. Avisados de los fugitivos de Papátzquiaro, procuraron ponerse en estado de defensa, formando fosos y trincheras, y cerrando las calles y avenidas. Trabajaban en estas obras públicas algunos indios del Tunal, a los cuales oyó decir un religioso de San Juan de Dios: «Dadnos hoy prisa, que mañana lo veréis». Esta voz, junta con otros pequeños indicios hizo que los arrestasen. Procedíase a fuerza de tormentos a tomarles confesión, cuando repentinamente, sin saber de dónde o con qué motivo, se soltó la voz que venían en tropa a la ciudad los indios, y que habían ya muerto en las cercanías a algunos españoles. Las mujeres y niños se acogieron a las iglesias, los hombres corrieron a las armas. Los soldados que guardaban los presos, creyendo tener ya el enemigo sobre los brazos, les entran las dagas por los pechos. Por toda la ciudad se corría con un terror pánico, aunque en ninguna parte se hallaban los tepehuanes. Entre los indios de los pueblos comarcanos se hallaron muchos de sus pertrechos de guerra, y en casa de un cacique una corona de rica plumería para jurarse rey de Guadiana. Éste y otros caciques y gobernadores de los pueblos pagaron con la vida, puestos en horcas al rededor de la ciudad. Informado el virrey mandó que de las dos cajas reales de Guadiana y Zacatecas se diese todo el dinero necesario para la guerra, que con consulta de los más graves teólogos y jurisconsultos, se declaró a los apóstatas. Entretanto se cogió en Durango una espía, y puesto en tormentos, declaró que los de Papátzquiaro y otros confederados estaban ya a dos leguas de la ciudad, y que traían por capitán a un indio llamado Pablo, el que con falsas promesas de paz había hecho salir en Santiago a los padres y españoles de la iglesia. Con esta noticia, y órdenes que habían ya llegado de México, movió el gobernador don Gaspar de Alvear con setenta o poco menos soldados españoles y ciento y veinte indios amigos hacia los reales de minas de Guanazevi, de Indehé, y lugares vecinos. Al montar la cuesta que llaman del Gato, tuvo que sostener un fuerte ataque de los indios, que con una nube de flechas   —89→   y con peñascos que hacían rodar desde la cumbre, procuraban impedir la subida, que sin embargo se venció sin muerte alguna de nuestra parte. En la cima se hallaron los cadáveres de don Pedro Rendón, regidor de Guadiana, y de fray Sebastián Montaño, religioso dominico, que después de dos meses conservaba aun la sangre fresca en algunas partes del cuerpo y exhalaba una suave fragancia. [Expedición del gobernador contra los apóstatas] El día 14 de enero llegó el gobernador a Guanazevi, que halló todo consumido al fuego fuera de la iglesia, en que se habían encerrado los vecinos y fortificado cuanto permitía el tiempo. Dejando socorrido este sitio y abastecido de víveres de guerra y de boca, determinó pasar adelante a recorrer la tierra.

Dividió su pequeño ejército en dos trozos, veinticinco soldados y sesenta indios amigos dio al capitán Montaño, y él con veintisiete y treinta de los conchos salió a buscar al enemigo. Los dos campos debían juntarse en el Zape para el día 23 de enero. El capitán Montaño tuvo la fortuna de hacer prisionero a un indio principal llamado hijo del cacique de Santa Catarina, por donde había comenzado la sedición. Éste, fuera de los indios de Sinaloa, declaró por cómplices en la conspiración a todos los demás desde Guadiana para el Norte. Varias partidas de indios que se encontraban por los caminos citaban para Santiago de Papátzquiaro, y desparecían con admirable velocidad. Juntos en el Zape para el día señalado los dos trozos, se hizo justicia en el cacique prisionero. Se hallaron los cuerpos de treinta españoles entre hombres, mujeres y nidos, y como sesenta indios, todos boca abajo, que se creyó ser alguna supersticiosa ceremonia de los bárbaros, como lo han observado otros autores de los moradores de la Florida. Los cuerpos de los padres Juan del Valle, Luis de Alavez, Juan Fonte y Gerónimo de Montaño se hallaron enteros, y fresca aun la sangre en las heridas. El gobernador, después de haber dado a los enemigos algunos sustos, aunque sin mayor fruto, dio la vuelta a Guadiana trayendo consigo los cuerpos de los cuatro jesuitas. Pasando por Santa Catarina despachó a los capitanes Cristóbal de Ontiveros y Montaño por diversos rumbos, hizo buscar cuidadosamente el cadáver del padre Hernando de Tovar, que no pudo encontrarse. Los dos capitanes con sus destacamentos encontraron diferentes partidas de ochenta y cien indios que nunca tuvieron valor de hacerles frente. De Santa Catarina marchó el gobernador para Atotonilco. El enemigo le salió al encuentro con bastante osadía y resolución. Venían capitaneados de un   —90→   mestizo ladino llamado Mateo Canelas y de otros muchos criados de españoles que se les habían agregado con el amor de la libertad y codicia del pillaje. De los caciques principales era uno don Pablo. Éste y otros trece de los más atrevidos quedaron sobre el campo a las primeras descargas, y se hicieron algunos prisioneros; los demás se salvaron por la fuga. Uno de los presos declaró que todo el bagaje de los apóstatas, sus mujeres o hijos estaban en Tenexapa, donde tenían un famoso ídolo, que les había prometido la victoria e incitado a la rebelión. El ejército había caminado aquel día cinco leguas, y restaban diez hasta Tenexapa; sin embargo, los soldados mismos, olvidados de su cansancio, pedían que se les llevara al enemigo. El gobernador, tomando cincuenta soldados y sesenta indios aliados, la flor de su gente, acompañado del capitán Juan de Pordejuela se movió para Tenexapa a las siete de la noche del día 12 de febrero. A la mañana amaneció sobre el pueblo, y aunque no fue tan en silencio la marcha que no la hubiesen sentido los bárbaros y procurado retirarse a los bosques, sin embargo quedaron aun muchos al amparo de sus hijos y mujeres. Se acometió por varias partes al pueblo: murieron treinta de los tepehuanes; quedaron prisioneros entre hombres, mujeres y niños más de doscientas y veinte personas. Aquí se hallaron dos niñas españolas, hijas de don Juan de Castilla, teniente de Papátzquiaro, que había muerto en el ataque el día 18, y algunas otras negras y mulatas criadas de los españoles, ciento y cincuenta cabalgaduras, fusiles, cotas y otras muchas alhajas de valor de más de mil y quinientos pesos. No pudiendo seguir el alcance a los fugitivos se tomó la marcha por Santiago, donde, como en Atotonilco, se dio sepultura a los muchos cadáveres que se hallaron sin poderse distinguir las personas. Los apóstatas no osaron tener la campaña, y el gobernador se partió para Durango. En los pinos se le juntó el capitán don Sebastián de Oyarzábal con cuarenta y cuatro soldados que enviaba en su socorro don Francisco de Ordiñola, y el capitán don Hernán Díaz con otra compañía y doscientos indios amigos. Con este nuevo refuerzo y noticias de otros países que le venían de continuos asaltos de los Tepehuanes determinó revolver sobre ellos sin entrar en la ciudad. Antes de partirse entregó en la Sauceda al padre rector de Guadiana los cuatro cuerpos de los padres muertos en el Zape, que fueron recibidos con una especie de triunfo. Marchaban delante algunas compañías de soldados, y al lado más de trescientos indios de a pie y de a caballo vestidos a su   —91→   modo, y adornados de su más rica plumería. Entre las salvas de los soldados y repiques de las campanas quedaron depositados en el convento de San Francisco, en que al día siguiente, 7 de marzo, se les cantó misa muy solemne que oficio el reverendísimo padre provincial fray Juan Gómez; y de allí fueron con el más lucido acompañamiento, conducidos a nuestro templo, donde bajo el altar de nuestro muy santo padre Ignacio se les dio decente sepultura, anotando sobre las cajas sus nombres y el día y año de sus muertes. De las virtudes con que los dispuso el Señor para unas muertes tan preciosas, y de otras particulares circunstancias, hablaremos difusamente en el lugar más propio, teniendo por mejor callar aquí donde se espera tanto y no se puede decir todo.

[Nuevos motivos de inquietud y segunda jornada del gobernador] Mientras que se hacían tan justamente estos honores a los despojos de aquellos misioneros, los tepehuanes y sus confederados en lugares bien distantes de la capital no dejaban de causar bastante inquietud. Los del Mezquital habían prendido fuego a Atotonilco, otro distinto del que hemos nombrado, a ocho leguas de la villa del Nombre de Dios. En la sierra, camino de Chiametla, habían muerto a algunos españoles enviados del gobernador con tres mil pesos en ropa para sacar de aquella provincia algunos indios. En San Sebastián estaban con grande sobresalto aquellos vecinos, y habían quemado en Acaponeta la iglesia y convento de religiosos franciscanos. El gobernador, llevando consigo al padre Alonso de Valencia corrió con inmenso trabajo más de doscientas leguas. Quitó a los enemigos mucho ganado, quemó sus sementeras, abrazó sus pueblos, prendió muchas de sus mujeres e hijos que no podían seguirlos en su continuo movimiento, tomó algunas espías que quisieron morir en los tormentos antes que quebrantar su obstinado silencio. Lo ruidoso de la marcha, que no podía ocultarse a los tepehuanes, y la esperanza de las sierras en que muchas veces se necesitaban para bajar escaleras de mano, favorecían mucho a los alzados. Solo se vino a las manos con una partida de treinta de ellos. Una emboscada de nuestros aliados los cargó fieramente. Algunos huyeron, los más quedaron sobre el campo, entre ellos un famoso cacique llamado Francisco Cogoxito, a quien en castigo de las blasfemias que había vomitado contra los santos y cosas sagradas, permitió Dios que entre las muchas flechas de que se halló erizado el cuerpo, tres puntas, atravesada la lengua, le salían por la boca. Con esta viva fuerza de parte del gobernador don Gaspar de Alvear   —92→   se habían enflaquecido mucho las fuerzas de los tepehuanes, y faltándoles también muchas de las principales cabezas. En estas circunstancias pareció al padre Andrés López, el único ministro de los tepehuanes, que como dijimos, había quedado con vida y acogídose a las minas de Indehé, pareció, digo, a este misionero gravemente condolido de los descarríos de aquellas sus amadas ovejas, que podrían dar oído a sus proposiciones de paz. No había sido tan general la rebelión que no hubiesen quedado muchos fieles a Dios y al rey; pero que sin embargo el temor de ser tratados como cómplices de la conspiración los hacía andar fugitivos. A éstos, por medio de una india anciana, envió el amoroso padre una salvaguardia de orden del virrey y del gobernador a Guadiana. La india hizo su oficio con la mayor exactitud. Siendo coja y enferma caminó más de doscientas leguas de ranchería en ranchería, llevando el papel y el diurno del padre Andrés López, como en prendas de su verdad. Muchos de los que no habían tenido parte en el motín se vistieron desde luego con ella; otros quedaron en buena disposición para hacerlo cuanto antes. Tal era el semblante de las cosas en las misiones de Tepehuanes a fines del año de 1617, que dejaremos en esta situación, apartando un tanto los ojos de tan triste espectáculo, para recrearlos con la vista de la mucha mies que preparaba el Señor a sus obreros en los últimos confines de Sinaloa.

[Doctrina de los yaquis y descripción del Río Grande] Hemos hablado ya en otra parte de la numerosa y guerrera nación de los yaquis, pobladores del grande río de este nombre, el último de cuatro que parten de toda aquella provincia. Dijimos cómo después de las entradas de don Diego Martínez de Hurdaide habían celebrado alianza, y dejado rehenes y aun pedido misioneros que les enseñasen la ley del verdadero Dios. Después de convertidos los mayos sus vecinos y sus antiguos enemigos, habían crecido más de sus deseos y hacían los mayores esfuerzos por llevarse a sus tierras al padre Pedro Méndez. A los seis años de una constante fidelidad y fervor en pedir ministros, bautizados ya y repartidos muchos de ellos por los pueblos antiguos de cristianos, pareció justo condescender con sus vivas instancias. Por setiembre del año antecedente había venido a México el padre Andrés Pérez para impetrar del señor virrey las licencias necesarias, que obtenidas con facilidad, volvió por la primavera de este año, y por mayo fue el primero que entró a doctrinar esta nación con el padre Tomás Basilio. Al río de Yaqui por nombre   —93→   el Espíritu Santo. Bautizaron desde luego de doscientos en doscientos los párvulos, y poco a poco los adultos, que en esto, como en los demás ejercicios de religión, seguían el ejemplo de los caciques.

Nace el Yaqui (según que muchos años después avanzando siempre más al Septentrión las nuevas conquistas de los misioneros ha podido averiguarse) en las serranías que por la parte del Oriente dividen la Sonora de la provincia de Taraumara, cerca de Tamitsopa. A pocas leguas de su fuente, recibe cerca de Buaseraca el arroyo de Guatzimera y luego el de Babispe, corriendo siempre al Poniente; y estrechándose luego por diez y ocho leguas entre dos sierras, riega varios pueblos; enriquecido con algunas otras vertientes, después de haber dado una grande vuelta hacia el Norte, corre hacia el Sur por las tierras de Opotú, de Guazavas y otras, sin más aumento que unos cortos derrames de las sierras, que a distancia de una o dos leguas lo ciñen. En este lugar, aunque le dan el nombre del río Grande, desde principios de mayo hasta julio suele quedar en seco, a excepción de algunos esteros que corren siempre al Sur. Recibe como a veinte leguas el río de los Mulatos, el de Aros, y otros varios arroyos, y saliendo luego a tierra más abierta, se ensancha de tal suerte que a tiempos es forzoso pasarlo en balsa, en cuya construcción y manejo son muy diestros los naturales del país, que antes poblaban a San Mateo, y viven ahora en Saguaripa. De aquí adelante aumentado con el río de Oposura, y algunos otros vertideros, corre por un largo cajón al Sudoeste como otras diez y ocho leguas hasta el pueblo de Soyopa, que deja a la derecha y a la izquierda, como a dos leguas el de Tonichi, donde se le juntan dos arroyos, y luego el río Chico en las inmediaciones del pueblo de Nuri. A diez leguas de este rumbo baña sobre su derecha el pueblo de Cumuripa, y recibe de la misma banda un corto arroyo, que nace como a una legua de Tecoripa, hacia el Norte: luego entra por las tierras del Zuaqui, y corridas desde la junta treinta y dos leguas más al Sudoeste, pasa por el pueblo de Buenavista, donde toma el nombre de Yaqui por los habitadores, de esta nación que cultivan sus orillas en ocho pueblos, los siete sobre la izquierda, y el uno a la derecha cerca de su embocadura. Fertiliza estos campos con innundaciones periódicas por enero y julio. A la boca de este río, después de doctrinado, suelen arribar los barcos de California a proveer aquellas costas de granos, por allá muy escasos. Los padres Tomás Basilio   —94→   y Andrés Pérez, en medio de aquella numerosa gentilidad, comenzaron su ministerio, ofreciendo al Señor las primicias de muchos párvulos, que de doscientos en doscientos bautizaron, agregándose también poco a poco algunos adultos, que en esto, como en los demás ejercicios de religión, seguían el ejemplo de sus caciques, según que lleno de alegría y de confianza, escribió el mismo padre Pérez con fecha 13 de junio de 1617.

[Establecimiento de Granada] Los antiguos deseos de los habitadores de Granada tuvieron por este tiempo todo su efecto. La misión del padre Pedro de Contreras, les hizo formar tan alta idea de los ministerios de la Compañía, que desde luego comenzaron a tratar de la fundación de un colegio con el mayor fervor. Uno de los vecinos ofreció una casa que para sí había comenzado a fabricar en el sitio mejor de la ciudad. Otro eclesiástico prometió una hacienda que rentaba tres mil pesos, fuera de seis mil que se juntaron entre otras varias mandas. El ilustrísimo señor don Pedro Villareal añadió otras casas junto a la catedral, y cinco mil pesos que a arbitrio de Su Ilustrísima se habían dejado para obras pías. Una liberalidad tan piadosa, acompañada de motivos muy conducentes a la gloria de Dios, que vivamente representaba el señor conde de la Gomera, presidente de Guatemala, no podía dejar de tener un efecto muy pronto. En efecto, el padre Nicolás de Arnaya, aunque no admitió la fundación de casa o residencia, mandó que volviese a Granada el padre Pedro de Contreras con el padre Blas Hernández, y que por vía de misión estuviesen en la ciudad hasta nueva orden. El júbilo con que fueron recibidos de aquellos ciudadanos, y la prisa que se dieron en procurarles todas las comodidades en casa e iglesia, fue correspondiente al conato y ardor con que los habían solicitado, y tan constante que habiendo estado allí cuatro años los misioneros sin alguna renta fija, que la calidad de pura misión no les permitía recibir, sin embargo, eran tan largas y continuas las limosnas, que en esta parte jamás tuvieron que padecer en lo más mínimo. Comenzaron desde luego a practicar sus ministerios con conocida utilidad del país, de que los mismos vecinos dieron un honorífico testimonio, que citaremos más oportunamente en otra parte.

[Descripción de aquel país] Esta región fue descubierta y comenzada a poblar por los españoles el año de 1522, y erigida después en obispado el de 1534. Gil González, según la relación de Gomara, bautizó en ella treinta y dos mil indios. Las primeras poblaciones de españoles fueron: León, residencia   —95→   del gobernador y del obispo, fundada por Francisco Fernández de Córdova el año de 1523, y poco después a Granada. Segovia, de que antiguamente se sacó mucho oro, fundación posterior de pedrerías. Jaén, a la boca del desaguadero, el Realejo, puerto cómodo del mar del Sur, sobre un pequeño río. Todas estas poblaciones están al rededor del famoso lago de Nicaragua, si merece este nombre, comunicándose con el mar del Norte. Tiene de largo como treinta leguas, más de veinte de ancho, y muy cerca de noventa en ámbito: tiene flujo y reflujo, y abunda en muchos géneros de pejes y también en cocodrilos. El país comercia en azúcar, en cacao, en tintes de añil y púrpura, con Panamá, Portobelo, Cartagena, Caracas, el Perú, Tabasco y otros países vecinos. Los corsarios franceses saquearon la ciudad de León el año de 1686, y la de Granada el de 1665 y 1675. A pocas leguas de las dos ciudades principales hay otros tantos volcanes. De esta provincia se propuso a Su Majestad el año de 1534 que se podría abrir un camino para la comunicación del mar del Norte al del Sur por el desaguadero del Gran Lago, que es, decían, un río tan grande como el Guadalquivir en Sevilla, rico de muchas minas de oro y poblado de innumerables gentes, y en que por la solidez y variedad de sus maderas podría hacerse un famoso astillero. Añadían la benignidad del temperamento, y el vicio de la tierra, tanto, que según la relación de un célebre holandés, hay árboles que entre doce hombres no podían abrazarlos. Herrera en este pasaje da a la laguna de Nicaragua ciento treinta leguas de circuito. Creo que confundió las de León y Granada, que en realidad son dos, aunque se comunican entre sí. A la de León da Torquemada veinticinco leguas de circunferencia, sobre diez de ancho. De los volcanes el más famoso por su altura, por sus erupciones y sus bosques es el de Masaya, a que se bajó el año de 1538, por orden del rey, falsamente informado, que era alguna masa de oro o plata lo que ardía en su fondo. El informante, Francisco Sánchez, daba al volcán más de trescientas treinta brazas de profundidad, y pudo medirlas por medio de las cadenas y calderas con que por dos ocasiones se procuró sacar aquel imaginario tesoro. El primer obispo de Nicaragua fue el señor don García Álvarez Osorio. Gil González erró el nombre y el año de la erección, que dijo ser el de 1531, habiéndose erigido la catedral, según el mismo, él de 1534.

[Unión del colegio de San Pedro y San Pablo y San Ildefonso, y erección del colegio real] El siguiente año comenzó con la erección del colegio real que hizo Su Majestad en el seminario de San Pedro y San Pablo, y su agregación al seminario   —96→   de San Ildefonso, con que al amparo y sombra de tan augusta protección ha florecido constantemente hasta el día de hoy. [Año de 1614] Desde el año de 1588, como dejamos ya escrito, había por orden de nuestro muy reverendo padre general renunciado el gobierno y administración de este colegio el padre Juan de Loaíza. Poco más de un año después en cabildo tenido a 3 de junio de 1590, se trató de restituir a la Compañía la administración; pero con unas condiciones a que no se podía condescender. Instaron aun siete años después en cabildo tenido a 8 de agosto de 1597; pero con el mismo éxito. Entre tanto por descuido de los patronos se habían perdido algunos principales, disminuyéndose otros, hasta que informado Su Majestad por los doctores Villagra y Quesada, a quienes la real audiencia había encomendado la revisión de cuentas y visita de aquel colegio, determinó por su real cédula de 29 de mayo de 1612, que la administración de dicho colegio se encomendase a la Compañía, y se agregase al seminario que ella tenía en México, quedando por su Majestad el patronato de dicho colegio, y en los señores virreyes el derecho de nombrar colegiales, y proveer las becas en nombre de Su Majestad, la cual cédula se insertó después en la Recopilación de Indias, libro 1, título 2, línea 13. «Encomendamos (dice) y encargamos el gobierno y administración del colegio de S. Pedro y S. Pablo de México a la Compañía de Jesús y sus religiosos, reservando para nos y los reyes nuestros sucesores el patronazgo de él, y es nuestra voluntad que los virreyes de la Nueva-España presenten los colegiales conforme al nuestro patronazgo real, para que estudien artes y teología, etc.». En consecuencia de esta real orden a los 17 de enero del año de 1618, compareciendo ante el excelentísimo señor don Diego Fernández de Córdova, marqués de Guadalcázar, el señor don Juan Suárez de Ovalle, fiscal de Su Majestad, el padre Nicolás Arnaya, provincial, y el padre Diego Larios, rector de San Ildefonso, se leyó un auto del tenor siguiente:

«En el nombre de Dios Todopoderoso, Padre Hijo y Espíritu Santo, tres personas y un solo Dios verdadero, trino y uno. En la ciudad de México en 17 días del mes de enero de 1618 años, el Exmo. Sr. Dr. D. Diego Fernández de Córdova, marqués de Guadalcázar, virrey, lugar teniente del rey nuestro señor, gobernador y capitán general de esta Nueva-España y presidente de la real audiencia chancillería que en ella reside, [...] En nombre de la católica real majestad del rey Felipe III, nuestro señor, estando presentes el Lic. Juan Suárez de Ovalle, su fiscal en esta real audiencia, y el padre Nicolás de Arnaya, provincial   —97→   de la religión de la Compañía de Jesús de esta Nueva-España, y el padre Diego Larios, rector del colegio Seminario de San Ildefonso, dijo: Que habiendo entendido S. M. el estado en que últimamente estaba el colegio de San Pedro y San Pablo, cuyo patronazgo le pertenece, así por el universal de este reino, como por haber cesado la disposición y fundación que al principio tuvo, quedando vacante de todo punto; usando de su acostumbrada clemencia y grandeza, deseando el bien universal de este reino en su crecimiento, como también en la virtud y letras de la juventud, ha sido servido tomar el dicho colegio, poniéndole bajo su protección y amparo, como consta de su real cédula en que encarga la administración del dicho colegio a la Compañía de Jesús de esta ciudad de México y religiosos de ella, su fecha en 29 de mayo de 1612, cuyo tenor es como sigue: "El Rey. Marqués de Guadalcázar, pariente a quien tengo proveído por mi virrey, gobernador y capitán general de las provincias de Nueva-España, o la persona o personas a cuyo cargo fuere el gobierno de ellas. Por parte del padre Francisco de Figueroa, procurador general de la Compañía de Jesús de las Indias, se me ha representado que ella fundó y tuvo a su cargo el colegio de San Pedro y San Pablo de la ciudad de México, y por las diferencias que sus patronos tuvieron y las condiciones con que quisieron conservar este patronazgo les dejó la Compañía el gobierno del dicho colegio, de que le ha resultado mucho daño, y será mayor cada día si no se pone remedio en ello. Mas habiéndose extinguido y redimido las colegiaturas de los dichos patronos, y quedando como se debe el patronazgo por mí, podrán mis virreyes de la Nueva-España presentar los colegiales de ellas en mi nombre, como lo hacen los del Perú en el colegio de San Martín de la ciudad de Lima, y con esto volver a encargarse del dicho colegio la Compañía, uniéndole con el Seminario que tiene a su cargo en la de México con que vendría a restaurarse de más del bien universal que de ello se seguiría a la juventud de aquel reino. Suplicome que atento lo cual mandase poner el dicho colegio en la forma que está el de San Martín de Lima debajo de mi protección y a cargo de la dicha Compañía, y visto por los de mi consejo real de las Indias, por justas consideraciones que a ello me han movido, he acordado de encargar, como por la presente encargo y encomiendo, el gobierno y administración del dicho colegio de San Pedro y San Pablo de la ciudad de México a la Compañía de Jesús y religiosos de ella,   —98→   quedando el patronazgo por mí, o para que vos, o el mi virrey que por tiempo fuere de aquellas provincias de Nueva-España, pueda presentar los colegiales de las colegiaturas que están reasumidas en su patronazgo real y todas las que se hubieren de proveer por la misma razón para colegiales, artistas y teólogos; y así os mando que luego que llegáredes a la dicha ciudad de México deis orden en que a la dicha Compañía de Jesús se le dé la posesión del dicho colegio para el efecto referido, que tal es mi voluntad. Fecha en Madrid a 29 de mayo de 1612 años.- Yo el Rey.- Por mandado del rey nuestro señor, Juan Ruiz de Contreras". En cuya virtud y obedecimiento el dicho Sr. virrey les mandó dar la posesión, y se las dio el doctor don Juan Quesada y Figueroa, oidor que fue de esta real audiencia, en 17 días del mes de enero de 1614 años. Y porque este reino y república de esta ciudad y la juventud gocen y consigan la merced que S. M. les hace, habiendo elegido para su mejor efecto por medio tan eficaz, como lo es el cuidado, buena dirección y gobierno de los dichos religiosos de la dicha Compañía; S. E. en el dicho nombre y en conformidad de su real intención, erige y funda el dicho colegio real para que para siempre jamás perpetuamente consista y permanezca. Y por ahora le funda uniéndole al colegio Seminario de San Ildefonso, que la dicha Compañía tiene a su cargo, quedando el rey nuestro señor por señor patrón universal y perpetuo del dicho colegio, en la forma y con los establecimientos siguientes.

Primeramente, que en el dicho colegio Seminario y puerta principal de él se hayan de poner y pongan las armas reales de Castilla y de León, para que con ellas se manifieste y conserve la fundación real de este colegio.

Item: Que hayan de haber y sustentarse en el dicho colegio doce colegiales, a cuyo número por ahora se reduce la dicha fundación, según la sustancia y cantidad de bienes y rentas que hoy tiene, como se expresará adelante.

Item: Que estos doce colegiales han de traer el manto según y de la color y forma que hoy traen y trajeren los demás colegiales del dicho Seminario, diferenciándose en que hayan de traer y traigan becas verdes largas y con roscas al cabo, como se usa en los colegios mayores de la Universidad de Salamanca.

Item: Que estos doce colegiales hayan de ser filósofos y teólogos, y antes de estas dos facultades y sus colegiaturas duren seis años continuos,   —99→   que es el tiempo bastante en que se pueden graduar de bachilleres, sin que puedan hacer ni hagan ausencia en el discurso de sus estudios y cursos. Y porque después de graduados puedan disponer su estado y designios, se les concede, queriendo usar de él, un año de hospedaje en el dicho colegio con que por esto no se exceda del número de doce, y acabado este tiempo se hayan de proveer y provean las dichas colegiaturas en otras personas en la forma que se dirá.

Item: Que a los dichos colegiales se les haya de dar y dé, luego que entraren en el dicho colegio un manto y una beca, y de allí a tres años otro manto y beca, habiéndolo menester y no más en el tiempo de su colegiatura4.

Item: Que estos doce colegiales han de estar sujetos en todo a los estatutos y órdenes del dicho colegio Seminario, y al gobierno del padre rector que allí estuviere, y a los demás sus delegados como todos los otros que allí viven, sin excepción ni privilegio alguno en esta parte, entendiendo, como dicen saber y advertir, que pueden y deben ser castigados como los demás cuando lo merecieren.

Item: Para que vivan con la atención que deben a su recogimiento ocupándose fructuosamente en sus estudios, para que de ellos resulte lo que se pretende en bien y acrecentamiento suyo y de la república; se les advierte que el padre provincial de la Compañía por sí o por medio del rector del dicho colegio ha de tener y se le da poder y facultad para despedir al colegial que no viviere recogidamente y conforme a razón y a su ocupación y ejercicio. Con que para ver de ejecutar la determinación que en esto hubiere, el dicho padre provincial primero dará cuenta a S. E. y virreyes que fueren, con entera claridad de las causas.

Item: Que S. E. o el virrey o virreyes que adelante fueren, hayan de nombrar y nombren, y presenten los dichos colegiales absolutamente, teniendo consideración en los nombramientos a que sean personas virtuosas, buenos estudiantes, de buena estimación y reputación en su modo de vivir, hijos de personas calificadas de este reino, nobles u honradas y beneméritas o criados de S. M. en quien concurran las dichas calidades.

Item: Que el rector del dicho colegio, luego que por muerte, ausencia o haber cumplido el dicho tiempo, hubiere vacante alguna colegiatura,   —100→   haya de dar y dé aviso de ello al virrey que fuere, para que nombre y provea la colegiatura que faltare.

ítem: Que los dichos colegiales reales, por serlo en todas las concurrencias de comunidad, refectorio, y saliendo juntos con los demás colegiales del Seminario hayan de preferir y preceder a todos en hogar de antigüedad de todos y cualesquiera actos.

Itera: Que en cada semana el padre rector les señale hora y día en que todos los colegiales reales hayan de concurrir y tener oración particular, cómo y en la cantidad que le pareciere por la salud del rey nuestro señor que es o fuere, y conservación de sus reinos.

Item: Que en cada un año, para siempre jamás, en el dicho colegio el día de S. Ildefonso se haya de decir y diga una misa cantada con la solemnidad conveniente por el rey nuestro señor que es o fuere, a que hayan de asistir el virrey y audiencia, y en reconocimiento del dicho patronazgo real y de esta fundación el padre rector del dicho colegio, acompañado de todos los colegiales, haya de dar la vela al virrey que es o fuere con la autoridad y gravedad que aquel acto pide y la Compañía acostumbra5.

Item: Que el padre rector del dicho colegio como que tiene en él el gobierno espiritual y corrección y educación, haya de tener y tenga la omnímoda administración de lo temporal, al cual se le entreguen todos los bienes de este colegio, rentas y censo por inventario para que los cobre y reciba en sí y los gaste en sustento de dichos colegiales, sin que de esta administración haya de tener ni tenga obligación de dar cuenta formada en ningún tiempo. Pero porque podría acaecer que por disminuirse la renta o por la mudanza de los tiempos no hubiese bastante posible para conservarse dicho número de doce colegiales, siempre que esta diminución sucediere, dicho rector dará razón al dicho virrey que es o fuere, para que disminuya el dicho número de doce, o provea y dé orden como le parezca para conservarlo. Y porque también podría suceder que de dicha renta sobrase cantidad alguna, también dará cuenta para que se aumente el número de colegiales. Y fuera de estos dos casos en que ha de haber la puntualidad y claridad que conviene, teniendo como se tiene la entera y grande satisfacción de la Compañía y sus ministros y religiosos, sin que por esto se quiera gravar   —101→   en nada, se ordena que cuando el dicho virrey quisiere, ha de poder enviar uno de los oidores de esta real audiencia al dicho colegio para que sepa el estado de él, y sus progresos en lo espiritual y temporal.

Item: Todas las veces que se ofreciere en la administración de la dicha hacienda ser necesario disponer, vender o enajenar alguna parte de ella, no lo pueda hacer el dicho rector, sin orden o acuerdo del virrey que es o fuere, y la enajenación que de otra manera se hiciese sea en sí ninguna, y de ningún valor y efecto. Asimismo no haya de poder redimir ningún censo, ni deducirle, ni recibir el principal de él sin orden de dicho virrey, el cual mandará hacer la redención o reducción que se ofreciere, y depositar el principal hasta que por su orden, con acuerdo y consulta de dicho rector, se vuelva a imponer.

Item: Por cuanto en dicha real cédula y relación de ella se hace mención de la fundación que el rey nuestro señor hizo en la ciudad de los Reyes de las provincias del Perú en el colegio de S. Martín, se declara que en esta fundación se ha de guardar todo lo que en aquella que sea más conveniente y útil al aumento y conservación de este colegio, demás de estos establecimientos y cláusulas, y asimismo se conceden las que allí hubiere en favor y estimación de la dicha Compañía y religiosos de ella en este ministerio.

Item: En el dicho nombre de la majestad real se encarga y ordena al virrey que es o fuere, tenga particular afecto a este colegio y cuidado de él y de sus colegiales, procurando no solo su conservación y permanencia, sino su acrecentamiento y honra, haciéndola así a los colegiales reales promoviéndolos a beneficios y otras ocupaciones de estado, como a los demás colegiales de dicho Seminario, por cuya compañía y agregación parece que quedan en el mismo patronazgo, protección y amparo real6.

Item: Luego que los dichos colegiales y cualquiera de ellos sean recibidos hayan de hacer y hagan juramento en presencia de dicho rector   —102→   de que guardaran todos los capítulos y establecimientos hechos y que en adelante se hicieren en esta fundación, y que se favorecerán los unos y los otros colegiales en todo tiempo, y se honrarán y cuidarán siempre en los oficios que obtuvieren.

Item: Se ordena que en dicho colegio el padre rector tenga un libro en que se asiente esta fundación y todos los proveimientos, mercedes y cosas tocantes al colegio y las nominaciones, entradas y salidas de los colegiales, y se escriba en él todo lo que toca a la hacienda y la diminución o crecimiento de ella, para que en todo tiempo haya entera noticia de lo que en dicho colegio sucede.

Y el dicho padre Nicolás de Arnaya, provincial de la dicha Compañía de Jesús, y el padre Diego Larios, rector de dicho colegio seminario que lo es, y queda también por de este colegio real y nueva fundación, como lo han de ser los que adelante fueren con quien antes de ahora se han conferido todos los capítulos y casos de su uso referidos, que los más de ellos se han propuesto de su parte. Habiéndolos visto y entendido la sustancia de ellos, y oídolos de verbo ad verbum, dijeron que como tal provincial por sí, y por los que adelante fueren, y por la dicha Compañía y colegio real y Seminario de S. Ildefonso, y el dicho rector por sí, y por los que adelante fueren, aceptan y reciben la dicha fundación del dicho colegio real del rey nuestro Señor, y los establecimientos y cláusulas de ella; y por lo que a la dicha Compañía y colegio toca para siempre jamás perpetuamente, la guardarán y cumplirán inviolablemente sin contradecirla ni reclamarla ahora ni en tiempo alguno, ni por ninguna causa de lesión, restitución, engaño u otro cualquier derecho. Porque el que en cualquiera manera les pudiera o puede pertenecer, expresamente le renuncian, y de él no se quieren ni pretenden aprovechar ni ser oídos en esta razón: y declaró el dicho padre provincial que en su religión e instituto para el otorgamiento de cualquiera contrato y obligación, no usan tratados porque por particular indulto y privilegio de su Santidad el provincial de esta religión es absoluto en todo, y él solo dispone, contrata y obliga en todas las cosas espirituales y temporales. Para el cumplimiento de todo lo cual el dicho señor virrey lo otorgó, así en nombre del rey nuestro señor, haciendo como hace todo lo desuso referido y ordenado, cierto y seguro, y, los dichos padres provincial y rector se obligan y obligan la dicha Compañía y colegio y sus provinciales y rectores que adelante fueren, para que por el rigor y remedios   —103→   de derecho competentes sean compelidos al cumplimiento, y renunciaron las leyes de su favor y defensa, y la regla del derecho que dice que la general renunciación de leyes, fecha, no vale, y el dicho fiscal, Lic. D. Juan Suárez de Ovalle, como mejor convenga, acepta el derecho que al rey nuestro señor y los que les fueren les resulta de esta fundación y otorgamiento; y yo Martín López de Gauna, escribano mayor de esta Nueva-España, doy fe que conozco los otorgantes que lo firmaron de sus nombres; testigos el Dr. Luis de Villanueva Zapata, y Fermín Deicu y Nicolás de Ahedo, y don Simón de Egursa, estantes en esta dicha ciudad.- El marqués de Guadalcázar.- El Lic. D. Juan Suárez de Ovalle.- Nicolás de Arnaya.- Diego Larios.- Ante mí, Martín López de Gauna».



[Del partido de Tepotzotlán] Por la misma benignidad del rey nuestro señor se consiguió la deseada tranquilidad en el colegio de Tepotzotlán. Desde el tiempo de su fundación quiso el señor don Pedro Moya de Contreras se encargasen en él los jesuitas del oficio de párrocos, a que no pudo condescender el padre visitador Juan de la Plaza. Su Ilustrísima bien previó los disturbios a que iba a exponer aquella iglesia, y procuró remediarlo, proveyendo el beneficio en uno de los sujetos que reconoció más bien afectos a la compañía. Aun así no duró largo tiempo la paz. Éste a poco tiempo comenzó a procurar por todos caminos apartar a los indios del colegio. No pudiéndolo conseguir se retiró a México desamparando su grey con no muy buena opinión de la Compañía. Estos rumores, que podían impedir el gran fruto que con los naturales se hacía en aquel colegio, obligaron al padre rector y demás padres a proponer que se admitiese el curato de Tepotzotlán, y aunque desde la primera congregación provincial se había propuesto generalmente, y siempre resistido a este punto tanto los vocales como los padres generales en sus respuestas, sin embargo, vistos los grandes inconvenientes, hubo de condescender el padre Claudio Acuaviva el año de 1608, como parece por sus respuestas a la séptima congregación provincial. Con esta permisión se pasó a pretender licencia de Su Majestad, que en 8 de febrero de 1610 pidió informe al excelentísimo señor don Luis de Velasco el segundo, incluyéndole un papel en que se le proponía a Su Majestad no convenir que se diese aquel curato a los jesuitas. A esta cédula, e incluso informe, respondió el marqués de Salinas con fecha de último de agosto del mismo año en el tenor siguiente, que no podemos dispensarnos de trasladar aquí.

[Informe del marqués de Salinas] «Señor: La carta de V. M. de 8 de febrero de este año recibí, y respondiendo   —104→   a lo que V. M. en ella me manda acerca de lo que los padres de la compañía piden de que se les dé en propiedad lo doctrina de Tepotzotlán digo: que habiendo visto el papel incluso que V. M. me mandó con la carta, entiendo que al servicio de V. M. y descargo de su real conciencia y bien de los indios de aquel partido, estará muy bien que se le dé a la compañía esta doctrina en propiedad, porque con el celo que tienen del bien de los indios y de su enseñanza, han hecho en aquella doctrina mucho provecho, ayudando a los clérigos que en ella ha habido desde el tiempo de D. Pedro Moya de Contreras que allí fueron, que ha treinta años, y el mismo arzobispo, como me consta, deseó mucho que la compañía gustase de tomar aquella doctrina en propiedad para tratar de ello con V. M.; pero la compañía no quiso obligarse a ello, porque nunca han tratado de tener doctrinas en estas indias, y dos que tienen en el Perú les obligó a tenerlas D. Francisco de Toledo, siendo allí virrey; pero viendo por experiencia en esta doctrina el estorbo que han hallado en algunos clérigos para continuar el fruto que han hecho y hacen en aquellos indios, y que tienen allí fundado un colegio de su noviciado, donde pueden vivir en observancia religiosa, tratan de este particular, y así se me ofrece que no tiene fuerza alguna la razón primera que se alega en el papel incluso de que si se les da esta doctrina en propiedad, pretenderán otras de clérigos, a quien suelen ir a ayudar, porque yo ha que conozco a estos padres en este reino treinta y cinco años, y ayudan a clérigos de muchas doctrinas, con las salidas que a esto suelen hacer, y nunca los he visto ni oído tratar de querer y apetecer doctrinas fuera de ésta por la razón que arriba dije. La segunda razón del papel, que es de las haciendas que tiene aquel colegio de Tepotzotlán para su fundación y sustento, y que así se podrá temer que ocupen a los indios de aquel partido en ellas, tampoco tiene fuerza; lo uno, porque a mí me consta que lo más de aquellas haciendas es fuera de aquel partido, y lo otro porque aunque tienen unos molinos en él, nunca he tenido en ambas veces que V. M. ha mandado le sirva en este gobierno queja alguna de los indios de aquel partido contra los dichos padres, y es ciego que la hubieran dado si los molestaran en algo, y algunos de los clérigos de aquella doctrina que no han estado bien con los dichos padres, no se hubieran descuidado en asir de esto si hubieran tenido de qué; antes los indios de aquel partido han deseado y pedido, y ahora desean y piden, que se dé a estos padres aquella doctrina en propiedad, y han instado a su general   —105→   para que venga en ello, y el general con mucha dificultad ha cedido que se pueda tratar de esto, y solo en esta doctrina por la instancia de los indios. Y así se me ofrece que no hay razón de momento que impida el hacer V. M. merced a los padres de la Compañía, en lo que piden; antes hay las que he dicho para que se les conceda, a las cuales se puede añadir, que estos padres tienen allí de ordinario tres o cuatro sacerdotes que saben bien la lengua otomite, que es la natural de los indios de aquel partido, con que los doctrinan, en la cual lengua ninguno de los clérigos que ha habido en aquella doctrina los ha doctrinado como me consta, porque no la aprenden por ser tan difícil, y estos padres la aprenden con cuidado, y siendo tantos y religiosos acudirán mejor a la doctrina, que un clérigo solo aunque la supiera. Y algunas veces que yo he estado en aquel lugar he visto lo que aquellos padres hacen en esto, y cuán bien puestas tienen las cosas del culto divino y doctrinado los indios. Y es cosa cierta que a los mismos indios, aun en lo temporal, estará mejor; porque como estos padres, conforme a su religión, no pueden llenar ni aprovecharse de las ofrendas, todas las distribuirán entre los indios pobres, como me consta que lo hacen en el Perú, que será de muy grande bien para ellos. Y así por esto, como por lo que yo sé del Perú de las dos doctrinas que allí tienen del cercado de Lima y de Juli, se me ofrece que estaría muy bien al servicio de Dios y de V. M. que estos padres tuviesen, no solo la doctrina de Tepotzotlán que piden, sino otras muchas. El no haber estado mucho tiempo el clérigo de aquel partido en él, sino en México, ha sido porque aquellos padres han acudido con tanto cuidado a la doctrina, no solo no hacía falta, sino antes estaba muy mejor suplida, y así los virreyes y prelados lo han tenido por bien, y por medio más conveniente para el bien de los indios. Guarde Dios, etc.».



En consecuencia de este informe y otras diligencias que practicó el prudente príncipe en 5 de junio de 1618 años, despachó cédula al marqués de Guadalcázar para que se diese a la compañía en propiedad el curato de Tepotzotlán proveyendo al Br. don Sebastián Gutiérrez del de Catedral, vaco por muerte del Br. Agustín Díaz, la cual cédula insertó la real audiencia en auto de 27 de setiembre de 1618, que es como sigue.

[Provisión real] «Don Felipe por la Gracia de Dios, etc. Muy reverendo en Cristo, padre doctor D. Juan de la Cerna, arzobispo de la iglesia metropolitana de la ciudad de México de la Nueva-España de mi consejo, o a vuestro provisor o vicario general, salud y gracia. Bien sabéis, o   —106→   debéis saber, que así por derecho como por bula apostólica, a mí como al rey de Castilla y León, pertenece la presentación de todas las dignidades, canonjías, raciones y otros beneficios eclesiásticos, así de los de la dicha iglesia como de las demás de las Indias, islas y tierra firme del mar Océano, y el proveer de doctrinas a los dichos reinos, y asentar y dividir los beneficios para que mis vasallos le tengan de personas doctas de ciencia, conciencia y buena vida; y para que se me guarde ese derecho y patronazgo, he mandado dar la orden que se debe tener y observar en lo susodicho, y por haber vacado uno de los curatos de la dicha iglesia metropolitana, por fin y muerte del licenciado Agustín Díaz, por justas causas que me movieron mandé librar una mi real cédula del tenor siguiente.- El Rey. Marqués de Guadalcázar, pariente, mi virrey, y capitán general de la Nueva-España, o a la persona o personas, a cuyo cargo fuere su gobierno. Como habréis entendido por parte de la compañía de Jesús de esa tierra se me suplicó le hiciese merced de la doctrina y beneficio de Tepotzotlán, que tiene a su cargo el Br. Sebastián Gutiérrez, y por cédulas mías os mandé a vos y a esa audiencia me informase deso de lo que se os ofrecía acerca de ello, y también al arzobispo de esa ciudad: y que si en el entretanto pudiésedes vos componer lo que a esto toca, y que el dicho beneficio se diese a la dicha compañía, lo procurásedes de suerte que tuviese efecto como más largo se contiene en las dichas cédulas a que me refiero. Y el padre Francisco de Figueroa, procurador de la dicha compañía, en nombre del dicho bachiller Sebastián Gutiérrez, me ha suplicado le hiciese merced de presentarle al curato que vacó en la metropolitana de esa ciudad por el Lic. Agustín Díaz que falleció el mes de setiembre del año pasado de 617, o darle cédula para que le proveyésedes en él, o en otro que vacase, con lo cual se podría dar el de Tepotzotlán a la dicha Compañía: y habiéndose visto en él mi consejo real de las Indias, lo que me informasteis en virtud de las dichas mis cédulas, en carta de 24 de mayo del dicho año, he tenido por bien de mandar dar ésta mi cédula por la cual os mando, que estando vaco el dicho beneficio curato de la dicha iglesia, proveáis en él al dicho bachiller Sebastián Gutiérrez, y si no en el primero que vacare, de manera, que tenga con esto cumplido efecto lo que toca al dicho beneficio de Tepotzotlán que ha de estar a cargo de los religiosos de la dicha compañía; y en esta misma conformidad escribo al arzobispo de esa ciudad. Fecha en Madrid a 5 de junio de 1618 años.- Yo el Rey.   —107→   Por mandado del rey nuestro Señor Juan Ruiz de Contreras. En la ciudad de México a 26 días del mes de setiembre de 1618 años, D. Diego Fernández de Córdova, etc. Habiendo visto la real cédula de esta otra parte, y lo que por ella S. M. le ordena y manda, S. E. la tomó en sus manos, besó y puso sobre su cabeza, y dijo que la obedecía, y obedeció con la reverencia y acatamiento debido; y que atento a que hasta ahora no se ha proveído el dicho curato, que en la iglesia de esta ciudad vacó por fin y muerte del licenciado Agustín Díaz Presbítero, que lo servía, le despaché provisión de presentación de él al bachiller Sebastián Gutiérrez, beneficiado del partido de Tepotztlán, inserto en ella esta real cédula y obedecimiento, y asimismo se dé el despacho necesario a la parte de la Compañía de Jesús, para que en conformidad de lo contenido en la dicha real cédula tengan a su cargo la doctrina y administración de los dichos indios de Tepotzotlán como S. M. ordena y manda, y así lo proveyó y firmó S. E.: El marqués de Guadalcázar.- Ante mí: D. Manuel Francisco de Gauna.- Y porque respecto de estar vaco el dicho beneficio curato de esta iglesia por muerte del dicho licenciado Agustín Díaz, y no haberse presentado a él otra persona, con acuerdo del dicho mi virrey hice presentación y nombramiento en el dicho bachiller Sebastián Gutiérrez, y se le despachó provisión para que le diésedes la colación y canónica institución de él, por cuya causa quedó vacante el dicho beneficio de Tepotzotlán, al cual yo he de presentar persona que le tenga y administre. Por tanto, por la presente, y conforme a lo dispuesto por la dicha mi real cédula que desuso va incorporada con acuerdo del dicho mi virrey, he habido por bien de dar el dicho beneficio a los religiosos de la Compañía de Jesús de esa tierra, para ahora, y hasta que por mí otra cosa se provea y mande, para que le tenga y administre, poniendo en él persona idónea y suficiente, en quien concurran las calidades, que conforme a lo dispuesto por mi patronazgo real, y por la erección de los beneficios de esa iglesia en la administración de ellos y de las doctrinas, así seculares como regulares, son necesarias, la cual dicha persona religiosa de la dicha Compañía, que así nombraren, ha de tener a su cargo y cuidado la administración de los Santos Sacramentos, predicando a los naturales en la lengua que más vulgarmente usaren, y confesándolos y doctrinándolos, como cura y párroco suyo, según y como el dicho bachiller Sebastián Gutiérrez los ha tenido y administrado, y los tienen y administran los demás religiosos de esa tierra que tienen a su cargo   —108→   semejantes doctrinas; de manera, que mi real conciencia en todo se descargue. Y así os ruego y encargo, que en virtud de esta mi presentación, deis y hagáis dar la posesión del dicho beneficio a la dicha Compañía de Jesús, a cuyo cargo ha de estar, como dicho es, con todos los demás recaudos y facultades que para la dicha administración fueren necesarios. Dada en la ciudad de México a 27 días del mes de setiembre de 1618 años.- El marqués de Guadalcázar.- Refrendada de D. Manuel Francisco de Gauna.»



[Posesión del curato y pequeño disturbio con el señor arzobispo] En consecuencia de esta real provisión, el ilustrísimo señor arzobispo procedió luego a dar a la Compañía la posesión de aquel beneficio, proveyendo al licenciado don Sebastián Gutiérrez el de la santa iglesia metropolitana de México, conforme a la cédula de Su Majestad. Con esto se restituyó la paz y la tranquilidad a aquel partido: se puso en mejor orden la administración y doctrina entre los indios, con grande conformidad y armonía con el ilustrísimo señor Cerna. De una pequeña causa pudo nacer poco después un disturbio que impidiese por mucho tiempo, y que aun arruinase enteramente el fruto que en este pueblo, y aun en toda la Nueva-España hacia la Compañía. El padre Cristóbal Gómez, hombre dotado de una rara elocuencia, y que por entonces florecía con grande aplauso en el púlpito, predicó por aquellos días mi sermón que la malignidad o la imprudencia halló modo de interpretar contra el señor arzobispo. El ilustrísimo, justamente indignado de semejante atrevimiento, quiso proceder a castigar por sí mismo al que creía delincuente. El padre Nicolás de Arnaya, provincial entonces, examinadas seriamente las palabras y discursos del orador, no hallaba en toda aquella pieza motivo alguno de los que maliciosamente se fingían para irritar a aquel prelado contra el padre Gómez. En virtud de esto, representó modestamente al señor arzobispo las diligencias que había practicado, le presentó el sermón, y añadió que para entera satisfacción de su señoría estaba pronto a seguir cualquier arbitrio que le sugiriese para que sirviese de escarmiento a los venideros. No viniendo en esto el ilustrísimo, y queriendo hacerse justicia por su mano, fue necesario, conforme al privilegio concedido a los regulares, elegir juez conservador en la persona del doctor don Antonio Membrila y Arriaga, maestre escuela de la santa iglesia catedral de Oaxaca, que se hallaba por entonces en México. Pero procediendo éste a notificar algunos autos sin haber malas comisiones, en virtud de las cuales procedía con aquella apostólica autoridad, el señor arzobispo le mandó poner preso en la cárcel   —109→   pública arzobispal. Todo parecía encaminarse a un peligroso rompimiento: el excelentísimo marqués de Guadalcázar, dio orden al licenciado don Diego Gómez de Mena, oidor de la real audiencia, para que pusiese en libertad al dicho conservador. No pudo esto ejecutarse sin algún ruido y violencia, por más que se procuraba evitar. Y hubiera cedido en gran perjuicio de los ministerios, y nombre de la Compañía, si el padre provincial, hombre de grande santidad y celestial prudencia, no hubiera presentado al señor arzobispo una jurídica información, fecha en 18 de noviembre de este mismo año, en que muchos y graves testigos, bajo de juramento, deponían de las sencillas y nada maliciosas expresiones del predicador. Con esta demostración se serenó el ánimo de aquel prelado, y volvió a florecer en él la antigua estimación y aprecio que había mostrado siempre a la Compañía.

[Fundación del colegio de Mérida] Añadiose por este mismo tiempo a la provincia un nuevo colegio en la ciudad de Mérida, capital de Yucatán. Ninguna otra provincia había pretendido con más fuerza ni constancia la Compañía. Es verdad que en dos tomos manuscritos que se hallan en la provincia se dice haber ido en primera misión a Yucatán los padres Pedro Díaz y Pedro Calderón el año de 1617, y así lo escribe también en su historia manuscrita el padre Andrés Pérez de Rivas; sin embargo, es preciso confesar que hay en todo esto mucho yerro. El mismo padre Andrés Pérez escribe que esta misión a Yucatán del padre Pedro Díaz fue larga y que se detuvo en ella más de un año, lo cual se convence manifiestamente falso, pues consta haber muerto en México el padre Pedro Díaz a 12 de enero de 1618. Lo segundo, porque en su carta edificante inserta en la anua de 1618, se dice haber ido en misión a Yucatán trece o catorce años antes, que corresponde a los años de 1604 ó 1605. Lo tercero, porque en este mismo tiempo, quiero decir, el año de 1605, pone la primera misión a Yucatán el reverendo padre fray Diego de Cogolludo, escritor diligentísimo de la historia de aquella provincia. Añádese, que como escribe el mismo padre Andrés Pérez, los primeros jesuitas fueron a petición de don Tristán (debía decir don Carlos) de Luna y Arellano, gobernador de aquella plaza, y es cierto que por los años de 1617 no gobernaba ya don Carlos de Luna, sino don Francisco Ramírez Briseño. Es, pues, ciertísimo que la primera petición de la república de Mérida fue en carta de aquel gobernador y cabildo secular, fecha en 12 de octubre de 1601. El siguiente año de 1605 fueron enviados los padres Pedro Díaz, y Pedro Calderón, que conforme   —110→   a la costumbre de nuestros mayores, se hospedaron en el hospital del Rosario, que después se dio a los religiosos de San Juan de Dios. Predicaban en la catedral, que era la que hoy sirve de iglesia al dicho hospital, y en el convento de San Francisco, por benignidad de aquella seráfica familia, con aceptación y provecho de toda la ciudad. Esto movió de tal suerte los ánimos, que procuraron seriamente permaneciese allí la Compañía. En un cabildo que se tuvo a 5 de agosto de aquel mismo año se trató que de las primeras encomiendas que vacasen se depositasen dos mil pesos para sustento de los padres, se escribiese a Su Majestad y al real consejo para la confirmación de esta merced, y licencia para la fundación de un colegio. Estas diligencias no tuvieron efecto por entonces, y el padre Pedro Díaz hubo de volver después de dos años a México con bastante dolor de aquella república, que agradecida a su doctrina y ejemplos de su religiosa vida, conservó su retrato en la sacristía de la catedral algunos años.

El regimiento de la ciudad prosiguió en sus diligencias para con el padre general y provincial de México, y a sus consejos e instancias el piadoso cabildo don Martín de Palomar se obligó a dar dos mil pesos y unas casas avaluadas en cuatro o cinco mil para la dicha fundación, por escritura que otorgó ante Luis de Torres, en 3 de diciembre de 1609, la cual refrendó y ratificó de nuevo en el testamento, bajo cuya disposición falleció, otorgado ante Juan Bautista Rejón Arias, a los 31 de diciembre de 1611. Pocos meses antes de la muerte de don Martín de Palomar había el señor Felipe III dirigido al padre provincial de México una real cédula en que concede licencia para la dicha fundación, fecha en San Lorenzo a 16 de julio de 1611. Dijimos ya como en la octava congregación provincial, tenida en México a 3 de noviembre de 1613, se suplicaba al muy reverendo padre general admitiese la fundación de aquel colegio, a que condesciende en sus respuestas dadas en Roma a 5 de febrero de 1616. En virtud de todos estos documentos, el padre provincial Nicolás de Arnaya otorgó pleno poder al padre Tomás Domínguez, para que en nombre de la Compañía tomase posesión de aquel colegio, precediendo la licencia y aprobación del señor obispo de aquella ciudad ante Juan Pérez en 5 de febrero de 1618. El ilustrísimo señor don fray Gonzalo de Salazar, del orden de San Agustín, dio su grata licencia y aceptación en 10 de mayo de 1615, y el señor don Francisco Ramírez Briseño proveyó auto en que les mandaba dar posesión en 19 de mayo del mismo año de 1618. Hemos dado tan exacta y   —111→   circunstanciada noticia de todos estos pasajes, y puesto en toda su luz estos pasos jurídicos de la fundación de Yucatán, para desenredar el nudo que se halla en los antiguos manuscritos, y justificar la razón que tenemos para no seguir su cronología en este punto, respecto que debemos a la antigüedad y a la religiosidad de sus autores. Los primeros jesuitas que llegaron a Mérida fueron los padres Tomás Domínguez, por superior, Francisco de Contreras, Melchor Maldonado y el hermano Pedro Mena, coadjutor, a que se agregó poco después un hermano estudiante, que aprendiese la lengua maya general del país, para que ordenado predicase y confesase en ella a los indios, conforme a la voluntad del piadoso fundador.

[Algunas singularidades del país] De la situación, temperamento, poblaciones y cosas maravillosas de esta península, tanto en lo físico como en lo político de su antiguo gobierno, y en lo moral de sus ritos, religión y costumbres, trata largamente el citado padre Cogolludo, cuya historia tenemos por una de las más verídicas, exactas y juiciosas que se han escrito en la América. La capital es Mérida, asiento del gobernador y capitán general, y silla episcopal fundada por el adelantado don Francisco de Montejo en 6 de enero de 1542, aunque celebra por titular con fiesta de precepto a San Bernabé, por haberse ganado en su día la célebre batalla de Tibohó (hoy Mérida) que aseguró a los españoles la posesión del país. Mérida está cuasi en el centro de la península en 20 grados 10 minutos de latitud boreal. Valladolid, Campeche y Salamanca de Bacalar, son también lugares de españoles y fundación del mismo montejo. La catedral fue erigida por el Sumo Pontífice Pío IV en 16 de diciembre de 1661. El primer obispo consagrado de esta diócesis fue el ilustrísimo señor don fray Francisco del Toral, y antes de él habían sido presentados fray Juan de la Puerta y don fray Julián Garcés, con nombre de obispo de Cozumel o de nuestra Señora de los Remedios, y después fue primer obispo de Tlaxcala. La catedral se dedicó por el mismo Pontífice a San Ildefonso, no sin especial providencia, habiendo los ciudadanos pretendido dedicarla a la Encarnación, olvidados de una antigua promesa que habían hecho al Santo arzobispo de Toledo. En la dicha iglesia, que es una fábrica suntuosa y magnífica, se ve en la capilla que sirve de sagrario una inscripción en una piedra del pavimento, con estas palabras: Hic jacet Franc. S. R. E. Card. Archie. Esta lápida ha dado que pensar a algunos curiosos. Muchos la han creído supuesta a capricho. Otros han discurrido con mucha variedad. Ni creemos   —112→   que haya sido maliciosamente fingida para atormentar los ingenios de los anticuarios, que seguramente hubiera sido un trabajo ocioso, ni podemos aventurar tampoco alguna racional conjetura. En el patio del convento de San Francisco está una cruz de piedra con un santo Cristo, que es fama común haberse hallado en la conquista. En la huerta del mismo, convento se ven aun algunas piedras curiosamente labradas con cotas y morreones a la antigua romana, y púnica. Lo cierto es que los españoles hallaron casas de piedra grandes y de buena arquitectura, con cruces en muchas de las puertas y en un adoratorio de Campeche: que los indios eran de los más cultos y ladinos de toda la América, tanto en el gobierno político, como en los ardides de la guerra. Las profecías de Chilam Balam, o Cambal, y de otros antiguos sacerdotes de aquella nación han merecido el ascenso de hombres muy cuerdos, y si se da crédito a las profecías de las Sibilas, no hallamos argumento para negárselo a las predicciones de unos gentiles como ellas.

[Muerte del padre Pedro Díaz] A la fundación del colegio de Mérida añadiremos la muerte del padre Pedro Díaz, que le había dado principio con su fervorosa misión. Fue uno de los primeros fundadores de la provincia y destinado por San Francisco de Borja para maestro de novicios desde Europa, y que luego en llegando hiciese la profesión de cuarto voto, aunque no tenía sino veintisiete años de edad. Gobernó dos veces el colegio de México, fue dos veces procurador a Roma, prepósito de la casa profesa, provincial y fundador de los colegios de Guadalajara y Oaxaca por muerte del padre Diego López. En su tiempo se abrió la puerta a las misiones de infieles. En las fundaciones de Oaxaca y Guadalajara, siendo rector y provincial en el pleito sobre el sitio de la profesa, manifestó una celestial prudencia, derivada de su mucha caridad con los prójimos y continuo trato con Dios. Fue admirable la prontitud y docilidad conque después de haber obtenido cuantos empleos lustrosos tiene la provincia, y a los sesenta amos poco menos de su edad, a la más ligera insinuación, emprendió el viaje a Mérida de Yucatán, donde dejó tan buen nombre de la Compañía y tan suave olor de sus virtudes, que estaba aun fresca la memoria después de catorce años que se fundó el colegio. Entre muchas religiosísimas sentencias suyas que dejó escritas, y de que se valía frecuentemente en su conversación, era muy notable que un religioso ha de tener siempre alguna cosa que le esté llamando al aposento. Murió con sentimiento de toda   —113→   la provincia el día doce de enero de 618: el ilustrísimo señor don Juan de la Serna, arzobispo de México, el señor don Juan de Nenteria, obispo de la Nueva-Segovia, y otras muchas personas de distinción le visitaron en su enfermedad, y dos padres que lo habían confesado generalmente, dieron testimonio de que había muerto con la gracia bautismal.

[Muerte del padre Sebastián Chieca] A fines del año murió también en Granada de Nicaragua el padre Sebastián Chieca, uno de los fundadores de aquella residencia, joven de veintiocho años de edad, pero muy maduro en virtud; de singular aspereza de vida, y de una grande actividad y celo para procurar la salud de las almas. En el poco tiempo que había estado en aquella tierra se mereció también por su constancia en el trabajo e inocencia de su vida las estimaciones de aquella ciudad, tanto que en los últimos días las personas más distinguidas, hincadas las rodillas al rededor de su pobre lecho, le pedían su bendición y pretendían con ansia cualquiera de sus alhajas. Los curas de la ciudad impidieron se enterrase el día siguiente por la mañana para hacerle ellos a la tarde el funeral con cuanta solemnidad permitía el país. Los padres de San Francisco vinieron a nuestra iglesia a cantarle una misa en demostración de lo que al padre y a la Compañía estimaban. Murió el día 26 de diciembre del mismo año.

[Inquietud de los yaquis] Entre los tepehuanos, con los buenos oficios del padre Andrés López habían ya vuelto tantos a sus pueblos, que pareció necesario enviar en su socorro al padre José de Lomas, antiguo misionero de la Topía. Las misiones del Norte no ofrecían por este tiempo cosa considerable: los pueblos todos de Sinaloa, singularmente los yaquis, parecían crecer por instantes en policía y religión. Sin embargo, no faltaban sustos y contradicciones a los dos misioneros. Por dos veces habían pretendido algunos sediciosos dar la muerte al padre Tomás Basilio. La primera, con pretexto de llevarlo a visitar a un enfermo: la segunda, queriendo abiertamente acometerle un indio bárbaro, creyendo que el bautismo que el padre había dado a un hijo suyo era la causa de su muerte. En una y otra ocasión lució bien la fidelidad de la mayor parte de los yaquis, que socorrieron prontamente a su ministro. No fue menor el riesgo en que se vio el padre Andrés Pérez yendo a visitar a un viejo enfermo: éste le recibió con agrura, y corrigiéndole amorosamente el padre, otro que estaba con él corrió a tomar el arco y la flecha, y hubiera quedado allí víctima a su celo, si otro indio de los que acompañaban siempre al ministro no se hubiera abrazado con   —114→   aquel bárbaro mientras se ponía en seguro el misionero. Con la vida de éstos peligraba tal vez toda aquella nueva cristiandad. En dos distintas ocasiones, vueltos a su natural ferocidad, flecharon a una india de nación Guaima, que había mucho tiempo estado entre ellos, y casado con año de los principales yaquis, y a unos nevomes, que con la seguridad de haber ministro en aquellos pueblos pasaban a ver al misionero. A la india dieron cruel muerte sin poderlo remediar el padre, que hubo de ceder al tiempo, y dejar pasar aquella furia, en que no eran capaces de consejo. Al nevome sacó y puso a cubierto de todo insulto la fidelidad de un buen cacique. Entre tanto los mayos vinieron a quejarse de que habiendo ya los yaquis recibido padres y oído la palabra de Dios, conservaban aun algunas cabelleras de los mayos para celebrar sus bailes. Nosotros, decían, luego que comenzamos a ser cristianos, quemamos todas las cabelleras y huesos de nuestros antiguos enemigos. Estas crueles memorias creímos desde luego muy contrarias a las leyes de mansedumbre y humanidad que nos enseñaban los padres. Los yaquis, si son verdaderamente o desean ser de una misma ley con nosotros y seguir vuestra doctrina, deben olvidar las antiguas enemistades, tratarnos como a hermanos, y no perpetuar juntamente con las supersticiones de su gentilidad el odio de sus vecinos. Una reconvención tan justa avergonzó a los yaquis. Respondieron que tales cabelleras y tales bailes se hacían sin su noticia. Hicieron exactas averiguaciones, hallaron algunas prendas semejantes, y juntas se mandaron quemar públicamente en la plaza del pueblo principal de Torin.

[Muerte de algunos sujetos] Los grandes aumentos que el año antecedente había tenido la provincia se recompensaron bien con las grandes pérdidas que en todas partes tuvo que llorar en el año de 1619. Los padres Francisco Maxano, Pedro Mercado, y Juan Bautista Espínola, murieron en la casa profesa en 13 de agosto, 15 y 19 de octubre. En el colegio máximo los padres Francisco Váez, Silvestre García, y Martín Fernández; el último a 14 de noviembre, los dos primeros a 14 y 19 de julio. En Oaxaca faltó el padre Juan Sánchez, y en Veracruz el padre Juan Rogel. Estos dos últimos, y el padre Pedro Mercado, eran de los primeros fundadores de la Provincia, y los otros de los más antiguos de ella hombres de mucha religión y de muy sólidas virtudes, de que esperamos tratar difusamente en otra parte. El padre Juan Sánchez era el último de los que vinieron con el padre Pedro Sánchez, y murió a los   —115→   31 de diciembre. El padre Juan Rogel era el primero que había venido de la Compañía a la América septentrional con el padre Pedro Martínez. [Incendio de Veracruz] A su muerte precedió la ruina de la casa e iglesia de Veracruz, y de cuasi toda aquella ciudad en el incendio de los primeros días de este año. Quemáronse los conventos de Santo Domingo y la Merced. De nuestra casa había ya pasado el fuego sin considerable lesión; pero ocho barriles de pólvora que se quemaron en casa de un mercader con las piezas del techo y casa que hicieron volar a todas parte, volvieron a prender el fuego en nuestra casa e iglesia, ayudado de un recio norte, con tanta violencia, que nada fue posible sacar sitio el Santísimo Sacramento, y al padre Juan Rogel, que por su avanzada edad de noventa años fue necesario cargarle dos sujetos en brazos y llevarle a casa de un hombre honrado. Los ciudadanos mostraron mucho en esta ocasión el antiguo y sólido aprecio que hacían de los jesuitas. Luego se les preparó casa en que albergarse. El ilustrísimo señor don Alonso de la Mota escribió a los curas que nos dejasen ejecutar nuestros ministerios en la parroquia, como ya ellos lo habían gustosamente ofrecido. Unos se encargaron de proveerlos de ropa, otros de alimento, otros de juntar limosnas para fábrica del colegio e iglesia, cuyas alhajas habían enteramente consumido las llamas: con esta liberalidad dentro de poco se comenzó la fábrica. El padre Juan Rogel hubo de permanecer en la casa de un antiguo penitente suyo, en atención a su edad, que no permitía tantas mudanzas. Los padres iban diariamente a verlo, porque no conociera el religiosísimo anciano que estaba en distinta casa. El día 19 observaron que anduvo por toda la casa con una extraordinaria alegría y semblante de un ángel. Sentado a comer con su huésped a la mesa, repentinamente se levantó, juntó las manos, alzó al cielo los ojos, y luego poniéndolos cariñosamente en su bienhechor que le miraba atónito, sin hablar palabra ni dar muestra alguna de sentimiento o de congoja, los cerró y dio su alma al Criador. La pérdida de la ciudad se avaluó en más de dos millones, escribió el padre rector de aquel colegio, y con todo se ha sentido por mayor la de un varón apostólico como el padre Juan Rogel, y de tan rara virtud y santidad, que se puede contar entre los más insignes que ha tenido la Compañía. El padre Nicolás de Arnaya, provincial que era, y tan gran maestro de espíritu como dan a entender sus piadosísimos escritos, escribiendo al padre general Mucio Witelleschi, después de haber referido la carta de dicho padre rector, concluye   —116→   así: Hasta aquí el padre, y pudiera más en la santa vida del padre Rogel, que fue admirable, y de varón verdaderamente santo, y de los de mayor virtud que en nuestro tiempo hemos alcanzado.

[Elogio del venerable siervo de Dios fray Pedro Cardete] A las muertes de tan insignes jesuitas podremos añadir la del venerable siervo de Dios fray Pedro Gardete, de la familia seráfica. El amor grande que este hombre raro tuvo siempre a la Compañía, y la estimación que dio en Yucatán a los jesuitas, no permite que pasemos adelante sin dar en este año, que ilustró con su muerte, esta muestra de nuestro agradecimiento y memoria de sus heroicas virtudes. Tuvo una santa e íntima amistad con el padre Pedro Díaz, muy semejante a él en el espíritu, a quien comunicó cómo había pedido muchas veces al Señor que fuese a aquel país la Compañía. El Señor, añadió, me lo ha concedido; pero por ahora no se logrará la fundación prometida. El padre Pedro Díaz conservó siempre tal veneración a su memoria, que después de catorce años dijo a los padres que pasaban a fundar el colegio de Mérida: vayan en hora buena muy consolados que allí hallarán al viejo Cardete, hombre de gran virtud y santidad. Luego que llegaron los padres, ya que las enfermedades con que lo ejercitaba el Señor no le dieron lugar para ir a visitarlos, advirtió al guardián que pasase un oficio a los recién venidos, y les ofreciese cuanto pudiesen necesitar. El poco tiempo que le duró la vida, tuvieron en él un padre a quien visitaban y amaban con la mayor ternura. En su última enfermedad, cercado de sus hermanos y de todos los nuestros, que igualmente le lloraban, exhortó a unos y otros a que se amasen siempre mucho, y, trabajasen como buenos hermanos en la viña del común padre de familias. Por mandado ilustrísimo señor don fray Gonzalo de Salazar, se hicieron después de su muerte informaciones que autorizó el Ilustrísimo, y en que los padres Tomás Domínguez, y Francisco de Contreras depusieron con juramento cosas admirables. En el féretro abrió dos veces los ojos claros y hermosos que le volvió a cerrar otras tantas, derramando muchas lágrimas de devoción el citado padre Francisco de Contreras. Murió el santo hombre a 2 de setiembre de 1619. El testimonio del señor obispo dice así: «Nos el maestro D. Fray Gonzalo de Salazar, por la miseración divina, y de la santa sede apostólica de Roma, obispo de estas provincias de Yucatán, Cozumel y Tabasco, del consejo de S. M., etc. Habiendo visto la información dada por el padre fray Juan de Arellano, guardián del convento del Seráfico padre S. Francisco de esta ciudad atrás contenida, decimos que los testigos en   —117→   ella presentados son personas honradas y principales de entera fe y verdad. Y certificamos que de tiempo de más de diez años a esta parte que venimos a este nuestro obispado y conocimos al padre Fr. Pedro Cardete, nos fue público y notorio la entereza, santidad y religión, con que siempre procedió hasta el fin de su vida. Y las veces que lo visitamos experimentamos ser religioso santo de toda virtud, porque en sus palabras tan compuestas y macizas, en su virtud tan penitente y religiosa, nos constó ser uno de los santos religiosos que ha tenido la orden del Seráfico padre S. Francisco en esta provincia; y como tal estimamos y veneramos con toda devoción, porque el esplendor de su vida movía a nuestro interior espíritu para tratarle con el respeto y veneración de siervo de Dios. Con cuya fe nos hallamos a las exequias y entierro de su cuerpo; a donde se movió toda la ciudad, y lo que más causó en nos y en todos generalmente grande admiración, fue estar el dicho su cuerpo al cabo de más de veinte horas de su fallecimiento tan flexible, amoroso y tratable, que se dejaba gobernar sus miembros con muy grande facilidad, cosa extraordinaria y particular en esta tierra donde por ser caliente, a las ocho horas los cuerpos se corrompen y quedan tiesos. Y teniéndole como siempre le tuvimos por varón santo, con toda veneración le besamos las manos, y procedía del dicho su cuerpo un olor suave que demostraba estar su alma en verdadero descanso. Todo lo cual certificamos, e interponemos en estos autos nuestra autoridad, y lo firmamos etc.».

[Estado de los demás colegios] En Sinaloa a la mitad del año había entrado el padre Diego de Guzmán a los indios nebomes, que había tiempo pretendían esta dicha. La tierra, dice el mismo padre en su relación, es muy apacible y fértil por las muchas aguas que tiene. Los naturales muy dóciles y más cortesanos que los demás que hasta ahora se han descubierto; tienen casas de terrado, y las mujeres desde muy niñas andan cubiertas hasta los pies con pieles de venado muy bien curtidas y pintadas. Han hecho iglesias y amistad con los yaquis, y como estaban tan bien dispuestos por sus parientes los de Baimoa, en estos pocos meses se han bautizado mil quinientos diez y seis adultos, fuera de cinco mil noventa y seis párvulos. En toda la provincia de Sinaloa se cortaban ya bautizados y reducidos a la cristiana política setenta y cinco mil almas, y más de cincuenta mil se veían correr de los países vecinos en busca de las fuentes de la vida. Los demás colegios de la provincia proseguían en el fervor de sus santos ministerios. [Novena congregación] En el colegio   —118→   máximo, siendo secretario el padre Juan de Ledesma, se celebró el día 2 de noviembre la nona congregación provincial, en que fueron elegidos procuradores a Roma y Madrid los padres Hernando de Villafañe y Juan Laurencio, rectores de los colegios de Sinaloa y de México.


 
 
FIN DEL LIBRO QUINTO
 
 


Anterior Indice Siguiente