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ArribaAbajoLa Imprenta en Yucatán

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La necesidad de establecer una imprenta en Mérida de Yucatán estaba en el pensamiento de algunos de sus habitantes en los albores del siglo XIX470.

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Están, sin embargo, de acuerdo los escritores mexicanos, en que la Imprenta no se introdujo en esa ciudad hasta el año de 1813471. El historiador Ancona dice que don Francisco Bates, uno de los más ardientes liberales yucatecos, «hizo venir de Europa una imprenta; pero como las comunicaciones eran entonces muy tardías, ésta no hubo de llegar a Mérida sino hasta principios de 1813.

»Entonces se abrió una nueva era para la antigua colonia, en donde antes todo respiraba silencio y una sumisión absoluta a la autoridad real. En la antigua T-hó, donde los bárbaros mayas tributaban en otros tiempos un culto especial a sus dioses inmundos, en la ciudad de Mérida, fundada por Francisco de Montejo, para el mejor servicio de la Iglesia y del Rey, apareció entonces el primer periódico que hubo en la provincia, y que debía de contribuir poderosamente a la tercera evolución que se ha desarrollado en su suelo. Diose a la publicación el nombre de El Aristarco472

La imprenta la puso su propietario bajo la dirección de don José Fernández Hidalgo473.

Don José Clemente Romero asegura que en ese mismo año de 1813 se fundaron en Yucatán cuatro establecimientos tipográficos más: los de don José Tiburcio López y hermano, el de don Andrés Martín Marín, y el de don Manuel Anguas, que tenía el carácter de oficial, porque en él se imprimían los trabajos de la gobernación; y el de don Domingo Cantón.474

De los impresos y documentos que conocemos, resulta, sin embargo, que esta aseveración del escritor yucateco no es del todo exacta.

En efecto, por primera vez en 1814 se ve aparecer, la «Imprenta del Gobierno a cargo de don Manuel Anguas», y en 1815 la «Oficina a cargo de don Andrés Martín Marín», y no antes de 1820 la de don Domingo Cantón.

Sólo hasta 1814 se exhibe en los pies de imprenta el nombre: de Bates. ¿Pasó el taller de su propiedad a poder del Gobierno? Así lo creemos.

La del Gobierno comenzó a llamarse «Constitucional» en 1814, sin el aditamento de hallarse a cargo de Anguas; en 1818 aparece el nombre de éste, y sigue en 1820 siempre a su cargo y con el título de «Patriótica Constitucional».

De los pies de imprenta en que se ve figurar a Marín en 1815 y l820, consta que él era simplemente quien dirigía el taller, pero de ninguna manera su propietario. En ese último año la «Patriótica Constitucional» estuvo regentada por Anguas y por Marín.

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Otro tanto decimos de la «Patriótica liberal», en que se presenta en ese mismo año el nombre de Cantón.

De estos antecedentes resulta, en nuestro concepto, que no fueron cinco las imprentas que hubo a la vez en Mérida de Yucatán, no diremos en 1813 sino aún en 1821, fecha a que alcanzan las presentes Notas bibliográficas. En realidad de verdad, la imprenta era una sola, que se presenta con nombres diferentes y a cargo de distintos tipógrafos. Por lo demás, bien se deja comprender que la importancia de la ciudad en aquel entonces no podía en manera alguna proporcionar trabajo a cinco talleres a un tiempo.

Pero no necesitamos seguir en este camino de las hipótesis para llegar a la conclusión que indicamos.

Poseemos, en efecto, documentos que establecen de una manera que no deja lugar a dudas, que hasta mediado el año de 1821 no existía más de una imprenta en Mérida. El jefe político D. Juan María Echeverri escribía, con fecha 30 de enero, que no había allí sino una sola tipografía, de propiedad del alcalde D. Pedro José Guzmán, por la que se publicaba el único periódico de la localidad, en el que se insertaban las reales órdenes, decretos de las cortes, reglamentos, etc., «copiando cuanto bueno traían los papeles públicos de esa corte (Madrid) y otros puntos.» Unos cuantos meses después volvía a dirigir al Ministerio un nuevo oficio relativo al mismo asunto, que copiamos íntegro, por lo que interesa al punto que dilucidamos.

«Excmo. señor: -En toda esta provincia sólo hay una imprenta, aunque bien corta y escasa de sirvientes, que es la que tiene en esta ciudad a su cargo don Domingo Cantón, circunstancia que le ha proporcionado vender caro su trabajo. Sin embargo, el Gobierno Provincial se vio en la necesidad de valerse de ella para circular con la conveniente celeridad las órdenes de Su Majestad y decretos del Congreso, pactando dar a la oficina quinientos pesos anuales de los fondos provinciales, cantidad que, haciendo apenas el tercio de lo que le producía igual trabajo en imprimir otros papeles, hacía preferir éstos y dilatar la publicación de aquellos, con notable perjuicio del público en la demora con que se le comunicaban las disposiciones superiores y en el atraso de los negocios de este Gobierno.

»Deseando la Diputación Provincial remediar este daño y también esparcir por toda la provincia, para ilustración de sus habitantes, privados generalmente hasta estos tiempos aún de escuelas de primeras letras, discursos y reflexiones instructivas de sus obligaciones y derechos, acordó, en sesión de 2 de febrero último, se celebrase contrata con dicha imprenta para que llenase los objetos referidos, comisionando para el efecto a su secretario. En su consecuencia, se obligó la Imprenta a publicar semanalmente cuatro periódicos de aquella clase y a entregar de cada número doscientos ejemplares para distribuir entre los ciento setenta y ocho ayuntamientos de la provincia y otras corporaciones y autoridades, por un mil y quinientos pesos anuales: gratificación moderada, si se compara con los cuarenta y un mil y seiscientos impresos de a pliego que por ella debe entregar, y si se reflexiona que sería necesario duplicarla para pagar plumistas que desempeñasen esta obligación, sin la celeridad necesaria en las presentes circunstancias.

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»Sin embargo, habiéndose pedido por un vecino de esta ciudad otra Imprenta, que debe llegar muy en breve, se espera que su concurrencia proporcionará luego alguna ventaja en el precio. Todo lo cual participo a vuestra excelencia para su superior conocimiento.

»Dios guarde a vuestra excelencia muchos años.- Mérida de Yucatán, 12 de junio de 1821. Excmo. señor.- Juan María Echeverri.- (Con su rúbrica).

»Excmo. señor Secretario de Estado y del despacho de la Gobernación de Ultramar.»


(Archivo de Indias, 91-2-13).                


Muy pocos días después, en 28 de agosto de dicho año, anunciaba Echeverri que la imprenta que se esperaba había llegado; pero lejos de resultar beneficiosa a sus planes de economía, aquel nuevo taller pasó a ser un tremendo ariete contra la autoridad del Gobernador. «Desde entonces, decía, el abuso de la libertad empezó a indisponer los ánimos, viéndose atacadas corporaciones y autoridades.»

Lo cierto era que, según el mismo Gobernador lo confesaba, el escritor de ese periódico revolucionario había conseguido al cabo de muy pocos meses «desterrar la mayor parte de aquella fuerza moral con que yo podía apoyar mi mando». Se quejaba de los letrados que no le ayudaban, y especialmente porque habiéndose pedido al que hacía de fiscal que delatase el papel Indio triste, publicado allí, «se limitó a quejarse de las expresiones contra el Obispo».

Después de esto nos parece fuera de cuestión que hasta julio o agosto de 1821 no hubo más de una imprenta en Mérida de Yucatán475.



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ArribaAbajoLa Imprenta en Santa Marta

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El gobernador de Santa Marta don Francisco de Montalvo, en carta de 6 de noviembre de 1813 escribía al Ministro de Ultramar diciéndole que había procurado establecer una imprenta en aquella ciudad, pero «la estrechez y miseria en que nos hallamos aquí», agrega, «no me ha permitido aún realizar el proyecto»476.

Según consta de la portada del único impreso que conocemos, tres años después de aquella fecha estaba en funciones una imprenta en el Colegio Seminario de dicha ciudad.



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ArribaAbajoLa Imprenta en Arequipa, El Cuzco, Trujillo y otros pueblos del Perú durante las campañas de la independencia

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Las notas bibliográficas que van en seguida se refieren a las piezas que hemos logrado ver salidas de las prensas de Arequipa, el Cuzco, Trujillo, y de las de los Ejércitos Libertador y Realista durante las campañas de la independencia del Perú en los años de 1820 a 1825477.

Nuestros esfuerzos para averiguar algunas noticias biográficas de los tipógrafos que las compusieron han resultado infructuosas. Sentimos, por lo tanto, tenernos que limitar a los escasísimos datos que resultan de las portadas de esos mismos impresos.

Al Cuzco llevó imprenta el virrey D. José de la Serna en enero de 1822. Llamose del «Gobierno legítimo» o «del Gobierno», simplemente.

En Trujillo la costeó, como en Arequipa, la Municipalidad, y empezó a funcionar con su nombre en julio de 1824, a cargo de don José Paredes.

Llamose, también, «Imprenta de la Ciudad».

Casi a la vez se estableció la del Estado, regentada por D. J. González.

Como es sabido, en el parque del Ejército Libertador se incluyó una pequeña imprenta, de la cual salieron sus Boletines, impresos en distintos pueblos y parajes del Perú. Los nombres de los tipógrafos que la tenían a su cargo, que han llegado a nuestro conocimiento, son: D. José Rodríguez, de la que se tituló del «Ejército Libertador del Sur», (diciembre de 1822); de la del «Ejército Unido» el capitán Andrés Negrón (1824), quien, junto con empuñar la espada y manejar el componedor, solía ser visitado de las musas; y don Fermín Arévalo en 1825.

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La imprenta de los realistas llamose simplemente «Volante», en 1821; de la «División libertadora del Sur» (1822), a la cual, parece se agregó la de los patriotas que en Calamarca cayó en poder del general Canterac y que se nombró entonces «Imprenta que fue de la División enemiga del Sur»; y, por fin, la designada con el título de «Imprenta de la División de la Costa de Lima», que trabajaba en 1824 en el Callao, bajo la dirección de D. José Masías.

No necesitamos decir que los talleres tipográficos de uno y otro ejército apenas si bastaban para publicar hojas sueltas, y, cuando más, dos páginas en folio. Llevados a lomo de mula fueron transportados por todo el interior del antiguo virreinato, desde Jauja a Chuquisaca, y sus productos venerandos son hoy rarísimos; y aunque muchos de ellos figuran en el día en colecciones posteriores, las presentes notas servirán, aunque más no sea, para darlos a conocer con todos sus caracteres bibliográficos478. Los historiadores han enumerado prolijamente los cañones y fusiles de los beligerantes durante aquellas memorables campañas: nuestro propósito ha sido inventariar, a medida de nuestras fuerzas, esos impresos, que en ocasiones fueron armas de combate aún más poderosas que los fusiles y los cañones. Complemento indispensable de nuestra Imprenta en Lima, hemos creído que, deficientes, como tienen que ser, han de dar, por lo menos, margen a investigaciones posteriores, que permitan formar el catálogo completo de tan interesantes producciones tipográficas.





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ArribaLas obras de la bibliografía hispanoamericana

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Advertencia479 sobre las obras de bibliografía hispano-americana. Bibliografías generales: Nicolás Antonio y su Bibliotheca hispana nova. Alfonso Lasor de Varea. Barbosa Machado; noticias de su Biblioteca Lusitana. El Ensayo, de Gallardo. El cronista González Dávila. Bibliografías especiales hispano-americanas: González de Barcia y su Epítome. La Biblioteca Americana, de Alcedo. Eguiara y Eguren y Beristain de Sousa. El libro de Ternaux-Compans. Nota crítica acerca de la Bibliotheca Americana Vetustissima. Rasgos biográficos de su autor. Tirada aparte de las páginas referentes a libros impresos en América descritos en ella. El Dictionary of Books, etc., de Sabin y la Historia de la literatura en Nueva Granada, de Vergara. Bibliografías de lenguas americanas. El libro del Conde de la Viñaza. La Real Academia de la Historia y el cuarto centenario de Colón. Catálogos de bibliotecas públicas y particulares. Catálogos de libreros referentes a la América. Bibliografías españolas de materias determinadas. Id. de provincias y ciudades de la Península. Las crónicas y bibliografías de las Órdenes religiosas. Conclusión.


Si hubiéramos de limitarnos en la reseña bibliográfica que nos hemos propuesto hacer a las obras de esa índole que se refieren exclusivamente a la América, nuestra tarea sería tan sencilla como breve. Pero como en realidad de verdad obras y escritores hispano-americanos se encuentran citados con más o menos extensión en bibliografías de carácter general, en las crónicas de órdenes religiosas, en monografías de la Imprenta de muchas ciudades españolas, y no pocos en catálogos de bibliotecas públicas, de particulares y de libreros, nos ha parecido que de una manera sumaria debíamos siquiera mencionar esas obras, pues que de todas ellas hemos tenido que tomar, aunque más no haya sido, una referencia.

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Comenzaremos, pues, por las bibliografías generales. El puesto de honor corresponde en este orden a Nicolás Antonio para su obra Biblioteca Hispana, impresa por primera vez en Roma en 1672 y de la cual se hizo segunda edición en Madrid durante los años de 1783-1788, bajo la dirección de D. Antonio Sánchez y D. Antonio Pellicer, correspondiente a los autores que florecieron desde el año 1500, o sea la llamada Hispana nova480.

En esa obra escrita en latín se dan noticias de muchísimos autores americanos en el sentido más lato de esta palabra, y se indican los títulos de las obras más o menos abreviados, pero siempre con exactitud, añadiendo el lugar y años de la impresión y el tamaño.

Revélase en ella el autor como hombre eruditísimo y escrupuloso en las noticias que da de los libros y autores, a tal punto que, salvo contadísimos descuidos, la Biblioteca Hispana nova es un guía seguro para el bibliógrafo. Las condiciones de la edición española son hermosísimas, y los índices en extremo copiosos que la enriquecen facilitan sobremanera su consulta, contrapesando así el error en nuestro concepto cometido de haber seguido en el cuerpo de la obra el orden de los nombres propios de los autores y no el de los apellidos, único sistema, es cierto, adoptado durante siglos por los escritores españoles en sus índices.

Don Nicolás Antonio y Bernal nació en Sevilla el 28 Julio de 1617481.

Hizo sus primeros estudios en el Colegio de Santo Tomás de Sevilla y en otros de esa ciudad, hasta que en 1636 fue enviado a la Universidad de Salamanca, en la que tres años más tarde se graduó de bachiller en leyes, a cuyo estudio se dedicó con ardor bajo la dirección del egregio jurisconsulto don Francisco Ramos del Manzano. En 1645 se trasladó a Madrid a impetrar el hábito de la orden de Santiago, que obtuvo482, y donde probablemente permaneció hasta 1659, fecha en que Felipe IV le envió a Roma, ordenado ya de sacerdote, según es de creer, como procurador general del reino, y en cuya corte permaneció diez y ocho años, hasta el de 1678, en que fue llamado a Madrid para servir la fiscalía del Consejo llamado de Cruzada, que desempeñó hasta su muerte, ocurrida allí el 13 de Abril de 1684483.

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Más general que la de Antonio, como que abarca a los escritores de todas las ciudades del mundo (al menos según reza el título de la obra) es la que publicó Rafael Savonarola en 1713, en dos volúmenes en folio, bajo el seudónimo de Alfonso Lasor a Varea, que en ocasiones hemos tenido oportunidad de citar, pero que en realidad es de un escasísimo valor bibliográfico para los americanistas.

Por supuesto que como monumento bibliográfico es infinitamente superior la Biblioteca Lusitana de Diego Barbosa Machado, y aunque, como es de suponerlo, se refiere casi en su totalidad a obras portuguesas, se ocupa cuando se ofrece la ocasión de autores que interesan a la América.

El tomo I de esa obra, verdaderamente notable por sus investigaciones biobibliográficas e impresa con gran lujo tipográfico, se publicó en Lisboa en 1741 y fue dedicada por el autor al rey don Juan V. A pesar de esto y por circunstancias que no es fácil de explicar, el II lo dedicó al obispo de Oporto; pero habiéndose dado cuenta de semejante inconveniencia le hizo después arrancar la portada y dedicatoria, por cuya razón son hoy rarísimos los ejemplares que las conservan.

El III es muy raro. Cuéntase que fastidiado porque no se vendía y por las críticas que se le dirigían, destruyó todos los ejemplares que conservaba en su poder. El 4º lo publicó en 1759.

«El abad Barbosa, dice Silva, fue, como no podía dejar de ser por la naturaleza de sus estudios, un celoso y apasionado bibliófilo. A costa de muchos sacrificios y gastos consiguió reunir una selecta y copiosa biblioteca, la cual ofreció al rey D. José para reemplazar la biblioteca real destruida en el terremoto de Lisboa de 1755. Trasladada por Juan VI al Brasil cuando se retiró allí, constituye ahora el fondo principal de la Biblioteca Nacional de Río Janeiro.»484



Barbosa Machado nació en Lisboa el 31 de Mayo de 1682 y fue hijo del capitán Juan Barbosa Machado y de Catalina Machado. Fue abad de la iglesia parroquial de San Adriano de Sever en Oporto y uno de los   —524→   primeros cuarenta académicos de la Academia Real de la Historia de Portugal. Falleció el 9 de Agosto de 1772485.

Volviendo a España, es necesario que dejemos pasar siglos enteros antes de lograr la suerte de encontrar una bibliografía general; pero esa tardanza encuentra cierta compensación en la calidad de la obra que se nos presenta; nos referimos al Ensayo de una biblioteca española de libros raros y curiosos, cuyo primer volumen salió a luz en Madrid en 1863, y que por ser de todos conocido no tenemos para qué describir en este lugar. Ese magnífico monumento de la bibliografía peninsular, formada tomando por base los apuntamientos del erudito y diligentísimo investigador don Bartolomé José Gallardo por don Manuel Remón Zarco del Valle y don José Sancho Rayón, contiene muchos títulos que interesan al americanista, tanto más interesantes cuanto que algunos de ellos son de extraordinaria rareza y todos descritos de mano maestra con cuantos detalles puede apetecer la curiosidad más exigente.

Pero, como se comprenderá, todas estas bibliografías generales cualquiera que sea su mérito, no interesan al investigador de libros americanos sino muy secundariamente al lado de las que aparecen consagradas por entero a las obras que tratan del Nuevo Mundo. Lástima es que hasta ahora hayan sido tan pocas, aún contando entre ellas las obras que por incidencia se han ocupado de ese tema.

Hemos dicho que el antecesor de León Pinelo en el cargo de cronista de Indias había sido el maestro Gil González Dávila, quien en su Teatro eclesiástico de las Indias tuvo ocasión de mencionar, aunque sin detalles bibliográficos, las obras escritas y publicadas por los obispos cuyas biografías iba escribiendo. Pero no necesitamos decir que bajo el punto de vista de que nos ocupamos, su obra apenas si vale la pena de citarla.

Ni esos descarnados apuntes, ni los que se registran en algunas crónicas religiosas por lo relativo a los escritores americanos de las diversas Órdenes, de que más adelante hablaremos, pueden, pues, no diremos compararse sino apenas sumar en conjunto uno solo de los títulos del Epítome de León Pinelo, que con todas sus deficiencias y a pesar del largo transcurso de los años, continuaba siendo la obra capital de consulta para la bibliografía de América.

Estaba reservado a un hombre tan laborioso como aquél, el emprender la tarea de aumentar el catálogo bibliográfico de los escritores de Indias. Fue este don Andrés González de Barcia Carballido y Zúñiga, nacido   —525→   en Madrid486 hacia los años de 1673487, precisamente en los días en que Nicolás Antonio publicaba en Roma su gran Biblioteca Hispana. Poco en realidad, es lo que se sabe de la vida de tan meritorio literato y bibliógrafo, debido en parte a que sus descendientes negaron a su biógrafo, según éste refiere, «las correspondientes noticias, como si les hubiera pedido en préstamo, dice, algunas cantidades.»

«Sirvió, pues, al señor D. Felipe V desde el año de 1706 en diferentes comisiones y juntas, desempeñando su obligación con el mayor celo y desinterés. Fue superintendente del real aposento de corte y juez particular y privativo de quiebras, intervenciones, alcances y fianzas de rentas reales y millones y de los negocios pendientes en la Junta de la Visita de la Real Hacienda, ministro del Supremo Consejo y Cámara de Castilla, y asesor en el de Guerra, y en el año de 1734, gobernador de la Sala de Alcaldes de Casa y Corte. En 6 de Julio de 1713 asistió en la casa del excelentísimo señor D. Juan Manuel Fernández Pacheco, marqués de Villena, como uno de los once sujetos a quienes, y al esfuerzo y protección de este sabio señor, se debió la fundación de la Real Academia Española. Tuvo trato y comunicación con los sujetos más sabios del reino, cuyas cartas y papeles darían muchas luces para su vida, si no han fenecido a manos de algún ignorante. Murió en Madrid a 4 de Noviembre del año 1743, a los 70 de su edad.»488



González de Barcia, que era un trabajador infatigable y que se había propuesto colectar cuantos libros y papeles impresos y manuscritos le fuese posible respecto a las cosas de Indias y después de haber vulgarizado algunos no poco importantes, de que hemos dado noticias en el curso de esta Biblioteca, hallándose empeñado en una nueva reimpresión de los Hechos de los Castellanos, etc., de Antonio de Herrera, se propuso aumentar en cuanto le fuese posible la lista de «los autores impresos y de mano que han escrito cosas particulares de las Indias Occidentales», que precede a la edición príncipe de la obra. Al intento se propuso dar con el paradero de la obra grande de León Pinelo, de que era un extracto el Epítome, y habiendo fracasado sus investigaciones, para reemplazarla, hubo de echar mano de su preciosa y abundantísima colección de obras americanas en tantos años de afanes reunida, llevando siempre por norma el trabajo de su antecesor en esa tarea y completándolo naturalmente con los títulos publicados o escritos en el transcurso del siglo que mediaba desde la aparición de aquél, que había podido tener a la vista o que tomó de compilaciones, tanto españolas como extranjeras, publicadas hasta su tiempo. Tal fue el origen de la Biblioteca oriental y occidental impresa en 1737, que hemos descrito bajo el número 3071489.

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Queda allí consignado el juicio que la obra mereció a un bibliógrafo tan notable como Salvá, el cual, por desgracia, es completamente exacto. «Muchos de los errores que deslustran el mérito de bibliografías posteriores, añade a ese respecto el señor Harrisse490, deben atribuirse a González de Barcia».

Así como éste habla tomado por modelo para su trabajo a León Pinelo, el suyo había de servir a su vez de base a don Antonio de Alcedo, el autor del notable Diccionario histórico geográfico de las Indias Occidentales, para componer en 1807 su Biblioteca Americana. Catálogo de los Autores que han escrito de la América en diferentes idiomas, y noticia de su vida y patria, años en que vivieron y obras que escribieron, citada por primera vez por Rich en su Biblioteca americana nova491 y que consta de VI-1028 hojas manuscritas. «Esta abultada compilación, nos informa el señor Harrisse, parece hallarse totalmente basada sobre Pinelo-Barcia, con el agregado de unas pocas notas bibliográficas, que sólo son de interés cuando se refieren a modernos autores americanos. Los títulos aparecen en orden alfabético, compendiados, y escogidos con muy poco criterio»492. Mas, cualesquiera que sean los méritos493 y defectos de esa obra, que de unos y otros debe tener sin duda alguna, la circunstancia de no haberse dado a luz en nada hizo adelantar los estudios bibliográficos relativos a la América.

Mejor suerte que la anterior, aunque no tan completa como hubiera sido de desear, corrió la Bibliotheca Mexicana de don Juan José de Egulara y Eguren, cuyo tomo I, que comprende las tres primeras letras del alfabeto, se publicó en México en 1755, si bien el manuscrito alcanzaba hasta la J. La muerte del autor, ocurrida en 1763, le impidió terminar su obra, que debía comprender las noticias bio-bibliográficas de todos los escritores nacidos en Nueva España. Aunque distante bajo este punto de vista de abarcar lo relativo a toda la América, y si bien la circunstancia de haber sido escrita toda en latín (incluso los títulos de las obras) y cierta falta de criterio del autor, que le lleva a engolfarse a veces en largas disertaciones, le hacen perder gran parte del mérito a que pudo aspirar concebida bajo mejor plan, todavía las noticias acumuladas en ella la constituyen en parte superior a la que con propósito semejante realizó don   —527→   José Mariano Beristain de Sousa con su Biblioteca hispano-americana septentrional494, que no alcanzó a ver impresa antes de morir y cuya redacción le había demandado no menos de veinte años de su vida.

El vastísimo caudal de noticias que encierra no ha sido aún superado en parte por los bibliógrafos que le han sucedido495 y a pesar de todos sus defectos, entre los cuales «debemos considerar en primera línea, como lo reconoce García Icazbalceta496, la libertad que se tomó de alterar, compendiar y reconstituir los títulos de las obras que cita, hasta haber quedado algunas inconocibles», resulta libro de indispensable consulta para el bibliógrafo americano, y del cual, más que de ningún otro de su especie, hemos tenido que aprovecharnos en el curso de nuestro trabajo.

Obra más general y exclusivamente dedicada a la bibliografía de América pero sin más mérito que el haber agrupado en orden cronológico los libros en todos los idiomas a ella referentes hasta el año de 1700, es la Bibliothèque Americaine de Henry Ternaux-Compans, dada a luz en París en 1837. El autor, en la parte española, pudo utilizar su propia colección de libros y para no pocos títulos el Pinelo-Barcia; pero a veces con tal descuido que al mismo libro le señala dos y tres fechas diferentes. Los títulos, en número de 1153, se dan en compendio y van acompañados de su traducción al francés, y de cuando en cuando de alguna nota de escasísimo valor. Esta bibliografía resultó así plagada de errores y ha sido fuente fecunda de otros en que han incurrido por seguirla no pocos bibliógrafos.

Y con esto llegamos al verdadero fundador de la bibliografía moderna americana, nos referimos, ya se habrá adivinado, a Mr. Henry Harrisse, y a su obra Bibliotheca Americana Vetustissima, cuyo primer volumen se imprimió en 1866 con tal lujo tipográfico, por las muestras de fragmentos de los libros descritos que contiene y por sus demás condiciones externas, que implicaban un no imaginado adelanto en ese orden. Bien es cierto que las apariencias de la obra apenas si correspondían a la labor minuciosa, a la prolijidad de las descripciones, a lo profundo de la investigación, a la ciencia que en cada una de sus páginas derrama a manos llenas su autor.

Ese primer tomo fue seguido en 1872 de la publicación de otro con las Additions a los títulos ya enunciados, abarcando en ambos un total de 304+186, tocantes a obras relativas o con meras referencias a la América,   —528→   impresas en cualquier país y en cualquiera idioma, durante los años de 1493 a 1500.

A pesar de tan magna labor y de las circunstancias excepcionales de que el autor disfrutó para acopiar los materiales de su trabajo, no por eso logró incluir en él cuanto se halla escrito sobre el asunto de que trata, -cosa, por supuesto, bien explicable- ni dejó tampoco de escapársele algún error; y como es de suponerlo, punto menos que imposible tendrá que ser intentar siquiera tratar en adelante en su conjunto un tema ya agotado para la más paciente investigación.

Hasta aquí nosotros. Dejamos ahora la palabra a Mr. Growoll:

«El nombre de Henry Harrisse está ligado a una de las bibliografías más eruditas que jamás se hayan publicado; en verdad, conforme a lo que dice Nicolás Trübner, la Bibliotheca Americana Vetustissima de Harrisse es "una obra sin rival por su extensión, esmero y precisión". El hecho es tanto más notable cuanto que Harrisse no se había dedicado a la bibliografía, y porque la obra de que se trata fue un primer ensayo en ese campo. Antes de emprender el trabajo de la Bibliotheca Americana, se había dedicado exclusivamente a estudios artísticos y críticos y a la historia de la filosofía, traduciendo al inglés y anotando todas las obras metafísicas de Descartes. No habiendo podido encontrar en América editor para esa clase de libros, dirigió su atención a otras materias. Por esa época, hacia 1864-65, entró en relaciones con Samuel Latham Mitchill Barlow, el generoso coleccionista a cuya munificencia la ciencia bibliográfica le es deudora de aquella espléndida publicación. Mr. Barlow había comprado hacía poco la biblioteca del coronel Aspinwall, la cual pereció en el incendio de un edificio de la calle Broadway en que se hallaba depositada transitoriamente. Por fortuna, pocos días antes de ese desastre, había llevado a su casa gran parte de los más valiosos tesoros de la colección. Harrisse se tentó, a la vista de la rica mina de tan valiosísimas obras, para escribir una historia de los comienzos, de la decadencia y de la caída del Imperio español en el Nuevo Mundo. Al hacer sus selecciones entre tantas obras, Harrisse, naturalmente, realizó un trabajo preliminar de bibliografía, comenzando por Colón... Esos estudios se incluyeron en el volumen titulado Notes on Columbus, New York, 1866, folio...

»Estas investigaciones decidieron a Harrisse a preparar un estudio de todos los hechos auténticos relativos al descubrimiento, a la conquista y a la historia de América hasta mediados del siglo XVI. Los datos bibliográficos colectados en el curso de estas investigaciones formaron el núcleo de la Bibliotheca Americana Vetustissima...

»Si Mr. Harrisse no hubiese hecho más que lo dicho en ese orden (refiriéndose a la manera como están descrito los títulos en aquella obra), habría excedido los deberes del bibliógrafo; pero ha ido más lejos, habiendo añadido a cada descripción una lista de obras en las cuales pueden hallarse noticias de los libros que describe. Además, sabiendo cuan importante es para el historiador y otros consultar las obras originales en las cuales se basan opiniones y deducciones, señala cuidadosamente referencias a cada uno de los hechos que establece: así, en su descripción de la primera de las cartas de Colón, apunta no menos de noventa y nueve notas, en su mayoría referentes a obras que ha consultado. Las bibliografías   —529→   son muy a menudo meros catálogos descarnados, copias de portadas y nada más. El volumen de que se trata no debe clasificarse entre semejantes publicaciones. De hecho, es una historia, sin la cual ningún futuro historiador americano podrá desempeñar con eficacia su tarea. Mejor dicho, es una enciclopedia de hechos relativos a la primitiva historia de América, sin la cual ninguna gran biblioteca puede considerarse completa. En su introducción, escrita de igual manera, se halla una admirable defensa de la bibliografía como ciencia; el autor enumera los trabajos de sus predecesores en el mismo campo, describiendo sus obras y dando una breve noticia de su historia».497



«Harrisse nació en París en 1830. Siendo muy joven pasó a Estados Unidos a reunirse con su familia, y se fue al Sur, donde enseñó idiomas modernos para ganarse su vida mientras estudiaba leyes. Recibió el grado de bachiller del South Carolina College, leyó a Blackstone con el Hon. W. W. Boyce, y se preparó para el foro en la Universidad de North Carolina. El honorable Stephen H. Douglas le indujo a establecerse en Chicago; pero después de varios años de ejercer la profesión sin el éxito que era de esperar, se trasladó a Nueva York, donde ingresó al bufete de uno de los abogados más distinguidos del foro. Harrisse está aún autorizado para alegar en nuestros tribunales. Hace treinta años que se estableció en París. Desilusionado por la manera cómo habían sido recibidas sus obras por el público americano, escritas todas con el fin de iniciar y promover el conocimiento documental de la historia de nuestro país, Harrisse se dejó de cosas de América. Durante dos años estudió egiptología en el Louvre bajo la dirección de su amigo el profesor Maspero... Ante las premiosas instancias de Mr. Barlow, abandonó esos estudios para volver a los temas americanos, trabajando desde entonces sin descanso y sin remuneración pecuniaria, como siempre, en la tarea de poner en claro las obscuridades que aún quedan del período del descubrimiento de América, que comprenden los viajes de Colón, Vespucio, los Caboto y Cortereal.

»A pesar de hallarse domiciliado en Francia retiene su soberanía de norteamericano. Con ocasión del cuarto centenario de Colón, Harrisse fue nombrado Caballero de la Legión de Honor por el Gobierno francés. A contar desde 1854, ha publicado sesenta y nueve volúmenes y folletos en inglés, francés, español y varios otros idiomas».498



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De algunas páginas de la obra del señor Harrisse, las relativas a los libros impresos en América desde 1540 a 1600, se hizo una tirada por separado en número de sólo 125 ejemplares. Los bibliógrafos españoles Zarco del Valle y Sancho Rayón, a quienes hemos tenido ya oportunidad de citar, tradujeron libremente esas páginas y añadiéndoles notas, descripciones, y observaciones de su cosecha, las dieron a luz en Madrid en 1872 en un hermoso volumen de 59 páginas y tres hojas de facsímiles, que por su corta tirada se ha hecho hoy sumamente raro.

En los años de 1868-1892 se ha ido publicando en Nueva York A Dictionary of books relating to America from its discovery to the present time by Joseph Sabin, que alcanza hasta la letra S, en la cual se interrumpió la obra. En realidad de verdad, bien pocos son los títulos aprovechables para el bibliógrafo hispano-americano que en ella se encuentran, y ésos, copiados de ordinario de catálogos de libreros y sin las especificaciones bibliográficas indispensables. No corresponde, pues, en manera alguna a lo que al respecto que nos interesa podía esperarse de su título.

En cambio, en un libro de modestísima apariencia, pero escrito con verdadera crítica y no poca erudición, la Historia de la literatura en Nueva Granada de don José María Vergara y Vergara, Bogotá, 1867, 8.º, se encuentran datos y referencias a obras y autores hispano-americanos que no figuran en otra parte.

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Atención especial ha merecido a los bibliógrafos el estudio de las lenguas americanas. No hablaremos aquí de la obra del abate D. Lorenzo Hervás impresa en los albores del siglo XIX; ni del Mithridates de Adelung; ni del Index Alphabeticus de Juan Severino Vater; ni de la Monographie de Squier; ni de los Apuntes de García Icazbalceta, ni de otras muchas obras que contienen listas más o menos extensas de escritores en lenguas indígenas de América, para concretarnos al libro de Hermann E. Ludewig, cuya biografía nos ha dado en sus grandes rasgos el señor Harrisse: se intitula The literature of american aboriginal languages, London, 1868, 8.º, adicionado y corregido, según reza la portada, por el profesor Wm. W. Turner, que forman un compendio valioso sobre el tema de que se trata, con referencias a los autores que se han ocupado por incidencia de la materia, sin que, por descontado, carezca de errores y omisiones.

El interés del libro en la parte relativa a la bibliografía española ha desaparecido, sin embargo, casi en absoluto con la publicación del trabajo del Conde de la Viñaza499, que no carece también de omisiones, pero que supera enormemente al de su predecesor en los detalles y en el número de obras catalogadas.

«En ella hemos colacionado, dice su autor, cuantas gramáticas, vocabularios y listas de palabras y frases, catecismo de la doctrina cristiana y manuales para administrar los Santos Sacramentos, sermonarios, libros piadosos y todo linaje de trabajos, así impresos como manuscritos, que dicen relación a los idiomas indígenas de América, y han sido compuestos por los castellanos, portugueses y ciudadanos de la América latina, desde el siglo XVI hasta nuestros días. Titulamos el libro Bibliografía española, así porque española se llamará siempre la literatura de todos aquellos pueblos que hablen la lengua de Cervantes y de Camoens, como porque Portugal y la América latina han vivido por largo tiempo sometidos a la corona de nuestros reyes, en los tiempos más gloriosos de nuestra historia. Inclúyense también las obras escritas en nuestra edad clásica por algunos misioneros, que, aunque nacidos en Italia, Alemania o Flandes, pasaron gran parte de su vida entre españoles, y españoles fueron en verdad y llegaron a poseer el idioma castellano con mayor perfección y elegancia que el propio y nativo.»



Con ocasión del cuarto centenario del descubrimiento de América, la Real Academia de la Historia comisionó a algunos de sus miembros para que redactasen una Bibliografía Colombina, esto es, la de los documentos impresos y manuscritos, obras artísticas, etc., que de un modo u otro se refiriesen al descubridor del Nuevo Mundo, y salió en efecto a luz a debido tiempo en un volumen en cuarto mayor de cerca de 700 páginas. Esta vasta compilación, útil al investigador en algunas de las materias que abraza, es sumamente pobre bajo todo punto de vista en cuanto se refiere a la parte propiamente bibliográfica, que ha motivado con justicia amargas críticas dentro y fuera de España.

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Bajo apariencias más modestas que las bibliografías, pero en ocasiones de resultados más prácticos, por cuanto se trata de títulos cuya existencia no se afirma por meras referencias, son los catálogos de obras americanas, de bibliotecas o corporaciones y aún de simples libreros.

Así, por ejemplo, nadie podrá negar la importancia que para la bibliografía americana tiene el Catálogo de la Biblioteca de Salvá, escrito por don Pedro Salvá y Mallén y publicado en Valencia, en dos gruesos volúmenes en 4.º, el año de 1872, con facsímiles, retratos, escudos de impresores, etc., en el cual, sin contar los numerosos títulos de obras que por algún motivo interesan al americanista, hay una sección entera consagrada a libros de las Indias, descritos con verdadero lujo de detalles, con referencias a sus diversas ediciones y con espíritu crítico acertado500.

El catálogo de The Huth Library, London, 1880, 5 vols. en 4.º mayor, impreso con todo lujo, ofrece también algunos títulos dignos de la consideración del bibliógrafo americano.

De Estados Unidos, donde existen por lo menos cuatro grandes bibliotecas exclusivamente americanas501 de propiedad particular, conocemos el Catalogue of books relating to North and South American of John Carter Brown, con notas de John Russell Bartlett, publicado en 1866, que a juicio de persona competente, «no puede dejar de producir la admiración de los estudiosos y la envidia de los coleccionistas europeos.»

En 1888 comenzose a publicar en Sevilla el Catálogo de los libros impresos de la Bibioteca Colombina, con notas bibliográficas de don Simón de la Rosa y López, pero después de haber salido a luz el segundo volumen en 1891, ha quedado en suspenso la publicación, lo que es una verdadera lástima, porque si bien, ya Harrisse nos dio a conocer502 lo que había sido y lo que al presente es aquella famosa biblioteca, era necesario que se supiese una vez por todas lo que encerraba, lo cual por lo relativo al americanista, dada la época en que fue reunida, no podía ser mucho, como en efecto no lo es.

Don Gabriel René-Moreno ha publicado503 también en Santiago de Chile su Biblioteca Boliviana, 1879, y últimamente (1896) su Biblioteca Peruana, en la que se han consignado todos los libros peruanos existentes en la Biblioteca y en el Instituto Nacional: bibliografía, sobre todo esta última, en las que el erudito boliviano ha descrito de visu todos los títulos   —533→   catalogados, derramando a veces atinadas observaciones en el estilo que le es peculiar.

Últimamente se ha dado también a luz el Catálogo de la Biblioteca Museo de Ultramar, Madrid, 1900, 4.º mayor, que contiene la transcripción fiel de muchas portadas de libros americanos, pero en el cual faltan, cosa digna de lamentarse, las demás indicaciones bibliográficas, aún las más primordiales.

Entre los catálogos de libreros merecen recordarse los de Obadiah Rich, y sobre todos su Bibliotheca Americana Nova, London, 1835-1846, 2 vols. 8.º, que enumera libros relativos a América impresos desde el año 1700 a 1844, en varios idiomas; la Bibliothèque Américaine redigé par Paul Trômel, impresa en Leipzig, 1861, 8.º, que es la descripción detallada de obras relativas al Nuevo Mundo dadas a luz, hasta el año de 1700; la Bibliotheca Americana que Henry Stevens, su autor, llamó Historical Nuggets, publicada en Londres en 1861, 8.º menor, y en la que la mayoría de las obras aparece descrita con abundantes detalles.

Pero de todos esos catálogos para la venta de libros americanos el mejor sin duda por el número de obras que comprende, por la minuciosidad de los detalles y por los datos biográficos de autores que en él se hallan, es el redactado por Ch. Leclerc, París, 1878, 8.º mayor.

Tócanos ahora entrar a enunciar, aunque más no sea, las bibliografías españolas de materias determinadas y las de provincias y ciudades peninsulares, que aunque no interesan de cerca al americanista, necesitan, sin embargo, consultarse, y a fe que en ocasiones con harto provecho. Sentimos que lo estrecho del cuadro que trazamos no nos permita entrar en detalles respecto de obras y autores de los cuales puede con razón enorgullecerse la España.

En el orden de las bibliografías especiales corresponde sin duda el primer lugar al libro del franciscano fray Pedro de Alba y Astorga, intitulado Militia Inmaculatae Conceptionis Virginis Mariae impreso en Lovaina en 1663, folio504.

En esta obra, que revela un trabajo inmenso, Alba y Astorga ha mencionado más de cinco mil autores, en cualquier idioma que hayan escrito, que se ocuparon del tema que se propuso tratar, citando los libros con las indicaciones del lugar y año de impresión y su tamaño. Como muestra de su erudición basten las citas que hemos hecho de su trabajo al hablar de los de Antonio de León Pinelo.

Sólo un siglo más tarde se ve aparecer en España otra bibliografía especial, que por sus diminutas proporciones tipográficas forma un verdadero contraste con la que acabamos de enumerar: la Bibliografía Militar   —534→   Española de don Vicente García de la Huerta, impresa en Madrid en 1760, 8º menor, que es una enumeración sumaria de los títulos de obras que tratan de re militari, entre las cuales figuran unas cuantas de escritores americanos, que hemos recordado en su respectivo lugar.

Seis años después de aquélla, el Marqués de Alventos daba a luz en dos tomos en folio su Historia del Colegio Mayor de San Bartolomé, en el segundo de los cuales insertó un catálogo de los escritores de los seis Colegios, sin expresión de indicaciones bibliográficas y con algunas omisiones de bulto.

Salvar estas deficiencias fue lo que se propuso el regente de la Real Audiencia de Chile don José de Rezabal y Ugarte en su Biblioteca de los escritores que han sido individuos de los seis Colegios Mayores, impresa en Madrid, en un hermoso volumen en 4.º mayor, en 1805505, entre los cuales se contaba el autor, que insertó en ella su autobiografía. En más de una ocasión hemos debido ocurrir a las noticias que en esta obra se encuentran relativas a escritores hispano-americanos, sobre todo por lo relativo a sus patrias y carreras públicas y literarias.

Durante los años de 1842-1852 se dio a luz en Madrid en siete tomos en 8.º la Historia bibliográfica de la medicina española, obra póstuma de don Antonio Hernández Morejón, precedida de un elogio histórico-bibliográfico del autor.

En este trabajo, notable bajo muchos conceptos, se citan con exactitud los títulos de las obras, se hace de ellas un juicio crítico y se acompañan noticias biográficas de sus autores, las cuales hemos podido utilizar no pocas veces en nuestra Biblioteca506, siendo de advertir que aquéllas habrían podido ser muchas más si no hubiéramos temido alargarnos demasiado507.

De índole parecida a la anterior, pero naturalmente más modestos por su alcance, aunque no menos apreciable por sus noticias, son los estudios bibliográficos y biográficos acerca de La Botánica y los botánicos de la Península hispano-lusitana por don Miguel Colmeiro, Madrid, 1858, folio.

Por de contado muy superior a ambas por el interés que reviste para la historia americana es la Biblioteca marítima española de don Martín Fernández de Navarrete, obra asimismo póstuma, impresa en Madrid en 1851, en dos volúmenes en 4.º.

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Su mérito consiste, no sólo en la investigación bio-bibliográfica de los libros y autores que se mencionan, sino que se deriva también de los documentos que a cada paso se citan en ella.

De menos alcance, pero que a veces el americanista necesita consultar, es el Diccionario bibliográfico de los antiguos reinos, provincias, ciudades, etc., de España, por don Tomás Muñoz y Romero, obra que como la de Colmeiro fue publicada en 1858, premiada por la Biblioteca Nacional de Madrid e impresa a sus expensas.

Bibliografías especiales de índole muy variada, pero también útiles al que estudia libros y hombres que interesen a la América son las de Barrera y Leirado. Catálogo del teatro antiguo español, Madrid, 1860, folio; la de Maffey y Rúa Figueroa. Apuntes para una Biblioteca española de libros, folletos, etc., relativos a las riquezas minerales concernientes a la Península y ultramar, Madrid, 1871 2 vols. en 4.º; la Bibliografía numismática española de Rada y Delgado, Madrid, 1866, folio; y, por fin, la Biblioteca científica española del siglo XVI de don Felipe Picatoste y Rodríguez, Madrid, 1891, folio.

Durante los años de 1785-1789, don Juan Sempere y Guarinos dio a luz los seis tomos de su Ensayo de una Biblioteca española de los mejores escritores del reinado de Carlos III, en los cuales se hallan noticias biográficas y bibliográficas de no pocos escritores de cosas de América508.

En esos mismos años también don Juan Antonio Pellicer y Saforcada publicó su Ensayo de una Biblioteca de traductores españoles (Madrid, 1788, 4.º) en laque se encuentran igualmente algunos datos aprovechables de escritores del Nuevo Mundo.

Acaso más importancia que las bibliografías especiales revisten las de regiones o ciudades de la Península, las cuales comienzan a presentarse desde mediados del siglo XVIII. Así, en el año de 1747 Fr. José Rodríguez dio a luz su Biblioteca Valentina, en folio, y don Vicente Ximeno sus Escritores del reino de Valencia, en dos volúmenes también en folio: obras ambas que en 1827 fueron completadas con la publicación de la Biblioteca Valenciana de don Justo Pastor Fuster509.

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Bastante interesante por los datos que encierra para nuestro propósito son los Hijos ilustres de Madrid (Madrid, 1789-1791, 4 vols. en 4.º) de Álvarez y Baena, para cuya redacción en la parte biográfica el autor practicó numerosas investigaciones en los libros parroquiales de aquella ciudad y en otras fuentes no menos dignas de fe.

La Biblioteca nueva de escritores aragoneses de don Félix Latassa sigue en orden cronológico, como que los seis tomos de que consta fueron impresos en los años de 1798 a 1802, que comprende los autores que florecieron desde el año de 1500 hasta esa última fecha, como continuación a la Biblioteca antigua publicada en 1796. Ambas obras del docto aragonés, aumentadas y refundidas en forma de diccionario bibliográfico-biográfico por D. Miguel Gómez Uriel, han sido reimpresas en Zaragoza en 1884, en tres gruesos volúmenes en 4.º mayor.

A esta serie de trabajos bibliográficos de regiones y provincias de España pertenecen el Catálogo de los libros, etc., que tratan de Extremadura, publicado en 1865, y diez años más tarde el Aparato bibliográfico para la historia de Extremadura de D. Vicente Barrantes, interesantes sobre todo por lo relativo a Hernán Cortés, a los Pizarros y a otros extremeños que figuraron en América o que con sus hechos dieron tema a no pocos escritores.

Al mismo orden de libros de que venimos ocupándonos corresponden la Biblioteca del Bascófilo (Madrid, 1887, folio) de D. Ángel Allende Salazar; el Intento de un diccionario biográfico y bibliográfico de autores de la provincia de Burgos de don Manuel Martínez Añibarro; la Bibliografía española de Cerdeña (1890) por D. Eduardo Toda y Güell; y, por fin, la Colección bibliográfico-biográfica de la provincia de Zamora (1891) del benemérito americanista español don Cesáreo Fernández Duro: obras todas en las cuales se encuentran notas de libros y noticias biográficas apreciables.

A un orden semejante pertenece el Catálogo razonado biográfico y bibliográfico de autores portugueses que escribieron en Castellano (1890) de don Domingo García Peres.

De sabor bibliográfico más acentuado, y, por lo tanto, más estimables para el que estudia libros americanos son las obras especiales destinadas a catalogar las producciones de la imprenta en alguna ciudades de la Península. La primacía en orden cronológico y ¿por qué no decirlo? en cuanto a su mérito, corresponde en este orden a don Cristóbal Pérez Pastor, que en 1887 inició la serie a que nos referimos con la publicación de su Imprenta en Toledo y que después ha enriquecido la literatura de su patria con libros análogos, referentes a Medina del Campo y a Madrid durante el siglo XVI.

Ha sido seguido de cerca por don Juan Catalina García por lo relativo a la Imprenta en Alcalá de Henares y a los Escritores de Guadalajara (1889-1899) y por don José María Valdenebro y Cisneros con su Imprenta en Córdoba. Debemos también mencionar, aunque pobrísima bajo todos   —537→   conceptos, la Tipografía Hispalense de Escudero y Peroso, libro que vendrá a dilatar quizás por muchos años la publicación de uno digno de los monumentos tipográficos salidos de las prensas de aquella ciudad.

Es sensible que las modernas bibliografías españolas hayan prescindido de las citas de los escritores que han mencionado antes que ellos los libros que describen (excepción hecha del Conde de la Viñaza) y que no hayan añadido algunos datos biográficos de los autores de las obras de que tratan.

Para terminar con la revista de los trabajos que hemos podido utilizar en la presente Biblioteca510, debemos todavía hacer una sumaria revista de las Crónicas y bibliografías de las Órdenes religiosas, bien entendido que no nos ocuparemos de las dadas a luz en América, por referirse casi en absoluto a libros publicados allí, ni tampoco de todas las impresas en Europa, ya porque las referencias bibliográficas que contienen son de poca monta y de ordinario muy vagas, como porque de otro modo nos extenderíamos mucho más de lo que los límites de este estudio lo permiten.

A los jesuitas corresponde, en nuestro concepto, el honor de haber iniciado la bibliografía de las Órdenes religiosas con la publicación que el P. Pedro de Ribadeneira, toledano, hizo en Amberes en 1608, en un pequeño volumen en 8.º, de su Catalogus Scriptorum Religionis Societatis Jesu, que se reimprimió al año siguiente y luego en 1613, en el cual comienzan a encontrarse noticias de escritores americanos. Su obrita, breve como era y no podía menos de serlo, dado el poco tiempo de la fundación de la Orden, sirvió más tarde de base a otra harto más extensa, redactada por el P. Felipe Alegambe, natural de Bruselas, que la dio a luz también en Amberes, en 1643, en un volumen en folio a dos columnas; la cual a su vez aumentó con la noticia de los escritores de la Orden que habían florecido hasta 1675, el P. Nataniel Southwell, nacido en Norfolk en Inglaterra, libro que lleva el mismo título que aquellos y que se imprimió en Roma en un grueso volumen en folio de más de mil páginas, en 1676.

Durante el siglo XVIII, la bibliografía de la Orden, por lo relativo a nuestro tema, fue aumentada de manera incidental por dos jesuitas mexicanos, el P. Clavijero, de cuyo libro, impreso en 1780, hemos dado ya alguna noticia, y en el cual se encuentran dos listas de escritores de América; y el P. Juan Luis Maneiro que en 1791 dio a luz en Bolonia, a donde se había radicado después de la expulsión de la Orden de los dominios hispano-americanos, su obra De vitis aliquot Mexicanorum, etc., en la cual se hallan noticias bibliográficas de interés.

A estudiar la vida y obras de esos jesuitas expulsados de España y América y que se establecieron en Italia, están destinados los dos Suplementa Bibliotecae Scriptorum Societatis Jesu de Raimundo Diosdado Caballero, que la imprimió en Roma en los años de 1814-1816 en dos volúmenes   —538→   en 4º mayor y que son de singular interés para estudiar los trabajos de aquellos jesuitas en una época tan azarosa para ellos y en la que tantos ocultaron los frutos de su inteligencia con el velo del anónimo.

En todas esas bibliografías, sin embargo, las noticias de libros se dan de manera sumaria y sólo con las indicaciones más indispensables para distinguirlos.

Tanto bajo este punto de vista como por lo respectivo a su amplitud en todo orden, esas bibliografías fueron sobrepasadas por la Bibliothèque des Ecrivains de la Compagnie de Jésus de los PP. Augustín y Alois de Backer, que comenzaron a darla a luz en 1855 y la terminaron en 1861.

Inferior a ella, a pesar de estar reducida a los límites de la parte histórica, es la que en 1864 imprimió el P. Augusto Carayon. La sección más interesante para nosotros es el capítulo IV de la Tercera Parte, que trata de las Misiones de América y que comprende cerca de doscientos títulos, casi todos indicados de manera sumamente compendiosa.

Superior por la investigación que revela es el Dictionnaire des ouvrages anonymes et pseudonymes de los escritores de la Orden, que estampó en París el P. Carlos Sommervogel, natural de Estrasburgo. Poco, sin embargo, es lo que el americanista puede aprovechar de esa obra.

Harto más útil y en parte completamente digno de fe es el libro que con el título de Los antiguos jesuitas del Perú publicó en Lima en 1882 don Enrique Torres Saldamando, escritor sumamente laborioso y diligente y que para la redacción de su trabajo pudo consultar los documentos originales de la Orden que se conservaban en aquella ciudad. El autor nos da extensas noticias biográficas y bibliográficas de los escritores de los siglos XVI y XVII en número de 157, y, según su plan, que no pudo realizar por causas varias, esas noticias debían comprender, hasta completar el resto de la bibliografía de aquel último siglo y del XVIII, más de otros trescientos autores. La bibliografía americana perdió con la prematura muerte de Torres Saldamando, fallecido en un hospital en Santiago de Chile, un auxiliar de primer orden, cuya falta lamentamos más que otros los que fuimos sus amigos.

A los jesuitas siguieron los dominicos en la publicación de noticias de sus escritores. En efecto, ya en 1611, Fr. Alonso Fernández en su Historia eclesiástica de nuestros tiempos, impresa en Toledo, dedicaba dos capítulos a libros y autores del Nuevo Mundo, capítulos que sirvieron, a León Pinelo para la compaginación de su Epítome.

Pero esas noticias resultan insignificantes comparadas con las que se encuentran en los Scriptores Ordinis Proedicatorum de los franceses Fr. Jacobo Quetif y Fr. Jacobo Echard, cuyo segundo volumen impreso en París en 1721 y consagrado a los escritores de la Orden en los siglos XVI y XVII constituye un verdadero monumento de investigación bio-bibliográfica, cuya consulta es indispensable cuando se trata de autores y libros americanos.

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¡Cuán menguado y mísero resulta al lado de la anterior el «ensayo de una biblioteca de dominicos españoles» que se halla en La Orden de Predicadores de Fr. Ramón Martínez Vigil, publicada en Madrid en 1884!

Fr. Tomás de Herrera inició la obra bibliográfica de la orden de San Agustín con su Alphabetum Augustinianum impreso en 1644, que contiene sólo algunas cuantas noticias de escritores de América511; pero, en cambio, Fr. Juan Martín Maldonado con la publicación de su Breve suma de la Provincia del Perú, que dio a luz en Roma en 1651, las dio muy amplias respecto a los escritores de aquella parte de la América.

En el tomo IV de la Chronica espiritual Augustiniana, escrito por Fr. Sebastián Portillo y Aguilar, en el mismo año en que Maldonado daba a luz su trabajo, pero que sólo se publicó en 1732, se encuentra un catálogo de 983 escritores de la Orden, pero con indicaciones sumarísimas, de tal modo que habríamos podido decir que la bibliografía de los agustinos estaba todavía por hacer sin el Catálogo de escritores agustinos españoles, portugueses y americanos que Fr. Bonifacio Moral comenzó a insertar en 1882 en la revista intitulada La Ciudad de Dios, llenando así, al menos en parte, aquel vacío. Ese trabajo, que según creemos no llegó a salir en la tirada por separado que preparaba su autor, es bastante apreciable, sobre todo en lo que respecta a las Filipinas.

Los franciscanos comenzaron desde temprano la tarea de anotar las producciones de sus escritores. Sin contar con el libro de Fr. Francisco Gonzaga De origine Seraphiæ Religionis, impreso en Roma en 1587, folio, y cuya parte IV está consagrada a las Misiones de América, en la cual se encuentra alguno que otro dato bibliográfico; ni tampoco con los Scriptores Ordinis Minorum de Fr. Lucas Wading, escrito en 1650 y que contiene los nombres de algunos autores americanos entre los dos mil que menciona; es necesario llegar a 1732 para dar con la Bibliotheca universal Franciscana del salmantino Fr. Juan de San Antonio y hallarnos con una fuente abundante y segura de información relativa a libros y escritores americanos. Son muchos, en efecto, los nombres de éstos que en ella figuran, y si bien los títulos de sus obras no aparecen descritos ni catalogados in extenso, ofrece, en cambio, la ventaja de decirnos cuáles de esos libros son los que nuestro bibliógrafo ha tenido en sus manos, detalle precioso para aquella época sobre todo, y que permite desechar toda duda respecto a la existencia de algunos que son hoy de gran rareza.

Los franciscanos cuentan en el día con el Saggio de Bibliografía de la Orden, por Fr. Marcelino da Civezza, publicado en 1879, con títulos de los libros copiados al pie de la letra, acompañado de una compendiosa descripción bibliográfica y en ocasiones de trascripciones de los pasajes que se han considerado interesantes. Es, sin duda, trabajo de cierto valer, pero muy incompleto.

Los mercedarios cuentan con la Biblioteca de la Orden de Fr. José Antonio Garí y Siumell, impresa en Barcelona en 1875, 4.º en la que se mencionan 874 autores, algunos de ellos americanos; pero, aparte de que se trata en su parte bibliográfica casi de una simple enunciación de títulos de libros, carece de investigación propia.

Tales son, enunciadas en breves rasgos, las fuentes principales de la Bibliografía americana: muchas otras podríamos haber recordado todavía, sobre todo algunos catálogos de libreros, en los cuales de tarde en tarde se ve aparecer algún folleto desconocido; pero para establecer el génesis de la presente Biblioteca512, diremos así, nos parece que ya es tiempo de terminar este prólogo, al cual séanos lícito poner punto final con lo que de una de sus obras decía el iniciador de la Bibliografía de América: «... Salgo de un laberinto adonde otros de más aventajadas fuerzas y caudales han entrado, y no sé que ninguno haya llegado en esta obra al estado en que la ofrezco, sin haber tenido más guía que mi propio motivo y trabajo».513 Sin olvidar tampoco lo que otros bibliógrafos dijeron de un estudio de esta índole: sed unus in hisce non omnibus sufficil514.

Santiago, 8 de Septiembre de 1902.

Fondo histórico y bibliográfico José Toribio Medina



Este tomo II de la Historia de la Imprenta en América y Oceanía terminó de imprimirse el 30 de Mayo de 1958, en la Imprenta y Litografía Universo, fundada en 1858. Tuvieron a su cargo la ejecución de esta obra: Eduardo González Vera, Luis Ferré Guerrero, tipógrafos; Julio Parga Dinamarca, Luis Herrera Torres, Raúl Briceño Rojas, linotipistas; Victor Herrera Almuna, Braulio López Navarrete, Osvaldo, Carvajal Jones, correctores; Juan Latoja Bravo, blancos tipográficos e imponedor de formas; Luis Mestre Allende y Omar Benavides Cádiz, prensistas, Santiago Rebolledo F., jefe encuadernador.




 
 
LAUS DEO!