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Capítulo XI

Reyes de Oviedo y León. -Conde Fernán González de Castilla. -Restaura a Segovia y Sepúlveda. -Conquista de Madrid.

     I. El rey don Alonso, glorioso en victorias y virtudes con que continuó el renombre de católico, murió en Cangas de Onís con nombre y muestras de santo. En el año de su muerte varían los escritores: Sebastiano, obispo de Salamanca, que escribía su Historia en estos años, pone el principio de su reino año setecientos y treinta y nueve, y dice que murió habiendo reinado diez y ocho años que es de setecientos y cincuenta y siete años. Esto han seguido por la autoridad y antigüedad de su autor los más de nuestros escritores. Garibay alargó la muerte de este rey al año setecientos y ochenta y así lo puso en las inscripciones que año mil y quinientos y noventa hizo por orden de don Felipe segundo para los reyes de nuestro alcázar, cuya cronología deseamos seguir; pero en este y los reyes siguientes pareció seguir a los más antiguos. A don Alonso sucedió don Fruela, su hijo, primero de este nombre, que en una batalla en Galicia venció a los moros con muerte de cincuenta y cuatro mil, aliento de la cristiandad de España. Sosegó los navarros inquietos, casando con Menina, hija de Eudon, duque de aquellas gentes. Prohibió a los clérigos que se casasen, acción religiosa. Pero receloso de que su hermano Bimarano, muy amado del pueblo, se le rebelase le mató; causa de que él fuese muerto de sus vasallos en Cangas y sepultado en Oviedo año setecientos y sesenta y ocho.

     II. Sucedió en el reino don Aurelio, su primo hermano, como dice el obispo Sebastiano. El cual, amigo de paz, la asentó con los moros, y habiendo sujetado gran muchedumbre de esclavos rebelados, murió año setecientos y setenta y cuatro, según los más atentos; si bien en el lugar de su muerte y sepultura hay mucha variedad de opiniones. Sucediéndole don Silo, marido de doña Usenda, hija de don Alonso y Ormisenda; el cual, amigo del sosiego, permitió el gobierno a su mujer, que introdujo a don Alonso, su sobrino, hijo de don Fruela. Murió don Silo año setecientos y ochenta y tres, y fue sepultado en San Juan de Pravia. La viuda reina Usenda hizo luego coronar al sobrino don Alonso. Pero Mauregato, hijo, aunque bastardo, de don Alonso católico y de una esclava mora, ayudado de algunos revoltosos granjeó favor de los moros con el infame tributo de las cien doncellas; y expeliendo al sobrino reinó o tiranizó el reino cinco años, dando fin a la vida, más no a la infamia, que durará eterna, para castigo ejemplar de los tiranos. Por la muerte de Mauregato y ausencia de don Alonso huido, fue puesto en el reino don Bermudo, nombrado diácono por haber recibido este orden; aunque violando la religión por la corona, se casó sin dispensación, y de este matrimonio tuvo a Ramiro y García. Más estimulado de la conciencia, llamó a Alonso y le restituyó la corona año setecientos y noventa y uno, retirándose a un convento, donde murió.

     III. Sucedió pues Alfonso, llamado casto por su vida muy continente, virtud que le granjeó muchos favores milagrosos del cielo, descubriendo el cuerpo del apóstol de España Santiago, en Compostela, y enviándole dos ángeles que fingiéndose artífices, labraron una cruz de oro y perlas para el suntuoso templo que fabricó en Oviedo; igual en religión y valor militar, glorioso en victorias, aunque fatigado con sucesos domésticos, pues la infanta doña Jimena, su hermana, casada en secreto con don Sancho Díaz conde de Saldaña, parió a Bernardo que nombraron del Carpio, el cual ofendido de que en premio de sus servicios, que fueron muchos en paz y guerra, no se alzase la prisión a su padre, alteró el reino. Muerto Alfonso en edad de ochenta y cinco años en el de Cristo ochocientos y cuarenta y tres. En tiempo de este rey se halla noticia del conde don Rodrigo de Castilla, provincia así nombrada por los muchos castillos que tenía.

     IV. Sucedió en la corona don Ramiro I, hijo de Bermudo, el cual habiendo vencido a Nepociano traidor rebelde, al principio del año siguiente ochocientos y cuarenta y cuatro venció junto a Clavijo, con favor y presencia visible del apóstol Santiago, a los moros, matando setenta mil y libertando, los cristianos no sólo del tributo infame de las cien doncellas, pero del horrible temor que hasta entonces habían tenido a los moros; principio de muchas victorias y de invocar nuestros españoles el glorioso nombre del gran patrón Santiago. En este año pone esta victoria Juliano arcipreste, que es el autor más antiguo que de ella dejó memoria con nombre de guerra santa; y con razón, pues se hallaron en ella no sólo todos los seglares del reino, pero clérigos, monjes y obispos. Tanto fue el aprieto para que la gloria fuese mayor. Venció también don Ramiro a los normandos que molestaban las costas de Galicia; y a los condes Alderedo y Piniolo, vasallos rebeldes; con que murió en paz en primero de febrero de ochocientos y cincuenta años. Sucediendo don Ordoño primero, su hijo, que justiciero en la paz y valiente en la guerra consiguió muchas vitorias; restauró de los moros a Coria y Salamanca, pobló a León, Astorga y Amaya. Morales y otros escriben que también pobló a Aranda de Duero. Falleció en Oviedo en veinte y siete de mayo año ochocientos y sesenta y seis, sucediendo su hijo don Alonso tercero de este nombre, en edad de catorce años, que apenas empuñó el cetro cuando don Fruela Bermudez con poderoso ejército de gallegos le hizo huir a Álava. Mas entrando Fruela en Oviedo a coronarse, fue muerto en la misma entrada sin averiguarse el agresor. Volviendo don Alonso a Oviedo se rebeló en Álava Eilon; volvió con presteza y prendiendo al rebelde, sosegó la tierra, donde se casó con doña Jimena. De este matrimonio nacieron don García, don Ordoño y don Fruela, que consecutivamente sucedieron en el reino.

     V. Muchas fueron las entradas que los moros hicieron estos años en tierras de cristianos; y muchos los rebates y vitorias que el rey les ganó. Pero siempre entraban o por Salamanca a Zamora y León, o por Osma y Sigüenza a Náxara y Pamplona, dejando en medio nuestra ciudad y sus comarcas. Sin que escritor alguno, de cuantos hoy gozamos haga en estos años memoria de ella; ni hayamos podido hallarla en otra parte alguna. Si bien a pocos años la hallará el conde Fernán González en poder de moros. Don Alonso, amedrentados sus enemigos, se empleaba en acciones religiosas, renovando y consagrando el gran templo del apóstol Santiago, sublimando la silla obispal de Oviedo en arzobispal; y celebrando en ella concilio con autoridad del papa Juan octavo. Acometido de los moros, los resistió con valor y ventaja. Entre tantas hazañas que justamente le adquirieron renombre de Magno, se le rebelaron sus hermanos; y vencida esta desdicha sobrevino otra mayor, que su misma mujer incitó a sus hijos se le rebelasen. Aquí mostró el último esfuerzo de prudencia; pues por no menguar con discordias el reino que con tanto valor había engrandecido, le renunció pacífico, en su hijo don García año novecientos y diez, y murió el siguiente en Zamora por él reedificada. Don García, ganadas algunas victorias a los moros, murió año novecientos y trece.

     VI. Sucedió en la corona su hermano don Ordoño segundo, que para acreditado principio atravesó con ejército los puertos de Castilla, asolando a Talavera. En cuya verganza el rey de Córdoba, junta la morisma de África y España, acometió a Castilla. Salió Ordoño a la defensa. Acometiéronse los ejércitos junto a San Esteban de Gormaz. Vencieron los cristianos con muerte de muchos enemigos, continuando el rey la victoria con muchas entradas en Portugal, obligando a los moros a parias y tributo con que reedificó la ciudad de León para su corte; intitulándose de ahí adelante Rey de León. Los moros con deseos de restaurar las pérdidas pasadas acometieron a Navarra; cuyo rey, con el leonés salieron a su encuentro, y en Junquera batallaron obstinadamente, quedando presos y muertos muchos cristianos, y entre, ellos los obispos de Salamanca y Tuy. Algunos de los condes que gobernaban a Castilla faltaron en ocasiones de estas. Resentido Ordoño los convocó con título de Cortes; y presos les dio muerte con gran sentimiento de Castilla. En breve murió el rey año novecientos y veinte y tres, y fue sepultado en la catedral de León. Escriben algunos de nuestros coronistas, que por la muerte de los condes de Castilla, fueron nombrados para el gobierno de paz y guerra los dos celebrados jueces Nuño Rasura, y Lain Calvo. Otros con buenos fundamentos averiguan que el gobierno de los jueces de Castilla es más antiguo. Cierto es que ya en estos años y algunos antes gobernaba y poseía a Castilla el celebrado conde Fernán González, gloria de nuestra nación.

     VII. En la historia que de este gran capitán escribió fray Gonzalo de Arredondo, monje benito y abad de San Pedro de Arlanza, coronista de los reyes católicos por los años mil y quinientos, cuyo original permanece y hemos visto en San Benito el real de Valladolid, escribe, que habiendo el conde Fernán González conquistado a Salamanca y Ávila pasó a Segovia; y los de Segovia conociendo su poder se entregaron, y pasando a Burgos convocó los cristianos que fuesen a poblar los tierras conquistadas. Sin duda que en esta conquista y población permanecieron poco, pues el mismo autor escribe por los años novecientos y veinte y tres, en que va nuestra Historia, que el conde con sus castellanos salieron a correr las tierras de Esgueva por veinte leguas en contorno. Y habiéndolas talado aunque entraba el invierno riguroso, por gozar la ocasión y victorias, dijo a los suyos: Acometamos amigos aquella fuerte Segovia, que aunque trabajemos fruto sacaremos. Y si no fuere en fuerza, será en voluntad fecho gran servicio a Dios. Y ahora guiad vos hermano en nombre de Dios. Con que Gonzalo Teliz, hermano del conde, movió el real. Y llegando a Segovia la acometieron con tanto ímpetu que la entraron, y todos los moros fueron pasados a cuchillo, aunque con pérdida grande de los cristianos, y fuera mucho mayor si entre los moros no hubiera discordias. Dejó el conde en la defensa y gobierno de nuestra ciudad a su hermano Gonzalo Teliz, que mandó edificar las iglesias parroquiales de San Millán, Santa Coloma, San Mamés, que hoy se nombra Santa Lucía, y nuestra iglesia de San Juan.

     VIII. El conde pasó contra Sepúlveda (siendo esta la primera ocasión que con este nombre se nombra en nuestras historias) cuyos alcaides Abubad y Abismen, capitanes de Almanzor, la tenían bien fortalecida; y arrogantes enviaron un moro con muestras de paz, que llegando al ejército cristiano dijo al conde: Abismen mi señor envía por mí a decirte salgas luego de su tierra y no le obligues a destruirte. El conde respondió: Dirás a tu señor que yo le haré que cumpla con su obligación. Y llegándose el moro con disimulación al conde le tiró un alfanjazo, que si no huyera el cuerpo le hiriera pesadamente. Quisieron matarle los soldados, mas el conde mandó soltarle, diciendo, que en tal acción importaba mas que sus enemigos supiesen el desprecio de tal acontecimiento, que el castigo de aquel loco. Y habiendo trabado en el camino una sangrienta escaramuza, en que el conde cuerpo a cuerpo mató a Abismen y los cristianos muchos moros, se puso cerco a Sepúlveda que Abubad defendía esforzadamente, ayudado de la muchedumbre de sus moros y fortaleza del sitio y muros, sobre cuyos adarves hizo degollar cuantos cautivos cristianos había en la villa a vista del ejército cristiano enviando a decir al conde, que lo mismo haría de él y sus soldados, si al punto no levantaba el cerco. El conde furioso del sentimiento, mandó le dijesen: Que quien ensangrentaba el acero en cautivos miserables, no sabría usarle contra enemigos animosos: y que le juraba por el verdadero Dios en quien creía de no quitar el cerco a la villa hasta quitar la vida a capitán que tanto se preciaba de verdugo.

     IX. Avisaron en esto al conde que a media legua de distancia aparecía una tropa de caballos, y era necesario reconocerlos. Mandó llamar a Ramiro su sobrino, y a Orbita Fernández, ambos maestres de campo, y encargóles dispusiesen el combate para otro día, con última resolución de morir o vencer: que él quería ir a reconocer aquella gente con cincuenta caballos y docientos infantes; mandando a Gonzalo Sánchez se adelantase con el estandarte. Al medio camino se descubrió más gente al otro lado; con que los castellanos se repararon recelosos de haber caído en celada. Y Gonzalo Sánchez dijo en voz alta: Señor, estos parecen cristianos en la seña y armadura. Respondió el conde: Amigos, no estamos en tierra de socorro, si no es del cielo; a él y a nuestros brazos, que la justicia y el valor aseguran la victoria, más que la muchedumbre y el engaño. Y adelantándose en esto entre los recién aparecidos un caballero, llegó a decir al conde: Señor, don Guillén mi señor, caballero leonés, viene con sus parientes y amigos a servir a Dios en vuestra compañía y escuela contra los enemigos de la fe. Mucho se alegraron el conde y sus castellanos con tal compañía recibiéndolos con muestras de contento a punto que ya los moros acometían, y poniendo el conde espuelas al caballo derribó dos que salieron a encontrarle, y los demás en conociéndole volvieron las espaldas con muerte de muchos. Con esto castellanos y leoneses volvieron al cerco, disponiendo el combate para el día siguiente. En cuya mayor furia un moro dio voces sobre el adarve, diciendo, que el capitán Abubad desafiaba al conde cuerpo a cuerpo, remitiendo la victoria al combate de ambos, usanza de aquellos tiempos. Aceptó el conde, y dispuesta la seguridad salió el moro a caballo, de robusta y descomunal estatura. A las primeras lanzas llegaron ambos a pique de perder las sillas, y recobrados, el moro con su fuerte alfange menudeaba fuertes golpes sobre el conde, que bien opuesto el escudo afirmado sobre los estribos tiró tan fuerte cuchillada al moro, que le partió adarga, yelmo y gran parte de la cabeza, con que cayó en tierra. Los moros faltando al concierto, cerraron las puertas poniéndose en nueva defensa. Los castellanos reforzaron tanto el combate, que a pocas horas entraron la villa pasando a cuchillo la gente de guerra y cautivando la restante. Colérico el conde mandó poner fuego a la villa, mandando luego que cesase, reedificándola en breve, pues lo estaba dentro de diez años, como diremos en el voto de San Millán, conservándose hasta hoy en la familia y armas de los González de Sepúlveda, descendientes del conde, tradición y señales de este suceso.

     X. Pasó el ejército a Madrid y Toledo talando aquellas campañas, y estando en la frontera de Aragón tuvieron aviso de la muerte del rey don Fruela, defunto año novecientos y veinte y cuatro, con que los castellanos volvieron a Castilla y los leoneses a León. En cuyo reino sucedió don Alonso cuarto, hijo mayor de don Orduño segundo. Fue nombrado monje porque habiendo pasado diez años en ocio ignominioso en tiempo tan necesitado de cuidado y valor, con pretexto de religión o descanso, sin cuidar aun de don Ordoño su hijo y de la reina doña Urraca Jiménez ya difunta, se entró monje en el convento de Sahagun, habiendo renunciado el reino en su hermano don Ramiro segundo, que luego previno guerra a los moros; y estando en Zamora con grueso ejército para salir en campaña, tuvo aviso que el monje, dejados los claustros con la inconstancia que el cetro, se intitulaba rey, fortalecido en León. Allí le cercó Ramiro, y excusando muertes de sus vasallos le rindió por hambre, pasando a las Asturias también alteradas por los hijos del rey don Fruela. Sosegado el motín, y presos los motores que trajo a León, y sacados los ojos, juntamente con su hermano los encerró en un convento donde acabaron la vida. Dispuso la guerra para el año siguiente novecientos y treinta y dos, avisando a nuestro conde Fernán González, como a súbdito o como a más interesado en destruir los moros fronterizos de Madrid y Toledo, contra los cuales se prevenía la guerra.

     XI. Pasaron en fin los ejércitos leonés y castellano los puertos con tanto asombro de los enemigos, que con familias y ganados se encerraron en Toledo, Talavera, Guadalajara y Madrid, desamparando la campaña y frutos, que los nuestros cogieron o talaron, señoreando aquellos campos todo el verano y otoño, estorbando que los encerrados pudiesen juntarse. Quisiera el leonés volverse sin tentar a Madrid por su fortaleza, y no poder conservarla; y porque el ejército estaba cansado, y el invierno cercano podía estorbar con nieves los pasos de las sierras. Mas el conde con valor y experiencia advirtió, cuan cierto peligro era dejar enemigo tan cercano, y descansado a las espaldas; que en lo fragoso de la sierra había de cargar al ejército con gran ventaja. Y así era forzoso acometerle cuando no para rendirle, para acobardarle. Esta resolución siguieron los castellanos, y más que todos las escuadras de nuestra ciudad, como más interesadas en destruir aquellos moros fronterizos. Nuestros capitanes Día Sanz y Fernán García la esforzaron con tanto denuedo, que pidiendo alojamiento en el cerco respondió el rey lo que refiere la tradición constante, y Diego Fernández Mendoza, que por ser natural de Madrid hace más crédito en memoria semejarte, que si tan denodados eran, fuesen a alojarse a Madrid.

     XII. Repartió con esto el conde, como dice su historia, el ejército en cinco tercios o batallas, y reservando la una para guarda de la persona real, acometió con las demás al muro, día domingo, como dice Sampiro, aunque no señala mes, siendo cierto fue año novecientos y treinta y dos. El conde acometió por la puerta del Sol, donde seis veces arrimó escalas y otras tantas las cortaron los moros, pero al fin rotas las puertas y aportillado el muro, entró la villa, a tiempo que nuestros segovianos impelidos de lo que el rey les había dicho, habían escalado la torre de una puerta, y enviado aviso al rey como ya tenían alojamiento en Madrid y su alteza podía aposentarse en ella. Y acudiendo el rey con su tercio fue del todo conquistada la villa, los moros de guerra pasados a cuchillo, y cautivos los restantes, desmantelando y abrasando la villa por no poder entonces sustentarse. Así lo dan a entender Sampiro, y don Rodrigo, diciendo: Confregit muros eius; y, don Lucas de Tuy añade et ipsam incendio tradidit. Y el arcipreste de Talavera Alfonso Martínez en su Atalaya de Corónicas ya citada, dice: Entró este rey don Ramiro en el reyno de Toledo, e tomó a Madrid, e derrocó los moros de ella, e levó infinitos cautivos della, e tornose a su tierra. La historia del conde lo cuenta por menudo refiriendo cómo el conde quedó muy mal herido.

     XIII. Este fue el suceso de nuestros segovianos Día Sanz y Fernán García en la conquista de Madrid; omiso, como otros muchos, de nuestros antiguos coronistas, y escrito con poca advertencia de algunos escritores nuestros, poco cuidadosos y menos advertidos; y por eso impugnado de algunos modernos, a quien no respondemos por no hacer de la Historia controversias, pues la verdad tiene fuerza en sus fundamentos, y el crédito libertad en el albedrío de cada uno. Constante y cierto es que en premio y memoria de esta hazaña se dio a Fernán García por armas de su escudo una torre blanca en campo azul, con guirnalda y una estrella encima, cinco almenas y dos puertas, una abierta y otra cerrada, que parece aludir a la que se nombró Puerta cerrada en Madrid, cuyo barrio hoy conserva el nombre; y aunque algunos le dan origen moderno, en escrituras muy antiguas consta nombrarse Puerta cerrada. La torre y puertas tienen en las armas tres gradas, y en ellas dos leones inhiestos. Todo se ve en casas de nuestra ciudad que fueron suyas en la parroquia de San Millán nombrada de los Caballeros, y lo refieren nuestros escritores de armas y blasones, añadiendo que de este suceso se nombró Fernan García de la Torre, uno, y otro sin duda porque subió el primero. Las armas de Día Sanz son una banda atravesada, armas del conde y de su hermano Gonzalo Teliz nuestro gobernador, de quien las hubo sin duda nuestro segoviano por parentesco o premio, o por uno y otro, como hoy se ven en su sepulcro y capilla en nuestra iglesia de San Juan nombrada también de los Caballeros.

     XIV. También es cierto que nuestros segovianos, como fronterizos, defendieron siempre que los moros restaurasen y poblasen a Madrid; antes en sus ruinas y campaña habitaban cristianos. Y Juliano arcipreste que, como dejamos advertido, escribía en Toledo en tiempo de su cautiverio, muy favorecido del rey don Alonso Sexto su restaurador, escribe en su crónico, año novecientos y setenta y tres: Hoc anno moritur Mageriti, quod a quibusdam falso dicitur Mantua Carpentanorum, Isidorus agricola, vir pius et charitate fervens. Esto es: año 973 muere en Madrid, que algunos falsamente dicen ser la antigua Mantua de los Carpetanos, Isidro labrador, varón piadoso y de fervorosa caridad. Refiriendo en los Adversarios las traslaciones de su santo cuerpo con día, mes y año. Y verdaderamente leyendo con atención cuanto está escrito antiguo y moderno de Madrid, no se averigua aunque se dice que el rey don Alonso la ganase a los moros, sino que estuvo poblada mucho antes que se restaurase Toledo. También es constante verdad que reparado y poblado Madrid, en premio de la entrada y defensas pasadas, fueron puestas las armas de nuestra ciudad sobre la puerta de Guadalajara, en la forma que aquí van estampadas.

     XV. Así estuvieron hasta el año mil y quinientos y cuarenta y dos que arruinándose parte de aquella puerta fueron quitadas. Y nuestra ciudad envió a Diego del Hierro, regidor, que pidiese fuesen restituidas, como se prometió, sin haberse cumplido hasta hoy. Antes subiendo aquella real villa a la grandeza en que hoy está con asistencia de la corte, y deshaciéndose la puerta para ensanchar la calle que hoy conserva el nombre de Puerta de Guadalajara, se perdió este monumento. Si bien nuestra ciudad continúa en pedir su restitución, aunque con menos insistencia que el negocio requería. Esta verdad consta de tradición constante y de instrumentos auténticos, cuya firmeza no se disminuye por la inadvertencia de escritores nuestros o extraños poco advertidos en la diligencia y leyes de historia.

     XVI. Dejaron estos caballeros, por no tener hijos, sus haciendas, que fueron sobre manera cuantiosas, a nuestra ciudad y su junta de nobles linajes que parten las rentas por igual, conservando ambos consistorios su memoria y nombres en lados y asientos. Fundaron también los quiñones, esto es, cien lanzas de a caballo, que divididos en cuatro escuadras de a veinte y cinco, todos los días de fiesta cuando la ciudad y pueblos asistían a los sacrificios, corriesen la campaña contra los moros, que emboscados en las sierras, aguardaban aquellas horas para sus acometimientos y robos. De esto ha quedado una leve ceremonia de asistir cada quiñón de estos a una misa cada año. Uno en San Esteban el día de su fiesta; otro en San Martín domingo después de Navidad, y los dos restantes en la Trinidad y San Juan en la fiesta del evangelista. Yacen estos dos capitanes en nuestra iglesia de San Juan en su capilla nombrada de los nobles linajes, donde se ven sus sepulcros y este rótulo de letra antigua en el friso de la cornija: Esta Capilla es del honrado Cavallero Don Fernán García de la Torre: el qual junto con Don Día Sanz ganaron de los Moros a Madrid: y establecieron los nobles linages de Segovia: e dejaron los Quiñones, e otras muchas cosas en esta Ciudad por memoria.

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