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Capítulo XXVII

Rey de Castilla don Enrique tercero, hasta su muerte. -Obispos de Segovia don Alonso de Frías, don Alonso Correa y don Juan de Tordesillas. -Recibimiento del rey en Segovia. -Revelación de Santa María de Nieva y población de la villa. -Peregrinación del obispo don Juan de Tordesillas a Roma y visita de Guadalupe.

     I. Al difunto rey don Juan sucedió su hijo don Enrique, tercero de este nombre, en edad de once años y cinco días, príncipe pacífico y prudente, aunque de complisión tan mal sana, que fue nombrado don Enrique el enfermo. Avisado don Pedro Tenorio, arzobispo de Toledo, que hallándose a la impensada muerte del padre, con sagacidad y secreto, dispuso la corona del hijo. Vino el nuevo rey de Talavera a Madrid, donde coronado celebró Cortes al principio del año siguiente mil y trecientos y noventa y uno. Asistieron a estas Cortes procuradores de nuestra Ciudad Fernán Sánchez de Virués y Garci Alfonso de Urueña. En estas Cortes confirmó el rey a nuestro obispo don Gonzalo y Cabildo cuantos privilegios y donaciones tenía de los reyes antecesores, como consta del privilegio rodado que original permanece en el archivo Catedral, cuya data dice: Dado en las Cortes que yo mandé fazer en la villa de Madrid veinte y dos dias de Abril del año del nascimiento de nuestro Señor Iesu Christo de mil e trecietos e noventa e un años. Confirman todos los infantes, prelados y ricos hombres de los reinos, que no ponemos temiendo ser prolijos, aunque a muchos hará falta su noticia.

     II. Después de muchos debates sobre un testamento que apareció del rey don Juan, otorgado en el cerco sobre Cillorico, antes de la batalla de Aljubarrota, se determinó que el reino se gobernase por un Consejo compuesto de sus tres estados, religión, nobleza y común. Decretado ya, se ausentaron algunos señores, mal contentos del decreto; y entre ellos el arzobispo de Toledo, publicando que el testamento del rey debía cumplirse, gobernando los que en él eran nombrados gobernadores. En esta conformidad escribió al pontífice, reyes de Francia, Aragón y Navarra, y algunas ciudades del reino. El Consejo, temiendo algún mal fin de estos principios, procuró reducir al arzobispo, enviando para ello a Fernán Sánchez de Virués, persona de la calidad que el caso pedía. Acompañábanle el dotor Martínez de Bonilla y escribanos que autorizasen los requerimientos. Llegaron a Alcalá, donde estaba el arzobispo, a quien nuestro segoviano, después de las debidas cortesías, habló en esta sustancia:

     Confuso el reino, Señor Ilustrissimo, con vuestra ausencia, desea saber vuestro intento. Ayer, en la desgraciada muerte de su rey, os vio con sagacidad y valor asegurar la corona de su hijo; hoy arrepentido (al parecer) de lo que ayer comenzastes, no solo os apartais de su lado; pero desautorizais su gobierno, achacándole de inválido con el romano pontifice y principes confederados: convocais parciales: juntais fuerzas: asoldais gente: y prevenis armas: acciones todas bien opuestas á la religión de vuestro estado. Si os mueve el bien común, no se consigue; antes se destruye con semejantes escándalos. Ayer estuvo en vuestra mano no hacer lo que hoy pretendeis deshacer con tantas. Confirmastes con juramento el gobierno, que hoy contradecis, ausentando vuestra persona: y aunque publicais que por temor de alguna demasia, ni de vuestro valor se creerá que tal temistes, ni de la religión de los castellanos, que tal intentasen nunca contra su Arzobispo de Toledo. Si os engañastes, señor, no es bien que vuestro desengaño cueste tanto desasosiego á Castilla. El Reino, deseoso de acertar está en Cortes, como vos habeis pedido: y por mi envia á suplicaros asistais en ellas, donde vuestra razón tendrá mas fuerza que la de otro alguno. Desengañareis á los que han presumido en vuestro valor alguna inconstancia y vuestra Ilustrisima persona, cumpliendo con quien es, causará acierto en cuanto se tratare.

     El arzobispo empeñado ya en su porfía, pasión conocida en este prelado, y algo deseoso de mandar, respondió con resolución:

     No era solo el que contradecia el gobierno del Consejo; pues también le contradecian otros muchos señores de Castilla, que se habian ausentado cuando él. Y que hasta comunicarlo con ellos no podia determinarse: de más que sabia de todos los descontentos, que mientras el Consejo no cesase en el gobierno, ellos no cesarian en procurar el remedio.

     III. Nuestro Fernán Sánchez, atento a esta resolución y al fin de su embajada pidió a los escribanos testimonios de los requerimientos que había hecho al arzobispo en nombre del Consejo, para satisfacer con ellos al pontífice y reyes, para que en cualquier suceso y tiempo constase al rey de los intentos del Consejo. El cual, sabiendo la resolución y temiendo revueltas, multiplicó embajadas al arzobispo con el obispo de San Ponce, nuncio, que al rey y Consejo había enviado Clemente papa, y después por muchos señores, pero a todos estuvo porfiado. Advirtiendo que la guerra amenazaba, y que Madrid estaba mal reparado, se determinó que las personas reales y Consejo se viniesen a nuestra ciudad, fuerte por naturaleza de su sitio y lealtad de sus ciudadanos. Aquí llegó aviso que en Sevilla y Córdoba, y otras ciudades de Andalucía, los cristianos habían acometido y robado las casas de los judíos con muerte de muchos. Dio cuidado el atrevimiento popular, porque si aquella gente fuera menos tímida, con la mucha riqueza que tenían y vecindad de los moros de Granada pudieran levantar un alboroto. Despacháronse jueces, que mal obedecidos de los pueblos, aumentaron el atrevimiento, seguido en muchos pueblos de Castilla y Aragón. Proseguía el arzobispo de Toledo en sus intentos. El rey y corte partieron de nuestra ciudad a Cuéllar, y de allí a Valladolid, juntando escuadras para atajar los intentos de Tenorio y sus parciales, que ya con ejército se acercaban a Valladolid, determinados a batalla, si la reina de Navarra no los concertara en que se cumpliese el testamento del rey difunto, añadiendo a los gobernadores y tutores nombrados en él tres señores, don Fadrique de Castilla, duque de Benavente; don Pedro, conde de Trastamara, y don Lorencio Xuárez de Figueroa, maestre de Santiago. Con este asiento y muchas seguridades, se convocaron Cortes en Burgos, donde se renovaron las discordias, porque cada uno buscaba sólo su interés, replicando los seglares que los eclesiásticos no podían ser tutores. Para determinar esta duda se nombraron sólo dos jueces, satisfacción grande aunque dañosa, como se vio. Uno fue nuestro obispo don Gonzalo González, otro Alvar Martínez de Villarreal, que más doctos que prudentes, no se conformaron en caso tan superior a las leves humanas, pues todas se dirigen a la pública salud y paz de las repúblicas. En fin, después de muchos debates se resolvió que conforme al testamento del rey don Juan, gobernasen el reino los arzobispos de Toledo y Santiago con otros señores y seis procuradores de ciudades.

     IV. Al principio del año siguiente mil y trecientos y noventa y dos se determinó que rey y corte viniesen a nuestra ciudad, donde habiendo estado en Peñafiel y otros pueblos, llegó lunes diez y siete de junio, y a la puerta de San Martín se presentaron Gonzalo Sánchez de Heredia; Carlos bastardo, Falconi; Pedro González de Contreras, Pedro González de Peñaranda, Gómez Fernández de Nieva, Pedro Beltrán de Teba, Gómez Fernández de Tapia, Diego Martínez de Cáceres, Roy González, fijo de Gonzalo Rodríguez, Fernán Rodríguez, Amo del dicho señor Rey (así dice el instrumento, y parece lo que hoy nombran ayo), Fernán Martínez de Padilla, Fernán Martínez de Peñaranda, con otros muchos caballeros de nuestra ciudad, suplicando a su alteza (título que entonces usaban los reyes) que pues en Madrid y Burgos había puesto su real palabra de confirmar y jurar los privilegios a la nobleza de Segovia, fuese servido de cumplirlo. Hízolo así el rey, asistiéndole don Gonzalo Núñez, maestre de Calatrava y Juan Hurtado de Mendoza, tutores del rey, y Diego López de Estúñiga, justicia mayor y otros muchos señores. Celebrado el juramento, nuestros segovianos tomaron las varas de un rico palio, debajo del cual fue el rey con solemne recibimiento a la iglesia, donde le recibió el Cabildo, y habiendo hecho oración pasó al alcázar, cuya alcaidía se dio luego a Juan Hurtado de Mendoza, mayordomo mayor del rey. El cual la tuvo mucho tiempo. En veinte y seis del mismo mes de junio concedió a nuestra ciudad un privilegio diciendo: Porque la dicha Ciudad está hierma, e mal poblada: e por conocer los buenos servicios que los de la dicha Ciudad fizieron al Rey don Iuan mio padre en tiempo de sus menesteres, e han fecho, e fazen a mi, les fago merced que todos los Christianos pecheros queden libres de pagar monedas, e otros servicios qualesquiera.

     V. Nuestro obispo don Gonzalo de Bustamante estaba por estos días muy enfermo en su villa y cámara de Turégano, donde había otorgado testamento en veinte de este mismo mes de junio, declarando heredera, con facultad del papa Clemente séptimo, (así lo dice), a su iglesia de Segovia, con cargo de un aniversario cada segundo día de mes. Falleciendo en el mes de julio siguiente, fue traído a sepultar a su iglesia junto a la capilla de Santa Catalina, conforme dispuso en su testamento, nombrando testamentarios a don Pedro Tenorio, arzobispo de Toledo, a don Juan Serrano, obispo de Sigüenza, a Pedro Alfonso, arcediano de Sepúlveda y su vicario general, y a Nicolás Martínez, canónigo y tesorero de esta iglesia. Asistió el rey don Enrique a sus funerales, honrando la memoria de tan buen ministro. Escribió este gran doctor y prelado, un docto libro intitulado Peregrina, concordando las leyes de nuestro reino con el derecho común, obra de importancia y estimación en todas edades.

     Juntóse el Cabildo a la elección de prelado, y habiendo elegido a don Alonso de Frías, su deán, como consta de catálogo de nuestros obispos, escribió el Cabildo a la villa de Sepúlveda la siguiente carta, que original se guarda y hemos visto en el archivo de aquella ilustre villa:

     Caballeros, é Escuderos, é Homes buenos de la villa de Sepulvega, Nos Alfonso Blazquez, Pedro Martinez, Gonzalo Ferrandez, é Ioan Rodriguez, Canónigos en la Iglesia de Segovia, nos vos enbiamos mucho encomendar, como á aquellos que querriemos que diesse Dios mucha honra, é buena ventura. Señores, sepa la vuestra merced que fue voluntad de Dios de levar deste mundo á Don Gonzalo de buena memoria, que Dios Perdone, Obispo que fue de Segovia, é porque la Eglesia non estudiesse sin Prelado, las personas, é Canonigos de la dicha Eglesia eligieron por su Prelado á Don Alfonso, Dean de la dicha Eglesia, persona honesta é de buena vida, é conversacion: é tal que pertenece para el servicio de Dios, é desta Eglesia, é del obispado. Et entendiendo que vuestra peticion, é suplicacion puede mucho ayudar é aprovechar al dicho Dean: por ende rogamos, é pedimos vos por merced que nos querades enbiar vuestra carta suplicatoria sobre la dicha razon para nuestro señor el Apostólico, robrada de vuestros nonbres, é sellada con vuestro sello: De la qual vos enbiamos la forma. Et dó la vuestra merced entendiere de emendar, que lo emiende: et en esto faredes servicio á Dios é á esta Eglesia: é echaredes muy gran carga al dicho electo: é ser vos á mucho obligado para todas las cosas que á vuestra honra cunplan: et nosotros gradescervoslo emos muy mucho, é tenervoslo emos en merced. Señores mantengavos Dios al su servicio por muchos tiempos, é buenos. Fecha.

     Alfonsus Belasci Canonicus Segoviensis. Petrus Martini Canonicus Sego. Gundisaluus Ferdinandi Canonicus Segoviensis. Ioannes Roderici Canonicus Segoviensis.

     En la fecha falta día y año; presumimos que se dejaría de poner aguardando al día en que la carta se enviase, y entonces se envió inadvertidamente sin ponerlo, suceso muy ordinario.

     VI. Por estos días en Nieva, aldea de nuestra Ciudad, distante cinco leguas al poniente, apacentando sus ovejas, Pedro pastor de aquella aldea, de ánimo sincero, vio en forma visible a la gloriosa Virgen Madre de Dios, que llenando su alma de un gozo sobrenatural, le mandó fuese al obispo de Segovia, y de su parte dijese que en aquel mismo lugar buscase una imagen suya, escondida debajo de tierra, y allí la fabricasen un templo, donde disponía ser venerada con devoción particular. Pedro admirado y gozoso reparó entonces poco en la dificultad del crédito, partiendo al instante a cumplir lo que se le había mandado. Llegó al palacio de nuestro obispo, y después de algunos escarnios de criados, fue puesto en presencia. Dio su embajada con más sinceridad que elegancia. El prelado, por no parecer liviano en cosa de tanto peso, despidió al pastor con severidad juzgando menos inconveniente aguardar a segunda instancia que creer con facilidad a la primera; pues si la visión era verdadera asegundaría el favor. Volvió Pedro desconsolado a sus ovejas, y viéndose en el mismo lugar donde gozó de tanto bien, enternecido en su misma devoción, lloraba su desconsuelo, diciendo más con lágrimas que con palabras: Señora, ¿cómo cupo en vuestra soberana sabiduría escoger tan mal ministro para embajada tan buena? Un pecador tan ignorante como yo, ¿cómo podía acertar a serviros? ¿Qué mucho, reina de los Angeles, que un obispo se burlase de un bruto, que presumía de embajador de majestad tan soberana que tan a su mandado tiene las jerarquías celestiales? Yo, como ignorante, pequé de presumido, olvidando la bajeza de mis culpas. Pero no es justo, Señora, que pierdan los justos tanto bien por la ignorancia de un desvanecido. Proseguid lo comenzado con ministro más a propósito, y conozca el mundo que la fuerza de vuestro amor no se estorba en desaciertos de ministros.

     VII. En estos y semejantes soliloquios pasaba Pedro su desconsuelo, cuando la soberana reina del cielo y tierra que disponía ilustrar aquellos pueblos, apareció en segunda visión a su devoto, mandándole volviese con la misma embajada al obispo; y que en señal de su verdad llevase una pedrezuela de aquel pizarral en que la celestial visión se mostraba. Pedro, muy gozoso con su piedra, nueva vara de Moysén, advirtiendo con profunda sinceridad que virtud semejante no está en las varas ni en las piedras, sino en el divino autor de la naturaleza, cuya soberana madre le favorecía con aquella empresa, volvió segunda vez al palacio del obispo; y menos escarnecido fue puesto en su presencia. El cual juzgando de la porfía, cosa superior a la simplicidad de un pastor, le examinó atento. Descubrió espíritu sincero y muy devoto. Llegando a mostrar la piedra señal para él de tanto crédito, no fue posible sacársela de la mano por grado ni fuerza, acaso la estimaba tanto por haberla recibido de la misma santísima mano de la reina del cielo. (Hoy se venera en una cruz de plata, ofrenda de la reina doña Catalina.) El obispo, movido de estos impulsos, partió con acompañamiento conveniente, y haciendo cavar a donde el pastor Pedro señaló, fue hallada una devota imagen escondida allí, según el común juicio, como otras muchas en diversas partes en la pérdida de España, o reservada por causa que el no saberse aumenta veneración. Celebró nuestro obispo y los que asistían la devota invención conforme a la costumbre eclesiástica con procesión y aplauso, y brevemente la reina doña Catalina, que (según algunas memorias) se halló al suceso, levantó una iglesia, en el mismo lugar donde fue hallada, con título de Santa María; reedificando una ermita antigua, que allí cerca estaba con nombre de Santa Ana, que hoy conserva.

     VIII. Despachó también a Aviñón donde residía Clemente séptimo, pretenso papa, y por tal obedecido en los reinos de Castilla, pidiéndole licencia para poner en aquella casa un prior y seis capellanes; y poder pedir limosnas en todos los reinos de España para la fábrica. Concedióla Clemente con muchas indulgencias a los que diesen limosna y visitasen la casa y templo en ciertas festividades del año, señaladas en la bula, que original permanece y hemos visto en el archivo de aquella casa, despachada en Aviñón en veinte y cinco de febrero del año siguiente mil y trecientos y noventa y tres. Nombró luego la reina por prior a Juan González y seis capellanes, que sirvieron en aquel santuario hasta que se entregó a la religión de Santo Domingo, como escribiremos año 1399.

     El pastor Pedro, a quien el suceso dio nombre de Buenaventura, prosiguió y acabó su vida en servicio de la Virgen y compañía de los demás ministros de aquel templo; donde difunto fue sepultado con nombre y muestras de santo. Y lo comprueba la entereza que aún conserva su cuerpo después de trecientos años, y trasladado a tres sepulturas; hasta que año mil y quinientos y sesenta y cuatro fue colocado en la capilla mayor al lado del Evangelio, donde hoy está.

     El rey, estando en nuestra ciudad, había despachado embajadores a tratar treguas con Portugal y por medio de su tía doña Leonor, reina de Navarra, había procurado reducir algunos mal contentos, y el principal don Fadrique de Castilla, duque de Benavente, que alborotado levantaba gente en sus estados y trataba casamiento con hija del portugués. Y viendo que nada se concluía para acercarse al remedio, partió a Coca, y de allí en breve a Medina del Campo. Moviéronse muchos tratos con el duque de Benavente, todos sin efecto. Ultimamente se encargó de su reducción el arzobispo de Toledo, y por no la conseguir quedó indiciado de parcial suyo, y queriendo ausentarse con muestras de enojado, fue detenido con asomos de preso en Zamora, donde rey y corte estaban. También fueron detenidos el obispo de Osma y otros personajes; pero en breve fueron todos puestos en libertad. El arzobispo, que de suyo era mal sufrido, resentido de este desacato, se ausentó dejando entredichos los obispados de Zamora, Salamanca y Palencia; nuevo y excesivo escándalo sobre los muchos que el reino padecía.

     IX. Las treguas de Portugal se capitularon con asientos más conformes al tiempo que a la reputación. El duque de Benavente se redujo. La corte pasó a Burgos donde el legado de Clemente con su orden y buleto particular absolvió al rey y cómplices, alzando el entredicho. Al principio de agosto en el templo de las Huelgas anuló el rey las tutorías, tomando el gobierno en sí con acertado consejo, dos meses antes de cumplir los catorce años: anticipando naturaleza en este príncipe la prudencia que había de malograr en flor. Para tratar del remedio de tantos daños como había introducido la muchedumbre de gobernadores, se convocaron Cortes para Madrid. En tanto pasó el rey a tomar posesión de Vizcaya; de allí a Toledo a celebrar aniversarios por su padre; de allí a nuestra ciudad a montear la brama de los venados de Valsaín, valiente trabajar de rey. Partió de aquí a las Cortes de Madrid. En las cuales uno de los principales puntos que se trataron fue que se procurase con el pontífice que beneficios y rentas eclesiásticas no se diesen a extranjeros, origen de muchos inconvenientes.

     El primero, ignorancia común de los naturales que desesperados de los premios extrañaban el trabajo de los estudios.

     El segundo, despojo del reino en tantos frutos y proventos.

     El tercero y más dañoso, falta de ministros para enseñanza y gobierno de los pueblos: porque los propietarios no asistían, y cuando asistiesen, enseñanza y gobierno de extranjeros, y más en religión es poco eficaz. En estas Cortes en quince de diciembre confirmó el rey a nuestra ciudad el estatuto de que no pueda entrar vino forastero mientras lo tuvieren para vender los ciudadanos herederos, que hasta hoy se observa con nombre de Vieda, privilegio conveniente para animar a cultivar las viñas en campaña poco a propósito por su frialdad. Efectuó el rey sus bodas, hasta entonces detenidas por su poca edad, con la reina doña Catalina de Alencastro: y así mismo las del infante don Fernando con doña Leonor, condesa de Alburquerque, nombrada Rica hembra, por sus muchos y grandes estados.

     X. Por picar peste en Madrid salió el rey con la corte a Illescas, donde le visitó el arzobispo de Toledo, dueño de aquella villa, y volvió a su gracia. La reina de Navarra, duque de Benavente y conde de Trastámara, con muestras de quejosos por haber perdido el mando y mucha parte de su gajes, se retiraron a sus estados, despreciando la poca edad del rey; causa de su perdición.

     En diez y seis de septiembre del año siguiente mil y trecientos y noventa y cuatro murió en Aviñón Clemente séptimo, pretenso papa. Veinte y un cardenales de su obediencia contra las instancias de sus príncipes, procedieron a elegir en veinte y cuatro del mismo mes al cardenal don Pedro de Luna, que se nombró Benedicto decimotercio, que el año siguiente mil y trecientos y noventa y cinco nombró patrona de las iglesias de Santa Ana y Santa María la Real de Nieva a nuestra reina doña Catalina, que este año pobló la villa y después la favoreció con muchos privilegios, y aunque la carta original de la población de esta villa dice que fue poblada año mil y trecientos y noventa y tres, sin duda fue error de pluma; pues Benedicto decimotercio, nombrado en ella por papa, no fue electo hasta septiembre del año siguiente de noventa y cuatro, como dejamos dicho; y las circunstancias del día miércoles once de agosto y otras referidas en aquel instrumento, no conforman con el año noventa y tres, y se ajustan con este de noventa y cinco; y así pareció advertirlo en este lugar.

     XI. Ninguna noticia hemos hallado hasta ahora de cuándo, ni dónde falleció nuestro obispo don Alonso de Frías. El catálogo de nuestros obispos dice que le sucedió don Alonso, obispo de la Guardia, su nombre y linaje fue don Alonso Correa: su patria Portugal, sus padres se ignoran: estudió derechos en París; donde recibió grado de doctor, y por sus letras y virtud fue oidor de Rota, de donde vino para obispo de la ciudad de la Guardia en Portugal, su patria. Cuando la princesa doña Beatriz casó con nuestro rey don Juan, vino por su canciller mayor, y en la primera entrada que estos reyes hicieron en aquel reino los recibió en su ciudad como escribimos año mil y trecientos y ochenta y tres. En la de Aljubarrota perdieron doña Beatriz su reino y don Alonso su obispado. Por este tiempo fue promovido al nuestro: parece compensación de aquellos servicios y pérdida.

     En seis de noviembre de este año noventa y cinco, Alfonso Blázquez, canónigo y provisor, por el obispo don Alonso dio licencia al Cabildo para dar a censo unas heredades de Sotos Alvos. En veinte y nueve de octubre del año siguiente mil y trecientos y noventa y seis, don Alonso, obispo de Segovia, dio nombramiento y signo de notario eclesiástico en su obispado a Antón Sánchez; ambas noticias constan de los instrumentos originales que permanecen en el archivo Catedral.

     El rey partió a Andalucía, y en Sevilla fue recibido con solemnes fiestas, donde prorrogó las treguas con el rey de Granada, que por embajadores lo había enviado a pedir. Portugal con achaques de que las treguas no se habían firmado y jurado por algunos señores de Castilla, conforme al asiento, renovó la guerra. Para resistirla fue nombrado general de tierra don Ruy López Dávalos, por ser ya condestable de Castilla y muy valido del rey; almirante del mar fue Diego Hurtado de Mendoza, que corriendo el mar con cinco galeras encontró siete portuguesas, de las cuales tomó cuatro, encalló una, escapando las dos; victoria que reprimió mucho el orgullo de los portugueses, siguiéndose otras victorias campales por los castellanos.

     XII. En quince de mayo de mil y trecientos y noventa y siete años (según el catálogo) murió nuestro obispo don Alonso Correa. Sucedió en la silla don Juan Vázquez de Cepeda, nacido de padres nobles de los Vázquez y Cepedas, en la villa de Tordesillas; causa de que (conforme a la costumbre de aquellos tiempos) en corónicas y escrituras sea nombrado don Juan de Tordesillas, sobrenombre continuado en sus hermanos y descendientes en nuestra ciudad hasta hoy. Prelado ilustre por su sangre y por sus obras, como se verá en su vida.

     Los grandes gastos pasados habían consumido la real hacienda; los que asistían al rey y al gobierno al principio del año siguiente mil y trecientos y noventa y ocho cargaron un tributo igual a común y nobleza. La de nuestra ciudad sintiendo el desafuero, hizo su junta en la Trinidad en tres de mayo; los pareceres eran varios: algunos mozos inquietos con el impulso de defender su nobleza, voceaban, Que la vida era para la honra. Los más bien atentos enfrenaron estos ímpetus, diciendo: Que la mayor honra de las humanas era servir y obedecer al rey y esperar de un príncipe justo el cumplimiento de su real palabra y juramento, contra el cual sin duda procedian los ministros sin su orden. Y así parecía más conveniente ampararse de la potestad eclesiástica y sus censuras contra los ministros, para que izo procediesen contra el juramento de su rey. Así se hizo, nombrando comisarios a Gonzalo Sánchez de Heredia, Diego Martínez de Cáceres, Diego García de la Rua, que informando por su procurador y abogados al juez eclesiástico, puso entredicho en la ciudad, descomulgando a Sancho García de Villalpando, alcalde, y a Ruiz González de Osma, alguacil, y a los cogedores de las rentas reales, ministros todos puestos por Juan Hurtado de Mendoza, alcaide del alcázar y justicia mayor de nuestra ciudad, que entonces siempre andaban juntos y eran de tanta estimación, que juntamente era Juan Hurtado mayordomo mayor del rey. El cual avisado del suceso envió orden para que el juramento se cumpliese, guardando a la nobleza sus privilegios.

     XIII. Viernes siete de febrero del año siguiente mil y trecientos y noventa y nueve, la reina doña Catalina, en Toledo, hizo donación de ambos templos de Santa Ana y Santa María de Nieva a la orden de Santo Domingo, empleo conveniente para religión y autoridad. Consintió la donación nuestro obispo don Juan de Tordesillas el mismo día, viernes siete de febrero, como dice el instrumento original que permanece y vimos en aquel archivo, y no viernes siete de septiembre como escribió don fray Juan López, coronista dominicano, contra la verdad del instrumento y cómputo de este año que siete de septiembre fue domingo. En virtud de donación y consentimiento, tomó posesión de templos y casa fray Pedro de Sepúlveda, prior del covento de Santa Cruz de nuestra ciudad. Creció la devoción en los reyes y con su ejemplo en los pueblos. Con la devoción crecieron fábrica y población, favoreciendo los reyes uno y otro con dones y privilegios. El primero dio la reina doña Catalina, viuda ya, con beneplácito del rey su hijo; en el cual privilegia docientos vecinos, a nombramiento del prior del convento y Concejo de la misma villa, reservando en la corona real el patronazgo de uno y otro. Por lo cual convento y villa se nombran hasta hoy Santa María la Real de Nieva.

     En treinta de mayo de este año mil y trecientos y noventa y nueve, Juan Hurtado de Mendoza mayordomo mayor del rey, y doña María de Luna, su segunda mujer, hija del conde don Tello, hicieron donación a la abadesa y monjas de Santa Clara de nuestra ciudad, donde estaba sepultado Juan Hurtado de Mendoza, su padre, de sus casas, que eran junto al convento (todo lo comprende hoy el templo de la iglesia mayor) con muchos heredamientos en Aldea el Rey, Agejas, Escobar de Polendos, la Mata y Palacios de Riomilanos. Todo lo cual habían comprado a Martín Fernández Puertocarrero nuestro gran segoviano. Y esta es la primera noticia que hasta ahora hemos hallado de este ilustre convento de Santa Clara.

     XIV. Acercándose el año del jubileo mil y cuatrocientos, ordenó el rey a nuestro obispo que en su nombre y a su costa fuese a visitar las estaciones santas de Roma, devoción muy frecuentada en aquellos siglos. Llegó el obispo a Aviñón y halló al pretenso papa Benedicto décimo tercio cercado en su palacio; y por no le poder ver le avisó de su llegada y viaje. Respondióle por escrito dándole licencia para que prosiguiendo su viaje pudiese comunicar con los descomulgados por cismáticos, no participando en la cisma; y en cualquiera tierra, aunque estuviese entredicha, pudiese administrar los sacramentos a sus familiares y traer de Roma las reliquias que pudiese haber a España. Con esto partió nuestro obispo a Roma, donde llegó muy al principio del año santo. Hospedóse en la isla de San Bartolomé, en cuya iglesia velando el día de las Epifanías, abrió el sagrario, fábrica suntuosa de pórfidos y jaspes, que el obispo describe por menudo; de allí sacó muchas reliquias y entre ellas los cuerpos de San Paulino, obispo de Nola, y de los mártires San Marcelino y San Exuperancio, que hoy se veneran en Aniago. Intentó traer el cuerpo de San Bartolomé, y no tuvo efecto. Así lo refiere todo el mismo obispo en una relación que escribió de este viaje; la cual original permanece en el archivo de la Cartuja de Aniago, fundación suya. Volvió con brevedad a España a dar cuenta a su rey y cuidar de su obispado.

     XV. Por estar los reinos de Castilla muy faltos de gente con las guerras y peste que los años anteriores habían padecido, estando el rey en nuestra ciudad, este año estableció ley que las viudas pudiesen casarse dentro del año primero de la viudez, contra lo dispuesto por derecho común y real. El año siguiente mil y cuatrocientos y uno, por marzo, se celebraron Cortes en Tordesillas, estableciendo leyes importantes, principalmente contra demasías de arrendadores y ministros de justicia, nunca enfrenados bastantemente.

     En catorce de marzo de mil y cuatrocientos y dos años, nuestro obispo y Cabildo, concurriendo don Diego Alfonso de Ajofrín, arcediano de Sepúlveda, y vicedeán por el doctor don Alfonso González, con muchos prebendados, estatuyeron que dignidades y prebendados en la posesión pagasen cierta propina para ornamentos de la iglesia, que estaba muy falta de ellos: así consta del instrumento que original permanece en el archivo Catedral.

     Lunes catorce de noviembre parió la reina doña Catalina en nuestra ciudad una hija que se nombró María y después fue reina de Aragón. Grande fue la alegría de reyes y reino por este suceso, que había sido muy deseado. Nuestra ciudad le solemnizó con la solemnidad y fiestas que siempre.

     En nueve de abril del año siguiente mil y cuatrocientos y tres hizo el rey merced a Juan de Contreras, hijo mayor de Pedro González de Contreras, de que hiciese molino de pan en la cacera del agua de la puente. Y en trece de septiembre, estando el rey en Móstoles, confirmó a nuestro obispo don Juan y su Cabildo cuantas donaciones y privilegios tenían de los reyes antecesores. Así consta del original que permanece en el archivo Catedral, cuya data dice: Dado en Móstoles trece dias de setiembre año del Nacimiento de nuestro Señor Iesu Christo de mil y quatrocientos y tres. En las confirmaciones hay noticias curiosas y entre ellas la iglesia de Toledo vaca, contra lo que se ha escrito de que ya era su arzobispo don Pedro de Luna.

     XVI. Viernes seis de marzo de mil y cuatrocientos y cinco parió la reina en Toro un hijo nombrado Juan, en memoria de ambos abuelos. Y en catorce de mayo del mismo año fue jurado en Valladolid sucesor de los reinos de Castilla, que heredó en breve. En fin de este año vino a nuestra ciudad, donde el rey estaba, fray Hernando Yáñez, prior de Guadalupe, a dar cuenta y pedir licencia para renunciar aquel priorato. El rey que conocía las muchas partes de fray Hernando y sabía ya que venía perseguido de sus súbditos, le recibió apacible y aun, según dicen, le ofreció el arzobispado de Toledo, que aún vacaba; pero viendo que le despreciaba de ánimo, le ordenó volviese luego a su convento y no huyese pusilánime el mérito de las persecuciones, pues no merece corona quien no pelea. Obedeció el prior, y ordenó el rey a nuestro obispo partiese a Guadalupe con poderes suficientes eclesiásticos y seglares para averiguación de causa y castigo de culpados. Entró el obispo en aquella casa muy al principio del año siguiente mil y cuatrocientos y seis; dio principio a las informaciones con tiento hasta informarse del hecho. De que resultó no sólo inocencia, pero mucho valor y santidad del superior, perseguido de algunos ánimos revoltosos, que con astucia engañosa, poderosas armas de los hijos del mundo, habían conmovido los menos advertidos a perseguir el religioso proceder del prelado, desacreditándole con nombre de tiranía imperiosa. Bien informado, castigó el obispo con severidad a los perseguidores con prisiones y destierros. Apagado el fuego de esta discordia, se encendió un terrible fuego en las casas del pueblo; salió nuestro obispo con su gente a procurar apagarle diciendo: Querrá Dios que como hemos apagado el fuego interior, apaguemos el exterior. Y fue así, que con su industria se remedió presto. Volvió el obispo a dar cuenta de lo sucedido al rey, que aún estaba en nuestra ciudad. El cual, informado del suceso, y admirado que en los claustros creciese tanto el odio, dijo: no muda el hábito al hombre y sólo Dios conoce los corazones.

     En veinte y cinco de junio de este mismo año mil y cuatrocientos y seis, estando el rey en Segovia, confirmó a los vecinos de Sepúlveda, que habitasen de los muros adentro, privilegio de no pagar tributo alguno.

     XVII. Las enfermedades y dolencias del rey se agravaban; avisado de esto el rey de Granada rompió las treguas, acometiendo las fronteras. Para disponer el remedio se convocaron Cortes en Toledo; asistiendo en ellas el infante don Fernando, por hallarse el rey tan enfermo. En el archivo de nuestra Ciudad permanece un privilegio original en que el rey la confirma cuantas donaciones y privilegios tiene de los reyes antecesores; su data En Valladolid a veinte y un dias de diciembre año del nacimiento de nuestro Salvador Iesu Christo de mil y quatrocientos y seis años. Nuestras corónicas escriben que falleció (cuatro días adelante) en veinte y cinco de diciembre en Toledo, día de la natividad de nuestro Señor, fin del año mil y cuatrocientos y seis, y principio de siete, como entonces se contaba. Nosotros, inducidos de la autoridad del privilegio referido, recelamos algún yerro en las corónicas en cuanto al tiempo o lugar en que murió este rey, porque como todas han seguido la que escribió don Pedro López de Ayala, chanciller mayor de Castilla y primer restaurador de sus buenas letras, sin pasar del año mil y trecientos y noventa y seis. Y apenas se averigua quién fue el autor que la prosiguió; pudo introducirse algún yerro en la cronología o topografía. Según la cuenta común falleció el rey en edad de veinte y siete años y ochenta y tres días, digno de más larga vida por sus muchas virtudes. Fue sepultado en la santa iglesia de Toledo, con sus padres y abuelos.

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