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Capítulo XXX

Cardenal Cervantes, obispo de Segovia. -Batalla de Olmedo. -Fundación del convento del Parral. -Privilegio del mercado franco. -Don Luis Osorio de Acuña, obispo de Segovia. -Nacimiento de la reina doña Isabel. -Muerte de don Álvaro de Luna y del rey don Juan segundo.

     I. Don Juan Cervantes natural de Galicia, o (según algunos) nacido en Lora, villa de Andalucía, de padres gallegos, siendo muy doto en derechos y arcediano de Sevilla, fue creado cardenal con título de San Pedro ad Vincula por Martino quinto, en veinte y cuatro de junio de mil y cuatrocientos y veinte y seis años. Administrando el obispado de Ávila y habiendo permutado con nuestro obispo; estando en Turégano en veinte de diciembre de este año mil y cuatrocientos y cuarenta y dos en virtud del breve que (como dijimos) había ganado su antecesor, pronunció sentencia dando por ninguna la donación que don Juan de Tordesillas había hecho al abad y canónigos de Párraces de la casa y convento de San Pedro de las Dueñas, confirmando la que don Lope de Barrientos había hecho a la religión de Santo Domingo. Y consiguientemente en diez y seis de enero del año siguiente mil y cuatrocientos y cuarenta y tres despachó ejecutoria con requerimiento al rey, príncipe, prelados y señores, para que hiciesen cumplir la sentencia, como se hizo, quedando los religiosos en quieta posesión del convento.

     En la corte y reino todo era revoluciones. El príncipe don Enrique sintiendo que los aragoneses tomasen tanta mano, trataba de restituir a don Álvaro en la gracia de su padre. Un valido no podía causar al príncipe heredero el temor que un primo y rey de Navarra, que nunca quiso soltar aquel reino dotal al príncipe don Carlos, su legítimo sucesor. Don Lope de Barrientos, ya obispo de Ávila, juntó y concertó en Tordesillas a rey y príncipe en provecho de don Álvaro y desasosiego común; porque el príncipe juntó su gente y el rey de Navarra la suya; dejando al rey de Castilla en Portillo en poder o (por mejor decir) prisión del conde de Castro, que hizo seguridad de guardarle hasta que volviesen. Bien sentía el castellano la desdicha; pero su pasión y los pecados del pueblo estorbaban el remedio.

     II. Pasaba esto mediado el año mil y cuatrocientos y cuarenta y cuatro. Supo el rey que el cardenal obispo nuestro estaba en Mojados, villa suya en la ribera del río Cega, dos leguas al oriente de Portillo; fingió salir a caza, acompañóle el conde de Castro, alcaide de su guarda, acercáronse a Mojados, y el rey dijo quería ir a comer con el cardenal. El cual, avisado, salió a recibir a su rey, agradeciendo el favor y regalando a tan gran convidado. Sobre mesa dijo al conde se volviese a Portillo, que él no quería volver allá. Durmió aquella noche en el palacio del obispo, y el día siguiente partió a Valladolid, cuyos vecinos lo recibieron con tanta lealtad y alegría, como el mismo rey significa en un privilegio que les dio por este y otros servicios año mil y cuatrocientos y cincuenta y tres.

     No consta que le acompañase nuestro obispo, que sin duda andaba visitando su obispado, que en tiempos tan estragados lo habría bien menester.

     El príncipe y el rey de Navarra se dieron batalla junto a Pampliega y desparcidos con la noche, el navarro huyó a su reino, y el príncipe vuelto a Castilla se juntó en Dueñas con su padre y con don Álvaro: junta que derramó los confederados, acudiendo cada uno a fortalecerse en sus estados. El rey de Navarra, señor en fin poderoso, volvió a entrar por el reino de Toledo con seiscientos peones y cuatrocientos caballos al fin de febrero del año siguiente mil y cuatrocientos y cuarenta y cinco. Queriendo el rey castellano refrenar estos principios vino al Espinar, a recoger las gentes de ambas Castillas. Estando allí, murió en Villacastín la reina doña María, su mujer, con achaque y muestras de veneno. Fue llevada a sepultar a Guadalupe.

     III. Pasó el rey a Madrid, y de allí a Alcalá, donde estaba el rey de Navarra, reforzado ya con la persona y gente de su hermano don Enrique. El castellano estaba en la misma villa de Alcalá, y los aragoneses atrincherados en la cuesta de Alcalá la Vieja. Sin romper batalla partieron los aragoneses a Castilla la Vieja, y el rey en su seguimiento. Encerráronse en Olmedo villa del de Navarra. Cercólos el castellano, y en diez y nueve de mayo (un manuscrito de aquel tiempo que tenemos en nuestra librería dice que en veinte) el príncipe don Enrique con cincuenta jinetes se acercó al muro, salieron a escaramuzar otros tantos; pero reforzados por las espaldas de los hombres de armas. Por este recelo y ventaja se retiraron los castellanos a rienda suelta, cargaron los aragoneses saliendo toda su gente a la campaña con solas dos horas de sol, confiados sin duda en el refugio de los muros, confianza que siempre acobarda. Irritados los castellanos embistieron con tan buen coraje, que desbaratados los aragoneses huyeron tan medrosos, que hasta entrar en Aragón no entraron en poblado. El infante don Enrique herido en una mano murió en Calatayud. A otro día después de la vitoria, en la tienda de don Álvaro de Luna, porque había salido herido en la pierna izquierda, se determinó que los bienes y estados de los rebeldes se confiscasen. Quería el príncipe escetar al almirante siendo el más culpado. A todos parecía mala consecuencia y ejemplo perdonar la mayor culpa. Tomóse la villa de Cuéllar, que era del de Navarra, y pasando a cercar a Simancas, se vino el príncipe a Segovia, acción de mucha sospecha. Llegó el rey a Santa María de Nieva. Declaró el príncipe, por medios de su valido don Juan Pacheco, que se le diesen ciertos pueblos, Jaén, Cáceres, Ciudad Rodrigo y Logroño, que antes se le habían prometido, y para el Pacheco, Barcarrota, Salvatierra y Salvaleón, fronterizos a Portugal, y que no se procediese contra el almirante, confidente suyo. El rey, aunque sentido, se acomodó con el tiempo y con el hijo, que acompañando al padre a Simancas, Rioseco y Benavente, dejó por gobernador en nuestra ciudad a don Pedro Girón, hermano de don Juan Pacheco.

     IV. Presto dio el príncipe vuelta, dejando al rey en Astorga, donde llegó don Pedro de Portugal con dos mil peones y mil y seiscientos caballos portugueses en socorro de Castilla. Allí don Álvaro concertó casamiento de su rey, viudo de cinco o seis meses, con doña Isabel de Portugal, hija del infante don Juan, con disgusto manifiesto del mismo rey, a tanto estremo llegó la pasión; hijos hay menos obedientes a sus padres que este rey lo fue a este vasallo, si bien hacen esta causa muy principal del aborrecimiento que concibió después. Aunque de presente pasando a Ávila le hizo elegir maestre de Santiago, y a don Pedro Girón, de Calatrava, por intercesión del príncipe, que se estaba en nuestra ciudad acogiendo algunos de los confederados fugitivos, con harto recelo y disgusto de su padre. Capituláronse entre los dos algunas cosas mal dispuestas y peor cumplidas, entre ellas una, que el príncipe desocupase a Ruiz Díaz de Mendoza las casas en que siempre vivía, sitio incluso hoy en la iglesia mayor desde las gradillas a la puerta de San Frutos. Al principio del año mil y cuatrocientos y cuarenta y seis partió el rey a cobrar a Torrija y Atienza, que bien guarnecidos permanecían por el rey de Navarra. Para sosegar a los señores se hicieron mercedes demasiadas. Diose a don Íñigo López de Mendoza el Real de Manzanares, que tanta sangre y pleitos había costado a nuestra ciudad, y desde entonces perdió del todo su posesión; inconstancia perpetua de las cosas humanas.

     V. La fundación del ilustre convento del Parral se ha escrito hasta ahora con variedad; así en cuanto a su verdadero fundador, como en el modo y año de su fundación. Unos, hacen fundador a don Juan Pacheco, en cumplimiento de un voto hecho a Santa María del Parral, ermita de mucha antigüedad y devoción, en sitio donde saliendo a un desafío le acometió su enemigo acompañado de otros dos; y viéndose Pacheco solo desnudando el estoque acometió con calor diciendo:

     Traidor no te valdrá tu traición; pues si uno de los que te acompañan me cumple lo prometido quedaremos iguales. La confusión y desconfianza que esta estratagema causó en los contrarios le dieron lugar a herir a los dos mortalmente, huyendo el tercero, y viéndose vencedor prometió a la madre de Dios, a cuya favor se había encomendado, fabricar un suntuoso templo en cuyo cumplimiento dicen que fabricó este convento. Otros, y los más, escriben que le fundó el príncipe don Enrique, aunque en nombre de don Juan Pacheco, por escusar la murmuración de que en vida del rey su padre, antes de heredar, levantaba fábricas. En esta diversidad de opiniones escribiremos el hecho, como consta de instrumentos auténticos que hemos visto y permanecen en el archivo de este convento, los cuales, según parece, no vieron Sigüenza ni Calvete, aunque hijos suyos, causa de que no diesen a sus historias la luz que pide el encargo de escribirlas.

     VI. Año, pues, de mil y cuatrocientos y cuarenta y siete en que va nuestra historia, lunes veinte y tres de enero, en Cabildo concurriendo don Fortún Velázquez, deán; don Luis Martínez, arcediano de Sepúlveda; don Alfonso García, arcediano de Cuéllar; don Gonzalo Gómez, chantre, y muchos prebendados; don Fernando López de Villaescusa, tesorero de la misma iglesia y capellán mayor del príncipe presentó la carta siguiente:

     El Príncipe, Dean, é Cabildo de la Iglesia de la mi Ciudad de Segovia, yo fablé por mi Capellan mayor, tesorero de aquella, algunas cosas cumplideras al servicio de Dios é mio. E yo vos ruego, é mando que le creades: é aquello pongades en obra. En lo cual me faredes singular placer é servicio. De Olmedo á veintiuno de enero.

     Después de esto está escrito de letra del mismo príncipe lo siguiente: Dean, e Cabildo, amigos, ruegovos que esto se faga. De mi mano. En cuya consecuencia el tesorero propuso al Cabildo cómo el marqués de Villena, don Juan Pacheco, deseaba fundar en Segovia un convento de la religión de San Jerónimo, fundada o restaurada en España por fray Hernando Yáñez con fray Pedro Fernández Pecha, y fray Alonso Pecha, obispo de Jaén, hijos ambos de Fernán Rodríguez Pecha y Elvira Martínez, ilustre señora segoviana y el obispo fundador nacido en Segovia impulso grande para que el convento y su fundación fuese bien recibida en su patria; que el sitio más a propósito parecía la ermita de Nuestra Señora del Parral, suplicaba al Cabildo dueño de ermita y huertas, le hiciese favor de dársela para tan buen propósito con las huertas, casas y posesiones que la cercaban; prometiendo entera satisfacción. Remitióse la respuesta al día siguiente, en que determinaron que el deán fuese a Olmedo a besar la mano al príncipe y tratar del caso. Viendo el tesorero el negocio menos corriente que deseaba, partió con secreto y presteza a Olmedo. Y último de enero volvió al Cabildo con dos cartas, la primera:

     El Principe, Cabildo de la mi Ciudad de Segovia con mi Capellan mayor os escrivi este otro dia sobre razon de la hermita de Nuestra Señora del Parral, como vistes: é de su tardanza allá se conjetura que en el negocio poneis alguna dificultad, por que vos ruego que no la pongades. Pues ciertamente se dará orden como essa Iglesia no reciba lesion, ni daño alguno, ni espensa. E averlo he señalado servicio que aina, é con buena espedicion me respondades con el dicho mi Capellan mayor, porque yo provea como cumple á mi servicio. De Olmedo á veinte y ocho de enero. Yo el Principe.

     Otra carta del marqués que decía:

     Cabildo de la Iglesia de Segovia, señores é amigos: ya sabedes en como el Principe mi Señor os escrivio con su Capellan mayor, rogando vos quisiessedes dar la Iglesia de Santa Maria del Parral para edificacion de un monasterio de Gerónimos que con la gracia de nuestro Señor yo entiendo fazer. E que vos seria dada satisfacion razonable. En lo cual diz que pusistes alguna dificultad. E porque este fecho como vedes es tan licito é honesto: é por dar lugar a mi devocion, yo vos ruego é pido de gracia que querades condescender á lo que el Capellan mayor de parte del Principe vos dixo: é segun que agora su Señoria vos escrive. Nuestro Señor vos aya todos tiempos en su guarda. De Olmedo á veinte y nueve de enero.

     VII. Leídas estas cartas, respondió el Cabildo que el deán tenía comisión y poder para este negocio, y había partido a Olmedo. Donde sentida la dificultad se determinó que el marqués viniese con el deán a Segovia, y con los amigos y confidentes que en Cabildo y ciudad tenía, encaminase el negocio. Así se hizo entrando en Cabildo en once de febrero acompañado de Alonso Vélez de Guevara y Andrés de la Cadena, alcaldes, y Pedro de Tapia y Pedro de Torres, regidores, con otros muchos. El deán, refiriendo lo pasado, concluyó cómo estaba tratado que el Cabildo diese la ermita y lo demás, y el marqués entregase un privilegio rodado del señor rey don Juan de diez mil maravedís de juro cada año en favor del Cabildo sobre las alcabalas de Aguilafuente, villa entonces, como dejamos escrito del mismo Cabildo. Sobre estos tratos se atravesaron algunas dificultades que vencidas con diligencia y tiempo, propuso el deán en Cabildo en veinte y dos de julio las capitulaciones siguientes:

     I. Que el contrato se hiciese con el señor rey, no con el marques. Y su Alteza hiciese luego despachar su privilegio rodado de los diez mil maravedis: sobre las alcavalas de Aguilafuente con toda seguridad de perpetuidad y antelacion á otra qualquiera situacion ó finca.

     II. Que asi mismo su Alteza ganase Bula del Pontífice Romano para seguridad y validacion del contrato.

     III. Que de todo se diese quenta á nuestro Obispo, Cardenal ya Hostiense y ausente en Sevilla, para que lo aprovase, dando licencia y poder para su ejecucion.

     Para esto nombró el Cabildo al arcediano de Cuéllar, que partió a Sevilla y volvió con la respuesta siguiente del cardenal obispo:

     DEAN, é Cabildo, caros amigos, el Cardenal de Hostia vos mucho enbiamos á saludar, como aquellos que mucho amamos. Una letra que con el Arcediano de Cuellar nos enbiastes recibimos. E vimos un memorial de ciertas cosas que en el nos enbiastes de mandar. E quanto á lo contenido en vuestra letra, que es que deseades nuestra presencia, é que por la gracia de nuestro Señor Dios todos los Beneficiados de la Iglesia vivian honestamente sin escándalo, ó mal exenplo. Lo primero vos mucho agradescemos. E de lo segundo creed que avemos mucha consolacion, é gloria. E assi afectuosamente vos rogamos, é mandamos, que con la gracia de nuestro Señor vos esforcedes á perseverar en este santo proposito. Iten quanto al primer capitulo del memorial que es sobre la ereccion del monasterio de Santa Maria del Parral, vista la buena devocion del señor Marqués y acatando la Religion de San Geronimo está ya en mucha veneracion por la honesta vida de los religiosos de ella, á Nos place de buena voluntad. E porque mejor se faga enbiamos allá comision para nuestro Provisor, ó en su ausencia para el Dean, é para el dicho Arcediano, ó á cada uno dellos. Pero considerando la fábrica de la dicha Iglesia, nuestra voluntad seria que estos diez mil maravedis, que el Marqués dá se aplicassen á la dicha fábrica, que á vosotros casi no se sintiria: é la fábrica avria alguna ayuda para ornamentos; de los cuales (como sabedes) esta mui menguada, é esto quanto mas afectuosamente vos rogamos. E nuestro Señor vos aya en su santa guarda. Con nuestro sello secreto, De Sevilla á veinte y tres de agosto. -Firma Don Iuan por la miseracion divina electo confirmado de Hostia Cardenal de la santa Iglesia de Roma, é perpetuo Administrador de la Iglesia de Segouia.

     VIII. Con esto y otras disposiciones, jueves siete de diciembre, Alonso González de la Hoz regidor de nuestra ciudad, y secretario del príncipe entró en Cabildo, y en nombre del marqués entregó el privilegio real de los diez mil maravedís de juro. Con el secretario entró también en Cabildo fray Rodrigo de Sevilla, prior presente del convento de San Blas de Villaviciosa, y después primer prior del Parral, y presentó una carta patente de fray Esteban de León, prior de San Bartolomé de Lupiana, y consiguientemente general de la orden, despachada en siete de agosto de este año para recibir la casa y fundar el convento. Quedó con esto asentado que la entrega se hiciese con toda solemnidad el domingo siguiente diez de diciembre. En el cual vino a prima a la iglesia mayor el príncipe acompañado del marqués y de don Pedro Girón, su hermano, ya maestre de Calatrava, el obispo de Ciudad Rodrigo y muchos caballeros de corte y ciudad; concurrieron también las cruces y clerecía. Y en solemne procesión en que iban el prior y frailes, a quien había de hacerse la entrega, llegaron a la ermita a cuya puerta principal se ratificaron los autos pasados. El deán traspasó la posesión de la ermita y adherentes; y Nuño Fernández de Peñalosa, canónigo y previsor por el cardenal obispo, la erigió en convento. Concluyéndose esta fundación, escrita aquí tan por menudo por la variedad con que hasta ahora se ha escrito.

     Sobrevinieron tantas revoluciones, que ni príncipe ni marqués se acordaron de la fundación por algunos años, ni de la estrechura y necesidad que pasaban los religiosos habitando unas casillas que hoy permanecen cien pasos al poniente de la iglesia; tanto que estuvieron determinados a desamparar la fundación, si algunos caballeros de nuestra ciudad no los detuvieran, socorriendo su pobreza y en particular los de la Hoz; hasta que heredando el príncipe se comenzó la fábrica y llegó a la perfección que hoy tiene que sin duda es de las más acabadas y bien dispuestas de la orden; sustentando de ordinario de cuarenta a cincuenta religiosos y los ministros y criados necesarios.

     IX. Su sitio es en el valle que nuestra ciudad tiene al norte, de cuyos aires fríos defienden la casa unos peñascos que tiene a las espaldas; gozando en aquel valle de soles enteros de invierno, y en el verano del río y alamedas tan amenas que dieron ocasión al refrán, de los Huertos al Parral, paraíso terrenal. Los peñascos que hacen espalda a la casa brotan copiosas fuentes de aguas perenes y tan saludables que lo más de la ciudad bebe de ellas, despreciando otras muchas y muy buenas de que goza su distrito. Repártense en arcaduces y fuentes con mucha utilidad y servicio de casa y huertas. Ganó el príncipe gracia de muchas rentas eclesiásticas a este convento en préstamos, tercias y raciones de pueblos comarcanos, y diole privilegio de docientos carneros en el paso de la venta del Cojo. Diole asimismo muchas reliquias y ornamentos, y entre ellas la venerada reliquia de la espalda de Santo Tomás de Aquino, de mucha devoción y certeza. La cual año mil y cuatrocientos y treinta y ocho con orden del rey de Francia, y bula del papa Eugenio cuarto sacaron los frailes dominicos de Tolosa con mucha solemnidad y concurso del mismo sepulcro del santo, y la entregaron con la bula a los embajadores que para ello había enviado nuestro rey don Juan, devotísimo de este santo por haber nacido en vísperas de su fiesta, como dijimos año mil y cuatrocientos y cinco. Esta preciosa joya dio don Enrique a este convento año mil y cuatrocientos y sesenta y tres, como consta de su real cédula que original hemos visto y guarda hoy don Rodrigo de Tordesillas sucesor del maestresala:

     Yo el Rey. Mando á vos Rodrigo de Tordesillas mi maestre sala que de qualesquiera joyas que por mi mandado teneis en los mis Alcazares de la mui noble, é leal Ciudad de Segouia, dedes luego al Prior y Conuento de Santa Maria del Parral de la dicha Ciudad una cadena de oro que pesa tres marcos, dos onzas, é tres ochavas: la qual es de ley de oro de doblas zeés, de fechura Francesa. La cual dicha cadena es mi merced que vos dedes al dicho Prior, y Convento del dicho Monasterio para guarnecer la reliquia de la espalda de Santo Tomás de Aquino. La qual reliquia assi mismo vos mando que dedes, y entreguedes al dicho Prior con bula de nuestro mui Santo Padre, que fabla de la misma reliquia. E dadsela luego, é tomad carta de pago del dicho Prior de como recibe de vos lo susodicho. Con la qual, é con esta mi alvala mando á mis contadores que vos lo reciban, é pasen en cuenta. E non fagades ende al. Fecho a postrimero día del mes de abril año M.CCCC.LXIII. Yo el Rey. E yo Iuan de Oviedo secretario del rey mi señor lo fize escrivir por su mandado.

     Recibiólo el prior fray Andrés de Madrigal, y dio recibo. En agradecimiento de tantos favores, los religiosos de este convento ofrecen por el descanso eterno de este príncipe los sacrificios y sufragios siguientes. Cada día la primera misa que llaman del alba. Todos los novicios cada día del año de noviciado el oficio de difuntos; y en cantando misa las diez primeras. El convento, cada año un oficio de difuntos en su día; y otro día de Santa Lucía. Los Reyes Católicos dieron a este convento la granja de San Elifonso junto al bosque real de Valsaín.

     X. En tanto que esto pasaba en nuestra ciudad el rey había acudido a Soria a sosegar los movimientos que Aragón hacía por aquella parte. Avisado de que los señores de Castilla se confederaban, volvió a tener la navidad, fin de este año, a Valladolid; y después de algunas diferencias, se vieron rey y príncipe junto a Tordesillas en once de mayo del año siguiente mil y cuatrocientos y cuarenta y ocho, donde por inducción (según se dijo) de ambos validos Luna y Pacheco, fueron presos muchos señores del reino, y entre ellos don Fernando Álvarez de Toledo, conde de Alba, y Pedro de Quiñones, que fueron traídos al alcázar de nuestra ciudad, y entregados a Diego de Villaseñor, teniente de alcaide por el marqués. Vuelto el príncipe a nuestra ciudad se hallaba tan servido de vuestros ciudadanos, que en quatro de Noviembre, atendiendo (como dice) a los muchos servicios que le avian hecho, y hacian: y á los muchos trabajos que por servirle avian passado, y passavan, les concedio privilegio de mercado franco cada Iueves, para que de cuanto mueble se vendiesse, por naturales ó estrangeros, esceto la carne del peso, y vino de tabernas, no se pagassen alcavalas, portazgos, eminas, almotazenazgos, alguacilazgos, ni otro tributo alguno. Revalidó este privilegio el año mil y cuatrocientos y setenta y tres en primero de marzo. Confirmáronle todos sus sucesores y la posesión continuada hasta hoy.

     El año siguiente mil y cuatrocientos y cuarenta y nueve en Toledo, sobre cobrar un tributo, que con nombre de empréstito había ordenado don Álvaro de Luna que estaba en Ocaña, se alborotó el vulgo tan furioso, que cerrando las puertas al rey, que desde Benavente había acudido a remediarlo, avisaron al príncipe fuese a entregarse de aquella ciudad. El cual con poca providencia, queriendo gobernar de presente parte del reino, aunque alborotado, más que esperar a heredarle todo entero y pacífico, desavenido con su padre, cuando importaba autorizarle con su obediencia, y no aumentar con su inobediencia las inquietudes del reino, culpa sin duda por que él padeció tantas siendo rey, partió de nuestra ciudad a Toledo, donde viendo que Pedro Sarmiento en los alborotos de aquella ciudad había hecho las mayores tiranías y crueldades que tirano ha ejecutado en pueblo alguno, debiendo como príncipe justo amparar a los miserables, dio seguro y amparo al tirano; para que con su gente y cuanto había robado se viniese a Segovia; si bien personas y haciendas presto pararon en mal, efecto de la injusta posesión y de las muchas maldiciones de sus verdaderos y afligidos dueños.

     XI. Al fin de este año nuestro obispo cardenal don Juan Cervantes fue promovido al arzobispado de Sevilla. Por su promoción presentó al rey para obispo nuestro a don Luis Osorio de Acuña, varón de igual nobleza y valor, hijo de Juan Álvarez Osorio, progenitor de los marqueses de Cerralvo y doña María Manuel, su mujer. No quería el pontífice Nicolao quinto confirmar la presentación que pretendían, y consiguieron los reyes de Castilla en las iglesias de sus reinos, causa de que el presentado escusase el título de obispo intitulándose administrador de la Iglesia de Segovia: y así le nombran las historias y escrituras de estos años. Vuelto el príncipe a nuestra ciudad año mil y cuatrocientos y cincuenta, don Pedro Puertocarrero, paje suyo, con asomos de valido, achacó a don Juan Pacheco una pesada culpa, cuyo remedio consistía en la prisión del culpado, que sagaz o mal seguro columbró el trato, y que el príncipe le admitía; y le reforzaban el obispo Barrientos, don Juan de Silva, alférez del rey, y el mariscal Pelayo de Ribera. Presentida la tempestad se retiró de palacio con achaques de poca salud. Yendo una noche con el alcalde Baeza, llamado el Bravo, a la posada del secretario Alvar Gómez de Ciudad Real, confidente suyo, a tomar aviso y consultar sus cosas, les salieron Martín Fernández Galindo, y Gonzalo de Saavedra con gente, y les dijeron se diesen a prisión. El alcalde se volvió a Pacheco, fingiendo ser su criado, y le dijo: Juan, llama a esos que quedan ahí atrás, veremos cómo nos prenden estos. Cautela con que los ministros creyeron que se habían engañado; y don Juan Pacheco conociendo el mal estado de sus cosas se retiró a la Calongía, sitio, como hemos dicho, fuerte entonces; donde se cerró y barreó con gente y armas; padeciendo nuestra ciudad grandes alborotos en esta ocasión como en otras muchas de este tiempo y los siguientes. Desde allí alcanzó seguro para irse a Turégano; y por medios de Alonso González de la Hoz secretario del príncipe, trató de casar al Puertocarrero con doña Beatriz Pacheco su hija de ganancia; y que el príncipe los hiciese condes de Medellín que era suyo, y le dio en dote a la hija. Ensalmada esta llaga partió de Turégano para Toledo, donde estaba don Pedro Girón, su hermano.

     XII. Feliz fue para España el año siguiente mil y cuatrocientos y cincuenta y uno con el nacimiento de la infanta doña Isabel, reina que después fue de estos reinos. En cuanto al lugar y día de su nacimiento pasa lo siguiente: Fernán Pérez de Guzmán en la historia de este rey dice: en este tiempo en XXIII de Abril del dicho año 1451 nacio la Infanta Doña Isabel, que fue Princesa y después Reyna y señora nuestra. De lo cual se colige que esto se escribió muchos años después, cuando ya reinaba la reina doña Isabel, y acaso era ya difunta: y no dice el lugar donde nació. Fernando del Pulgar, ni Antonio de Nebrija no escribieron el año, ni lugar del nacimiento de esta señora. Lucio Marineo Sículo, en la historia de España que escribió por los años 1520 y dedicó al emperador don Carlos dice: nació la reyna Doña Isabel en Madrigal año 1449, errando el año como el lugar. Garibay y Mariana dicen que nació en Madrigal este año 1451 en veinte y cinco de abril. El origen verdadero de historias antiguas son los archivos. En el de nuestra ciudad permanece original la carta siguiente en forma de cédula, como entonces se usaba copiada aquí con toda puntualidad:

YO EL REY.

     Enbio mucho saludar á vos el Concejo, Alcaldes, Alguacil, Regidores, Caualleros, Escuderos, Oficiales, é Homes buenos de la Ciudad de SEGOVIA, como aquellos que amo, é de quien mucho fio. Fago vos saber que por la gracia de Nuestro Señor este Iueves próximo passado la Reyna Doña Isabel mi mui cara, é mui amada muger, encaesció de vna infanta. Lo qual vos fago saber porque dedes muchas gracias á Dios: assi por la deliberacion de la dicha Reyna mi muger; como por el nascimiento de la dicha Infante. Sobre lo qual mandé ir á vos á Iuan de Busto mi Repostero de camas, leuador de la Presente. Al cual vos mando dedes las albricias: por quanto le Yó fice merced dellas. Dada en la villa de MADRID á XXIII día de Abril de LI.

     El jueves señalado en la carta por el día del parto fue XXII de abril día próximo antecedente a la data, conforme al cómputo y letra dominical que aquel año fue C. Y así consta claro haber sido el parto en Madrid; pues la distancia de Madrigal a Madrid no puede ajustarse a tanta estrechura de tiempo.

     XIII. El año siguiente mil y cuatrocientos y cincuenta y dos se divirtió la guerra de Castilla a Navarra; sólo en Andalucía y Murcia fueron vencidos los moros en dos refriegas con ventaja y reputación de los capitanes y banderas cristianas. Siguió el año cincuenta y tres, infausto por la pérdida de la gran ciudad de Constantinopla, que en veinte y nueve de mayo entraron y saquearon los turcos con miserable estrago de la cristiandad.

     En Castilla se disponía una gran mudanza de cosas; el rey que estaba ya persuadido o cansado del soberbio proceder de don Álvaro de Luna, dio oídos a su prisión ejecutada en Burgos a cinco de abril. Preso fue llevado a Portillo, y el rey partió a tomar sus estados. Doce jueces nombrados para el caso fulminaron el proceso, y pronunciada sentencia fue llevado a Valladolid en cuya plaza en cinco de julio le fue cortada la cabeza en público cadalso, en edad de sesenta y tres años; asombrándose la misma fortuna de ver desamparado tres días a la limosna común el cuerpo descabezado del que pocos días antes era dueño de los reinos de Castilla: y en fin fue sepultado por los hermanos de la misericordia en San Andrés, enterramiento de los justiciados; escarmiento bastante para validos, si para ellos puede haber alguno que baste. El rey, cobrada Escalona, villa de don Álvaro, vino a Ávila donde llamó al obispo de Cuenca y al prior de Guadalupe fray Gonzalo de Illescas, determinado a nombrarles gobernadores; determinóse que las ciudades se encargasen de recoger las rentas reales, escusando la polilla infernal de arrendadores y cobradores; y que el rey entretuviese a sueldo ordinario ocho mil caballos, para sosegar los vasallos y resistir los estranjeros; principio y esperanza de mejor gobierno. Enfermó el rey quedando con unas penosas cuartanas, y esperando mejorar con nuevos aires pasó a Medina del Campo y de allí a Valladolid; donde en treinta de setiembre confirmó a nuestra ciudad por les fazer bien, e merced, e por se lo auer suplicado; e pedido por merced del Principe Don Enrique su muy caro, e muy amado fijo primogénito heredero, cuya era la dicha Ciudad, los privilegios que sus antecesores la habían dado de que cuantos habitasen la ciudad y arrabales no pagasen pedidos ni monedas ningunas aunque fuesen foreras. Y lo confirmó en Valladolid en veinte y seis de marzo del año siguiente mil y cuatrocientos y cincuenta y cuatro. Todo consta del privilegio rodado de confirmación, que original permanece en el archivo de nuestra ciudad, confirmado de tantos prelados y ricos hombres, cuantos no hemos visto en otro alguno.

     XIV. Trataba el príncipe de repudiar a su mujer la infanta doña Blanca de Navarra, alegando que por algún maleficio estaba impedido entre los dos el uso del matrimonio. Esto sonaba en los estrados; mas el vulgo muy al contrario lo murmuraba, achacando al príncipe de impotente; injurioso renombre que le dieron ésta y otras acciones, si no fue su desdicha, que en el crédito de los reyes tiene aún más poder que en los particulares. Nuestro obispo, don Luis Osorio de Acuña, por comisión sin duda apostólica, pronunció sentencia de invalidación, que después confirmó el arzobispo de Toledo.

     En trece de noviembre parió la reina en Tordesillas un infante que fue nombrado Alonso, y después ocasión de hartas revoluciones en Castilla. Tratábanse unas paces largas y firmes entre Castilla, Aragón y Navarra: a los tratos había venido la reina de Aragón, y estaba en Valladolid; cuando la dolencia del rey se agravó tanto, que le acabó la vida en veinte de julio de mil y cuatrocientos y cincuenta y cuatro años, en edad de cuarenta y nueve años, y cuatro meses y medio. Débele nuestra ciudad varios favores, como se ha visto: y en nuestro alcázar labró la torre o castillo principal, que hasta hoy se llama Torre del Rey Don Juan. Fue depositado en San Pablo de Valladolid, y después trasladado a la cartuja de Miraflores. Dejó tres hijos: de doña María de Aragón a Enrique, y de doña Isabel de Portugal a don Alonso y a doña Isabel, a quien mandó nuestra villa de Cuéllar.

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