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Capítulo XXXIX

Principios de la Iglesia mayor nueva. -Principio y continuación de las ofrendas. -Vitoria de Pavia y prisión del rey Francisco. -Entrega de los príncipes de Francia. -Cortes celebradas en Segovia. -Jornada de Viena y huida del Turco.

     I. Entre los estragos pasados de nuestra ciudad, el que más lastimaba a nuestros ciudadanos era el de su iglesia mayor. Deshízose la clausura de sus prebendados, quitándose las puertas de aquellas dos calles, que entonces nombraban Claustro y hoy Calongía vieja; si bien permanecieron los arcos hasta el año 1570 que deshicieron los dos, permaneciendo el tercero, que hoy dura. Viendo pues el Cabildo que el obispo dilataba su venida, y la iglesia imposible de reparo, pidieron al conde de Chinchón les diese las reliquias e imágenes que de la iglesia se habían pasado al alcázar. Dilatólo el conde; y negoció con el obispo, que de Galves, donde estaba en el arzobispado de Toledo, enviasen a mandar al Cabildo no tratase de ello. A pocos días murieron en el alcázar en un día el conde y el alcaide Cristóbal del Sello; y Diego de Cabrera, hermano del conde, se hizo fraile dominico. La condesa, doña Teresa de la Cueva, con intención de recogerse a sus estados, avisó al Cabildo quería entregar las reliquias y lo demás que estaba en el alcázar, trajesen licencia del obispo. El cual había pasado a Valladolid, a besar la mano al emperador, que habiendo recibido la primera corona en Aquisgrán y celebrado dieta imperial en Vermes, donde con mejor intento que suceso procuró reducir a Martín Lutero; por Inglaterra vino a España, y entró en Valladolid en veinte y seis de agosto de mil y quinientos y veinte y dos años.

     II. Dilató el obispo, hasta informarse, la licencia que trajo don Baltasar de Monguía viernes veinte y cuatro de otubre, víspera de San Frutos. Y en tanta brevedad de tiempo, se dispuso una gran fiesta y solemne procesión que el día siguiente, después de tercia, salió de la iglesia de Santa Clara al alcázar, en cuya plaza pararon las cofradías, órdenes y clerecía. Entraron en el alcázar el deán don Pedro Vaca, que celebraba el oficio con sus ministros, y don Diego del Hierro, chantre; don Baltasar de Monguía, tesorero; y el licenciado Andrés de Camargo, provisor, con algunos prebendados, y el corregidor Juan Álvarez Maldonado y su teniente Cristóbal Pérez del Toro, y el licenciado Andrés López del Espinar, con algunos regidores y caballeros. En la capilla real estaba una arca dorada en unas andas, en que estaban las reliquias de San Frutos y sus hermanos; y en otras andas la imagen de Nuestra Señora, y debajo de un dosel, el crucifijo grande que hoy está en la capilla parroquial. Allí el bachiller Juan de Carboneras y Bernardino de Berrio, canónigos fabriqueros, requirieron al provisor hiciese información cómo era aquella la misma arca que se había sacado de la iglesia. Así lo certificaron con juramento en forma Alonso Jiménez, clérigo, capellán del conde, y Francisco de Villarreal, tesorero de la casa de Moneda, y Rodrigo de Luna, alcaide de la torre de la iglesia, y como siempre, habían estado con mucha decencia. Pidióse luego la llave al deán, que la mostró jurando cómo hasta entonces había estado en su poder. Abrióse la arca; viéronse las reliquias, que todos los circunstantes adoraron. Hízose entrega auténtica de todo. Partió la procesión en gran número de cofradías, órdenes y clerecía. Entre el cuerpo del Cabildo las andas de las reliquias y de la imagen, y luego el crucifijo con gran número de blandones y diáconos incensando. El deán, preste, llevaba en las manos con una rica toalla la espalda de San Frutos. Seguían la Ciudad y corregidor con muchos caballeros, y gran concurso de gente. Salieron los religiosos mercedarios a recibir la procesión, que entrando por su iglesia pasó a la de Santa Clara, donde puestas las andas en tres altares se comenzó la misa y predicó fray Diego de Trujillo, prior de Santa Cruz. Acabado el sermón, subió al púlpito el racionero Juan de Pantigoso y leyó una información auténtica de muchos milagros que Dios había obrado por la intercesión de nuestros patrones San Frutos y sus hermanos, aumentándose la devoción en el pueblo, alegre con tan sosegada paz, después de tan cruda guerra; y cesando desde este día una enfermedad pestilente que por su efecto nombraban Modorrilla: y todo el verano había afligido nuestra ciudad.

     III. Martes veinte y ocho del mismo mes de otubre, fiesta de los apóstoles San Simón y Judas, en la plaza de Valladolid, en un cadalso, el emperador con majestad y magnificencia imperial dio perdón general de todos los alborotos pasados, escetando algunas personas para atemorizar como el rayo a muchos con daño de pocos. Y si bien España quedó tan en paz, que en ciento y diez y seis años hasta ahora (gracias al sumo Autor) ningún reino la ha gozado tan continuada y segura, Fuenterrabía, puerto de Vizcaya, estaba por Francia; cuyo rey Francisco primero de este nombre, con más bríos que prudencia, alborotaba a Europa. Sus gentes inquietaban a Navarra y Vizcaya y molestaban a Flandes. Él con poderoso ejército quería entrar en Italia, cuyos príncipes se confederaron con papa y emperador. El cual se determinó a entrar en persona por Francia, para dar a entender a su rey cuán imprudente desamparaba lo propio y seguro por conquistar lo ajeno y dudoso. Convocó a Palencia Cortes de Castilla, que se celebraron a principio de julio de mil y quinientos y veinte y tres años. Y concedido por el reino un servicio de cuatrocientos mil ducados en tres años y por el emperador algunas peticiones importantes al reino, y, entre ellas, que todos los naturales y libres pudiesen traer espadas para escusar supercherías; vedando del todo y a todos traer máscaras, costumbre mal introducida para grandes insultos; de Palencia volvió el emperador a Valladolid.

     IV. Nuestro obispo, que ya había venido a ver el rebaño que en su ausencia había padecido tantas desdichas, viendo imposible el volverse a su antigua iglesia, se conformó con lo que el Cabildo tenía determinado quedarse en la iglesia de Santa Clara, pagándola a las monjas; y comprar sitio para fabricar un suntuoso templo. Porque aunque la fábrica de la iglesia Catredal tenía, y tiene, muy poca renta, y era escesiva la costa de más de cien casas que se habían de comprar, la ciudad mostraba ánimo de ayudar esforzadamente; así por la mucha religión que siempre tuvo y tiene, como por la ocasión con que la antigua se arruinó. La mayor dificultad consistía en la resistencia que algunos dueños de las casas hacían por la comodidad y el sitio. Pero como la causa era tan pública y piadosa, suplicó el Cabildo, por sus comisarios, al emperador diese su real provisión para el efecto, el cual despachó la siguiente:

     Reverendo en Christo Padre Obispo de Segovia, y Don Iuan de Ayala nuestro Corregidor de la dicha Ciudad, y Pedro de la Hoz Regidor della: por algunas causas que cumplen al servicio de Dios, y nuestro, y bien dessa Ciudad, avemos acordado que la Iglesia Catredal de esse Obispado se mude del lugar donde aora está á otra parte de la dicha Ciudad, y que para ello es menester lugar conveniente: é tomar las casas que sean necessarias para el edificio de la dicha Iglesia, y claustra, y oficinas, que fueren necessarias para ella. Ruego, y encargo a vos el dicho Obispo que veais el lugar donde os parece que es dispuesto, y conveniente para la dicha Iglesia: y las casas que será menester tomar para ello. Y assi fecho junteis con vos a los dichos Corregidor, y Pedro de la Hoz: á los quales mando que luego se junten con vos. E todos tres juntamente lo más secreto que se pueda nombreis seis oficiales albanies, é carpinteros, los que en vuestras conciencias os pareciere que son mas hábiles, é fieles en sus oficios, y los hagais parecer ante vosotros. De cada uno de los quales secreta y apartadamente por ante Escrivano publico recibais juramento en forma que bien y fielmente dirán la verdad. E hagais que de dos en dos los dichos oficiales declaren lo que valen juntamente cada una de las dichas casas, que fueren señaladas é nonbradas por vos el dicho Obispo para edificar la dicha Iglesia y claustra, é oficinas della. E fecho la dicha declaración; é vista por vosotros, junta la suma de todas tres tassaciones, que los dichos seis oficiales assi ovieren fecho de cada casa: por manera que sean tres precios enteros de cada casa, mas o menos según la tassación que assi fuere fecha; tomeis la tercia parte de lo que montaren las dichas tres tassaciones, que sea un precio igual y verdadero de cada casa. E llameis á los dueños de los tales casas, é les notifiqueis nuestra voluntad: é les pagueis, é hagais dar a cada uno por su casa el precio que fuere tassado. Lo qual primeramente pagado, les mandais de nuestra parte luego las dexen libres y desenbarazaras, para que se pueda hazer el dicho edificio. E si no lo quisieren hazer, vos el dicho nuestro Correguidor depositeis el dicho dinero en poder de personas llanas, é abonadas de la dicha Ciudad, para que lo tengan en guarda para acudir con ello a los dueños de las dichas casas. E les apremieis por todo rigor de derecho á que luego salgan de ellas é las dexen desenbargadas: é las entregueis al dicho Obispo, para que provea como luego se haga la dicha obra. Para lo qual todo que dicho es assi hazer, y cumplir, y executar, vos doi poder cumplido por esta mi cédula. E non fagades en de al. Fecha en Valladolid á diez y ocho dias del mes de Agosto de mil y quinientos y veinte y tres años.

YO EL REY

Por mandado de su magestad.                                                                      Francisco de los Cobos

     V. Ejecutábase este orden en nuestra ciudad con mucho fervor, juntándose grandes sumas de limosnas para pagar y derribar casas entre Santa Clara, Alcuza y calle Mayor.

     El emperador, que, restaurada Fuenterrabía por el condestable, había vuelto a Valladolid, enfermó de cuartanas, y habiendo enviado a la infanta doña Catalina su hermana a casar con el rey don Juan tercero de Portugal, se fue por consejo de los médicos a Madrid mediado diciembre de mil y quinientos y veinte y cuatro años.

     Fue notable la turbación de toda Europa en este tiempo, porque habiendo precedido este año una conjunción de planetas, cual no se había visto desde el diluvio; sobre sus efectos desatinaban (como siempre) los astrólogos, tanto que unos amenazaron diluvio, otros sequedad prodigiosa. Las gentes, llevadas del temor, hicieron tan grandes provisiones de mantenimientos y otras cosas, que montó mucho lo que se perdió, porque los temporales que sucedieron muy templados, desacreditaron la astrología, ciencia demasiado de alta para los entendimientos humanos. El efecto que más verdaderamente pudo atribuirse a este concurso de astros fue la implacable discordia que influyeron en los príncipes del mundo; conocida de los mortales por la esperiencia, no por la ciencia, que de lo futuro sólo está en Dios.

     VI. Martes catorce de marzo de mil y quinientos y veinte y cinco años llegó a Madrid el comendador Rodrigo de Peñalosa, hijo y vecino de nuestra ciudad, y ya nombrado en esta historia, con aviso al emperador de que viernes, día de Santo Matía, su ejército imperial había vencido y preso al rey Francisco de Francia, que con cincuenta mil combatientes había entrado en Italia, ganado a Milán y puesto cerco a Pavía, sobre la cual estuvo cinco meses, más porfiado que prudente, hasta que acometido del ejército imperial, que no llegaba a trece mil combatientes, si bien los seis mil eran españoles, y su capitán, el famoso marqués de Pescara, fue roto y preso con muerte de quince mil hombres, y entre ellos grandes señores y capitanes, y prisión de más de cuatro mil; sin perder los imperiales setecientos. Vitoria admirable, que Carlos oyó con igualdad de ánimo, aunque no era menester mucho; mandando no se hiciesen regocijos ni otras muestras de alegría en los pueblos, más que dar gracias a Dios por la vitoria, y suplicarle dispusiese la paz de que tanto necesitaba la cristiandad. Luego partió a Toledo a tener Cortes de Castilla. Allí los procuradores de nuestra ciudad le suplicaron fuese servido de favorecerla con su presencia, pues lo había estorbado su enfermedad cuando de Valladolid pasó a Madrid: estimando la muestra de amor, prometió hacerlo acabadas las Cortes.

     VII. En nuestra ciudad andaban fervorosos los principios de la nueva fábrica, derribando casas, echando cordeles y señalando cimientos. Entre muchas trazas se había escogido la de Rodrigo Gil de Ontañón, famoso artífice de aquel siglo. Y salió acertada, porque aunque no es de las cinco órdenes de la arquitectura griega y romana, es arquitectura gótica, que nombraron Mazonería, fábrica fuerte, capaz, bien dispuesta y de agradable vista.

     Miércoles veinte y cuatro de mayo, víspera de la Ascensión, saliendo la procesión de la ledanía a San Miguel, como es costumbre, en gran concurso de gente, fueron por la puerta del corral de Santa Clara; y llegando al lugar donde ahora están las puertas del perdón, el obispo, puesto de rodillas, hizo oración, imitándole el Cabildo, clerecía y circunstantes; y levantándose llenos los ojos de lágrimas, que había brotado el afecto religioso, tomó un azadón y dio tres azadonadas para principio de los cimientos, que se continuaron con tanto fervor y concurso de ciudadanos, que por devoción acudían a cavar y sacar tierra, no sólo los días así de trabajo como de fiesta, pero aun las noches, que en solos quince días estaban casi abiertos. Y jueves de Pentecostés, en ocho de junio, después de celebrada la misa mayor, el obispo bendijo la piedra fundamental, que estaba en un altar raso en medio de la iglesia, cubierta con un velo: bendita, formó en ella con un cuchillo cuatro cruces en las cuatro frentes, o haces; y hechas las ceremonias y solemnidades eclesiásticas, mandó al arquitecto la llevase a sentar al mismo lugar de la puerta del Perdón, siguiendo el mismo prelado con el Cabildo. Púsose debajo una gran medalla de plata con las armas del emperador y del obispo: memoria inútil, que estuviera mejor en una erudita inscripción en lugar patente. Asentada la piedra, bendijo el prelado todas las zanjas, acompañándole el Cabildo y cantando himnos y salmos convenientes.

     VIII. Nuestro pueblo, que innumerable había concurrido al acto, concibió tanta devoción, que comenzó a mudar piedra de las ruinas de la iglesia antigua a la fábrica nueva, sin quedar plebeyo ni pobre que igualmente no asiese de las angarillas con tan religiosa emulación, que demás del continuo trabajo que ofrecían a Dios en la fábrica de su templo, comenzaron a poner sobre la piedra, que llevaban en los carretones y angarillas, velas de cera, y en ellas dinero. Creciendo tanto esta devoción, que Juan Tomás, milanés, ya avecindado en nuestra ciudad, en la dedicación que hizo a nuestro obispo don Diego de Ribera, del libro que imprimió por este mismo tiempo, de las propiedades de las cosas, en romance; el cual había compuesto en latín Bartolomé Clauville, inglés, por los años mil y cuatrocientos y sesenta, dice como testigo de vista, que aun las señoras más principales de nuestra ciudad empeñaban sus joyas para estas ofrendas. Demás de esto, viernes diez y seis de junio, salieron don Diego Cabrero (no Cabrera), canónigo de Segovia y obispo de Paula, y que murió electo de Huesca; y el licenciado Andrés de Camargo, canónigo y provisor; y Alonso de Ruiz Cerezo, canónigo, a pedir, acompañándose con el cura de cada parroquia; y en pocos días llegaron un cuento y seiscientos y veinte y tres mil y trecientos y ochenta y cinco maravedís; como consta del libro original de esta demanda, que permanece en el archivo Catredal, donde están escritos los nombres y manda de cada uno; memoria y advertencia estimable.

     IX. Muchos días y años duró el mudar la piedra, pero muchos más ha perseverado la devoción de nuestros ciudadanos; pues acabada la piedra, continuaron las ofrendas (y hasta nuestros días lo llamaban echar piedra) por estados, oficios y naciones en la forma siguiente:

     Fiesta de los reyes (pascua primera del año), el regimiento y linages con todo lo noble y lucido de la ciudad, y ambas audiencias salen de la Iglesia de San Martín, cada uno con su vela blanca de á libra, y en ella un doblón ó escudo en oro, con atabales, trompetas y ministriles, y van a la iglesia mayor a cuyas puertas espera el Cabildo con preste y diáconos, que reciben la ofrenda y entran á oir misa. Este modo se guarda en las demás ofrendas.

     Fiesta de la Purificación, segundo día de febrero, los monederos y ministros mayores y menores de la casa de Moneda desde San Sebastián.

     Domingo de Casimodo, los fabricadores de paños, y con ellos mercaderes de vara, añineros, cereros, confiteros y bordadores desde San Francisco.

     Dia de la Ascension, la ofrenda de la harina panaderos, pasteleros, molleteros y molineros desde el convento de la Trinidad.

     Segundo dia de Pascua de Espíritu Santo, los parroquianos de San Lorenzo desde su iglesia. Y en este dia los pueblos de la Lastrilla, Espirdo, Tizneros, Sonsoto, Trescasas, San Cristoval, Cavanillas, Tabanera, Palazuelos y Pellejeros, y los molineros y bataneros ofrecen muchas carretadas y cargas de piedra.

     Tercero dia de la misma Pascua, los parroquianos de Santa Coloma desde su iglesia: y este dia los labradores del arrabal mayor, y los pueblos de Revenga y Hontoria ofrecen asi mismo muchas carretadas y cargas de piedra, y los alfahareros y tejeros, cal, arena, teja y ladrillo.

     Dia de San Juan Bautista, los tejedores de paños, estameñas y lienzos desde el convento de la Trinidad.

     Dia de San Pedro, el obispo y Cabildo con sus capellanes van desde la iglesia de San Martin en forma capitular con cruz, preste y diáconos, caperos, cantores y ministriles, moviendo con su ejemplo los demás estados.

     Segundo dia de julio, fiesta de la Visitación ó el domingo siguiente, los mancebos de ciudad y arrabales, en forma militar, conservando el modo primitivo con mucha gala, cajas y banderas desde la Trinidad.

     Dia de Santiago, los pelaires desde la Trinidad.

     Domingo primero de agosto, la ofrenda que nombran de la carne carniceros, cabriteros, estaderos, pesadores, cocineros, figones y fruteros desde la Trinidad.

     Dia de San Laurencio, la ofrenda del martillo, arquitectos, carpinteros, albanies, mamposteros, escultores, ensambladores, canteros, guarnicioneros, freneros, silleros, jaeceros, pavonadores, aserradores, cabestreros, latoneros, torneros y cedaceros desde la Trinidad.

     Dia de la Asunción, zapateros, pergamineros, pellejeros, corambreros, curtidores, zurradores y boteros, desde la Trinidad.

     Dia siguiente de San Roque, los maestros de tundidores, y con ellos los zurcidores y apuntadores desde la Trinidad.

     Dia de San Bartolomé, los tundidores oficiales desde San Antonio el Real

     Domingo primero de setiembre, taberneros, herradores, arrieros y olleros desde la Trinidad.

     Dia de la Natividad de nuestra Señora, ocho de setiembre, la ofrenda de la tijera, sastres, calceteros, roperos, jubeteros, cordoneros, sombrereros y aprensadores desde la iglesia de San Juan donde tienen su cofradía y juntas.

     En diez y nueve de setiembre (dia aniversario de un gran incendio, que referiremos año 1614) la clerecia desde Santa Coloma con sobrepellices, velas y escudos, cruz, caperos, preste y diáconos, cantores y ministriles.

     Domingo primero de otubre, cardadores y apartadores de lana desde la Trinidad.

     Domingo antes de San Andrés, la nación de los vizcainos desde la Trinidad.

     Domingo después de San Andrés, la nación de los montañeses desde la Trinidad.

     Médicos, cirujanos, barberos, boticarios, pintores, plateros, y otros oficios que no tienen dia señalado se agregan a la nación de cada uno.

     Repitiendo cada año, cada día, nuestros ciudadanos en sus ofrendas a este templo lo que el pueblo de Israel a Dios en un donativo al templo de Jerusalén. Todo es vuestro, Señor: y lo que de vuestras manos recibimos, os ofrecemos.

     X. En este mismo mes de junio de 1525 en que va nuestra historia, llegó Carlos de Lanoy, virrey de Nápoles, con el rey de Francia, preso a Madrid: acción que alborotó a Italia y a Europa: y sus príncipes, particularmente los italianos, al punto se confederaron contra el emperador; el cual concluidas las Cortes de Toledo, y concertado de casar con doña Isabel, su prima, hija de don Manuel, rey de Portugal; al fin de agosto partió a nuestra ciudad, como tenía prometido. Y viéndola desde lo alto de los puertos tan adornada de vistosos edificios, torres y chapiteles (siendo entonces mucho menos que ahora), dijo gustoso de verla, que tenía vista de ciudad grandiosa. Y confirmólo el solemne recibimiento y fiestas que nuestros ciudadanos hicieron a su majestad Cesárea, como refieren Pedro Mexía en la parte de historia que dejó escrita de este monarca, como coronista suyo y manuscrita tenemos; y Sandoval en su historia imperial.

     A pocos días partió el emperador a Madrid, a visitar su prisionero, enfermo (y de peligro) de melancolía, que se le alivió con la visita y disposición de su libertad, capitulada en Madrid a catorce de enero de mil y quinientos y veinte y seis años, con unas capitulaciones tan abundantes de palabras, como faltas de obra. Y habiéndose casado el francés en Illescas con la reina doña Leonor, viuda de Portugal, partió a Francia; y el emperador a Sevilla, donde a trece de marzo celebró sus bodas con la emperatriz doña Isabel, con admirable ostentación de aquella gran ciudad. De allí fue a Granada, y al fin del año a Valladolid; donde en once de febrero del año siguiente mil y quinientos y veinte y siete celebró Cortes: y martes veinte y uno de mayo, parió la emperatriz al príncipe don Felipe, Salomón de España.

     XI. Del postema de Italia reventó una liga contra el emperador, cuyo general imperial, duque Borbón, después de muchos lances, encaminó el ejército imperial contra Roma; que la entró en seis de mayo con muerte del mismo Borbón y reclusión del pontífice al castillo de Sant Angel, y un furioso saco de aquella ciudad santa, justamente llorado del cardenal Cayetano, y tan sentido de nuestras gentes y del mismo emperador que al punto que se supo vistieron luto mandando cesar los regocijos y fiestas que en Valladolid y toda España se hacían por el nacimiento del príncipe; aunque Francisco Guiciardino, más informado de su pasión que de la verdad lo negó diciendo: que no había cesado en las fiestas comenzadas por el nacimiento del hijo. Y no sólo presumió saber esto desde Italia mejor que los que lo vieron, pero desde allá quiso penetrar los deseos del césar, diciendo: que había deseado que el pontífice fuese traído a España: tanto sigue la pasión y persigue la injusta envidia a la prosperidad justa. Pudieran los príncipes de Italia escusarlo escarmentando en los franceses, sin despertar a los españoles, pues dormían; y el pontífice romano quejarse de sus aliados que tanto le habían hecho gastar; y en tanto aprieto no llegaron a romper siquiera una lanza en su defensa; hasta que hubo de concertarse con los vencedores, consumiéndose en la ofensa y en la defensa.

     XII. En diez y nueve de abril del año siguiente mil y quinientos y veinte y ocho fue jurado sucesor el príncipe don Felipe en Cortes celebradas en Madrid. El rey Francisco, en viéndose libre, si bien dejó en rehenes sus dos hijos, pagó en apologías y desafíos cuanta confianza se hizo de su fe real. Anduvieron carteles y retos de un príncipe a otro, con indecencia grande de tan grandes monarcas, cuya corona y soberanía está en la cabeza, no en las manos. En Italia vencieron, como siempre, las armas imperiales; por la justicia, o por el valor, o por todo junto; que la fortuna no es tan constante.

     El césar convenido con el pontífice, se embarcó en Barcelona a cinco de agosto de mil y quinientos y veinte y nueve años habiéndose cortado el cabello largo por dolores de la cabeza; imitándole cuantos españoles le seguían en cortarse el cabello; y no sé si en los dolores: tanto mueve el ejemplo del príncipe, pues desde entonces olvidaron los españoles sus garcetas y cabello largo, tan justamente venerado. Pasó a Génova; y de allí a Bolonia; donde recibió la corona imperial de mano del pontífice día de Santo Matía de mil y quinientos y treinta, con la mayor grandeza que ha visto Italia, que con admiración miraba aquel príncipe tan admirable por sus vitorias, y tan pacífico por su natural que cuando le recelaba dueño absoluto de sus repúblicas, le vio repartir sus estados entre los que le habían hecho guerra, como agradeciéndoles la ocasión de sus triunfos. De allí en el mes de abril partió a Alemania, y acompañado de su hermano Fernando, ya rey de Hungría y Boemia, tuvo dieta (así nombran las Cortes) en Augusta.

     XIII. En España se trataba la entrega del delfín de Francia, Francisco de Valois y su hermano Enrique, que en la fortaleza de Pedraza estaban en poder de don Pedro Fernández de Velasco, condestable de Castilla, señor de aquella villa, y de don Juan de Tobar, marqués de Berlanga, su hermano. Por haber concurrido en esta entrega ambas cabezas eclesiásticas y seglar de nuestra ciudad, don Diego de Ribera, obispo, y Pedro Bazán corregidor, la referiremos conforme a las escrituras que de todo ello se otorgaron, las cuales tenemos autorizadas. Nuestro corregidor partió con orden del emperador a Pedraza; donde en diez y seis de marzo de este año, alzó al condestable y a su hermano el pleito homenaje de la guarda de los príncipes; por el cual estaban obligados a todo caso fortuito; y no querían sacarlos de la fortaleza con tanto riesgo suyo. Alzado, se obligó el condestable a ponerlos en Fuenterrabía; donde concurrió la reina doña Leonor, a quien acompañaba nuestro obispo. Habiendo Álvaro de Lugo, corregidor de Valladolid, por orden del emperador, y conforme al tratado de Cambrai entre la reina madre de Francisco y madama Margarita, tía de Carlos, contado en Bayona de Francia un millón y docientos mil escudos de oro del sol, de setenta y un escudos y medio de peso por marco; y de ley de veinte y dos quilates y tres cuartos en diversas monedas. Asistiendo a su ensaye y ajustamiento Diego de Ayala, contraste de Castilla; Machín de Placencia, platero del emperador; Tomás Gramai, general de las monedas de Flandes; Tomás Mullier, ensayador; Berenguel de Aoyz y Francisco de Aoyz, su hijo, maestros de la casa de Moneda de Pamplona.

     XIV. Y habiendo asimismo recibido la flor de lis de oro con el adorno y piezas siguientes:

     Primeramente dentro del gran floron de la flor de lis, en lo alto una cruz con su crucifijo de la verdadera cruz en que murió Jesucristo, y en cada uno de pies y manos del crucifijo un pequeño diamante de punta e faccion de clavo.

     Iten seis cantones, y en cada uno cuatro perlas, casi todas de una manera, con una pequeña punta de diamante en cada canton.

     Iten encima de la cabeza del crucifijo un canton de tres perlas, y de pequeños diamantes de punta, y un pequeño rubí en la mitad, con cuatro zafiros y tres balajes.

     Iten fuera del dicho gran floron seis balajes y tres zafiros, y diez rosas de á cuatro perlas cada una, y en medio de cada rosa una pequeña punta de diamante.

     Iten en el diestro floron una pieza de la verdadera cruz, puesta sobre seda colorada, y alrededor del dicho floron once rosas de perlas, en cada rosa cuatro, y una pequeña punta de diamante, y cinco balajes, y una esmeralda, y cuatro zafiros.

     Iten en el siniestro floron otra pieza de la verdadera cruz guarnecida de oro, y en cada estremo un balaje, y alrededor once rosas de perlas de cuatro perlas cada una, y en medio una pequeña punta de diamante, y una esmeralda, cinco balajes, y cuatro zafiros.

     Iten en medio de la dicha flor de lis una pieza de paño azul y alrededor cuatro zafiros, y dos balajes, y dos esmeraldas con cuatro rosas de perlas, cuatro en cada una, y en medio una pequeña punta de diamante.

     Iten al pie de la dicha flor de lis un clavo de aquellos con que Jesucristo Redentor del mundo fue enclavado en la cruz, y dos rosas de perlas, cuatro en cada una, y en medio una pequeña punta de diamante, y dos pequeños balajes, y alrededor del dicho pie seis zafiros, cinco balajes, y diez rosas de á cuatro perlas, y en medio una pequeña punta de diamante.

     Iten una manzana de plata dorada y sincelada de unas llamas y centellas de fuego.

     Iten la corona de la dicha flor de lis á la delantera principal guarnecida de tres zafiros, y un luengo balaje, y una esmeralda en el medio, con ocho perlas alrededor.

     Iten en los otros dos grandes florones dos botones, cada uno guarnecido con tres zafiros, un balaje, una esmeralda y siete perlas.

     Iten en medio de cada uno de los dos florones pequeños cuatro perlas y un balaje.

     Iten en medio de la dicha corona una gran punta de diamante, cuatro perlas gruesas, á facción de peras, dos balajes, dos zafiros y ocho perlas diferentes.

     Iten cuatro ramos guarnecidos de dos balajes y dos esmeraldas.

     XV. Pesó esta flor de lis en la forma dicha, con oro, plata, perlas, piedras y lo demás, docientas y once onzas y media, que son veinte y seis marcos, y tres onzas y media del peso de Troya escasos. Y habiendo recibido el mismo Álvaro de Lugo las escrituras y quitanzas de cuanto dinero debía el emperador en Inglaterra, cerrado todo, dinero flor de lis y papeles en sesenta y un cofres y un arca, cerrados, barreados y cubiertos de cañamazas fuertes, con guardas francesas y españolas en igual número, se trató de hacer la entrega con tan menudas prevenciones de seguridad, que deslustraban la Real autoridad, dando a entender, que entre príncipes soberanos no hay más razón que la fuerza. En fin la entrega de príncipes, y talla o rescate se efectuó, viernes primer día de julio, sobre un pontón o tablado, que para ello se hizo sobre el río Vidaso, término de ambos reinos. Luego pasó la reina con sus damas y caballeros, acompañándola nuestro obispo.

     XVI. El año siguiente, mil y quinientos y treinta y uno, se convocaron por orden del emperador los electores del imperio en Maguncia, donde fue electo rey de romanos don Fernando rey de Hungría en cinco de enero.

     En veinte de julio, Francisca Daza, viuda de Pedro de la Torre, fundó en nuestra ciudad el convento de monjas de la Humildad, de la regla de San Agustín, en sus casas en la plaza de San Miguel, donde vivieron hasta que año 1552 se pasaron a la casa del Sol; y últimamente se unieron con las monjas de la Encarnación, como escribiremos año 1592. Nombró la fundadora patrones a los obispos, en cuya jurisdición permanecen.

     En veinte y seis de febrero del año siguiente mil y quinientos y treinta y dos lunes de la segunda semana de cuaresma, se hundió el templo de San Miguel de nuestra ciudad, al anochecer, estando mucha gente en la salve: pero con las señales de la ruina se salvó toda, sino un muchacho que después hallaron muerto con una aceitera en la mano. Estaba este templo (como hemos dicho) en medio de la plaza, nombrada por eso de San Miguel: compró la ciudad el sitio a la parroquia para ensanchar la plaza, que desde entonces se nombra Plaza Mayor.

     Este año se celebraron Cortes de Castilla en nuestra ciudad: presidió en ellas, por orden del emperador don Juan de Tabera, arzobispo de Toledo, y ya cardenal. Y es descuido culpable de nuestros coronistas reales, que en sus coronicas no hiciesen memoria de estas Cortes, habiéndose establecido en ellas leyes muy importantes a ambos estados:

     Que no pueda ser fiscal eclesiástico, quien no tuviere orden sacro.

     Que los escribanos tengan arancel de sus derechos y signen sus registros al fin del año.

     Que cinco del Consejo vean los pleitos de segunda súplica.

     Que el término ultramarino se pida con el ordinario, para escusar trampas de dilaciones en los pleitos. Renovóse la antigua ley real de Castilla de pena de aleve al casado con dos mujeres vivas a un tiempo: quedando la averiguación y castigo de esta culpa por ambos fueros, con prevención de jurisdición.

     XVII. Gozaba España de la paz que en ella entablaron los Reyes Católicos; y hasta ahora ha continuado la casa de Austria: lo demás de Europa estaba alterado con las prevenciones que sus dos mayores príncipes Carlos y Francisco hacían. Solimán, Gran Turco entraba por Hungría con trecientos mil caballos y docientos mil infantes, con voz de restituir a Juan Sepusio en aquel reino, y deseos de estinguir (si pudiera) la cristiandad; y se decía que algunos príncipes cristianos fomentaban aquellos deseos; mas el esceso de la maldad estorba el crédito. El emperador, desafiado del turco, se puso en campaña en Viena de Austria con cien mil infantes y veinte mil caballos con resolución de cumplir el desafío; amparar a su hermano don Fernando en aquella corona, y sobre todo defender la religión cristiana que Dios encargó a su espada. En número tan escesivamente desigual confesó el turco la desigualdad del valor, retirándose sin llegar a batalla, y rompiendo los puentes para que no le siguiesen; con que el emperador volvió a Italia; y habiéndose visto con el pontífice en Bolonia, pasó por Génova a España año mil y quinientos y treinta y tres. En Barcelona le esperó la emperatriz, y juntos vinieron a Alcalá de Henares, y de allí a Madrid donde tuvo Cortes a Castilla al principio del año mil y quinientos y treinta y cuatro.

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