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Capítulo XLIII

Don Diego de Covarrubias, obispo de Segovia. -Traslación de los Trinitarios. -Nacimiento de la infanta doña Isabel. -Prisión y suceso de Mas de Montyñi. -Reclusión y muerte del príncipe don Carlos. -Rebelión de Granada.

     I. Promovido a Valencia don Martín Pérez Ayala, presentó el rey a nuestro obispado al celebrado don Diego de Covarrubias y Leiva, que al presente era obispo de Ciudad Rodrigo. Su vida escribió también él mismo; cuyo original se guarda hoy en su gran librería del colegio de San Salvador de Oviedo en Salamanca. Nació en Toledo en veinte y cinco de julio, festividad de Santiago, año 1512. Fueron sus padres Alonso de Covarrubias, arquitecto de la iglesia de Toledo, y María Gutiérrez de Egas, su mujer. De once años fue a Salamanca, a casa del racionero Juan de Covarrubias, su tío, donde aprendió a leer y escribir y gramática latina y griega. Estudió derechos; oyendo entre otros maestros al celebrado dotor Martín Alpizcueta, navarro, de que ambos, maestro y discípulo se glorían en sus escritos. Obtuvo beca del colegio de Oviedo en dos de julio de 1538. Luego se graduó de licenciado en Cánones, teniendo en el grado tres votos de R. por emulación de su virtud y letras; y dispuso el cielo que muy presto llevase cátedras a los contrarios que le reprobaron, ventaja de la virtud a la envidia. Graduóse dotor; y por la fama de sus letras le nombró el emperador oidor de la Chancillería de Granada; y habiendo servido aquella plaza con gran satisfacción, por arzobispo de Santo Domingo, en la Isla Española, y, sin pasar allá, por agosto de 1559 le presentó el rey don Felipe por obispo de Ciudad Rodrigo, y confirmada la presentación por el pontífice Pío cuarto le consagró en Toledo en el colegio de las doncellas en 28 de abril de 1560 don Fernando de Valdés, arzobispo de Sevilla, asistiéndole nuestro don Martín de Ayala, obispo entonces de Guadix, y don Diego de los Cobos obispo de Ávila. Siendo obispo de Ciudad Rodrigo le ordenó el rey visitase y reformase la Universidad de Salamanca, que ejecutó con gran prudencia. Y por mandado del pontífice y orden del rey partió a Trento con su hermano don Antonio de Covarrubias, y en compañía de don Martín de Ayala (como dijimos). Fue grande su autoridad en el concilio: cometiósele que con el obispo Hugo Boncompaño (después papa Gregorio decimotercio) estilase los decretos de reformación que pertenecían a derechos. El compañero, por otras ocupaciones, le dejó solo en el trabajo. Y así el estilo de cuanto hay de reformación en aquellas sesiones es de nuestro Covarrubias.

     II. En volviendo del concilio, le presentó el rey a nuestro obispado, y lunes día primero del año mil y quinientos y sesenta y cinco el licenciado Antonio Vaca tomó posesión del obispado. Estaba el obispo con los obispos de Sigüenza y Cuenca en Alcalá de Henares, haciendo la información para la canonización del santo fray Diego; concluida, hizo su entrada en nuestra ciudad domingo veinte y cinco de febrero con gran recibimiento y aplauso por la gran celebridad de su fama. En veinte y tres de julio partió al concilio provincial de Toledo; hallándose en aquella imperial ciudad domingo diez y ocho de noviembre, que aquella santa iglesia recibió las reliquias de San Eugenio, su glorioso arzobispo, con solemne recibimiento y pompas; en que asistieron los padres del concilio, el rey y príncipe y muchos grandes y señores.

     Los religiosos trinitarios de nuestra ciudad, hallándose solos en su antiguo convento de Santa María de Racamador, junto a la ermita de la Fuencisla, donde habían estado desde su fundación, como escribimos año 1206, trataron de pasarse a la parte oriental de la ciudad, donde cargaba la población con la fábrica de la lana. Compraron unas casas a un Carlos de Herrera, y otras en la calle del Mercado. Y en siete de abril de mil y quinientos y sesenta y seis años, domingo de Ramos, por la tarde, con solemne procesión, asistiendo el obispo con lo mejor de ambos estados, trasladaron el Santísimo Sacramento del convento antiguo al moderno.

     Este año celebró sínodo nuestro obispo; así lo refieren instrumentos antiguos, aunque hasta ahora no hemos podido averiguar el día ni lugar de su celebración, ni ver el sínodo ni sus decretos.

     III. El rey, cuidadoso de los estados de Flandes, ya casi rebelados del todo, pasaba los ardores de este verano en la casa del Bosque de Valsaín, cuya fábrica reedificaba con grandeza real.

     No estaba la casa capaz de huéspedes, causa de que los cortesanos se hospedasen en nuestra ciudad. Don Juan Bautista Castaneo, nuncio apostólico, cardenal después de San Marcelo y papa Urbano séptimo, se hospedaba en el Parral, donde por descuido de los criados, día de Santiago, se quemó la hospedería que había fabricado Enrique cuarto, y en breve se reedificó.

     Lunes doce de agosto, fiesta de Santa Clara, a las dos horas de la mañana, parió la reina doña Isabel de Valois en la misma casa real del Bosque una hija. Sobre quién había de bautizarla hubo competencia entre nuestro obispo, en cuya diócesis está la casa, y el arzobispo de Santiago don Gaspar de Zúñiga, cura de la casa real (aunque sin ejercicio). Para atajar la diferencia, llamó el rey al nuncio que la bautizó en la capilla de la misma casa; imponiéndola nombre Isabel, Clara, Eugenia, por su madre, por el día y por devoción a San Eugenio. Nuestra ciudad celebró las alegrías de parto y bautismo con solemnes fiestas. Por haber nacido esta señora en nuestra ciudad, y haberla mostrado siempre mucha afición, diremos como después de haber asistido a su gran padre en todos sus negocios y cuidados treinta y dos años, casó con Alberto su primo, llevando en dote los estados de Flandes, que gobernaron juntos veinte y dos años. Y difunto Alberto, en trece de julio de 1621, sin sucesor, los gobernó esta gran señora con valor admirable, hasta que falleció en Bruselas primero día de diciembre de 1633.

     IV. Enfermó el rey por estos mismos días en que va nuestra historia en la misma casa del Bosque, de calenturas tercianas.

     Nuestra ciudad multiplicó votos y procesiones por su salud fatigada con tropel de negocios pesados. Los estados de Flandes, declarada ya su alteración, enviaron comisarios que propusiesen y suplicasen al rey medios de conveniencia. De secreto trataban con el príncipe don Carlos; que con licencia de su padre, o sin ella, pasase a los estados determinados a mantenerle en su gobierno. Descubierto el trato, fue preso Mos de Montiñi, hermano del conde de Horno, y traído a nuestro alcázar; donde pasados algunos días vinieron unos flamencos con nombre y traje de peregrinos a Santiago: traían unos violones que tañían con destreza. Dentro de ellos traían escalas de seda, y limas para cortar prisiones y rejas. Entraron a dar música a don Bernardino de Cárdenas, preso también en el mismo alcázar por haber reñido en palacio con un caballero. Tomaron de allí ocasión los flamencos con licencia del alcaide Jerónimo de Villafañe de dar música al preso Montiñi, como a paisano: y cantando en flamenco le dijeron cómo se había de librar; y fingiendo que volverían a cantar después, dejaron allí los instrumentos. Olvidaron decirle cómo y en qué puestos hallaría caballos. Siguiólos por la posta el secretario: y vuelto paseando las postas para desudarlas, acertó a verlas el alcaide; preguntó al mozo que las desudaba quién había venido en ellas; respondió que el señor Antonio, secretario del flamenco preso. Entró el alcaide en sospecha y cuidado, mandando que sin su orden y licencia nadie entrase al aposento del preso. El siguiente día, asistiendo al entrarle la comida, advirtió que le servían dos panecillos y que el uno iba medio crudo; partióle el alcaide, y halló dentro un papel escrito en flamenco. Envióle al punto al rey multiplicando guardas y cuidado. Vino a la averiguación el alcalde de corte Salazar, que presos muchos y entre ellos mayordomo y secretario de Montiñi, entró a decirle, que ya tenía averiguado que una reja estaba limada, le dijese qual era para escusar cansancio. Respondióle: cansaos y buscadla: y a los primeros lances la descubrió. Ahorcó el alcalde de una almena sobre la puerta del mismo alcázar a Pedro de Medina, despensero del preso, y azotó al panadero. A pocos días fue llevado Montiñi a Simancas, donde le dieron garrote; y en la mota de Medina a Vandomés, cómplice en el delito.

     V. El rey, más por razón de estado que determinación de ánimo, publicando por cierta su partida a sosegar los estados de Flandes, envió con ejército bastante, y autoridad superior al gran duque de Alba, don Fernando Álvarez de Toledo, que degolló a los condes de Hagamont y Hornos por cabezas del rebelión, que no debiera, dejando vivas muchas y las más culpadas, que animando los pueblos inquietos y lastimados, perpetuaron la guerra de abuelos a nietos, y de siglos a siglos.

     Los canónigos del convento y abadía de Párraces, deseando reducirse al gremio de su primitiva madre la iglesia de Segovia, trataron de que se los diesen sillas altas a los canónigos en el coro, y a su abad el lado izquierdo (reservando el derecho al deán), y que se estinguiesen las prebendas como muriesen los prebendados presentes, permaneciendo perpetua la abadía, que fuera lustre de esta iglesia y honorosa memoria de lo que aquello había sido. Muchas veces se trató esta unión o reducción, y muchas se desbarató por particulares intereses; estrago de repúblicas y comunidades. Trataron de pasarse a Madrid; y parecía conveniente al adorno de aquella real villa una iglesia colegial tan antigua, honorosa y rica: obtúvose bula para ello del pontífice Pío cuarto; y antes de su ejecución el rey, para enriquecer y adornar su nuevo convento del Escurial y su priorato, obtuvo bula de Pío quinto para incorporarla en él con título y empleo de colegio Seminario y estudios como se hace. Tomóse la posesión en el mes de enero de mil y quinientos y sesenta y siete años.

     VI. Después de muchas consultas y acuerdos, lunes diez y nueve de enero de mil y quinientos y sesenta y ocho, a las once de la noche, entró el rey por su retrete al cuarto del príncipe don Carlos; acompañábale Ruy Gómez de Silva, príncipe de Éboli; don Gómez de Figueroa, duque de Feria, y don Antonio Enríquez de Toledo: alumbraba al rey con una vela don Diego de Acuña. Estaba el príncipe en la cama, y trayéndole las piernas don Rodrigo de Mendoza. Asistíanle don Francisco Gómez de Sandoval, conde entonces de Lerma, y don Fadrique Enríquez. En viendo entrar a su padre, se sentó en la cama y dijo con mucha alteración: ¿Qué es esto? ¿Quiereme matar vuestra Majestad? Dijo el rey muy severo: No os quiero matar; sino poner orden en vuestra vida. Tomóle la espada que tenía a la cabecera y diola al duque de Feria diciendo: Tendreis cuenta con la guarda del príncipe. Metió la mano debajo de las almohadas; sacó una bolsa con algunos escudos y unas llaves. Mandó llamar a los Monteros de Espinosa, y díjoles: Guardareis en la guarda del príncipe el orden que os diere el duque de Feria en mi nombre, con aquella fidelidad que siempre lo habeis hecho. Y aunque no teneis costumbre de servir de dia, servid ahora, que yo tendré cuenta de haceros merced; y decidlo asi a los demás compañeros.

     Hecho esto se retiró mandando escribir a las ciudades, y a la nuestra, la carta siguiente:

EL REY

     Concejo, Justicia, Regidores, Caballeros, Escuderos y hombres buenos de la ciudad de Segovia. Sabed que por algunas justas causas y consideraciones que conciernen al servicio de nuestro Señor y beneficio público de estos reinos, entendiendo que para cumplir con la obligación que como rey y padre tenemos, lo debiamos asi procurar y ordenar; habemos mandado recoger la persona del serenissimo principe don Carlos, nuestro hijo: en aposento señalado en nuestro palacio: y dado nueva orden en lo que á su servicio, trato y vida toca. Y por ser esta mudanza de la calidad que és, nos ha parecido justo y decente haceroslo saber, para que entendais lo que se ha hecho: y el justo fundamento que se tiene y lleva. Que habiendo llegado á obligarnos á usar de este término con el dicho serenissimo principe; se debe con razón creer y juzgar, que las causas que á ello nos han movido, han sido tan urgentes, y precisas, que no lo habemos podido escusar; y que no embargante el dolor y sentimiento que con amor de padre de esto podreis considerar que habemos tenido; habemos querido preferir y satisfacer á la obligación en que Dios nos puso, por lo que toca á estos nuestros reinos y subditos y vasallos de ellos. A los cuales como tan fieles y leales, y que tan bien nos han servido, y han de servir con tanta razón amamos y estimamos. Y porque a su tiempo y cuando será necesario, entendereis más en particular las dichas causas y razones de esta nuestra determinación; por ahora no hay más de que advertiros. De Madrid á veinte y dos de enero de 1568. YO EL REY. Por mandado de su Majestad Francisco de Eraso.

     VII. Mucha fue la variedad de juicios y alteraciones que causó esta reclusión, cesando todo con la muerte del príncipe en veinticuatro de julio a las cuatro de la mañana; causada sin duda de los muchos escesos que impaciente y desesperado hizo en la prisión. Este suceso llenó el mundo de asombros y discursos, escribiéndole los estranjeros con mucho odio y poca noticia. Jacobo Augusto Tuano, francés y presidente del Parlamento de París, escribe, con indecencia de su autoridad y de su historia, cien vulgaridades de pistoletes que traía el príncipe en las calzas de obra, que nombra cáligas en su historia latina, nombrándose Femoralia, pues eran cubierta de los muslos. Adorno ancho y autorizado de aquel tiempo, que año 1623 se dejó con los cuellos. Escribe que también tenía pistoletes debajo de las almohadas, y pistolas en los baúles, y muchas garruchas y instrumentos para abrir y cerrar puertas sin ruido, y planchas de acero en forma de libros, y breviarios para matar un hombre, porque sabía que un obispo había muerto así al alcaide de su prisión; y si lo dijo por el obispo de Zamora, es hablilla vulgar, porque del proceso original que hemos visto de aquel caso, consta que no fue así. Estas y otras indignidades de su historia y crédito escribe Tuano sobre la prisión y muerte de nuestro príncipe don Carlos; diciendo que se las refirió un Luis de Fox, arquitecto francés, que hizo las garruchas y libros al príncipe; y dice haber hecho el ingenioso acueducto de Toledo; y haber sido arquitecto en el Escurial, siendo tan indubitable que el ingenio de Toledo hizo Juanelo Turriano, cremonés, que aún vulgarmente es nombrado el artificio de Juanelo: y refieren hoy los toledanos que un muchacho francés nombrado Luisillo le sirvió en los fuelles de la fragua; y en el Escurial trabajó un francés llamado Masse Luis, acaso porque era albañil o mampostero, que el francés nombra Masson.

     Y aumenta el descrédito de Tuano decir que el rey supo los intentos del príncipe su hijo del mismo Luis de Fox. Resciuerat (Rex) ex Ludovico Foxio, Parisiensi, Scurialis Palatij, ac Monasterij a se Regia magnificentia extructi architecto: machinae item, qua aqua ex Tago in superiorem Toleti partem attollitur inventione nobili. Quien considerare la majestuosa circunspección de aquel rey y los muchos cómplices que hubiera menester el príncipe para máquinas semejantes, sin que pudieran ocultarse a tantos señores como le asistían, españoles nobilísimos, que no dieran ventaja a Luis de Fox ni a ninguna nación del mundo en ser leales a su rey, y manifestarle su peligro, se lastimará de tal indignidad en tan grave historiador. Poco menos inadvertidos y afectuosos escribieron este caso Natal, conde italiano, y Pedro Justiano, veneciano.

     Domingo tres de otubre del mismo año falleció en Madrid la reina madama Isabel de Valois, con gran sentimiento del rey su marido y de los reinos de España y Francia. Los funerales de ambas muertes celebró nuestra ciudad con mucha pompa y aparato.

     VIII. Los moriscos de Granada se declaraban tan moros y tan rebeldes que alzaron rey, enarbolaron banderas y campearon con ejércitos. Para remediar tanto desacato fue necesario acudir a las armas. Pidió el rey gente a las ciudades; y la nuestra nombró capitanes a don Jerónimo de Heredia y don Juan de Vozmediano, hermanos, que con quinientos hombres partieron en veinte y uno de diciembre, fiesta de Santo Tomás Apóstol.

     Tenían los moriscos concertado el levantamiento para la noche de Navidad. Estorbólo el cielo cayendo tanta nieve, que los turcos que venían de socorro, no pudiesen llegar a tiempo, causa de que el Albaicín ni la Vega no se levantasen. Levantáronse muchos pueblos de la Alpujarra, regando aquellas sierras con sangre mártir de españoles, que murieron a manos de aquellos rebeldes con martirios inauditos, por no dejar la fe cristiana. Por abril del año siguiente mil y quinientos y sesenta y nueve fue don Juan de Austria capitán general de aquella guerra; tanto movieron cuatro moriscos por despreciarlos al principio.

     Sirvieron en esta guerra dos segovianos de valor y nombre: Pedro Arias de Ávila, corregidor y capitán de Guadix, que con solos catorce caballos y cuarenta arcabuceros acometió el Deire que defendía el Malec, valiente capitán de los renegados, con muchos turcos y moros, que retirándose a la sierra los cargó Pedrarias con tanto ímpetu que mató cuatrocientos hombres de pelea, y aprisionó dos mil, y más de mil bagajes cargados de ropa, vitoria digna de nombre. El segundo, don Francisco Arévalo de Zuazo, caballero del hábito de Santiago, corregidor entonces y capitán general de Málaga, que entre otras facciones se halló con mil soldados a combatir el peñón de Fisliana; y en el levantamiento de Ronda con dos mil infantes y cien caballos, y con el duque de Arcos el fuerte de la sierra de Istan, y otros; asistiendo a todo con mucho peligro y valor.

     IX. Nuestro obispo don Diego de Covarrubias celebró sínodo en su palacio jueves primero día de setiembre, fiesta de San Gil, de este año. Asistieron a él el dotor Valdero, Pedro de Frías, dotor Bartolomé de Mirabete y Francisco de Avendaño, canónigos por su Cabildo Catredal; y Carlos de Ochoa, cura de San Martín, abad del Cabildo menor; y Rodrigo de Velasco, y el bachiller Juan Fernández por la clerecía de la ciudad, y los vicarios y procuradores de todas las vicarías de la diócesis. Por la ciudad asistieron el corregidor don Juan Zapata de Villafuerte, y Gonzalo de Tapia y Andrés de Ximena, regidores, con los procuradores seglares de las villas del obispado. Así consta de los edictos y convocatorias de este sínodo que hemos visto originales, aunque sus actos o decretos hasta ahora no los hemos podido hallar.

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