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Capítulo XLV

Vitoria naval de Lepanto. -Fundación del convento de Corpus Christi. Hospital de Sancti Spiritus queda por la ciudad. -Fundación de las carmelitas descalzas. -Don Gregorio Gallo, obispo de Segovia. -Fundación de los franciscos descalzos. -Don Luis Tello Maldonado, obispo de Segovia. -Unión de Portugal y Castilla.

     I. Deseaba el santo pontífice Pío quinto unir los príncipes cristianos contra el turco, enemigo común, que violada la fe y quebrantada la paz con venecianos, les conquistaba a Chipre. Despachó con este intento legados, y a España al cardenal Alejandrino, sobrino suyo, que dispuso el negocio, y los embajadores en Roma concluyeron la liga entre el pontífice, rey católico y venecianos, y por generalísimo el señor don Juan de Austria, hijo del emperador Carlos quinto, y de una señora alemana, mancebo entonces de veinte y cinco años. El cual, embarcado en Barcelona con la flor de España, por Génova y Nápoles llegó a Sicilia por agosto de mil y quinientos y setenta y un años. De allí despachó a Gil de Andrada, ilustre segoviano nuestro, caballero y cuatralvo de San Juan con dos galeras a tomar aviso a la armada del turco.

     La cristiana salió del puerto de Mecina sábado quince de setiembre con resolución de pelear. Domingo siete de otubre, al rayar el sol, en el celebrado mar de Lepanto, antiguo Leucate, donde batallaron Augusto César y Marco Antonio, se dieron vista las dos más poderosas armadas, que han visto, ni verán los mares. La cristiana era de docientas y ocho (otros dicen diez) galeras, seis galeazas, veinte y dos naves, y algunos bajeles de remo; treinta y cinco mil combatientes españoles, italianos y alemanes; la turca era de docientas y treinta galeras reales, en que había cuarenta de fanal, setenta galeotas de a veinte bancos, y otros muchos bajeles de remo, ciento y veinte mil combatientes de todas las naciones orientales, tan confiados, que traían prevenidas cuerdas para maniatar los esclavos cristianos.

     II. Dada señal de acometer, dieron las seis galeazas su carga con gran daño de los enemigos, y embistiéndose las armadas, la primera galera que aferró atacando la batalla, fue San Francisco de España, y su valiente capitán don Cristóbal Xuárez de la Concha, hijo ilustre de nuestra ciudad, cuyos padres fueron Antonio Juárez de la Concha, noble segoviano, y doña Beatriz Velázquez, señora noble de Olmedo. Antonio de Herrera, Luis de Cabrera en sus historias de don Felipe segundo, y don Lorencio Vander en la de don Juan de Austria escriben que iba en el cuerno de Barbarigo, capitán veneciano; en la pintura del Vaticano y estampas de Lactancio Bonastro está la octava al lado izquierdo de la real del señor don Juan, con nombre su capitán de Cristóforo Vázquez, como también le nombran por error sin duda de la impresión, Gerónimo de Torres y Aguilera, que fue el primero que escribió esta batalla habiéndose hallado en ella. Y Francisco Sansobino en su historia italiana de gli Turchi, y Filipo Lonicero en su crónico latino, de origine Turcorum, le nombran Christophoro Guarches.

     El horror y confusión de tan ardiente batallar escede a la imaginación; el mar herviendo en sangre y espuma, cubierto de armas, cuerpos, cabezas, brazos y piernas; el aire quebrantado con el fragoso estruendo de tantos tiros, vocería y gritos; el sol oscurecido con el humo; los combatientes, ciegos de la humareda y el furor, solicitaban la vitoria o la muerte, que desatinaba en el estrago de tantas vidas; hasta que habiendo batallado cuatro horas, a las cinco de la tarde se mostró en la galera real del turco el estandarte cristiano, y en una pica la cabeza de Hali, su general; desmayo común de los turcos y fin de la vitoria cristiana, con muerte de treinta mil bárbaros y veinte y ocho capitanes de cuenta, con su general; prisión de diez mil, y presa de docientos vasos, sin los que se quemaron y afondaron; más de cuatrocientas piezas de artillería entre cañones gruesos, pedreros y sacres; todo lo cual se repartió entre los príncipes confederados. Todos los soldados quedaron ricos de despojos enemigos; vitoria de suma celebridad y alegría para la cristiandad, y pudiera ser de más provecho si se continuara.

     Entre los cristianos que murieron en esta gloriosa empresa fue don Juan de Contreras, cabo de don Lope de Figueroa, que murió en medio de la capitana de los genízaros; quedando malheridos don Luis y don Antonio de Contreras, que después sirvieron en Flandes, y don Juan Bautista de Contreras, alférez, que después murió sobre Oudebater; todos cuatro segovianos de esta ilustre familia, y hermanos del licenciado don Francisco de Contreras, que adelante fue ilustrísimo presidente de Castilla, como escribiremos año 1621.

     III. Martes cuatro de diciembre de este año de setenta y uno parió la reina al príncipe don Fernando. Por estos días llegó una cédula real con un motu propio de Pontífice a nuestro obispo para que fuese a visitar el real convento de las Huelgas de Burgos, donde partió con brevedad y precedió con toda satisfacción.

     Cinco o seis años había que por diligencia del dotor Juan de León, visitador del obispado, y de Manuel del Sello, personas ambas muy religiosas, las hermanas de la Penitencia, mujeres arrepentidas del pecado público, estaban recogidas en la casa del Hospital de San Miguel, a la parte de mediodía, entre Barrionuevo y los muros. Había entonces once hermanas de las convertidas y cuatro maestras. La casa y habitación era pequeña, y pasaban descomodidad. Trató Manuel del Sello con su hermano Antonio del Sello y doña Juana de Tapia, su mujer, que comprasen la casa y ermita de Corpus Christi a los canónigos de Párraces que la poseían, desde el milagro del sacramento, como escribimos año 1410 y fundasen un convento de la Penitencia, religión que había fundado fray Juan Tifero, o Tisero, franciscano, con aprobación de Alejandro sexto, año 1494. Comunicóse el intento con fray Antonio de la Torre, provincial, y fray Juan de Valderrábano, guardián de Segovia. Compróse la casa, y dispuesta la habitación lunes trece de enero de mil y quinientos setenta y dos años después de mediodía, en procesión devota, el dotor Juan de León delante, descalzo y con una cruz al hombro, y luego las once hermanas y cuatro maestras, asimismo descalzas y con cruces al hombro, y al fin algunos religiosos pasaron al nuevo convento, donde esperaban doña Felipa de Mendoza para abadesa; doña Juana de los Ángeles para vicaria, y otras tres religiosas todas de San Antonio el Real para fundar el nuevo convento, al cual Manuel del Sello, que murió en breve, dejó docientos ducados de renta, y después Antonio del Sello y doña Juana mucha hacienda, quedando por patrones; siendo hoy las religiosas de este convento de veinte a treinta en número, y personas de mucha calidad y virtud; estinguidas ya las casas de mujeres públicas en España.

     IV. Falleció por estos días en Madrid don Diego de Espinosa, cardenal obispo de Sigüenza y presidente de Castilla, natural de Martín Muñoz de las Posadas, donde fue sepultado. Deseaba el rey nombrar presidente que con prudencia y sin ambición le aliviase parte de tantos cuidados como concurren en los grandes monarcas. Comunicó el nombramiento con un ministro de satisfacción, que por escrito le propuso cinco sujetos; cada uno bastante para tanto encargo. Último de los cinco puso a nuestro obispo, del cual dijo, era prelado de vida inculpable, que en todas ocasiones había servido con satisfacción, y en el concilio había mostrado sus muchas letras y virtudes, aunque muy amigo de sus estudios y libros, y de ánimo más encogido que pedía empleo tan grande como la presidencia de Castilla, polo de todos los negocios de la monarquía. A todo respondió el rey, y en lo que tocaba a nuestro obispo dijo: es como decís, y así lo entiendo. Guardaréis este papel hasta que yo os le pida. Y como determinase no dar para adelante tanta mano en el gobierno a ministro alguno como al cardenal difunto, venía muy a propósito una capacidad encogida. Así le nombró presidente. Recibió la cédula en Burgos en once de otubre, visitando, como dijimos, aquel convento. Vino a Segovia, donde dijo a don Juan de Covarrubias y Orozco su sobrino: yo he acetado esta merced, que su majestad me ha hecho, habiéndose consultado de su parte si me la podía hacer; y de la mía si la podía acetar: y su santidad sobre alguna residencia que tengo de hacer en mi obispado, no solo en lo demás dispensa por razón de oficio, mas manda que lo acete y sirva; y asi le obedezco, porque confío en nuestro Señor le tengo de servir en este ministerio. Aviando su recámara dijo un criado que los libros se podían quedar, pues las muchas ocupaciones estorbarían poderlos estudiar ni aun ver, y respondió con presteza y enfado, no quiera Dios que yo deje compañía de tantos años, y que tanta honra me ha hecho. Tanto obró el afecto virtuoso. Y partiendo de nuestra ciudad jueves trece de noviembre, miércoles diez y nueve entró en la presidencia que gobernó con satisfacción admirable.

     Este año se fundó en nuestra ciudad en el convento de Santa Cruz la cofradía de las Angustias de disciplina el Viernes Santo en la noche. Y porque enfermaban y aun morían muchos por la distancia y mal camino, se trasladó al convento de la Merced.

     V. La encomienda de Santi Spiritus de nuestra ciudad, que, como dijimos está en el valle de mediodía junto al arroyo Clamores, poseía por estos días una persona que siendo el instituto de esta religión criar y amparar los niños desamparados de sus padres, que nombran Espósitos, gastaban las rentas de la encomienda y otras muchas que tenía en perros y pájaros de caza y volatería. La ciudad le propuso diversas veces cumpliese el encargo de su encomienda; y no lo haciendo puso el caso en tela de juicio año 1545, y le obligó por sentencias cumpliese el instituto; y gastados en instancias y apelaciones tiempo y dineros, se convinieron en que el comendador con licencia y consentimiento del comendador mayor de Santi Spiritus de Roma, cedió la posesión y rentas en la ciudad, que se obligó a darle noventa mil maravedís de pensión cada año por su vida. Y con intercesión del rey lo confirmó Pío quinto: y Gregorio decimotercero despachó las bulas, en virtud de las cuales la ciudad tomó posesión viernes veinte y siete de marzo de mil y quinientos y setenta y tres. Y considerando que el Cabildo, como escribimos año 1536, tenía hospital para los niños espósitos; habiendo consultado al rey por medio de nuestro obispo ya presidente, se hizo hospital de bubas y sudores para resfriados; consejo muy acertado para república de tanta gente pobre y forastera, y que muchos trabajan en el agua para la fábrica de palios y corambres.

     VI. Crecía con fervor la reforma de las religiosas carmelitas descalzas por mano de aquella fuerte mujer, que para tanta empresa halló el Espíritu Santo, nombrada en el siglo doña Teresa de Ahumada, y hoy en el catálogo de los santos Santa Teresa de Jesús, que fundados ya ocho conventos, estaba en el de Salamanca, donde tuvo revelación de que viniese a fundar en nuestra ciudad un convento donde el sumo Dios sería alabado y servido; presagio feliz de nuestro pueblo. Avisó a doña Ana Jimena, viuda de Francisco Barros de Bracamonte, y a Andrés de Ximena primo de doña Ana, del cual hemos hecho memoria en muchas buenas acciones procurasen licencia del obispo y ciudad; y conseguida alquilasen casa a propósito. Todo se hizo aunque no por escrito. Y la santa, habida licencia de sus prelados, partió de Salamanca acompañada de Isabel de Jesús, hermana de Andrés de Ximena y María de Jesús, ambas de Segovia, profesas de aquel convento, y sus discípulas; y por Alba y Ávila, acompañada de otras religiosas y de fray Juan de la Cruz, primer descalzo, y de Julián de Ávila, clérigo, llegó a Segovia en diez y ocho de marzo de mil y quinientos y setenta y cuatro años.

     Aquí advertimos, que aunque en la vida que de esta santa escribieron nuestro Francisco de Ribera, jesuita, y don fray Diego de Yepes, obispo de Tarazona; y en el libro de las fundaciones, que escrito por la santa, se imprimió en Bruselas año 1610, y después en Zaragoza, año 1623, se dice que esta fundación se hizo el año antecedente 1573, considerando que aquel año la fiesta de San José fue el mismo Jueves Santo diez y nueve de marzo, porque la pascua fue a veinte y dos, y que en semejante día no podía hacerse, ni faltara nuestro obispo en su iglesia, porque en cuanto fue presidente todas las semanas santa vino a asistir en su iglesia, averiguamos que se hizo la fundación este año de setenta y cuatro en que va nuestra historia, y así está en el libro original de las fundaciones escrito de mano de la santa, el cual vimos para esta averiguación.

     VII. Fue hospedada con toda la compañía que traía por doña Ana Jimena, y al siguiente día en la casa prevenida en la parroquia de San Andrés, que ahora posee don Diego López Losa, se puso campana, erigió altar, y dijo la primera misa fray Juan de la Cruz, colocando Santísimo Sacramento, fundando el convento con advocación de San José del Carmen. Nuestro obispo estaba ausente en su presidencia: el provisor, avisado del suceso, acudió enojado; halló un canónigo diciendo misa, al cual dijo airado, Que aquello estuviera mejor por hacer: y dejando su alguacil de guarda envió un sacerdote que consumió el Santísimo Sacramento, deshizo el altar, y descompuso el templo. La santa, que dentro con sus religiosas suplicaba a Dios dispusiese bien el suceso, envió a llamar al padre García de Zamora, retor del colegio de la Compañía de Jesús, que a su instancia habló al provisor, y durando en su enojo, le hablaron algunos caballeros, parientes de Isabel de Jesús. Hízose información cómo obispo y ciudad habían dado licencia, con que permitió se dijese misa, aunque no poner Santísimo Sacramento por entonces. Luego envió la santa a Julián de Ávila y a Antonio Gaitán a Pastrana, para que trajesen a este nuevo convento de nuestra ciudad las religiosas del convento de Pastrana, estinguiendo aquella fundación por algunas conveniencias, como estaba tratado con los superiores. Volvieron Julián de Ávila y su compañero con las religiosas de Pastrana a nuestra ciudad miércoles santo (así lo escribe Ribera, que si reparara en el cómputo y letra dominical que el año de setenta y tres en que pone la fundación el día de San José fue Jueves Santo, no escribiera esta contradicción). Con gran ánimo acudieron muchas personas nobles de nuestra ciudad a proveer todo lo necesario para el convento, y en particular doña Ana Jimena dando cuanto fue menester para la iglesia, y después a sí misma, entrando en la religión con nombre de Ana de Jesús, y obras de mucha virtud y santidad en treinta años que vivió monja, y también su hija doña María de Bracamonte, con nombre de María de la Encarnación, doncella de gran prudencia y hermosura, que habiendo vivido muy enferma en el siglo, gozó en la religión, con ayunos y penitencias, entera salud cuarenta años que vivió en ella, tanto alienta la seguridad y sosiego del alma.

     VIII. Aquí estuvo la santa madre todo el verano cultivando la tierna planta de su fundación, y recibiendo muchos consuelos espirituales; y no fue el menor, que habiéndose conformado Diego de Rueda, y doña Mariana Monte de Bellosillo su mujer, después de una pesada desconformidad; él se ordenó sacerdote, y doña Mariana pidió a la santa madre Teresa la admitiese en su compañía y diese el hábito del Carmen.

     Propúsolo la santa a sus monjas, y estrañaban admitir persona de quien recelaban que doblaría mal a tanta resignación, obediencia y clausura; porque su bizarría, hermosura y señorío era mucho. Instaba doña Mariana en pedir el hábito; acudió la santa madre a consultarlo con Dios en la oración en que tuvo superiores impulsos (algunos dicen que revelación) de que la recibiese. Con esto la dieron el hábito al fin de agosto de este año de setenta y cuatro. Fue admirable su penitencia y contemplación, principalmente en una calavera que en su retiro tenía al pie de una cruz; donde siempre la hallaban contemplando el inviolable fin de las vanidades del mundo; principio de todo buen pensamiento en los mortales; y del cual en nuestra religiosa nacían grandes perfecciones; profunda humildad dedicándose a servir en cocina y lavadero, y sobre todo si conocía en sí oposición o voluntario aborrecimiento a alguna religiosa, o persona del convento, impulso difícil de vencer por medios humanos, se valía de los espirituales; y quebrantado aquel natural desamor en la contemplación del amor divino y finezas de la pasión de Jesucristo, se postraba a sus pies y besaba la tierra que pisaban; entendiendo que la suma perfección consiste en el amor de Dios y del prójimo. A tanta virtud se disponía con abstinencia rara; pues siendo de tan robusta complesión, que en el siglo ordinariamente comía una ave y gran porción de carnero, con otros principios y postres regalados, en la religión siempre comió hierbas, y por regalo estraordinario un poco de pescado, y en falta de salud un par de huevos; reduciendo con esto su corpulencia, que era grande, a mucha flaqueza de cuerpo, aumentando con esto fuerzas al alma. Aborrecía cuando seglar ajos y cebollas, y la molestaba su olor; y para mortificarse en la religión, ordinariamente se los ponía al cuello. Llegó a tanto crédito que las monjas deseaban que las gobernara persona tan prudente; y procuraron hacerla priora en muchas ocasiones, y en todas con prudentes medios alcanzó de los superiores que no la apretasen en ellos; amando el desprecio religioso sobre todo lo humano. Leía mucho en buenos libros, y con la atención, memoria y buen discurso sacaba grandes provechos. Era devotísima de Nuestra Señora, y su Concepción inmaculada; y en el día de su festividad trabajaba por alcanzar imitación de una virtud de tantas como contemplaba en aquella soberana reina, de quien en premio de tanta devoción alcanzaba cuanto pedía; y así cayendo enferma y no pudiendo revolverse en la cama por la flaqueza y dolores, ni las religiosas por ser de gran cuerpo; la mandó la prelada suplicase a Nuestra Señora la diese ánimo y disposición para mandarse y revolverse; favor que alcanzó al punto con su obediencia y devoción; y fatigada de enfermedades y achaques murió en dos de abril de mil y seiscientos y dos años, en el setenta de su edad, con opinión y muestras de santa.

     De este convento y tan santas hijas salieron en breve a fundar nuevos conventos. Año 1576, Bárbara del Espíritu Santo, Ana de la Encarnación y Catalina de la Asunción, a fundar el convento de Caravaca. Y año 1581, Juana del Espíritu Santo y María de San José, a fundar el convento de Soria. Y año 1586 la madre Isabel de Santo Domingo, Inés de Jesús, Ana de la Trinidad, Catalina de la Concepción, María de la Visitación, María de San José y Catalina de la Encarnación, a fundar el convento de Zaragoza.

     IX. Este año de setenta y cuatro, don Francisco de Fonseca, señor de nuestra villa de Coca, y doña Luisa Enríquez su mujer, fundaron en aquella villa un convento de franciscos descalzos con advocación de San Pablo. La fundación se hizo al principio en sus casas, y el hospital de Santa Cruz acesorio a ellas, donde los religiosos estuvieron hasta el año de ochenta, que se pasaron al sitio que hoy habitan fuera de la villa, al oriente, fabricando con limosnas de los mismos señores, y de los de la villa y comarcanos, que agradecidos al ejemplo y dotrina de los religiosos, acuden con devoción y largueza.

     El rey, cuidadoso de las armadas del Turco, herejías de Inglaterra, alteraciones de Francia y rebelión de Flandes, determinó con licencia del papa vender los pueblos de obispos y de iglesias. Vino a pasar los ardores del verano de mil y quinientos y setenta y cinco al bosque de Valsaín, donde rodeado de tantos cuidados, llamó los consejeros de estado y guerra; y en diez y nueve de agosto falleció allí don Pedro de Cabrera, conde de Chinchón; y entre otras muchas dignidades alcaide perpetuo de los alcázares y puertas de nuestra ciudad, como bisnieto del celebrado Andrés de Cabrera: sucedió en todo su hijo don Diego Fernández de Cabrera y Bobadilla.

     X. El rebelión de los estados de Flandes estaba enconado; en cuyo gobierno (venido el duque de Alba) había sucedido don Luis de Requesenes; y por su muerte determinó el rey enviar al señor don Juan de Austria, que disfrazado por Francia pasó a gobernar aquellos estados por setiembre de mil y quinientos y setenta y seis. Y el rey por diciembre partió a Guadalupe; donde se vio con don Sebastián, rey de Portugal, y su sobrino; con grandes cortesías y mayores sentimientos, que príncipes soberanos se igualan mal por la vista. El portugués volvió sentido y resuelto en pasar a África; y el castellano desabrido y receloso de aquella resolución, y apretado de los muchos gastos y guerras; quiso restaurar las rentas reales enajenadas. Publicado edicto de que cuantos tenían rentas reales exhibiesen y justificasen los títulos, sobreseyó supliendo la presente necesidad con vender las alcabalas; obligando a los compradores a mantener la autoridad Real; alivio presente con graves daños futuros.

     Viernes veinte y siete de setiembre de mil y quinientos y setenta y siete años falleció en Madrid el presidente don Diego de Covarrubias, obispo nuestro, y ya electo de Cuenca. Fue traído su cuerpo a esta iglesia, donde yace en el Trascoro en túmulo religioso con este epitafio: Illustrissimus. D. D. Didacus de Covarrubias a Leiva, Hispaniarum Praeses sub Philippo II, huius Sanctae Segouiensis Ecclesiae Episcopus, Hic situs est. Obijt V. Kalendis Octobris anno Dñi M.D.LXXVII. aetatis suae LXVI. Sus eruditos libros le harán célebre, y sus virtudes glorioso; pues removido su cadáver a nueve años de sepultado fue hallado entero con suave olor. Demás de las obras que gozamos impresas con el tratado de Frigidis et Maleficiatis, que escribió siendo obispo nuestro, y juzgando (por delegación apostólica) la causa de un matrimonio entre personas graves, escribió también unas notas al concilio tridentino, y un catálogo de los reyes de España que hemos visto manuscritos.

     XI. Sucedió en nuestro obispado don Gregorio Gallo, célebre teólogo y predicador de aquella edad. Nació en Burgos por los años 1512: su padre fue Diego López Gallo: de su madre ignoramos el nombre, estudió en Burgos gramática latina; y en Salamanca dialéctica, filosofía y teología, con tanto cuidado que obtuvo la cátedra de escritura, y fue maestrescuela de aquella iglesia y universidad; y siéndolo año 1553 asistió en la junta que el emperador convocó en Valladolid sobre vender los vasallos de las Iglesias; y año 1557 le mandó el rey don Felipe fuese a Alemania a asistir a las disputas contra los herejes; y después erigiéndose en nuevo obispado la ciudad de Orihuela desmembrada de Cartagena, fue su primer obispo, encargándose a su prudencia aquella nueva planta que cultivó trece años. De allí fue promovido a nuestra iglesia, donde entró domingo veinte y dos de diciembre de este año.

     Lunes catorce de abril del año siguiente mil y quinientos y setenta y ocho parió la reina en Madrid un hijo que fue nombrado Felipe Hermenegildo, y después rey de España.

     Domingo cuatro de agosto en los campos de Tamita, en África, don Sebastián, rey de Portugal fue desbaratado y muerto con lo mejor y más noble del reino; Muley Moluc, rey de Fez y Marruecos, murió de enfermedad entre sus escuadras cuando batallaban. Muley Mahamet, rey desposeído de aquellas coronas, huyendo se ahogó en el río Mucaceno: así en cuatro horas desvaneció tres coronas, y más de treinta mil vidas a manos del furor humano.

     Miércoles primero día de otubre murió de peste o veneno el señor don Juan en Namur villa de Flandes, cuyos estados rebeldes bañaba sangre humana.

     Sábado diez y ocho de otubre murió en Madrid el príncipe don Fernando en edad de siete años menos cuarenta y siete días; y a pocos días el archiduque Vincislao.

     XII. En el mes de junio (no sabemos el día) de mil y quinientos y setenta y nueve años falleció en nuestra ciudad el licenciado Juan Núñez de Riaza, médico escelente y rico, que no teniendo hijos, mandó fundar con su hacienda el Hospital de los Convalecientes; que se puso en ser año 1608, como allí escribiremos.

     Lunes siete de setiembre llegaron a nuestra ciudad fray Pablo Menor y su compañero, religiosos de la descalcez franciscana establecida por fray Juan Pascual y fray Pedro de Alcántara. Venían los dos religiosos a disponer la fundación de un convento: hospedáronse en el hospital de San Lázaro, al poniente de nuestra ciudad, frontero de la ermita de la Fuencisla; de cuyo principio o fundación no hemos hallado noticia hasta ahora. Propuso fray Pablo su intento al obispo don Gregorio Gallo, el cual, considerando el mucho provecho y poco embarazo de esta seráfica religión los favoreció disponiendo que la ciudad concediese la licencia que pretendían; y enfermando luego, falleció viernes veinte y cinco del mismo mes de setiembre. Fue depositado en la iglesia Catredal, en la capilla del Cristo; de allí fue trasladado al convento dominicano de San Pablo en Burgos, su patria, donde yace con insignias, y sin epitafio, en la capilla de San Gregorio; dotación de sus padres. Engañóse don Fray Juan López, dominicano, en su historia nombrándole don Pedro Gallo.

     Continuaba fray Pablo Menor el intento de su fundación y obtenida licencia de nuestra ciudad, avisó a su provincial fray Francisco de la Hinojosa, recién electo en Nuestra Señora de Cadahalso, y enviando algunos religiosos se hizo la fundación. En breve se mudaron a la antigua casa de los Trinitarios, en la otra orilla del río casi fronteriza al mismo hospital de San Lázaro.

     XIII. Favorecían nuestros ciudadanos a los nuevos religiosos con mucho ánimo y devoción, y con particular don Gabriel de Ribera; que deseando ser su patrón les compró unas casas en la parroquia de San Salvador, en la parte oriental de la ciudad, no al mediodía, como escribe su coronista fray Juan de Santa María, junto al principio de la Puente, o conducto del agua; donde se pasaron domingo veinte y cuatro de julio del año siguiente de mil y quinientos y ochenta; y el siguiente día, fiesta de Santiago apóstol, se celebró la primera misa en el nuevo convento; al cual se dio por tutelar advocación al arcángel San Gabriel, a devoción de su nuevo patrón; cuyo ánimo escedía sus fuerzas, causa de que la religión le pidiese que cediese el patronazgo en don Antonio de San Millán, caballero regidor de mayorazgo cuantioso, que pagó a don Gabriel lo que había gastado; y comenzó tan gran fábrica que considerando la religión que escedía su instituto, con ejemplo dañoso a otras fundaciones, y no queriendo moderar la fábrica con proposiciones de esta conveniencia lo puso en tela de juicio fray Juan de Santa María, provincial en aquella sazón, pidiendo que ajustase la fábrica al intento de la religión y no al suyo. Comprometieron la diferencia en el juicio de una persona que advertida dijo, pocos pleitos hay de estos en el mundo; uno pleitea por dar su hacienda; y otro por no recibirla. En fin, fabricó iglesia y convento de lo mejor y más bien acabado que tiene la provincia con una gran plaza adelante por la parte occidental que mira a la ciudad, y una hermosa huerta bien cercada a la parte oriental.

     XIV. Por muerte de don Gregorio Gallo, fue obispo de nuestra ciudad don Luis Tello Maldonado; fue su patria Sevilla; nació año 1518; estudió derechos en Salamanca; donde fue colegial en el colegio de San Salvador de Oviedo; provisor en el obispado de Córdoba, y oidor de la chancillería de Valladolid; de donde pasó al consejo real año 1577, y de allí a obispo de nuestra ciudad; donde entró domingo veinte y tres de otubre de este año de ochenta, en que va nuestra historia.

     A don Sebastián, rey de Portugal, sucedió en aquella corona don Enrique su tío mayor, hermano de su abuelo, presbítero, cardenal y arzobispo de Évora, que falleció a diez y siete meses de corona, de sesenta y ocho años puntuales de edad, en treinta y uno de enero de este año. Habiéndose nombrado Enrique el que desmembró aquel reino de Castilla, y sin haber Enrique alguno en quinientos años, fue Enrique el último que le poseyó desmembrado. Los pretendientes de aquella corona eran muchos; y entre todos nuestro rey don Felipe escedía en derecho y fuerzas: con que partió a Badajoz, y de allí el duque de Alba con doce mil infantes y mil y quinientos caballos; gente poca pero valiente, y con buen capitán, que en breves días y lances allanó el reino, y ahuyentó a don Antonio, prior de Ocrato, ya presumido rey. Por estos días se inficionó toda España de un catarro contagioso, que quitó la gente en veinte días: el rey enfermó en Badajoz; y convaleciente él, adoleció la reina; y murió miércoles veinte y seis de otubre.

     Al principio del año siguiente mil y quinientos y ochenta y uno entró el nuevo rey en Portugal; y celebradas cortes en Tomar en veinte de abril, entró en Lisboa en veinte y nueve de junio, fiesta de San Pedro y San Pablo.

     XV. En diez y nueve de febrero, domingo segundo de cuaresma de este año, nuestro obispo don Luis Tello, devoto a los nuevos huéspedes franciscos descalzos que aún no tenían Santísimo Sacramento en su iglesia, mandó convocar procesión general, Cabildo, clerecía, religiones y cofradías; y con mucha solemnidad y devoción llevó el mismo prelado en sus manos el Santísimo Sacramento en una custodia que ofreció al convento; y colocada en el altar mayor, volvió con la procesión a su iglesia. Enfermó en breve, y falleció domingo once de junio, fiesta de San Bernabé; varón insigne en religión y letras. Fue sepultado en el claustro de su iglesia Catredal; donde yace en un sepulcro y arco bien fabricado con este epitafio:

     Hic iacet Ludovicus Tello Maldonado, Episcopus Segoviensis, vir integerrimus, Religione, Pietate, et litteris insignis. Obijt 11 Iunij anno 1581 aetatis suae 63.

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