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Capítulo XLVI

Corrección Gregoriana del año. -Don Andrés de Cabrera, obispo de Segovia. -Fabrícase el ingenio real de moneda. -Fundación del Carmen Descalzo. -Don Francisco de Ribera y don Andrés Pacheco, obispos. Concordia entre el conde de Chinchón y Segovia. -Unión de los conventos de la Humildad y Encarnación. -Fundación del Carmen Calzado. Muerte y funerales de don Felipe segundo.

     I. Años había que procuraban los pontífices romanos corregir el año; fijando en sus días propios las igualdades y alturas del sol, nombradas equinocios y solsticios: que en mil y seiscientos y veinte y siete años corridos desde la corrección que hizo Julio César, emperador romano, por medio y estudios de Sosígenes, astrólogo, egipcio, y otros (cuarenta y cinco años antes del nacimiento de Cristo) habían desigualado diez días, Gregorio décimo tercio, presente pontífice romano, quiso ilustrar su pontificado con acción tan gloriosa; y consultados los príncipes y astrólogos cristianos, mandó quitar de la cuenta diez días. En virtud de este mandato en España en cinco de otubre de mil y quinientos y ochenta y dos años se contaron quince. Con esto las estaciones del año, igualdades y alturas del sol, siempre tendrán día fijo, quitando los bisiestos en algunos centenares, por la diminución del cuadrante que cada cuatro años causa el día nombrado bisiesto, hoy añadido a febrero.

     II. Por muerte de don Luis Tello Maldonado fue obispo nuestro don Andrés de Cabrera y Bobadilla, hijo de don Pedro Fernández de Cabrera y Bobadilla, segundo conde de Chinchón, y doña Mencía de la Cerda y Mendoza, su mujer. Nació en nuestra ciudad año 1544. Estudió en Alcalá gramática, dialéctica, filosofía, y teología. Fue abad de Alcalá la Real; y como tal asistió en el concilio provincial, que celebró en Toledo su arzobispo don Gaspar de Quiroga por setiembre de este año; donde tuvo la cédula real del nombramiento por obispo de Segovia; y confirmado por el pontífice le consagró en Toledo el mismo arzobispo Quiroga en seis de febrero del año siguiente mil y quinientos y ochenta y tres; asistiéndole don Antonio Mauriño de Pazos, obispo de Córdoba, presidente de Castilla; y don Álvaro de Mendoza, obispo de Palencia. En dos de abril, sábado de ramos, entró en Segovia con solemne recibimiento de Cabildo, nobleza y pueblo de nuestra ciudad, que habiéndole criado hijo, le recibía pastor con gran aplauso por su gran nobleza, muchas letras y apacible agrado en talle y rostro, en edad de treinta y nueve años.

     III. Deseaba el rey don Felipe fabricar un ingenio de agua para labrar moneda, de los cuales hay muchos en Alemania: había pedido artífices a Ferdinando, archiduque de Austria, su sobrino, que le envió seis: Iorge Miter Maier, Iácome Saurvein, Osvaldo Hilipoli (carpinteros), con su maestro Wolfango Riter y Matias Iauste, herrero: y Gaspar Sav, cerrajero: así consta del salvoconducto que trajeron y hemos visto original, despachado en Ispure en cuatro de febrero del año pasado de ochenta y dos. No habiendo hallado los artífices disposición en el río de Madrid por la poca agua, pasaron por orden del rey a nuestra ciudad; donde la hallaron en un molino y huerta arrimado a la puente del Parral. Echaron niveles y medidas; y hallando altura y agua proporcionadas, se dieron a Antonio de San Millán, dueño entonces de la heredad, diez mil ducados, situándole quinientos de juro cada año sobre las alcabalas de Segovia. Comenzóse la obra con hervor; y presto se puso en ser de labrar. Fúndase la fábrica (nombrada Ingenio por su sutileza) en la dotrina de Aristóteles, en el principio de sus cuestiones mecánicas, donde dice: otro (círculo) que a un tiempo se mueve con movimientos contrarios, porque juntamente se mueve a dentro y a fuera. Mueve, pues, la agua una rueda, y ésta mueve dos a lados contrarios, entre cuyos ejes pasa el riel o cinta del metal, hasta quedar en el grueso que pide la moneda; y últimamente pasa entre dos cuños de acero afinado, en que están cinceladas las armas reales; y con un movimiento a lados contrarios, como Aristóteles enseña, sale el riel estampado por ambas haces. Luego se corta en un torno redondo en macho y hembra con mucha facilidad y poco trabajo; y así los demás ministerios, fuelles de fraguas, machos o martillos, que son muy grandes; y con ruedas de agua se mueven todos. Labróse al principio mucha plata y oro; y después mucho cobre. El rey desde Portugal vino a Madrid; donde entró al fin de marzo, y por otubre vino a nuestra ciudad a ver la nueva fábrica del ingenio.

     IV. Domingo once de setiembre de mil y quinientos y ochenta y cuatro años, en San Jerónimo de Madrid, el príncipe don Felipe fue jurado sucesor de los reinos de Castilla y León; siendo el primer príncipe heredero universal de toda España, y consiguientemente de la mayor parte del mundo; asistiendo entre los obispos nuestro don Andrés de Cabrera; y procuradores de Cortes por nuestra ciudad Antonio de Zamora y el licenciado Francisco Arias de Berastigui, doto y grave jurisconsulto. Al principio del acto, el licenciado Juan Tomás, segoviano nuestro, del Consejo real y de la cámara, leyó la escritura o instrumento del juramento, y pleito homenaje que se celebró con aparato real y alegría común.

     En veinticinco del mes de otubre siguiente llegó a nuestra ciudad el reverendísimo fray Francisco Gonzaga, ministro general de la religión franciscana: fue recibido con mucho aplauso, por su gran dignidad y nobleza.

     Entrado el año mil y quinientos y ochenta y cinco partió el rey con sus hijos y mucho cortejo a Zaragoza, donde concurrió Carlos Manuel Filiberto, duque de Saboya, con lo mejor de sus estados: y lunes diez y ocho de marzo celebró sus bodas con la infanta doña Catalina. Acompañó el rey los recién casados hasta Barcelona, donde se embarcaron, y vuelto a Monzón celebró Cortes a las coronas de Aragón, que juraron al príncipe; y por Valencia volvieron a Castilla. Este año se promulgó la pragmática de los títulos y cortesías, prohibiendo sus demasías tan perniciosas, que muchos señores no se comunicaban, ni escribían, reparando en los títulos y cortesías con que se habían de tratar: tanto daña la vanidad, y más en España.

     V. Había fallecido en Granada, año 1579, Juan de Guevara, hijo ilustre de nuestra ciudad; y en su testamento había mandado que de su hacienda, que era cuantiosa, se fundase un convento, hospital, o colegio, a elección de doña Ana de Mercado y Peñalosa, su mujer, que viuda vivía en Granada en compañía del licenciado don Luis de Mercado, su hermano, oidor entonces de aquella chancillería; y después de los Consejos Real, y de la Inquisición suprema.

     Era doña Ana señora de gran virtud; comunicaba siempre personas espirituales y religiosas; y entre otras al venerable padre fray Juan de la Cruz, primer descalzo carmelita; el cual, viéndola cuidadosa de cumplir la voluntad última de su difunto marido, propuso a los dos hermanos fundasen un convento de aquella nueva reforma en nuestra ciudad. Convinieron ambos en la proposición; y doña Ana, gozosa de tan buen cumplimiento, animó el negocio. Alcanzóse licencia de ciudad y obispo; y don Juan Orozco y Covarrubias, canónigo y arcediano de Cuéllar, sobrino del presidente, ofreció a los nuevos religiosos su casa en la plazuela de San Andrés. Tomaron posesión sábado tres de mayo, fiesta de la Invención de la Cruz, de mil quinientos y ochenta y seis años, fray Gregorio Nacianceno, vicario provincial de Castilla la Vieja; fray Gaspar de San Pedro, vicario de la nueva fundación; y fray Diego de Jesús, natural de nuestra ciudad, con otros cinco religiosos, que en observancia de conventualidad y coro estuvieron con el arcediano, hasta que comprado el sitio y casa que dejaron los religiosos trinitarios en quinientos ducados que doña Ana pagó, luego se pasaron a ella; y colocaron Santísimo Sacramento domingo trece de julio de este mismo año, ofreciendo mucho la fundadora; ayudando mucho nuestros ciudadanos y moviendo mucho la gran religión de los nuevos vecinos. Fue el primer novicio que aquí recibió hábito nuestro venerable amigo fray Alonso de la Madre de Dios, natural de Astorga, que después de provincial y procurador general en las informaciones de la canonización de Santa Teresa y de la beatificación de su gran fundador y maestro fray Juan de la Cruz, escribió en el retiro de sí mismo un crónico de su religión, un santoral carmelitano y la vida de su beato padre; y todo consigo mismo lo ha escondido, hasta que con sus virtudes salgan a luz con su muerte, que ha sucedido hoy martes veinte de agosto, fiesta de San Agustín, de 1635 años, en sesenta y ocho de su edad y cuarenta y ocho de religión. Esta agradecida memoria dedicamos a la veneración de su amistad. Hay en este convento colegio y estudio de artes, y comúnmente de cincuenta a sesenta religiosos.

     VI. Nuestro obispo don Antonio de Cabrera, deseando el buen gobierno de sus súbditos, convocó sínodo, que celebró en la capilla de su palacio, miércoles veinte y cuatro de setiembre de este mismo año de ochenta y seis, asistiendo el dotor Juan Bautista Alemán, maestrescuela, y don Juan Orozco Covarrubias, arcediano de Cuéllar, y procuradores de las dignidades ausentes, con tres canónigos; los procuradores de la clerecía y vicarías, y por la Ciudad Antonio del Río Aguilar y don Gabriel de Heredia, regidores; y los procuradores de villas y partidos del obispado. Fue este sínodo muy importante por sus buenas constituciones y arancel de estipendios, y por la mucha autoridad del prelado, que le hizo imprimir y se observa hasta hoy. Ya estaba nuestro obispo electo en arzobispo de Zaragoza por muerte de don Andrés Santos, y con mucho sentimiento de nuestra ciudad, que por sus virtudes le amaba como a hijo, hermano y padre, partió a Zaragoza; donde entró en diez y nueve de marzo del año siguiente. Gobernó aquel arzobispado con agrado prudente; y presidiendo en las Cortes de Tarazona por la persona del rey, murió en veinte y cinco de agosto de 1592 años, en cuarenta y ocho de su edad. Fue llevado a sepultar a Chinchón; donde yace en una suntuosa capilla que mandó fundar.

     VII. Por la promoción de don Andrés de Cabrera, fue nombrado obispo nuestro don Francisco de Ribera y Ovando. Nació en Cáceres, villa de Estremadura, en el obispado de Coria: fueron sus padres Francisco de Ribera y doña Leonor de Vera y Mendoza: fue del hábito de Alcántara, inquisidor de Barcelona, y de la Suprema Inquisición. Habiendo asistido al rey en el viaje y Cortes de Aragón, le nombró obispo de Segovia, y confirmado por el pontífice Sisto quinto, habiendo asistido en una junta y consulta para el remedio y corrección de los moriscos de España, entró en nuestra ciudad miércoles veinte y dos de julio, fiesta de la Madalena, de mil y quinientos y ochenta y siete años, acompañado del conde de Uceda, su cuñado, y otros señores eclesiásticos y seglares. A ocho semanas de obispo murió, martes quince de setiembre, sintiendo mucho nuestra ciudad haber gozado tan poco pastor de tan grandes esperanzas. Fue sepultado entre los coros de su iglesia Catredal, donde yace con este epitafio:

D. O. M.

     D. Franciscus de Ribera et Ovando: olim supremo rerum Fidei Senatu censor: postea huius Ecclesiae Segoviensis Episcopus: Hic situs est: obijt 17 Kalendas Octobris, anno Dñi. 1587.

     VIII. Miércoles catorce de otubre de este año, llegaron a nuestra ciudad el rey, la emperatriz su hermana, viuda del emperador Maximiliano segundo, príncipe don Felipe, infanta doña Isabel y mucho cortejo, a ver el renuevo que en el alcázar se hacía, renovando sus armerías y salas, principalmente la de los Reyes; donde se añadieron los Reyes Católicos, y su hija doña Juana, última de la casa de Castilla; empizarrándose sus techumbres y chapiteles con gran adorno y duración de la fábrica. Siguiente día jueves, bajaron al nuevo Ingenio de moneda, donde vieron labrar oro en escudos, doblones de a dos, de a cuatro y de a ocho; y plata en reales sencillos, de a dos, de a cuatro y de a ocho, moneda usual del reino; aunque después se labraron escudos de a ciento, y reales de a cincuenta, más para ostentación que para uso. Viernes y sábado visitaron los conventos del Parral y Santa Cruz. Mandó el rey avisar al Cabildo, que domingo fiesta de San Lucas iría a la Catredal a misa. Fueron dos comisarios del Cabildo a agradecer el favor y saber la hora; advertido y religioso dijo, ¿no tenéis campanas? Acudió puntual con su hermana, hijos y todo el cortejo. Celebró la misa don Francisco Arévalo de Zuazo, hijo de nuestra ciudad, canónigo y deán de esta iglesia, después arzobispo de Mezina, y en fin obispo de Girona, como escribiremos en nuestros claros varones: fueron los diáconos los canónigos don Francisco de Avendaño y don Antonio Móxica. Acabada la misa llegó ofrenda de las dos naciones vizcaínos y montañeses, que lucidos y juntos anticiparon el día, para que el rey, personas reales y corte viesen una de tantas ilustres y religiosas acciones como nuestra ciudad hace cada año, cada día. Lunes siguiente partieron al bosque visitando de camino el convento de San Francisco.

     Primero día del año siguiente mil y quinientos y ochenta y ocho se recibieron los primeros pobres viejos en el Hospital que fundaron Pedro López de Medina y Catalina de Barros, su mujer, como escribimos año 1518.

     IX. Por muerte de don Francisco de Ribera nombró el rey por obispo nuestro a don Andrés Pacheco; nació año 1549, fueron sus padres don Alonso Téllez Pacheco y doña Juana de Cárdenas, señores de la puebla de Montalván. Estudió gramática, dialéctica, filosofía y teología en Alcalá de Henares, donde se graduó dotor, y fue abad mayor. Nombróle el rey maestro del archiduque Alberto, que después fue arzobispo de Toledo y cardenal. En premio de éste y otros servicios le presentó a nuestro obispado, cuya posesión tomó el licenciado Palomino, su provisor, sábado veinte y siete de febrero de este año; y domingo tres de abril entró el obispo.

     Por estos días (año 1589) se hacían en toda España levas de gente contra Inglaterra, cuya reina Isabela, faltando a las paces capituladas con España, favorecía a los flamencos rebeldes. Y su capitán inglés, Francisco Draque, molestaba las costas de España y sus coronas. Juntábanse en Lisboa la armada; que por muerte del famoso marqués de Santa Cruz, venturoso aun hasta morir antes de suceso tan infausto, salió a cargo del duque de Medina Sidonia lunes treinta de mayo en ciento y treinta vasos veinte mil combatientes, y once mil entre marineros y chusma. Perseguida del rigor de aquellos mares, mal conocidos de los españoles, sin llegar el enemigo a batalla, aunque se la presentó muchas veces, volvió destrozada a los puertos de Vizcaya y Galicia con pérdida de diez mil hombres y treinta y dos vasos.

     X. Advirtiendo el rey las muchas guerras en que ardía Europa; y que Francia, muerto su rey Enrique tercero por un fray Diego Clemente, amenazaba con guerra y herejía, a España, naturalmente destituida de socorros estranjeros, determinó fortalecerla con una milicia efectiva de sesenta mil infantes, por mitad picas y arcabuces, que se alistaron el año de mil y quinientos y noventa. Consiguientemente pidió ayuda a los reinos de Castilla y León, que le sirvieron con seis millones y medio de escudos o ducados de a trecientos y setenta y cinco maravedís en donativos y empréstitos, que para los reyes todo es uno. Esta fue la primera ocasión en que se comenzó a contar por millones de escudos en los tributos y servicios de Castilla; reduciendo a una unidad suma tan escesivamente cuantiosa. No hay aritmética que alcance a la codicia humana, si bien los gastos y socorros que Felipe segundo hacía eran tan escesivos que sin las guerras de Flandes, presidios de Italia y África y gasto inmenso de las armadas de ambos mares, repartía en Francia entre los príncipes católicos cuatrocientos mil escudos cada mes. Con lo cual (sin duda) se mantuvo la religión católica en aquel reino; bajando Rainucio Farnesio, duque de Parma, gobernador de Flandes con lo mejor de aquellos ejércitos a favorecer los católicos contra Enrique de Borbón, príncipe de Bearne una vez al fin del año mil y quinientos y noventa y uno, y otra al principio del año mil y quinientos y noventa y dos. Y estando para volver tercera vez, porque el rey católico mandaba que sobre todo favoreciese a los católicos de Francia, murió en Arras a dos de diciembre de este año.

     XI. El año antecedente habían venido a nuestra ciudad fray Martín Sanz, provincial de los religiosos Mínimos, nombrados en España vulgarmente de la Vitoria; religión fundada por San Francisco de Paula, y confirmada por Sixto cuarto en 27 de mayo de 1474 años. Acompañaba al provincial fray Jerónimo de Castro, natural de Ávila, santo varón y predicador insigne. Presentaron al consistorio una cédula, o facultad real para fundar, consintiendo la Ciudad; que los admitió con benevolencia, y el obispo prometió favor. Andrés Moreno, regidor de nuestra ciudad y su mujer doña Inés de Herrera, ricos, piadosos y sin hijos, les dieron sus casas grandes y buenas entre la plaza mayor y San Esteban, en la calle nombrada hasta entonces Calde Aguilas, y después de la Vitoria. Y por el patronazgo y sepulturas de su capilla mayor capitularon dejarles su hacienda. Murió en estos medios fray Jerónimo de Castro, y fue sepultado con sentimiento y concurso de nuestros ciudadanos en la Iglesia de San Miguel. Martes siete de abril de este año de noventa y dos, dispuesto lo necesario, se tomó la posesión; dijo la primera misa colocando Santísimo Sacramento el licenciado Diego Muñiz de Godoy, segoviano, y provisor, en concurso de mucha gente de todos estados. En breve se desavinieron los nuevos patrones y religiosos, que compraron la casa en cuatro mil ducados, en la cual permanecen hasta hoy, sustentando de veinte a treinta religiosos con las limosnas de nuestra ciudad y comarca.

     XII. Después de ciento y doce años de pleito que nuestra ciudad trató con los condes de Chinchón, sobre los pueblos, vasallos y tierras de aquel estado, que, como escribimos año de 1480, siendo de nuestra ciudad lo dieron los señores Reyes Católicos a don Andrés de Cabrera; se trató y efectuó concordia, intercediendo como medianero nuestro obispo don Andrés Pacheco que en doce de junio de este año, acompañado de don Diego Fernández de Cabrera y Bobadilla, presente conde de Chinchón, entró en consistorio; donde asistiendo Fernán Ruiz de Castro, corregidor, y veinte y tres regidores con los procuradores de Ciudad y Tierra, se otorgó la concordia; cediendo la ciudad todos los derechos al conde, que dio dos mil ducados de renta cada año, situados a razón de a veinte sobre los almojarifazgos de Sevilla; quinientos para propios de ciudad; quinientos para propios de tierra; y mil restantes para propios que llaman comunes de Ciudad y Tierra. Confirmó esta concordia el rey en Illescas, en veinte y nueve de mayo, y en San Lorencio en diez y siete de julio del año siguiente mil y quinientos y noventa y tres.

     Años había que procuraban nuestros obispos unir los dos conventos de monjas de la Encarnación y de la Humildad, ambos de la regla de San Agustín; y con tan poca hacienda, que cada uno lo pasaba mal, sustentando menos religiosas que piden el peso y puntualidad de la observancia; y con la unión se remediaba todo. Nuestro obispo la ejecutó en catorce de mayo de este año, pasando diez y seis monjas desde el convento de la Humildad, que como dejamos advertido, estaba junto al matadero con indecencia y descomodidad, al de la Encarnación; sitio acomodado y sano al oriente de la ciudad, junto a San Antonio el Real, donde hoy viven con título de la Humilde Encarnación.

     XIII. Deseando la sagrada religión carmelita de observancia, nombrada vulgarmente Carmen Calzado, fundar convento en nuestra ciudad, dieron los superiores orden a fray Alberto Juárez, superior entonces del convento de Valderas, que como natural de esta ciudad y que en ella tenía su padre, al licenciado Jerónimo Juárez, abogado, y parientes nobles y ricos, tratase y dispusiese la fundación. Fray Alberto, en nombre de su religión, acompañado del canónigo Antonio de León Coronel, y otras personas, propuso el intento al obispo que deseaba ocupar la casa que había sido de las monjas de la Humildad; respondió, estimando el deseo de la religión, que aquella casa estaba a su disposición como prelado de las monjas, cuya era, pero que admitir entrada y fundación pertenecía a la Ciudad; se obtuviese licencia que él de su parte ofrecía favor. La Ciudad concedió la licencia, y fray Alberto avisó a fray Pedro de la Cruz, difinidor mayor de la provincia, que a la sazón estaba en Ávila; y acudiendo a nuestra ciudad se efectuó la compra de la casa. Dispuesta la fundación, domingo de Ramos once de abril de mil y quinientos y noventa y tres años se tomo la posesión; diciendo la primera misa y colocando Santísimo Sacramento el mismo provisor Diego Muñiz de Godoy, con asistencia de mucha gente eclesiástica y seglar. Siendo fundadores del nuevo convento el difinidor fray Pedro de la Cruz y fray Juan de Santa María, primer vicario; fray Alberto Juárez y fray Juan González; sustentando comúnmente de veinte y cuatro a treinta religiosos con limosnas de nuestros ciudadanos. En esta casa estuvieron hasta que se pasaron a la parroquia de Santa Coloma, donde hoy están, como escribiremos años de 1603.

     XIV. Lunes diez y siete de enero de mil y quinientos y noventa y cuatro, amaneció a la puerta de un ciudadano nuestro un pobre difunto, que habiendo salido el día antecedente del Hospital de la Misericordia, desamparado y flaco, se arrimó allí donde rindió la vida al rigor del frío. Diego López (así se nombraba el ciudadano), compasivo y desconsolado de que a su puerta hubiese sucedido caso tan lastimoso, con piadosa resolución fue a hablar al obispo, y hallando que estaba en Turégano volvió a su casa, hizo sepultar al difunto con buena pompa funeral y muchos sacrificios. Partiendo luego a Turégano refirió al obispo el suceso y que considerando que Dios había llamado a su puerta con la aldabada de un pobre difunto, había concebido ardientes deseos de emplear su hacienda y vida, pues no tenía hijos, en amparar desamparados. Sentía impulso celestial para este empleo: y que de no ejecutarle quedaría desconsolado y escrupuloso: suplicaba a su señoría le favoreciese y encaminase al acierto. Admiraron al obispo la causa y el efecto de la determinación, y venerando la gran imitación que Dios inspiraba de su misericordia en aquel ánimo obediente, le remitió con cartas y orden a su provisor y limosnero para que ayudasen con favor y dinero. Luego alquiló casa en la parroquia de la Trinidad; y domingo siguiente fiesta de San Elifonso tenía seis camas ocupadas. El impulso obraba como de quien venía, y Diego López concurría obediente. Nuestros ciudadanos ayudaban piadosos como siempre. Los cofrades de las Angustias le pidieron incorporase aquella hospitalidad a su cofradía por la uniformidad del instituto; así se hizo. Y en breve se compró en la parroquia de San Esteban una casa capaz que había sido de los del linaje de la Hoz. Viniendo en breve a fundar en nuestra ciudad los hermanos de Juan de Dios nombrados Desamparados, se agregaron en un cuerpo; recibiendo aquel hábito Diego López, y empleando perseverante su vida y hacienda en tan cristiano empleo; en que falleció siendo hermano mayor; y fue sepultado en capilla por él fundada con el epitafio siguiente:

     El hermano Diego López del hábito de Juan de Dios dotó y fundó esta capilla con una misa perpetua cantada cada semana, y en ella está enterrado, dele Dios su gloria. Falleció a [...] de agosto, año 1599.

     Expecto donec veniat immutatio mea.

     XV. Por muerte de don Gaspar de Quiroga, cardenal y arzobispo de Toledo, nombró el rey arzobispo a su sobrino Alberto, archiduque de Austria. Y por orden de ambos tomó posesión de aquel arzobispado nuestro obispo don Andrés Pacheco en tres de abril lunes de casimodo de mil y quinientos y noventa y cinco años. Partiendo el nuevo arzobispo a gobernar los estados de Flandes, quisiera que el mismo que había gobernado sus costumbres y estudios gobernara ahora su arzobispado. Pidió nuestro obispo la futura sucesión de aquella silla para dejar la que poseía; porque se sabía que el nuevo electo duraría poco en el estado eclesiástico. No se tomó resolución. Y don Andrés, juzgando inconveniente dejar lo propio y perpetuo por lo ajeno y temporal volvió a nuestra ciudad, en ocho de junio. Y domingo veinte y seis de mayo del año siguiente mil y quinientos y noventa y seis celebró sínodo en su palacio obispal asistiendo en él por el Cabildo don Antonio del Hierro, Francisco de Avendaño, dotor Lope Ramírez de Prado, y dotor Luis de Villegas, canónigos. Y por la clerecía de la ciudad Manuel de Belicia, cura de Santo Tomé y abad del Cabildo menor con otros clérigos y procuradores de las vicarías del obispado. Y por la ciudad el licenciado Francisco Arias de Berastigui, Antonio de San Millán y Antonio del Sello, regidores. Estatuyéronse en él muchas cosas convenientes al gobierno eclesiástico; principalmente cuanto a observación de días festivos, quitando algunos que había introducido la ociosidad con título de devoción; y reformando abusos de audiencia y ministros, siempre necesitados de freno.

     XVI. Habiendo el enemigo inglés con veinte y tres mil hombres de guerra y mar, lunes primero de julio de este año, entrado y saqueado a Cádiz con la armada que allí estaba a la cola para zarpar a México, el rey, que apretado de una enfermedad estaba en Toledo, despachó capitanes y gente que espeliesen el enemigo, mandando hacer levas de gente contra Inglaterra. En ocho del mismo mes de julio llegó a nuestra ciudad don Manuel de Zuazo, caballero del hábito de Santiago y segoviano ilustre, que a veinte y dos del mismo mes, habiendo el obispo bendecido la bandera en la iglesia Catredal, donde el capitán había sido prior y canónigo, partió con cuatrocientos y veinte y dos soldados de la gente más alentada y lucida de la ciudad. Hallábase el rey trabajado de los años y la gota; y deseando instruir al príncipe, que se mostraba de blanda naturaleza, ordenó se le consultasen todos los negocios, y firmase los despachos. De lo cual se dio aviso a nuestra ciudad pidiendo juntamente quinientos hombres para la armada que en la Coruña disponía don Martín de Padilla, adelantado de Castilla. Nuestra ciudad nombró luego capitanes a don Juan Cascales y a don Gabriel de Heredia, que martes trece de mayo de mil y quinientos y noventa y siete años partieron al Escurial, por orden del rey, que con el príncipe y la infanta salió a verlos al campillo, donde dieron lucida muestra y salva de arcabuces y mosquetes. Mostró el rey gusto de ver tan lucida gente, que de allí partió a embarcarse en Alcántara. El día antecedente, lunes 12 de mayo, habían partido treinta hombres de armas, que nuestro obispo envió a su costa, a servir en la guerra contra Francia.

     XVII. Tenía el rey intento de reducir toda la moneda de cobre de Castilla, a moneda nueva, labrada en el nuevo ingenio de agua; y por decreto y cédula suya, miércoles trece de agosto de este año, se comenzó a labrar el primer cobre en maravedís, doses, que nombran ochavos, y cuartos. Lunes siguiente se pregonó que pasase al comercio; y los que quisiesen acudiesen a trocar moneda vieja para estinguirla; decreto muy importante, cuya ejecución hubiera estorbado gran parte de los terribles daños que después se siguieron en la moneda de vellón; mas los aprietos de los reyes nunca dan lugar a buenas ejecuciones.

     Domingo diez y seis de noviembre bendijo nuestro obispo la nueva iglesia del convento de San Agustín, fábrica escelente, que a su costa había fabricado Antonio de Guevara, noble segoviano y proveedor general de las galeras. Este mismo día se trasladó el Santísimo Sacramento con solemne procesión y fiesta, celebrando misa pontifical el obispo con gran concurso de nuestra ciudad.

     En dos de mayo del año siguiente mil y quinientos y noventa y ocho, por medios del pontífice Clemente octavo se capitularon paces entre España y Francia, que consiguió por negociación cuanto España por armas. Miércoles seis del mismo mes de mayo renunció el rey los estados de Flandes en la infanta doña Isabel, su hija, para casarla con el archiduque Alberto, su primo. Martes último día de junio se hizo llevar a San Lorencio el Real, donde fatigado de muchas dolencias falleció domingo trece de setiembre a las cinco de la mañana con admirable paciencia y resignación, en edad de setenta y un años y ciento y catorce días, príncipe en quien larga edad y esperiencia habían formado un gobernador, dueño de todos negocios y ministros. Fue sepultado en aquel suntuoso templo de San Laurencio, admirable fábrica de su grandeza y devoción.

     XVIII. Hizo en nuestra ciudad fábricas grandiosas; pues sin el Ingenio Real de moneda, hizo en Valsaín la casa de la nieve, y renovó con suntuosa grandeza la del bosque; y todo nuestro alcázar, empizarrándole con mucha costa, duración y adorno; añadiendo en la Sala de los Reyes cinco reinas propietarias de Castilla, y al rey don Fernando quinto, y los dos condes don Ramón de Borgoña y don Enrique de Lorena. Al convento dominicano de Santa Cruz la Real dio el retablo y reja: y viéndola asentada preguntó por qué no se doraba; respondió el prior, que pedían ochocientos ducados, y el convento estaba pobre: replicó, Engáñan os; sabed concertarlo, que de trecientos ducados sobrará dinero: mandólos dar, y fue así. Erigiéndose en ciudad y obispado Valladolid, año 1595, decían se les diese diócesis hasta Coca; quitando al nuestro desde Mojados cinco leguas, con más de veinte pueblos. No lo permitió el rey, diciendo que al obispo de Segovia antes convenía aumentarle, que menguarle renta. Y verdaderamente conviene que sea rico, por la mucha gente que tiene a su cargo en ciudad y arrabales, por los oficios de la lana, y en el obispado por la esterilidad de la sierra.

     XIX. Nuestra ciudad agradecida a tantas honras y favores celebró sus funerales con gran sentimiento y pompa. Jueves quince de otubre, a las tres de la tarde, salió de Santa Coloma la pompa funeral, niños de dotrina, cofradías, religiones y clerecía con sus cruces, preste y diáconos, todos con velas blancas que dio la Ciudad. Seguían los monederos con sus maceros y estandartes negros; ambas audiencias, procuradores, notarios y escribanos; luego letrados y caballeros mezclados; después cuatro reyes de armas con mazas y cotas negras; y los regidores por su antigüedad con lobas y capirotes de bayeta; al fin el licenciado Francisco Arias de Berastigui, decano del consistorio con el estandarte real de tafetán negro con las armas reales; a su lado derecho don Gabriel de Heredia con una almohada de damasco negro y sobre ella una corona y cetro de oro. Las calles estaban colgadas de bayeta hasta la iglesia mayor; a cuyas puertas del Perdón salió con el Cabildo a recibirlos el obispo que hizo el oficio. Estaba entre los coros un eminente túmulo de tres órdenes o compartimientos sin el zoco o pedestal; y la suprema figura tocaba en la bóveda, tan adornado que de cera sólo tenía diez mil reales. La basa adornaban diversos jerolíficos, epitafios y poesías en todas lenguas; obras de nuestros ingenios segovianos en certamen poético que la ciudad propuso con grandes premios. El siguiente día, viernes por la mañana, volvieron con la misma pompa y orden a asistir a la misa que celebró el obispo, predicando fray Juan de Cepeda, provincial franciscano. Después celebró sus funerales el obispo y Cabildo; sin quedar en nuestra ciudad parroquia y monasterio que no celebrase exequias particulares a este rey por bienhechor.

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