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Capítulo XLVII

Rey don Felipe tercero: cásase en Valencia. -Peste general de Castilla aflige a Segovia. -Voto de San Roque. -Entrada del rey en Segovia. Fundación de la Concepción Francisca. -Grados de maestros en Santa Cruz. -Don Maximiliano de Austria, obispo de Segovia.

     I. Sucedió en la gran monarquía de España don Felipe III en edad de veinte años y ciento y cincuenta y dos días, el cual jueves veinte y nueve de otubre de este año de noventa y ocho en que va nuestra historia entró de paso y luto en nuestra ciudad, siendo la primera en que entró siendo rey. Apeóse en el alcázar, a cuya puerta el conde de Chinchón don Diego Fernández de Cabrera y Bobadilla, le entregó las llaves, que le volvió luego. En comiendo bajó al ingenio a ver labrar moneda, y de allí a dormir al bosque. Domingo seis de diciembre don Luis Jerónimo Fernández de Cabrera y Bobadilla, primogénito del conde de Chinchón, con la ceremonia y aplausos que hemos escrito en otras ocasiones, levantó en nuestra ciudad los estandartes por el nuevo rey. El cual en diez y ocho de abril del año siguiente mil y quinientos y noventa y nueve celebró en Valencia las velaciones con la serenísima doña Margarita de Austria, hija de los archiduques Carlos y María; ratificando el matrimonio que por poderes se había celebrado en Ferrara, asistiendo el pontífice Clemente octavo. Y visitada Cataluña y Aragón, vinieron los reyes a Castilla, que se hallaba fatigada de la peste que aquel verano habían padecido las más de sus ciudades; y muy en particular la nuestra y su comarca: cuyo suceso escribiremos con información y noticia ocular, para ejemplo y consuelo de repúblicas afligidas.

     II. Desde el año 1596 estaban los pueblos de Vizcaya y algunos de Castilla inficionados de un mal activo, maligno y contagioso; prendía en complesiones coléricas, de que tanto abunda España, con secas o tumores, y carbunclos en ingres, gargantas y debajo de los brazos; pulsos frecuentes y desordenados con sudores y vómitos; señales todas de ponzoña y contagio. Sobrevino gran falta de pan por la poca cosecha del agosto de 1598 que en las eras llegó a venderse la fanega de trigo a treinta reales; y con el poco sustento y malo, la dolencia cobró fuerzas. Viernes veinte y seis de febrero de este año enfermó en nuestra ciudad el primero de esta dolencia con una seca o tumor en la garganta, y con los accidentes referidos murió lunes siguiente. Continuaron algunos enfermos, y el pueblo se llenó de temor. Decretó la ciudad se tapiasen las entradas; y en las principales se pusiesen guardas distribuidas por casas y familias: medios son importantes para el consuelo más que para el remedio, pues al castigo del cielo y corrupción del aire mal se cierran puertas. Estaba el obispo don Andrés Pacheco en Madrid; y avisado de la aflicción de la ciudad acudió luego como verdadero pastor al rebaño afligido: entró en consistorio, y con autoridad y prudencia animó a los regidores al reparo de la común fatiga; ofreciendo él primero su hacienda y personas, a cuyo ejemplo y asistencia se disponía y ejecutaba todo.

     I. Primeramente se prohibieron todas las juntas o concursos, comedias, escuelas y aun sermones.

     II. Diputáronse personas en parroquias y barrios, que visitando las casas, avisasen de los enfermos y sus enfermedades.

     III. Situáronse hospitalidades fuera de la población: las ermitas de Santa Lucía, Santa Catalina y las plagas al oriente, y el hospital de San Lázaro al poniente. También sirvió el hospital de los Convalecientes, que entonces se fabricaba.

     IV. Reserváronse dentro de la ciudad el hospital General de la Misericordia y el de los Desamparados, para enfermos no apestados.

      V. Decretóse que cirujanos, barberos y todos sirvientes de los hospitales vistiesen cuero o bocací, para resistir algo al contagio.

     VI. Que cada día, al poner del sol en plazas y calles, se encendiesen hogueras de enebro, madera olorosa, que por costa común se trajese de los montes de Sepúlveda, y todos sahumassen sus casas con olores.

     VII. Que las boticas se visitasen y proveyesen con cuidado y abundancia; y a los médicos se les acrecentasen los salarios públicos.

     VIII. Que los difuntos fuesen sepultados dentro de seis horas a más tardar.

     IX. Que la ropa de camas y casas apestadas se llevase en carros a lugares señalados para quemarla.

     X. Que todos considerasen que daño y plaga tan general pedía general cuidado y amor con los afligidos. Y procurasen aplacar la ira divina con obras de penitencia.

     III. ¡Oh cuánto anima el peligro común! ¡Cuánto mueve el ejemplo superior! Viendo al prelado discurrir por plazas y calles, consolando afligidos, socorriendo menesterosos y visitando enfermos, muchos clérigos se ofrecieron a servir en los hospitales. Y ministrando en el de San Lázaro murieron Sebastián López y Diego Lozano, ambos sacerdotes; y en el de Santa Catalina Pedro Olaza. Los conventos ofrecían religiosos que con cristiana emulación pretendían servir a los apestados en ciudad y comarca.

     De Santa Cruz seis religiosos, y entre ellos fray Juan de Salazar, fervoroso predicador de obras y palabras; que sirviendo a Dios en sus pobres, murió en el mismo hospital y ermita de Santa Catalina, y fue sepultado en su convento con nombre y aclamación de Santo.

     De San Francisco diez religiosos, y dos murieron en el mismo hospital de Santa Catalina; y fueron llevados a sepultar a su convento con aclamaciones lastimosas del pueblo.

     Del Carmen Descalzo seis religiosos; y entre ellos fray Juan de San Alberto, natural de Illana y fray Pedro de Jesús, natural de Pamplona, que muriendo entre los apestados fueron llevados a sepultar a su convento con pompa y veneración grande de nuestros ciudadanos.

     De la compañía de Jesús seis padres y dos hermanos, de los cuales murieron los padres Alejo García, Juan Fernández y Juan Gil, y el hermano Matienzo; y fueron sepultados en su colegio.

     De los Mercenarios tres religiosos; y uno murió en el hospital de Santa Lucía; y fue traído a sepultar a su convento.

     IV. Muchos clérigos y religiosos de estos que servían en los hospitales, tenían comisión del obispo para gastar por su cuenta cuanto les pareciese necesario; y acudiendo a las casas de caballeros y ciudadanos ricos, salían con criados cargados de mantas, sábanas, camisas, vestidos y regalos para los hospitales. Los monasterios de monjas se ocupaban en hacer regalos para los enfermos. Por escusar algo de tan pavorosa tristeza al pueblo afligido se prohibió todo clamor de campanas. Todo era lástima y horror, enfermos y difuntos, llenándose los templos y cimenterios de cadáveres. El ímpetu del mal rompía los órdenes, y aumentaba la caridad. Afligidos y atónitos vimos en lo ardiente de junio y julio las cuevas y campos llenos de camas y enfermos, por no caber en tantos hospitales. Con espectáculo tan horrible juzgaba el discurso humano que el otoño siempre enfermo, despoblaría la ciudad y comarca. Nuestra ciudad procurando aplacar a Dios por intercesión de San Roque, abogado contra pestilencia, votó su festividad en la forma siguiente. Domingo ocho de agosto, determinado el voto, concurrieron a misa mayor en la iglesia Catredal.

El dotor Arce de Salazar, Teniente de Corregidor en su ausencia.
                    D. Antonio de San Millán Antonio del Sello
                    D. Gabriel de Heredia D. Juan Iváñez de Segovia
                    D. Rodrigo de Tordesillas Francisco Asenjo Osorio
                    D. Juan de Miñano D. Diego de Aguilar
                    Alonso de la Cruz Gaspar de Marquina
                    D. Diego del Río Machuca Pedro de Aguilar
                    D. Antonio Xuarez Andres Serrano
D. Alonso Cascales


     V. En el ofertorio de la misa llegaron el teniente y don Antonio de San Millán, decano del consistorio, a un bufete que estaba en medio de la capilla mayor y en él un misal y una cruz, donde en nombre de la ciudad votaron de celebrar la festividad de San Roque, cada año en diez y seis de agosto, asistiendo en forma de ciudad a la misa mayor en la Catredal; cesando de oficios serviles, y vacando a la celebración de la fiesta.

     Pidieron al obispo confirmase el voto, como lo hizo. Y Dios maravilloso en sus santos, mostrando juntas su justicia y misericordia, deshizo nuestros temores, dando en medio de agosto tan evidente mejoría que, habiendo muerto en seis meses más de doce mil personas, miércoles primero día de setiembre salieron del hospital de los Convalecientes más de quinientos a dar gracias a Dios en la iglesia mayor de la salud recibida de su mano. Y sábado siguiente salieron de San Lázaro seiscientos y veinte y seis, y en días continuados de los demás hospitales otros muchos. Acompañaban estas procesiones a caballo los sacerdotes, cirujanos, barberos y otros ministros, que habían asistido en el hospital donde salía la procesión. El obispo, que en tres meses gastó más de treinta mil ducados que tomó a censo, mandó celebrar, viernes diez de setiembre en todas las parroquias y conventos, un oficio general por los difuntos; y su señoría le celebró de pontifical en la iglesia Catredal. Luego partió a la corte a informar de la sanidad de ciudad y comarca, para que se les restituyese el comercio hasta entonces prohibido; con que todo se trocó en votos, procesiones y fiestas en hacimiento de gracias.

     Martes veinte y tres de mayo del año siguiente mil y seiscientos, los Carmelitas Descalzos trasladaron el Santísimo Sacramento de la iglesia antigua a la nueva, con solemne fiesta y concurso de nuestros ciudadanos.

     VI. El rey que recién casado deseaba ver y alegrar a Castilla, afligida con la general peste del año anterior, determinando comenzar por nuestra ciudad, sin avisar, por escusar gastos a las repúblicas consumidas en el socorro de tan común dolencia; sábado tres de junio de este año llegó a la casa real del bosque de Valsaín, donde enfermó la reina; y por orden de los médicos, martes siguiente, en una litera entró en nuestro alcázar: y a pocas horas el rey, que la amaba como debía. El siguiente día hubo procesión general, y rogativa por su salud. Mejoró en breve; y sábado diez de junio rey y reina oyeron misa, y comieron en el convento de San Francisco: en cuya placeta a las tres de la tarde se presentaron dos mil y trecientos hombres a pie de los menestrales de nuestra república con picas, partesanas, arcabuces y mosquetes vistosamente aderezados, con admiración de los cortesanos en tanta brevedad de tiempo. Seguían los monederos a caballo con mucho lucimiento y gala: y después ambas audiencias, procuradores, notarios y escribanos vestidos de terciopelo liso negro, forros de raso blanco prensado, y aderezos dorados. Luego cuatro maceros y cuatro reyes de armas y veinte y cuatro regidores con ropas gramallas de terciopelo carmesí, forradas en raso blanco prensado, sobre cueras y calzas del mismo raso, con todo adorno de gorras y aderezos. Salió la guarda tudesca y española y todo el cortejo real; y don Francisco de Rojas y Sandoval marqués (entonces) de Denia, primer valido del rey, con el estoque real desnudo; la reina en un acanea blanco, y el rey en un ardiente alazán; después muchas damas y señores a caballo, y toda la guarda de los arqueros vistosamente armados llegaron a la puerta de San Martín, donde apeándose los regidores tomaron las varas de un rico palio, debajo del cual los reyes llegaron a la iglesia mayor, donde salieron a recibirlos todos los prebendados con capas de damasco blanco. Hicieron oración, y oyeron un coloquio y villancicos de los mozos de coro; de allí partieron al alcázar, donde llegaron al caer de la noche, que fue alegre y vistosa de fuego, luminarias, cohetes y alegrías.

     VII. El siguiente día oyeron misa en la Catredal, y a la tarde vieron la celebrada máscara de los indios; vistosa fiesta de nuestros fabricadores de paños: la invención fue la prisión de Motezuma por Fernando Cortés. Guiaban muchos atabales y trompetas con libreas vistosas; seguían cuatro compañías de cuatrocientos infantes, con cajas, banderas y oficiales todos muy lucidos; una danza de veinte negrillos con sonajas y otros instrumentos indios; doce avestruces admirablemente semejados; luego ochenta indios en veinte cuadrillas sobre elefantes, andas, bueyes, caballos, carneros, cabras, unicornios y otros animales indios, orientales y occidentales, semejados con admirable propiedad. Seguían muchos ministriles a caballo con libreas y todo género de instrumentos. Luego cien indios a pie, pintados al modo que ellos llaman Embixar, con sonajas, flautas y tamborinos; y sobre un rico solio que llevaban en hombros doce indios, sentado Motezuma con mucha majestad y riqueza, y tres varas de oro en la mano, insignia de sus tres imperios. Detrás docientos infantes en cuatro compañías de picas, alabardas, arcabuces y mosquetes, gallardos todos en talle y galas. Mostrábase al fin en un corpulento rucio, rodado con gireles encarnados, Fernán Cortés vistosamente armado de punta en blanco, con mucho acompañamiento de a caballo. Admiró a los cortesanos la riqueza, adorno y brevedad.

     Lunes día siguiente, fueron los reyes y cortejo a misa al Parral; y de vuelta al Ingenio a ver labrar moneda. Después de comer fueron a la plaza, donde se corrieron toros, y un vistoso juego de cañas, con lanzadas y garrochones. Dio la ciudad a los reyes y cortesanos costosa colación. Y acabada la fiesta, por ser ya noche, los jugadores a caballo con hachas blancas fueron alumbrando la carroza de sus majestades, que otro día partieron a Ávila.

     VIII. Días y años había que se procuraba cargar un tributo de diez y ocho millones de ducados en seis años, consignados en la octava parte de vino y vinagre, y la dozava de azeite en los reinos de Castilla y León; que en la carga de semejante tributo recelaban su ruina, y le habían negado en algunas ocasiones por la evidencia de su daño. Las guerras de Flandes con los rebeldes, y las de Alemania, entre el sacro imperio y los herejes, ocasionaban a que se instase en el tributo. Votóse en nuestra ciudad lunes diez y ocho de setiembre de este año mil y seiscientos, concurriendo en el consistorio diez y siete regidores, y entre ellos el conde de Chinchón, que con el de Puñoenrostro habían venido de la corte a diligenciar la concesión: diez concedieron y siete negaron; con que se asentó el tributo, comenzando en Segovia a medirse con medidas amillonadas, jueves cinco de abril del año siguiente mil y seiscientos y uno.

     IX. Había fallecido en nuestra ciudad, en 23 de marzo Jueves Santo de 1595, el bachiller Diego Arias; nunca tuvo otro grado ni título, siendo de los mayores letrados juristas del reino. Y en conformidad del testamento de su mujer doña Antonia de Villafañe, ya difunta, por no tener hijos dejaron sus casas situadas entre el colegio de la Compañía y la iglesia de San Román, y su hacienda que llegaba a cien mil ducados, para que se fundase un monasterio de la Concepción Francisca para treinta religiosas, doncellas nobles, que entrasen sin dote y fuesen naturales de nuestra ciudad y su tierra, por serlo los fundadores y haber ganado en ella la hacienda, como advierte en el testamento. Nombró testamentarios al canónigo Francisco de Avendaño, a Pedro Temporal, y a fray Francisco de Rivas, guardián presente de San Francisco, y después obispo de Ciudad Rodrigo. Dispusieron la hacienda de modo, que habiendo venido de la Concepción de Olmedo doña María Morejón y doña Jerónima de Rivera, su hermana, y doña Ana y doña María de Bracamonte, tía y sobrina, para abadesa, priora, vicaria de coro y portera, se fundó el monasterio en las mismas casas de los fundadores martes veinte y ocho de agosto, fiesta de San Agustín de este año, recibiendo el hábito el mismo día doña Juana y doña María de Arreo, hermanas, y doña Ana Bravo. Habitaron las religiosas en aquella casa poco tiempo, mudándose al sitio en que ahora viven al oriente de la ciudad junto a los conventos de Santa Isabel y la Encarnación.

     X. Atento el rey a los méritos de nuestro obispo don Andrés Pacheco, le presentó al obispado de Cuenca, que vacó por muerte de don Pedro Puertocarrero. Habiendo don Andrés dado calor a esta fundación de la Concepción hasta ponerla en ser, partió con gran sentimiento de nuestros ciudadanos a su obispado de Cuenca; donde continuando su religión y grandeza de ánimo, fundó entre los ríos Xúcar y Guécar un célebre convento de Carmelitas Descalzos con advocación del Ángel. Año 1609 le presentó el rey al arzobispado de Sevilla, vaco por muerte de don Fernando Niño de Guevara, cardenal. No acetó, porque deseaba dejar el cargo de almas ajenas. Así habiéndole nombrado el rey por supremo general inquisidor y de Consejo de Estado, año 1623, renunció el obispado de Cuenca; y siendo patriarca de las Indias murió en Madrid en siete de abril martes santo, año 1626, en edad de setenta y siete años. Mandó (entre otros muchos legados) a esta iglesia de Segovia una rica imagen de la Concepción y un devoto Cristo crucificado, y quinientos ducados para un terno; y otros quinientos ducados para repartir en la ciudad y pueblos de Abades, Mojados y Turégano. Fue llevado a sepultar a su convento carmelita de Cuenca.

     Sábado veinte y dos de setiembre de este año seiscientos y uno en que va nuestra historia, parió la reina en Valladolid una hija nombrada en el bautismo Ana; que hoy es reina de Francia. Lunes primero día de otubre celebró nuestra ciudad la alegría de su nacimiento con fuegos, luminarias, máscaras, toros y cañas.

     Domingo catorce de otubre entró en Segovia Uzen Haly Bech, embajador de Codabanda rey de Persia, que el vulgo nombra Gran Sofy. El cual habiendo estado en la corte de España asentando la confederación entre su rey y el católico, para acometer ambos los estados del Gran Turco, enemigo común, volvía a su tierra con todos los persas de su compañía; vinieron por orden de su majestad a ver nuestra ciudad, que los recibió con aplauso y fiestas, como se refiere en su relación escrita por Uruc Bech, que reducido a la verdad del Evangelio en el bautismo se nombró don Juan de Persia, alabando en ella la devota imagen de Nuestra Señora de la Fuencisla, puente, alcázar, Ingenio de moneda.

     La religión dominicana en el capítulo general que celebró en Nápoles año 1599, decretó en favor de nuestro real convento de Santa Cruz, por la preeminencia de ser primitiva fundación en España de su mismo patriarca Santo Domingo, y por la observancia y estudios que siempre en ella se han profesado, que fuese universidad de su religión; y su prior diese grados de maestros a sus presentados. Confirmó este decreto el pontífice Clemente octavo por su bula plomada. Y en virtud de decreto y bula domingo veinte y siete de enero de mil y seiscientos y dos años fray Pedro de Orozco prior presente, dio el primer grado de maestro al presentado fray Gabriel Rodríguez, hijo profeso del convento, asistiendo lo más granado de ambos estados eclesiástico y seglar de nuestra ciudad.

     XI. Por la promoción de don Andrés Pacheco a Cuenca presentó el rey por obispo de Segovia a don Maximiliano de Austria, primo hermano (por su padre) del emperador Carlos quinto. Nació don Maximiliano en Jaén año 1555 y fue bautizado en la parroquia de San Laurencio en veinte y cinco de julio. Fue abad de Alcalá la Real, cuya posesión tomó en seis de otubre año 1583; de allí fue obispo de Cádiz, donde habiéndole consagrado en Jaén don Bernardo de Rojas y Sandoval, su obispo, entró en veinte y dos de abril de 1597 años; y promovido a Segovia, se tomó la posesión en ocho de febrero de este año mil y seiscientos y dos. Y el obispo entró lunes veinte y nueve de abril con gran recibimiento y aplauso de toda nuestra ciudad, por la generosidad de su sangre y costumbres verdaderamente reales.

     Lunes cuatro de noviembre llegaron a nuestro convento de Santa Cruz la Real el prior del convento dominicano de Illana, y fray Melchor Cano, natural del mismo pueblo, religioso de profunda virtud y espíritu. A la hora del recogimiento se retiró cada uno a la celda de su hospedaje. Fray Melchor llevado de su devoción, en el mayor silencio se bajó a la capilla que ilustró con sus disciplinas y sangre, como dijimos, su gran padre Santo Domingo. A la media noche se vio tan gran claridad sobre todo el convento, que despertó y admiró a nuestros ciudadanos. Los religiosos, inquiriendo la causa de resplandor tan admirable, bajaron a la capilla, donde hallaron a fray Melchor elevado más de una vara del suelo en éxtasis profundo. Veláronle lo restante de la noche; y al amanecer estaba ya el convento lleno de gente convocada de la claridad milagrosa que muchos habían visto, y de la fama que había llenado el pueblo. Nuestro obispo estaba ausente; concurrieron provisor y corregidor, y ante ambos se autorizaron instrumentos de suceso tan digno de memoria y admiración. El concurso fue tanto que estorbó retirarle a su celda hasta las once del día: volvió del rapto a las seis de la tarde, impulso admirable del espíritu a su criador y patria. Miércoles siguiente a mandato de su prior, a quien lo suplicaron personas devotas, dijo misa con devoción y concurso admirable; luego partieron ambos a Valladolid, donde iban llamados del rey.

     XII. Lunes veinte y seis de febrero de mil y seiscientos y tres años falleció en el convento de las Descalzas Franciscas de Madrid la emperatriz doña María de Austria, hija, mujer, y madre de emperadores. Nuestro obispo, venerando su imperial sangre, celebró por el descanso de su alma unas solemnes exequias en su iglesia Catredal, asistiendo clerecía, religiones, y ciudad, domingo y lunes diez de marzo.

     Por muerte de don Juan de San Clemente, arzobispo de Santiago, fue promovido a aquella silla nuestro don Maximiliano, que tomó posesión en veinte y uno de julio, y recibió el palio arzobispal en Orense de mano de su obispo en veinte y cinco del mismo mes, y entró en su iglesia, y ciudad de Santiago, en diez y ocho de setiembre, donde murió al principio del año 1614.

     En veinte de mayo, martes de Pentecostés, de este año de seiscientos y tres, los carmelitas descalzos se mudaron del convento donde habían fundado y vivían en las casas del Sol, a las casas donde hoy están en la parroquia de Santa Coloma, entre la puerta de San Martín y placeta del Azoguejo.

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