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Capítulo XLIX

Don Antonio Idiáquez, obispo de Segovia. -Traslación de Nuestra Señora de la Fuencisla. -Relación de su solemnes fiestas.

     I. Por muerte de nuestro santo obispo don Pedro de Castro, presentó el rey por obispo a don Gómez de Figueroa, natural de Zafra, en Estremadura; y presente obispo de Cádiz, que espedidas bulas de confirmación, murió sin tomar posesión; y por su muerte presentó a don Antonio Ydiáquez Manrique, hijo de Francisco Ydiáquez, secretario del Consejo de Italia, del hábito de Calatrava, y de doña Juana Moxica, su mujer. Desde niño se crió en nuestra ciudad en casa del canónigo don Antonio Moxica, su tío materno. Aquí estudió latinidad y dialéctica, filosofía y teología en Alcalá y Salamanca, donde fue retor, y a pocos años canónigo en nuestra iglesia, y arcediano de Sepúlveda por muerte de don Andrés de Guevara, y después de Segovia por muerte de don Luis de Cartagena. Año 1610 fue por obispo de Ciudad Rodrigo, donde estuvo dos años; y confirmada la presentación a nuestro obispado por el pontífice Paulo quinto, tomó la posesión el dotor Palacios de la Cruz, su provisor, en veinte y siete de mayo de mil y seiscientos y trece años; y el siguiente día entró el obispo con lucido recibimiento.

     Este año don Pedro Girón, duque de Osuna y virrey de Sicilia, ordenó a don Octavio de Aragón que con ocho galeras reforzadas, y ochocientos soldados de la escuadra de aquel reino partiese al mar de Cerdeña, infestado de cosarios; y no los hallando, pasase a Chicheri, o Serselli, lugar y puerto diez o doce leguas al poniente de Argel, y procurase saquearle. Servían en esta jornada, entre otros, dos ilustres segovianos, don Alonso Arévalo de Zuazo, del hábito de Calatrava, capitán de infantería a cuyo cargo iba una de las ocho galeras; y don Miguel Arévalo de Zuazo, su hermano y alférez, caballero del hábito de San Juan; hijos ambos de don Lope Arévalo de Zuazo, del Consejo de su majestad y su regente de Navarra, y de doña Juana de Segura, su mujer, y nieto del celebrado Arévalo de Zuazo, corregidor y capitán general de Málaga y después del reino de Granada; de cuyo valor y servicios en el rebelión de aquellos moriscos escribimos año 1569. Llegó la escuadra a Chicheri, y saqueada la villa con presteza y valor, y muerte de más de quinientos moros, sin perder más de dos personas, volvieron a Sicilia, donde el duque virrey ordenó que reforzados de chusma y de lo demás, partiesen al mar de Levante. Allí, avisados de que parte de la armada turca andaba en aquellos mares, entraron hasta el canal de Samo, en la Natolia. Y estando en la punta del Cuervo al despuntar el día veinte y nueve de agosto, descubrieron diez galeras turcas, todas de fanal, embistiéndolas con tan buen coraje que dentro de una hora estaban rendidas las siete, huyendo las tres restantes: siendo la galera de don Alonso de Zuazo la primera que aferró galera enemiga; y el alférez don Miguel el primero que saltó en ella, muchacho de diez y seis años. La presa fue grande, porque andaban los turcos cobrando el tributo de aquellas islas; con que volvieron a Sicilia vitoriosos y ricos. Siguieron estos dos caballeros la milicia hasta morir con mucho valor, como escribiremos en nuestros claros varones. Don Alonso en Lombardía, donde siendo teniente de maestre de campo, general y castellano de Capua, año 1630, en seis de agosto, defendiendo el puente de Cariñán, fue hallado entre los muertos con catorce heridas, y sepultado en Carmañola, pueblo del Piamonte en cuarenta y tres años de su edad. Don Miguel en Flandes, donde siendo capitán de lanzas, año 1632, en trece de febrero, saliendo con su compañía y por cabo de otras a reconocer cuatrocientos caballos enemigos, dio en una emboscada del Reingrave de Hesia, peleando con tanto valor que retiró su gente con cinco heridas, de que murió al siguiente día en Torbac, donde fue sepultado en treinta y cinco años de su edad; malográndose en tanta mocedad uno de los soldados de más bríos y esperanzas que tenían aquellos ejércitos.

     II. La nueva fábrica de la ermita de Nuestra Señora de la Fuencisla en quince años desde trece de otubre de 1598 años que se asentó la primera piedra por el obispo don Andrés Pacheco, llegaba a perfección con limosnas y ofrendas de nuestros ciudadanos, aunque con mucha culpa de los artífices, que por gastar piedra blanca y menuda en los fundamentos aguanosos, falseó la obra, sin poder recibir los torreones conforme a la traza. Determinó nuestra república hacer una solemne traslación de la devota imagen a su nuevo templo con unas solemnes fiestas, que con toda solemnidad se publicaron en veinte de agosto para veinte de setiembre. El siguiente día veinte y uno de agosto, concurrieron a las casas de consistorio todos los estados, gremios y oficios de nuestra república. La Ciudad prometió representaciones y toros; la junta de los Nobles Linages una vistosa máscara; los caballeros dos juegos de cañas; las dos audiencias, toros para el cuarto día, y los fuegos de aquella noche; los fabricadores de paños, la celebración de máscara de la genealogía de la Virgen Madre de Dios; los zurcidores, una máscara de la hebrea despeñada María del Salto; los pintores, pintar en la ermita los cuatro principales profetas, que profetizaron la Encarnación del Verbo; los pergamineros, dorar el retablo; los pesadores, pintar los cuadros de los milagros; los cofrades de la misma ermita, un dosel de terciopelo y damasco carmesí con flocadura de oro; los médicos, cirujanos, barberos y boticarios una preciosa corona de oro. Pidió la ciudad a don Luis de Guzmán, corregidor, que con don Rodrigo de Tordesillas, caballero del hábito de Santiago y don Mateo Ibáñez de Segovia, del de Calatrava, regidores comisarios de aquella acción, fuesen a besar la mano al rey y suplicarle autorizase las fiestas con su real presencia. Cumplieron su comisión en San Laurencio el Real, donde estaba su majestad, que admitió el deseo y prometió el favor, mandando que las fiestas se comenzasen a doce. Obedeció nuestra ciudad, agradecida y gustosa aunque en disposición de tantos aparatos, que siempre suelen alargar los plazos: los ocho días que se acortaron al nuestro, causaron mucho aprieto y gasto; mas el ánimo y devoción grande de nuestros ciudadanos lo vencieron todo.

     III. En fin, jueves doce de setiembre, amaneció nuestra ciudad llena de aparatos y alegría, con el mayor concurso de gente que se ha visto en España; pues desde los Pirineos a Lisboa, y de Cartagena a Laredo, no hubo ciudad ni villa de donde no concurriese, y de la corte la mayor parte. Este día, a las nueve de la mañana, médicos, cirujanos, barberos y boticarios con trompetas y ministriles, con mucho acompañamiento llevaron la prometida corona de oro y piedras de valor de ocho mil reales. Llevóla en una fuente de plata el dotor Torres, médico y sacerdote, que celebrada misa, la puso a la imagen. A las dos de la tarde salió de la iglesia Catredal una solemne procesión; y sacando la imagen de su antigua ermita, fue traída a la Catredal que estaba vistosamente adornada y en las altas claraboyas muchos estandartes y banderas, que en tanta altura y capacidad adornaban mucho el templo. Fue puesta la imagen en el altar mayor adornado con mucha curiosidad y luces.

     Siguiente día viernes, a las ocho de la mañana, vinieron a la iglesia en procesión sesenta cofrades de Nuestra Señora del Rosario con velas blancas encendidas, seguíanles ochenta religiosos dominicanos con su cruz, y al fin preste y diáconos, que recibidos de los prebendados comisarios, celebraron misa de la Concepción con gran solemnidad y música de villancicos y motetes; porque concurrían en el coro seis maestros de capilla, diez y siete tiples, cuatro cornetas, cuatro bajones, y en esta proporción los demás instrumentos y voces que asistieron a todas las fiestas. Despedidos los religiosos llegó la Ciudad y celebró el Cabildo su misa de la misma festividad, asistiendo el obispo y concurso admirable de eclesiásticos y caballeros, naturales y forasteros, y pueblo infinito. A la tarde después de solemnes vísperas hubo representaciones públicas en un gran teatro en la plaza, y a la noche vistosas luminarias.

     Sábado catorce, por el mismo orden, noventa religiosos franciscanos y cincuenta seglares de la Orden tercera, y los cofrades de las plagas acudieron a celebrar misa de la Natividad; que después celebró el Cabildo con asistencia de obispo y Ciudad. A la tarde se corrieron toros, y los caballeros jugaron cañas con capa y gorra, con muchos garrochones.

     IV. Domingo quince de setiembre, cuarenta religiosos trinitarios, con muchos seglares de su congregación, vinieron a celebrar misa de la Presentación, que después celebró el Cabildo asistiendo la Ciudad. A la tarde hubo representaciones en la plaza y calles principales, en carros vistosamente compuestos. Y acabadas éstas con el día, comenzaron las dos audiencias su fiesta con grandes luminarias y hachones por toda la ciudad, principalmente en la plaza; donde entraron dos grandes galeras con vistosa gente y chusma y gran copia de fuegos arrojadizos que poblaban el aire, aclaraban la noche y alborotaban la gente con infinidad de cohetes. Embistiéronse furiosas y batallaron con lucimiento de montantes, bombas, ruedas y truenos. Al fin del combate, salió un toro tan cargado de cohetes y fuego, que ciego con el humo y la gente, causó mucho regocijo y ninguna desgracia.

     Lunes, cuarenta religiosos agustinos, con los cofrades de Nuestra Señora de Gracia, acudieron a celebrar misa de la Anunciación, que también celebró el Cabildo y asistió la Ciudad. A la tarde las audiencias corrieron sus toros con admirables toreros de a pie, que con salarios convocaron para su fiesta, en que repartieron grandes premios.

     Martes, cuarenta religiosos carmelitas calzados, con los congregantes de su convento, celebraron misa de la Visitación, y luego el Cabildo con asistencia de la Ciudad. Esta noche, celebradas las demás, hubo vistosas luminarias y fuego.

     Miércoles, cuarenta y cuatro religiosos mercenarios, con los cofrades de Nuestra Señora de las Angustias, celebraron misa de la Espectación, y después el Cabildo asistiendo la Ciudad. Este día, a las tres de la tarde, entró en nuestra ciudad el rey, en una carroza descubierta, con sus cuatro hijos, Felipe, Carlos, Ana y María; y en otra, su sobrino Filiberto, príncipe de Saboya; y después el duque de Lerma, muchos grandes, títulos y señores. Fueron estas las primeras fiestas que su majestad vio en público después de viudo; favor que nuestra ciudad estimó como debía; y aquella noche puso las más vistosas luminarias que se han visto en España.

     Jueves, treinta religiosos de la Vitoria con muchos congregantes de su congregación, fueron a celebrar misa de la Purificación, que celebró luego el Cabildo con asistencia de obispo y Ciudad y concurso admirable de caballeros y señores cortesanos. A las tres de la tarde, este día, después de solemnes vísperas, entraron en la plaza el rey y personas reales, grandes, títulos y señores con todo el cortejo que se acomodó en ventanas y tablados que cercaban la plaza; corriéronse muchos toros con lanzadas y rejones; y nuestros caballeros jugaron un alegre juego de cañas con ricas y vistosas libreas. Los jugadores fueron,



1.  D. Luis de Guzmán, corregidor. 4.  D. Luis de San Millán.
     D. Diego de Aguilar.      D. Francisco Arévalo de Zuazo, del hábito de Santiago.
     D. Antonio Juárez de la Concha.      D. Antonio Jiménez.
     D. Diego de Tapia Serrano.      D. Antonio de Navacerrada Bonifaz.
2.  D. Juan Fernández de Miñano. 5.  D. Mateo Ibáñez, del hábito de Calatrava.
     D. Antonio de Miñano, su hijo.      D. Juan Bravo de Mendoza.
     D. Antonio del Sello.      D. Alonso Cascales.
     D. Pedro Mampaso.      D. Diego Enríquez.
3.  D. Juan Jerónimo de Contreras. 6.  D. Gonzalo de Cáceres.
     D. Juan Bermúdez de Contreras.      D. Gonzalo de Cáceres, su hijo.
     D. Luis de Mercado y Peñalosa..      Pedro Gómez de Porras.
     D. Diego de Villalva.      D. Diego de Heredia Peralta.


     V. Acabada la fiesta los jugadores, a caballo con hachas blancas, alumbraron la carroza de su majestad, y luego hubo muchas luminarias.

     Viernes veinte de setiembre, los padres jesuitas con sus dos congregaciones de eclesiásticos y seglares, acudieron a la Catredal a celebrar misa de la Asunción, que consiguientemente celebró también el Cabildo, asistiendo obispo y Ciudad. A la tarde, treinta y dos caballeros con cuatro carros triunfales, ocho caballeros delante de cada carro, salieron aderezados con gran riqueza y mucha música de atabales, trompetas y ministriles. En el carro primero se vía Hércules, nuestro fundador, vistosamente adornado, asistir a la fundación de la ciudad, que fabricaban muchos artífices.

     En el segundo se mostraban nuestros segovianos don Fernán García y Don Día Sanz, con seis escuadras escalando la puerta y torre de Madrid, que defendían muchos moros, como escribimos año 932.

     En el tercero estaban las matronas segovianas armadas sobre los muros de la ciudad, defendiéndola de los enemigos en ausencia de sus maridos; y víanse los avileses venir en su defensa, dando origen al proverbio vulgar, dueñas de Segovia y caballeros de Ávila, suceso que por no saberse el tiempo en que sucedió, no le hemos escrito.

     En el cuarto carro se mostraba la gran Reina Católica debajo de un rico dosel coronada; y nuestros ciudadanos besando su real mano, siendo los primeros que dieron principio a tan dichosa obediencia, como escribimos año 1474. No pudiendo los carros pasar de la plaza por el peso y balumbo de sus máquinas, pasaron los caballeros al alcázar, a cuyos antepechos salió su majestad con los príncipes y señores a ver las carreras y torneos que hicieron en la gran anchura de aquella plaza; discurriendo después por toda la ciudad, hasta que al anochecer, cuajándose nuestra ciudad de luminarias, mudaron caballos; y con hachas blancas hicieron lo mismo.

     VI. Sábado veinte y uno, a las nueve de la mañana, salió de la iglesia parroquial de Santa Coloma la clerecía de nuestra ciudad con la cruz de aquella parroquia; iban docientos clérigos de orden sacro con sobrepellices y velas blancas de a libra, con escudos de oro en ofrenda, cuatro caperos y cantones, y ministriles, y al fin preste y diáconos. Salieron a recibirles cuatro [...] y algunos prebendados con la cruz de la iglesia; y a las puertas del Perdón ofrecieron velas y escudos y entraron a celebrar misa de Nuestra Señora de las Nieves; y en saliendo la celebró el Cabildo, asistiendo obispo y Ciudad. A mediodía comenzó a juntarse en la plaza del Mercado, delante del convento de la Santísima Trinidad, la celebrada máscara de la descendencia de Nuestra Señora, admiraba el concurso de carros, personajes, adornos, galas y aparato. A las dos llegó aviso que esperaba el rey en la plaza. La muchedumbre causaba tanta confusión, que el corregidor y don Juan de Miñano y don Diego de Aguilar, regidores comisarios, querían que partiese como iban llegando, sin orden, pero la devoción que dispuso los ánimos a tanta ocupación y gasto, dispuso el orden con que entre tres y cuatro de la tarde entraba la máscara por la plaza mayor, donde esperaba su majestad en el balcón frontero de San Miguel, que hace esquina a la calle de la Herrería, y personas reales, grandes, títulos, y señores por los demás balcones, con el mayor concurso y admiración que ha visto España. Su disposición y orden era la siguiente.

     Comenzaba una tropa de atabaleros a caballo con libreas de tafetán blanco y azul. Seguía otra de trompetas de toda suerte. Mostrábase a poca distancia un carro triunfal, máquina grande, tirada de dos ciervos, tan bien semejado sobre dos grandes y forzudos bueyes, que engañaban la atención. Sobre el carro se vía la máquina del monte Moria con herbaje de árboles, arroyos y peñascos, y en medio de su falda el venerable patriarca HABRAAM con vaquero de tabí blanco y nácar y manto azul, iluminado de ff., jerolífico, aunque material, de la fe. Llevaba levantado el brazo, y en él un alfanje desnudo, con que amagaba el cuello de su hijo Isac, que sobre un haz de leña estaba de rodillas, vendados los ojos, aguardando el golpe que estorbaba un ángel, pendiente de un árbol con maravillosa industria. Víase cerca, entre unas zarzas, un cordero sustituto de Isac y retrato verdadero de Cristo.

     VII. Después de esta máquina se mostraba en un caballo overo el viejo ISAC; vaquero de raso blanco trencillado de oro; manto morado iluminado de grillos de oro y esposas de plata, por empresas de obediencia (siendo de esclavitud): a su lado derecho iba Jacob en hábito de pastor, rebozado cuello y manos con pieles de cabrito, ocasión del misterioso engaño; y en las manos una rica fuente cubierta con una toalla. Al siniestro lado iba Esau, cazador gallardo; gabán de damasco verde con pasamanos y alamares de oro; montera de rebozo, o papahigo, de lo mismo, que adornaba un precioso camafeo; calzón de tela azul, y media botilla blanca, sobre media azul y liga blanca, cuajada de oro y lentejuelas; pendientes del hombro arco y aljaba, y del arzón dos cabritos. Acompañábanle a pie seis cazadores con arcos y ballestas y perros de trahilla.

     Seguía una danza de ocho zagales; iba en medio la invención de un pozo en un prado verde con muchas ovejas y corderos. Venía luego en un caballo palomilla IACOB, pastor bizarro; caperuza cuarteada de tabí de nácar cuajada de oro, con cuatro plumas blancas y azules caídas al lado izquierdo, pellico de tabí de oro, a girones encarnado y verde; jubón de raso blanco, manga villana, bordada de flores de oro y áncoras de plata, empresa de su esperanza; media botilla blanca, abotonada delante con botones de oro; manto largo de tafetán verde iluminado de las mismas flores y áncoras de plata; y un curioso cayado al hombro. Iba su lado la hermosa Raquel, pastora gallarda, en una pía remendada, cabello rubio tendido a la espalda y hombros, aderezado con mucho oro y perlas; pellico gironado de tabí verde y nácar; sobre saya corta de tela rica blanca y oro; cayado como su amante Jacob. Acompañaban a los dos amantes cuatro zagales a pie con ganchos de astas amarillas, y hierros pavonados al hombro.

     VIII. Seguía un trompeta a caballo, y dos ministros de justicia con varas plateadas, y cuatro a pie que llevaban en medio un gran brasero, anunciando justicia. Luego IUDAS, hijo de Jacob, en un corpulento castaño, gualdrapa azul bordada de leones de plata y coronas de oro, símbolos de su bendición. Llevaba el patriarca adorno de juez, ropa larga, que nombran garnacha, de terciopelo carmesí, bordada de los mismos leones y coronas; gorra de lo mismo; toquilla bordada, y en ella una rica pluma de diamantes. A su lado, en un palafrén bien aderezado, la hermosa viuda Tamar, tocadura honesta sobre cabello parte rizo y parte laso, sobre que pendía a la espalda una toca de gasa negra, señal de su viudez; vaquero de raso morado, largueado de pasamanos de oro, sobre basquiña de tela azul y oro. En la mano derecha llevaba un anillo de oro, y en la izquierda un báculo de ébano, guarnecido de plata; y en el brazo un brazalete de oro, prendas que la dio Judas, su suegro, cuando de él concibió a Farés y a Zarán.

     Seguía un clarín a caballo bien adornado, y luego en un alazán un paje, gallardamente vestido, con un guión de tafetán de nácar, y en el festón bordadas las armas de Judá, león con cetro y corona, y debajo cinco nombres, FARES, ESRON, ARAN, AMINADAB, NAASON, patriarcas, que gallardos le seguían en valientes caballos, con jireles azules trencillados de plata, y grandes penachos. Llevaba FARES, sobre rico vestido, un airoso manto de raso verdemar, bordado de rayos de fuego, significación de su nombre, que es Despedazador violento: la orla era de flores y matices, prendido a los hombros con dos rosas, de oro y piedras; y en la mano derecha un bastón con una tarjeta, en que se vía un árbol deshojado, y por mote, Aliquando virescet.

     A su lado izquierdo iba ESRON, su hijo, con el mismo adorno; esceto que el manto bordaban flechas de oro con puntas de plata, aludiendo a su nombre que significa Mira saetas: y en la tarjeta del bastón una mano sembrando trigo, y el mote In spe providentiae. Llevaban estos dos patriarcas ocho criados a pie vistosamente aderezados.

     IX. Seguían ARAN y NAASON vistosamente adornados con mantos: el de Aran, bordado de ojos, y orlado de liebres, animal que duerme los ojos abiertos, buena empresa del nombre Aran, que significa vigilancia: y en la tarjeta del bastón un arado con un manojo de espigas, con la letra, Post famen sacietas. El manto de Naason bordado de culebras y estrellas, porque significa Prudente o adivino; y en la tarjeta del bastón un sol entre nubes, con el mote, Post nubila Foebus. Seguía una danza de ocho hebreas en su hábito, con sonajas y panderos, bailando a imitación de Ana, y las hijas de Israel celebrando el paso milagroso del mar Bermejo.

     Mostrábase luego en un caballo rucio rodado el intrépido AMINADAB, que animoso abalanzó el primero su carro al paso del mar Bermejo, quitando el pavor a los israelitas para que le siguiesen; hazaña tan dignamente celebrada en los anales sagrados. Traía el patriarca rico vestido y pendientes de los hombros con dos rosas de diamantes, un manto de tafetán azul bordado de áncoras y ruedas de coche, tan cumplido, que tocaba en corvejón del caballo. En la tarjeta del bastón una áncora en el mar con letra, Dum transit tempestas.

     Venían después dos sacerdotes a caballo; mitras redondas de raso blanco, bordadas de flores carmesíes; tunicelas de lo mismo, con superhumerales al modo y corte de dalmáticas, sin faldones, bordadas de azul, verde, y dorado; y pendientes de los hombros las trompetas del jubileo: en el traje y habitud que mandó Dios ir a los siete sacerdotes en el cerco y asolamiento de Jericó.

     Seguía SALMÓN, hijo de Naason, en un caballo picazo con jirel de tafetán dorado, trencillado de plata, y orlado de argentería y gran penacho de plumas en la testera. Llevaba el patriarca precioso aderezo, manto de tafetán morado, sembrado de lises de oro, y columnas de plata: símbolo de la fortaleza que significa Salmón. Llevaba en la mano derecha un estandarte de tafetán carmesí, y en él bordada la ciudad de Jericó con los muros, parte aportillados, parte hundidos. A su lado, en una pía iba gallarda, Raab, gentil de nación, talle, y vestido, cabello rizo, cuajado de oro, y perlas, vaquero de raso de nácar, bordado de alcachofas de oro en lazos de plata, sobre basquiña de tela de oro pajiza; manto de tafetán azul prendido a los hombros con dos grandes rosas. Llevaba en la mano derecha una torrecilla bien formada; y de una ventana pendiente un cordón carmesí, instrumento de la libertad de los esploradores, y señal de la suya. Cercaban a los dos seis soldados, vestidos de varias telas, sombreros blancos con muchas plumas, alfanjes pendientes de tahelíes bayos.

     X. A Salmón y Raab seguía su hijo BOOZ en un caballo peceño, con jirel de tafetán azul, largueado de trencillas de plata, y espeso penacho de plumas en la testera. Vestía el patriarca traje vistoso de labrador; padre de familias. Llevaba en la mano derecha un zapato de terciopelo carmesí; señal, conforme a la antigua costumbre de Israel, de la cesión que el pariente más cercano de Noemí hizo en él, para casarse con la espigadera Ruth. La cual en una hermosa pía jaspeada de blanco, rojo y negro iba a su lado derecho en hábito mohabita; tocadura sevillana, sobre cabello rubio y rizo, escarchado de aljófar y perlas, y una pluma blanca atravesada; basquiña de tela blanca de oro, guarnecida de plata tirada en punta de diamante; manto de raso morado, bordado de espigas de oro, y un ramillete de ellas en la mano, tan bien semejadas que parecían recién cogidas en los rastrojos de Booz. Iban los dos entre una danza de ocho segadores con gaita zamorana y vistoso traje, y las hoces pendientes del cuello al hombro; y cuatro mozos en el mismo traje con bieldos al hombro.

     A Booz y Raab seguía su hijo OBET en un castaño corpulento, con jirel de tafetán morado, sembrado de rosas; hábito de labrador más aldeano que su padre, aunque más gallardo, de damasco pardo, hasta el corvejón del caballo, bordado de yugos de oro y coyundas de plata: acompañábanle dos mozos de campo con aguijadas al hombro.

     Venía un clarín a caballo en vistoso traje, una danza de ocho sayagueses con tamboril y gaita serrana, rostros y melenas rústicas como su hábito. Mostrábase luego la máquina de un carro triunfal, tirado de dos elefantes admirablemente semejados; las cuatro ruedas, cubos dorados, rayos estofados de azul y oro, pinillas doradas y sobre camas plateadas; el rodapiés matizado de flores; y todo el cuadro de almenas de oro y globos de plata; en la proa una tarjeta con las armas de Judá, león con cetro y corona; en la popa otra con las armas de nuestra ciudad, puente y cabeza; y en cada costado una jarra de azucenas; empresa o jerolífico de la Santísima Virgen y Madre de Dios. Entre este aparato, sobre un paño de tabí morado y oro, sobre un cabezal o traspontín de terciopelo morado con cenefas de brocado, iba recostado el venerable patriarca IESÉ, raíz y tronco de tantos reyes y de tal reina; rostro y barba venerable, cabello cano y largo, bonete redondo de tabí morado y oro, cuajado de piezas de oro y diamantes, ceñido de tocas blancas y azules curiosamente enlazadas, y adornadas con seis camafeos preciosos; sayo de raso pardo bordado de flores, y al cuello un collar de finísimos diamantes; manto de damasco pardo bordado de flores blancas, azules y encarnadas. Salíale de en medio del cuerpo con artificio admirable, un vistoso árbol con catorce ramas y pimpollos; y en cada uno un vivo retrato de los reyes sucesores; y en la cima la flor del Carmelo, que dio por fruto al mismo Dios hombre redentor del mundo. Llevaba este gran patriarca, demás de la danza de los ocho sayagueses, otros ocho labradores o jayanes a los lados.

     XI. Seguía a Jesé su hijo DAVID, gran patriarca, profeta y rey con vistoso aparato. Un trompeta a caballo, sayo de raso morado con cuatro mangas, sombrero de lo mismo con plumas pajizas. Luego el triunfo de Goliat, una danza de ocho ninfas gallardamente aderezadas las cabezas; vaqueros de raso carmesí, gironados de dorado y azul y bordados; basquiñas de la misma bordadura; de dos en dos tañían laúdes, vihuelas, sonajas y adufres; representando las damas de Israel en el triunfo del pastorcillo David, que en medio de las ninfas iba sobre un león maravillosamente figurado. Iba el pastor gallardo, melena rubia, cuajada de oro y perlas, pellico de brocado, valón abierto de tafetán blanco, cuajado de flores de nácar, bota blanca, pendiente del hombro el zurrón de felpa de seda carmesí, y de un curioso cinto de lobo marino guarnecido de oro, colgada la honda de seda azul y trenzas de oro, y en la mano vencedora una lanza, en cuya punta iba la horrible cabeza del bastardo Goliat; y a sus lados dos pastores a pie, uno con el cayado del pastorcito vencedor, y otro con el alfanje del filisteo vencido. Luego seguían ocho alabarderos de guarda, gorras pajizas con plumas, sayos romanos de tafetán pajizo, acuchillados forrados en tafetán de nácar, valones justos de tafetán nacarado, acuchillados y forrados en tafetán pajizo trocados los colores. Después de este acompañamiento se mostraba el real profeta en un caballo overo, jirel de gorgorán liso verde mar, trencillado de oro en cuadros, y en ellos muchas flores de seda pajiza y nácar, con flocadura en la orla de plata y seda carmesí; y en la testera gran penacho de plumas. Llevaba el rey bonete redondo de raso carmesí cuajado de perlas y ceñido de una corona de oro con seis plumas moradas y blancas volteadas, y en su nacimiento una de cincuenta diamantes; vaquero de raso blanco acuchillado, cuerpo y faldones en forma de SS y forrado en tela carmesí, descubierta por las cuchilladas o cortaduras tomadas al canto con cintas de resplandor, la ropa real de raso morado, bordada de palmas de oro en lazos de laurel, señal de sus muchas vitorias, y forrada en felpa de seda dorada, con un rico collar de oro al cuello, y de él pendiente, afirmada sobre el muslo y asida con la mano derecha, una arpa dorada.

     A su lado derecho en una pía rosilla iba la hermosa Bersabé, causa de tantos males y bienes; sobre el rubio cabello rizo una corona de rayos y flores de oro, vaquero de tabí azul, y oro con manga ancha de follaje, sobre basquiña de tabí de nácar y plata. Delante de los reyes iba un arlequín, figura graciosa en hábito y acciones, haciendo burlas y juegos.

     XII. SALOMÓN seguía a su padre David con pompa admirable, a que daba principio un clarín a caballo, vaquero de tafetán de nácar, sombrero de lo mismo con muchas plumas pajizas. Luego una danza de doce canteros en traje de montañeses, gorras de terciopelo carmesí y pajizo, sayos de lo mismo y valones de gurbión celeste, ligas pajizas y botas blancas. Llevaban en las manos reglas, compases y cartabones, con que hacían los toqueados, significando la alegría de haber acabado el templo. Seguían dos mozos en traje hebreo que llevaban dos grandes carneros enlazados con cuerdas de seda carmesí por los cuernos, y otros dos con dos corpulentos bueyes del mismo modo, significando la grandeza de los sacrificios que hizo este rey en la dedicación del templo. Seguían doce alabarderos, vaqueros de tafetán verde y leonado, mangas anchas y faldas con pliegues, tocados o turbantes, conforme al uso de los orientales, en forma de media luna con muchas plumas. Mostrábase luego un carro triunfal tirado de seis caballos blancos, con gireles de tafetán pajizo, largueados de caracolillos de plata y oro y sembrados de flores de plata; y orlados de oro fino y seda carmesí. Guiaban los dos cocheros destocados, con vaqueros de tafetán verdemar con cuatro mangas y largueados de caracolillos de plata, jubones y valones de tafetán pajizo, ligas de tafetán verdemar y botas blancas. En la plataforma del carro se formaba el vistoso trono de Salomón, sobre cinco columnas estriadas; el fondo de las estrías de color de pórfido, y los perfiles con basas y capiteles dorados; por pabellón una media naranja tan bien estriada, toda bañada en oro y abierta por lo alto, con una lanterna de cinco baraustres estriados y dorados, y en el hueco o cóncavo una paloma de plata, dorado el lomo; símbolo sagrado de la Sinagoga y de la Iglesia; y en el pico un ramo de oliva; sobre la lanterna un farol, y dentro un cetro de oro y sobre él una estrella. El solio real estaba sobre seis gradas cubiertas de terciopelo carmesí, en que se vían doce leones, dos en cada una, tan bien semejados que causaban temor: sentado en el solio iba el rey adornado el rubio cabello que invidiaban las damas de Jerusalén, con una corona de oro y plumas de diamantes, tan pesada que enfermó del peso; ropa de tabí nácar y oro, forrada en felpa de seda blanca, vaquero de raso pajizo, bordado de coronas de plata, jubón y valón de tabí nácar y oro, liga blanca guarnecida de seda carmesí y oro, media carmesí y botilla blanca enlazada de oro; al cuello un precioso collar de oro y diamantes, y en la mano derecha el cetro con admirable majestad.

     XIII. ROBOAN seguía a su padre Salomón con mucho acompañamiento de su diversa fortuna, y mal gobierno. Lo primero un trompeta a caballo: luego una danza de gitanas, bien aderezadas: y luego Jeroboan, que de Egipto, donde había huido, le llamó Dios para rey de Israel: iba en un gallardo alazán con jirel de tafetán verdemar, ondeado de pasamanos de plata y oro, con gran penacho en la testera; llevaba el capitán tocadura gitana con plumas atravesadas, y a los lados dos rosas de diamantes, y sobre rico vestido, manto de tafetán verde prensado y orlado de puntas de seda verde y oro. Iba a su lado el profeta Ahías Silonite, barba y cabello largo, hendido a lo nazareno; capirote largo de damasco morado, de cuya punta sobre la espalda pendía una borla de seda amarilla; vestía tunicela larga de raso morado y manto del mismo damasco. Llevaba en la mano doce girones del manto, división del reino de Israel, diez para Jeroboan, y dos para los sucesores del santo rey David.

     Luego venía un paje en un castaño claro, bien enjaezado con un guión de tafetán azul, en una haz bordado el nombre de ROBOAN, y en otra muchos azotes, y escorpiones. Luego ocho alabarderos de guarda, bien aderezados. Seguían seis mancebos en caballos todos morcillos; consejeros del rey, y ruina del reino, con gorras y garnachas carmesíes. Y en un castaño peceño con jirel de raso verdemar, muy guarnecido, iba soberbio Roboan, turbante de seda carmesí, y oro ondeado de trencillas de plata, y ceñido con cuatro tocas de gasa nacarada, morada, verde y pajiza, sembradas de diamantes, perlas y rubíes, que adornadas de un mazo de garzotas, que nacía de una rosa de diamantes, pendía a la espalda; sayo romano de raso pajizo; valón de tabí, nácar y oro, con rica guarnición; manto de gasa nacarada, orlado de puntas de oro y plata, preso en los hombros con dos rosas de velillo, y en ellas sobrepuestas otras dos de a treinta diamantes. Llevaba en la mano derecha el cetro de cuyo remate colgaban unos ramales de trencillas de plata en forma de azotes con escorpiones dorados, con que amenazó a su pueblo, que fue azotarse a sí mismo.

     ABIAS seguía a su padre Roboan, como triunfante de Jeroboan, habiéndole vencido y muerto cincuenta mil hombres, de ochenta mil con que le acometió; no teniendo su ejército más de cuarenta mil. Comenzaban dos clarines de guerra en caballos blancos con bandas doradas, y muchas plumas pajizas; luego diez y seis alabarderos marchando al son de una caja regidos de un sargento. Toda esta gente vestía cueras, jubones y calzas de raso dorado, trencillados de oro, sombreros de lo mismo con toquillas bordadas y muchas plumas, ligas y medias doradas con zapatos blancos, espadas de guarnición dorada y vainas bayas pendientes de talabartes amarillos bien guarnecidos. En medio de este escuadrón iban dos corpulentos camellos con los despojos de la guerra y trofeos de la vitoria, petos, espaldares, manoplas, brazaletes, escudos, lanzas, estandartes y algunas cabezas de enemigos. Llevaban encima reposteros de terciopelo carmesí bordado, guiados de dos acemileros vestidos de tafetán pajizo. Seguía un paje en un caballo rosillo, con un guión de tafetán pajizo, pintada en un haz la batalla y vencimiento, y en otra el nombre de ABIAS. A poca distancia venía otro paje con la misma librea en un caballo overo, embrazado el escudo real de finísimo acero con gran punta en el centro. Mostrábase luego el valiente Abias en un rucio rodado con jirel de tafetán dorado, bordado de caracolillos de plata y orlado de borlas de seda dorada con gran penacho de plumas pajizas en la testera. Iba el rey armado de ricas y vistosas armas; peto, espaldar, gola, celada, brazaletes y manoplas grabadas de oro, y embutidas de figuras de plata; tonelete de raso dorado, calza del mismo raso y bordadura, bota blanca con dos mascarancillos de oro en las rodillas; por penacho un mazo de garzotas y en el otro de martinetes; en la mano derecha un cetro, que fuera más a propósito bastoncillo militar.

     XIV. ASÁ seguía a su padre Abias que habiendo destruido los ídolos y sus aras, y vencido a Zara, rey de Etiopía, con un millón de etíopes, mereció reinar cuarenta y un años; comenzaba su triunfo un trompeta a caballo con vaquero de tafetán azul guarnecido de trencillas de plata en arpón. Luego ocho etíopes vestidos de cabritillas negras muy justas, ceñidos con pañetes de holanda guarnecidos de seda, bonetes colorados sobre la melena negra, y en las manos arcos pintados y flechas. Seguía el vencido rey Zara en un elefante vivamente semejado, que dos negros bien aderezados guiaban con cordones de seda carmesí y borlas de lo mismo. La melena del rey etíope era muy negra y ensortijada, cuajada de oro y aljófar; el vestido de cabritillas leonadas, grabadas de cadenas y asientos de oro, y brazaletes y ajorcas de oro en los brazos, manto de tafetán carmesí, preso a los hombros con dos rosas de diamante; en la mano un guión de tafetán leonado en una haz escrito su nombre, y en otra pintados sol y luna, dioses de Etiopía. Luego ocho alabarderos con vaqueros de tafetán azul, guarnecidos de trencillas de plata en arpón, turbantes colorados con plumas blancas y corvos alfanjes. Allí junto un paje bien aderezado que llevaba del diestro un caballo melado con rico jaez y mochila, y en el arzón enarbolado un guión de tafetán azul, en una haz bordado su nombre ASÁ, y en otro ADONAI nombre de Dios, que invocó en la vitoria. A pocos pasos se mostraba Asá sobre un gallardo alazán, jirel de tafetán azul ondeado de trencillas de oro y caracolillos de plata, orlado de plata y oro, y un gran mazo de plumas en el copete. Llevaba el rey como vencedor, corona de laurel, cuajada de oro y perlas, vaquero de raso carmesí, guarnecido de ojuela de oro en arpón y los blancos cubiertos con asientos de oro, valón de tabí de nácar y plata, liga de nácar y media celeste, media botilla blanca floreada de oro y plata, manto muy largo, hasta el corvejón del caballo de raso morado, y en el bordado de oro el nombre ADONAI; entre ramos de laurel en la mano derecha un ídolo quebrado en forma de culebra revuelta a un árbol.

     JOSAFAT, rey santo, seguía a su padre Asá; iba delante un trompeta a caballo con muchas plumas, luego una danza de ocho filisteos, tributarios de este gran rey iban en cuatro varas de altura sobre zancos con ligereza admirable; monterones de raso blanco floreados de nácar, ropillas cerradas de raso verde con cuatro mangas, zaragüelles o valones largos hasta palmo del suelo de tela de calicut muy blanca y delgada, floreados de seda nácar y pajiza. Luego seis alabarderos y en medio un paje en un bayo cabos negros, llevaba un guión de tafetán blanco, y en él iluminado de oro el nombre de JOSAFAT. El cual a pocos pasos se mostraba en un corpulento castaño con jirel de tafetán carmesí cuajado de piñas y alcachofas, y orlado de borlas de oro; en la testera gran penacho de varias plumas con un mazo de garzotas encima. Llevaba el rey turbante de tabí carmesí y oro, ceñido de tocas blancas, azules y encarnadas, de cuyos lazos salían los rayos de la corona formados de cabestrillos de oro y diamantes, y una pluma de cincuenta de ellos en la parte última de que nacía un mazo de garzotas; vaquero de raso de nácar gironado de blanco, guarnecido de trencillas y alamares de oro y sembrado de diamantes, jubón y valón de tabí celeste y oro, liga de nácar, media celeste, botilla blanca enlazada de oro.

     XV. IORÁN seguía a su padre Josafat, aunque no en la religión, porque fue idólatra y cruel; dio muerte a seis hermanos suyos, por quitarles cuanto el santo Josafat su padre les había dejado. Siguió la idolatría de Acab y Jesabel sus suegros: por lo cual Dios le aborreció, permitiendo se le rebelasen los idumeos y le guerreasen filisteos y árabes. Daba principio a su triunfo un trompeta a caballo. Luego seis soldados marchaban al son de un tambor, llevaban altas picas inhiestas, y en las puntas las cabezas de los seis infantes muertos a manos del cruel hermano. Entre ellos iba un paje en un caballo zarco bien aderezado, con un guión de tafetán encarnado, iluminado en una haz su nombre, y en otra un alfanje desnudo. Mostrábase luego el soberbio Joram en un morcillo peceño con jirel de tafetán encarnado, sembrado de rosas de nácar y oro, y un gran penacho de plumas nacaradas y amarillas. Cubría el rey turbante de tabí de nácar y oro cuajado de carruquillos de perlas, ceñido de tres tocas de gasa nacarada, morada, y amarilla: de cuyos lazos salían rayos de oro en forma de corona: y al lado derecho volteadas plumas nacaradas, y pajizas; y al pie una rosa de cincuenta diamantes. Sobre el vistoso adorno manto de raso nacarado, bordado de canutillo de oro y navajas de plata, señal (aunque impropia) de su crueldad, prendido a los hombros con dos grandes rosas de diamantes; y en la mano cetro de rey. Cercaban la persona real cuatro alabarderos.

     Aquí el evangelista pasó en silencio tres reyes y generaciones, porque a Joram sucedieron OCHOZÍAS, su hijo, y JOAS su nieto, y AMASÍAS su bisnieto, todos tres idólatras, y de la sangre de Acab y Jezabel, causa de que no fuesen contados entre los ascendientes del verdadero Dios hombre, hasta OZÍAS, que también se nombró Azarías, nieto tercero o rebisnieto de Joram; y puesto en el Evangelio por sucesor suyo, aunque no inmediato, cuyo triunfo comenzaba un clarín a caballo. Luego una danza de ocho árabes y amonitas, que por la vecindad vestían trajes armenios, sayos largos o sotanillas de tafetán azul, ceñidos con paños de holanda. Tocaduras enlazadas de muchas tocas blancas listadas de azul, bastones en las manos con que al son de un tamboril y flauta hacían diestros toqueados. Llevaban esta danza por haber vencido estas dos naciones. Después de las cuales iba el arca del testamento en ricas andas que llevaban a hombros cuatro sacerdotes con mitras y dalmáticas de tafetán carmesí, bordadas de lazos de oro, sobre albas o roquetes de holanda muy labrados y guarnecidos. Al lado del arca iba el propiciatorio con los serafines bañados de oro: luego otro sacerdote con incensario significando la sacrílega arrogancia de este rey, cuando quiso incensar el Timiama, usurpando este ministerio a los sacerdotes; y Dios le castigó con lepra, que le brotó instantáneamente y de que murió a largo tiempo. Víase luego el rey en un caballo cisne con gualdrapa de terciopelo negro, bordada de oro, acuchillada y forrada en tela de plata, con penacho de muchas plumas y un mazo de garzotas. Vestía vaquero de raso blanco bordado de hojas de parra, fileteadas de oro, calza de obra de gurbión celeste y rosa seca, y de este color las medias con botilla blanca, abotonada por delante con botones de cristal y oro. Cubría bonete redondo de raso carmesí, ondeado de trencillas de oro, ceñido de claraboyas de raso pajizo, trencilladas de plata, y en los huecos diamantes, zafiros, y esmeraldas: sobre estas claraboyas llevaba una esfera de raso dorado cuajada de diamantes, y sobre ella otro globo de cinco arcos con un mazo de garzotas y otro de martinetes. Atrás un florón de raso pajizo cuajado de argentería, con un mazo de muchas y varias plumas. Manto de tafetán leonado, bordado también de hojas de parra, por las viñas que mandó plantar siendo dado a la agricultura: en las manos el cetro real.

     XVI. JOATAM seguía a su padre Ozías; llevaba delante un trompeta a caballo. Luego se vía una vistosa portada del templo que el texto sagrado celebra por fábrica de este rey, y la movían dos hombres artificiosamente ocultos en sus pedestales. La puerta era de arco de jaspe bien semejado, y delante columnas dóricas estriadas con basas, capiteles, arquitrabe, friso y cornijamento del mismo jaspe. Y en ambos pedestales escrito Porta Domus Domini Sabaoth. En el friso en lugar de triglifos y metopas muchos serafines bañados, y por coronación o témpano muchos serafines, bañados en oro. Luego en un caballo rosillo un paje con un guión de tafetán azul, y en él iluminado el nombre de JOATAM, que a pocos pasos se mostraba en un overo con jirel de tafetán azul, largueado de trencillas de plata y oro, y gran penacho de plumas. Vestía el rey vistoso adorno, y sobre el manto de raso blanco bordado de torres de oro por las muchas que edificó, prendido a los hombros con dos florones del mismo raso y mucha argentería, y en la mano el cetro. Acompañaban la persona real seis alabarderos.

     ACAZ seguía a su padre Joatam; llevaba delante un clarín a caballo bien aderezado. Seguía una danza de ocho hebreos: los cuatro llevaban en las manos cuatro idolillos: los otros cuatro sonajas con que iban haciendo fiesta a los ídolos, señal de la idolatría de este rey. Luego en un alazán tostado venía un paje vestido de raso pajizo prensado, con un guión de tafetán morado, iluminadas en una haz llamas de fuego, con que lustró sus hijos como idólatra gentil: y en la otra el nombre de ACAZ. El cual a pocos pasos se mostraba sobre un corpulento morcillo, con jirel de tafetán morado, guarnecido de caracolillos de plata, orlado de borlas y puntas de plata y gran penacho de plumas de todos colores. Vestía el rey precioso traje de su nación con manto de tela columbina y plata, bordado de llamas y becerros que idolatró; orlado de puntas de oro y plata, preso a los hombros con dos rosas de nácar. Llevaba en la mano por cetro una columna de plata con un ídolo de bronce encima: señales todas de su idolatría. A sus estribos iban dos lacayuelos con capotillos y valones de tabí morado y oro con muchas cintas y monteras de lo mismo con plumas.

     XVII. EZEQUÍAS rey santo y vencedor de sus enemigos, seguía a su padre Acaz. Comenzaba su triunfo un trompeta a caballo con vaquero de damasco carmesí y dorado, largueado de pasamanos de plata y oro, sombrero blanco con broche de plata y muchas plumas. Luego en memoria de las solemnes fiestas que hizo en la renovación del templo, llevaba una danza de catorce personas con seis pares de instrumentos diferentes y dos bailarines: los instrumentos eran, dos gaitas zamoranas, dos adufres o panderos, dos ginebras, dos sinfonías, dos mazos de campanillas y dos sonajas; a cuyo concorde son ambos bailarines, uno en hábito galán, y otro arlequín, hacían vistosas mudanzas. Luego un paje con vestido hebreo, leonado de un caballo tordillo, con un guión verde, en una haz iluminado el altar del sacrificio con un becerro entre llamas de fuego, y a un lado el santo rey, y a otro el profeta Elías, ambos de rodillas, y en la otra haz un sol en lo alto; y en lo bajo un relox con líneas de oro y números de plata, señalando las diez horas, o líneas que volvió atrás para asegurar la salud al rey. El cual a pocos pasos se mostraba en un castaño con jirel de raso verde, cuajado de chapería de plata, orlado de puntas y borlas de plata, y en la testera un florón de raso carmesí, cubiertas las hojas de estampillas de oro y mucha argentería, del cual se levantaba un gran penacho de varias plumas. Llevaba el rey, sobre precioso vestido, manto largo que cubría los corvejones del caballo de gorgorán verde de aguas bordadas en él, con letras de oro los nombres de Dios Emanuel y Saday, que invocó contra Senacherib rey de los asirios, forrado de tela de plata y orlado de puntas y encajes de oro; y en la mano el cetro real. Junto a la persona real en un caballo palomilla, iba un ángel de rostro hermoso y melena rubia, cuajada de perlas, tunicela de tafetán carmesí iluminada de estrellas, ceñida con un cinto de raso de nácar cuajado de diamantes y botones de oro, vistosas alas de plumas indias, blancas, azules, verdes, encarnadas, pajizas y moradas, retocadas de oro que parecía admirablemente. Llevaba en la mano derecha levantada una espada desnuda, ondeada de la punta al recazo y ensangrentada; señal de la gran matanza que hizo en el ejército de los asirios. Acompañaban al rey ocho alabarderos con libreas de damasco tornasolado en carmesí y dorado, trencillado de plata y oro; sombreros de tafetán verde, con toquillas bordadas de canutillo de oro, vueltas las faldas con broches de plata y muchas plumas.

     MANASES seguía a su padre Ezequías; fue idólatra, y sus pecados le pusieron cautivo en poder de los asirios, de donde le libró su fervorosa penitencia.

     Iba en un corpulento morcillo con jirel de tafetán celeste, cuajado de pasamanos de plata en arpón, y orlado de borlas de plata, y en la testera gran penacho de plumas.

     Cubría el rey, sobre vistoso traje, manto de raso azul iluminado de sol, luna y estrellas, que idolatró prendido a los hombros con dos florones del mismo raso y puntas de oro. Por cetro llevaba un bastón con el ídolo Baálim a quien levantó aras: y al cuello una argolla de plata dorada de que pendían dos cadenas; demostración de que iba cautivo. Cercábanle ocho soldados babilonios, como vencedores, en traje gentílico.

     AMÓN seguía a su padre Manases; imitador de sus culpas; mas no de su penitencia; muerto a manos de sus vasallos al segundo año de corona. Mostrábase en un alazán boyuno con jirel de tafetán leonado, sembrado de flores de seda pajiza, y orlado de borlas de lo mismo; y penacho de muchas plumas doradas: cubría el rey sobre rico vestido hebreo, manto de tafetán morado iluminado de troncos revueltos de culebras; ídolos que idolatró; preso a los hombros con dos florones dorados, y sobre ellos dos rosas de diamantes. Llevaba un puñal atravesado de pecho a espalda y el rostro pálido y mortal: cercábanle los autores de su muerte, ocho mancebos en traje hebreo, con alfanjes en las manos desnudos y ensangrentados.

     XVIII. IOSÍAS seguía a su padre Amón; gallardo mancebo y religioso rey, cuyo triunfo consistía en el célebre sacrificio del fasé, del cual dice la historia sagrada que nunca se celebró con tanta solemnidad. La causa fue haber hallado en su tiempo Helcias sacerdote el libro de la ley escrito por mano de Moisés; y esto faltó en este triunfo tan digno de ponerse en él. Comenzaba pues un clarín a caballo con vistoso adorno: seguían ocho peregrinos porque como su triunfo era el fasé y se celebraba de camino para peregrinar, todo era peregrino. Vestían tunicelas y esclavinas de picote pardo de seda, cuajadas de bordoncillos y veneras de plata; sombreros fraileños, vueltas las faldas con los mismos bordoncillos y veneras; trencillos de seda blanca y báculos azules, y dorados los botones. Luego seis muchachos monacillos de coro con el mismo hábito que cantaban el triunfo y sacrificio de Iosías, a imitación de los franceses peregrinos que van a Santiago de Galicia. Luego un paje en un rucio rodado, con traje hebreo y un guión de tafetán azul, en que estaba iluminado todo el sacrificio y ceremonias; una puerta salpicado lintel y jambas con sangre. Víase dentro una mesa con el cordero, panes ácimos y lechugas amargas; y los israelitas en pie con los báculos en las manos comiendo con prisa. En la otra haz pudiera estar la invención del libro de la ley por Helcias sacerdote; triunfo, como dijimos, principal de este rey. El cual, a pocos pasos, se mostraba peregrino en todo, porque fue de las más vistosas figuras de esta máscara; en un caballo plateado piel peregrina y admirable, gualdrapa de raso plateado guarnecida de chapería, y veneras y bordones de plata, y entre ellos algunas saetas, por haber muerto de un saetazo en la guerra con Necao, rey de Egipto; gran penacho de plumas plateadas, doradas y azules, y encima un mazo de garzotas. Vestía el rey tunicela de tafetán plateado de aguas con botonadura de oro, esclavina de lo mismo, cuajada de veneras, bordones y saetas de plata, vueltas las puntas a los hombros y presas con dos rosas de diamantes descubriendo el pecho grabado de cabestrillos y cadenas de oro, de que colgaba una rosa de ochenta y cuatro diamantes; jubón y valón de tela fina blanca alcarchofada de oro; liga plateada guarnecida de oro, borceguí y zapato blanco; sombrero del mismo tafetán plateado de aguas, vuelta la falda con un broche de oro y rosa de diamantes; por trencillo un grueso cordón de oro, y sobre él una corona con muchos diamantes y rubíes, y la copa cuajada de veneras y bordoncillos de plata. En lugar de cetro llevaba un bordón de finísimo ébano guarnecido de plata; y con gallardía afirmado en el pie derecho.

     XIX. Los doce patriarcas sucesores que el Evangelista pone en esta genealogía santa, se repartieron en tres cuadrillas conformes en trajes y colores. Delante de la primera iba un trompeta a caballo, y una danza de ocho cautivos, muy propia y curiosamente vestidos, que alegres representaban los que remitió el rey Ciro con Zorobabel a redificar el templo y ciudad de Jerusalén. Luego un paje bien adornado en un caballo con un guión de tafetán verde, iluminada en medio una gran corona de oro y de plata; en las esquinas los cuatro nombres, IECONIAS, SALATIEL, ZOROBABEL y ABIUD, que de dos en dos se mostraban en caballos alazanes con jireles de tafetán morado, bordados de canutillos de oro y plata con borlas de lo mismo, y grandes penachos de plumas moradas, blancas y pajizas. Vestían vaqueros de damasco morado, largueados de soguillas de oro; jubones y valones de tabí verde y plata; ligas moradas; medias verdes, y medias botillas blancas; turbantes de raso morado cuajados de perlas, rubíes y zafiros con plumas moradas, coloradas y verdes; bandas de muchos diamantes al cuello; manto de tafetán carmesí, iluminados de coronas de oro, y guarnecidos de ricas puntas, presos a los hombros con grandes florones. Llevaban en las manos bastones dorados, estofados de carmín y escritas en cada uno una profecía del Mesías. Acompañábanles ocho criados con libreas de tafetán azul, y pasamanos pajizos, y sombreros de lo mismo con plumas blancas.

     A la segunda cuadrilla daba principio un trompeta a caballo con vaquero de raso dorado, largueado de plata, sombrero de lo mismo con plumas blancas. Luego un paje en un bayo, cabos negros; vestido de raso naranjado, trencillado de plata, con un guión de tafetán pajizo en asta azul, y en medio iluminada de plata una mano con un cetro; y a las esquinas los nombres de los cuatro patriarcas, Eliacim, Azor, Sadoc y Achim, que luego se mostraban en caballos bayos con jireles de tafetán naranjado, orlados de plata, y grandes penacheras de plumas blancas, doradas y verdes. Vestían vaqueros de raso verdemar, acuchillados y forrados en tela de plata; jubones y valones de tabí dorado y plata; ligas de verdemar; medias doradas; y botillas blancas, enlazadas de oro; bonetes redondos de tabí verde y oro, cuajados de piedras, y ceñidos con tocas blancas, azules, verdes y doradas con flores de nácar, y plumas de los mismos colores; cadenas de oro al cuello revueltas en tocas de gasa nacarada; mantos de tafetán dorado, iluminados de cetros, y orlados de puntas de seda verde y plata. Llevaban bastones dorados, estofados de verde; y en cada uno escrita una profecía. Acompañaban a cada patriarca dos pajes con libreas de tafetán naranjado y sombreros de lo mismo con plumas azules.

     La tercera cuadrilla llevaba delante un clarín a caballo, vaquero de tafetán leonado, cuajado de rosas blancas y carmesíes; sombrero de lo mismo con plumas blancas. Luego, en un caballo cisne, un paje con librea de damasco carmesí guarnecida de oro; un guión de tafetán de nácar en asta dorada, y en medio iluminado el león de Judá y a las esquinas los nombres de los cuatro patriarcas, Eliud, Eleazar, Matán y Jacob, que todos cuatro venían en caballos rucios rodados con jireles de tafetán carmesí, iluminados de leones, y grandes penachos de plumas nacaradas y blancas. Vestían los patriarcas vaqueros de damasco carmesí, con botones de oro de martillo, largueados de pasamanos de hojuela, jubones y valones de tabí celeste, y oro, ligas de nácar, medias celestes y botillas blancas; turbantes de raso carmesí, cuajados de carruquillos de perlas, y rosas de muchos diamantes con garzotas y martinetes; manto de tafetán celeste iluminados de leones de oro y guarnecidos de puntas de seda, nácar y oro y presos a los hombros con grandes florones: llevaban bastones estofados de oro y carmín, y en cada uno su profecía. Acompañábanles ocho pajes con libreas de tafetán leonado, y guarnición de plata; monterones de lo mismo con plumas blancas, y alfanjes en tahelíes pajizos.

     XX. A los patriarcas seguían seis mancebos de la tribu de Judá, representando los pretendientes al desposorio de la Virgen Santísima, con varas plateadas en las manos porque la que floreciese, señalase el felicísimo esposo. Llevaba delante un paje en un caballo overo con un guión de tafetán blanco, iluminada en una haz una jarra de azucenas, con una corona encima; empresa de la Virgen; y en la otra un león con cetro y corona, armas de Judá. Luego una danza de ocho doncellas aldeanas, cuyo traje era corpiños de grana carmesí, y delantales o mandiles de lo mismo, y en ellos bordadas jarras de azucenas; sayas de grana blanca; tocaduras serranas; bailando al son de una gaita zamorana. Luego los dos mancebos primeros en caballos alazanes con jireles carmesíes y grandes penachos, sobre ricos vestidos, mantos muy largos de tafetán celeste iluminados de coronas y azucenas. Cada uno llevaba sobre la vara su empresa; el primero un sol, y por mote, Electa ut Sol, el segundo una luna, y la letra, Pulchra ut Luna. A los lados cuatro lacayuelos con libreas celestes guarnecidas de plata. Los dos mancebos siguientes iban en rucios rodados con jireles de tafetán azul, iluminados de estrellas; y grandes penachos; mantos de tafetán blanco iluminados de estrellas y puertas de oro; y en las varas sus empresas; uno una estrella, y por letra, Stella maris; otro una puerta y el mote, Porta Coeli. Acompañábanles ocho criados con libreas de tafetán de sus mismos colores. Los dos últimos en caballos bayos con jireles de tafetán carmesí, y penachos de muchas plumas; manto de tafetán verde iluminados, uno de palmas y otro de olivas, y preso a los hombros con grandes florones y rosas de diamantes; y en las varas uno una palma con la letra, Exaltata ut palma; y otro una oliva, y por mote, Tanquan oliva speciosa. Acompañábanles cuatro pajes con libreas de tafetán naranjado, y sombreros de tafetán pajizo con plumas azules.

     XXI. Remataba esta vistosa máscara en un carro triunfal, que tiraban cuatro unicornios semejados y aplicados con gran propiedad al propósito, por ser este animal en las sagradas letras símbolo de la pureza, y afecto a la castidad. El cochero vestía vaquero de raso blanco largueado de caracolillos de plata sobre soguillas de raso nacarado; monterón de lo mismo con muchas plumas nacaradas y blancas. En la plataforma del carro se formaba una capilla de cuatro columnas corintias de jaspe, con basas y capiteles dorados, sobre que estribaban los arcos de una bóveda muy blanca. De un florón de oro, que servía de cúpula, pendía una paloma de plata. En las acroteras y globos de las cuatro esquinas y en medio del convexo iban arboladas cinco banderolas de tafetán azul; y en ellas bordadas jarras de azucenas con coronas de oro. De columna a columna por la parte baja corrían barandas doradas con baraustres azules. En medio se levantaban un solio con cinco gradas, en que se vían sentados tres ángeles con tunicelas de tafetán blanco iluminadas de estrellas de oro, ceñidos con bandas de tafetán celeste muy guarnecidas; las melenas rubias cuajadas de perlas y aljófar: llevaban tres instrumentos, guitarra, laúd y vihuela de arco, a cuyo son cantaban moteles y letrillas. En el solio se mostraban la Santísima Virgen Madre del Verbo eterno, con vestido entero de raso blanco, manga en punta, prensado y bordado de estrellas de oro; manto de tafetán azul bordado de las mismas estrellas. Cercábala una eclíptica de oro con muchos rayos semejando al sol; y a los pies una luna de plata con una sierpe enroscada. Llevaba sobre el rubio cabello diadema de oro con trece estrellas de plata. Mostrábase también el santo Josef con tunicela de raso blanco prensado, y manto de tafetán azul; uno y otro bordado de estrellas de oro: barba y cabello castaño, dispuesto a lo nazareno; representábase en edad de treinta a cuarenta años: tenía en la mano una vara plateada con un ramillete de flores en la punta. Junto a los dos desposados, arrimado al dosel que hacía espalda a la capilleta, en la popa del carro iba un sacerdote hebreo en todo su ornato.

     XXII. Tanta fue la grandeza de esta máscara, en que hubo más de quinientas y cincuenta personas de adorno, que admirado el rey mandó diese la vuelta para verla su majestad por segunda vez; como se hizo, bajando por la Almuzara a la calle de los Desamparados; y subiendo a la calle de la Vitoria, volvió a entrar en la plaza por la esquina del caño. Acabóse el día con tan gran fiesta, y entró la noche con muchedumbre de luminarias y fuegos en toda la ciudad, y particularmente en la iglesia mayor; en cuyo enlosado y plaza se vio Hércules de estatura descomunal, combatir en el aire con la hidra, serpiente de siete cabezas despidiendo ambas figuras en el combate más de diez mil cohetes de todas suertes. Toda aquella noche gastaron nuestros ciudadanos en adornar las calles para la procesión del siguiente día, domingo veinte y dos de setiembre. Este día salió casi con la luz la máscara de María del Salto, la judía despeñada; cuyo suceso milagroso escribimos año 1238. Fue invención lucida y costosa del oficio de zurcidores. El rey, personas reales y cortejo, fueron a la iglesia Catredal a misa mayor, que se celebró con gran solemnidad y música, y predicó el dotor Juan Triviño de Vivanco, canónigo magistral. Esperaban las calles la procesión con vistoso adorno, principalmente doce altares que los doce conventos de religiosos hicieron.

     XXIII. Los mercenarios en la esquina de la plaza que nombran de los Huevos, por venderse allí, hicieron un altar de tres haces de admirable arquitectura y adorno.

     Los padres jesuitas en la placeta de San Martín fabricaron una fachada de cuarenta pies de alto y treinta de ancho; donde hicieron un altar con cuatro órdenes de a tres altares, con mucha riqueza y adorno.

     Los franciscos descalzos junto a la puerta de San Martín en el hueco cuadrado, frontero de la casa de los picos, sobre nueve gradas en forma de esferas, que representaban las celestes, fabricaron un cielo empíreo por altar; y por toldo o cubierta un jardín vuelto hacia bajo con cuadros, yerbas y flores vivas: puesto todo con artificio admirable.

     Los carmelitas calzados a la puerta de su convento, sobre un monte carmelo en que se vían muchas cuevas y monjes, levantaron un altar de tres haces, de grande máquina y adorno.

     Los franciscos observantes en la plaza del Azoguejo, sobre un zoco, o plataforma de vara en alto y nueve en cuadro, levantaron una vistosa pirámide cuadrada con tres divisiones de altares a todas cuatro haces; traza vistosa y rica por su invención y adorno.

     Los trinitarios en la puerta de San Juan en la pared de la casa de los Cáceres, fronteriza a la puerta haciendo cara a la procesión, levantaron el más rico altar que ha visto Castilla, por la copia de blandones, candeleros, ramilleteros, macetas y otras muchas piezas de plata que le adornaban, sin las colgaduras y figuras de bulto y pincel. Su traza era triforme, aludiendo al misterio de la Santísima Trinidad.

     Los agustinos a la puerta de su convento fabricaron un arco triunfal con dos órdenes y haces, adornadas con admirable riqueza y curiosidad.

     Los dominicos en la placeta de la Trinidad delante del convento de sus monjas, fabricaron sobre siete gradas vistosas un retablo de dos órdenes en que pusieron sus santos ricos y vistosos; y en el medio la Virgen Nuestra Señora con los santos patriarcas, Domingo y Francisco, arrodillados a sus lados. Era el adorno de todo admirable y las colgaduras de lados y frente de lo mejor de España.

     Los vitorianos en la placeta delante de su convento, sobre un zoco de vara en alto y diez en cuadro, que cercaban balandas y baraustres de plata maciza; don que ofreció la reina doña Margarita al convento de la Vitoria de Madrid: fabricaron un rico y curioso altar, que adornaban muchos Santos de su religión, con jerolíficos y versos.

     Los jerónimos en la testera de la puente Castellana levantaron un altar a tres haces vistoso y rico de reliquias y plata, en que había seis custodias de sumo valor: entapizaron toda la puente con ricos reposteros en altos cachones, y la calle siguiente con preciosas tapicerías.

     Los premonstenses en la placeta en medio de aquel barrio levantaron sobre cuatro columnas, escamadas de yedra, doce arcos de lo mismo, y en medio de las columnas, sobre un pedestal de vara en alto y cuatro en cuadro, una pirámide cuadrada, que en nueve gradas bien adornadas servía de altar, y remataba en un San Norberto de bulto, preciosamente adornado, que tocaba en la cúpula o clave de los arcos; sobre la cual estaba una imagen de Nuestra Señora, que echaba al santo un escapulario de tafetán blanco. A los lados, haciendo dos calles a la procesión, estaban dos ricos altares.

     Los carmelitas descalzos, vecinos a la misma ermita de la Fuencisla, adornaron de ricas tapicerías más de ciento y cincuenta pasos que su convento y huertas hacen de calle; y en sesenta y cuatro pies que hay de hueco en la entrada a su templo, y portería plantaron ocho vistosos pabellones de la India y dentro de cada uno se veía un Santo de su religión. Estos eran los profetas, Elías y Eliseo: San Simón, San Ángelo, San Alberto, San Andrés, San Cirilo y Santa Teresa: y en medio de estos pabellones sobre el zoco y cuatro gradas se levantaba un rico altar: y en él un niño Jesús, que en una silla se veía preciosamente adornado con María Santísima, su madre, y San Josef, no menos preciosamente adornados. Todo este aparato, riqueza, y curiosidades, que escedía a la imaginación, cuanto más a la pluma, se malogró con una agua que comenzando a llover a las dos de la tarde, no cesó hasta la noche. El rey volvió a la iglesia en comiendo; y mandó que la procesión anduviese por el claustro, asistiendo a ella y a la salve. El siguiente día lunes a las nueve salió la procesión, que llegó a la ermita a las tres: y luego el rey a visitar la imagen en su nuevo templo, partiendo de allí a Valladolid: dando fin a las solemnes fiestas de esta traslación, dignas de célebre memoria.

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