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Capítulo L

Incendio del templo Catredal. -Fiestas a la princesa doña Isabel de Borbón. Don Juan Vigil de Quiñones y don Alonso Márquez de Prado, obispos. Muerte del rey don Felipe tercero. -Sucesión del rey don Felipe cuarto. Don Francisco de Contreras, presidente de Castilla. -Muerte del obispo don Alonso Márquez.

     I. Jueves diez y ocho de setiembre de mil y seiscientos y catorce años, a las siete de la tarde, después de gran tempestad, tocó un rayo en el chapitel de nuestro templo Catredal. El enmaderamiento era grande para sostener el mucho plomo que le cubría: estaba muy seco, al punto comenzó a arder la madera y derretirse el plomo. Convocóse toda la ciudad, procurando defender las campanas y sólo peligró la del relox, derretida con el fuego. Cerró la noche con mucha oscuridad y vientos: y cuando nuestros ciudadanos fatigados y lastimosos, miraban el chapitel de la torre abrasado en media hora, comenzaron a arder los enmaderamientos de los tejados del templo, donde el rayo había bajado. Creció la confusión, y el concurso de obispo, prebendados, religiones, nobleza y pueblo. Abrióse el templo y sagrarios para sacar toda la plata y ornamentos con tropel confuso; temiendo todos que se abrasara hasta los cimientos, porque el fuego crecía y los vientos soplaban tan furiosos y revueltos que derramaban las brasas y tizones por toda la ciudad; y muchas se hallaron en la ribera. Los tejados vecinos de la iglesia se cubrieron de gente para reparar el daño de las brasas y el aire. Todas las religiones acudían en procesiones con muchas reliquias y luces; sacóse el Santísimo Sacramento de la iglesia y descubierto en su custodia y andas, fue puesto con muchas luces en una ventana fronteriza a las puertas del Perdón. Las casas de la plaza se llenaban de ornamentos y plata, que en confuso tropel se sacaban de sagrarios y capillas. En tan pavorosa confusión sobrevino un aguacero tan copioso, que juntos apagó el fuego y el temor de que la ciudad se había de abrasar; y cierto lo amenazaba la furia del fuego y de los aires; pero la agua fue tanta que los que a las diez de la noche temían perecer en fuego, a las once no podían pasar los arroyos de las calles para recogerse en sus casas. Merece advertencia y alabanza, que quedaron aquella noche todo el tesoro de la iglesia, plata, ornamentos, cera, y las demás cosas en poder de quien quiso llevarlo, la mañana siguiente los mismos que lo habían llevado los volvieron a la iglesia con devoción admirable, sin faltar un átomo de tanta plata y riqueza. Aunque el daño fue tanto, el temor que había caído en nuestros ciudadanos había sido tan grande, que se consolaban en la pérdida, multiplicando procesiones y rogativas los días siguientes para aplacar a Dios; animándose tanto al reparo que el obispo dio seis mil ducados; los prebendados, cinco mil; Ciudad y Linajes cuatro mil; y por las casas se juntaron trece mil. Con lo cual y con lo que se juntó por el obispado, en breve se labró el chapitel o cimborrio, escamado de piedra blanca que hoy vemos; el más vistoso y fuerte que hay en España; y los tejados mejores que antes: estableciendo en el día diez y nueve de setiembre una solemne fiesta aniversaria, con la ofrenda de la clerecía que antes no tenía día fijo.

     II. Los casamientos de España y Francia, concertados desde el año 1612, aunque con gran sentimiento y demostraciones de los herejes y mal contentos de Francia, por ver conformes dos reyes tan hijos de la Iglesia romana, se efectuaron, casándose en diez y ocho de otubre, fiesta de San Lucas, de mil y seiscientos y quince años en Burgos don Francisco de Rojas y Sandoval, duque de Lerma, con poder de Luis decimotercero, rey de Francia, con la serenísima doña Ana de Austria, infanta de España. Y este mismo día, en Burdeos, el duque de Guisa, con poder del príncipe de España don Felipe, con madama Isabel de Borbón, infanta de Francia, hija de Enrique cuarto y madama María de Médicis. Hiciéronse las entregas lunes nueve de noviembre, sobre el río Bidasoa, término de ambos reinos, con admirable pompa y solemnidad.

     Por estos días cayó en nuestro obispo don Antonio Idiáquez una enfermedad mortal con supresión de orina, de que murió martes diez y siete de noviembre, en cuarenta y dos años de su edad. Dotó en la iglesia Catredal una capilla, para sepultura suya, y de sus padres, con muchas misas y sufragios por el descanso de sus almas: y en tanto que se fabricaba, fue depositado en la capilla parroquial del Cristo; donde hoy yace con este epitafio.

     D. Antonius Idiaquez Manrique, pietate, literis, et genere illustris, ex Canonico, Archidiaconoque Segoviensi, creatus Episcopus Civitatensis, inde Segoviensis in hoc Sacello; dotationibus amplissimis decorato, una cum parentibus requiescit. Obijt 15. Kalend, Decembris. Anno 1615.

     III. El rey, que con el príncipe había recibido en Burgos a la princesa su nuera, deseando festejarla en algún pueblo de Castilla, escribió a nuestra ciudad, que aunque sabía los grandes gastos que había hecho en las fiestas y traslación de la Fuencisla y en reparar los daños que el fuego había hecho en la iglesia (y sin duda pasaban de docientos mil ducados), gustaría hiciese a la princesa recibimiento y fiestas con el ánimo y grandeza que siempre. Estimó nuestra ciudad el favor de que su rey en todas ocasiones la juzgase tan pronta a su servicio; y en tiempo brevísimo dispuso un solemne recibimiento. Llegaron el rey, personas reales, y todo el cortejo miércoles dos de diciembre; y el día siguiente fue la princesa a oír misa al convento de San Francisco, donde comió. Después de comer se presentaron en la placeta de aquel convento todos los estados y oficios de nuestra ciudad con mucho adorno y gala. Salió la princesa de blanco, y subiendo en un palafrén, con sillón de oro de maravillosa hechura, con gualdrapa de terciopelo negro, bordada de plata y perlas, guió el acompañamiento a la puerta de San Martín, donde esperaban los regidores costosamente adornados, con un rico palio; debajo del cual entró su alteza, siguiendo diez y seis damas españolas y francesas en palafrenes, con sillones de plata y gualdrapas bordadas; acompañando a cada una dos señores a caballo. Iban en el recibimiento todos los grandes títulos y señores cortesanos. Apeóse la princesa a hacer oración en la iglesia mayor, donde la recibió y festejó el Cabildo. De allí pasó al alcázar, donde la esperaban el rey y príncipe, con mucha fiesta y sarao, que hubo aquella noche en la gran Sala de los Reyes; y en toda nuestra ciudad muchas luminarias y fuegos, y una vistosa máscara de cincuenta caballeros.

     Siguiente día viernes se corrieron toros con un vistoso juego de cañas, asistiendo rey, príncipes y cortesanos a la fiesta; y acabada, los jugadores acompañaron la carroza de su majestad y altezas a caballo con hachas blancas hasta el alcázar.

     IV. Sábado cinco de diciembre, por la mañana bajaron rey y príncipes a misa a la ermita de Nuestra Señora de la Fuencisla. A medio día comenzó a juntarse en el mercado la máscara del parabién de estas bodas; grandeza también de nuestros fabricadores. Aunque su aparato y riqueza fue casi igual a la máscara de la Fuencisla, referiremos ésta sólo por mayor, por no gastar en relaciones de fiestas el tiempo y la historia, que debe emplearse en gobierno de las acciones. Viéronla rey y príncipes en el mismo balcón que la otra. Su invención fue el parabién que las naciones, elementos, planetas y signos daban al rey, y príncipes recién casados. Comenzaba una tropa de atabales, y otra de trompetas, con libreas de tafetán de diversos colores. Seguían en caballos, valientes y bien aderezados, las cuatro partes, o ángulos del mundo, Oriente, Poniente, Norte y Sur. Después en gallardos palafrenes las cuatro divisiones, o reinas de la tierra, Asia, Europa, África y América: cada figura con mucha propiedad, adorno y acompañamiento. Luego las naciones, cada una con su clarín, danza y acompañamiento Francia, Italia, Alemania, Hungría, Moscovia, Persia, China, Arabia, India, Egipto, Etiopía, Guinea, Berbería, Mejicana, y Peruana: muchedumbre lucida y vistosa en la diferencia de trajes, riqueza y adorno. Seguían los elementos, Agua, Tierra, Aire y Fuego, ingeniosamente dispuestos y adornados.

     V. Proseguían los planetas cada uno con su clarín, danza y mucho acompañamiento. La Luna en caballo blanco, palomilla, con una danza de pescadores y marineros. Mercurio en un caballo ceniciento, con sus alas y caduceo, y una danza de astrólogos y hechiceros. Venus gallarda en una pía blanca, baya y negra; y en la mano derecha la manzana de oro; causa de tan profundas discordias. Iba delante en un bayo, cabos negros, su hijo Cupido; impulso vehemente de la generación, vendados los ojos, con su arco y aljaba de saetas; y una danza de ninfas y pastores con diversos instrumentos. El Sol, luciente y vistosa figura en un alazán tostado, con una danza de negros, efectos de su ardor, con mucho oro y plumas. Marte, armado de punta en blanco, vistosas armas y penacho; en un rucio rodado, con una danza de espadas. Júpiter con el rayo de tres puntas en la mano, en un caballo cisne; y una danza de montañeses con flautas y tamborinos, representando los coribantes, que según fingieron los poetas griegos, le criaron en el monte Ida. Saturno con su guadaña irreparable, en un caballo zarco, de naturaleza y condición mal segura, como la vida humana; y una ingeniosa danza de cinco viejos, con hachas encendidas, que corriendo las entregaban a cinco mancebos, representando la continuación de los mortales.

     Seguían a los planetas los doce signos: Aries, Tauro, Géminis, Cancro, León, Virgo, Libra, Escorpión, Sagitario, Capricornio, Acuario, y Piscis: cuyas figuras causaban admiración con la propiedad y riqueza de su adorno, y caballos. Venía luego una compañía de cien arcabuceros y otra de cincuenta alabardas y cincuenta picas; ambas con sus cajas, oficiales, y mucha gala y lucimiento. Remataba un carro triunfal, que tiraban seis caballos cisnes, con dos cocheros; vaqueros y monterones de raso nácar, guarnecidos de oro, y muchas plumas; y en un rico solio dos personajes que representaban los príncipes recién casados, con gran riqueza y majestad. El siguiente día domingo, fue el rey, príncipes, infantes y cortejo a misa a la Catredal; y en comiendo a dormir al bosque; y de allí a Madrid, que los recibió con aplauso y grandeza.

     VI. Por muerte de don Antonio Idiáquez fue obispo nuestro don Juan Vigil de Quiñones, presente obispo de Valladolid. Nació en San Vicente de Caldones, distante cuatro leguas al norte de la ciudad de Oviedo, en el concejo de la villa de Gijón; no en San Vicente de la Barquera, como escribió un moderno. Sus padres fueron Toribio Vigil de Quiñones y doña Catalina de la Labiada, nobilísimos ambos en sangre y costumbres. Estudió derechos en Salamanca, donde fue colegial del colegio de San Pelayo, nombrado de los Verdes por el color de su hábito. Y de allí en el colegio de Santa Cruz de Valladolid en seis de mayo de mil y quinientos y ochenta y dos años. Tuvo en aquellas escuelas cátreda de Decretales, y plaza en la Inquisición, aun siendo nuevo. Año 1589 fue promovido a la suprema Inquisición por aprobación del cardenal Quiroga, de quien fue testamentario. Y año 1607 obispo tercero de Valladolid. De allí fue promovido a nuestra ciudad, donde entró en veinte y cinco de otubre, fiesta de nuestro patrón San Frutos, del año mil y seiscientos y diez y seis en que va nuestra Historia. Y a diez meses y seis días de su entrada, falleció, primero día de setiembre del año siguiente mil y seiscientos y diez y siete. Fue de presente depositado en esta iglesia; y año 1627 trasladado a la de Oviedo, como en su testamento dispuso, dejándola treinta mil ducados para fabricar una capilla en que yace; y fundar cuatro capellanías, cuyo patronazgo dejó al señor de su casa, con quinientos ducados cada año para casar huérfanas y alimentar estudiantes pobres. A la iglesia de Valladolid dejó veinte mil ducados para dotar una solemne fiesta en la octava del Santísimo Sacramento; y una colgadura de terciopelo carmesí de cincuenta mil reales de valor. Dejó mil ducados a su Colegio de Santa Cruz, para dotar una misa cada año por el descanso de su alma. Por su muerte nombró el rey por obispo de Segovia a don fray Francisco de Sosa, franciscano, presente obispo de Osma, que sin entrar en posesión falleció en Aranda de Duero en nueve de enero de mil y seiscientos y diez y ocho años.

     VII. Por su muerte nombró el rey por obispo nuestro a don Alonso Márquez de Prado, presente obispo de Cartagena. Nació en el Espinar, pueblo, como hemos escrito, de nuestra diócesi, año 1557: sus padres fueron don Alonso Márquez de Prado y doña Catalina González de Bivero, natural de nuestra ciudad. Estudió en Ávila latinidad y en Salamanca cánones y leyes: y graduado de bachiller le dieron beca del Colegio Viejo en veinte y cinco de abril de 1581. Siendo colegial se graduó de licenciado, y se opuso a la calongía dotoral de Cuenca, que llevó con mucho aplauso. Año 1593 fue nombrado inquisidor de Barcelona; y a poco tiempo fiscal de la suprema Inquisición; donde pidió se le diese silla con los inquisidores; pues fiscal en causas de la fe es dignidad angélica: obtúvola para sí y para sus sucesores, y a pocos días fue promovido a inquisidor. Conociendo aquel supremo tribunal el juicio y vigilancia de don Alonso, le encargó la censura de los libros para el espurgatorio, que con autoridad de don Bernardo de Rojas, cardenal arzobispo de Toledo, inquisidor general, se publicó año 1612. Cumplió este encargo con mucho cuidado y desvelo, sin más gloria que el mérito, pues no se puso su nombre entre los censores. Obligado de tantos méritos y trabajos, le presentó el rey al obispado de Tortosa, en el condado de Cataluña. Espedidas bulas de confirmación del pontífice Paulo quinto, le consagró en Madrid el cardenal arzobispo don Bernardo de Rojas, asistiendo don Juan Álvarez de Caldas, obispo de Ávila, y don fray Francisco de Sosa, obispo entonces de Canaria. Luego partió a Tortosa donde entró al fin del año 1612. Y habiendo visitado todo su obispado hasta la menor alquería por su persona, conociendo la necesidad que tenía de sínodo, por no haber celebrado desde que el obispo don Juan Izquierdo le celebró año 1575, le convocó don Alonso, y le celebró año 1615, con admirable aplauso de Cabildo, Ciudad y diócesis; y le hizo imprimir el año siguiente.

     VIII. Atento el rey a tantos méritos, le presentó al obispado de Cartagena. Antes que partiese le sucedió en Tortosa un suceso digno de memoria. Tienen algunas dignidades y canónigos de aquella iglesia por ser reglares, casas adherentes a la misma iglesia, con puertas interiores al templo; y por ser pequeñas y viejas no las habitaban algunos, alquilándolas a personas que por interés y otros intentos admitían en ellas bandoleros forajidos, que hacían allí retraimientos o cuevas; y acometidos de los ministros de justicia, se calaban por aquellas puertas al templo, valiéndose de su sagrado en gran ofensa de la república, y escándalo del pueblo. Propuso el obispo a su Cabildo el inconveniente de que las casas y templo de oración se convirtiesen en cuevas de ladrones, se cerrasen las puertas que salían al templo, o se alquilasen las casas a personas seguras. El Cabildo estimando la proposición nombró comisarios que espeliesen los habitadores escandalosos; los cuales con desvergüenza y amenazas hicieron a los comisarios desistir de la empresa. Sintiólo el prelado vivamente y prometió en público no salir del obispado hasta remediar aquel daño por su misma persona; y comenzó a ejecutarlo lunes primero de febrero del mismo año 1616. Conocida su resolución, determinaron quitársela con la vida; e informados los agresores dispusieron el modo, lugar y tiempo, mas el cielo lo descompuso. Acostumbraba el obispo cada noche, después de recogida toda su familia (porque nunca persona le desnudó ni vio desnudo), pasearse por tres cuadras cuyas puertas iguales o continuadas correspondían a una ventana grande y fuerte, que salía a una placeta. En este paseo y ocasión trazaron su tiro. Y este mismo día, habiendo el obispo hecho colación por víspera de la Purificación de Nuestra Señora, dijo sobre mesa a los criados; pues la cena no hará mal, recójanse todos presto, porque mañana es día de madrugar para ordenar al arcediano de Lérida que ha venido a eso; y acudir temprano a la iglesia a bendecir las candelas. Con esto se recogió la casa y el obispo se acostó luego sin pasearse como solía. Los agresores acudieron a la hora determinada; y a poca distancia de la ventana dispararon un mosquete con tres balas, que pasando ventana y puertas del paseo, pararon una en un baúl de dos sobre que el obispo dormía en cama de camino, de que usó siempre; y el baúl con el balazo hemos visto y está hoy en esta ciudad de Segovia en poder del canónigo Luis de Pernia; otra bala pareció entre unos papeles; y otra en el suelo del aposento, rechazada de la pared. Caso estraño, que ni el obispo ni persona alguna de su casa oyó el tronido, hasta que a la mañana se vieron las bocas en ventana, puertas y baúl, y las balas donde hemos dicho. Aunque don Bartolomé Márquez, sobrino del obispo, dijo entonces haber oído el golpe y haber callado por ver que nadie se bullía.

     IX. Mandó el obispo no se hablase en ello, mas no era posible el secreto en caso tal, que al punto se derramó en ciudad y Cabildo. El cual junto, con gran sentimiento, escribió el mismo día a su majestad con dos canónigos el suceso: sabiéndolo el obispo escribió también al rey que le respondió la carta siguiente:

EL REY.

     Reverendo en Christo Padre, Obispo del nuestro Consejo, por vuestra carta de quatro deste é visto á lo que án llegado el atrevimiento, y escessos de algunos de essa Ciudad; pues no contentos con las libertades, y delitos que avian cometido hasta aqui, á llegado su poco respeto á terminos que disparassen un arcabuz, ó mosquete á vuestros aposentos con tanto peligro de vuestra persona como me significais, caso cierto tan estraordinario, y atrevido quanto digno de un exemplar castigo; y demostración como lo avrá. Lo que puedo certificaros es, que tengo muy gran satisfacion de vuestra persona, y de la prudencia, y christiandad con que procedeis, que para este suceso, y trabajo os deve ser de mucho consuelo. Encargo ós, que por ningun caso desanpareis essa Ciudad en esta ocasion, por no afligirla mas: pues luego ira a ella el Duque de Alburquerque, mi lugarteniente, y Capitán General, con el Consejo Criminal a poner en todo el remedio que conviene: aunque no será bien que por aora se publique esto: y asi importará mucho vuestra presencia, pues vuestros consejos y advertencias serán de grande importancia para que se consiga. Dada en Madrid a XVII de Febrero de M.DC.XVI. -YO EL REY. -Don Francisco Gasol Protonotario.



     Fue el duque de Alburquerque, virrey que entonces era de Cataluña, y castigó a algunos de los culpados. El obispo partió a su nueva iglesia de Cartagena; que gobernó hasta que por muerte de don fray Francisco de Sosa fue promovido a esta silla de su patria: cuya posesión tomó en su nombre el maestro Blas Orejón, canónigo de esta iglesia, martes veinte y cinco de setiembre de este año de 1618 en que va nuestra Historia. Domingo siete de otubre entró el obispo con gran recibimiento y aplauso de nuestra ciudad que le veneraba como a hijo, padre y pastor, por su virtud, letras y vigilancia.

     X. Al principio del año mil y seiscientos y diez y nueve ordenó el rey al Consejo Real confiriese sobre el remedio de tantos daños como padecían los reinos de Castilla y monarquía de España. Después de muchas conferencias, remitió el consejo la respuesta a don Diego del Corral y Arellano, del Consejo, hijo ilustre de nuestra villa de Cuéllar, que dota y advertidamente declaró al rey:

     1. Que la mengua de gente en España era lastimosa: saliendo cada año cuarenta mil personas a las guerras, presidios y comercios de Italia, Flandes, África y anbas Indias: que era llenar todo el mundo de su sangre, dejando sin ella el corazón.

     2. Que la religión en clerecía y conventos de frailes y monjas ocupaba la cuarta parte del reino, conviniendo la décima.

     3. Que los pueblos andaban llenos de vagabundos mendigantes, usando mal de la caridad cristiana; y de holgazanes que con la usura de los censos comían del trabajo ajeno, llenando las repúblicas de ociosidades: y más con la muchedumbre de días festivos y cargas de tributos, con que, enpobreciendo el reino, juntamente enpobrece el rey.

     4. Que se aligerase la corte de mucha gente que, mal entretenida, la convertía en postema del reino, siendo corazón.

     5. Que se moderase la superfluidad de galas y trajes, pues un cuello costaba cien reales, y cada semana diez o doce de amoldar, ocupándose en empleo tan indecente más de veinte mil hombres y mujeres, en reino tan pobre de gente; y en las mujeres era el esceso de galas tanto, que algunas despreciando la plata, por tan común, habían osado echar en los chapines virillas de oro con clavos de diamantes.

     6. Que se moderasen las edificios y menajes de casas, y los banquetes y coches, causas de muchos gastos y culpas, con premáticas y ejemplo del príncipe, ley eficaz para nuestros españoles.

     Probóse bien en los cuellos gala tan estimada antes, y tan desestimada al punto que el rey la dejó, que sólo sirve a los viudos para luto. Algo de esto se remedió con las premáticas que se publicaron adelante, año 1623.

     XI. En veinte y dos de abril de este año de diez y nueve partió de Madrid el rey con los príncipes y mucho cortejo a visitar el reino de Portugal, que le recibió y festejó con fiestas admirables, principalmente la gran ciudad de Lisboa, donde entró en veinte y nueve de junio, fiesta de San Pedro y San Pablo. Fue jurado el príncipe; y celebró Cortes el rey, que a la vuelta enfermó gravemente en Casarrubios, siete leguas de Madrid. Sabiendo nuestra ciudad la enfermedad de su rey, domingo diez de noviembre fue en devota procesión, asistiendo el obispo de pontifical, de la iglesia Catredal al convento de San Francisco; suplicó a Dios por la salud de su rey. Y teniendo aviso que se agravaba la enfermedad miércoles siguiente subió con otra devota procesión la devota imagen de la Fuencisla, y se celebró novena. Convaleció el rey y a cuatro de diciembre entró en Madrid.

     El año siguiente mil y seiscientos y veinte la sagrada religión de los mínimos de San Francisco de Paula, en el convento de Nuestra Señora de la Vitoria de nuestra ciudad, celebró capítulo provincial, y martes veinte y nueve de setiembre, fiesta de San Miguel; fue electo corretor provincial fray Pedro de Amoraga: que en solemne procesión fue a la iglesia mayor, donde recibido de obispo y Cabildo, celebró misa con mucha solemnidad.

     En veinte y cuatro de febrero de mil y seiscientos y veinte y un años, miércoles de ceniza enfermó en Madrid el rey: y agrabando siempre la enfermedad falleció miércoles último día de marzo en edad de cuarenta y tres años, menos catorce días; y de corona veinte y dos años, seis meses y diez y ocho días: mostró en la muerte profundo sentimiento de la blandura de su gobierno; rey santo, aunque infeliz en los ministros. Fue llevado a sepultar a San Laurencio el Real con sus padres y abuelos. Nuestra ciudad celebró sus funerales domingo y lunes diez de mayo con el mismo aparato, y pompa, que referimos en las de su padre año 1598.

     XII. Domingo siguiente diez y seis de mayo, a las dos de la tarde, se juntó consistorio, que entonces se celebraba en las casas del conde de Puñonrostro en la parroquia de San Martín, por no estar acabadas las que la Ciudad fabricaba en la plaza. De allí cuatro regidores a caballo fueron al alcázar por el conde de Chinchón, don Luis Fernández de Cabrera y Bobadilla, que dos días antes había venido de Madrid a esta acción. Apeáronse los regidores, y entrando dentro, sacaron en medio al conde armado hasta la cintura, tonelete y calza carmesí bordada de oro, sombrero negro con plumas blancas, bota blanca, y espuela dorada; subió en un caballo alazán con jirel carmesí, bordado en oro; con veinte y cuatro alabarderos y cuatro lacayos con libreas de terciopelo negro, bordado de oro; acompañado de los cuatro regidores y de todo lo lucido de la ciudad a caballo, pasó a las casas donde esperaba el consistorio. Allí le fue entregado un estandarte carmesí con las armas de Castilla y León: y saliendo una tropa de atabales y trompetas a caballo, siguieron cuatro reyes de armas, y los dos escribanos de consistorio: luego los regidores en dos hileras, y entre el corregidor y regidor más antiguo el conde con el estandarte. Así llegaron a la plaza, en cuyo medio estaba un cadahalso cubierto de damascos carmesíes. A sus cuatro esquinas subieron los reyes de armas: y en medio se plantó el conde con el estandarte, el rostro a medio día, mirando a la iglesia Catredal. Y habiendo tocado los atabales y trompetas, el rey de armas que caía a la mano derecha del conde repitió en voz alta tres veces, Silencio; y el de la mano izquierda Oíd. Luego el conde aclamó Castilla, Castilla, Castilla, por el rey don Felipe nuestro señor, cuarto de este nombre, que Dios guarde muchos años; repitiendo lo mismo a las partes de oriente, norte y poniente.

     XIII. Acabada así esta ceremonia, fueron con el mismo orden al alcázar, cuya puerta estaba cerrada y alzada la puente levadiza de hierro. Estaba asomado al parapeto sobre la puerta el alcaide teniente, Belasco Bermúdez de Contreras, embrazada una rodela y una jineta o bengala en la mano, y acompañado de algunos alabarderos. Llegó el conde muy cerca y dijo en alta voz: Ah del Alcázar, ¿por quién está la fortaleza? Respondió el alcaide: por el rey don Felipe nuestro señor, tercero de este nombre. Replicó el conde; pues tenedla de aquí adelante por el rey don Felipe nuestro señor, cuarto de este nombre, que Dios guarde muchos años. Dijo el alcaide; muéstreme V. S. por dónde. Y el conde respondió: bajad a verlo. Bajando el alcaide, puso el conde en la punta de una pica un papel, que el alcaide tomó por entre las verjas de la puente, que alzada servía de puerta. Hecho esto, sin apearse ni bajar la puente, se volvieron conde y acompañamiento; y por la plaza Mayor y calle Real llegaron al Azoguejo, donde desde los caballos hicieron lo mismo que en la plaza en el cadahalso; repitiéndolo en la plaza de Santa Olalla, y volviendo por la puerta de San Juan a las casas de consistorio, dejó el conde el estandarte, y con el mismo acompañamiento volvió al alcázar donde se despidieron.

     XIV. El nuevo y gran monarca don Felipe cuarto, en edad de diez y seis años, dio principio a su gobierno con advertidas acciones, escluyendo algunos ministros y estatuyendo una junta de doce personas con nombre y obras de censura. Uno de estos doce fue don Francisco de Contreras y Ribera, hijo ilustre de nuestra ciudad, nacido en ella año 1543; probado y aprobado en todos tribunales y Consejos hasta el Real; de donde se retiró año 1613, encargándose de la superintendencia de todos los hospitales de la corte. De este empleo le mandó el rey asistir en el nuevo Consejo de Censura; y de allí en la presidencia de Castilla, de que tomó posesión en diez de setiembre de este año, acompañado del duque de Pastrana, del conde de Luna y de todo lo lucido de la corte: su vida escribiremos en nuestros claros varones.

     Sábado veinte y nueve de mayo, víspera de Pentecostés, las provincias cismontanas de la religión franciscana celebraron congregación intermedia en su convento de nuestra ciudad, asistiendo su general fray Benigno de Génova, y don Andrés Hurtado de Mendoza, quinto marqués de Cañete, patrón de esta congregación; y por orden del rey, nuestro obispo. Fue electo comisario general fray Bernardino de Sena, portugués, que al siguiente capítulo fue electo general y después obispo de Viseo. El siguiente día, fiesta de Pentecostés, fue toda la congregación en solemne procesión a la iglesia Catredal, saliendo obispo y Cabildo a recibirla hasta la plaza.

     XV. A nuestro obispo, visitando el obispado con intento de celebrar luego sínodo, sobrevino en Aguilafuente una aguda enfermedad: y volviendo a Segovia murió domingo siete de noviembre de este año 1621, final de nuestra Historia, en edad de sesenta y cuatro años. Sintió nuestra ciudad su muerte, como de hijo tan ilustre y prelado tan importante; y con solemne pompa fue sepultado en el templo Catredal, entre los coros, donde yace con este epitafio:

D. O. M.

     D. Alfonsus Marquez de Prado in supremo Fidei Senatu censor, ob proeclara merita, iam Eps Dertusens, et Cartaginens, et tandem H. S. E. Segoviensis: Pietate, litteris, et genere clarus: Iustitiae Propugnator acerrismus. H. S. E. Obijt 7 Novembris 1621.

     Reconociendo nuestra insuficiencia para reducir a compendio (conforme a nuestro asunto) los sucesos del gobierno desde el año 1621 hasta el presente de 37, nos pareció poner aquí fin a nuestra Historia, habiéndola continuado tres mil y docientos años. Sólo deseamos escribir y publicar las genealogías y varones ilustres en santidad, letras y armas de nuestra ciudad. Y las vidas y escritos de nuestros escritores segovianos ya están escritas y aprobadas por el Consejo Real; pero los grandes gastos que para esta Historia hemos hecho y la falta de ayuda estorban que salgan ahora: procuraremos (si Dios nos diere vida) que salgan con presteza.

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