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Capítulo VIII

Godos entran en España. -Suevos conquistan a Galicia. -Templos católicos en Segovia. -Sitio y conquista de Oróspeda. -Witerico sepultado en Segovia.

     I. Sucedieron a Teodosio sus hijos: Arcadio, de veinte años, en el imperio oriental, y Honorio, de diez, en el occidental, que imitando y venerando la religión de su padre, en veinte y tres de marzo (del mismo año 395) estableció ley confirmando cuantos privilegios había dado su padre a iglesias y personas eclesiásticas. Por su poca edad dejó su padre encargado el gobierno de África a Gildon, que levantándose con ella, la perdió en breve con la vida. El gobierno de occidente (esto es Italia, Francia y España) quedó a cargo de Estilicón, de nación vándalo, casado con Serena, sobrina y cuñada de Teodosio, y prima de Honorio, a quien Estilicón casó luego con María, su hija mayor, que, muriendo en breve y sin hijos, le casó con Termancia, hija segunda, como escribe Iornandes. Quedando con tanto parentesco y su astucia (que aún era mayor) dueño absoluto del imperio, porque conociendo al yerno inclinado al ocio, y que extrañaba la carga del gobierno, le retiró de él con el pretexto de descanso, cobrando con el señorío tanto poder y soberbia, que conociendo que Honorio no tendría hijos, pues refiere Iornandes que ambas mujeres murieron vírgenes, determinó quitarle el imperio para Euquenio su hijo. Con este impulso llenó el mundo de calamidades; porque primeramente persuadió a ambos emperadores (oriental y occidental) quitasen a los godos cierto sueldo que les daban, con pretexto de que en tanta paz más parecía tributo que sueldo. Luego incitó de secreto a los vándalos, sus compatriotas, que acompañados de alanos y silingos, entraron asolando el imperio, no parando hasta nuestra España.

     II. Por estos años, (y según entendemos) en el de cuatrocientos, por el mes de setiembre se congregó concilio en Toledo de diez y nueve obispos, que en él se nombran, sin nombrar sus iglesias. Algunos dicen que fue nacional (esto es de todos los obispos de España), mas otros, y entre ellos nuestro docto segoviano Gaspar Cardillo Villalpando, con mejores fundamentos, prueban que fue provincial. Y así uno de sus obispos sería de nuestra Segovia; pero ignoramos cuál fuese determinadamente, por la inadvertencia de los antiguos, que tan confusas nos dejaron noticias tan importantes. Los godos, irritados por haberles quitado el sueldo, viendo el imperio acometido de tantos enemigos, se conmovieron en número de cuatrocientos mil, que no pudiendo sustentarse juntos se dividieron en dos ejércitos y capitanes. Alarico, cristiano aunque hereje, con la mitad se encaminó a lo más oriental; Radagaso, idólatra cruel, acometió a Italia con docientos mil godos, como refiere nuestro español Paulo Orosio, que escribía en este mismo tiempo. Salió a la defensa Estelicón, que experto en la guerra y la campaña, le redujo a sitio, que, sin perder hombre, le consumió con sed y hambre, matando muchos godos con su capitán, y cautivando los restantes sin que escapase uno. Llegaron a venderse veinte godos por precio de un ducado. Ejecutando Estelicón muchas crueldades en los vencidos para irritar a Alarico a que acudiese a la venganza, como lo hizo. Entretuvo Estelicón esta guerra tanto, que Alarico lo conoció y avisó al emperador, que sagaz (aunque remiso) determinó quitar la vida al suegro. Para ejecutarlo asentó paces con los godos, dándoles una parte de la Galia, que se nombra Francia, donde viviesen. Partieron a ocuparla, y Estelicón, no sabiendo que su traición se supiese, envió tras ellos un capitán y confidente suyo nombrado Paulo, judío de nación, que de celada dio sobre ellos en siete de abril, día de Pascua de cuatrocientos y dos años, y los maltrató atravesando los Alpes. Ellos reparados revolvieron sobre los enemigos pasándolos todos a cuchillo, y resentidos de la traición revolvieron sobre Italia.

     III. En estos días fue muerto Estelicón por orden de Honorio, que ignorando el suceso y vuelta de los godos, no previno el reparo. Alarico llegó a cercar a Roma, que redimió su libertad con dinero y promesas de pedir al emperador le nombrasen general perpetuo de ambos ejércitos romano y godo. A esto fue el papa Inocencio a Rávena, donde siempre asistía Honorio, o por su fortaleza, o por odio que tenía a Roma; pues se alarga Zonaras a decir que el mismo emperador llamó a los godos para que la saqueasen, como lo hicieron, irritados de que no quiso hacer el nombramiento. Saqueada Roma, murió Alarico queriendo pasar a África. Los godos eligieron rey a Ataulfo, casado con Gala Placidia, hermana de padre de Arcadio y Honorio, primera y dichosa unión de las naciones española y goda, pues por la prudencia y valor de esta señora se conformaron Honorio y Ataulfo, dándole a nuestra España con nombre de rey y cargo de libertarla de tantas naciones, que (como dijimos) habían entrado en ella. Y entre ellas los suevos que tenían a Galicia, cuyos términos, (como dejamos escrito) comprendían a nuestra Segovia, ocasión de que escribamos la sucesión y sucesos de sus reyes.

     IV. El primero fue Himerico, hijo o sucesor de Cayano, el cual, año de Cristo cuatrocientos y ocho, como escribe San Isidoro, arzobispo de Sevilla y gran doctor de España, a quien seguimos por su antigüedad y mucho crédito, entrando en España con suevos y alanos, se apoderó de toda la provincia de Galicia, permitiendo al principio a los naturales su antigua religión y gobierno. Mas pasando los alanos a África, como refiere la historia antigua de los ostrogodos, que sin nombre de autor anda impresa con la del arzobispo don Rodrigo, y es estimada de los eruditos por muy ajustada, quiso Himerico reinar solo, quitando el gobierno y religión antigua, sobre que se vertió mucha sangre, hasta que, cansado y enfermo, asentó paces, sustituyendo la corona en Requila, su hijo, que valeroso conquistó la Andalucía y Cartagena. Y, muriendo año cuatrocientos y cuarenta y ocho, le sucedió Requiario su hijo, que con el reino recibió el bautismo. Y casando con hija de Teodoredo, rey godo, sujetó la provincia de Gascuña, y taló las campañas de Zaragoza y Tarragona con favor y gentes de su suegro (el cual muerto en la célebre batalla catalánica). Pretendió quitar el reino gótico a Teodorico su cuñado, que viniendo de la Francia gótica con ejército grande año cuatrocientos y cincuenta y seis, como escribe Adón, arzobispo de Viena, le venció y mató el año siguiente, como refiere San Isidoro, dejando por gobernador de toda la Galicia a Acliulfo, como escribe Iornandes. El cual incitado de los suevos se rebeló y murió a manos de Nepociano y Nericio, capitanes de Teodorico. A quien los suevos enviaron seis obispos (ningún autor los nombra) pidiendo perdón de tantas rebeliones. El gordo generoso no sólo los perdonó, mas les permitió nombrasen rey de su nación, ocasión de dividirse en dos bandos, como dicen San Isidoro y la historia antigua.

     V. Los suevos occidentales, donde hoy permanece el nombre de Galicia, eligieron a Maldra, y los orientales en que se comprendía nuestra Segovia, eligieron a Franta. Murió Maldra a dos años de reino, sucediéndole Remismundo, que, convenido con su contrario Franta, acometieron la parte de Lusitania, que hoy se nombra Portugal. Muriendo Franta sucedió Frumario, que sobre reinar solo batalló con Remismundo, hasta que murió año cuatrocientos y sesenta y cuatro, como escribe San Isidoro, quedando único rey de los suevos Remismundo, que luego envió embajadores de paz a Teodorico a Tolosa de Francia, corte y cabeza (hasta entonces), del reino godo. Concedió el godo la paz, enviando al suevo una hija para mujer. Entre muchos que por orden del rey su padre acompañaron a esta señora, vino Aiace, hereje arriano, que introducido con el rey con astucia engañosa, derramó la ponzoña arriana, que obstinadamente mantuvieron muchos reyes suevos, cuyos nombres, hechos y sucesión por más de noventa años se ha perdido. Quedando por estos infelices tiempos tan arraigada la herejía arriana en España, y aun en el mundo todo, que los católicos para diferenciarse señalaban las puertas de sus templos con la cruz de Constantino, que comunmente nombra Lábaro, como se ven hoy en algunos templos de España; y en nuestra ciudad en ambas puertas de las parroquiales de la Santísima Trinidad y de San Antón, y acaso en otras, que en más de mil años se habrán quitado o borrado. Y por si estos faltaren escribimos esta memoria en honor de nuestra patria, que en tiempo tan feliz conservó en dos templos (y acaso en más) la religión católica.

     VI. Año quinientos y veinte y siete en diez y seis de mayo, Montano arzobispo de Toledo, juntó concilio solamente de su provincia como de él se prueba, pues ni asistió rey ni otro algún arzobispo como en concilio nacional asisten. Y aunque firmó en él Nebridio obispo de Egara y justo obispo de Urgel, ambos de la provincia de Tarragona, en sus firmas declaran que no vinieron llamados al concilio, sino que habiendo llegado acaso a Toledo después de haberse cerrado el concilio le firmaron, porque sólo habían concurrido cinco obispos de la provincia cuyos nombres son, Pangario, Canonio, Paulo, Domiciano y Maracino; sin nombrar sus iglesias y obispados, como generalmente se acostumbra. Y aunque pudiéramos presumir que algunos de estos obispos fuese de nuestra ciudad, nos mueve a sospechar que no acudieron a este concilio los obispos de Segovia, Osma ni Palencia, aunque eran de la provincia toledana, por ser entonces de reino diferente. Y que sin duda los suevos, reyes nuestros, tenían guerra con los godos, cuyo era ya el reino de Toledo, ocasión de concurrir tan pocos obispos a aquel concilio. Si bien el santo arzobispo Montano sabiendo que en estos obispados se habían introducido con las guerras y variedad de gobierno algunos abusos, y entre otros, que los sacerdotes parroquiales que hoy se nombran curas, presumían hacer crisma, ministerio de solos los obispos; y que algunos obispos traspasados los términos de su jurisdición entraban en las ajenas a consagrar iglesias sin licencia de los propios prelados, y que el nombre y secta de Prisciliano, hereje gallego, que por tal había muerto en las llamas, eran más oídos de los pueblos que permitía el engaño de sus errores; deseoso el santo arzobispo, como metropolitano, de remediar abusos tan dañosos, escribió sobre ello una carta a los de Palencia, cuyo obispado vacaba entonces como de ella se colige.

     VII. Sobre el mismo propósito escribió también a Toribio, persona de gran autoridad y nombre en esta provincia, otra carta. La cual con la antecedente está impresa por Loaisa al fin del segundo concilio toledano, pero tan mendosa y falta que han tropezado en ella nuestros escritores y los extranjeros. Y Baronio sintiendo la dificultad, regateó trasladarla a sus Anales Eclesiásticos, causa de que no la pongamos a la letra, mas para nuestro intento referimos el caso. Habiendo un coadjutor, que entonces nombraban Coepiscopo, del obispado de Palencia, granjeado de Celso (antecesor del arzobispo Montano) y de los obispos de la provincia carpetana con demasiadas importunaciones y solicitudes privilegio para ejercer ministerio obispal en las jurisdicciones de Segovia, Coca y Butrago, Montano envió un traslado de este privilegio a Toribio para que por él viese lo que se le había concedido; advirtiéndole que era privilegio personal, y que expiraba con su vida. Encárgale al fin de la carta el remedio de estos desórdenes, con protesta de que si no le pone lo encargará a Ergano, gobernador que había sido de Toledo, persona también de mucha autoridad. Pero la inquietud de aquellos tiempos, la falta de escritores y nuestra infelicidad, nos oscurecieron la noticia y hechos de tan claros varones privándonos de tan ilustres ejemplos de reyes y prelados.

     VIII. Juan Abad de Valclara, célebre escritor español, en el crónico que escribió por este mismo tiempo, dice en el año segundo de Leovigildo, rey godo, que es año de Cristo quinientos y sesenta y nueve: In provincia Galletiae Miro post Theodomirum Suevorum Rex efficitur. Esto es: En la provincia de Galicia Mirón después de Teodomiro fue hecho rey. El mismo autor en el año nono del mismo Leovigildo, y de Cristo quinientos y setenta y seis dice: Leovigildus Rex Orospedam ingreditur: et civitates, atque castella eiusdem provinciae occupat: et suam provinciam facit. Et non multo post inibi rustici rebellantes a Gothis opprimuntur. Et post integra a Gothis possidetur Orospeda. Esto es: Leovigildo entra en Oróspeda: ocupa sus ciudades y castillos, haciéndolos provincia suya. Y no mucho después, rebelándose los rústicos orospedanos fueron vencidos de los godos que desde entonces poseyeron toda la Oróspeda. Bien consta de estas palabras que Oróspeda sea provincia. Mas sobre cuál sea varían mucho nuestros escritores antiguos y modernos. Polibio y Estrabón, griegos ambos, escriben que son los montes de Segura donde nace el río Betis (hoy Guadalquivir), siguiéndoles en esto Ocampo, Morales, Garibay y Mariana; aunque éste varía, como después diremos. Tolomeo, príncipe de la cosmografía antigua, pone el monte Oróspeda de treinta y siete a cuarenta grados de elevación al norte, y de trece a catorce grados de longitud al oriente; graduaciones que no convienen a los montes de Segura, y se ajustan a las sierras de Ávila y Segovia; y así Iosefo Molecio, célebre comentador de Tolomeo, dice: Oróspeda nunc sierra di Segovia. Y Andrés Navagiero en su itinerario dice que Oróspeda son las sierras de Somosierra, Fuenfría, Tablada y Palomera de Ávila. Y don Diego de Mendoza en su advertida Historia de la guerra de Granada, dice que las montañas de Guadarrama son de la antigua Oróspeda. Y Mariana, aunque dijo que Oróspeda eran las sierras que corren desde Molina a Cuenca, Segura y reino de Granada, después dice, que Sepúlveda (distante de nuestra ciudad nueve leguas al norte) está puesta en las aldas del monte Oróspeda. Y todo se allana con permanecer hoy en el obispado de Ávila y cerca de sus montes la villa de Oropesa, nombrada antes Oróspeda. Señales que certifican que la conquista que Leovigildo hizo de la provincia de Oróspeda fueron las ciudades de Ávila, Segovia y sus comarcas. Y los rústicos que se rebelaron los que habitan sus serranías.

     IX. Para asegurar Leovigildo los orospedanos, recién conquistados, pasó la corte de su reino godo a Toledo, dejando en Sevilla, donde antes estaba, al príncipe Hermenegildo su hijo mayor, que casando con Ingundia hija de Sigiberto y Brunequilde, reyes de Francia, año quinientos y setenta y nueve, persuadido de sus razones y vida muy católica, y de la doctrina de San Leandro, su tío y arzobispo de Sevilla, dejó la herejía arriana que seguía su padre, sobre que acudieron a las armas padre e hijo, año quinientos y ochenta, infeliz para la cristiandad, pues en él nació Mahoma en Itarib, pueblo de Arabia junto a Meca. Fue en fin vencido el príncipe, preso y martirizado por la fe católica romana, en catorce de abril año quinientos y ochenta y seis. Y muriendo Leovigildo su padre miércoles dos de abril del año siguiente quinientos y ochenta y siete, con muestras de arrepentido, según escribe Marco Máximo, arcediano entonces y después obispo de Zaragoza, que asistió a la muerte del rey con muchos obispos, y entre ellos (según entendemos) Pedro, obispo de nuestra Segovia. Sucedió en todos los reinos de España su hijo Recaredo; que al siguiente día se coronó en Toledo. Y bien aconsejado de sus tíos, Leandro arzobispo de Sevilla y Fulgencio obispo de Écija, se declaró católico. Once días después de la muerte de Leovigildo domingo trece de abril, en que se cumplió un año del martirio de San Hermenegildo su hermano, fue consagrada en Toledo la iglesia mayor; esto es, purificada de la abominación arriana, y reducida al gremio católico, como se dice en la inscripción que refiere Mariana, y lo escribe Marco Máximo. A esta consagración, entre otros prelados que nombra Puerto Carrero en su Historia de San Elifonso, asistió Pedro obispo de nuestra Segovia, siendo el primer obispo, que después de San Hieroteo descubrimos en quinientos y diez y seis años. Infelicidad grande haber perdido la noticia de tantos prelados. Esperemos en la divina clemencia, que la manifestará cuando convenga, para doctrina y ejemplo de su pueblo.

     X. Recaredo, habiendo reparado con industria y valor muchas conjuraciones, desarraigado la herejía arriana y reducido toda España a la verdad católica, dispuso se consagrase concilio nacional en Toledo. Permitían entonces los pontífices romanos a los reyes godos convocar los concilios, por animar y premiar su celo, y porque realmente aquellos concilios eran también cortes del reino, pues con los prelados asistían el rey y señores seglares y se decretaba lo tocante a la administración y tributos reales, cuyos cogedores estaban subordinados a los obispos, con que los pueblos no eran tan molestados de estos zánganos dañosísimos. Congregóse el concilio año quinientos y ochenta y nueve, abriéndose al principio de mayo, con tres días de ayuno y penitencia. Y abjurado el arrianismo de sus secuaces, y decretados veinte y tres cánones a propósito de reformar las costumbres y disciplina eclesiástica, se cerró en ocho de mayo: siendo uno de los sesenta y ocho prelados que firmaron en él, Pedro, obispo de Segovia. También se congregó concilio nacional año quinientos y noventa y siete en veinte y siete de mayo, y en las firmas de sus prelados no se halla, hasta ahora, firma de obispos de Segovia, por falta, sin duda, de los originales, como se ve en la diferencia de los impresos hasta hoy. Recaredo habiendo vencido sus enemigos domésticos y extraños, unido toda España a la verdadera religión católica, y usado el primero el pronombre de Flavio, imitando en esto y otras cosas la grandeza de los emperadores romanos, murió en Toledo año seiscientos y uno, como escribe San Isidoro.

     XI. Sucedióle Liuva su hijo mayor de tres que dejó; mozo de veinte años y grandes esperanzas, que a dos años de corona fue muerto por Witerico. El cual reinó siete años, tirano en principio, medios y fin, con que después de un gobierno tirano murió a manos de sus vasallos, y fue llevado a sepultar ignominiosamente. No habíamos visto, hasta ahora, autor que dijese dónde fue muerto y sepultado este rey. Porque como San Isidoro, que vivía en estos días, sólo dijo: Inter epulas conjuratione quorundam est interfectus. Corpus eius viliter est exportatum, atque sepultum. Esto es: Estando comiendo fue muerto por algunos conjurados; y su cuerpo llevado y sepultado vilmente. Ni Marco Máximo escritor también en el mismo tiempo, tampoco escribió el modo ni lugar de su muerte ni sepultura; todos han seguido la noticia confusa de San Isidoro. Sólo Alfonso Martínez de Toledo, arcipreste de Talavera y capellán del rey don Juan segundo, en la historia que escribió por orden de este rey año mil y cuatrocientos y cuarenta y tres, intitulada Atalaya de Corónicas (la cual tenemos original) dice que fue muerto en Ávila y sepultado en Segovia. De las palabras de San Isidoro se infiere: que del lugar donde fue muerto, fue llevado a sepultar a otro; acaso por algunos criados o confidentes ocultamente, porque los conjurados no ultrajasen el cadáver. Y pudo el arcipreste hallar esta noticia en algún autor o archivo que otros no hayan visto, aunque debiera poner la autoridad de noticia tan antigua y oculta. Cierto en nuestra ciudad no hemos hallado, hasta ahora, rastro de esta sepultura; mas pareció obligación referir esta noticia para quien mejor averiguare.

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