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Correo del Domingo, pág. 6.

 

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Prólogo.

 

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Ercilla por la circunstancia especialísima de haber sido actor de muchos de los sucesos que exponía a la admiración de las cortes europeas, era una figura que se prestaba a ser hermoseada con todo los colores de las aventuras más brillantes y novelescas. Porque ¿cuántos eran los poetas que conocía la España en esa época que al paso que deleitasen el oído con las dulzuras de sus versos pudiesen presentarse adornados con la aureola del combate? ¿Cuántos eran siquiera los cortesanos y escritores de la capital de ambos mundos que hubiesen hecho el viaje de las distantes y maravillosas comarcas del nuevo continente que empezaba a conocerse?

Estaba ahí, pues, palpitante la simpatía y admiración que don Alonso inspiraba con su obra y lo que la tradición refería de los hechos obrados con su espada en la famosa cuanto difícil conquista de los bárbaros de Arauco. El teatro y los actores estaban listos; solo faltaba el autor que diese vida y movimiento al conjunto y tejiese con materiales verídicos o imaginados el relato de las hazañas del poeta, el cual desde que había peleado y escrito no tardó en transformarse en una especie de paladín mitológico, verdadero mito que, como el caballero Artus en la Edad Media o los doce pares del emperador Carlo Magno, no hubo empresa que no acometiese ni acción heroica que no se le atribuyera. Pero por la causa que luego veremos, tuvo también asalariados detractores que, por el contrario, lo despojaban de su prestigiosa aureola y arrastraban su nombre por el lodo; y de éstos fue casualmente el insigne Lope de Vega.

Don Diego de Santistevan Osorio, que se manifestaba decidido admirador del autor de la Araucana y que decía de él:

Don Alonso de Ercilla, cuya pluma

fue siempre igual a los hechos de su espada...

o tardó en apoderarse de una figura no parecía agradable de ver en escena siquiera por las glorias que recordaba, y en la continuación que de aquella obra emprendió, no tardó en hacerlo figurar, expresando que su intento

Es darle aquel honor que ha merecido,

y no quitar a nadie lo que ha ganado,

ues que su propia sangre lo ha costado.

Al lado de la vida que del inmortal don Alonso hemos procurado diseñar, nos ha parecido oportuno dar a conocer, en cuanto de nosotros dependa, los diversos puntos de vista en que autores posteriores le dieron cabida en sus obras.

Se hallaba don García Hurtado de Mendoza en la Imperial, cuenta Santistevan, cuando el yanacona Andresillo vino a avisarlo que a la cabeza de cinco mil hombres venía a ponerle sitio el toquí araucano Caupolicán II. Dispuso con este motivo el gobernador que saliesen al encuentro doscientos españoles a emboscarse en el camino, los cuales lograron su objeto, no sin que antes se trabase reñida batalla, en la cual

Don Alonso de Ercilla bien mostraba

el ánimo y las fuerzas que tenía,

y así entre los demás se señalaba

y cosas altas por mostrarse hacía:

a quién un brazo entero derribaba,

a quién el cuello y la cabeza abría,

y hasta romper la lanza bien templada

o dejó de sacarla colorada.

Y así con más ventura y ligereza,

el fogoso caballo apresurando,

el rostro contra Hircato lo endereza

que por un cabo y otro iba saltando:

de un golpe le derriba la cabeza,

y a Millalauco la espada enderezando

en tierra lo trastorna de una punta,

y con Millolco el bárbaro se junta...

Canto VI

A poco los indios llegan a cumplir los proyectos que Andresillo medio había desbaratado con su aviso, y cercan la Imperial. Dentro estaba don Alonso, quien por una ocurrencia singular del poeta, se supone que desciende a pelear en unión del mismísimo don García:

Don Alonso de Ercilla y don García

alen a defender el baluarte

con ánimo, ventura y osadía,

más valerosos que el sangriento Marte.

Canto XIII

Ercilla en persona consigue al fin, al decir del poeta, que los bárbaros abandonen el sitio, según lo declara la siguiente octava:

. . . . . .vuelto un Marte

los enemigos fieros desbarata,

y arbolando por alto su estandarte,

atropella, destroza, rompe y mata;

y hecho un Santiago en la cruz se parte

adonde de la guerra más trata,

haciendo retirar los enemigos,

que de su grande esfuerzo eran testigos.

Canto XIV

De orden superior fue enviado después a talar la tierra a la cabeza de una lucida escolta de veinte hombres; atravesó el Maulo y siguió hasta dar con un escuadrón de indios puelches, y como viese

. . . . . .que ya aguardaba

la gente banderiza, no pudiendo

detenerse un momento, apresuraba

el fogoso caballo, arremetiendo;

los veinte amigos suyos que llevaba

a su caudillo en una voz siguiendo,

asaltan a los puelches por la sierra,

haciéndose sangrienta aquella guerra.

Vencidos estos enemigos, prosiguió reduciendo algunas poblaciones,

Ya los que estaban más inobedientes

or fuerza y por rigor los sujetaban,

y de rebeldes, fieros, impacientes,

tanto como los otros se allanaban:

i había voluntades diferentes

en aquella ocasión no lo mostraban.

Otra vez en que salía también a correr la tierra, topó con Glaura, la misma india por cuya felicidad Ercilla demostró interesarse, la cual, prosiguiendo la relación de sus aventuras, cuenta que Cariolano había sido muerto hacía poco.

En esta misma correría fue cuando después de una emboscada en que salió victorioso, se encontró Ercilla con la india Guarponda, otra narradora de sus personales aventuras. Dejando a Ercilla en camino del fuerte, a su regreso desaparece de la escena para no volver a presentarse más.

Después que la Araucana vio la luz pública, clamaron los partidarios del que estaba destinado a ser virrey del Perú por el despreciativo silencio guardado en la obra respecto del caudillo que parecía destinado a animarla, y lo cierto del caso fue que el hijo de don García en 1613 «deseando restaurar la memoria del capitán ilustre, lo fió, con elección muy acertada, a la pluma del maldiciente pero elegantísimo doctor Cristóbal Suárez de Figueroa, que compuso el libro de los Hechos de don García Hurtado de Mendoza, cuarto marqués de Cañete, y lo dedicó al gran favorito del rey Felipe III.

«Muerto el piadoso príncipe, sucediéndole su hijo, con destinada afición a las musas del teatro, juzgó don Juan Andrés que en la escena se debía también presentar con toda su grandeza la figura del noble don García; y encomendó la tarea de disponer una comedia en su elogio al poeta Luis de Belmonte Bermúdez, que le había conocido y debido atenciones, siendo virrey del Perú, en el año de 1605. Belmonte para dar mayor importancia y realce a la ofrenda, llamó a la parte del trabajo y de la gloria a algunas personas a quienes estimaba por amigos y muy sutiles ingenios. Reuniéronse nueve colaboradores, sin duda como observa con su habitual penetración el señor Hartzenbusch, para representar las nueve musas; y tomando por guía el libro del doctor maldiciente, trabajaron la comedia intitulada Algunas hazañas de las muchas de don García Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, dedicándola a su hijo y sucesor el gentilhombre de la cámara de Su Majestad. Representose con extraordinario aparato, riqueza de trajes y admirable perspectivas, el año de 1622; y se imprimió lujosamente, aderezándola con dedicatoria y prólogo al lector y con los nombres de los poetas, y expresión de la parte de trabajo que a cada cual había correspondido.

»Fueron éstos: Don Antonio Mira de Améscua; el conde del Basto (don Francisco de Tapia y Leiva, nieto del famoso capitán don Antonio de Leiva, primer príncipe de Asculi, marqués de Astela y conde de Monza); Luis de Belmonte Bermúdez, don Juan Ruiz de Alarcón; Luis Vélez de Guevara; don Fernando de Lodeña; don Jacinto de Herrera; don Diego de Villegas y don Guillén de Castro. Y con referencia a sus ocho compañeros dijo en la dedicatoria el caporal Belmonte que 'los pinceles fueron sutiles, por ser los que en España tienen mejor lugar, a despecho de la envidia'». (Don Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza, por don Luis Fernández Guerra y Orbe, págs. 358 y 359.

Por más que este ilustrado autor asiente que ninguna mención se hace de don Alonso de Ercilla en la comedia citada, es lo cierto que ¡cosa notable! en un diálogo atribuido a don García con la india Gualeva, hace aquel alusión a

El famoso don Alonso

de Arcilla, para que empuñe

la lanza y la pluma tome

con que a Apolo y Marte junte.

(Comedias de Ruiz de Alarcón, pág. 500, Colec. Rivadeneira).

Pero si en esta pieza dramática ha escapado bien el autor de la Araucana en otra de Lope de Vega, titulada, Arauco domado, (Comedias, tomo XX, Madrid, 1629) de la cual da Sismondi un extracto muy bien hecho, [Littérature du midi, t. 2.º, pág. 343], y que mereció desmedidos elogios de don Juan M. Gutiérrez, [Arauco domado, Valparaíso, 1848], escrita como aquella en vista del libro de Suárez de Figueroa, aparece el grande don Alonso [se ha dicho, aunque equivocadamente] nada menos que tocando el tambor. «La acción se supone en 1580 pero la comedia era una especie de elogio del hijo del conquistador. En la dedicatoria asegura Lope que todo es histórico, pero hay mucha arte de pura invención, especialmente en la que honra a los españoles». [Ticknor, Literatura española, tomo II, pág. 347, nota].

Al mismo Lope atribuye Antonio de León Pinelo [Epítome de la Biblioteca oriental y occidental, 1629, en la pág. 85] otra comedia con el título de El Marqués de Cañete en Arauco, que estamos dispuestos a creer sea la misma anterior de que hablamos.

Y ya que estudiamos esta materia, parece oportuno apuntar en este lugar las demás piezas de teatro referentes al asunto, que son, El Gobernador prudente, de Gaspar de Ávila, impresa en el tomo XXI de las Comedias escogidas, 1664, en la que se presenta a don García, llegando a Chile, y distinguiéndose en el ejercicio de su autoridad con repetidos actos de cordura, templanza y clemencia; y Los españoles en Chile [Comedias, t. XXII, 1665] de Francisco González de Bustos, destinada exclusivamente a celebrar las glorias del padre de don García, y que concluye con el suplicio de Caupolicán y la conversión y bautismo de otro cacique muy principal: ambas son tan propias y características de la época como el homenaje que en ellas se tributa a los Mendozas». [Ticknor, tomo III, pág. 146, nota]. Da también noticia de esta comedia el erudito bibliófilo Barrera y Leirado en su Catálogo del teatro antiguo español.

La pieza de González fue publicada por primera vez en unión de la llamada Santa Olalla de Mérida en la Primera parte de Comedias escogidas, 1652, (por más que Ticknor diga en 1665) y fue más tarde reimpresa en Sevilla, en 4.º, quizá en 1720, que por no constar la fecha en la carátula fija en ese año el Catálogo del Brit. Mus., y en Valencia en 1761, 4.º. Conocemos también del mismo autor El mosquetero de Flandes (vol. 36 de Comedias escog., 1652); la Gran Comedia del Águila de la Iglesia San Agustín, Id., vol. 38, 1652, reimpresa en Sevilla en 4.º en 1750; y por fin, El Fénix de la Escriptura, el glorioso San Jerónimo, Id., vol. 40,1652, reimpresa en Valladolid en 1750 y 1760, en 4.º, la segunda de cuyas ediciones está sin compaginar.

De Gaspar de Ávila conocemos su Comedia famosa del Iris de las pendencias, Comd. escog., 1652, vol. 29, reproducida en el tomo XLIII de la Bib. de Aut. esp.; El familiar sin demonio, Comd. escog., vol. 51, 1652; Madrid, 1700, 4.º; la Comedia famosa de la sentencia sin firma, Id. vol. 2; Madrid, 1700, 4.º; La dicha por malos medios, Id. vol. 3; El respeto en el ausencia, Id., vol. 4.º; Madrid, 1650, 4.º; El servir sin lisonja, Id. vol. 16; Madrid, 1650, 4.º; y por fin El valeroso español y primero de su casa, Id. vol. 30; Madrid, 165o, 4.º.

De estas piezas, la de los nuevo ingenios que acaudillara Belmonte se resiente a veces del objeto con que fue compuesta por la enumeración de los méritos y alcurnia del héroe, y de la falta de conocimiento del carácter e índole de los personajes que se hacía intervenir. Así, por ejemplo, no se ha omitido el gracioso, que se supone representa un araucano llamado Coquín. El argumento que se inicia por una fiesta de los indios, termina con la muerte de Caupolicán, ahorrando casi todo el tiempo de la permanencia del caudillo español en Arauco; pero se nota falta de verdad en los detalles y lentitud y desorden en la acción, lo que no es de extrañar atendidas las circunstancias que mediaron en su composición.

De todos modos, los poetas procuraron aprovecharse de los rasgos más prominentes del jefe español y de los hechos más culminantes de los araucanos, haciendo figurar a Tu capel, Colocolo, Rengo, Caupolicán, Gualeva, Quidora, todos aquellos, en suma, cuyos hechos conocían o por la obra de Ercilla, o de Oña, o por la del doctor.

Por último, en esta reseña de las aventuras imaginarias atribuidas a Ercilla, conviene recordar que fray Felipe de Jesús, ha hecho aparecer la figura del poeta en consorcio de «Lima mundana, Santiago apóstol, un inglés, Felipe 2.º y un cacique», en un libro de versos publicado en 1789, tan disparatado como su solo título deja entender: No se conquistan almas con violencia, y un milagro, es conquistarlos. Triunfos de la Religión y prodigios del valor. Los godos encubiertos. Los chinos descubiertos. El oriente en el ocaso y la América en Europa. Poema épico-dramático, soñado en las costas del Darién. Poema cómico dividido en dos partes y cinco actos con unas disputas al fin en prosa.

 

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El título exacto del libro es el siguiente: La Araucana, Cuarta, Y Quinta Parte, en que se prosigue, y acaba, la historia de D. Alonso de Ercilla, hasta la reducción del valle de Arauco, en el Reyno de Chile, &. La primera edición es de 1597, 8.º, Juan Renaut, Salamanca; (Nicolás Antonio, Bibliotheca oriental y occidental, t. 2.º, col. 653.) Algunos ejemplares llevan la fecha de 1598, lo que ha hecho creer a Nicolás Antonio que existían dos ediciones de esta obra sumamente escasa. (Ternaux Compans, Catalogue.) La tercera edición, de que nos servimos, es en folio, impresa en Madrid a continuación de la obra de Ercilla, en 1735. 1733 dice equivocadamente Ticknor (Literatura española, III, pág. 144)

A pesar de haberse publicado el libro de Santistevan con un año de posterioridad al Arauco domado, hemos creído más metódicos seguir aquí con aquel.

 

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De este número fue, sobre todo, don Juan Ignacio Molina, quien acepta la supuesta figura de Caupolicán II, y entre los cronistas últimos, el señor Eyzaguirre. Ticknor parece también como que creyera en la realidad de las aventuras atribuidas a Ercilla en la continuación de la Araucana (Hist., 3.º, p. 144).

 

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Así lo declara al frente de sus Araucana. Curioso parecerá saber que Santistevan se gloriaba especialmente de su patria, a la cual tributaba un culto sincero por ser tierra de doce santos y sepultura de once reyes.

 

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Lug. cit. Además de este crítico, dan pormenores del libro Nicolás Antonio, ibid.; y Rosell [Colección Rivadeneira, tomo 29]. Ambos están conformes en declarar que la Primera y segunda parte de las guerras de Malta y toma de Rodas, fueron impresas en Madrid, Suárez de Castro, 1599, 12. Id., Ternaux, Catalogue.

 

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Por ejemplo cuando dice:

Cupido, Venus, y Belona y Marte

Artusa, Caliopo y Talía

y todas las hermanas por su parte

esfuercen la turbada pluma mía.

 

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Es muy curioso observar la amalgama que Santistevan ha hecho de estas dos palabras, que, como se sabe, la una significa indio principal y la segunda indio de servicio. Nuestro autor que no debía andar muy al cabo de los nombres indígenas, bautizó a su héroe del extraño modo que vemos.

 

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P. 2.ª, XIX, pág. 160.