«La guerra contra los araucanos de Chile, y otras que se siguieron, prestaron más tarde ocasión y asunto para un poema macarrónico intitulado: Compendio historial del descubrimiento, conquista y guerra del Reino de Chile, con otros dos discursos. Uno de avisos prudenciales en las materias de gobierno y guerra. Y otro de lo que católicamente se debe sentir de la astrología judiciaria. Dirigido al Excelentísimo señor Conde de Chinchón, Virrey destos Reinos del Perú, Tierra firme y Chile. Compuesto por el Capitán don Melchor Xufré del Águila, natural de la villa de Madrid. Lima, por Francisco Gómez Pastrana, 1630, 4.º. Precede a la obra una larga parta que el doctor Luis Merlo de la Fuente, capitán general que fue de la guerra de Chile, escribió al autor, dándole cuenta de los sucesos ocurridos durante su gobierno, desde 1606 hasta 1628, quizá lo más importante de todo el libro, por las muchas noticias que da de aquella desastrosa campaña y demás ocurrencias del virreinato270».
—300→Fue don Melchor hijo legítimo de Cristóbal del Águila, caballero del hábito de Santiago, criado de Su Majestad y de su real consejo, y de doña Juana Xufré, ambos de los reinos de España.
Iba el año 1587 por sus fines y acababa la corte de España de nombrar por virrey del Perú a don García Hurtado de Mendoza. Hiciéronse aprestos de todo género para la salida de los expedicionarios que debía llevar el recién provisto virrey; ardían los jóvenes de entusiasmo, y era el rivalizar de todos porque se les contase271 en el número de los que debían darse a la vela para las regiones de las Indias Occidentales.
En una de las compañías que salieron de España en aquel año, organizada para el marqués de Cañete, iba a su propia costa don Melchor Xufré del Águila que por aquellos años era ya gentilhombre de lanza «por cédula de Felipe».
Llegó la expedición a Tierra-Firme. Allí se encontraron con que Chile estaba sumamente trastornado y que las cosas de la guerra de Arauco andaban tan mal que peor no podía ser.
Como suele acontecer después del entusiasmo de la partida, sucedió a las primeras penalidades el desaliento más profundo. Desanimáronse los aventureros, despertaron los soñadores de riquezas fáciles, aburriose sin más que el viaje la chusma, y cuanta gente venía para Chile dio la vuelta a España. Después de esto era en balde ofrecer paga alguna por que fuesen a la tierra en que combatían los araucanos.
Se hallaba en estas circunstancias don Melchor en Panamá, sin licencia para pasar a Chile, cuando apretando probablemente las noticias que llegaban del sur, comenzó un enganche forzoso. «Yo -dice él272-, como celoso del servicio del rey Nuestro Señor y deseoso de —301→ ganar méritos para que Su Majestad me hiciese merced, me ofrecí a venir a servir a este reino a mi costa, como hasta allí había venido, sin recibir ningún sueldo ni socorro, ni ayuda de costa, dejando desierta mi provisión y provecho de ella, que me hubiese valido mucha cantidad de pesos».
Lo cierto del caso fue que obtuvo en Lima del virrey don García la licencia necesaria para hacer el viaje a Chile y volver cuando más le acomodase.
Oigamos expresar a él mismo lo que hacía por entonces en la ciudad de los Reyes y cuales eran sus propósitos ulteriores:
Hallábame yo en Linía en este tiempo | |||
con una lanza sola, que pagada, | |||
los menos años es, y della poco; | |||
y procurando merecer mayor | |||
merced de nuestro Rey, quise a mi costa | |||
a aquella ir, do fue ofrecido; | |||
y sin querer tomar socorro alguno | |||
(aunque se me ofreció el de capitanes | |||
vivos), por no acetar parte de premio | |||
o paga (que hasta hoy un solo peso | |||
ni un maravedí he recibido) | |||
de paga real habiendo en su servicio | |||
gastado más millares de ducados | |||
que tengo, a Chile fui y aventurero273. |
Después agrega que aunque permaneció cuarenta años en Chile no ha de detallar en su libro cuanto vio y ejecutó:
Mas no penséis que he de dicir por esto | |||
nada con más espacio, aunque de vista | |||
de casi cuarenta años soy testigo. |
Arribó, por último, a Chile el 26 de enero de 1590; pero no pudo ir a la guerra hasta el siguiente:
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Como se desprende de sus palabras, don Melchor era hombre generoso, aunque amante del dinero, una especie de grande al cual jamás faltaban convidados a la mesa. Entretanto, de la lanza que el rey le había dado
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Al fin y al cabo, tuvo el desprendido capitán que hacer presente al rey la situación en que se veía, y pedirle que en remuneración de sus servicios se sirviese concederle alguna merced, especialmente de algún gobierno o corregimiento del Perú276. «Después que vine a este reino de Chile, (consta de su Información) he servido en la guerra con mucho lustre, con muy buenas armas y caballos, y sustentando muy costosamente muchos soldados a mi mesa, y hallándome en todas las ocasiones que se han ofrecido y en la entrada del estado de Arauco y su población; y habiendo ayudado a la población de la casa fuerte277 con mis criados y mi —303→ persona... y al presente me estoy aderezando para salir a la prosecución de la dicha guerra con nueva costa y gastos, y en extrema necesidad, porque tanto gasto sin ninguna merced, sueldo ni socorro me han puesto en tanto que si Su Majestad no me socorre habré de caer de mi puesto y quebrar las alas a otros, que siendo yo premiado, las cobrarán para servir a Su Majestad».
En verdad que tenía razón el capitán Xufré del Águila, pues rasgos de su generosidad y patriotismo más de uno apuntan los antiguos cronistas.
Cuenta Jerónimo de Quiroga que en tiempo de Bravo de Saravia, después de un asalto dado a Concepción, quedó la ciudad en mucha estrechez de bastimentos y que un vecino de Santiago el general Xufré del Águila provido reparó estos daños, pues a su costa les mandó por mar una embarcación de provisiones, y por tierra a su hijo con cien hombres pagados, que uno y otro sirvió mucho278. Consta, asimismo, que don Melchor se había hallado en el campo y ejército del gobernador don Alonso de Sotomayor; que asistió con García Ramón a todas las entradas que hizo contra los enemigos, aventurando su vida en servicio de la conquista; que García Óñez de Loyola le nombró capitán de una de las compañías del fuerte de San Ildefonso, y por fin, que asistió con él a la fundación de Santa Cruz de Coya279.
Todo lo que el capitán Xufré había sacado de sus excursiones en el sur de Chile contra los indios sublevados, además de varias heridas, fue el llevar una pierna rota; con esto se retiró del servicio y se fue a Santiago por cabo y capitán de guerra de la ciudad.
«Viéndose pobre y no premiado -dice en una parte de su libro-, empezó a vivir de ordinario en campesina ociosa soledad, dedicándose algunos ratos a trazar sobre el papel la historia de los sucesos que en paz y en guerra había presenciado280».
—304→Es muy de creer que a poco de su llegada a Chile, himeneo lo hubiese enlazado ya, porque por ese entonces, aunque, como sabemos, tenía un título en la milicia, pasaba sus horas consolando la pobreza con los versos y entreteniendo su aislamiento con los afectos del hogar. Ya hemos visto que asociaba a sus hijos en sus buenas empresas, y a poco hablaremos de otro (por no asegurar si fue el mismo) que se encontró años después, quizá por asuntos de su padre, en la corte madrileña. Es un hecho, sin embargo, que don Melchor después de haber enviudado de doña Beatriz Guzmán, nieta de Juan Xufré, se casó en segundas nupcias en Chile con doña María Vega Sarmiento, donosa criolla de Concepción.
Hombre de aquel valer, avecindado en la ciudad, había de merecer fijar la atención y llevarse los sufragios para velar por los intereses del común; y en efecto, para el año de 1612 fue elegido alcalde en el cabildo de Santiago, en unión de don Rodrigo de Araya y Berrio281. Y en verdad que Xufré del Águila merecía esta distinción. Don Melchor había tenido a su cargo la construcción del puente sobre el Maipo, que hasta su época había estado interrumpido por la falta de un sujeto de su «ingenio y confianza»; Alonso Rivera le comisionó para que siguiese las cuentas de los protectores de la ciudad; y andando los años, en 25 de julio de 1627, don Luis de Córdoba le nombró para que visitase la real caja de la Serena, y, últimamente, por nombramiento de Rivera, visitador de las tierras de esta ciudad y sus términos.
Entre las fiestas que celebraba en Santiago la archicofradía del Rosario «se hizo más célebre la de la Resurrección, a cuyos maitines en la noche del sábado santo concurrían los capitulares veinticuatro [...] vestidos de blanco, llevando después en procesión con el Santísimo Sacramento las imágenes del Señor Resucitado y de Nuestra Señora a la iglesia catedral, donde se cantaba la misa con sermón, celebrándola en el altar mayor el prelado de Santo Domingo, y comulgando en ella los cofrades... Hace —305→ elogio de esta procesión Villarroel, (núm. 6, art. 2.º, cuest. 20, Part. 2.ª, Gob. Ecl. Pacif.)».
Ocupaban los destinos de mayordomo y sus auxiliares los principales oficiales de la milicia, el corregidor y miembros del ilustre cabildo de esta ciudad, y posteriormente se estableció en las constituciones que fuese uno de los mayordomos el alcalde de primer voto, o el segundo si éste no era cofrade, eligiéndose regularmente de compañero algún regidor. Después hasta los presidentes fueron mayordomos, dando el ejemplo don Tomás Marín de Poveda, Ibáñez de Peralta, Ustariz, Cano de Aponte, alternándose en otros años varios de los ministros togados de la Real Audiencia. En marzo 26 de 1600, el capitán don Melchor fue elegido mayordomo; en abril 3 de 1605, diputado o auxiliar de mayordomo; en abril 5 de 1618, mayordomo, sucediéndole en este empleo años más tarde don Judas Tadeo de Reyes282.
Por la rotura de su pierna283 no pudo el año en que fue elegido alcalde ir a la frontera, que andaba revuelta como nunca; pero como si el dios de la guerra se hubiese acordado de él aún en el destino pacífico que ocupaba, cuidando de recibimientos, etiquetas y procesiones, «estuvo la ciudad -dice Quiroga-, a pique de ser atacada por los indios, porque no se pudo juntar más de veinte hombres, los cuales dando la vuelta de Maule, hasta donde habían ido, hizo el alcalde barricar la ciudad y ponerla en estado da defensa»284.
En ese mismo año de 1612 comenzó a plantearse en Chile el sistema de guerra defensiva propuesto al rey por el jesuita Luis de Valdivia; pero el encomendero de Santiago a pesar de hallarse a mal traer, pobre y cojo, fue quien en la ciudad levantó más la —306→ voz en contra de las nuevas ideas y por cinco años no cesó de clamar por unos principios tan en oposición con su índole y sus hábitos de soldado.
Quejábase de esto al rey el padre jesuita en su memorial sobre hacer la guerra defensiva a los araucanos, diciendo que «un caballero de Santiago, llamado don Melchor Jofré la contradecía siendo procurador de la ciudad; ya desengañado me escribió una carta que traigo original, cuya letra conocerá bien un hijo suyo llamado don Cristóbal que está en esta corte, y en ella me dice que después que han visto muchos que la guerra defensiva no ha traído daño de consideración y que antes ha dado lugar a poblarse tanto en cortijos la campiña, etc.»285.
Es un hecho que el capitán Xufré del Águila tuvo en el reino y hasta fuera de él opinión «de ser de los que dan demasiada creencia a pronósticos de la astrología»; tanto, que al fin se vio obligado a escribir en defensa propia el tratado que aparecía agregado a su Compendio historial con el título de Discurso de lo que católicamente se debe sentir de la Astrología. Reconoce su autor que «en él se ve muy claro que no es de esta seta envanecida, si bien tiene por cordura muy grande el no desestimar los avisos que a veces por impensados medios nos envía la Divina Providencia».
«Tanto este discurso -continúa Gayangos-, como el de Avisos prudenciales en materias de gobierno y guerra, que se reduce a sentencias tomadas de autores sagrados y profanos, y el primero y más importante, que trata de la guerra con los indios araucanos y purenes, están escritos en forma de diálogo, entre Gustoquio, capitán en Flandes, y Proyecto, alférez chileno, que habiendo acudido a la corte a ciertas pretensiones, se reúnen para platicar de asuntos militares».
«Otra obra parece escribió el autor, intitulada: Tratado de cosas admirables del Perú, que no ha llegado hasta nosotros, y cuya —307→ pérdida no es muy de sentir, vista la calidad y quilates de la que acabamos de examinar»286.
No podríamos sin pecar de muy aventurados emitir un juicio respecto del Compendio historial, atenta la cortísima parte que de él conocemos; pero en verdad que por las muestras que hemos trascrito, su mérito literario debe ser escasísimo. Cuando su autor lo publicó, parece que definitivamente había abandonado a Chile, en cuyo suelo nos dice un cálculo fácil, (si ya no lo supiéramos por sus palabras) permaneció como cuarenta años, pues habiendo llegado, en Enero de 1590, daba a luz en Lima su poema en 1630287.
Las demás circunstancias de su vida tampoco las conocemos.
Tanto Nicolás Antonio, como Álvarez Baena, Pinelo y Rosell288, no han hecho la menor mención del capitán de la guerra de Chile. Parece, sin embargo, que en su tiempo el libro que compuso no careció de cierta boga, si nos atenemos a la mención que hacen de él escritores contemporáneos, entre los cuales, a lo que recordemos, no es quien menos lo aprecia como verídico el religioso autor de la Crónica franciscana en el Perú, fray Diego de Córdoba y Salinas289.
—309→
Núñez de Pineda y Bascuñán.- Fray Juan de Barrenechea y Albis.- La Tucapelina.- El padre López.- El padre Escudero.- Don Lorenzo Múgica.- Décimas contra dos jesuitas.- Sátira contra un sermón.- La gobernadora del «Puerto».- La comedia francesa.- La batalla de las Lomas.
Según hemos visto en la Introducción, después de Xufré del Águila y por cerca de siglo y medio la poesía de largo aliento puede decirse que se extinguió en Chile. Apenas si por incidencia algunos que escribieron en prosa en ese intervalo dedicaron algunas líneas a la versificación, como don Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán en su Cautiverio feliz, y fray Juan de Barrenechea y Albis en su novela de la Restauración de la Imperial.
Núñez de Pineda y Bascuñán ha ocurrido a diversos expedientes más o menos fingidos para dar cabida a sus composiciones poéticas en el cuerpo de su obra principal.
Cuando no hacía mucho a que se hallaba prisionero en Arauco bajo la inmediata sujeción del indio Maulicán, otros caciques llegaron donde éste a solicitar que se les concediese la vida del español, lo que les fue otorgado. Quejábase Núñez de su mala suerte oculto entre un cañaveral, y lágrimas silenciosas rodaban por sus mejillas al ver pasar a su amo. Preguntole luego por qué lloraba, —310→ y al saberlo le dijo que no tuviese aflicción, que si había hecho muestra de aquella condescendencia era únicamente porque sabía bien que ése era el medio de salvarlo. «Estas razones -agrega el autor-, me obligaron a echarme rendido a sus pies, y con el agradecimiento debido decirle con sumisas razones lo que con palabras ni retóricos estilos podía el alma significarle; y así prorrumpí gozoso el siguiente romance, que en su lengua escuchó el sentido de mi intento con agrado:
Muy superior a estos versos fríos y amanerados es la composición descriptiva que vamos a ver. Contemplaba una vez el poeta la magnificencia de las obras del Criador y se sentía tan agradecido a los beneficios con que había permitido le tratasen aquellos salvajes, que «estando entre estos discursos varios, considerando también el estar ausente de mi padre, de mi casa y de los míos, —311→ enternecida el alma y pensativa, ocurrieron al entendimiento los siguientes versos:
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La impresión que deja esta lectura es bastante agradable; hay rasgos de poesía en la parte puramente descriptiva, belleza en las imágenes y profunda verdad en el pensamiento que la termina.
En otra ocasión, su cautiverio lo incita a recordar la felicidad de pasados días y no puede menos de quejarse de la inconstante fortuna:
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Hablara el poeta más a nuestro corazón si en vez de entretenernos con sus glorias, se dirigiese a la fortuna en busca de una felicidad más cierta; si demostrase más inclinación a sentir que a reflexionar. Tal vez por esto sobresale en sus quejas aquella que comienza:
Tan dichoso fui en un tiempo | |||
que me diste lo que quise, etc. |
Casi dictado por el mismo espíritu aparece un soneto en que pinta también lo poco duradero de los bienes terrenales, que cuando menos se piensa desaparecen, y el castigo que halla la propia vanidad en las vueltas que lleva consigo la vida; por lo demás vale muy poco.
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Reconoce las ventajas del llanto que mitiga los dolores concentrados en este romance, cuyos tres primeros cuartetos son bastante naturales y agradables, aunque afeados los restantes por un conceptismo de mal gusto:
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—314→
La musa de Bascuñán con sus tendencias filosófico-morales y sus sentimientos religiosos, no tardó en convertirse en totalmente mística. No carecen de unción los siguientes versos que traducen bastante bien la conformidad del hombre ante loa designios del Ser Supremo y que parecen inspirados por el espíritu que animaba a fray Luis de León.
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Por eso tan pronto como se vio libre su primer pensamiento fue dar gracias a la Virgen que había permitido fuese rescatado de entre infieles, en el siguiente soneto, bastante regular por su forma como por su fondo:
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En las composiciones anteriores merece llamar la atención la naturalidad con que el autor ha pulsado su lira, preocupándose más de lo que tenía que decir que de la manera de hacerlo, logrando, sin embargo, dar a sus pensamientos una forma bastante agradable. Pero no escapó del todo a la influencia de aquellos autores, por desgracia harto comunes en la época, que todo lo sacrificaban a la disposición de sus frases, esforzando la imaginación y el ingenio por producir curiosas combinaciones de letras y palabras, en forma de acrósticos, rimas de pie forzado, etc. Bascuñán tradujo también una vez su devoción a la Virgen en otro soneto que, en contraposición al anterior, no tiene más mérito que el de completar con las iniciales de los versos las palabras Santísima María:
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Sería difícil encontrar unas estrofas que se prestasen más a las censuras de la crítica, sobre todo si se han visto las otras que el autor fabricara en hora más feliz. Si es el primer verso, parece una adivinanza, que desdice del todo de la sublime pintura de Dios dada en dos palabras en los libros santos; en el segundo, insistir en que el «voluble cielo», o más bien expresado, las nubes es la obra del Altísimo que primero ocurre a la imaginación del poeta, nos parece un absurdo; hablarnos después de que el sol no fue criado hasta el día tal o cual, semeja un pensamiento —317→ poco poético. Más adelante, es difícil de explicarse lo que el autor haya querido significar por las palabras «cambiándole el consuelo» que parecen referirse a la tierra respecto del sol, en cuyo caso habría dado a entender el autor todo lo contrario de lo que se propuso; y por último, la comparación que resume todo el soneto, además de ser muy remota, carece de todo gusto.
Bascuñán deseó dar fin a su libro con el soneto que venimos de analizar y con un romance que ha titulado Para un rato, (que por demasiado largo insertamos entre los documentos) «para mayor honra y gloria de la Virgen Santísima Señora nuestra, en día de su pura y limpia Concepción», que dan a conocer muy bien los religiosos sentimientos de que estaba animado. Pero existen de él, además, otras composiciones cortas sobre asuntos muy variados, muy dignas de llamar la atención porque con las del padre Oteiza resumen los ensayos de traducción que en la época colonial se hicieron en Chile. Todas ellas son versiones del latín y pueden dividirse en sagradas y profanas. Ya son descripciones, como ésta de la tempestad tomada de Virgilio:
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O la siguiente imitada de Silio Itálico, sobre el mismo asunto.
La tempestad deshecha | |||
horrible, tenebrosa y desusada | |||
violentos rayos hecha, | |||
y la tórrida zona destemplada | |||
abraza el firmamento, | |||
rasgándose los polos con el viento291. |
—318→
Tiene también otra hermosísima de la noche, que Ovidio pintó, asimismo, en dos versos:
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Imitada del mismo autor trae la siguiente octava real, bosquejando lo que será del mundo, cambiado su curso natural:
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Se ha complacido igualmente, en sembrar su Cautiverio de algunos pensamientos en forma de sentencias, ya amorosos, como éste en que superando al original, presenta a nuestra vista todo un cuadro:
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Ya morales, como cuando inculca «que no la edad larga ni los dilatados años son los que se pueden reputar por vida, sino es la que con salud y fuerza se conserva».
—319→
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Y aún preceptos literarios, como el que ponemos a continuación por haberlo tenido siempre tan presente los poetas de la era colonial:
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Por último, brilla por su concisión el siguiente cuarteto:
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Creemos del caso relacionar aquí un accidente ocurrido a Bascuñán en los últimos días de su cautiverio porque nos va a permitir conocer una muestra de la literatura del pueblo araucano en aquel tiempo.
Era un día de festejo en el patio de la estancia de Quilalebo. Se había formado un círculo de danzantes, en cuya última hilera se veía a los caciques e indios más graves y a algunos mocetones que llevaban de las manos a las ilchas, «por tener ocasión de hablarlas cuando tratan de casarse, que en estos convites suelen hacerlo las que están sin dependencia». Una española y su hija, cogieron al poeta de la mano y lo llevaron hasta el medio del —320→ sitio en que al son de toscos instrumentos se cantaba y bailaba alegremente. Los recién entrados debieron hacer otro tanto, repitiendo las palabras de un romance que el buen Quilalebo, había compuesto a la despedida del cautivo cristiano, a nombre de su hija, por serle su ausencia de gran pesar y sentimiento. Entonaba el coro:
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Palabras que explicadas en idioma castellano, y a su imitación en medida lira, son como sigue:
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«Esto cantaba con sus repeticiones y pausas, al son de sus instrumentos; [...] son versos medidos a imitación y semejanza de nuestras líricas endechas, etc. Unos con semblantes tristes por acercarse mi ausencia, y otros con los licores suaves placenteros, cantaban y bailaban con desmedidas voces, mudando aparatos tonadas diferentes y romances varios; y en medio de su ruido y algazara sacaban las mujeres asadones de carne, de gallinas, longanizas y abundancia de mariscos y pescado fresco, entreverando pastelillos fritos, empanadillas, rosquillas y buñuelos; y estos refrescos fueron ordinarios en el discurso de la noche, con que la pasaron en continua boda, comiendo, bebiendo y cantando»294.
En todas las traducciones que hasta aquí hemos dado a conocer de Bascuñán si se nota que hay facilidad y desenvoltura en la expresión y no poca fidelidad, no puede decirse que tengan la concisión necesaria; más no falta tampoco esta buena cuanto difícil —321→ cualidad en su ensayo de versión al castellano del salmo sexto de David, que dice así;
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—322→
«Hallábame yo en el humilde lecho -dice Bascuñán-, en el sosiego y reposo del día, representando en él una viva imagen de la muerte, que su memoria al acostarme me hizo repetir mis devociones con afecto y acabarlas con el salmo sexto del Rey Profeta; que rumiando sobre él aquella noche, dolorido y lastimado de mis culpas y pecados cometidos contra nuestro Dios y Señor, le traduje por la mañana en nuestro castellano idioma de la suerte que mi corta inteligencia pudo penetrarle»...
El padre mercedario fray Juan de Barrenechea y Albis fue el otro escritor que junto con Núñez de Pineda y Bascuñán hiciera versos sin propósito deliberado y que les diera un sitio en sus
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—323→
obras. En la Restauración de la Imperial se encuentran algunas octavas reales, pero las más notables son las que pone en boca de su heroína al llorar en suerte y desventura, que dicen así:
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Estos versos, como se ve, no encierran más que pensamientos vulgares, vestidos de un ropaje muy sonoro, pero en realidad sin animación ni sentimiento. Fray Juan, pues, apenas si pasaba de ser un rimador.
Uno de los monumentos realmente curiosos, aunque de poca importancia, que nos queda de la antigua literatura colonial es un poema satírico destinado a burlarse de don Ambrosio Benavides, capitán general del reino, y de sus tenientes don Ambrosio O'Higgins y don Domingo Tirapegui con motivo de las fiestas que se celebraron en la frontera en la restauración de la iglesia y misión de Tucapel en 1783, en que los padres de San Francisco estaban muy empeñados en aquel entonces.
Sin duda que supone bastante independencia de espíritu este ensayo de epopeya burlesca por los altos personajes en ella ridiculizados, en un tiempo que tan grande respeto merecían y se hacían tributar todos los que desempeñaban parte de la autoridad; y más todavía de creencias, por cuanto no escaseaban las picantes alusiones a los religiosos ministros del altar. En una sociedad pequeña y profundamente amiga de indagar lo que sucedía en la casa del vecino, como lo era aquella, debió quien se atrevía a reírse de cosas tan veneradas tomar exquisitas precauciones para que no se llegase a saber su verdadero nombre; y he aquí tal vez la razón por la cual el autor se ocultó bajo un pseudónimo, (que es también una sátira -Pancho Millaleubu, de la reducción de Tucapel) que nosotros no hemos podido descifrar aún. Es probable que por un motivo semejante esta pieza literaria no tuviese —325→ otra circulación que la de los amigos íntimos, ni más popularidad que la de las reuniones de confianza entre la gente de buen humor que militaba en Arauco, siempre más o menos maldiciente y descontenta; pero lo cierto es que nadie había dado acerca de la Tucapelina la menor noticia hasta hoy en que la insertamos entre los documentos, merced a la complacencia del señor Barros Arana en cuyo poder hemos visto la copia que usamos.
La disposición del todo y de cada una de las partes de esta curiosísima composición es realmente poco menos que inclasificable, pero siempre difícil de entender. Bien sea que se elija al acaso una estrofa cualquiera, o que se aprecie el conjunto, aparece de lleno una especie de desorden, cuajado de transiciones violentas, de frases de doble sentido, de alusiones poco menos que incomprensibles. La sátira se muestra de este modo tan de lejos, envuelta en tanta sutileza, que le arrebata al lector mucho de su agrado; sin que falte naturalidad en el decir, pues por el contrario, el autor ha escrito fácilmente, al parecer guiado sólo de su genio juguetón.
Previa esta advertencia, diremos que la Tucapelina, que el autor llama poema heroico, consta de diez décadas, con igual número de octavas cada una, amén de una dedicatoria a la ciudad de Chillán puesta al fin como remate de la obra y destinada a ensalzar al pueblo de donde parece era oriundo Pancho Millaleubu.
La invocación con que comienza el poema es de lo más extravagante que darse pueda, mezclándose en ella el «nombre de Dios Trino, principio, medio y fin de cosas buenas», con alusiones a los críticos malévolos, al ingenio de Ercilla y a las inspiraciones de Apolo, a quien se dirige en estos términos:
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E. 3, D. I. |
—326→
Supone el autor que en aquel momento ocurren en Chile grandes novedades: a la guerra atizada de continuo, ha sucedido la más profunda paz; circulan libremente las tropas del rey; el bravo territorio de Tucapel se ve poblarse de patiru y huincas (religiosos y españoles); los antiguos y denodados jefes indios parece que yacieran en profundo olvido en la mente de sus hijos. En el sur, se divisa a Chillán, que por gran auge y primor cuenta un colegio real de misiones:
Deste taller sagrado y seminario | |||
de santos y apostólicos varones, | |||
salen con un furor extraordinario | |||
a convertir los indios en misiones; |
y en el poder a dos Ambrosios, en quienes se verifica
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Sin embargo, algún tiempo atrás,
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El fuego había hecho estragos en las ciudades de los cristianos; los habitantes de la costa yacían arruinados o muertos, y todo por culpa de los indios, o mejor dicho, de los españoles, que apenas si les costeaban misioneros que se encargasen de instruirlos en las verdades de la fe; que los engañaban miserablemente en sus tratos, y que de continuo se veían amagados por los piratas extranjeros siempre dispuestos a obrar en el ánimo de los salvajes. Pero al fin los rebeldes,
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—327→
Llega, por último, el suspirado día en que Tucapel no cabe de contento: el maestre de campo ha reunido a los jefes de la tierra en la plaza de Arauco para hacerles entrega de los padres que han de llevarlos a la fe y hacer su felicidad. El día 4 de noviembre de 1779 se celebran las vistas en una especie de anfiteatro que rodean los caciques más notables; ahí el general español
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E. 4, 5, 6, 7 y 8, D. III. |
—328→
Todo ha cambiado, pues, en aquel palo de antiguo tan belicoso y rebelde; los caciques han dado sus hijos para que sean educados en colegio a costa de la nación; su fe y conversión no pueden ser más vivas y fervientes;
El estado feliz de la misión | |||
es a todos bien público y patente: | |||
de ser obra de Dios su fundación | |||
dan testimonio ilustre y convincente | |||
tres caciques, diez conas bien casados, | |||
cien párvulos y adultos bautizados. |
A porfía se disputan los indios trabajar en la iglesia que levantan los padres a gran prisa y mucho ornato:
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E. 7, D. IV. |
Concluida la obra, se trata de hacer el estreno, y aunque se teme que las indiadas de la costa vengan a dar un malón, en reunión privada determinan tener un cahuin gratulatorio a que asista todo el butalmapu; y a fin de que la fiesta sea más solemne y eficaz resuelven también que al efecto se llame a la primera autoridad del reino.
Disponen una lustrosa embajada compuesta de un famoso triunvirato, que en caballos ligeros como el viento partan a Santiago el día 10 de setiembre de 1780. Llegados a la gran capital, los enviados pasan a besar la mano a su dueño y señor, le dan mil abrazos,
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4, 5, 6, 7, 8 y 9, D. V. |
Promete al fin el maestre de campo asistir a la ceremonia, y que habrá además cahuin y regalos y buena mesa, determinando que sea el 4 de octubre, en honor del «humano serafín».
Tan pronto como los enviados dan cuenta en Arauco de su comisión, vuelan los mensajes convocando a los amigos, disponen hospedajes los caciques, galpones y ramadas, y los patirus van como —330→ piedras por esos ríos, andando día y noche de puntillas porque los adornos y el aseo de la iglesia sean cumplidos.
Llegan el cabo don Domingo Tirapegui, escoltado de algunos indios notables, el comisario de naciones, el intérprete y otros encumbrados personajes, y
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E. 4, D. VII. |
Díjose la misa en la capilla por demás iluminada; se escuchó el sermón con no poca devoción, y hasta hubo uno que otro de los indios circunstantes que se enjugó alguna lágrima furtiva motivada por la elocuencia y razones del predicador. Pero luego llegó el festín y sucedió la alegría;
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E. 9 y 10, D. VIII. |
Al salir el sol en este día memorable se reúnen todos de nuevo para recibir a Tirapegui. Reina gran silencio.
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E. 3, 8, D. IX. |
Después de esto se felicitan todos mutuamente, aplauden al —332→ maestre de campo y se despiden hasta el próximo parlamento, con lo cual concluye el poema.
Después de este prolijo análisis en que el lector habrá tenido ocasión de penetrarse del estilo, tendencias y naturaleza de la composición, apenas insistiremos en dos o tres observaciones.
Se habrá visto que al poeta no le ha sido difícil mostrarse en apariencia serio y, en realidad, reírse en el fondo y darlo a entender con claridad, y lo que es más, que ha podido dentro del tema y hasta de las palabras elegidas como asunto de broma, hacer alarde de ingenio, especialmente hablando del sol, ambrosía, maestría, etc., refiriéndose a Tirapegui y O'Higgins. Sin embargo, a veces por hacerse ingenioso, da en la oscuridad y en un culteranismo que jamás ha sido bueno, como cuando dice en la estrofa segunda de la Década VII:
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con lo que quiere dar a entender que con la salida del sol en el día ocho de octubre llegó a formarse un acróstico, porque cabalmente ambrosía (por O'Higgins) consta de ocho letras.
Creemos que merece más disculpa este sistema cuando se trata de ocultar una sátira verdadera. Así, por ejemplo, en estos versos que están al final de la obra,
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en la palabra tiran, refiriéndose a los pájaros que la mitología fingió símbolos de envidia, se lo dice muy claro a Tirapegui; y cuando agrega «que se lleva también la maestría», hablando aparentemente de la perfección con que se ejecuta una cosa, dirige —333→ sus tiros a O'Higgins, indicando que al fin y al cabo se ha de salir con que lo hagan maestre de campo, o cosa parecida.
Muy distante del acierto ha estado el poeta en sus frecuentes alusiones a la mitología, y particularmente cuando vemos decir a uno de los indios que fueron de embajadores a Santiago:
En vos, señor, tenemos un Proteo | |||
allá en nuestros patirus un Vertuno, etc. |
Por último, la versificación de la Tucapelina, además de no ser armoniosa, es dura, poco flexible y afeada sobre todo por palabras vulgares en exceso, ajenas al estilo poético; pero no puede negarse que el valiente Pancho Millaleubu ha tenido momentos felices en el manejo de su arma y que sin modelos de ningún género ha dejado un trabajo altamente nacional y de gran originalidad.
A continuación de este ensayo de epopeya burlesca nos parece oportuno mencionar las otras composiciones satíricas de aquella época de que conservamos noticia y que, ¡cosa singular! pertenecen en su mayor parte a los miembros de las órdenes monásticas.
«Entre los frailes de que hablamos, el que más fama tuvo fue el padre López, teólogo muy distinguido y uno de los hombres más espirituales de su tiempo. Era fraile dominico y pasaba por un improvisador admirable; vivió mucho tiempo en la provincia de Coquimbo, donde dejó recuerdos de su habilidad y buen humor. El padre López se va haciendo entre nosotros un personaje fabuloso; no hay chiste, no hay estrofa maligna de autor desconocido, a los que no se ponga la firma del espiritual dominicano, y sería un servicio notable hecho a la literatura nacional recopilar lo que nos queda de este Quevedo chileno. Nosotros damos en el Apéndice de este trabajo algunas de las estrofas que hemos podido recoger, y que creemos originales, del ingenioso improvisador.
«Todas las composiciones del padre López son de circunstancias, y casi todas ellas satíricas; el padre escribió muy pocas cosas serias, bien es que él encontraba muy pocas cosas serias en este mundo. Así parece demostrarlo al menos el cuarteto siguiente, —334→ que el padre improvisó en una circunstancia bien dolorosa. El bardo había sido llevado a la cárcel por la violación de yo no sé qué bando de policía, y habiendo ido a visitarle el guardián de su convento, el vate prisionero le dijo:
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«El recibimiento era de los mejor calculados para hacer reír al guardián, y el guardián se rió grandemente de la ocurrencia. El padre López era enemigo de los jesuitas, no sé si por ligereza de carácter o porque se diera cuenta de su mala voluntad. Yo me inclino a creer que el padre no sabía por qué. Sea de esto lo que quiera, él hizo dos estrofas que nos autorizan a creer que no los miraba con buenos ojos. Un día que pagaba por en frente de la iglesia de la Compañía en el momento en que el reloj de la torre daba las dos y tres cuartos de la tarde, el padre improvisó la siguiente quintilla:
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«En otra ocasión, pasando por delante de la imagen de un santo de la Compañía de Jesús, de cuya boca salía la palabra latina satis, el padre dijo:
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«El padre López era muy buscado por todas las gentes de buen humor y estaba siempre en reuniones y jaranas; allí improvisaba sobre la materia que le proponían los asistentes, y en ocasiones con una desesperante oportunidad. Véase lo que le sucedió a una señora a quien él pidió un pie forzado para hacerle una quintilla. La señora, sea por mal humor o porque le disgustara ver a un —335→ fraile en semejantes reuniones, quiso hacerle callar, y por única contestación a su pedido, «aquí tiene usted», le dijo, y le mostró la punta del pie. He aquí la brusca quintilla del irritado dominicano:
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«Según hemos podido informarnos, este padre escribió varios sainetes que se representaron en algunos conventos de monjas, pero que no hemos logrado procurarnos. Durante su permanencia en Coquimbo, conoció allí a un cura llamado Clemente Morán, que andaba siempre muy desaseado; este cura también hacía versos, y con él sostuvo el padre López una correspondencia poética de la que se conservan algunas cartas. En ellas hay estrofas tan acabadas, tan graciosas, tan fáciles, que pueden ponerse al lado de las de muchos notables escritores españoles de aquella época. Aunque nuestros lectores tendrán ocasión de leer algunas de esas décimas en el Apéndice de este trabajo, vamos a copiar aquí una que nos parece digna de recuerdo tanto por la felicidad y donosura del verso, como por lo completo y picante del pensamiento:
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«Esta décima que hemos hecho preceder de la terminación de —336→ otra para que se comprenda el sentido, tiene un gran mérito a nuestros ojos; ella está compuesta con una sorprendente facilidad, los versos son naturales y acabados, el pensamiento feliz y picante y empapado con esa sorna tan propia de nuestras canciones populares que pinta con singular gracia nuestras bellas disposiciones para esta clase de poesía.
»Fuera de la poesía jocosa, que fue el género en que sobresalió el padre López, hizo algunas composiciones serias, entre las que se encuentra una a su hermana, que no hemos podido hallar, pero que era notabilísima, según dicen individuos competentes que la han oído recitar a personas de aquel tiempo.
»No pretendemos hacer un estudio detenido de las producciones del padre López; bastan las estrofas que hemos mencionado y las que se verán entre los Documentos para formar juicio del mérito literario del jocoso dominicano, y para señalarle como el único que en este género de poesía se elevó a una altura que nadie ha alcanzado en las épocas posteriores, si se exceptúa el clásico y castigado autor de la Pajarotada, que lo aventaja en la corrección de la frase, en la fuerza de la expresión, pero no en la facilidad y soltura del verso...
»El padre Escudero fue otro de los religiosos conocidos en la época del coloniaje por la gracia y facilidad con que versificaban. Era también poeta satírico y pertenecía al convento de San Francisco. No le disgustaba al padre Escudero la vida regalada y alegre, tanto que habría podido decirse que no había nacido para el claustro. Sólo hemos podido procurarnos una décima, no de mucho mérito, que escribió en una circunstancia particular, que vamos a referir. Servía nuestro franciscano de capellán en una hacienda y fue despedido de ella por yo no sé qué disgusto ocasionado por la excesiva desenvoltura del franciscano. Salió de las casas de la hacienda, no sin llevar su escopeta, que no desamparaba por ser muy aficionado a la caza; cazando se fue por el camino, y cuando hubo reunido algunas aves las envió al dueño de la hacienda con esta décima:
—337→
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»A pesar de la fama de que gozaba el padre Escudero, si hemos de juzgar por esta décima, no creemos que fuese un buen poeta. En ella no hay más que el equívoco, no de muy buen gusto, que termina la décima, siendo muy digno de notarse que el padre al escribir esos pobres versos al hacendado que le había arrojado de su casa, no tenía ninguna oportunidad, y sí, una sangre fría que está muy cerca de la insolencia.
»Con el padre Escudero termina la serie de religiosos que más se distinguieron en la época que estudiamos, por su inclinación decidida a la poesía. Al lado de estos religiosos es preciso colocar a don Lorenzo Múgica, poeta satírico e improvisador sobresaliente, a quien comparaban con el padre López por la gracia y facilidad con que versificaba...
»Don Lorenzo Múgica fue capitán de artillería durante la dominación española, acompañó después a don José Miguel Carrera a la República Argentina, y sufrió tanto en el paso de la Cordillera que conservó siempre las huellas de aquel viaje desgraciado, viviendo enfermo hasta su muerte.
»Hemos dicho que Múgica era improvisador y vamos a citar algunas de sus improvisaciones. Un día venía de oír misa y llegaba tarde a casa de uno de sus amigos en que tenían costumbre de reunirse varios a jugar malilla. Nuestro poeta es reconvenido por su tardanza, y él se defiende en esta preciosa décima;
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»Esta décima improvisada por Múgica, es oportuna, es fácil, es acabada. En otra ocasión queriendo probar su habilidad, le dieron en una reunión por pie forzado de una décima este verso sin sentido:
Salero sin sal sino. |
»Véase como se desempeñó Múgica:
La mujer que da en querer, | |||
para todos tiene sal, | |||
y es salero universal | |||
el amor de la mujer; | |||
mas si da en aborrecer | |||
aquello que más amó, | |||
no tiene sal, diré yo; | |||
por cuya razón se infiere: | |||
salero es con sal si quiere, | |||
salero sin sal, si no. |
»No era posible salir más brillantemente del paso; pero si es admirable tanto talento improvisador, no lo es menos ese otro talento que poseía en tan alto grado Múgica: la oportunidad. Vamos a dar una muestra de él. Hallándose en Valparaíso, el mar arrojó a la playa una enorme ballena; todos fueron a verla y Múgica también; allí encontró a la mujer del gobernador, que era muy hermosa, y que viendo venir a nuestro poeta, le rogó dijera algo sobre aquel monstruo. Múgica apenas había tenido el tiempo de saludarla, y sin embargo, inspirado por aquella mujer tan hermosa, hizo en su presencia la oportuna y galante décima que sigue:
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—339→
»¿Es posible ser más oportuno, más gracioso, más brillante versificador? Lástima grande es que se conserven tan pocas composiciones de don Lorenzo Múgica, y desidia imperdonable que no se haya recogido lo poco que nos queda de él. Bien hacían los hombres de su tiempo en compararle con el padre López: es la misma escuela, la misma gracia, la misma oportunidad. Entre los Documentos damos algunas otras producciones de Múgica que nos ha sido posible recoger, y que son del género de las que hemos citado297.
»No seríamos justos si al terminar la nómina de poetas que se distinguieron en la época del coloniaje, no recordáramos que también el bello sexo se dedicó a la poesía y que muchas señoras gastaban sus horas de ocio en esta noble y elevada entretención. Entre ellas figuran las hermanas del padre López y las de don Lorenzo Múgica. Nada se conserva de lo que por aquel entonces escribieron; pero se nos ha informado que escribieron e improvisaron composiciones que no se cuidaron de guardar, o que confiaron a la memoria falaz de sus parientes y amigos. Algunas de esas señoras compusieron obras dramáticas que tenían un carácter religioso, y que fueron representadas en los conventos de monjas. Cuando se trata de escribir la historia sobre documentos públicos, o sobre los que nos han legado los actores de ella, el conocimiento de los hechos es cuestión de trabajo; pero cuando es preciso escribirla sobre las relaciones de particulares indiferentes o preocupados, la cosa suele ser cuestión de oportunidad, y todo el trabajo del mundo es incapaz de encontrar lo que nos descubre un incidente casual, una circunstancia inesperada. Tal vez se encuentran en alguna parte obras de las señoras que ya mencionamos, y no hemos sido bastante felices para descubrirlas, a pesar del trabajo que para dar con ellas nos hemos impuesto. Como quiera que sea, siempre resultaría que lo que estas señoras hubieron escrito no cambiaría el carácter dominante de la poesía del —340→ coloniaje, mucho menos si se atiende a que ellas no pudieron menos de seguir e imitar los buenos modelos que en su propia casa tenían298.»
Hubo todavía en este orden curiosas manifestaciones del ingenio satírico de nuestros antepasados, que pintan muy bien los objetos generales que en aquel entonces tendían a despertar la risa del común. En nuestros días, la política presta un ancho campo al ridículo y llueven las caricaturas punzantes, auxiliadas del buril: en aquellos tiempos, los acontecimientos religiosos, que absorbían tanto de la vida ordinaria, la crónica doméstica con sus incidentes matrimoniales, eran de los únicos que se ofrecían a los poetas, de por sí insignificantes e incapaces de elevarse a las regiones que la fábula alcanzara con Lafontaine, o la comedia de carácter con Molière y Moreto. En los últimos tiempos de aquella era, por fin, sátiras sangrientas encendían las rivalidades de chapetones y criollos, que poco a poco y en silencio habían de madurar uno de los más poderosos elementos que impulsara a los chilenos a la independencia. Conocemos algunas de esta clase, pero tan atrevidas y groseras, que la decencia nos obliga a callarlas299.
En estas composiciones poéticas, como casi en la totalidad de las de corto aliento que nos haya legado la colonia, es inútil que procuremos descorrer el anónimo que las envuelve: sus autores creían trabajar para el momento, sin cuidarse por cierto de que con los años hubiese curiosos que procurasen averiguar su firma bien pagados se daban con que los íntimos supiesen de quienes eran los versos que debían aplaudir; y además, el que circulasen confiados a la memoria de los oyentes, poco empeñados en este detalle, era una circunstancia poco a propósito para que en las —341→ recopilaciones que algún clérigo o doctor intentase más tarde, pudiesen darse pormenores sobra el particular.
En las siguientes décimas, hechas al parecer por un religioso contra dos jesuitas que pretendían cambiar de hábito, no escasea la naturalidad de la dicción, ni falta gracia y fuerza en el chiste; pero se ven un tanto afeadas al final por el esfuerzo que el autor ha desplegado por parecer ingenioso:
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En la composición que va en seguida, obra de un fraile Pando, no escasea tampoco la facilidad de elocución; pero los términos bajos de que está sembrada y la frecuencia con que los acentos antirrítmicos golpean el oído, contribuyen mucho para hacerla aparecer menos que mediana. Sin embargo, no puede negarse que el pensamiento que la ha inspirado es bastante original y que el tema está bien desarrollado.
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Lo más curioso es que esta burla dirigida al parecer a una monja (que no debía ser de las menos, avisadas) no quedó sin contestación. Dejó la dama el silencio del claustro y salió a la palestra a combatir las voces tan poco lisonjeras que con motivo de su decantado sermón circulaban de rejas afuera. Califica a su contendor en la dedicatoria de fraile renacuajo, y le dice:
—345→
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Como se ve, la réplica de la señora de toca había dejado muy atrás la invención de la cogulla frailesca; pues además de haberse defendido bien y reídose ella misma de su primera invención del sermón y del tono serio con que se había querido motejarla, no le escaseó a su antagonista los epítetos burlescos que un desquite bien justificado merecía. Todavía el estilo se resiente de dureza, a veces la frase de poca hilación, y la cultura, de los pequeños —348→ pecados cometidos contra ella; pero la revancha estaba tomada y el dardo había herido en lo justo. ¡Pando desde entonces no volvió a reírse!
Parece que el espíritu femenil hubiese despertado en aquel entonces las iras de los que hilvanaban versos, como que se sintiesen molestos de conceder a las mujeres el mérito de una agudeza. Bastó también por aquella época que la señora gobernadora del «Puerto» dijera muy seria que haría mal su compadre don Luis Zañartu casándose en Chile, «por no haber quien lo mereciese respecto de sus caudales y gallardía», para que un poetastro (mejor que muchos de los de hoy) con ínfulas de galante saliese a la defensa de las beldades chilenas sacrificadas por un chiste de aquella advenediza gobernadora, y sin más ni más le dedicase estos versos:
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Algo debió pesarle su ligereza y falta de tacto a aquella encopetada señora, y muy lastimado debió sentirse su orgullo vanidoso cuando al cabo de cuentas le dijeron,
Ser preciso conceder | |||
o su poco merecer | |||
o su ningún distinguir. |
El mismo galán tan oficiosamente ensalzado no se sintió sin —350→ duda en adelante muy bien con la apología que le dedicaran, pues de seguro le costaría a lo menos los malos ojos con que después hubieron de mirarle las estrellas de la hermosura chilena. Y en verdad que las décimas ni carecen de moderación y cierta finura ni dejan de estar insinuantes y bien dichas, haciéndose dignas de pasar por irreprochables, atentos los tiempos y la buena causa que defendían.
Réstanos todavía en materia de poesía satírica hacer mención de dos curiosísimas burlas, fundadas en dos hechos de carácter muy diverso y que anuncian ya la transformación que la sociedad chilena iba experimentando en sus hábitos en el primer decenio del presente siglo: nos referimos a las décimas compuestas acaso por don Manuel Fernández Ortelano300, ridiculizando una representación hecha en Santiago por cómicos franceses, y al Canto encomiástico sobre la llamada batalla de Las Lomas.
Son tan escasos los monumentos poéticos que nos quedan del período colonial y tan dignas de conocerse las décimas a la comedia francesa por los detalles que contienen respecto del aparato de las representaciones teatrales en Chile a principios del siglo y del desempeño de los actores, que se nos excusará el que, por largas que sean y por explotadas que las tengamos, vayan íntegras a continuación.
—351→
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Se nota en esta composición bastante método en la manera de tratar el asunto, descendiendo poco a poco de las generalidades para dar en los detalles referentes al desempeño de los actores, a sus trajes y maneras, etc. Pero, además de que el autor, tenía expedito —359→ el campo para reírse, y reírse sin temor de que nadie le contestase, como porque el asunto admitía de por sí la ocasión de más de un chiste; con todo, no ha conseguido que lo acompañemos en sus bromas y descripciones, a trechos bien groseras. El único resultado de alguna utilidad y agrado que nos haya dejado es casualmente el bien serio de iniciarnos en las particularidades de aquellas representaciones rudimentarias. La versificación empleada, si es verdad que no carece de cierta facilidad, en cambio, las frecuentes licencias de que usa, haciendo terminar el verso muchas veces de un modo que no es natural, pero que es amanerado, deslustran en alto grado la primera buena cualidad. Hay también estrofas malísimas, ripio puro, como aquella que comienza
Estas, pues, femíneas mapas, etc., |
que habría sido conveniente suprimir, junto con las otras que por el respeto debido al público y a sí mismo lo aconsejaban, por más que algunas no carezcan de gracia y donaire, como ser la que contiene la ridícula apología de la pretina usada por las cómicas.
No de tan largo aliento, aunque destinadas a recordar un hecho mucho más significativo y memorable, son las octavas que pondremos a continuación, compuestas con ocasión de la refriega habida en las Lomas el año de 1807. Para que se comprendan con exactitud las alusiones del poeta, trascribiremos en seguida la relación del suceso hecha por un testigo presencial:
«Tan luego como supo el gabinete de Madrid la ocupación de Buenos Aires por una expedición inglesa al mando del general Beresford en 1806, ordenó al capitán general de Chile don Luis Muñoz de Guzmán que pusiera el reino (así se llamaba en esos tiempos) en estado de resistir cualquiera invasión que se intentara por los ingleses. Para cumplir con esta orden, dispuso entre otras cosas que se disciplinasen las milicias de Santiago, comenzando por la instrucción teórico-práctica de los oficiales. Existía entonces el regimiento de Infantería del Rey, compuesto de dos batallones, y un batallón que se llamaba de Pardos, y tomó después que comenzó la guerra el nombre de Infantes de la Patria, y —360→ dos regimientos de caballería, compuestos de la gente de los suburbios y quintas inmediatas a la ciudad.
»La instrucción del regimiento del Rey fue confiada a su sargento mayor don Tomás O'Higgins, excelente oficial que había servido en el regimiento de Hisbonia y hecho la campaña de los Pirineos contra el ejército de la República Francesa. Reunía todos los días en su casa toda clase de oficiales de capitán abajo, y después de las lecciones teóricas sobre el servicio, les hacía ejecutar bajo sus órdenes todas las evoluciones de táctica hasta los fuegos, en los diferentes accidentes que pudieran ofrecerse a una compañía o batallón. Instruidos los oficiales, pasaron éstos a disciplinar las clases de sargentos y cabos, y después la de la tropa, que se reunía diariamente en el Basural (hoy plaza de abastos) desde la madrugada hasta las diez de la mañana, y desde las cuatro de la tarde hasta que se ponía el sol.
»Para enseñar el servicio de campaña, se mandó construir un campamento en las Lomas, poco más de una legua de Santiago, conforme a las reglas de la castramentación y con la capacidad de poder acampar cómodamente una división de mil hombres de todas armas, que estuviese al frente del enemigo.
»En el mes de setiembre de 1806 caminaron para el campamento cuatrocientos infantes del regimiento del Rey; como cien artilleros con sus respectivas piezas, y cuatrocientos soldados de caballería, mitad del regimiento del Príncipe y mitad del de la Princesa, con sus oficiales y planas mayores de los tres regimientos. El general en jefe de esta división era el capitán general, que iba casi todos los días al campamento, y en su ausencia mandaba el campo uno de los coroneles acampados que alternaban entre sí, como generales, de día.
»Después de un mes de servicio activo de campaña, hecho con la puntualidad y vigilancia como si el enemigo estuviese al frente, regresaba esta división a la ciudad para ser reemplazada con otra de igual fuerza y de la misma arma. Quedaban solamente en el campamento las planas mayores, las que no se retiraron hasta que se levantó completamente el campo.
—361→»No puedo omitir un episodio curioso, continúa el autor de estos pormenores, don F. A. Pinto, hablando de este campamento. A fines del primer mes de disciplina, quiso el capitán general que se diese un simulacro de batalla entre las tropas acantonadas y otras que debían venir de la ciudad a desalojarlas. No sé si hubo plan de ataque o de defensa, y más bien creo que no lo hubo porque jamas oí hablar de él. Salió, pues, de la ciudad una columna como de trescientos siete infantes, dos compañas de dragones de la frontera y algunas compañías de caballería al mando, si no estoy equivocado, del sargento mayor de plaza don Juan de Dios Vial.
»Luego que se supo en el campamento que se había puesto en marcha la columna agresora se mandó colocar en el camino una pequeña emboscada como de cuarenta hombres de infantería, detrás de una arboleda, con la orden de hacer fuego cuando pasase a su frente la columna en marcha. Esta que no tenía la menor noticia de tal emboscada, cuando siente el fuego (sin bala) sobre su flanco, se sorprende primeramente, y viendo la poca gente que le había desordenado, la cabeza, carga con todas sus fuerzas sobre la emboscada, la dispersa, maltrata, y quedan algunos heridos y un muerto. Se dijo en el campamento que los soldados de caballería habían sacado sus lazos, y tomando los extremos dos de ellos, hacían ronda a los dispersos y los volcaban de espaldas. El resultado fue que la mayor parte de ellos, muy mal parados, muchos con contusiones, y todos jurando vengarse de los agresores, en circunstancias que las tropas del campamento estaban armándose para recibir la columna, y con estas impresiones se incorporaron en la formación.
»La tropa acantonada se formó en batalla, fuera de las líneas del campamento, y cuando la invasora se formaba también a su frente, mandó el sargento mayor O'Higgins cargar las armas. Era yo ayudante mayor del regimiento del Rey, y me hallaba al lado del sargento mayor, cuando advertí que muchos soldados arrancaban los botones de su chaleco o casaca y los echaban dentro del fusil. Lo avisé inmediatamente al mayor, quién vio también hacerlo a algunos —362→ otros. Concluida la carga, mandó descansar sobre las armas, y fue en persona a dar parte al coronel don Domingo Díaz Muñoz que estaba al lado del capitán general. Se habló de que aunque no alcanzasen los botones a ofender a la tropa opuesta, pero que conocida la intención de la del campamento, era de temerse que algunos se hubiesen proporcionado piedras, o dejasen la baqueta dentro a la segunda carga.
»El capitán general mandó entonces que la tropa acampada volviese a su campamento y la de la ciudad regresase, después de dar un descanso a la tropa sin romper las filas.
»Duró cuatro meses el campamento, en el que alternando aprendieron el servicio de campaña las milicias de Santiago, y en enero del año ocho fue abandonado enteramente.
»Un año entero estuvieron disciplinándose oficiales y tropas, y esta iniciación de nuestra juventud en el arte de la guerra exaltó su fantasía, y comenzaron a oírse conversaciones más o menos atrevidas sobre independencia. Y la opinión pública comenzó a pedir enérgicamente lo que hoy llamamos Diez y ocho de Setiembre»302.
Ahora que conocemos ya los materiales, veamos cómo han sido explotados en el Canto encomiástico en honor de los furibundos lomeños del gran regimiento del Lazo, por la destreza con que lo manejaron en la famosa batalla de las Lomas, el día 20 de setiembre de 1807.
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Fue, pues, el episodio del lazo, aquella historia que los soldados de la emboscada llegaron contando al campamento, en la que el poeta se fijó especialmente para ridiculizar aquel hecho de armas entre serio y grotesco. Todavía supone un diálogo entre dos de los que se encontraron presentes en la función, que da a conocer como ésta se terminó:
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Este es el último ensayo satírico de corta extensión de que tengamos noticia que intentara la poesía antes de la revolución destinada a cambiar los destinos del pueblo que tan tímidamente la abrigara en sus hogares por cerca de tres siglos, y la entonación que hasta aquel entonces acostumbrara. Había, pues, ya abandonado —365→ 303 los insignificantes acontecimientos de aldea o del claustro, y las frívolas conversaciones de las comadres de vecindario, para dirigir sus dardos a los objetos en que todos los hombres que sentían palpitar dentro de su pecho un corazón capaz de aspirar a la libertad, comenzaban a interesarse. La juventud, augusto porvenir de las naciones, anhelaba una esfera más vasta en que ejercitar su savia, que el campamento de las Lomas le hiciera presentir. ¡Ah! ¡es que era yo, la aurora del diez y ocho de setiembre de 1810 que comenzaba a dibujarse por el horizonte con sus rayos indecisos, precursores de un porvenir brillante y feliz!
Ante sus dinteles termina nuestra tarea; pero para completarla debemos antes bosquejar las otras formas que asumiera la musa chilena en el período que venimos recorriendo: la fundada en los hechos o tradiciones, el complemento de la satírica, los elogios a los autores de libros, y los cantares de la inspiración popular.
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