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ArribaAbajoCapítulo XVII

Poesías sueltas



ArribaAbajo- IV -

Elogios de libros y autores


Don Jerónimo Hurtado de Mendoza.- El Cautiverio feliz.- Don Antonio Campusano.- Un ingenio de diez y nuevo años.

La composición de un libro en los días de la colonia importaba de por sí un verdadero acontecimiento, una obra magna digna de despertar la atención de toda la sociedad y los aplausos de quienes o eran los amigos del audaz que se atrevía a realizar empresa semejante, o iban a encontrar en ella solaz, pasatiempo o instrucción. He aquí el motivo de los elogios (escritos casi siempre en verso) que con frecuencia suelen verse al frente de las obras trabajadas en aquellos tiempos. Muchas veces el autor de éstas, o por propia satisfacción, por condescendencia o por rutina, insertaba poesías laudatorias al frente de sus propias páginas, para que sirviesen de recomendación del trabajo y de la persona que lo escribía, y diesen también en ocasiones una ligera idea de la materia de que iba a tratarse, explicación en no pocos casos necesaria por los enmarañados, difusos y extraños títulos que la encubrían.

No fue en Chile en extremo común esta clase de poesías, pero tampoco tan escasa que no podamos exhibir algunas muestras:   —422→   las llevaba el Arauco domado, y no faltan, asimismo, en la Ensalada poética, que venimos de examinar; pero ahora debemos concretarnos a las que se hallan al frente de la obra del jesuita Rosales, en el Cautiverio feliz, y a las que registra la Relación del Obispado de Santiago de Chile de don José Fernández de Campino (1744).

Probablemente algún deudo del mismo hombre que había escrito aquel poema inédito que fue dedicado a doña Mariana de Austria, cuando leyó la Historia general de Chile de Diego de Rosales en que tan minuciosa como exacta cuenta se daba de los hechos de los guerreros españoles en la conquista de Chile, aunque ya viejo, descolgó su lira, sepultada con la edad en el olvido, y entonó en alabanza del jesuita los tercetos siguientes, que revelan gran facilidad en la versificación, una notable seriedad en los pensamientos y un método de exposición que traicionan al autor de obras de más largo aliento.



Al eco grato de tu dulce historia,
a la elocuente voz con que süave
das vida a la virtud y a Chile gloria.

   ¡Oh! ¡gran Rosales! Despertó del grave
sueño en que ya mi Musa he sumergido
el genio en que la edad larga no cabe.

   A descolgar del tronco del olvido
volvió mi gratitud el instrumento
que en la primera edad sonó atrevido

   debida acción: debida al docto aliento
con que del español inmortalizas
lo que obró en este polo su ardimiento.

   Sepultadas en pálidas cenizas
de un ingrato silencio, sus hazañas
estuvieron hasta hoy que las atizas;

   ya de luz militar el orbe bañas
con la noticia de sus hechos cierta,
sin nota de poéticas marañas.

   Siguió Ercila, siguió la senda incierta
del alto monte, y con valiente estilo
de esta noticia nos abrió la puerta;
—423→

   Pero corriendo el fabuloso hilo
que piden los asuntos de un poema,
no halló en sus versos la verdad asilo.

   Otros en literario honroso tema
de este asunto emprendieron, y en su vuelo
uno se despeñó y otro se quema.

   Cada cual de estos es pobre arroyuelo
que en una o otra ocasión corriendo escasos,
apenas lame su licor el suelo.

   Sólo tú, grande océano, en tres pasos
del orbe bañas sus espacios todos,
sorbiendo a todos los distantes casos.

   Aún cuando el mar del sur en sus recodos
ignoró el español, errado diente
que a la gentilidad limpió sus codos,

   en aquel siglo oscuro en que potente
el inca dominó con su braveza,
de Chile la nevada altiva frente;

   tu pluma con histórica destreza
potente nos describe su conquista,
primera luz de la chilena alteza;

   hasta que Almagro prosiguió a su vista
de este descubrimiento lo remoto
en cuanto Copiapó de Arauco dista.

   Valdivia cuerdo y más diestro piloto
pobló con genial fuerte osadía
lo que está en ser y lo que vemos roto.

   En general histórica armonía
nos lo engarza tu grave magisterio,
arrebatando la atención más fría.

   Alto el lenguaje, por el grave imperio
se explaya como río caudaloso
huyendo en culto ambágico misterio.

   Ostenta en lo moral lo sentencioso
en la verdad con rígida censura
lo cierto afirma, excluye lo dudoso.

   Cuantas yerbas y plantas la espesura
de estos montes alienta, los describe;
su calidad, su efecto y su hermosura.
—424→

   Porque a la diligencia que concibe
nada se le escondió de cuanto vario
vegetativo o sensativo vive.

   En las costumbres que al tesón voltario
de una larga misión notó el recelo,
lo más oculto enseña del contrario.

   ¿Qué mucho, pues, qué mucho, si su celo
en seis lustros que acude a su doctrina
estas noticias brujuleó el desvelo?

   Al fin en esta tabla peregrina
hallarías, oh lector, aquella parte
que a tu propio natural se inclina.

   Si guerras quieres ver del crudo Marte,
escrito en sangre de estas dos naciones
sus tragedias verás, leerás su arte.

   Aquí en varias belígeras cuestiones
en que hay casi dos siglos que contienden,
los casos te darán admiraciones.

   El bélico tesón con que defienden
la patria cuatro bárbaros desnudos
contra el rayo español en que se encienden.

   Sólo al bote que arrojan sus membrudos
brazos, de la disforme horrible lanza,
sin fuegos, sin arneses, sin escudos.

   Siete ciudades gimen su mudanza
desmanteladas al coraje fiero
que así se restituye, así se avanza.

   El fin de tanto capitán guerrero
y la defensa con victoria tanta
le niegan a esta guerra el paradero.

   Mas si le tiene, ¡oh! Musa, carta, canta
sólo tu asunto y deja al discursista
la ocasión diga que mordaz levanta.

   Si más quietud en más sagrada lista
basta tu natural, ya te lo ofrece
el Evangelio la feliz conquista.

   La mies fecunda admirarás que crece
en tan fieros y adustos naturales
lo que imposible a la razón parece.
—425→

   ¿Pero qué mucho, si habrían inmortales
armados de constancia y osadía
los que aún el orbe es poco a sus raudales?

   La militar ardiente Compañía
de Jesús, que imitando sus proezas
la caridad de Ignacio les es guía.

   Aquí verás vencer las asperezas
con que el mar de Chiloé quiebra su istmo
en islas, en corrientes, en malezas.

   Naufragar les verás aquel abismo
en la debilidad de embarcaciones
sólo por aumentar el cristianismo.

   ¿Cuántos de gran veneración, varones
al peligroso trato de esta vida
su vida han andado entre estas aflicciones?

   Al fin de aquello y de esto entretejida,
con partes eruditas y cabales,
la general historia te convida.

   Venera con aplausos inmortales
¡Oh lector! La fragrancia que derrama
Rosa que da el rosal de este Rosales.

   Y tú, Chile, que vives ya a la fama
resucitando señor del olvido
por la voz docta que tus hechos clama,

   con respecto al trabajo agradecido
prevee a sus desvelos la corona
del oro que Andacollo da bruñido.

   Pero es vil el metal: pide a la zona
que le ministre de sus luces bellas,
que a tanta erudición y a tal persona
sólo es corona digna la de estrellas.

Era natural que mi libro como el de Núñez de Pineda y Bascuñán que, a más de tratar historia tan curiosa como la de su prisión entre los indios se hallaba atestado de referencias a la Sagrada Escritura y de citas de la erudición a la moda, despertase el entusiasmo de los que se daban de poetas y ocupaban puestos de distinción en la Jerarquía eclesiástica; propio era, por consiguiente, que tales personajes (también de los únicos que pudieran realizarlo) fuesen los que enviasen al autor una palabra de aliento   —426→   y felicitación, envuelta en el pomposo estilo mitológico de tanto valor por esos días. El reverendo padre maestro fray Florián de La Sal, provincial de la Orden de la Merced en Santiago, dirigió a Bascuñán en alabanza suya y de su libro, las siguientes estrofas que el padre califica de Soneto y que, sin ser despreciables, no ostentan otro mérito qué el de una vulgar medianía:



Ninguno como vos, Marte elocuente,
unir supo tan bien las facultades,
con la pluma mostrando suavidades,
con la espada mezclando lo prudente.

   En vos de Chile, capitán valiente,
estas solo se han visto calidades:
con la pluma escribir divinidades,
con la lanza matar bárbara gente.

   Con estas armas de Minerva y Palas,
solo vos, Bascuñán, habéis podido
defender nuestra patria con alientos:

   y más si lo ligero de sus alas
llegaren por su dicha al regio nido:
que entonces lucirán los documentos

   en vos de Chile, capitán valiente.


Laus Deo.                


Otro religioso de la misma Orden, tal vez por seguir el ejemplo del provincial, después de haber leído el libro, cobrole afecto al autor, según así lo declara, y le dedicó las siguientes décimas, que demuestran menos soltura en el manejo de la pluma y menos brío en el pensamiento que en la composición del reverendo La Sal:



Vibrar la lanza en la guerra
con denodado valor,
dando al bárbaro temor,
alborotada la tierra:
es acción que en vos se encierra
con opinión aprobada,
adquirida y heredada
de vuestros progenitores,
que fueron conquistadores
de esta nación obstinada.

   No es esto lo que me admira,
sino es que esté reluciendo,
entre el militar estruendo,
la pluma, que letras gira,
—427→
con imitación de lira
en la Sagrada Escritura,
y en decir la verdad pura;
que solo el gran capitán
don Francisco Bascuñán
puede escribir con lisura.


Cuando Fernández de Campino sacaba en limpio su trabajo para remitirlo a la corte española, una de las notabilidades de Santiago, personaje encumbrado y de copete, nada menos que todo un rector del Colegio Real de Beca Azul, don Antonio Campusano, paisano y amigo del autor, se propuso celebrarle en este romance:



Grande honor de las montañas
noble, discreto Campino,
por cuya, pluma desata
sus siete bocas el Nilo;
pues las campañas corriendo
con el vuelo de giros,
haces que retrate Chile
la fecundidad de Egipto,
y que en sus inundaciones
juntos corran pluma y río,
arrebatado al profundo,
volando ella en lo florido;
pues en cada rasgo forma
un rayo del sol tan limpio
que a su dorada madeja
le vi cortando hilo a hilo;
pues la tinta de tu pluma,
sin hipérboles fingidos,
bañada de luz parece;
corre el globo cristalino,
al primer rasgo diseña
la falda del alto Olimpo,
porque es elevada cumbre
de tu elocuencia el principio:
Fénix; pues, único en todo,
solo para ti se dijo
lo de rara avis in terris,
pues en ninguno se ha visto.
No tendrá la envidia que
morder nada en el estilo,
pues al perderos de vista
errará todos los giros
para informarme que pedía
de los monarcas el quinto,
que puede ser el primero
sobre todos los Filipos,
sus ciudades y sus plazas,
sus fuentes y sus castillos,
—428→
con el cañón de tu pluma
darán fuego al enemigo;
la cordillera en tu boca,
paréntesis es altivo
de dos mundos, y su punta
le sirve al sol de obelisco.
Atalaya que descubre
con un continuo registro,
del sol el primer aliento
y el último parasismo,
sin que de la narración
te impida el rumbo, pues fijo
sigues el norte seguro.

   Del asunto que has cogido
son en ti las digresiones
en los lances más precisos
divertimento del alma
y alegría a los sentidos.
Bien es, que desde el nuevo mundo
des por noticia al antiguo,
di, la altura de los montes,
profundidades de los ríos,
de los fuertes el valor,
de los ingenio lo vivo,
que faltan algunos curas
por sobrar muchos obispos;
con que a Chile de las sombras
más oscuras del olvido
sacar a luz, porque Fénix
renazca así de sí mismo.

   Las gracias ceden a Manso
de la elección, que en voz hizo;
pero mal oigo que no es:
es elección lo preciso,
y no se llama lisonja
porque entre los elegidos
aun fuerais único vos,
porque sois hombre de un siglo,
pues tienes de oficial real
tan dignamente el oficio:
ya se ve que en esa tu pluma,
propia para reales libros,
ella se remonta tanto,
que el más elevado risco,
siendo precipicio a todos,
para ella ni aún es peligro.
Mejor Factonte corres
los globos de zafiro,
sin que al golpe de los rayos
rendido hayas los estribos.
Tanto desempeño, solo
pudo fiarse a tu pico,
pues como de águila sabia
—429→
revolar sobre el Olimpo;
porque entre ti están las noticias,
pues de todas sois archivo.
Y perdonad: que no es fácil
a vuestros vuelos seguirlos,
que si me arrepiento es
de lo poco que os he dicho.


Era imposible decir nada más pomposo; ni nada más absurdo también, convengamos en ello. Esas metáforas tan exageradas y de tan mal gusto, esas hipérboles, vanas, esa especie de pretendida hilación que se desea establecer en las comparaciones desde el principio hasta el último, ese lenguaje ligado continuamente por el «pues» y sembrado de términos mal sonantes, hacen poquísimo honor al talento y criterio del jefe del real Colegio Azul y lo colocan en lugar inferior al de un ingenio de diez y nueve años que dedicó, asimismo, a Campino el siguiente romance:


Si el arroyo en las montañas,
su natal tiene, ¡oh! Campino,
hoy en raudales desata
tu montañez pluma el Nilo,
sierpe de plata corriendo
este reino en dulces giros;
siempre más creciendo en Chile
que el cocodrilo en Egipto.
De noticia inundaciones
al discurso nuestro río,
de elocuencia tan profunda
nos da en estilo florido.
Unes tan bien con tu forma
la materia, y es tan limpio
tu decir, que a su madeja
no se enreda el menor hilo.
Águila, tu airosa pluma
retratar los no fingidos
mortales rayos parece
como espejo cristalino.
Tú sutil aire desdeña
la atmósfera del Olimpo,
y su alta delgada cumbre
de ti puede traer principio.
De la relación el todo
tu pluma fue; y así dijo
bien aquel que nunca in terris
igual se verá o ha visto
aquella elegancia que
nacer parece en tu estilo.
—430→
¡Ay! muere; porque a su vista
caen de la envidia los tiros.
Tu bello rasgo pedía
ser sin segundo ni quinto,
de Alejandro el primero
sin igual en los Filipos
del pensamiento, a las plazas
del discurso; a los castillos
lo valiente de tu pluma
será el mayor enemigo;
lo más humilde en tu boca,
por su corte tan altivo.
Es más que elevada punta;
mas que soberbio obelisco
vuestra erudición descubre,
con bien perspicaz registro,
de los montes el aliento,
de tierras el parasismo.
El ser de tu narración
es por su acierto tan fijo;
por su verdad tan seguro,
que en ninguna te he cogido.
La faz de tus digresiones
me obliga en casos precisos
a decir que tiene alma
en cualesquiera sentidos,
vital aliento del mundo,
de comprensión mar antiguo.
Te elevas más que los montes,
y corres más que los ríos.
De nuestra tinta el valor,
de nuestros rasgos lo vivo,
puede igualar a las nuestras
de Ambrosio, Agustino, obispos.
Por ti de tiranas sombras
el Chile, puesto en olvido
saldrá a luz como fénix,
con buen olor de sí mismo,
siempre juzgué que eras manso;
más hoy muy bravo te hizo
tu alto ingenio; pero no
es culpable lo preciso.
Y así clamo sin lisonja
que pocos los escogidos
son; si han de ser como vos
raro, aún en el de otro siglo.
Tu vuelo de águila real
loar deseo por oficio;
mas ¡ay! que es pobre mi pluma
para estamparte en los libros.
Deje, pues, empeño tanto
de penetrar ese risco
de demarciones todas
tan altas, que ya peligro,
en la línea que tú corres:
al que en cunas de zafiros
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nació monarca de rayos
haces perder los estribos.
Y si tanto pudo solo
la primera vez tu pico
no queda duda que había
poder, aún sobre el Olimpo.
Venid, pues, honra de Chile,
noble galán y lucido,
biblioteca de noticias
y de erudición archivo:
y basta porque si es fácil
a bajos vuelos seguirlos,
no al tuyo, que tan algo es,
según lo que queda dicho.


Esto no es poético indudablemente; pero no se resienta de aires tan afectados, ni le falta facilidad en la dicción; tanto más si se toma en cuenta que en cada cuatro versos se han empleado las palabras finales de la composición interior, o sus pies forzados. Así, pues, los principales defectos que afean el romance tienen su origen en la imitación que su autor se propuso; lo que no obsta, sin embargo, a que se le califique de inservible.





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ArribaAbajoCapítulo XVIII

Poesías sueltas



ArribaAbajo- V -

Fúnebres.- Amorosas.- Morales.- Varias.


Parece a primera vista que por ser tan comunes en todas las edades y países las composiciones poéticas de corto aliento, no debieran tampoco escasear en Chile. Pobre, por consiguiente, ha de mirarse el caudal de las que presentaremos en seguida; pero es necesario que se tenga presente que, si bien es perfectamente posible que en realidad fuesen muchas las que se elaboraron, por la falta de imprenta, y especialmente de publicaciones periódicas, destinadas a registrar esta clase de trabajos, quizá en su mayor parte no han podido trasmitirse a los que han venido después. Aún estamos persuadidos que han de quedar todavía muchas que hayan escapado a nuestras investigaciones y que sólo el tiempo y los buenos propósitos han de restituir más tarde a las letras.

Después de haber gobernado a Chile don Manuel de Amat por espacio de seis años fue promovido al virreinato del Perú. Los chilenos como que hubiesen sentido altamente esta separación, si hemos de creer al menos al ignorado autor de un romance publicado en Lima, sin fecha de impresión314, 8.º, con el título de Llantos del Reino de Chile, etc., que dice así:

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Ya el pabellón de la noche
mas que Noruega me ha vuelto,
que como se fue mi sol,
todo es sombras mi hemisferio.
Fuese don Manuel de Amat,
en cuyo recto gobierno
mis villas y mis fronteras,
mis ciudades y mis pueblos
perdiendo las posesiones
de sus útiles proyectos
de las creces que deseaban
ya la esperanza perdieron:
en Manuel perdí a quien siempre
elegir sabía lo bueno,
como reprobar lo malo,
en que estaba muy concierto.
Y de Amat no sé qué diga,
que como pasó a otro término,
como ya no está presente
parece que es de pretérito.
Pero no, no dije bien,
presente lo considero,
que está lejos de no amar
un Amat aunque esté lejos.
Mas, aunque su amor no pierda,
como ya en mí no lo veo,
fuera de mí salgo ya
porque no lo miro adentro.
Ojos que habéis visto tanto,
¿cuándo veréis, o en qué tiempo
gobernador tan cabal
y en todo sin más ni menos?
¿Cuándo todas las fronteras
con sus crecidos aumentos,
así en fortificaciones
como en marciales pertrechos?
¿Cuándo en villas y ciudades
veréis tan igual modelo,
que además de lo político
ha pasado a ser discreto?
¿Qué de Polibio parece
las acciones aprendieron,
o que se las regulaba
otro Nerva o Marco Aurelio?
¿Cuándo de los malhechores
y de haraganes malévolos
me veréis, ojos, tan libre
y a ellos los veréis tan presos?
¿Cuándo el mérito premiado,
sin otros medios que el mérito,
y castigado el delito
sin tener otro remedio?
¿Cuándo en la mi capital
en ocho días no enteros
veréis, sin valer padrino,
a nueve en tres palos puestos?
—435→
¿Cuándo palacio tan franco
para grandes y pequeños,
y que siendo para todos
nadie para palaciego?
¿Cuándo todos los despachos
con asesores diversos,
porque no saliesen a una
los que eran varios decretos?
Y sin duda que a Claudiano
siguió en semejante acierto,
que así debe ser
todo superior perfecto.
No sé yo, ojos míos, cuando
lo menos miraréis de esto,
fuera de lo que habéis visto,
pues lo que he dicho es lo menos.
¿Cuándo todo esto veréis
vos, ojos míos, chilenos?
¡Pues dejas ya de ser ojos
si todo no habéis de verlo!
Pero mis ojos ya os doy
que lo veáis todo en efecto,
nada de nuevo veréis,
pues ya lo visteis primero,
que en otros es nada aquel todo
que en Amat visteis completo.
Mas ya de vista se pierde,
no lo extrañéis, ojos tiernos,
porque se pierde de vista
el bien que no se está viendo.
Que aunque es para visto siempre
un superior que es tan bueno,
como es cosa nunca vista
los ojos han de perderlo.
Pues llorad, ojos, llorad,
ayudadme a hacer el duelo
que aunque pierdo ganaré:
sepan cierto lo que pierdo.
Y vos, ¡oh! Perú famoso,
vos, Rimac, capite excelso,
en nombre del Perú todo
enjugad mi llanto eterno;
con alegraros feliz
recibiendo con festejos
al objeto de mi llanto
por de tus gozos objeto:
mírate en él y remírate,
atentamente advirtiendo
que entra a tu reino a gozar
lo que no pudo este Reino
por estorbarlo acá el fisco
que en vos no es impedimento.
Goza de nuestro Fiscal
el más moderno consejo,
que en él lleva vinculado,
como en toda letra experto,
—436→
los aciertos conocidos
por los mejores aciertos.
La experiencia lo ha obligado,
que tiene de sus talentos,
viendo que en varios asuntos
tan recto lo ha estado viendo,
que le consta su dictamen
ser el dictamen más recto,
el más fundado, el más útil,
el más suave en lo más recio,
el más desinteresado,
por lo que, el más justiciero.
Todo es patente; y en suma
cuanto pueda un consejero
tener para un gran monarca
tanto tiene, así lo creo.
Dije poco: pues lo sé,
y esto que es decir saberlo,
como es decir verdad clara,
mas manifiesta el concepto.



Admitimos sin mayor esfuerzo la personificación de un pueblo, de una ciudad, de una pasión, etc., cuando en los cantos líricos o en las grandiosas concepciones de una epopeya, la magnitud de los acontecimientos, y sobre todo la agitación del alma del poeta se trasmite hasta nosotros en un lenguaje elevado y grandioso; pero es de malísimo efecto cuando como en el trozo anterior se inicia sin antecedentes y sirviendo solo de pretexto al autor para hacer entrar en su relato la enumeración de los méritos del personaje elogiado.

Si el fondo de la composición es defectuoso, la realización del plan no le va en zaga. ¿Qué decir de las miserables sutilezas en que se entretiene a propósito de si los ojos vieron o no vieron, o del doble significado, que puede envolver el apellido del protagonista, hablándonos de pretérito y futuro, como si estuviéramos en alguna clase de gramática? ¿Qué del empleo de términos que serían prosaicos hasta en el habla común, como cuando al referirse a la horca, dice palo, y otros semejantes?...

Entre estas poesías sentimentales ninguna que merezca más la atención que la Despedida de la Compañía de Jesús al Reino y ciudad de Santiago de Chile, que a la letra es como sigue:

  —437→  


Adiós, amado Reino,
república querida;
adiós, que ya se parte
la querida y amada Compañía.

   En brazos de la pena,
del dolor conducida
a un mísero destierro
anegada en mil llantos se encamina.

   ¡Ay! ¡Dios y qué congojas
al corazón lastiman
en el preciso lance
de tan triste y violenta despedida!

   Separación sensible,
tristísima partida,
pues destruye en un punto
una unión que por siglos se medía.

   Llegose finalmente
mas, labio, no lo digas;
pero en vano es callarlo
si el llanto, aunque no quiera, lo publica.

   Llegose ya, lo digo,
llegose ya aquel día,
en que naufragó el gusto
sin esperar jamás tomar orilla.

   Me arranca ya mi suerte
¡oh! clausula homicida,
me arranca de tu suelo
y a extranjeros países me destina.

   ¡Oh! ¡cuántas al presente
especies se me excitan,
que a mi infausta memoria
en confuso tropel la martirizan!

   Tus gremios y tus clases,
tu juventud florida
son un objeto triste
del inmenso dolor que me fatiga.
—438→

   ¡Oh! Príncipe sagrado,
honor de nuestra mitra,
a quien, si hubiera visto
la antigüedad, viera con envidia.

   Ilustre presidente
cabeza la más digna,
de quien al Reino todo
influencias felices se derivan.

   Senado regio, augusto,
en quien reinar se mira,
sin ceño temeroso,
con piadoso semblante a la justicia.

   ¡Oh! Sagrado congreso,
taller de la doctrina,
cuyas brillantes luces
son ardores fogosos que le animan.

   Sagrado sacerdocio,
ilustre clerecía,
cuyo arreglado porte
sus audacias al vicio le limita:

   estado religioso,
de virtud oficina,
cuyos hijos, al mundo
con sus grandes ejemplos santifican.

   ¡Oh! Vírgenes sagradas
cuyo candor de vida
en la tierra os granjea
el blasón de celeste jerarquía.

   Cabildo sabio y noble,
cuya eficacia activa,
reprimiendo el desorden,
sustituye el buen orden y armonía.

   Nobleza generosa,
en quien la sangre limpia,
es el menos motivo
para hacer llamarte distinguida.

   Amada, humilde plebe,
porción la más sencilla,
del pueblo a quien por eso
con más tierno desvelo yo servía.

   Republicanos todos
y padres de familia,
de quienes la prudencia
en el orden doméstico se admira.
—439→

   Matronas respetables,
de quienes nuestros hijos
honestidad aprenden,
previniendo el desvelo a su malicia.

   Juventud estudiosa,
a quien yo conducía
a la sólida gloria
que la virtud y ciencia se concilian.

   ¡Oh! Niñez inocente
de mi amor las delicias,
en quien logré abundantes
de las buenas costumbres las primicias.

   República estimada,
cuyo blasón hoy día
es el ser fino amante
de tu fina y amante Compañía.

   Tendré presente siempre
que todos a porfía
me amasteis con exceso
igualmente exaltada que abatida.

   Jamás podré olvidarme
que en lágrimas sentidas
llorasteis mis desgracias
como propias, no más que por ser mías.

   Grabada en mi memoria
llevaré siempre fresca
vuestra llorosa imagen
que retrató mi triste fantasía.

   Formela aquella noche
en que se dio a mi vida
el golpe más terrible
que ha escuchado esta vasta monarquía.

   Aquella en que sus guardas
la llave y la malicia
echaron a mis puertas,
y yo mi libertad lloré perdida.

   En ella tristemente
contemplé sumergidas
a toda vuestras clases
en profunda y mortal melancolía.

   Y las calles y plazas
con fúnebre armonía
de vuestro amargo llanto
los lamentables ecos repetían.
—440→

   Se vio poblado el viento
de voces expresivas,
que en ayes y suspiros
desahogaban el pecho en que nacían.

   Borrarse es imposible
de la memoria mía
que al eco de este golpe
la palidez cubrió vuestras mejillas.

   Terrible fue el impulso
de quien le dirigía,
terrible fue sin duda
pues abrió en nuestros pechos tanta herida.

   Al ver llorar mi pena
tanta alma compasiva,
confesaré gustosa
que con exceso soy favorecida.

   Corresponder no puedo
como mi amor me dicta
no obstante que profeso
el ser por mi instituto agradecida.

   Mas, por recuerdo os dejo
en cada casa mía
un triste y lamentable
monumento o padrón de mi desdicha.

   En todos mis umbrales
colocaréis encima
un fúnebre epitafio
que mi vida y mi muerte así describa:




Epitafio


   Aquí vivió otro tiempo
aquella Compañía
cuya vida es misterio,
cuya muerte es al mundo como enigma.

¡Murió pero no yace
dentro de esta urna fría;
desterrada del mundo,
aún lugar negó el mundo a sus cenizas!

   ¡Logró una feliz muerte
por premio de su vida,
ufana de que en ambas
probó ser de Jesús fiel Compañía!



  —441→  

Todos saben en Chile que en la noche del 25 de agosto de 1767 cumpliose en Santiago la orden del rey Carlos III que disponía la expulsión de sus dominios de todos los individuos que formaban la Compañía de Jesús.

Tal vez en ninguna parte más que entre nosotros asumía el hecho proporciones tan colosales por la influencia y riquezas que la orden de San Ignacio había llegado a adquirir; era aquel un trastorno que afectaba a todas las clases sociales, desde el encumbrado magnate hasta el humilde plebeyo, al abogado como hijo de los campos.

Estos sucesos son, pues, los que la composición que acaba de leerse está destinada a recordar. Supónese en ella, como en los Llantos del Reino de Chile la personificación de un ser colectivo, en nuestro caso la Compañía de Jesús, que en tono humilde y sentido, despidiéndose de los chilenos en términos lisonjeros, les cuenta lo acontecido, les habla de sus recuerdos en el pasado y se queja de las desgracias que le reserva un porvenir incierto ante golpe tan inesperado.

El metro elegido se presta bien al tono general de los sentimientos que se ha querido expresar, bastante tranquilos, sin las amarguras del desterrado y casi como el arrepentimiento de un pecador sumiso. A limarse un poco más, no puede negarse que tenía condiciones para haber lucido. Los adioses siempre tienen algo de conmovedor. Pero, a pesar de todo, el pueblo recibió bien la composición y conservó en la memoria esos acentos que le fueran dirigidos al partir tal vez por uno de los expulsos, más probablemente por algún aficionado que creyó interpretar los sentimientos con que se iban.

Es cosa singular que de las dos composiciones amorosas de que tengamos noticia, nacidas en la colonia, las dos lamenten una ausencia y una de ellas sea obra de un padre jesuita chileno. Esta dice así:



Por la ausencia de su amante
se puso hábito la noche,
con triste manto de sombras,
y ropa do confusiones.
—442→

   Cual entretela de plata
que a ventanillas de golpes
se asoma en cambiantes visos,
brilla en diamantinos broches.

   De su ausente el sol admite
estos nítidos fulgores,
mas por lucientes memorias
que porque de ellos se adorne.

   Al paso de sus tristezas
con soledades mayores
un amante, que de humilde
deja en silencio su nombre.

   Con discurso de suspiros,
del alma tácitas voces,
si algún lugar deja el llanto
se ocupan estas razones.

   ¡Oh! Tú, fuente de tinieblas,
que por breve espacio corres,
hasta que tu hija el alba,
viendo al sol, de placer llore.

   Atiende en mis soledades
mis tristes emulaciones,
pues ve de sombras el alma
confusos los horizontes.

   Si en las luces que te adornan,
prendas del sol reconoces,
si en fe de volver te empeña
la luna, estrellas y norte.

   Si ausente te da esperanzas
de que veas sus candores,
si muerto te resucita
para gozarlo más joven.

   ¿Qué te entristece suspensa?
¡Déjame a mí que me asombre
en un siglo de una ausencia,
eternidad de aflicciones!

   ¡Si en los que ausentes sentimos
se admiten computaciones,
tú por un sol te entristeces,
yo suspiro por dos soles!



Si el lenguaje no es muy propio, de cierto que la idea es bellísima. Compara el poeta su amor a la distancia con los tormentos   —443→   de la noche que llora la ausencia del sol que la deja en tinieblas pero que pronto ha de volver; ¡y si la noche tiene razón al quejarse de la corta separación del astro, cuánta no le asiste a él para suspirar por los ojos que lo alumbran, esos dos soles de su alma!

Trata también de amor la siguiente redondilla, especie de égloga trabajada con bastante naturalidad y muy verdadera, y sin afectación cuando expresa los sentimientos que se atribuyen a los pastores. Tiene, además, la triste ventaja de haber sido escrita en vista de este pie forzado:



El pastor sentía que
se ausentase, y también no;
dejó de llorar, pues vio
a su pastora sin fe.

   ¿Qué tienes, Fileno amado?
(Le decía una pastora
a su dueño.) ¿Por qué llora
tu corazón angustiado?
¿Qué tienes atribulado?
Dime: ¿cuál la causa fue
de tu mal, que no la sé?
Fileno más se oprimía,
y sin decir qué sentía
el pastor sentía que.

   Ella ausentarse quería
al ver que no contestaba,
y él, aunque celoso estaba,
su ausencia no resolvía.
¿Qué haré? En su interior decía:
¿que se ausente?... ¿Pero yo
sin lo que mi pecho amó
viviré? Y en la más fiera
contradicción, él quisiera
se ausentase, y también no.

   En mucho tiempo Fileno
no había visto a Lisidora
y por esta causa llora
de tristes angustias lleno;
pero tranquilo y sereno
al oírla y verla quedó,
satisfacciones oyó;
y como en su padecer
su llanto era por no ver,
dejó de llorar pues vio.
—444→

   Entonces lo que sentía
Fileno explicó: la ausencia
y celos son la dolencia
que a su espíritu oprimía.
Mas, la dama que sabía
que falsa la causa fue,
de su llanto no hay por qué,
dijo, y le hizo confesar
que no debía sospechar
a su pastora sin fe.



Las poesías morales que conozcamos están reducidas a una Descripción de la vida del hombre, escrita en octavas, y a un Soneto y otras estrofas sobre el mismo tema.



Corre el Nilo soberbio y presuroso,
sin reparo en el mismo precipicio;
sigue en los campos con igual bullicio
hasta que llega al mar tan orgulloso.
Para el curso, sintiendo que ambicioso
perdió con su inquietud dulzura y juicio:
pues esto mismo el hombre triste advierte
cuando entra al mar amargo de la muerte.

   El hombre sabe desde que a luz nace
que su vida es un tránsito a la muerte;
mas, con engaños la razón ferviente
y con caducos bienes se complace.
Es error grande cuanto dice y hace
pues que el fin se aparta de se aparta;
pero ¡ay! que sin recuerdo de lo eterno
cae cuando menos piensa en el Averno.

   El hombre nace aborto del error,
como hijo del engaño y vanidad;
su soberbia la tiene por honor
y juzga vilipendio la humildad;
es su aplauso común el torpe amor,
el fausto, la ambición y autoridad,
y entre crueles, mortíferas prisiones
cautiva es la razón de las pasiones.

   Es el hombre en el mundo peregrino,
pero, perdido por su gusto, errante,
y entre falsos deleites vacilante,
se aparta de su término y destino.
En fin conoce como erró el camino
anegado en un piélago inconstante,
cual náufrago infeliz que combatido
en las ondas perece sumergido.

   Aunque el hombre consiga ser señor
del orbe todo, nada ha conseguido,
pues si se lleva de un vano esplendor
y pierde el alma, todo lo ha perdido.
—445→
En su ambición le embriaga el falso honor;
tarde advierte el tiempo que fin dormido;
¡cual Augusto que fue del orbe dueño
conoce ya al morir que el mundo es sueño!

   El hombre nace con tristeza y llanto;
siente vivir, y su nación la indica
en tiernas voces en que ya se explica,
y con quejas que dicen dolor tanto.
Más con el tiempo el hombre se complica,
pues que pasa la vida a ser su encanto,
y anhelando solícito vivir
el que sintió nacer siente morir.

Sin que los pensamientos en que abunda esta composición sean elevados y poco vulgares, hay dignidad en el modo de exponerlos y cierta verdad en el fondo. Sin embargo, la carencia de grandes defectos (que no pueden imputársele), indican cierto adelanto sobre el común de las poesías que hemos examinado; aunque por cierto sin implicar por eso una belleza. Lo más notable tal vez que hay en toda ella es esa última antítesis en que presenta al hombre llorando cuando nace, quejoso del regalo que se le ofrece, y a pesar de eso, llorando también más tarde cuando tiene que abandonarlo.

Mucho de parecido por las ideas, tienen con las anteriores (aunque de más fácil lenguaje y de más ligereza en las figuras), las siguientes estrofas, que no estamos distantes de atribuir a un mismo autor, por varias circunstancias:



En mí tengo la fuente de alegría;
siempre la tuve, más yo no lo sabía:
feliz llamo al que es menos desdichado
y contento al que menos ha llorado.

   Fija tu voluntad en aquel estado
que te impusiere Dios, y en esta vida
gozarán la alegría prometida
a quien busca su fin con gran cuidado.

   Muy contento voy volando
como pajarillo erguido,
que buscando el dulce nido
por el bosque va pasando.
Cuando al pasar voy tocando
los laureles, van cayendo
—446→
las semillas, y saliendo
de los ramos sacudidos
pajarillos, que escondidos
estaban dentro durmiendo.

   Con juicio y voluntad muestre cordura
quien quisiere lograr dicha segura;
en cualquier suceso, si es Dios el autor,
nadie desconfíe y hará lo mejor.

   Esta paz no tiene precio,
vale más que plata y oro;
que criando el mundo hace aprecio
sin la paz, todo es vileza;
la carestía y pobreza,
teniendo paz, es tesoro.

   Vive afligido el monarca
si de la Paz el semblante
se lo esconde; y de la Parca
temiendo el golpe, desprecia
honra y riqueza, y no aprecia
cetro y corona brillante.

   Canta alegre el pajarillo
siempre que la paz lo espera
con dulce rostro, y sencillo
la envidia no lo enflaquece,
y goza cuanto apetece
teniendo paz verdadera.

   Con riqueza a manos llenas
nadie está libre y segura
de aflicciones ni de pesar,
y el pobre más desdichado
con paz está regalado
con un poco de pan duro.
Si conozco yo el cabal
valor del bien por el precio,
con razón mi dicha aprecio
padeciendo tanto mal.

   Queda alegre el pastor, queda sereno
si el tarro de la leche encuentra lleno:
¡la tristeza al soldado lo enajena
si no tiñe el acero en sangre ajena!



Al parecer, estos versos no se hallan completos, pérdida muy poco de sentir si se atiende a la vulgaridad de los conceptos que encierran y a las insignificantes promesas que dejan entrever.

Entre las composiciones sueltas, nótese la siguiente dedicada «al deseado natal» del marquesito de la Pica, formada sobra estos versos disparatados:

  —447→  

Llegó a ver cómo nacía
el que nace en sus estados,
a la cuarta ya frustrado,
nueva luz en quinta vida.



He aquí cómo se desempeñó el poeta:



A un tierno, lucido infante,
que para grande ha nacido
se ha dado por entendido
el afecto, y así cante,
para que a ninguno espante
que en la luz que recibía
pasto de luces había,
y así el hemisferio alegre
por su natal celebre
llegó a ver cómo nacía.

   A ser señor de la Pica
nace esta estrella en su oriente,
y así su estrella fulgente
por felice lo publica;
mil veces clama y repica
su centro, pues ve cifrados
a su fortuna los grados,
y por ser tan peregrino
nace en su estado divino
el que nace en sus estados.

   Para quitar desconsuelos
nació el nuevo marquesito,
deseado como exquisito,
que causó tantos desvelos.
Y pues propicios los cielos
en el poderoso prado
de la Ligua, son ya sembrados
como un oro aquesta flor,
quinto lo que vio el amor
a la cuarta ya frustrado.

   Naced y gozad, ¡oh! niño,
desde tu primera infancia
de la gracia la ganancia,
de las gracias el aliño;
que si a breves laudes ciño
tu alta nobleza adquirida
ved que ya ha sido en ti nacida,
pues en sus luces el mundo
dio a ti, como sin segundo
nueva luz en quinta vida.

Los disparates del pie forzado no fueron, pues, superados muy bien, ni era tampoco para menos. ¡Era un carácter bastante curioso   —448→   en aquella literatura el apurar el magín para no ser entendido de nadie! Y si no, aquí van otras estrofas formadas sobre el mismo artificio, hechas sobre dos pensamientos contradictorios:



Es la mujer lo más bueno,
es la mujer lo más malo:
es para el hombre veneno,
es para el hombre regalo.

   Nacen aves, peces, flores,
árboles, plantas y frutos,
y otra variedad de brutos
unos entre otros mixores.
Nacen hombres superiores;
astros del cielo sereno;
el mundo encubre en su seno
infinitas hermosuras,
pero entre las criaturas
es la mujer, etc.

   Nacen sierpes venenosas
enroscadas por las viñas;
nacen fieros basiliscos,
y víboras ponzoñosas;
nacen otras varias cosas
que por muchas (?) no señalo,
y en todo esto no igualo
a la mujer, porque es cierto
que entre lo que hay descubierto
es la mujer, etc.

   La mujer que a muchos ama,
según contemplo y presumo,
es un torbellino de humo
que no descubre su llama.
Pero si ésta adquiere fama
de venir sin rienda o freno
es causa que viva lleno
de celos el que la adora;
con que así la que es traidora
es para el hombre, etc.

   Cuando la mujer intenta
mostrarse afable y rendida
le da al hombre tanta vida
que ningún mal le atormenta:
de esperanzas se alimenta,
pues ninguno encuentra malo,
ni pasa algún intervalo;
por lo que claro se infiere
que la mujer cuando quiere
es para el hombre, etc.



  —449→  

La facilidad con que corren los versos anteriores demuestra que el buen humor del poeta habría producido algo mejor de lo que nos ha dado, a no haberse visto estrechado por la traba del pie forzado, más tirante aún que la misma rima; y si como dice un popular autor, ésta obliga a hacer grandes a las hormigas, corre vehemente peligro de no entenderse a sí mismo quien a tales caprichos se sujeta, que es en lo que ordinariamente vienen a parar los escritores de una escuela que probablemente no volverá ya.

Para poner fin a esta revista bastante pesada de nuestras antiguas producciones poéticas, sólo nos resta que citar vinos versos dedicados A todos y a cada uno de los vasallos del gran rey don Amor propio, esposo de la Excelentísima reina doña Vanidad mundana, escritos también sobre este estribillo:



La vela de bien morir,
la cruz y una calavera,
la pila de agua bendita
ten siempre a tu cabeza.

   El día se ha de llegar
en que te hayas de morir:
para acabar de espirar
la vela de bien morir.

   Si amas a tu Redentor
y a la muerte que te apena,
razón será de que tengas
la cruz y una calavera.

   Si quieres satisfacer
a la justicia infinita,
buen medio será tener
la pila de agua bendita.

   Cuando te eches a dormir,
en la muerte considera,
y los instrumentos dichos
ten siempre a tu cabeza.

   Dadme tu divina luz,
   Jesús;
dadme la sabiduría,
   María;
te pido me des tu fe,
   José:
esto pido se me dé,
y con muy justa razón,
pues vive en mi corazón
Jesús, María y José.
—450→
Yo pido a Dios que me dé
   fe,
y le pido con confianza
   esperanza;
le pido humildad,
   caridad.
Te pido Dios de bondad
el remedio de mis males,
las virtudes teologales
fe, esperanza y caridad.



Los cuales versos, en resumen, no pasan de ser consejos religiosos dados por un creyente, sin inspiración alguna, y en una forma que apenas si llega a la prosa mal hilada.





  —451→  

ArribaCapítulo XIX

Poesía popular


«La poesía popular ha existido en el país desde el coloniaje, y aunque en todas épocas ha tenido, poco más o menos, el mismo carácter, en la época de la colonia tuvo una inmensa boga en la gente del pueblo, entre la que había improvisadores cuya memoria dura todavía. La historia del famoso torneo poético que tuvo lagar en el siglo pasado entre el indio Taguá o Taguao y don Javier de la Rosa, prueba de una manera incontestable el valor que daba el pueblo al talento poético en aquellos tiempos.

»Era Taguá un indio joven, enjuto, de color cobrizo, de poca barba y de aspecto sombrío; sus ojos negros y brillantes tenían algo de profundamente melancólico; la nariz era aguileña, el labio grueso, el pelo largo y cerdoso. Tenía poca talla, pero era fuerte y atrevido. He ahí como pinta a Taguá la imaginación del pallador de nuestra época. Era Taguá el más hábil pallador que se conocía en el sur de Chile, y en donde quiera que penetrase el bardo, famoso, el pueblo le respetaba y le aplaudía. Por largo tiempo pasó   —452→   Taguá siendo la admiración, de cuantos le conocían y haciendo las delicias de las chinganas que honraba con su presencia.

»Entretanto, un hombre salido de una familia honorable pero pobre, viéndose sin fortuna y teniendo probablemente bellas disposiciones para ser un calavera entró en el pueblo y se hizo pallador, alcanzando una fama que no dejó de alarmar a los admiradores de Taguá: ese hombre era don Javier de la Rosa. Los dos poetas estuvieron mucho tiempo sin conocerse más que de fama, y aunque sus partidarios los impulsaban a que se juntasen un día con el fin de saber cuál era más fuerte improvisador, ninguno de los dos bardos quería tomar la iniciativa por temor de comprometer su dignidad, poniendo a prueba una habilidad que cada uno por su lado consideraba incuestionable. La casualidad hizo que los dos bardos se encontrasen sin pensarlo en la fiesta de San Juan, que se celebraba en un pueblecito del sur. Los rotos se dividieron, tomando unos el partido del indio y otros el de don Javier de la Rosa. La chingana estaba llena de gente que contemplaba con admiración aquellos dos gigantes de la poesía popular; la palla principió al fin. Por largo tiempo los dos bardos estuvieron a la misma altura; los espectadores los animaban con frenéticos aplausos, y hubo un momento en que la mirada penetrante del indio parecía fascinar a su adversario; pero don Javier de la Rosa duplicaba su habilidad a medida que las horas pasaban, y el indio veía llegar la noche sin haber podido hacer callar a su inteligente competidor. Ya era más de media noche y Taguá se sentía fatigado, al pago que su adversario estaba como si acabara de principiar la lucha; el indio se rindió al fin, y la muchedumbre dio la palma de la victoria a don Javier de la Rosa.

»Sólo algunos sinceros admiradores acompañaron a Taguá en su derrota; con ellos salió de la chingana y tomó el primer sendero que encontró. A una hora de camino del lugar de la lucha, sobre una pequeña eminencia, el indio que después del torneo no había pronunciado una sola palabra, pareció balbucear, sus piernas se doblaron, y cayó en el suelo como un cadáver. Los que le acompañaban trataron de levantarlo, pero fue imposible.   —453→   El indio se había clavado el puñal en el corazón y estaba muerto.

»He ahí como cuenta el pueblo esa famosa lucha en que el indio Taguá se confesó vencido por la primera vez, y en que había de mostrar que no podía sobrevivir a tan humillante derrota. Esta leyenda singular es lo único que nos queda de la poesía popular de la época del coloniaje315».