Le vrai caractère des peuples ne se montre que dans
l'emploi de leur langue vulgaire. Leurs impressions, leurs
idées sont toujours altérées par l'usage
necessaire d'une langue morte. On ne peut les bien conaître
qu'en les écoutant parler, pour ainsi dire, à
travers les siècles...
Villemain, Tableau de la littérature au moyen âge,
t. 2.º, pag. 250.
—7→
Literatura colonial de Chile
Capítulo único
Verso y prosa
Núñez Castaño. -Guillermo,
Silva, Molina. -Briceño. -Tratados de filosofía
escolástica y teología. -Viñas. -Otros
Tratados.
Largo eco levantaron en las colonias españolas
de América las tentativas que los holandeses hicieron
para establecerse en el territorio de Chile. A juicio de
los timoratos vasallos del rey de España, esto habría
importado la pérdida de la libre navegación
del Pacífico y la implantación de los principios
heréticos en medio de los pueblos que trataban de
convertir al catolicismo. Por eso cuando el marqués
de Mancera el año de 1644 reunió en el puerto
del Callao buen número de bajeles y tropas disciplinadas
con que combatir al invasor extranjero, formose una especie
de cruzada en que el valor castellano luchaba en ardor con
las creencias religiosas. La expedición repercutió
hasta en los ámbitos más remotos del virreinato
y dejó tras sí huellas duraderas que repitieron
los poetas e historiadores americanos de ese tiempo con singular
entusiasmo.
Un clérigo que por aquellos años
vivía en la ciudad de los Reyes propúsose recordar
a la posteridad y divulgar urbi et orbi «la venida de los
herejes holandeses a poblar en Valdivia, con intención
de infestar estos reinos; cómo se volvieron a Holanda,
dejando hecho pacto con los indios chilenos de volver a poblar
con fuerza de armas y gente», a cuyo efecto escribió
un libro titulado
—8→
: Breve compendium hostium haereticorum
olandesium adventum in Valdivia, en idioma latino pero en
castellana rima.
El doctor don Antonio de Maldonado, que
ya hemos citado en ocasión semejante, prestole una
calurosa aprobación, y el maestro fray Miguel de Aguirre
cuya palabra autorizada en este asunto era natural escuchar,
no anduvo menos parco de parleras alabanzas. Vates de la
más alta nota, hicieron pomposos elogios, ya en castellano,
ya en latín, de la obra de Núñez de
Castaño, que, así adornada, vio la luz pública
en Lima el año de 1645. Don Juan de Landecho, entre
otros, dedicó al autor el siguiente soneto:
En propia lira el Mantuano canta
materno idioma, que de la vencida,
en opacas cenizas,
nueva vida,
Troya en sus ruinas la cerviz levanta.
¡Oh! Dulce cisne, en cuya heroica
planta
5
de la Clío español la no seguida
cadencia en lo latino construida
el número se
ve de gloria tanta.
Escuche
Marte el nuevo Apolo indiano,
verá a Vandalia y
la soberbia Roma
10
en una unión, en un acorde acento.
Rizar la pluma en tipo soberano,
donde el
pirata su soberbia doma:
nuevas las voces, nuevo el instrumento...
Inútil nos parece decir que la acogida tan favorable
que el libro del presbítero Núñez encontró
en sus compatriotas de Lima estuvo muy distante de ser merecida.
Su obra, que consta de tres cantos y tres sonetos, no es
un documento histórico, y apenas si importa otra cosa
que una pesada labor de paciencia y la manifestación
más completa del pésimo gusto y tendencias
literarias de un tiempo en que el doctor don Francisco Garabito
de León acababa de dar a la estampa el Poema heroyco
hispano-latino panegyrico de la fundación y grandezas
de la muy noble y leal ciudad de Lima del jesuita Rodrigo
de Valdés.
Sin duda por no ser tarea fácil
escribir versos latinos de mediana entonación, tal
género de literatura tuvo en Chile muy pocos
—9→
secuaces,
pues, apenas si en este orden podemos registrar durante el
largo período colonial los elogios escritos en honor
del padre Rosales por su colega el jesuita Juan de Silva1,
los que Juan José Guillelmo dedicó al conocido
Miguel de Viñas con motivo de la publicación
de su Philosophia scholastica2. Otro jesuita, el padre José
Rodríguez intercaló también, es cierto,
uno que otro trozo de ese género en su obra Hortus
Minervae, y por fin, nuestro abate Molina escribió
el Jovenado, trabajo destinado a recordar los primeros años
de su juventud, pero que apenas si merecen otra cosa que
una simple mención3.
—10→
Pero no sucede lo mismo, como
hemos indicado, cuando se aborda el conocimiento de las obras
escritas en latín durante la misma época, y
a este respecto, cúmplenos hacer especial mención
del franciscano4 fray Alonso Briceño, que fue el primero,
al decir de González Dávila, que, en América,
publicase algo del género de literatura filosófica.
Briceño nació en Santiago, por los arios
de 1587, del capitán Alonso Briceño de Arévalo
y de doña Jerónima Arias de Córdoba
y pertenecía a una familia establecida de mucho tiempo
atrás en el país. No sabemos por qué
motivo pasó a Lima, pero lo cierto es que en 30 de
enero de 1605 tomaba el hábito en el convento de San
Francisco de esa ciudad y que trece meses después
profesaba en manos del guardián fray Benito de Huertas.
Concluidos sus estudios, Briceño formó oposición
a la cátedra de filosofía en concurso de lucidos
sujetos y obtuvo el primer puesto en el certamen. Desde entonces
vivió durante quince años enseñando
de las materias que más tarde trataría por
escrito en dos gruesos volúmenes que llevan su nombre,
y añadiendo día a
—11→
día algo a su fama
de profesor distinguido, que hizo que en el Perú se
le llamase segundo Scoto. En Lima fue guardián del
colegio y prior definidor de la provincia, y posteriormente
vino a Chile con el título de comisario y visitador,
y aquí celebró capítulo provincial y
presidió en la elección. Pasó enseguida
a visitar también la provincia de Charcas, y en su
calidad de coadjutor se registra un despacho suyo dirigido
a fray Bernardino de Cárdenas, en que le habla de
ir a la predicación de los indios ocultos en las quebradas
y lugares secretos de la provincia, «deseando acudir, dice
cuanto es de mi parte al remedio de tan gran daño
y al instituto de N. P. San Francisco, que no es vivir para
sí sólo sino para provecho de las almas, y
también por la obligación que nos corre de
acudir en esta materia al descargo de la conciencia de Su
Majestad.»5... Con tan buenas disposiciones, dícese
que Briceño consiguió con pública utilidad
de los indios que acudiesen en número de más
de seis mil a la iglesia del convento de Cajamarca, donde
se le retuvo como guardián para que pudiese continuar
una obra tan felizmente iniciada.
Briseño volvió
enseguida a Lima. Agitábase entonces en el Perú
entre los frailes de su Orden el gravísimo negocio
de la canonización de San Francisco Solano. Cuando
se trató ya de que alguien fuese a la corte romana
a alegar por el religioso de la América, sus colegas
se fijaron en él, con sus plenos poderes, lo despacharon
a Roma, vía de España.
Briceño, como
lo hubo de hacer algunos años más tarde otro
fraile americano que fue entre nosotros distinguido prelado,
apenas se vio rodeado de los recursos que entonces la tipografía
no podía proporcionar en los apartados lugares de
donde iba, se dio con empeño a la tarea magna de publicar
su Prima pars celebriorum controversiarum in Primum Sententiarum
Joannis Secoto, etc., de la cual sólo alcanzó
a salir a luz en Madrid en 1638, uno de los tres volúmenes
de que debía constar, habiéndose impreso el
segundo en 1642. El primero comprende, además, una
—12→
larga vida del maestro cuya doctrina Briceño se había
propuesto ilustrar6.
Desde que el religioso franciscano viera
impreso su nombre en la portada de su obra magistral principió
a llamar la atención del público estudioso,
que en esa época comenzó a señalarlo
ya al monarca español para que se le presentase para
algún obispado. El oidor de la Audiencia de Chile
don Nicolás Polanco de Santillana que por aquellos
días se encontraba gestionando en la Corte, decía
al rey a propósito de la publicación de la
obra de Briceño: «En esta muestra que Vuestra Majestad
tiene en su Corte conocerá el límite de su
saber... pues el hipérbole más encarecido ni
comprende ni ciñe sus loores, y es tesoro escondido
el de sus letras, pues no ha conseguido con opinión
tan alta en ellas y en su vida que Vuestra Majestad le compela
(que será menester) al yugo de una prelacía»7.
«Tesoro inestimable, dice con análogo motivo el cronista
Córdova y Salinas, en que el autor descubre al mundo
no menos gloria en defensa de la doctrina y santidad de su
maestro, espíritu y agudeza»8. «Los dos tomos que imprimió
en Madrid, agrega este mismo autor en otra de sus obras,
le dieron a conocer por las primeras letras de Europa y obligó
al R. P. maestro general le honrase con su patente de lector
bis jubilatus». «Obra digna de sus grandes letras, dice por
fin el padre Antonio Daza, por la cual Felipe IV le presentó
para el obispado»9.
Pero no anticipemos los hechos.
Inmediatamente
después que Briceño vio terminada la publicación
de su primer volumen partió a Roma cerca de Urbano
VIII a tratar de los negocios de su procuraduría,
y especialmente con la mira de asistir al capítulo
general que la Orden franciscana debía celebrar en
1639. En la Corte pontificia, Briceño se hizo notar,
sobre todo, por unas famosas conclusiones, «en que campeó
—13→
con tan singular magisterio e inteligencia en la doctrina
del sutil doctor que llenó el crédito que había
de su persona. Defendió el padre Juan Navarro, lector
de teología y comisario provincial de San Jorge de
Nicaragua, muy ajustadamente a la gravedad del eminentísimo
cardenal Albornoz, a quien se dedicó, con que se dice
lo grande desta acción»10. «Conocile, dice el padre
fray Lucas Wadingus en el capítulo general celebrado
en Roma en 1639 y lo oí argumentar con gravedad y
solidez»11. Después de haber permanecido en Roma cerca
de tres años Briceño dio la vuelta a Madrid
y en 1642 daba ya a luz el segundo volumen de su obra. Presentado
por el monarca español, en un consistorio que se celebró
en San Pedro el 14 de noviembre de 1644, fue nombrado para
el obispado de Nicaragua12, prestó en Madrid el juramento
de fe en manos del nuncio de Su Santidad; partió a
su residencia el lunes 15 de febrero de 145; consagrole en
Panamá el obispo fray Fernando Ramírez, y por
fin tomó posesión de su obispado en el año
siguiente de 164613.
«Rigió su iglesia con la diligencia
de un vigilantísimo pastor», dice el maestro Gil González
Dávila, para ser trasladado14 enseguida a la de Caracas
en 1659, donde falleció en 166715.
—14→
El ejemplo dado
por Briceño fue verdaderamente contagioso, pero pasáronse
largos años sin que se trasluciera en Chile por monumentos
escritos el ardor con que los hombres de estudio se lanzaron
en la carrera de la teología y filosofía escolástica.
Es indudable, sin embargo, que muchos de los indigestos
libros que sobre la materia nos han quedado de los tiempos
de la colonia no fueron redactados por los sujetos cuyos
nombres se ven en la portada. En los cursos que se seguían
en las escuelas para explicar las teorías de Aristóteles
y para profundizar el conocimiento de los lugares teológicos,
aconteció con muchísima frecuencia que los
alumnos tomaban nota de las explicaciones de los catedráticos
y que enseguida las recopilaban en volúmenes especiales.
De este hecho tenemos numerosas pruebas. Los padres de San
Agustín fray Francisco Tapia y fray José Echegoyen
en una recomendación escrita en honor del padre Oteiza
y de su Liberto penitente declaran que este último
les dictó de memoria las mas arduas materias de la
teología. En un Tractatus teologicus scholasticus
de visione, voluntate et Trinitate, dictado por los padres
Claudio Cruzat e Ignacio Arcaya, en las aulas de los jesuitas,
se lee en la portada que fue trasladado por escrito por Melchor
de Frígolo de la misma Compañía en los
años de 1702 y 1703. Un tal Francisco Vilches hizo
lo mismo con un Cursus Logicae. El manuscrito titulado Phisica
aristotelica curiosis recesiorum inventis oferta, se lee
también que lo dictó el padre jesuita Agustín
de Saajosa y que lo escribió José María
Ortega.
Ahora, si se examinan las fechas de las profesiones
de los sujetos bajo cuyo nombre aparecen algunos de estos
tratados, es fácil convencerse de que a la fecha en
que los escribían eran aún simples novicios
o hermanos estudiantes16.
Podemos a este respecto adelantar
que aún algunos de los manuscritos
—15→
que sobre esta
materia nos restan, ni siquiera fueron dictados según
las indicaciones originales de los profesores de los colegios
de Chile, pues, es constante, por ejemplo, que la Teología
moral escrita por el padre mercedario fray Gaspar Hidalgo
con cierta recomendable concisión y un buen juicio
nada vulgar, por los años 1728, la tomó con
gran parte de otro tratado análogo del licenciado
Domingo Maneyro, impreso en París en 1661. Aún
antes, en 1689, consta que cierto doctor Latorre dictaba
sus lecciones según el texto de Cervera de la Universidad
de Valencia17.
Es, pues, necesario tomar nota de que la inmensa
mayoría de esas obras, si no la totalidad, fueron
trabajadas por los profesores de la materia. Las Disputationes
in libros Phisicorum Aristótelis y las Disputationes
in Metaphysicam son del padre Miguel de Ureta, catedrático
de filosofía en Santiago por los años de 1727;
las Praelectiones prolusoriae ad trienalem integrum cursu,
vulgo epitome Dialecticae, del profesor de filosofía
Guaujerico Río; las Disputationes in octo Aristotelis
libros physicorum del padre mercedario fray Juan Sorozábal,
que enseñaba en la Universidad; las Disputationes
in universam Aristotelis metaphysicam del jesuita Agustín
Narvarte, que florecía el año de 174. Por fin,
don José Francisco de Echáurren, profesor en
el colegio carolino de Santiago, escribía para el
uso de sus discípulos una Philosophia ad mentem et
methodum celeberrimum nostri aetates philosophurum.
Como
todas estas obras están escritas obedeciendo a un
mismo propósito y análogas tendencias, y como
además fueron redactadas en un idioma extraño,
y la igualdad de materias que tratan muchas veces asume las
proporciones de una copia servil, contentarémonos
—16→
aquí con indicar los títulos de muchas cuyo
autor y fecha se desconocen:
Tractatus
de logica, S. J.;
Tractatus
theologicus;
Tractatus in
octo libros phisicorum;
Tractatus
philosophae scholasticae;
Aristotelis
libros de ortu et interitu, sive de generatore et corruptore;
Tractatus Summularum;
Tractatus
de actibus humanis;
Cannones
in universam, Aristotelis philosophiam; sive prima scientiarum
elementa a sapientiae; 2 vls.;
De
rethoricae facultate;
Disputationes
in universam, Aristotelis metaphysicam;
Philosophia...
Angelici doctoris divi Thomae Aquinate;
Lazartegui: Tractatus
scholasticus de voluntate Dei;
Talavera (Manuel Antonio):
Tractatus;
Ramírez (padre Francisco): De scholasticae
tractatus;
Gómez
de Vidaurre apunta también a don Jerónimo Boza
como autor de una Laurea theologica, que se publicó
en Venecia bajo el nombre de Bernardino de Solís,
dirigida especialmente a defender el culto del Corazón
de Jesús, contra las opiniones de un abogado romano
que en una obra impresa lo impugnaba. El jesuita chileno
añade a este particular «que todos cuantos han escrito
después de don Jerónimo confiesan que ninguno
ha tratado tal argumento con la solidez y nervio que él».
En cuanto a otras obras de esta naturaleza cuya fecha podemos
precisar, mencionaremos la del padre Bodart, Tractatus de
fide et charitas, 1683, y un volumen titulado Materiae theologicae
de
—17→
1689; el Tractatus thelogicus scholasticus de virtute
fidei divinae, 1692; del padre Domingo Navasquez El jesuita
José Rodriguez escribió también por
los años de 1698 el Hortus Minervae, especie de amalgama
de tratados de diversa naturaleza. El libro está dividido
en tres areolas, y éstas en oraciones. Durante las
primeras páginas, Rodríguez habla de la infancia
de Jesús, con gran copia de citas de poetas latinos
y algunos castellanos, y poco más adelante trae una
especie de arte poética o consejos a sus alumnos en
recomendación del estudio de la poesía; en
la segunda areola se ocupa especialmente de teología,
y por fin, en la tercera trata de los apóstoles, de
los mártires y de los doctores, etc.
Cuando Rodríguez
se dedicó a la redacción de su libro era ya
siete años profesor de retórica en el convictorio
de San Francisco Javier, y su libro puede servir para dar
una idea de lo que entonces se enseñaba en Chile bajo
el nombre de literatura. Trasladado a Lima a regentar la
cátedra de filosofía en el colegio principal
de la Compañía, falleció joven todavía
por los años de 176120.
El año de 1707 un jesuita
llamado Manuel Ovalle escribió un tratado general
de filosofía en latín; pero de todas las obras
de este género indudablemente la más celebrada
es la que otro jesuita, el padre Miguel de Viñas dio
a la estampa en Génova en 1709 con el título
de Philosophia scholastica, en tres enormes volúmenes
en folio, que en su principio contienen además de
las alabanzas de estilo de los conocidos y cofrades del autor,
una especie de manual instruyendo a los que se dedican a
este género de trabajos en las reglas principales
a que deben obedecer en la composición.
Viñas
nació en Cataluña y abrazó desde temprano
el instituto de Jesús en su provincia. Según
acuerdo de sus jefes, fue enviado al Perú, y de ahí
a Chile en 1680, donde enseñó durante los tres
—18→
años de ordenanza la teología, para ser nombrado
más tarde rector del colegio de San Francisco Javier
en Santiago. Elegido, para procurador de la provincia en
Roma en subsidio del padre Bernardo de Labarca que iba en
primer lugar, gestionó como único mandante
por imposibilidad del primero; «en cuyo ministerio mostró
su rara prudencia, fortaleza y acierto en los negocios, saliendo
de todos tan felizmente cuanto ninguno esperaba, y algunos
de ellos tan graves y dificultosos que sólo su solicitud
y actividad y constancia pudiera vencerlos y dichoso conseguirlos»21.
Viñas estuvo de vuelta en Santiago el 5 de marzo
de 1699, acompañado de cuarenta religiosos de la orden,
que trajo desde España22. Después de su regreso
vio aumentarse su prestigio de una manera extraordinaria,
pues fue nombrado dos veces rector del colegio Máximo
de San Miguel, en cuyo tiempo fundó la llamada Escuela
de Cristo, que alcanzó gran boga entre nosotros, examinador
sinodal, y por fin, el obispo de la Puebla González
lo eligió por su confesor. Ya vimos que el jesuita
en agradecimiento de esta distinción no pudo excusarse
de predicar en los funerales del prelado cuando se trató
de solemnizar su entierro en la catedral. Un canónigo
de la iglesia metropolitana, don Francisco Hurtado de Mendoza,
resumiendo de una manera expresiva las consideraciones de
que el padre Viñas gozaba en Chile, decía «que
era persona tan conocida que sólo su nombre era digno
elogio suyo».
Después del trabajo magistral de Viñas,
escribiéronse aún en Chile varios tratados
del mismo género, como ser los del padre fray Javier
de Puga, Disputationes in octo libros Physicorum Aristotelis,
etc., y el de Philosophia scholastica, en cuatro volúmenes,
en 1723; un Cursusphilosophicus trienalis también
como el
—19→
del franciscano Briceño sobre interpretaciones
de Scoto, por el religioso fray Luciano Sotomayor, en 1737;
las Disputationes scholasticae del padre Pedro Rodríguez,
de 1740; la Philosophia tripartita de Fernández Heredia,
de 1754; y por fin, las obras sobre controversia De methodo
theologico y De gratia actuale del jesuita Juan del Árbol,
que llevan la fecha de 1760. ¡Cosa remarcable! ¡Despedíanse
meses después los jesuitas de nuestro suelo ya en
adelante no se vio aparecer entre nosotros casi ni una sola
de esas muestras de tan ociosa y enfermiza literatura!
A nombre del señor maestre de
campo asiste a la función su secretario el señor
don Domingo Tirapegui, capitán de dragones, con el
comisario de naciones; señálase día
para la fiesta y repartimiento de agasajos. -Corren los mensajes
por la costa.