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ArribaAbajoCapítulo III

Divina infancia


Sumario

§ I. LA NATIVIDAD.

1. -Narración evangélica de la Navidad. -2. Las divinas Magnificencias del Establo. -3. El racionalismo moderno quiere que naciese Jesucristo en Nazareth. -4. Pruebas intrínsecas de la verdad del relato evangélico El Primogenitus, entre los Hebreos. -5. Invenietis infantem positum in praesepio. -6. Pruebas extrínsecas de la narración evangélica. Antigüedad de la pelegrinación de Belén. -7. Testimonios históricos. Conclusión.

§ II. CIRCUNCISIÓN. PRESENTACIÓN EN EL TEMPLO.

8. -Los ritos hebraicos de la Circuncisión. -9. El Nombre. -10. Purificación de María en el Templo de Jerusalén. El anciano Simeón. La profetisa Ana. 11. Ceremonias rituales de la Purificación. -12. Milagro de autenticidad de la narración evangélica. El séquito del Dios niño, en el Templo de Jerusalén.

§ III. LOS MAGOS, HUIDA A EGIPTO.

13. -Adoración de los Magos. Partida de la Santa Familia para Egipto. -14. Denegaciones racionalistas. -15. La Estrella de los Magos esperada por todo el universo, en la época del nacimiento de Jesucristo. -16. ¡Donde ha nacido el nuevo rey de los Judíos! -17. Realidad de la narración evangélica. -18. Conclusión.

§ IV. DEGOLLACIÓN DE LOS INOCENTES.

19. -Política de Herodes relativamente a los Magos. -20. Degollación de los niños de Belén. -21. ¡Sálvete, flores Martyrum!

§ V. LA VUELTA DE EGIPTO.

22.-Últimas crueldades y muerte de Herodes. -23. Testamento y funerales de Herodes. -24. El Ángel del regreso. Advenimiento de Arquelao en Judea. -25. Rebelión en el Templo de Jerusalén durante las solemnidades de Pascua. -26. Regreso de la santa Familia a Nazareth.

§ VI. REDUCCIÓN DE LA JUDEA EN PROVINCIA ROMANA.

27. -Repartición de Palestina entre los hijos de Herodes, por Augusto. -28. Deposición de Arquelao por Augusto. Reducción de la Judea a provincia romana. -29. Empadronamiento definitivo de la Judea por Quirinio.

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§ VII. JESÚS EN MEDIO DE LOS DOCTORES.

30. -El niño Jesús perdido y hallado en el Templo. La educación de Jesús según los racionalistas. -31. Pretendidos hermanos y hermanas de Jesús. -32. Imposibilidad de introducir en la narración evangélica, los pretendidos hermanos y hermanas de Jesús. -33. ¿Eran hijos de María los hermanos de Jesús nombrados en el Evangelio? -34. Sentido de la palabra «hermano» en estilo hebraico. -35. Los hermanos oscuros de Jesús.


ArribaAbajo§ I. La Natividad

1. Había gran muchedumbre en las cercanías de Belén, porque acudían a ellas todos los individuos de la descendencia real que había en los diversos puntos de la Judea a empadronarse, según el tenor del decreto imperial. «Habíase cumplido el tiempo en que María debía dar a luz; y parió a su hijo primogénito y envolviole en pañales y recostole en un pesebre, porque no hubo lugar para ellos en el mesón. Y había en aquellos contornos unos pastores que velaban y hacían centinela de noche sobre su ganado. Cuando de improviso apareció delante de ellos un Ángel del Señor, y cercolos con su resplandor una luz celestial, lo cual les llenó de grande espanto. Y el Ángel les dijo: no temáis nada, porque mirad que os anuncio una gran nueva, que llenará de gozo a todo el pueblo. Y es que hoy os ha nacido en la ciudad de David el Salvador, que es el Cristo Señor. Y he aquí la señal por qué lo conoceréis: hallaréis un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre. -Y súbitamente se unieron al Ángel multitud de espíritus celestiales que cantaban las alabanzas del Señor diciendo: Gloria a Dios en lo más alto de los cielos y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.- Y luego que se alejaron de ellos los coros angélicos para volar al cielo, decían entre sí los pastores: Vamos hasta Belén y veamos este suceso prodigioso que acaba de suceder y que el Señor nos ha hecho anunciar. -Y dándose prisa, fueron y hallaron a María y Josef y al Niño reclinado en un pesebre. Y viéndole, reconocieron la verdad de las palabras del Ángel y entendieron cuanto se les había dicho de este Niño. Y todos los que lo oyeron, quedaron admirados, de las maravillas que los pastores les contaban. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Y los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que   —175→   habían oído y visto, como se les había revelado por los Ángeles303».

2. El mundo entero ha seguido a los pastores al establo de Belén. Prosternado ante el pesebre, regando con lágrimas el humilde   —176→   lecho donde descansa un Dios, se anonada el hombre en un éxtasis de amor, de adoración y de reconocimiento. ¡Así era en efecto como debía nacer un Dios! Si la miserable vanidad humana hubiera   —177→   tenido que escoger su cuna, la hubiera sin duda colocado sobre las gradas de un trono; la hubiera rodeado de todos los cuidados y de todo el celo de una multitud servil; hubiese dispertado el estrépito de las trompas sonoras los ecos lejanos, anunciando a la tierra el nacimiento de un nuevo Señor, y se hubiera estremecido la cabaña al oír la señal esperada del palacio. ¡Cuán pobres son las majestades de este mundo ante Dios! ¡qué silencioso les parece el estampido de nuestros truenos! ¡cuán nada nuestras grandezas! Lo que llamamos riqueza sólo es un manto prestado para cubrir nuestras miserias reales; lo que se adorna con el nombre de poder, sólo es una muestra de una servidumbre más patente; al descender pues Dios a este mundo, no podía enlazarse con nuestras falaces pompas. «Pero el buey del establo reconoció a su Criador, y el asno supo distinguir el pesebre de su Dios304». Los Ángeles visitaron las campiñas de la Natividad, como en los días en que Job apacentaba en ellas sus ganados. «Los pueblos sentados en las tinieblas, en la sombra de la muerte», inclinados bajo un yugo de hierro en el Ergastulo romano, «vieron elevarse la luz305». Hanse verificado los decretos de salvación, registrados desde la eternidad en los consejos de la Providencia. «El Verbo se ha hecho carne, Gloria a Dios en los esplendores del cielo, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad». Los pastores son los primeros adoradores del Rey inmortal de la paz, que acaba de nacer; las primicias del divino Pastor que va a reunir los rebaños de las generaciones humanas, en el redil de su Iglesia306. María, la Virgen Inmaculada, los introduce   —178→   cerca del Niño, a quien han envuelto sus manos en pañales; a quien tiene derecho de llamar hijo suyo y el deber de adorar como a su Dios. José, el heredero de David, contempla con ellos al jefe prometido de Israel, cuyo reinado no tendrá fin. La narración de los pastores circula entre la multitud atraída a Belén pon el edicto de Augusto: y se despierta la admiración sobre el pesebre donde reposa un niño. Sólo convenían tales pompas al Verbo encarnado; pues resalta más su divinidad en la desnudez del establo y en la humildad del pesebre.

3. Pero estudiemos bajo el punto de vista de la autenticidad histórica,   —179→   la narración de este maravilloso nacimiento. Al par del encanto divino que causa el texto sagrado en los corazones, hay en él, en cada pormenor, un perfume de verdad que conviene manifestar por medio de un serio análisis, en un tiempo en que parece haberlo invadido todo la negación. La Europa entera ha leído en estos últimos días una Vida de Jesús, que principia con estas palabras: «Jesús nació en Nazareth, pequeña ciudad de Galilea, que no tuvo anteriormente celebridad alguna307». Si bastara escribir una paradoja para hacerla creer, permanecería Nazareth investida del honor inesperado de haber sido la cuna de Jesucristo. Pero la historia no procede por medio de afirmaciones, sino que exige pruebas. Cuando se trata de saber en qué lugar nació Augusto, se recoge el testimonio de Suetonio, de Tácito, de Dión y de los autores que nos trasmitieron la vida de este príncipe. Como todos están unánimes en decir que nació Augusto en Roma, tendríamos lástima de oír afirmar a un escritor, alejado por diez y nueve siglos de los hechos   —180→   de que habla, que este emperador nació en Mesina. Pues bien, la historia de Jesucristo interesa al mundo con mejor título que la de Augusto. De los cuatro Evangelistas que nos la han trasmitido, ninguno coloca el nacimiento del Salvador en Nazareth, sino que proclaman que Jesús nació en Belén. Además de su texto formal, hemos citado testimonios irrecusables que consignan el mismo hecho; por consiguiente, tiene derecho el lector de contestar con un solemne desprecio a la afirmación exenta de pruebas que acaba de exponerse. En los siglos en que era el Evangelio un texto popular, y se hallaba grabado en todas las memorias y era perfectamente comprendido por todas las inteligencias, se hubiera juzgado la reciente exégesis con una solemne carcajada. No queremos hacer a nuestra época la injuria de tomar por lo serio los nuevos sofismas; pero permítasenos al menos que expongamos sobre este punto lo que sabían todos nuestros padres, y lo que es de temer que hayan olvidado generalmente   —181→   sus hijos, al aprender, por otra parte, otras muchas cosas. El texto de San Lucas relativo al nacimiento de Jesucristo en Belén no se apoya únicamente en la inspiración divina del Evangelista. Este título de credibilidad, el más grande para un alma cristiana, no hubiera tenido valor alguno, como es fácil concebir; respecto de los paganos, a quienes era necesario convertir; no lo tiene tampoco por desgracia relativamente a la incredulidad moderna, que quiere pruebas humanas, para someterse a la palabra de Dios. Pues bien, superabundan las pruebas humanas; la más directa y la más perceptible es la que resulta del examen mismo de la narración del Evangelio.

4. María, dice San Lucas, «dio a luz a su hijo primogénito, y le envolvió en pañales y le reclinó en un pesebre, porque no hubo lugar para ellos en el mesón». Estas sencillas palabras no podían escribirse ni por un falsario cristiano, ni por un autor que no conociera las costumbres judaicas; sólo pudieron serlo por un contemporáneo, que conociera perfectamente la disposición de los sitios de que habla, y que supiese de un modo práctico, muy por menor la constitución judía. El supuesto apócrifo no se hubiera valido de la expresión: «su hijo primogénito». Por una parte, lo hubiera parecido una redundancia enteramente inútil y una candidez sin objeto, cuando acababa de referir los pormenores de la Anunciación angélica hecha a la Virgen María, el sueño de Josef y las ansiedades del Patriarca. En tales circunstancias, era bastante claro que el Hijo de María sólo podía ser un primogénito, y nunca hubiera pensado un autor común en mencionar nuevamente esta particularidad. Por otra parte, un falsario cristiano hubiera evitado cuidadosamente este término, de que podían prevalerse los paganos para deducir de él la existencia posterior de otros hijos de la Santísima Virgen. Aun en el día, no ha desaprovechado el racionalismo una ocasión, al parecer tan favorable308; porque en efecto, en nuestros idiomas y hábitos modernos, así como entre los mismos paganos, la palabra «primogénito» no tiene otra acepción que la de mayor. Así   —182→   desde el siglo IV, es decir, desde la ruina de Jerusalén, cuando se hallaban olvidadas las tradiciones judaicas, un hereje latino, Helvidio, en su ignorancia, se apoyaba en la palabra del Evangelista, para sostener que María tuvo otros hijos después de Jesucristo. Pues bien, lo que no hubiera imaginado quizá un apócrifo, lo que se hubiera, guardado bien de afirmar un escritor vulgar, lo expresa San Lucas de un modo formal, y lo repite San Mateo en los mismos términos. Los dos Evangelistas, que han referido el nacimiento del Salvador, se valen de la misma expresión: «Dio a luz a su hijo primogénito309» y no obstante, ambos acababan de dar a María el nombre de Virgen. Esto consiste en que la palabra Primogenitus, era entre los Judíos un título jurídico, que tenía un significado especial, que no tuvo analogía en ninguna otra sociedad, pues la palabra «mayor» no equivale a ésta. La ley de Moisés daba el nombre de «primogénito» hasta a un hijo único, confiriéndolo desde el instante del nacimiento a todo niño varón que abría la carrera bendita de la maternidad a una mujer de Israel. Según nuestros usos, sería absurdo llamar «mayor» a un hijo que no tiene todavía hermanos ni hermanas, no pudiendo aplicárselo esta calificación hasta más adelante, en el caso de que nacieran otros hijos. Y por esto precisamente, si fuera el texto evangélico obra de un apócrifo, no leeríamos el título de Primogenitus en la narración de la Natividad del Salvador. Pero según el estilo hebraico, hallábase investido Jesús, hijo de la Virgen María, desde el momento en que nacía en el establo de Belén, de la prerrogativa y de las cargas de la primogenitura. «Todo lo que nazca primero entre los hijos de Israel, dice el Señor a Moisés, me pertenece en propiedad y queda marcado con el sello de mi santidad. -Separaréis para hacer mi porción todos los hijos varones que tengan el carácter de la primogenitura, y me los consagraréis310». Tal era en un principio la devolución legal que ponía a todos los primogénitos del pueblo judío en una clase aparte, que formaba el dominio propio y exclusivo de Jehovah y de su Templo. Sabido es que esta disposición particular a la nacionalidad de los Hebreos, se refería directamente al gran acontecimiento de la salida de Egipto; cuando todos los primogénitos de Mesraun «desde el heredero de Faraón hasta el hijo de la servidora empleada   —183→   en dar vueltas a la muela311 fueron muertos en una sola noche312. Estamos muy lejos, fácil es comprenderlo, de nuestras ideas modernas, sobre el título y el derecho de primogenitura. En compensación de los primogénitos de los Hebreos, cuyo número hubiera excedido pronto de las necesidades del ministerio sacerdotal, y de los demás servicios religiosos, se había reservado Jehovah, como propia suya toda la tribu de Leví313; pero con la condición expresa de que se presentarían en el Templo todos los primogénitos y serían rescatados con una compensación individual en dinero314. He aquí lo que significa la palabra Primogenitum, empleada por los Evangelistas. En otro tiempo, sabía esto el último escolar de Europa, no solamente de las universidades católicas, sino del seno del mismo protestantismo. Grocio no creía que valiera la pena de insistir por más tiempo sobre este hecho. «La expresión de primogénito, dice, se refiere a las dignidades y a las prerrogativas que, en todos tiempos, y aun antes de la ley de Moisés, se atribuían a los hijos varones, ya fuesen únicos o ya hubiese menores315». No está menos terminante Calvino, cuyo testimonio no puede ser sospechoso. «A pretexto de este pasaje316, dice, suscitó Helvidio en su tiempo grandes turbulencias en la Iglesia, por intentar sostener con él que María no fue Virgen, sino hasta que dio a luz a Jesús, porque después tuvo otros hijos. Bástanos, pues, decir que esto no viene a propósito de lo que dice el Evangelista, y que es una locura querer deducir de este pasaje lo que sucedió después del, nacimiento de Cristo. Llámasele primogénito, mas no por otra razón, sino a fin de que sepamos que nació de una madre Virgen, y que jamás había tenido hijo alguno... Sabido es que según el uso común de la Escritura, deben entenderse así estas locuciones. Verdaderamente éste es un punto sobre el cual no moverá disputa jamás hombre alguno, sino es algún porfiado y zumbón317».

5. El Primogenitum evangélico es, pues, por sí solo una demostración, puesto que supone todo un orden de doctrinas y de hechos que sólo podía ser familiar a un autor contemporáneo: que implica   —184→   un estado social, una constitución, leyes, usos, que si bien era posible conocer con posterioridad a ellos, puesto que hoy los sabemos por medio de un estudio retrospectivo, sin embargo, un escritor extraño no hubiera tenido jamás la idea de recordar, en una circunstancia en que podía la agregación de esta palabra parecer no sólo superflua, sino también evidentemente peligrosa por la abusiva interpretación a que podía prestarse. Los Evangelistas no han cedido a ninguna preocupación de este género, sino que han consignado un hecho de la manera y con las condiciones de existencia con que se había verificado. Ni más ni menos; y por poco que se reflexione seriamente, se verá, que este proceder da aquí a sus palabras un carácter de autenticidad verdaderamente incontestable. La continuación del relato de San Lucas nos suministra una prueba del mismo género. Después de haber dado a luz a su hijo primogénito, «le envolvió María en pañales, y le reclinó en un pesebre, porque   —185→   no hubo lugar para ellos en el mesón». Trasládese la escena a otro punto distinto del de la Judea y del Oriente en general, y pierden su sentido estas indicaciones tan exactas, pareciendo incoherentes. Nuestra palabra «mesón» que es la que más se acerca al término empleado por el Evangelista, está sin embargo, muy lejos de traducir esto con exactitud, siendo la idea que presenta al entendimiento completamente extraña a la realidad histórica. No había «mesón» alguno, según el sentido actual de esta palabra, ni en Belén, ni en el resto de la Palestina. Aun hoy mismo, los pocos establecimientos de esta clase que se encuentran allí, son importaciones europeas, que no frecuentan los indígenas. Entre los Judíos, era la hospitalidad una ley sagrada para cada familia. La casa del rico tenía un local destinado para la recepción de los huéspedes; el techo del pobre o la tienda de los pastores se partían generalmente con el forastero que se presentaba en ellos, habiéndose conservado la costumbre del tiempo de Abraham de lavar los pies al viajero. Pero a la entrada de cada aldea, se había establecido para las caravanas que no querían hospedarse o que eran demasiado numerosos para recurrirá la hospitalidad privada, un abrigo para los hombres y para las mercancías; y esto es positivamente lo que designa San Lucas con la expresión griega kata/luma318 (Sitio para descargar los fardos). En este lugar tenía cada viajero que proveer por sí mismo y como le parecía, a sus propias necesidades. Al lado de la caravanera, porque este término oriental pinta mejor las costumbres del Oriente, tenían los animales el Praesepium, donde podían descansar, y sustentarse con lo que sus dueños les distribuían. Estas nociones preliminares nos permiten apreciar perfectamente el conjunto y cada uno de los pormenores evangélicos. Llegan Josef y María por la noche al término de su viaje, y encuentran lleno Belén de la gente que acude a empadronarse allí; tan cierto es que no se había extinguido la familia de David, una de las más numerosas y más importantes de las de Judá. Todas las casas de la población se hallan ocupadas como lo prueba el hallarse obstruida de gente la misma caravanera; los ilustres viajeros se retiran al Praesepium, abrigo provisional de que participan realmente con los animales. Allí nace Jesucristo, el hijo de Dios, el Verbo hecho carne; y el Ángel, el primer Evangelista de esta buena nueva, dice a los pastores: «He aquí la señal en que reconoceréis al Salvador, el Cristo que acaba de nacer. Hallaréis un niño envuelto en pañales y puesto en un pesebre». Esta indicación, según nuestras costumbres actuales, sería sumamente vaga; porque ¿dónde encontrar a media noche, en una de nuestras aldeas, la casa que contuviera el dichoso pesebre? Pero los pastores saben lo que es el Praesepium de Belén. Lo conocen por experiencia; allí es donde van ellos mismos, cuando es necesario, a encerrar sus ganados. Así, no vacilan un instante; corren a él, y encuentran «a María, a Josef y al Niño reclinado en el pesebre. «La indicación del Ángel es para ellos tan circunstanciada como sería vaga en una población moderna. El abrigo que habían impuesto a la Santa Familia circunstancias excepcionales era provisional. Yen efecto, cuando vayan los Magos a adorar al Hijo de Dios, no le encontrarán ya en el Praesepium, pues lo habían dejado Josef y María para habitar una casa de Belén. «Entrando en la casa, dice el Evangelio, encontraron al Niño y a María. No se habla ya aquí, añade San Epifanio, del Praesepium, ni de la gruta, sino de la morada hospitalaria que había sustituido al abrigo provisional319.

6. Cuanto más se estudia la letra del Evangelio, mas se descubre en ella pruebas intrínsecas de autenticidad. Aunque no tuviéramos otro monumento que el texto sagrado, bastaría por sí solo para destruir todos los esfuerzos del racionalismo. Mas paralelos a   —186→   su narración, poseemos toda una serie de testimonios que importa dar a conocer. El Praesepium de Belén atrajo desde la aurora de los siglos cristianos, la piadosa veneración de los fieles y la persecución del paganismo romano. San Justino siguió las huellas de los pastores, yendo a reconocer el sitio donde nació Jesucristo. «Vese a la puerta de Belén, dice, una grata natural; allí es donde se vio obligado a retirarse Josef, por no haber hallado lugar en el Diversorium320». Orígenes, decía al filósofo Celso, casi en el mismo tiempo: «Si no basta para convencer a los incrédulos la profecía de Miqueas y su admirable concordancia con la narración evangélica; si se quiere una prueba más decisiva de la realidad del nacimiento de Jesucristo en Belén, reflexiónese bien que hoy se enseña en Belén mismo la gruta donde nació, y en esta gruta, el pesebre en que fue envuelto en pañales. Allí están los monumentos en perfecta conformidad con la narración evangélica. El hecho es público y notorio en toda la comarca; se halla atestiguado, aun entre los enemigos de nuestra fe, los cuales están unánimes en proclamar que, en esta gruta nació Jesús, a quien veneran y adoran los cristianos321. Estas declaraciones del año 200 de la E. C., aun sin atender a su valor exegético, sobre el cual volveremos en breve, tienen, bajo el punto de vista dogmático, una trascendencia e importancia, que no haremos más que indicar. Diariamente oímos a los protestantes acusar de superstición y hasta de idolatría el respeto con que rodea la Iglesia y la piedad de los peregrinos católicos los Santos Lugares. No es raro hallar en Palestina, hombres que adoran a Jesucristo como a Dios, y que se ruborizarían de descubrirse la cabeza o de prosternarse ante la gruta de Belén, donde fue envuelto en pañales Jesús al nacer, ante la piedra del sepulcro, donde fue envuelto el cuerpo de Jesús, descendido de la cruz, con las fajas y ligaduras de la muerte. Estos hombres pretenden mantener en su pureza   —187→   la fe y el culto de los primeros siglos, alterados, dicen, por el catolicismo. Pues bien, en tiempo de Orígenes y de San Justino se veneraba la gruta de Belén, como la veneramos en el día. ¿Protestarán contra la piedad de la primitiva Iglesia tan solemnemente atestiguada por ilustres contemporáneos? ¿Acaso San Justino, Orígenes, y más adelante San Gerónimo, eran culpables de idolatría por venerar el pesebre de Belén? Ni más ni menos que no lo son los católicos del siglo XIX, al vanagloriarse de seguir, según se lo permiten sus fuerzas, los grandes ejemplos de sus padres en la fe.

7. Para detener en su vuelo, la piedad de los primeros cristianos que les llevaba en tropel a la gruta de Belén, hizo profanar este augusto monumento el emperador Adriano, en el año 158 de nuestra Era, mandando erigir una estatua de Adonis en el lugar mismo donde hizo oír Jesús los primeros vagidos de la infancia; y las colonias paganas trasladadas por el César romano al suelo de Judea, iban a celebrar sus misterios impuros a estas campiñas que habían resonado en otro tiempo con el cántico de los Angeles322. «La profanación, dice M. de Vogué, lejos de borrar el recuerdo de la Natividad, según los Paganos, contribuyó a fijar su tradición323». Orígenes, en el pasaje que acabamos de citar, se apoyaba, en efecto, en el testimonio de las poblaciones paganas, establecidas entonces durante medio siglo en Belén, para consignar de un modo indestructible la autenticidad de la tradición evangélica324. En vista de hechos tan patentes, de significación tan clara, precisa e irrefragable, ha sido realmente necesario especular con la ligereza que caracteriza nuestra época, y con un olvido lamentable de toda la historia religiosa, para atreverse a escribir sin temer sublevar la conciencia popular, la increíble afirmación: «Jesús nació en Nazareth, pequeña ciudad de la Judea, sin celebridad alguna anteriormente». Los anales del mundo no ofrecen, en su conjunto, un hecho mas sólidamente consignado que el del nacimiento de Jesucristo en Belén. El suelo mismo, aun cuando faltaran los demás monumentos, protestaría de la verdad de las tradiciones. No se ha olvidado un descubrimiento reciente debido a la casualidad de una feliz investigación. En 1859 se encontraron las   —188→   ruinas de un monasterio fundado en tiempo de San Gerónimo y de Santa Paula, en el sitio en que se apareció el Ángel a los pastores325. Tan cierto es, que en nuestra época, turbada por la incredulidad racionalista, adquieren voz las mismas piedras para proclamar la autenticidad de los relatos evangélicos. Y ahora, desviando el pensamiento de estas miserables objeciones, adoremos las divinas maravillas del pesebre, diciendo, con San Epifanio: «El establo de Belén es el cielo entero que ha bajado a la tierra. Las jerarquías angélicas rodean la cuna del Verbo hecho carne. Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad326. ¡Oh milagros! ¡Oh, prodigios! ¡Oh, misterios! exclama San Agustín. Hase suspendido el orden de la naturaleza: Dios nace hombre, una Virgen se hace fecunda, conservando su virginidad inmaculada;   —189→   ¡inefable alianza de la palabra de Dios con aquella que no conoce varón! Una madre permanece virgen: la maternidad no altera la flor de Israel. Dios, Aquel que es, y que era Criador, se hace criatura; lo inmenso se reduce, para que lo abarquen nuestros brazos: hácese pobre, la riqueza eterna, revístese de carne lo incorporal: se ve lo invisible; se toca lo impalpable: se mide lo inconmensurable; aquel a quien bendicen cielos y tierra está reclinado en el estrecho espacio de un pesebre327».




ArribaAbajo§ II. Circuncisión. -Presentación en el Templo

8. «Llegado el día octavo, en que debía ser circuncidado el Niño, dice San Lucas, le fue puesto por nombre Jesús, que es el que el Ángel le puso antes que fuese concebido328». La época en que debían recibir los hijos de los Hebreos la dolorosa marca del Sacramento de la Antigua Alianza, no se dejaba a discreción de los padres. El mismo Jehovah la había fijado diciendo a Abraham: «Cuando tenga el Niño ocho días será circuncidado329 La ley mosaica renovó el precepto. «En el octavo día recibirá la circuncisión el recién nacido330. «Hállase, pues, aquí el texto evangélico en perfecta conformidad con la legislación judía. El Hijo de Dios, que venía en su persona a consumar toda la ley, comienza en el pesebre su misión de víctima sangrienta, que sólo terminará en el Calvario. En el Praesepium de Belén, fue, pues, en efecto, donde el Cristo «que era antes de Abraham» y «cuyo nacimiento había deseado ver» el padre de los creyentes, recibió por medio de la circuncisión la marca de los hijos de Abraham. Hásenos conservado por el Talmud los ritos que se usaban en esta ceremonia legal, siendo el modo de practicarlos casi el mismo en el seno del judaísmo actual331. En la mañana del día octavo debían reunirse diez personas por lo menos alrededor del recién nacido. Ya hemos dicho que la operación no era Mohel, se elegía, y aún se elige en la actualidad indistintamente, entre todas las clases de la población judía; su habilidad es el único   —190→   título que le recomienda a las familias. El padre pronunciaba la oración siguiente: «Bendito sea el Señor nuestro Dios, que ha impreso su ley en nuestra carne y que marca sus hijos con el signo de su santa alianza para hacerles participantes de las bendiciones de Abraham, nuestro padre. «Había colocadas dos sillas de honor, la una para el padrino, y la otra quedaba vacía para presentársela al niño, al cual se le dirigían al mismo tiempo estas palabras: He aquí la silla del profeta Elías332». En todos los puntos del universo en que se hallan actualmente dispersos los hijos de Israel, observan también esta costumbre simbólica, atestiguando así su fe en la venida del precursor que debía abrir los caminos al Mesías. Mas para ellos, la silla de Elías permanece siempre vacía; hase sentado en ella Juan Bautista, y Jesucristo, el divino niño de Belén, ha enseñado al mundo de lo alto de una cátedra más augusta que la de Moisés.

9. Después de haber verificado el sangriento rito, recitaba el Mohel esta bendición: Adonai, Dios de nuestros antepasados, fortifica y conserva este niño para su padre y su madre. Que se le llame... (Aquí se pronunciaba el nombre elegido para el niño), y sea la alegría del padre que le engendró y de la madre que le dio a luz333». En tales circunstancias, fue334, pues, como el nombre de Jesús proclamado en el establo de Belén, resonó en presencia de los últimos descendientes de la familia de David, reunidos en el pueblecillo originario, en virtud de la orden de Augusto. ¿Comprendieron entonces los testigos de la ceremonia legal, el sentido del nombre divino, ante el cual «se dobla toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los infiernos?» Concíbese fácilmente que los pastores instruidos por los Ángeles, que la multitud, entre la que había circulado la narración de las maravillas del pesebre, debieron saludar, como un   —191→   del ministerio de los Levitas, y menos aun, del Pontífice Supremo. Al colocar la iconografía moderna comúnmente el teatro de la circuncisión en el templo, dándole al Gran Sacerdote por ministro, comete, pues, una falta contra la verdad histórica. El ministro o feliz presagio, el nombre de Jesús (Salvador), que se dio al vástago de la raza real, tanto tiempo hacía decaída. Este nombre aparece por primera vez en los anales de los Hebreos, recordando la conquista de la Tierra Prometida y las victorias de Josué. Mas adelante, en tiempo de Zorobabel, marcó el nombre de Jesús llevado por un Gran Sacerdote, el término de la cautividad de Babilonia y la inauguración del segundo Templo. Por último, en una época reciente, el nombre de Jesús, autor del libro del Eclesiástico, llegó a ser como sinónimo de la sabiduría descendida del cielo para instruir a los hombres. No era, pues, el nombre de Jesús, como afecta creer el racionalismo, «un nombre muy común335. «La tradición histórica de los Hebreos le atribuía un papel importante. Cuando se dio este nombre al divino hijo de María, se persuadieron los asistentes, sin duda, que el descendiente de David, cuya cuna rodeaban, sería en algún día un guerrero poderoso como Josué; restaurador del culto mosaico, como el gran Sacerdote Jesús, hijo do Josedech; sabio, como Jesús, hijo de Sirach. No se elevaban a más las esperanzas de los Judíos. El yugo del cuarto imperio, el imperio de hierro, predicho por Daniel, pesaba sobre sus cabezas. Roma los anonadaba por mano de Herodes. Pero habían llegado los tiempos marcados por la profecía de Jacob; habíase cumplido el período final de las setenta semanas de años. Todos los Judíos esperaban   —192→   al conquistador salido de David que había de fundar en Jerusalén un trono en adelante inmortal. Sólo dos personas no participaron de estas ilusiones nacionales; éstas fueron María, que conservaba en su corazón los misterios divinos, y Joseph, a quien había dicho el Ángel: «Pondréis al niño por nombre Jesús, porque es el que ha de librar al pueblo de sus pecados». En cada página del Evangelio aparece la preocupación hebraica sobre el carácter enteramente material del imperio de Cristo, debiendo ser tal su persistencia, que todavía esperan en este momento los Judíos un Mesías, un Hijo de la Estrella, cuya espada, saliendo en Jerusalén, ha de hacer de la Judea el centro de la dominación universal del mundo.

10. «Cumplido el tiempo de la purificación de la Virgen madre, según la ley de Moisés, continúa San Lucas, María y Joseph llevaron al niño a Jerusalén para presentarle al Señor, conforme a lo que está escrito en la ley del Señor, que «todo varón que nazca el primero será consagrado al Señor», y para presentar la ofrenda legal de dos tórtolas o dos pichones. Había a la sazón en Jerusalén un hombre justo y temeroso de Dios, llamado Simeón, que esperaba el consuelo de Israel, y el Espíritu Santo estaba con él, y le había revelado que no moriría hasta ver al Cristo del Señor. Y guiado de la inspiración divina, vino al templo a la hora en que entraban en él con el Niño Jesús sus padres a cumplir las ceremonias legales; Simeón le tomó en sus brazos y bendijo a Dios, diciendo: «Ahora es Señor cuando sacarás en paz de este mundo a tu siervo según tu palabra, porque ya han visto mis ojos al Salvador que tú nos has dado; al cual tienes destinado para que, expuesto a la vista de todos los pueblos, sea luz que ilumine a los Gentiles, y la gloria de tu pueblo de Israel.- Y el Padre y la Madre de Jesús estaban admirados de las cosas que decían de él: Y Simeón bendijo a entrambos, y dijo a María, madre de Jesús: he aquí que éste ha sido puesto para la ruina y para la resurrección de muchos en Israel y como blanco de la contradicción de los hombres. (Y aun tu misma alma será traspasada de espada para que sean descubiertos los pensamientos de muchos corazones.) Y había una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era ésta de edad muy avanzada, y había vivido siete años con su marido, con quien se casó, siendo ella joven. Y había perseverado viuda hasta la   —193→   edad de ochenta y cuatro años; y no salía del templo, sirviendo en Dios noche y día, en ayunos y oraciones. Y ésta, habiendo sobrevenido a la misma hora, alababa igualmente al Señor, y hablaba de él a todos los que esperaban la redención de Israel336».

11. Los signos intrínsecos de autenticidad que hemos observado anteriormente en el texto evangélico, se manifiestan aquí con el mismo carácter de evidencia. La hipótesis racionalista que atribuye a algún apócrifo del siglo segundo o tercero esta página de San Lucas, es más y más insostenible. ¿Qué era la purificación legal? ¿Cuántos días debían pasar para la joven madre entre los regocijos de la maternidad y el piadoso deber de la presentación del primogénito en el Templo? Nadie lo sabía, de los Romanos ni de los Griegos, entre los cuales debió haber escrito el supuesto falsario. El autor, sin embargo, no piensa aclarar estos problemas, y continúa su narración, absolutamente como si hablara a una generación instruida en todas las prescripciones y observancias de la ley judía. A no admitir que hubiera tratado de escribir una colección de enigmas indescifrables para sus lectores, no podía el apócrifo emplear tal procedimiento. Manifiestamente, la sobriedad de los pormenores del Evangelio en esta circunstancia prueba que en la época en que se compuso, eran públicas y notorias en Judea las costumbres a que alude, y que constituían la vida y la práctica sociales de los Hebreos. Hágase intervenir la ruina de Jerusalén y la dispersión del pueblo judío, con anterioridad a la fecha en que se escribió esta página del Evangelio, y se pondrá inmediatamente al autor en la necesidad, si quiere que se le entienda, de explicar mil pormenores, que sólo hubiera tenido que notar de paso un contemporáneo. Esta observación general tiene una inmensa trascendencia para apreciar la veracidad del texto evangélico, y todos los sofismas de la incredulidad se estrellarán contra esta ley de la historia. Pero todavía aparece más palpable la demostración, estudiando los hechos en particular. Así, cada palabra del relato de la Purificación evoca todo un orden de ideas extrañas al genio griego y romano y que sólo han tenido aplicación en la ley mosaica. El señor había dicho a Moisés: «La mujer que dé a luz a un hijo permanecerá los siete primeros días, en un estado de impureza legal absoluta337;   —194→   y pasará los treinta y tres días siguientes sin tocar nada que esté santificado y sin poder entrar en el Templo. Si dio a luz una hija, durará la impureza legal dos semanas, y la interdicción religiosa sesenta y seis días. Cuando se cumpla el término de la purificación, ofrecerá, tanto por un hijo como por una hija a la puerta del Templo de la Alianza, un cordero de un año que se quemará en holocausto, y una tórtola o un pichón que se ofrecerán en sacrificio por el pecado. Los pondrá en manos del sacerdote que los presentará al Señor y rogará por ella. Así quedará purificada. Tal es la ley de todas las madres que hayan dado al mundo un hijo o una hija. Sino puede ofrecer la mujer un cordero, tomará dos tórtolas o dos pichones, uno de los cuales servirá para el holocausto, y el otro para el sacrificio del pecado. El sacerdote rogará por ella y quedará purificada338». Refiriendo estos textos de la ley a la narración evangélica, nos hacen comprender todo lo que en ella se sobreentiende: el Antiguo Testamento proyecta sobre la cuna de Jesucristo sus últimos rayos de luz, como la antorcha que viene a confundir sus fuegos moribundos en los esplendores de la aurora.

12. Así, cuarenta días después del nacimiento de un Hijo en Israel, se verificaba la purificación de la madre con un holocausto y un sacrificio por el pecado. La heredera de la casa real de David, la Virgen Inmaculada, bendita entre todas las mujeres, llevando en sus brazos al Cordero de Dios, que debía borrar los pecados del mundo, era demasiado pobre para llevar al templo el cordero del holocausto. Su ofrenda fue la de la indigencia: sustituyose a la rica ofrenda de las mujeres de Israel, dos tórtolas o dos pichones presentados por su mano al sacerdote que llenaba en este día las funciones de sacrificador. ¡Divina pobreza y emblema conmovedor de la pureza de María, caracterizado por la inocencia de la paloma! El sacerdote, descendiente de Aarón rogó por la madre del Hijo de Dios: y se verificó la purificación legal en la persona de la Virgen sin mancha. Pero ésta no era más que una de las obligaciones impuestas a María. El Niño divino era un primogénito, y como tal, pertenecía   —195→   al Señor y debía ser rescatado por dinero. He aquí por qué añade el Evangelista que debía presentarse al Niño en el Templo. Ya hemos tenido ocasión de insistir sobre esta condición de la primogenitura en Israel, sobre lo cual se halla también patente la conformidad de la narración de San Lucas con las prescripciones legales. ¡Dígase cuanto se quiera sobre que ha imaginado un apócrifo todas estas narraciones después del suceso, y que ha podido medir un falsario de tal suerte sus palabras, y con tan perfecta sencillez, que no se encuentra una sola que falle! El racionalismo supondría así un milagro más sorprendente que los del Evangelio que repudia. ¡Pues bien, sí! Toda esta historia se halla dominada por el milagro, y a ser de otra suerte, sería todavía pagano el universo. ¡Qué figuras, en el siglo de Augusto, en un tiempo en que el mundo se embriagaba con los deleites, se abismaba en el epicureísmo, se saciaba de placeres y de sangre! ¡Qué figuras las del justo Simeón «esperando el consuelo prometido a Israel» y la de la profetisa Ana, consumiendo una vida entera «en la oración y el ayuno» en el Templo de Jerusalén! ¿Dónde se habían refugiado la verdadera grandeza, la nobleza de alma, la piedad y la virtud? Preguntad a los poetas, a los historiadores, a los oradores, a los filósofos de Roma, si conocían ni aun de nombre estas grandes cosas. ¡Ayunos a esos bellos ingenios que se alistaban elegantemente en la grey de Epicuro! Oraciones a esos esclavos del inflexible Fatum! Verdaderamente que se pensaba mucho en esto en los festines de Apicio, y bajo el Velum perfumado del circo en que se asesinaban con gracia los gladiadores! ¿Quién no ve que era necesario oponer a prodigios de corrupción, prodigios de santidad; que no podía vencerse la increíble perversidad del paganismo sino por la divinidad de los milagros evangélicos; finalmente, que el único séquito del Verbo hecho carne, la única corte donde debiera parecer el Dios de toda pureza, se hallaban en el Templo de Jerusalén, donde se personificaban en tales representantes las tradiciones de los patriarcas, de los justos y de los Profetas?




ArribaAbajo§ III. Los Magos. -Huida a Egipto

13. «Habiendo, pues, nacido Jesús en Belén de Judá en los días del rey Herodes, vinieron del Oriente a Jerusalén unos magos, diciendo   —196→   ¿Dónde está el rey de los Judíos que acaba de nacer? Porque vimos en Oriente su estrella, y hemos venido a adorarle.- Y oyendo esto el rey Herodes, se turbó, y todo Jerusalén con él. Y convocando a todos los príncipes de los sacerdotes y a los Escribas del pueblo, les preguntaba en dónde había de nacer el Cristo. -A lo cual ellos respondieron: En Belén de Judá, porque así está escrito en el Profeta: Y tú Belén, tierra de Judá, no eres ciertamente la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti es de donde ha de salir el caudillo que rija mi pueblo de Israel339. -Entonces Herodes, llamando en secreto a los Magos, averiguó cuidadosamente de ellos el tiempo oír que se les había aparecido la estrella. Y los envió a Belén, diciendo: Id, e informaros puntualmente de lo que hay de ese Niño, y en habiéndole hallado, dadme noticia para ir yo también a adorarle. -Los Magos, habiendo oído al rey, se marcharon. Y he aquí que la estrella que habían visto en Oriente, iba delante de ellos, hasta que llegando sobre el sitio en que estaba el Niño, se paró. Y viendo nuevamente los Magos la estrella, se regocijaron por extremo. Y entrando en la casa, hallaron al Niño con María, su madre, y postrándose, le adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes de oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños aviso de que no volvieran a Herodes, regresaron a su país por otro camino. Después que marcharon los Magos, he aquí que un Ángel del Señor se apareció en sueños a Josef, diciéndole: Levántate y toma al Niño y su Madre, y huye a Egipto, y estate allí hasta que yo te avise, porque Herodes ha de buscar al Niño para matarle. -Levantándose, pues, Josef, tomó al Niño y a su Madre por la noche, y se retiró a Egipto340».

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14. Magos que acuden del centro del Oriente a adorar la monarquía en su cuna del Dios del establo; una estrella, parándose sobre la morada en que tiene María a su hijo en sus brazos; el anciano Herodes temblando en su trono; Jerusalén conmovida al soplo mesiánico que llega a ella desde los confines de la Arabia; el Sanhedrín judío, los Scribas dando una interpretación del texto de Miqueas, tan clara, tan terminante, tan positiva, que parece historia la profecía: ¡tantos milagros sublevan a nuestros modernos racionalistas! Si hubiera sido Jesucristo el hijo de Augusto, no parecería extraordinario que se hubiera agitado el mundo en torno de su cuna. Pero Jesucristo es el hijo de Dios, y no se quiere que hayan rodeado su advenimiento signos divinos. La majestad del cielo no sabe elegirse una corte; los racionalistas sólo se lo permiten a las majestades de la tierra. Así ¡con qué desdén hablan de la «leyenda, fruto de una gran conspiración enteramente espontánea que se tramaba alrededor de Jesús aun en vida suya! Ya, tal vez, dicen, circulaba sobre su infancia, mas de una anécdota, concebida con el fin de mostrar en su biografía, el cumplimiento del ideal mesiánico; o por mejor decir, de las profecías que refería al Mesías la exégesis alegórica de la época. Otras veces, se le creaba desde la cuna relaciones con los hombres célebres, Juan Bautista, Simeón y Ana, que habían dejado recuerdos de elevada santidad: Herodes el Grande; astrólogos Caldeos, que se dice, hicieron por este tiempo un viaje a Jerusalén341». Estas pocas líneas representan por sí solas, en el Evangelio racionalista, toda la narración del nacimiento de San Juan Bautista, de la Anunciación, de la Natividad divina en Belén, de la Circuncisión, de la Presentación en el Templo y de la Adoración de los Magos. ¡Qué! ¡tantos hechos de notoriedad universal, en el seno de nuestras sociedades cristianas, en tan pocas palabras! Todo un conjunto de relatos que han convertido al mundo, iluminado y trasformado   —198→   millones de almas, inspirado a tantos genios, consolado tantas aflicciones y creado en la tierra un arte nuevo; la crítica moderna tiene la pretensión de resumir concienzudamente todo esto, en una rápida preterición, y de suprimirlo, sin discusión ni pruebas, con «¡un tal vez!» Así es sobrado cierto. He aquí por qué la ciencia digna de este nombre, ha respondido con una explosión de desprecio a estos frívolos clamores. Pero la multitud ha recogido ávidamente los nuevos sofismas. ¡Ah! ¡el alma se conmueve con un sentimiento de inefable compasión por la muchedumbre caída, a la cual se arranca despiadadamente el pan de la palabra divina; y es lícito repetir la conmovedora exclamación del Salvador: Misereor super turbam342!

15. La verdad de la historia domina todas las miserables argucias de los retóricos. ¿No admitís que fulgure una estrella sobre la cuna del Rey de los Cielos? Pues explicad por qué los Seudo-Mesías que trataron de usurpar en esta época el papel de libertadores, eligieron el nombre consagrado de Hijo de la Estrella. No significa otra cosa Barcoquebas, y sabido es que el famoso impostor judío que organizó con este título la última insurrección hebraica contra Roma (135), tomaba todas sus inspiraciones en la ciencia del rabino Akiba. Era, pues, constante, en el seno del judaísmo, que indicaría una estrella el advenimiento del Mesías. ¿Cuántas veces no piden los Fariseos a Jesucristo un signo en los cielos para confirmar la veracidad de su misión? El Talmud de Babilonia nos enseña que hacia la época del nacimiento del Salvador, acudió a Jerusalén «un gran número de gentes» para ver levantarse la estrella de Jacob343. Así, la expectación provocada por los oráculos proféticos había salvado los límites de la Judea e invadido el mundo. Explíquese ¿por qué cantaba Virgilio en Roma, la vuelta de Astreo, la Virgen Celestial, precisamente en el tiempo en que el del texto Evangélico acudía a guiar a los Magos a Belén344? ¿Por qué afirma el libro persa titulado Oráculos mágicos «que en una época poco remota dará a luz una Virgen un Santo, cuya aparición anunciará una estrella345 ¿Por qué, finalmente, hablando la Sibila Caldea de los   —199→   síntomas que debían preceder al advenimiento de una religión más pura, anunciaba «una lucha de astros, el triunfo de una nueva estrella, y la caída del sabeísmo de los Magos346?» Los Cristianos no han podido influir sobre las inspiraciones de Virgilio; sobre los pensamientos del rabino Akiba y de los autores del Talmud; sobre el seudo Zoroastro, que escribió los Oráculos mágicos. Supóngase, pues, que estas tradiciones, conmoviendo al mundo, de Oriente a Occidente, en los últimos días de Herodes, no hubieran sido notorias entre el vulgo, y no tiene ya sentido la narración evangélica. Si vinieran en el día tres extranjeros a una de nuestras capitales europeas a hablarnos de una estrella que hubiera aparecido en el fondo del Asia, y a anunciarnos el nacimiento de un Niño-Rey, no conmovería su palabra seguramente a ningún soberano en su trono; la opinión pública permanecería impasible y continuarían su camino los tres visionarios sin causar la menor emoción en torno suyo. Era, pues, necesario circunstancias excepcionales para que agitase como agitó la llegada de los Magos a Jerusalén, al anciano Herodes, al Sanhedrín, a los Escribas y a toda Jerusalén. Pero el Evangelista no nos explica estas circunstancias excepcionales. Luego se escribió el Evangelio en una época en que se conservaba aún su recuerdo en el seno de una generación contemporánea. Luego por todas partes resplandece esa luminosa autenticidad del texto evangélico que la incredulidad quisiera cubrir con un velo de nubes.

16. ¿Dónde está el rey de los Judíos que acaba de nacer? preguntan los Magos. Porque vimos en Oriente su estrella, y hemos venido a adorarle. No obtendría tal pregunta apoyada en semejante relato, y arrojada en medio de nuestras civilizaciones actuales, ni aun el honor de una respuesta. Pero en el mundo entero, y sobre todo en Jerusalén, en la época en que aquélla se hacía, preocupábanse unánimemente los espíritus del nacimiento de un Rey, y del advenimiento de un nuevo Imperio. Herodes, el tirano Idumeo, seguía con ansiosa mirada las diversas manifestaciones de la esperanza popular. Al punto va a hacer degollar a los niños de Belén, y querrá hacer degollar en el hipódromo de Jericó a todos los jefes de las familias principales, sin duda para extinguir en arroyos de sangre las aspiraciones nacionales. Concíbese, pues, la turbación que debió   —200→   causar la palabra de los Magos en el ánimo receloso del monarca, y la emoción que excitó en sentido inverso entre la multitud de los Hebreos. Pero ni Herodes ni sus súbditos se admiran de la aparición de una estrella y de la relación que podía existir entre semejante fenómeno y el nacimiento de un nuevo rey de los Judíos. «Se levantará una estrella de Jacob347», había dicho el hijo de Beor. Esta profecía, consignada en los libros de Moisés, llevada por la emigración a Babilonia, a Persia, a Caldea, no había cesado de fijar las miradas de Israel. Una estrella, el Mesías, eran dos términos que dilataban todos los pechos y hacían palpitar todos los corazones de los hijos de Judá. Cuando fueron a decir a Jerusalén los Magos, esto es, los herederos Caldeos o Persas de la antigua ciencia de los astros: «Hemos visto una estrella, ¿dónde está el rey de los Judíos?» fueron tan naturales y tan inteligibles sus palabras, como si preguntara un extranjero en nuestros días, al oír el estampido del cañón anunciando el nacimiento del heredero de un trono; ¿dónde está el palacio del Rey que acaba de nacer? Porque oigo la señal de su venida al mundo. -No se había interpretado la profecía de Balaam en sentido alegórico, pues no se prestaba por otra parte a ello su texto, sino que se había tomado al pie de la letra y estudiádose con tal perseverancia, que habían llegado los Judíos a fijar la época de su cumplimiento. Léese en el Talmud, que debía verificarse la venida del Mesías en la conjunción de Saturno y de Júpiter en el signo de Piscis: pues bien, según ha demostrado Keplero, esta conjunción se verificó el año 747 de Roma, año que cae en el del nacimiento de Jesucristo. Hallábanse tan persuadidos los Fariseos de la exactitud de este cálculo astronómico que no temieron predecir al mismo Herodes, según atestigua Josefo, la próxima cada de su trono. Finalmente, era tan general y tan uniforme a un mismo tiempo la creencia sobre este punto, que Filón, que entonces vivía en Alejandría, predijo, conforme a un fenómeno celeste observado por él, que iban a reunirse los judíos de todos los puntos del mundo, para inaugurar el imperio de la paz.

17. Tantos testimonios concordes y terminantes recaen como un peso abrumador sobre la pobreza racionalista de datos que nos entretiene con «anécdotas y leyendas elaboradas espontáneamente». El Evangelio es un monumento que tiene sus raíces en la historia y   —201→   su cima en los cielos. Es, pues, cierto que apareció en Oriente una estrella que guió a los Magos a la cuna de Jesucristo. Si no hubiera iluminado el signo celestial la casa de Belén, no creería aun hoy el mundo en la divinidad del Verbo hecho carne. Esto es tan exacto, que no solamente Barcoquebas, sino ni el profeta de la Meca, el mismo Mahoma, no pudieron atraer a su causa las convicciones de los orientales, sino haciéndose preceder por la aparición extraordinaria de una estrella. Todos saben que el meteoro conocido en el día con el nombre de cometa de Halle, se aproximó a la tierra en el año 612, y que comenzando entonces Mahoma su vida pública, se aprovechó de esta circunstancia para responder a las exigencias de la profecía, y anunció este fenómeno como la señal de su pretendida misión. No es lo que más admira al historiador el milagro de una estrella anunciando a los Magos el nacimiento de Cristo, sino la increíble ligereza del racionalismo que se desliza sobre semejantes hechos sin sospechar siquiera su importancia. En la Biblioteca Imperial de París se conserva un fac-simile de una inscripción descubierta en China, en Syn-gnan-fu, y que se remonta al año 550 de nuestra era, siendo apenas dos o tres siglos anterior al zodiaco de Denherah, que forma parte del mismo depósito, y que atribuía la ciencia incrédula libremente a una época ante-histórica. En la inscripción de Syn-gnan-fu se leen estas palabras textuales: «La Persia contemplando el esplendor del Mesías, vino a pagar el tributo». ¿Querrá decirnos el escepticismo contemporáneo por qué no ha creado respecto de la inscripción china la celebridad facticia con que dotó poco antes al mármol famoso de Denherah? Sobrado lo sabemos. La conspiración del silencio es a veces tan hábil como la de las famas en comandita. Pero ¿qué nos importan estos artificios de la mala fe premeditada? No se ha esperado al descubrimiento del monumento chino para creer en el Evangelio. No era la inscripción de Syn-gnan-fu la que dictaba al filósofo Platónico Calcidio, en el año 250, estas otras palabras: «Hase aparecido a Caldeos ilustres por su ciencia y habilidad en la astronomía, una estrella, anunciando, no ya muertes o calamidades, sino la bajada de un Dios a la tierra. A vista de este nuevo astro, se determinaron a dejar su patria para ir en busca del Dios. Cuando le encontraron, le rindieron los homenajes debidos a la Majestad divina, velada bajo la figura de un niño348». Un siglo antes   —202→   de Calcidio, Celso, el enemigo jurado del nombre cristiano, no sospechaba ni aun la posibilidad de negar un hecho tan notorio como la llegada de los Magos a Jerusalén, después de la aparición de una estrella extraordinaria349. Hacia el año 103, Justino, educado en el seno del paganismo, recogía en Siquem las tradiciones casi contemporáneas de la historia de Jesucristo. Conservábase todavía el recuerdo de los Magos y de la estrella de Belén, según lo proclama Justino, en su diálogo con el judío Tryfon, sin que sueñe su interlocutor un instante en poner en duda la autenticidad de una narración que se había conservado por todos en la memoria350.

18. He aquí como se apoya el texto Evangélico en las más positivas realidades. A la hora en que escribimos estas líneas, se enseña aun, en el camino de Belén, una fuente llamada Fuente de los Magos; y la tradición nos manifiesta que se apareció de nuevo en este sitio la estrella milagrosa a los viajeros. ¿Qué monumentos opone el racionalismo moderno a tantas tradiciones positivas? ¡Pues qué! ¡un oscuro apócrifo habrá tenido la fortuna de inventar una leyenda, cada una de cuyas palabras se hallará confirmada por la historia contemporánea, por las profecías anteriores, por las tradiciones universales, por los recuerdos de todas las generaciones, en todos los puntos de la tierra! ¿Os parece muy natural semejante apariencia de verdad respecto de una leyenda? ¿Y os basta para explicárosla la casualidad? Pues bien; un literato que no es sin embargo oscuro para ser apócrifo; que disponía de todos los recursos de la filología, de la ciencia histórica y crítica, acaba de escribir la Vida de Jesús en 459 páginas. Explicad ¡cómo es que le haya favorecido tan poco la casualidad, tan complaciente con los apócrifos, que no se encuentre en su obra una sola línea que no esté desmentida por todos los monumentos, por todos los testimonios, por todo el conjunto y por cada pormenor de la civilización contemporánea de Jesucristo!




ArribaAbajo§ IV. Degollación de los inocentes

19. Los ilustres adoradores que enviaba el Oriente a la cuna de Belén, eran extraños a las pasiones que agitaban entonces la Judea, desde el trono del viejo Herodes hasta la tienda del pastor. Aun   —203→   cuando no nos dijera el Evangelista que llegaban de una región lejana, la confianza con que se explican, sin pensar en qué pudieran dispertar toda la cólera de un tirano, bastaría para probarlo. Su buena fe es tan evidente para nosotros, como lo fue para el mismo Herodes; y forma, respecto de la narración evangélica una garantía de autenticidad incontestable. Los judíos, víctimas hacía treinta años de la inexorable crueldad del rey Idumeo, debieron temblar por la vida de los nobles extranjeros; mezclándose sin duda este sentimiento a la emoción que excitó, bajo el punto de vista de las esperanzas nacionales, la llegada de los Magos, entre los habitantes de Jerusalén. La conducta de Herodes, en esta circunstancia, concuerda con todo lo que nos dice la historia sobre su insidiosa política, su profundo disimulo y su astuta sagacidad. Tenía el más vivo interés en conocer el pensamiento íntimo del Sanhedrín, de los Sacerdotes y de los Escribas sobre el misterioso rey, esperado por toda la Judea. Presentábanse a los ojos del monarca las tradiciones mesiánicas, familiares a los Hebreos de raza, educados en el estudio de la Ley y de los Profetas, bajo un aspecto muy diferente de la realidad. Ya hemos dicho más arriba que había soñado Herodes en explotarlas, en beneficio de su poder, y que sus cortesanos, con el nombre de Herodianos, aplicaban a la monarquía de su señor los caracteres proféticos del imperio de Cristo. Esta lisonja, atestiguada por Josefo, suponía en Herodes una ignorancia absoluta de los pormenores tradicionales, relativos al advenimiento del Mesías. Así se comprende la premura con que explota en beneficio propio, la llegada de los Magos, para enterarse oficialmente de la trascendencia de las esperanzas nacionales. La convocación de los Sacerdotes y de los Escribas era una medida doblemente hábil; por una parte enseñaba a Herodes el punto preciso que tendría que vigilar su tiranía en lo sucesivo, y por otra, ofrecía a su carácter desconfiado la ocasión de medir, por las respuestas individuales de cada doctor, el grado de importancia que daba a las profecías, y por consiguiente, el interés más o menos sincero qué le inspiraba el régimen actual. Esta política servía mucho mejor los proyectos del tirano que lo que los hubiera servido una severidad prematura. He aquí por qué afecta para con los Magos un sistema de hipócrita simpatía. «Id, les dice, y preguntad a todos los que puedan daros noticias sobre el Niño, y cuando le hayáis encontrado, volved a decírmelo para ir yo también   —204→   a adorarle». Los nobles extranjeros hubieran ido sin saberlo, a aumentar la policía del viejo rey. El Interrogate diligenter de Herodes es un rasgo maestro de doblez y de perfidia. Para desbaratar esta pérfida táctica, no bien hayan tributado los Magos a los pies de Jesús recién nacido los productos simbólicos de su patria, el oro de la monarquía, el incienso de la divinidad, y la mirra de la humanidad mortal351, se volverán a su país por otro camino. El Hijo de María será llevado al Egipto, y los sanguinarios proyectos del tirano se realizarán demasiado tarde.

20. «Viéndose Herodes burlado de los Magos, continúa San Mateo352, se irritó mucho, y enviando ministros, hizo matar todos los niños que había en Belén y en todos sus contornos, desde la edad de dos años abajo, según el tiempo de la aparición de la estrella que le habían indicado los Magos. Entonces se cumplió lo que dijo el Profeta Jeremías. Un clamor ha resonado en Rama entre llantos y alaridos. ¡Es Raquel que llora a sus hijos y rehúsa todo consuelo porque no existen353!» Hallábase resuelta por Herodes la degollación de las inocentes víctimas de Belén desde el día en que llamó la atención del tirano la respuesta del Sanhedrín, sobre la ciudad real designada por los Profetas, como la cuna futura del Mesías. La sangrienta ejecución debió seguir próximamente a la partida de los Magos, siendo uno de los hechos históricos mejor consignados por los testimonios extrínsecos. Nadie ignora las palabras de Augusto sobre este suceso. La noticia de la degollación de Belén llegó a la corte del Emperador al mismo tiempo que la de la ejecución de Antipater, hijo mayor de Herodes. Al saber, dice Macrobio, que acababa de hacer degollar el rey de los Judíos, en Siria, a todos los niños de dos años abajo, y que había sido muerto   —205→   su propio hijo por la orden paternal, exclamó Augusto: «Más vale ser puerco de Herodes que hijo suyo354» Semejante crueldad subleva la delicadeza de nuestros modernos racionalistas, pues no creen ni en los milagros del poder divino, ni en los monstruosos extravíos de la ambición humana. Y no obstante, la bárbara medida aplicada por el tirano Idumeo a sólo los niños de Belén, había sido decretada cincuenta años antes por el Senado de Roma, contra todos los que nacieran en el año fatídico, en que, debía «dar a luz la naturaleza un rey», según los oráculos sibilinos.- No lo ignoraba Augusto, porque este decreto, sancionado por la feroz exaltación de los senadores republicanos, pero repudiado por la conciencia del pueblo, se había dado en el año mismo que precedió al nacimiento de este emperador. Así, no hay en su irónica exclamación sombra de censura sobre la cruel política de Herodes; no hay ni un acento de piedad en favor de las tiernas víctimas y de las lágrimas de sus madres. A los ojos de Augusto, ha obrado Herodes con prudencia, segando esas tiernas flores; su única falta es haber muerto a su propio hijo, de la cual bastará para absolverle el dicho imperial. ¡He aquí lo que era la humanidad en manos del despotismo de Roma y de los agentes coronados que sostenía el Capitolio en todas las provincias! Vespasiano hacía buscar, al día siguiente de la toma de Jerusalén, todos los miembros de la familia real de David, haciéndolos degollar, a sangre fría, para ahogar en su origen la persistencia de las aspiraciones populares que se obstinaban en esperar un libertador salido del tronco de la familia de Jessé355. ¡Tan cierto es que los Romanos «pensaron largo tiempo que existía en torno suyo algún representante de la antigua dinastía356» judía! ¡Tan cierto es que el advenimiento del Salvador, prometido en las puertas del Edén, predicho por los profetas y esperado por el mundo oprimido, turbaba el sueño de los opresores y hacía temblar el imperio de Satanás, erigido en todos los tronos!

21. Las lamentaciones de Raquel que se escuchaban en este día en las campiñas de Roma, resonarán hasta el fin de los siglos, como testimonio acusador de la ferocidad verdaderamente diabólica a que vino Jesús a arrancar el universo. El sepulcro de Raquel está   —206→   a algunos pasos del Praesepium, donde quiso tener su cuna el Niño-Dios. Las ruinas de Roma coronan sus alturas. Muéstrase en los flancos de la montaña una gruta, donde según nos enseña la tradición local, buscaron un refugio muchas madres perseguidas por los soldados de Herodes, y fueron degolladas con los niños a quienes cubrían con sus brazos. ¿Qué ha llegado a ser, por tanto, el reinado sanguinario de Herodes? ¿Quién es el soberano que reina hoy en el Capitolio en el sitio en que creía la justicia imperial de Augusto castigar suficientemente, con un frívolo juego de palabras, el atentado de Belén y al autor coronado de tal carnicería? El Vicario de Jesucristo está sentado en el trono de Augusto, que ha llegado a ser la silla de la paternidad santa que irradia sobre el mundo. Desde allí envía a las márgenes de los ríos de la China, a recoger millares de niños que abandona todos los años la barbarie idolátrica, sin piedad y sin remordimientos. ¡Cuántas víctimas arrancadas a la muerte en el nombre del Niño Dios, que escapó de la cólera de Herodes! ¡Cuántas almas rescatadas para el cielo, en nombre de los Inocentes degollados en Belén357 van a acrecentar diariamente el séquito del Cordero! La humanidad entera tiene, pues, el derecho de repetir el cántico de la Iglesia: «Salve, flores de los mártires que ha segado en el mismo umbral de la vida el perseguidor de Cristo, como troncha la tempestad las rosas nacientes! Primicias de la inmolación de Jesús, tierno rebaño de víctimas: vuestras manos inocentes juguetean al pie del altar con las palmas y las coronas358».




ArribaAbajo§ V. La vuelta a Egipto

22. La degollación de los Santos Inocentes no fue más que un episodio de la cruel persecución que señaló los últimos días de Herodes. «Este príncipe, dice Josefo, tenía setenta años. Atacado por   —207→   una enfermedad, que le quitaba toda esperanza de curación, adquirió un humor tan sombrío, que no podía soportarse a sí mismo. El horror que inspiraba a sus súbditos, la persuasión de que se esperaba su muerte como una liberación o un bien, redoblaban su rabia. En esta coyuntura estalló una sedición, suministrándole un pretexto para saciar su furor359». Con desprecio de la ley de Moisés, había hecho colocar sobre la portada del Templo una águila de oro, símbolo de la dominación romana360. Judas, hijo de Saripheo, y Matías, hijo de Margalotha, dos doctores cuyo celo, elocuencia y adhesión profunda a las instituciones nacionales habían hecho su nombre querido a toda la juventud de Jerusalén, dejaron estallar toda su indignación. La resistencia de los Fariseos que acababan de negarse al empadronamiento mandado por César, había arrojado en el pueblo fermentos de rebelión. El nuevo ultraje hecho a la religión mosaica, con la exhibición en el santuario de Jehová de una escultura prohibida formalmente por la ley judía, acabó de exasperar los ánimos. Arrancose de los pórticos del Templo el águila de oro, con aplauso de la multitud; rompiose a hachazos este emblema de la servidumbre de Israel, hollándose sus despojos. El viejo Herodes, que supo este atentado en su lecho de dolor, tuvo aun bastante vida y poder para hacer quemar vivos a Matías y todos sus cómplices. Algunos días después, se hacía trasladar, por consejo de los médicos, a las aguas bituminosas de Callirhoe, a algunos estadios de Jericó. He aquí los términos en que describe Josefo los padecimientos del tirano: Consumíale hasta la médula de los huesos una calentura lenta, cuyo fuego parecía enteramente concentrado en su interior; obligábale una hambre insaciable a devorar de continuo alimentos que no le nutrían: roíanle las entrañas úlceras purulentas, arrancándole gritos de dolor; hinchados los pies y las coyunturas por la hidropesía, hallábanse aun cubiertos por una piel trasluciente, devorando la parte viva del busto los gusanos. Agregábase a este horrible suplicio el de un olor fétido e insoportable: hallábanse todos los nervios contraídos, y la respiración era corta y quejumbrosa. Los médicos que le curaban proclamaban unánimes que había   —208→   caído sobre él la venganza divina en castigo de sus inauditas crueldades361». Tal era el cadáver viviente que se sumergía en Callirhoe en una tina de betún y de aceite tibios. No bien entró en ella el enfermo, cuando pareció disolverse su cuerpo, cerrándose a la luz sus ojos moribundos. Volvió a conducírsele a su lecho, principiando no obstante a divulgarse la noticia de su muerte. A este falso rumor, manifiestan su gozo los Judíos. Lo sabe Herodes al volver de su letargo, y manda traer a Jericó todos los miembros de las principales familias de este pueblo esclavo, y les hace encerrar en el Hipódromo. «¡En el momento que haya expirado, dice a Salomé, manda a mis arqueros que maten a flechazos toda esta multitud para que se vea obligada la Judea a llorar mi muerte!» Pidió después, para apagar su ardiente sed, una manzana, y quiso cortarla él mismo. Diosele este gusto, pero aprovechándose de un momento en que se creía libre, intentó traspasarse el corazón con el cuchillo que tenía en la mano. Su sobrino Achiab, dando un grito de terror, se precipitó sobre él y detuvo su brazo suicida. El ruido que produjo este acontecimiento alarmó el palacio: la noticia de que había muerto el tirano voló por segunda vez por toda la ciudad, llegando hasta la prisión donde estaba detenido Antipater, su hijo. El joven príncipe que la esperaba con impaciencia, se entregó al enajenamiento de una alegría desnaturalizada, y suplicó a los guardias que le pusieran en libertad. Fuese a avisárselo a Herodes, el cual más furioso por la alegría de Antipater, que por la misma proximidad de su muerte, envió soldados a degollarle en su prisión, y cinco días después, expiró él mismo, llevando al sepulcro la maldición de los Judíos y la mancha de la sangre inocente, derramada a raudales durante un reinado de treinta y siete años362.

23. Salomé, no bien murió su hermano, hizo poner en libertad a los desgraciados presos del hipódromo, esperando crearse, con este acto de clemencia para lo sucesivo, una popularidad que coadyuvase a sus ambiciosos proyectos. Leyose el testamento de Herodes en el anfiteatro de Jericó, en presencia de los soldados y de la   —209→   multitud reunida. El viejo rey «declaraba en términos formales, que no tuvieran efecto sus disposiciones testamentarias hasta que las hubiese confirmado Augusto363». En seguida legaba a César todos los vasos de oro y de plata y los objetos artísticos más preciosos de sus palacios con una suma de 10.000,000 de plata acuñada; y a la emperatriz Livia 5.000,000. Estas liberalidades póstumas debían coadyuvar poderosamente a obtener la ratificación imperial de las demás partes del testamento que investían a Arquelao con el título de rey de Judea; que daban a Antipas las tetrarquías de Galilea y de Perea; a Filipo, las de la Traconítida de la Gaulanita y de Batanea, y finalmente a Salomé, tía de los tres jóvenes príncipes y hermana del difunto rey, las ciudades de Jamnia, Azoth y Phasaelis364. El pueblo respondió a esta comunicación con gritos de: ¡Viva el rey Arquelao! y se celebraron los funerales del tirano con una pompa hasta entonces inusitada entre los Hebreos. El cuerpo revestido con las insignias reales, con una corona de oro en la cabeza y el cetro en la mano, fue conducido por espacio de doscientos estadios, en una litera de oro, enriquecida de pedrería, desde Jericó hasta Herodion, sitio designado para la sepultura. Abría la marcha la guardia real, compuesta de Francos, Germanos y Galos365. No se ha comprobado lo suficiente, bajo el punto de vista de los orígenes nacionales de los Francos, la particularidad de la presencia de las cohortes galas en Judea en la época del Evangelio. Hemos consignado ya que el hecho se remonta al tiempo de las relaciones de Herodes con la famosa Cleopatra. Estos hijos de la Galia a sueldo del rey de los judíos; estos compatriotas de Vercingétorix, trasladados a Jerusalén, oyeron la relación de los Magos, fueron testigos de la agitación de los Hebreos a la noticia de haber aparecido en Oriente la Estrella del Mesías, y oyeron resonar a sus oídos los gritos desgarradores de las madres   —210→   de Belén. Tal vez algunos de ellos viesen más adelante los milagros que sembraba a su paso el divino Hijo de María. Por lo menos, no puede ponerse en duda la autenticidad del hecho atestiguado por Josefo. No era un nombre desconocido de los judíos la Galia, a la época del nacimiento de Jesucristo, y recíprocamente, era el nombre de Jerusalén familiar a los guerreros de la Galia y de la Germania. Estas relaciones oficiales entre los dos países preparaban para la era apostólica la evangelización de la Francia. Sea de esto lo que quiera, el cortejo fúnebre, ostentándose con magnífica pompa, se detenía a cada milla (ocho estadios). Quemábase incienso y perfumes alrededor de la litera real, y mientras lloraban las Plañideras la muerte del Tirano, los coros de los músicos cantaban sus alabanzas. En medio de estas demostraciones de un fingido duelo, fue depositado Herodes en la tumba que él mismo se había erigido.

24. «Muerto Herodes, dice San Mateo, he aquí que el Ángel del Señor se apareció en sueños a Josef en Egipto, diciéndole: Levántate y toma al Niño y a su madre, y ve a la tierra de Israel, porque ya han muerto los que atentaban a la vida del niño.- Levantándose Josef tomó al Niño y a su madre, y vino a tierra de Israel. Y oyendo que Arquelao reinaba en Judea, en lugar de su padre Herodes, temió ir allá, y avisado en sueños, se retiró al país de Galilea. Y llegando allí, habitó en Nazareth para que se cumpliera lo que dijeron los profetas: «Que será llamado Nazareno366». La narración evangélica en su sencilla y natural brevedad, va a amoldarse con admirable precisión a los pormenores de los acontecimientos políticos referidos por el historiador Josefo. El súbito recelo que invadió el ánimo del patriarca al llegar a las fronteras de Judá, estaba suficientemente justificado por las turbaciones que siguieron a la muerte de Herodes. Después de haber tributado los últimos deberes a su padre Arquelao, explotando, como hábil político, una costumbre   —211→   nacional de los Hebreos, dio al pueblo el festín de los funerales con una suntuosidad verdaderamente regia. Toda la ciudad de Jerusalén resonaba con gritos de júbilo; y cuando subió al Templo el joven príncipe y fue a sentarse en el trono de oro que se le había preparado, no conoció ya límites el entusiasmo de la muchedumbre. Tomando Arquelao la palabra, acabó de conquistarse todos los corazones con la modestia afectada de su lenguaje; y dio gracias a la multitud del interés de que le daba pruebas en aquel momento, diciendo: «Debo agradecerlo tanto más, cuanto que el recuerdo de los actos rigorosos del rey mi padre, podía predisponeros menos favorablemente para con su hijo. En adelante, pues, podéis contar con todo mi reconocimiento». A esto añadió, que no tomaría aun oficialmente el título de rey. «He rehusado, decía, la diadema que quiso colocar en mis sienes el ejército en Jericó. Sólo César tiene el poder de concederme la corona. En cuanto la reciba de su mano, os probará mi conducta hasta qué punto me sois queridos, pues todos mis esfuerzos se dirigirán a reparar las desgracias del reinado precedente y a aseguraros en el porvenir, la prosperidad, la paz y la dicha».

25. La muchedumbre tomó a la letra este discurso de feliz advenimiento. Unos pidieron al joven príncipe la disminución de los tributos impuestos por Herodes, y la entera abolición de ciertos derechos de peaje y de aduana, mas particularmente vejatorios; otros reclamaron que se pusiera en libertad a los presos que yacían en los calabozos del difunto rey. Accediose a todas estas súplicas, pues Arquelao necesitaba el favor popular como una circunstancia favorable para determinar la ratificación imperial. Así compraba en Jerusalén, Con sacrificios de que se prometía resarcirse, el sufragio omnipotente de Roma. Pero esta interesada condescendencia no hizo más que dar aliento a las pretensiones de sus nuevos súbditos. Las llamas de la pira que devoraron poco tiempo hacía a los ilustres doctores Judas de Sarifeo y Matías con un número considerable de jóvenes de las primeras familias, habían encendido en todos los corazones un ardiente deseo de venganza. En breve se exaltaron los espíritus. La proximidad de las fiestas de Pascuas y la afluencia de los Judíos que acudieron a la solemnidad de todos los puntos del mundo, agravaron la situación. Presentose una comisión a suplicar a Arquelao que reparase la anterior injusticia, y que condenara   —212→   a muerte a los consejeros de Herodes que designaba la animadversión pública como autores de la condena de Judas de Sarifeo. El joven príncipe echó mano de todo para aplacar a los facciosos: representoles que semejante medida excedía su poder, pues hasta que le hubiera confirmado César en la posesión del trono de Judea, no podía tomar la responsabilidad de una decisión de tal importancia. Más adelante, cuando se afirmara el cetro en sus manos, prometía resolver este asunto, con toda la madurez y la prudencia que exigía. Esta respuesta fue acogida con clamores sediciosos. Los Fariseos, instigadores secretos de la sedición, lo habían preparado todo para un levantamiento. Muchos de ellos no habían dejado los atrios sagrados, ni aun de noche, mendigando un pedazo de pan del primero que pasaba, para no cesar en sus furibundas declamaciones. Habíase reunido en el Templo una multitud inmensa: atemorizado Arquelao, envió uno de sus oficiales a la cabeza de una cohorte a reprimir la insolencia de los facciosos. El pueblo se arrojó sobre los soldados, degollando a todos los que pudo alcanzar, y cubierto el oficial de heridas, tuvo que huir para librarse de una muerte cierta. Siendo preciso obrar en tal situación, hizo Arquelao cercar el Templo por todo su ejército, dando orden a la caballería de matar a todos los que intentaran salir de los atrios y rechazar a todos los que manifestarán desde fuera la intención de penetrar en ellos para auxiliar a los rebeldes. Esta medida convirtió en consternación el furor de los Judíos. Al ver a la caballería que iba a situarse en cada salida, se lanzó en desorden la multitud para adelantársele. Gran número consiguió tomar la fuga, hallando guarida en los montes cercanos. Los demás fueron degollados desapiadadamente, obstruyendo tres mil cadáveres los pórticos del Templo. Mandose cesar por aquel año la celebración de las solemnidades pascuales; los extranjeros tuvieron que abandonar al punto la Ciudad Santa, habiéndose publicado aquella misma noche el decreto de Arquelao que notificaba esta orden367.

26. Tal era la situación de Jerusalén cuando, dejando la santa Familia el suelo hospitalario del Egipto, llegaba a las fronteras de Judá. Fácil es, pues, de comprender por qué «temió San Josef penetrar más adelante en este país368». Cotejando la historia profana   —213→   con el texto evangélico, constituye un luminoso comentario de éste. No fue, pues, porque era hijo de Herodes el nuevo rey Arquelao, por lo que no se atrevió Josef a entrar en su territorio. El tetrarca de Galilea Antipas369 era también hijo de Herodes, y no temió Josef por esta circunstancia establecerse en Nazareth. «Los que atentaban a la vida del niño han muerto370, había dicho al Ángel: Éste celestial mensaje tranquilizaba completamente al esposo de María sobre las intenciones de los nuevos príncipes. -Arquelao y Antipas no pensaban, pues, en efecto, envolver a comenzar las sangrientas pesquisas de Belén. Estos dos hermanos secretamente rivales, tenían un solo pensamiento, pero contradictorio. Arquelao quería hacer confirmar por la potestad imperial, el testamento que le llamaba al trono. Antipas, aconsejado por Salomé, su tía, esperaba tener bastante influencia en la corte de Augusto, para hacerse sustituir a su hermano, como rey de Jerusalén, a lo cual le daba derecho un testamento anterior de Herodes. Para hacer triunfar sus pretensiones, necesitaba cada competidor atraerse el favor del pueblo. Esta necesidad predisponía a los dos jóvenes príncipes a proceder con dulzura y clemencia por el momento. Había sido necesaria toda la obstinación de los facciosos para provocar la represión que acababa de ensangrentar el Templo de Jerusalén. Pero este incidente que hubiera querido prevenir Arquelao, y cuya explosión imprevista era un verdadero contratiempo para sus proyectos, creaba un peligro real a la santa Familia. Lanzados bruscamente y huyendo de la Ciudad santa los extranjeros que habían acudido a la festividad de la Pascua, divulgaron la noticia de la degollación por todas las fronteras. Concíbese, pues, que participara del temor general San Josef que se dirigía a la misma Jerusalén. Además, ocasionábale motivos particulares de temor, el sentimiento de su responsabilidad respecto del divino depósito confiado a su guarda. Siguiendo, pues, la costa marítima de la Palestina, llegaron a Galilea los ilustres viajeros, volviendo a ver la Virgen María su morada de Nazareth, cuyo humilde techo tuvo la gloria de abrigar la infancia y la juventud del Hombre-Dios.



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ArribaAbajo§ VI. Reducción de la Judea y provincia romana

27. Entre tanto Arquelao y Antipas, seguidos en breve de Filipo, su tercer hermano, de Salomé, su tía, y de toda la familia de Herodes, se embarcaban en Joppé, para ir a solicitar a la corte de Augusto el fallo de la sucesión en litigio. El verdadero rey de los Judíos y del mundo crecía en la oscuridad de Nazareth, mientras que Roma se dividía entre las intrigas rivales de los pretendientes al trono de Jerusalén. Durante las deliberaciones ocurrió un episodio significativo. Augusto había enviado a su intendente Sabino a Judea a hacerse cargo inmediatamente de las cantidades considerables legadas al emperador por el viejo Herodes. Esta cláusula del testamento se había considerado como inviolable, no admitiendo su ejecución prórroga alguna; ¡hasta tal punto era en la época del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo «el dominio de Herodes» un principado feudal e independiente! La presencia de Sabino en Jerusalén y el carácter vejatorio de sus inquisiciones fiscales sublevaron toda la población. Bajo pretexto de buscar los tesoros que había dejado Herodes, ocupó Sabino militarmente las principales fortalezas del reino. Esto hizo estallar una formidable insurrección en la Ciudad santa, en la festividad de Pentecostés, que en breve se propagó por todos los puntos de la Judea. El gobernador romano de Syria, el famoso Varo, cuyos desastres en Germania debían, algunos años más adelante, arrancar lágrimas de desesperación al emperador, fue bastante feliz en estas circunstancias para librar a Sabino, que estaba sitiado en el palacio de Jerusalén, y extinguir la sedición en todo el país. Para dar una apariencia de satisfacción a los descontentos, autorizó Varo a los judíos para diputar cincuenta de sus jefes principales a la corte de Augusto, con el fin de suplicar al emperador que anexionara pura y simplemente la Judea a la provincia romana de Syria y los desembarazase para siempre de la dinastía de Herodes. «Ha sido tal la crueldad de este príncipe, dijeron, que si una fiera pudiese obtener el gobierno de un pueblo, no obraría con más inhumanidad. A la muerte de este monstruo, añadieron, esperábamos de su hijo Arquelao una conducta prudente y templada. Con esta ilusión, consentimos en honrar con un luto público los funerales de Herodes, y proclamamos el advenimiento del joven príncipe.   —215→   Mas éste ha correspondido a nuestras esperanzas degollando tres mil Hebreos en el recinto del Templo de Jerusalén371». No fue tan decisivo como hubiera podido creerse el efecto de esta protesta apoyada por los ocho mil judíos establecidos entonces en Roma. Augusto, después de muchos días de reflexiones, dio a Arquelao las provincias de Judea, de Samaria y de Idumea, con el título de etnarca, prometiéndole concederle más adelante el título de rey, si se mostraba digno de llevarlo por su moderación y su virtud. Antipas fue tetrarca de la Galilea y de la Perea; Filipo recibió con el mismo título la investidura de la Batanea, de la Traconítida y de la Auranita. Salomé fue confirmada en la posesión de las ciudades que le había legado su hermano. Así se ratificó el último testamento de Herodes, salvo la importante modificación que suprimía provisionalmente el título de rey de los judíos y la anexión de las ciudades de Gaza, Hippo372 y Gadara a la provincia romana de Syria373.

28. La extinción del título de rey, y la promesa condicional de restablecerle en la persona del etnarca de Jerusalén, si se hacía digno de él con su conducta, eran a un mismo tiempo un aviso a Arquelao y una hábil concesión que se hacía a los Judíos. Aquí se muestra la política romana fiel a sus constantes tradiciones. Por todas partes trataba de sembrar la sedición entre los soberanos y los pueblos, humillando a los primeros, sin exaltar demasiado a los segundos, con el objeto de recoger el fruto de la irritación de los unos, de los padecimientos de los otros, haciendo desear su propia dominación como un beneficio para su libertad. Habiendo vuelto a entrar Arquelao en sus Estados, no comprendió la gravedad de la situación. Ejerció, pues, su tiranía con tanto más rigor, cuanto era más profundo su resentimiento. Destituido sin motivo el Gran Sacerdote Joazar, fue reemplazado por Eleazar, hijo de Simón. Al siguiente año, hubo otra nueva destitución, revistiendo las insignias de supremo sacrificador, Josué, hijo de Sia, para entregarlas algunos meses después al ex-gran sacerdote Joazar. Los Judíos demostraron en un principio su descontento con murmullos, a los cuales respondió Arquelao con crueldades. Conociendo, no obstante la   —216→   necesidad de crearse alianzas, pensaba casarse con la hija del Rey de Capadocia, Glafira, viuda de primeras nupcias del joven príncipe Asmoneo Alejandro, hijo de la infortunada Mariana, y en segundas, del rey de Mauritania, Juba. La ley mosaica prohibía la unión del cuñado con la cuñada que había tenido hijos de su primer esposo. Además de esta irregularidad, tuvo Arquelao, para contraer con Glafira la alianza que meditaba, que repudiar a su mujer legítima, a quien quería el pueblo por sus virtudes. Apenas había trascurrido un año desde el nuevo matrimonio, cuando murió Glafira repentinamente, viendo los Judíos en este acontecimiento un castigo divino. Exasperado Arquelao, dio desde entonces libre rienda a sus venganzas. La nación entera se quejó de su tiranía al tribunal del César. Dión Casio añade a la narración de Josefo la particularidad de haberse unido a los diputados hebreos, los dos tetrarcas Antipas y Filipo, para acusar a su hermano. Como quiera que sea, Augusto pronunció la deposición de Arquelao. La Judea, la Samaria y la Idumea fueron declaradas provincias romanas, y administradas por un gobernador procedente del gobierno de Syria. El desgraciado Arquelao fue desterrado a Viena, capital de los Alobrojes, en las Galias, donde terminó miserablemente su vida (año 10 de Jesucristo).

29. Quirinio o Cirino, preceptor de los dos jóvenes príncipes Cayo y Lucio César, fue encargado por Augusto de hacerse cargo, en beneficio de la corona imperial, de los dominios de Arquelao. El empadronamiento principiado diez años antes, se terminó esta vez sin gran dificultad. Habíase borrado de tal suerte en los ánimos el sentimiento de la nacionalidad judía, que se había aceptado la dominación romana aun antes de su establecimiento oficial. La palabra que había de resonar en el pretorio de Pilatos, la profesión de fe política de los Hebreos: ¡Non habemus regem nisi Caesarem! se hallaba ya en todos los corazones, en el momento en que dejaba Arquelao por última vez, el palacio Antonia. En vano el doctor fariseo Sadoc, movió a un jefe de partido, Judas el Galonita, para obrar en nombre del principio mosaico, sobre el espíritu de la multitud. Sus esfuerzos ocasionaron en un principio algunas turbulencias parciales, valiéndose de la divisa: «Nuestro único rey es Jehovah», consiguieron reunir bajo su bandera sediciosas, habituadas a vivir del saqueo y la rapiña; pero no tomaron   —217→   parte en el movimiento el gran sacerdote Joazar, ni las personas inteligentes de la nación. Joazar, especialmente, predicaba en alta voz la sumisión al nuevo poder, comprometiéndose en estas circunstancias hasta tal punto, que el gobernador romano Quirinio creyó deber sacrificarle a la animadversión popular. Cuando se restableció la tranquilidad y se redujo la facción de Judas el Galonita a una secta inofensiva, pasó el cargo de gran sacrificador a manos del pontífice Anás, suegro de Caifás. En la época de la Pasión de Jesucristo volveremos a encontrar estas dos figuras sacerdotales.




ArribaAbajo§ VII. Jesús en medio de los Doctores

30. «El Niño, dice el Evangelista, iba creciendo y fortaleciéndose lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba en él. Y sus padres iban todos los años a Jerusalén por la fiesta solemne de la Pascua. Y siendo el Niño ya de doce años, habiendo ellos subido374 a Jerusalén, según solían en aquella solemnidad, acabados375 aquellos días, cuando ya se volvían, se quedó en Jerusalén el niño Jesús sin que sus padres lo advirtieran, antes bien persuadidos de que iba entre los de su comitiva de viaje, anduvieron la jornada entera, y por la noche le buscaron entre los parientes y conocidos. Mas como no le hallasen, retornaron a Jerusalén en busca suya. Y al cabo de tres días, le hallaron en el Templo sentado en medio de los doctores, oyéndoles y preguntándoles. Y cuantos le oían, se admiraban de su sabiduría y de sus respuestas. Al verle sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: «Hijo ¿por qué te has portado así con nosotros? He aquí que tu padre y yo te hemos ido buscando llenos de aflicción, y él les respondió: ¿Cómo es que me buscabais? ¿No sabéis que yo debo emplearme en las cosas que miran al servicio de mi Padre? Mas ellos no comprendieron el sentido de su respuesta. En seguida   —218→   se fue con ellos y vino a Nazareth y les estaba sumiso. Y su madre conservaba en su corazón todas estas cosas. Y Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia, delante de Dios y de los hombres376». Tales son los únicos pormenores que nos ha trasmitido el Evangelio sobre la divina infancia y toda la juventud del Verbo hecho carne. Supliendo el silencio del texto sagrado, se atreve a inventar el racionalismo todo un capítulo titulado: «Educación de Jesús» con aserciones como ésta: «Aprendió a leer y a escribir, sin duda según el método del Oriente que consistía en poner en manos del niño un libro que lee cadenciosamente con sus compañeros, hasta que lo aprende de memoria377». Para apoyar esta suposición gratuita, pone al pie de la página una cita concebida en estos términos: «Juan, VIII, 6», y se admira el lector de cómo es que hasta ahora ninguno había sabido encontrar en el Evangelio de San Juan la prueba de que Jesús aprendió a leer y a escribir, como todos los demás niños. Pues bien, en el capítulo VIII, versículo 6 de su Evangelio, refiere San Juan el conmovedor episodio de la mujer adúltera. Los Fariseos llevan a esta desgraciada a los pies del Salvador: «Señor, dicen, esta mujer es culpable de adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrearla. ¿Qué dices tú sobre ello? Y esto lo decían para sorprender en los labios de Jesús una palabra que pudiese servir de base a una acusación. Pero Jesús, inclinándose hacia el suelo, se puso a escribir con el dedo en tierra»: He aquí el texto de San Juan que prueba que Jesús aprendió a leer y a escribir. Jamás ha llegado a tal exceso, en nombre de la ciencia, el desprecio de sí mismo, del público y de la verdad. La página precedente de San Juan ofrece este significativo versículo: «Los judíos permanecían admirados, escuchando la doctrina de Jesús, y decían entre sí: ¿Cómo sabe las letras, él que jamás las ha estudiado378?» ¿A quién esperaba, pues, engañar el nuevo exégeta con un procedimiento tan irrisorio? No nos tomaremos la molestia de comprobar cada uno de sus errores voluntarios. Quien tenga la paciencia de cotejar sus aserciones con el texto del Evangelio, no tardará en participar del sentimiento de profunda compasión que nos inspira la nueva obra. No se discuten seriamente semejantes fantasías. Sin embargo, queremos llamar aquí la atención sobre otro orden de ideas, tomado   —219→   por los racionalistas y los protestantes de nuestros días a la añeja herejía de Helvidio.

31. Trátase de un punto capital en la historia Evangélica, de un dogma católico por excelencia, enseñado, creído y ensalzado por la tradición de todos los Padres y de todos los Doctores de la Iglesia Griega y Latina, desde San Clemente, sucesor de San Pedro, hasta el soberano Pontífice Pío IX, gloriosamente sentado en la silla apostólica. El protestantismo actual dirige sus ataques contra la virginidad de María; habiéndose concentrado, según parece, la propaganda hostil con encarnizamiento sobre este objeto particular, por lo cual, conviene ponerlo muy en claro. «La familia era bastante numerosa, se dice, ya proviniera de uno o de muchos matrimonios. Jesús tenía hermanos y hermanas, de los cuales parece haber sido el mayor. Todos llevaron una vida oscura; puesto que según parece, los cuatro personajes que se suponen ser hermanos suyos, y uno de los cuales, por lo menos, Santiago, adquirió una grande importancia en los primeros años en que se desarrolló el Cristianismo, eran primos hermanos suyos. María, en efecto, tenía una hermana llamada también María, que se casó con un tal Alfeo o Cleofás (porque con estos dos nombres parece se designaba a una misma persona) y fue madre de muchos hijos, que hicieron un papel importante entre los primeros discípulos de Jesús. Estos primos hermanos que se adhirieron al joven Maestro, mientras se le oponían sus verdaderos hermanos, tomaron el título de hermanos del Señor. Los verdaderos hermanos de Jesús no tuvieron importancia, así como su madre, hasta después de su muerte; y aun entonces no parece que fueran tan considerados como sus primos, cuya conversión había sido más espontánea, y cuyo carácter parecía haber tenido más originalidad. Su nombre era desconocido hasta el punto de que cuando pone el Evangelista en boca de las gentes de Nazareth la enumeración de los hermanos, según la naturaleza, le ocurren desde luego los nombres de los hijos de Cleofás. Sus hermanas se casaron en Nazareth379.

32. He aquí, en su forma contradictoria y casi ininteligible a la primera lectura, la objeción renovada de Helvidio por el racionalismo moderno. Antes de examinarla más atentamente, consideremos la   —220→   idea general, a saber, que Jesús tenía bastantes hermanos y hermanas uterinos, y veamos de correlacionar este dato con la narración Evangélica. Josef y María se habían refugiado a Egipto para sustraer a Jesús a la persecución de Herodes. En Egipto debieron permanecer bastante tiempo, y según creía San Epifanio, duró dos años este destierro. ¿Tuvieron hijos en este intervalo? No. El Evangelio está terminante. Cuando el Enviado celestial anunció a Josef la muerte del tirano, no se había aumentado la santa Familia, puesto que constaba de los mismos miembros que la componían a la hora de la partida de Belén. La palabra del Ángel mandando el regreso al país de Israel, ofrece completa analogía con la que había determinado la huida a Egipto. «Levántate, toma al niño y su madre, y huye a Egipto», había dicho la primera vez. «Levántate, toma al niño y su madre, y vuelve al país de Israel», dice la vez segunda. «Y levantándose Josef, tomó al niño y su madre, y volvió al país de Israel». No hay, pues, lugar aquí para ningún otro niño más que Jesús. Después del regreso a Nazareth, transcurren nueve años hasta el episodio del viaje a Jerusalén en la festividad de la Pascua. Si hubieran nacido hermanas y hermanos uterinos en este intervalo, deberíamos descubrir algún indicio de ello. La misma naturaleza del incidente referido por el Evangelista con tantos pormenores, se presta admirablemente a la investigación que nos ocupa. «El niño crecía y se fortifica en espíritu, la gracia de Dios estaba en él». Así dice la narración de San Lucas. No se hace mención alguna de hermanos ni de hermanas segundas sobre quienes hubiera influido el encanto de esta divina infancia. Sólo se ve a Jesús en primer término; María y Josef, concentrando todos sus cuidados, su adoración y su amor sobre este tesoro de bendiciones y de gracias: la trinidad terrestre de Belén, del destierro a Egipto, y del regreso a la patria, he aquí el cuadro Evangélico de la santa Familia, preparándose a dejar a Nazareth para ir a celebrar la solemnidad pascual a la Ciudad santa. El viaje no tiene nada insólito. Desde el año en que fue ensangrentada la festividad de la Pascua con la degollación de las tres mil víctimas de Arquelao, se habían conformado Josef y María a las prescripciones de la ley mosaica. Es probable que Jesús les hubiese ya acompañado anteriormente. En todo caso, si hubiera tenido María niños que hubieran exigido sus cuidados maternales, hubiera sido imposible verificar esta piadosa peregrinación. Además, en la hipótesis   —221→   racionalista, debían crear un obstáculo permanente los frecuentes nacimientos que es necesario admitir para constituir una familia numerosa. Sin embargo, el Evangelista atestigua que «todos los años» omnes annos «iban el padre y la madre a celebrar la Pascua a Jerusalén». Reflexiónese sobre el valor de esta palabra; Omnes annos, aplicada, sin excepción, a un intervalo de nueve años, y se comprenderá todo el valor de nuestro raciocinio. Pero no es esto todo. El niño Jesús permanece en Jerusalén, al volver sus padres a Nazareth, después de la solemnidad pascual. Veríficase esta separación sin suscitar la menor inquietud en Josef y María: los grupos de los peregrinos se dividen para el viaje en dos coros de hombres y mujeres, que marchaban precedidos de los niños, y cantando los salmos de David. Hízose, pues, la primer jornada del camino con toda tranquilidad, creyendo Josef y María que iba Jesús con los demás compañeros de viaje; In comitatu, dice San Lucas. Si hubiera tenido Jesús hermanos y hermanas, es evidente que hubieren pensado sus padres que estaba con ellos. Mas cuando al acampar por la noche, inquieren Josef y María acerca de Jesús, no preguntan por él a sus hermanos ni a sus hermanas, sino a sus parientes y a sus conocidos». Requirebant eum inter cognatos et notos. En semejante caso, hubieran debido dirigir su primer pregunta a los hijos segundos de la familia, habiéndoles preguntado María: ¿Dónde está vuestro hermano? ¿Dónde le habéis dejado? ¿Cuándo se ha separado de vosotros?- Así se lo hubiera dictado a todas las madres su propio corazón. No tenía, pues, Jesús hermanos ni hermanas a quienes poder dirigirse para adquirir noticias de él. Téngase en cuenta y medítese bien aquí, cada pormenor del relato Evangélico. O los pretendidos hermanos y hermanas de Jesús iban en aquel viaje, o se habían quedado en Nazareth. En una y en otra hipótesis, sería inexplicable la conducta de María y de Josef tal como nos la da a conocer el Evangelista. Si permanecieron en Nazareth. ¿quién cuidó de ellos en la humilde morada del carpintero? Si se quedaron en Nazareth, necesita volver a verlos el corazón de sus padres. La permanencia de Jesús en Jerusalén hubiera producido el efecto de separar a los dos esposos: el uno, hubiera vuelto a Jerusalén a buscar el hijo mayor de la familia, mientras lleno de ansiedad el otro, hubiese corrido a abrazar a sus demás hijos. ¿Es así como obran Josef y María en el Evangelio? No: no se encuentra   —222→   Jesús entre los parientes y amigos de la familia al acampar por la noche, y Josef y María consideran haberlo perdido todo. No se opone a su determinación ningún otro afecto. Sin recomendar a nadie pretendidos hijos que no existen, sin llevárselos consigo, como hubiesen hecho a haber ido con ellos en el viaje, vuelven María y Josef a Jerusalén. Llegan allí, encuentran a Jesús en el atrio del Templo, sentado entre los discípulos de los Doctores, interrogando a estos últimos, y respondiendo a sus preguntas con una prudencia y una sabiduría que admiran a los asistentes. Pero Josef y María están solos; no tienen consigo otros hijos. La afligida madre, no dice a Jesús. He aquí que tu padre, tus hermanos y yo, te buscábamos desconsolados. Jesús no tiene hermanos ni hermanas. María lo encuentra todo al hallar a su hijo unigénito y primogénito. Cuando vuelven a Nazareth, está allí solo Jesús, sumiso a sus padres: él es el único que llena el corazón de María, que conserva todas sus palabras, en una meditación celestial. Jesús es el único hijo suyo que se halla en el banquete de las bodas de Caná. María a su vez se encontrará sola al pie de la cruz donde expira Jesús. No quedará ningún otro hijo para consolar a la Madre dolorosa ¡Ah! si hubiera tenido María hijos o hijas, le hubiese dicho Jesús al morir, indicando a San Juan: «He ahí a tu hijo!» y a San Juan, designando a María: «¡He ahí a tu Madre!» Puede destruirse todas las páginas del Evangelio; puede mancharse con blasfemias cada una de las palabras de este libro divino; pero jamás se conseguirá introducir en el contexto de su narración, otro hijo, nacido de la Virgen María, distinto del divino Niño de Belén.

33. Sin embargo, oiremos más adelante a la muchedumbre agrupada en torno del Salvador, exclamar, al admirarse de los milagros que obra y de la doctrina que sale de sus labios: «Qué ¿no es éste el artesano, hijo de María, hermano de Santiago, de Josef, de Judas y de Simón380?» La exclamación referida por San Marcos se halla en iguales términos en el Evangelio de San Mateo: «¿No es éste el hijo de un artesano? ¿No se llama María su Madre, y sus hermanos Santiago, Josef, Simón y Judas? Y sus hermanas ¿no están todas con nosotros381?» En otra ocasión, estando Jesús enseñando al pueblo en una casa de Cafarnaúm, fueron a decirle:   —223→   «Mira que tu Madre y tus hermanos están fuera buscándote. -¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos, respondió Jesús. Y extendiendo la mano hacia sus discípulos, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Porque cualquiera que hiciere la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi Madre382 «Finalmente, San Juan añade que muchos de los hermanos de Jesús no creían en él383». Estos textos son terminantes, dicen los protestantes de nuestros días que los reproducen con afectación, en mil folletos destinados a la propaganda popular. ¿No veis, añaden, que puesto que llama él Evangelista a Santiago, José, Simón y Judas hermanos de Jesús, es una invención de la idolatría católica la perpetua virginidad de María? He aquí la objeción en toda su fuerza. Sin embargo, sólo prueba una cosa, la decadencia, en el seno del protestantísimo actual, de la ciencia escrituraria. En otro tiempo se expresaba Calvino de esta suerte: «Ya hemos dicho en otro lugar, que según costumbre de los Hebreos, se llamaba hermanos a todos los parientes. Por tanto, aparece Helvidio sobrado ignorante al decir que tuvo María muchos hijos, porque se hace mención en algunos pasajes de los hermanos de Cristo384». También Grocio desmentiría a los modernos intérpretes: «Los que llama hermanos de Cristo el Evangelio, dice, eran primos suyos. Esta locución familiar entre los Hebreos se hallaba en uso, entre los Griegos y entre los mismos Romanos385». Es de sentir, en verdad, que se hallen hoy los protestantes menos familiarizados con el estudio de los libros sagrados, que lo estaban sus antepasados Calvino y Grocio. Pero esto es de cuenta suya. Lo que importa decir, es, que la Iglesia ha leído desde hace dos mil años el Evangelio tal como lo vemos en el día. Cualquiera que lo abra, encontrará en él con palabras claras y terminantes, que «María, Madre de Santiago y de Josef, esposa de Cleofás, era hermana de la Madre de Jesús386». Iguales palabras consignan San Mateo, San Marcos y San Juan. He aquí, pues, que San Judas, en el versículo I de su Epístola Católica, se llama él mismo: «Hermano de Santiago387». Era, pues, su padre Cleofás, y su madre la hermana de la Santísima Virgen. Finalmente, Simón, segundo obispo de Jerusalén, sucedió, dice Eusebio, a su hermano   —224→   Santiago en esta silla episcopal388». Si os ocurre negar el valor del testimonio de Eusebio en esta circunstancia, este mismo historiador tomará la precaución de advertiros, que escribió esta particularidad Hegesipo, contemporáneo de Simón, y judío de nacimiento, habiéndola tomado él de este testigo ocular.

34. Es, pues, indudable que Santiago, Josef, Judas y Simón, enumerados en los pasajes de San Mateo y de San Marcos, citados más arriba, no eran hermanos del Salvador, en el sentido que damos hoy a esta palabra, sino que eran solamente sus primos hermanos. La misma crítica racionalista lo reconoce así: «Parece, dice, que los cuatro personajes que se supone ser hermanos de Jesús y uno de los cuales al menos, Santiago, llegó a obtener una grande importancia en los primeros anos en que se desarrolló el Cristianismo, eran primos hermanos suyos389». Esta confesión nos dispensa de insistir más. Entre los Hebreos, la palabra «hermano», (Akh) tenía dos significaciones, la una general, que indicaba simplemente el parentesco en todos los grados, tales como los de primo, tío, sobrino, etc.; la otra limitada y precisa, idéntica a nuestro sentido actual. Loth era sobrino de Abraham, lo que no impedía que dijera el escritor sagrado: «Habiendo sabido Abrahán el cautiverio de Loth, su hermano, armó a sus servidores para librarle, y volvió a traer a Loth, con todas sus riquezas390 Labán era tío de Jacob, y no obstante, habla así es su sobrino. «¿Se dirá que porque eres mi hermano, me has de servir gratuitamente391». El joven Tobías y su esposa Sara eran primos en un grado muy remoto, y Tobías, la llama hermana suya392. Son estos modos de hablar sabidos de todos los que han estudiado la antigüedad sagrada y profana, porque se hallan fórmulas absolutamente idénticas en todos los autores griegos y latinos393. Sería   —225→   ya tiempo de que volviera el protestantísimo a adquirir un poco más de ciencia o un poco menos de mala fe.

35. En cuanto a la imaginación que despliega el moderno racionalismo para dar a María hijos e hijas que vivieron oscurecidos, y cuya consideración no parece haber sido igual a la de sus primos394», es uno de esos sueños que nada justifica y que no puede adoptarse. El milagro por el cual se halla sustituido el nombre de estos desconocidos, «en boca de las gentes de Nazareth, por los nombres de los hijos de Cleofás395, permanecerá inexplicable a todas las comisiones de sabios que quisieran tomarse la molestia de examinarlo. Sólo hay un punto en esta excursión al país de las quimeras, accesible a cualquier controversia». Las hermanas de Jesús, se dice, se casaron en Nazareth396. He aquí al menos, una afirmación que tiene cuerpo: Se la puede coger y tocar tanto mejor cuanto que la apoya el exégeta en una nota concebida en estos términos: «Marc., VI, 3». Abrimos, pues, el Evangelio, para buscar en él la explicación alegada, y leemos las palabras siguientes, que no aluden próxima ni remotamente a un matrimonio. «¿No es éste un artesano, hijo de María, hermano de Santiago, de Josef, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no están aquí con nosotros? Y se escandalizaban de él397. « Para ver en este texto la indicación de un matrimonio, se necesita hacer una interpretación extensiva que traspasa todas las leyes ordinarias de la lógica y del sentido común. Pero tal vez dispone acaso el racionalismo de una dialéctica extra-natural.