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ArribaAbajoCapítulo VI

Segundo año de ministerio público


Sumario

§ I. SEGUNDO VIAJE A JERUSALÉN.

1. Los dos ciegos. El mudo poseído del demonio. -2. Explicación racionalista de los milagros del Salvador. -3. La medicina científica en Judea. Sistema irrisorio de los racionalistas. -4. El paralítico curado en la piscina Probática. -5. Topografía de la piscina Probática. -6. Testimonios históricos relativos a la piscina Probática. 7. La piscina Probática y la enseñanza de la Iglesia. -8. Pruebas intrínsecas de la realidad del milagro obrado en el paralítico. -9. Discursos de Jesús a los Judíos de Jerusalén. -10. Revelación teológica que contienen los discursos de Jesús. -11. Proclama Jesús su divinidad. -12. Economía divina del misterio de la Encarnación.

§ II. REGRESO A GALILEA.

13. Caracteres intrínsecos de autenticidad de la narración evangélica. -14. Los discípulos de Jesús en un campo de trigo granado. -15. El sábado segundo-primero. -16. Curación en día de sábado del hombre de la mano seca.

§ III. VOCACIÓN DE LOS DOCE APÓSTOLES.

17. Vocación de los doce. -18. Instrucciones de Jesucristo a sus Apóstoles. Misión divina. -19. Perpetuidad, en el seno de la Iglesia, de la enseñanza y de las instituciones de Jesucristo. -20. La Extrema-Unción.

§ IV. CAFARNAÚM.

21. El sermón de Jesús en el llano. Desfallecimiento de Jesús en Cafarnaúm. -22. El Hijo del Hombre. -23. El Hijo de Dios. -24. El criado del Centurión.

§ V. EXCURSIÓN EN GALILEA.

25. Resurrección del hijo de la viuda de Naím. -26. Autenticidad intrínseca de la narración Evangélica. -27. El racionalismo y el resucitado de Naím. -28. Los discípulos del Precursor enviados a Jesús. Elogio de San Juan Bautista por el Salvador. -29. Nadie fue más grande que San Juan Bautista entre los hijos de las mujeres. -30 Las ciudades malditas. -31. Cumplimiento de la profecía del Salvador relativa a las ciudades malditas. -32. Elección de los setenta y dos discípulos. -33. El sacerdocio en la Iglesia. El yugo del Evangelio. -34. La pecadora en casa del fariseo Simón. Las santas mujeres. -35. Identidad de la pecadora del Evangelio con María Magdalena. -36. Curación del demoniaco mudo. Parábola del valiente armado. -37. La lucha entre el Verbo encarnado y Satanás, príncipe del mundo. -38. El signo de Jonás. Predicción de la muerte y de la resurrección del Hijo del hombre.   —328→  

§ VI. LAS PARÁBOLAS.

39. Parábola del sembrador. -40. Interpretación dada por el Salvador a esta parábola. -41. Parábola de la cizaña. -42. Parábola de la mies y los trabajadores. -43. Parábola del grano de mostaza. -44. Parábolas de la levadura, del tesoro oculto, de la perla y de la red. -45. Carácter divino de las parábolas. -46. La tempestad calmada en el lago de Tiberiades. -47. La barca de la Iglesia y las tempestades sociales.

§ VII. MUERTE DE SAN JUAN BAUTISTA.

48. El festín ensangrentado. La bailarina Salomé. La festividad de San Juan Bautista. -49. Caracteres intrínsecos de verdad de la narración Evangélica. Pormenores tradicionales.


ArribaAbajo§ I. Segundo viaje a Jerusalén

1. «Estando próxima una de las fiestas de los Judíos, dice el Evangelista, fue Jesús a Jerusalén591. Dos ciegos, que iban con el gentío, le seguían clamando y diciendo: Hijo de David, ten misericordia de nosotros. -Y habiéndose detenido Jesús en una casa, le presentaron los ciegos, y Jesús les dijo: ¿Creéis que puedo yo curaros? -Sí, Señor, respondieron ellos. -Entonces tocó sus ojos, diciendo: Hágase con vosotros, según vuestra fe. -Y al instante se abrieron sus ojos. Y Jesús les dijo: No digáis a nadie lo que acaba de aconteceros. -Sin embargo, al salir de allí, lo publicaron por toda la comarca. Y he aquí que habiendo ellos salido, le presentaron un hombre mudo que estaba endemoniado. Jesús lanzó el inmundo espíritu, y habló el mudo, y admirándose las gentes dijeron: Jamás se ha visto cosa como ésta en Israel. -Pero los Fariseos decían: -¡Lanza a los espíritus impuros por la virtud de Belzebú, príncipe de los demonios! -Y Jesús iba recorriendo todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas y predicando el Evangelio del reino de Dios y curando toda dolencia y toda enfermedad. Y viendo la mucha gente que se agrupaba a su tránsito, tuvo compasión de ella, porque estaban mal parados y decaídos, como ovejas sin pastor. Entonces dijo a sus discípulos: «La mies, a la verdad, es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, pues, al dueño de la mies, que envíe a su mies operarios592.

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2. Es imposible equivocarse sobre el carácter de los milagros de Jesucristo. No son el objeto de su misión, sino su signo exterior, y su patente y triunfal confirmación. «¿Creéis en mi poder? pregunta el Salvador. Es decir: ¿creéis en mi divinidad?» Los dos ciegos le comprenden perfectamente, y el sentido de su respuesta nos es atestiguado por las palabras de Nuestro Señor: «¡Hágase con vosotros, según vuestra fe!» La iluminación de los ojos del cuerpo sigue inmediatamente a la del corazón. Los ciegos ven; y sin tener en cuenta la recomendación que les había hecho Jesús de guardar silencio, mezclan los acentos de su reconocimiento a los gritos aclamatorios del gentío, y van a publicar por todo el país, que había sido testigo por tanto tiempo de su dolencia, la maravilla de su curación. Confirmada su palabra por el milagro visible de que han sido objeto, provoca la ansiedad y la esperanza. Presentan un endemoniado mudo al Señor, y Jesús lanza al demonio, y da el uso de la palabra a este desdichado. No carece de interés exponer las violentas explicaciones de los milagros evangélicos que han tratado de presentar los racionalistas en estos últimos tiempos. Los modernos exégetas suponen gratuitamente un sistema de connivencia establecido de modo que simulara las apariencias de curación. Esta hipótesis podría tener un lado especioso, si se tratara de algunos fenómenos aislados, que se verificaran ante un corto número de testigos, en un sitio elegido anticipadamente y preparado con esmero para una manifestación amañada. Pero Jesús vuelve la salud a infinidad de enfermos con una sola palabra, con una señal, al aire libre, en medio de un gran gentío, que no le abandona jamás, que le sigue en sus viajes, y se interpone en todos sus pasos; en medio de comarcas que atraviesa por la primera vez, y donde por consiguiente, no tiene relación alguna anterior. Los dos ciegos no conocen al Salvador; oyen a la muchedumbre proclamar la divinidad del Hijo de David; siguen a la multitud hasta el momento en que les sea permitido acercarse al médico celestial. No era posible en las campiñas de Galilea, donde se encontraba Jesús, presentar ciegos fingidos, sin que se descubriera inmediatamente el fraude, puesto que se conocían entre sí los habitantes de cada una de estas pequeñas localidades, absolutamente lo mismo que se conocen los habitantes de nuestras aldeas. Ciegos, condenados por su dolencia misma a vivir en un radio muy limitado, y a recorrer, para dar el menor paso, a la caritativa asistencia de un   —330→   vecino, de un amigo, del primer pasajero, son en breve objeto de una notoriedad general en su país. En presencia de estos hechos reales, no merece ni aun el honor de discutirse la hipótesis de connivencia alguna entre los ciegos fingidos y un hábil impostor. Así es que el racionalismo moderno trata de colocarse en otro terreno. «La medicina científica, fundada hacía cinco siglos por Grecia, dice, era en la época de Jesús desconocida de los Judíos de Palestina. En tal estado de conocimientos, la presencia de un hombre superior, que trate al enfermo con dulzura, dándolo por medio de algunas señales sensibles la seguridad de su restablecimiento, es a veces un remedio decisivo. ¿Quién se atreverá a decir que en muchos casos, y exceptuadas las lesiones enteramente caracterizadas, no vale el contacto de una persona predilecta los recursos de la farmacia? El solo placer de verla, cura. Ella da lo que puede, una sonrisa, una esperanza, y esto no es en vano593. En aquellos tiempos se consideraba el curar como una cosa moral; y Jesús, que conocía su fuerza moral, debía creerse dotado especialmente para curar. Convencido de que el contacto de su túnica o vestidura, la imposición de sus manos producía bien a los enfermos, se hubiese mostrado duro, si hubiera rehusado a los que padecían, un alivio que estaba en su poder concederles594».

3. Lejos de ser «la medicina científica» desconocida en Palestina, en la época de Jesús, era muy honrada en ella. Sabido son los esfuerzos de los médicos para combatir la cruel enfermedad de Herodes.595 Las aguas termales eran de un uso frecuente, y se tomaban prescribiéndolas los médicos. En breve veremos que no faltaban enfermos indigentes en la Piscina Probática, en el Templo de Jerusalén, y todos saben que la hemorroisa, curada milagrosamente por el Salvador, había gastado durante doce años, todos sus recursos en consultas de médicos596. La profesión médica, mencionada ya por los libros hebraicos en la época de los Patriarcas597, había sido objeto de prescripciones particulares en la época de Moisés598. Volveremos a encontrarla ejerciéndose en tiempo de David599, y el autor de los Paralipómenos reprende al rey Asa el haber puesto toda su esperanza en el arte de los médicos, sin contar con la misericordia divina600.   —331→   Hállase consagrado un capítulo del Eclesiástico a elogiar la ciencia y la profesión médicas601. Ya hemos oído a Nuestro Señor citar a sus compatriotas de Nazareth el proverbio divulgado entonces por toda la Judea: «Médico, cúrate a ti mismo602». Y responder a los murmullos de los Fariseos, en casa del publicano Leví, con estas otras palabras: «No son los hombres sanos los que necesitan médicos603». Era, pues, la medicina científica, conocida, practicada y honrada por los Judíos de Palestina, en la época del Evangelio. El racionalismo que querría inventar una historia nueva para su uso, no ha salido airoso en esta tentativa. Pero ¿qué diremos de su teoría patológica, y de las enfermedades para las que son remedios decisivos «el contacto de una persona predilecta, la presencia de un hombre superior, una sonrisa, una esperanza?» ¿De las enfermedades que cura radicalmente, «el placer de ver a un grande hombre?» ¡Refirámonos sobre esto a todas las comisiones de físicos, de doctores y de químicos! ¡Organícese, según este sistema, verdaderamente muy económico, el servicio de nuestros hospitales, de las casas de curación, de los asilos de sordomudos y de ciegos! No será difícil encontrar «algunos hombres superiores», «algunas naturalezas privilegiadas», «algunas personas predilectas». Suplíqueseles, pues, que se dejen tocar y ver por esa inmensa familia de moribundos y dolientes; y entonces se podrá afirmar que «su contacto o sus miradas valen los recursos de la farmacia, y que esto no es vano». ¡No parece sino que la Judea fue en tiempo de Nuestro Señor Jesucristo teatro de una epidemia de enfermedades imaginarias! O más bien, parece que en nuestros días, para ofrecer al público semejantes pequeñeces, se ha contado con una epidemia de ceguera intelectual.

4. «Había en Jerusalén, continúa el sagrado texto, cerca de la puerta del Ganado604, una piscina, llamada en hebreo Bethesda605,   —332→   a cuyo alrededor se habían construido cinco pórticos cubiertos, en los cuales yacía gran muchedumbre de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos, que estaban esperando que se moviese el agua, porque el Ángel del Señor606 descendía de tiempo en tiempo a la piscina y agitaba las aguas. Y el primero que, después de movida el agua, entraba en la piscina, quedaba curado de cualquier enfermedad que tuviese. Y había allí un paralítico que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo. Viéndole Jesús tendido en un lecho y conociendo ser de edad avanzada y que ya tenía mucho tiempo de enfermo607, le dijo: «¿Quieres ser curado? -Respondiole el enfermo: Señor, no tengo a nadie que me sumerja en la piscina cuando se mueve el agua, por lo cual, mientras que yo voy, ya ha bajado a ella otro. -Díjole Jesús: Levántate, coge tu camilla y anda. -Y al instante quedó sano el paralítico, y tomó su camilla y empezó a andar. Y era sábado aquel día. Y los Judíos decían al que había sido curado: Hoy es sábado: no te es lícito llevar la camilla. Respondioles él: Aquel que me ha curado, ese mismo me ha dicho: Toma tu camilla y anda. -Preguntáronle ellos: ¿Quién es ese hombre que te dijo: Toma tu camilla y anda? -Pero el que había sido curado no sabía quién era, porque Jesús se había retirado del tropel de gentes que allí había inmediatamente después del suceso. Algunas horas después le encontró Jesús en el Templo, y le dijo: Bien ves cómo has quedado sano; no peques en adelante, para que no te suceda alguna cosa peor. -Este hombre dijo entonces a los Judíos: He aquí al que me ha curado608».

5. Cada uno de los pormenores evangélicos merece aquí una atención particular, bajo el punto de vista de la autenticidad intrínseca que resulta de su examen. La «puerta del Ganado» o «puerta   —333→   Probática», al Este del palacio Antonia, había sido construida bajo Nehemías, por los cuidados del pontífice Eliacib609. Abríase sobre la calle de los Mercaderes y de los Plateros610, en el interior de la ciudad, y daba paso al Templo, del que se consideraba como una de las puertas exteriores. Bajo este título, había recibido una consagración solemne611. La mención que hace de ella el texto sagrado, es pues de una rigurosa exactitud; no lo es menos la indicación del monumento, designado con el nombre de piscina de Bethesda o piscina Probática. En tiempo de Eusebio de Cesarea,612 existía aún esta piscina en su forma primitiva, no obstante haberse arruinado los cinco pórticos cubiertos, cuando devastaron el Templo los soldados de Tito. «Al lado de un lago natural, alimentado por las lluvias del invierno, dice Eusebio, se ve aún una piscina de construcción muy antigua cuyas aguas extraordinariamente rojas, son de color de sangre613». En el día se conoce esta piscina en Jerusalén con el nombre de Bezetha, derivado evidentemente del Bethesda del Evangelio614. En cuanto a los caracteres de antigüedad que llamaron la atención de Eusebio, son notados por los viajeros modernos. «Al Este del palacio Antonia, dice monseñor Mislin, en medio de un vasto edificio arruinado, se halla la piscina Bethsaida615. En ella se advierte la misma fábrica que en los estanques de Salomón, más allá de Belén, con un baño de piedra clariza, como en los pozos de Salomón, cerca de Tyro, y el mismo barnizado en lo exterior. Sus dimensiones exactas son de ciento cincuenta pies de largo sobre cuarenta de ancho, y en cuanto a su profundidad sería muy difícil medirla en el día, aunque ha debido ser muy considerable616». A principios de este siglo, en la época en que la visitó Chateaubriand, estaba ya medio cegada. «Esta piscina, dice el ilustre viajero, se halla actualmente seca, creciendo en ella granados y una especie de tamarindos silvestres de   —334→   un verde azulado; el ángulo del Oeste se halla lleno de nópalos617». El deterioro de este célebre monumento ha hecho nuevos progresos en estos últimos años, «Vese todavía, dice monseñor Mislin618, algunos arbustos y algunos troncos de nópalos en el ángulo del Oeste; pero el otro lado se ciega más y más, desde que se amontonan en él los escombros provenientes de las ruinas de la iglesia de Santa Ana, que está en frente619». A pesar de los estragos del tiempo, agravados por la notoria falta de inteligencia de la administración local, reconócese todavía la piscina Probática, subsistiendo en nuestros días, como un testigo lapidario, que afirma durante diez y nueve siglos, la veracidad de las indicaciones topográficas del Evangelio. La mayor parte de los arqueólogos reconocen con Broccard620 que esta piscina es de construcción Salomónica. Los Nathinenses o servidores del Templo, iban a ella a lavar las víctimas que presentaban a los sacerdotes para los sacrificios621. Los cinco pórticos de que estaba rodeada, en tiempo de Nuestro Señor, suponen una disposición particular, estudiada recientemente por M. de Sauley. «La columnata no era, dice, de forma circular. La disposición del terreno que conozco perfectamente, no me permite adoptar esta idea, siendo una razón perentoria que entonces el pórtico colocado alrededor de la piscina hubiera conducido o dado paso al Templo por el lado de la ciudad, mientras que este foso lleno de agua, aunque necesario a los usos del Templo, le servía también de defensa por el lado del Norte. Pero en el interior del edificio sagrado, servía un inmenso pórtico sostenido por cuatro filas de columnas, para dar abrigo a los sacrificadores que iban a lavar las víctimas al inmenso lago de Bezetha. Tal es la explicación natural de los términos del Evangelista622». Estas inducciones de la ciencia moderna nos hacen comprender perfectamente la relación que existía entre la piscina de Bethesda y los atrios del Templo, en que se halla Nuestro Señor algunos instantes después de la curación del paralítico. La topografía   —335→   del Evangelio es, pues, aquí de tan rigorosa precisión que formaría por sí sola una prueba de autenticidad incontestable. Sólo un testigo ocular ha podido suministrar con tanta sencillez en el estilo, pormenores de semejante exactitud. No se inventa de esta suerte, y nada se presta menos a la imaginación de las leyendas, que la disposición real de los lugares y de los monumentos históricos623.

6. Estas consideraciones no detienen al racionalismo moderno. La piscina Probática existe todavía, y tiene en su misma construcción y en los materiales que la componen, todos los caracteres de antigüedad que la recomendarían al estudio de los arqueólogos, si se tratase de un balneum romano o de un hipocausto de la época de los Césares. ¿Pero merecía siquiera un instante de atención un monumento descrito por el Evangelio y que asciende tal vez a la era salomónica? ¡Los sabios tienen otras ocupaciones! Mas en adelante, por más que traten de eludir la contestación, ha llegado la hora en que la ciencia atrincherada sobrado tiempo en su desdén sistemático, se verá obligada a abdicar su papel oficial o a consentir finalmente en ocuparse de lo que agita en este momento todas las inteligencias. La cuestión que apasiona al mundo es la de la divinidad de Jesucristo; todas las demás se eclipsan ante ella; los esfuerzos de la incredulidad no han conseguido más que fijar mejor en los entendimientos esta cuestión de una importancia capital. Trátase, pues, de justificar cada línea, cada coma del Evangelio, y cuando los dos únicos grandes descubrimientos de la filología moderna, la interpretación de los jeroglíficos por el ilustre Champollion y la de la escritura cuneiforme, por M. Oppert624, han venido espontáneamente a confirmar todos los datos del Antiguo Testamento, en vano se trataría de eludir el examen científico del Testamento Nuevo. Había, pues, en las dependencias del Templo, en tiempo del Salvador, un   —336→   manantial, cuya virtud curativa se halla atestiguada por su mismo nombre: Piscina de Misericordia. No carece de importancia hacer observar, que el Evangelio de San Juan, muy posterior en verdad a la ruina de Jerusalén por Tito, menciona esta piscina como existiendo todavía625, de suerte que la virtud maravillosa de las aguas de Bethesda sobrevivió a la catástrofe de que fue víctima la Ciudad Santa. Tenemos además, respecto de las propiedades particulares de los manantiales que proveían al Templo, un testimonio irrefragable. Josefo habla con admiración de las aguas de Siloé, cercanas a la piscina de Bethesda y tal vez alimentadas por el mismo manantial subterráneo626. La Palestina se hallaba abundantemente provista de aguas termales, cuya eficacia atestiguan todos los historiadores. La reputación de las aguas de Callirhoe, en tiempo de Herodes, era universal. La tradición nos habla también de la fuente de Mirjam, cerca del lago de Tiberiades, y menciona la fuente de Eliseo, cerca de Jericó, que brota al pie del monte de la Quarentena, y se llama hoy entre los Árabes Ain-el-Sultan, o Fuente del Rey627.

7. La exégesis católica se ha preocupado vivamente de estos hechos, al estudiar la narración de la piscina de Bethesda. Hase producido en estos últimos tiempos un nuevo sistema de interpretación, que presenta ciertos caracteres de verosimilitud, pero a los cuales faltará siempre la consagración de la autoridad de los Padres y la tradición eclesiástica. «La fuente que surtía la piscina, dice el doctor Allioli, existe todavía. Su agua es salada; tiene virtud medicinal y ofrece la singular particularidad de que sólo hierve y está caliente de tres a seis horas de la mañana. Después, fluye poco a poco, y durante el resto del día, deja seca su taza. Tal es el relato de Scholt que ha estudiado recientemente el fenómeno en su sitio628». Partiendo de este dato exclusivamente físico el doctor Sepp, se expresa de esta suerte: «Los que padecían alguna enfermedad rodeaban   —337→   la fuente, y no bien hervía, entraban en el agua, a la que comunicaba el movimiento y la agitación una nueva energía. Este movimiento, producido sin duda por el desprendimiento subterráneo del calórico, tal como se observa en ciertas épocas determinadas, en muchas fuentes minerales, se atribuía por el pueblo a la operación de un Ángel, y el Evangelista confirma esta creencia en su narración. En esta piscina hallaban un remedio eficaz muchas enfermedades, y entre otras, la gota, el reumatismo, la parálisis y la tisis, con tal que los enfermos pudieran bajar a ella y sumergirse en sus aguas antes que se hubiera disipado la saturación mineral, y que hubiera perdido el agua su calor benéfico629». Admitimos gustosos con el doctor alemán, las propiedades medicinales de la piscina de Bethesda; pero no podríamos adoptar igualmente su comentario del texto sagrado relativo a la intervención del Ángel. No solamente se ha prestado San Juan a la creencia popular de la Judea, sino que ha dado la medida y la regla de la fe en todos tiempos. Sería disminuir singularmente la autoridad de las palabras del Evangelio, adaptarlas630 de esta suerte a las preocupaciones vulgares. El Evangelio es a un tiempo mismo una historia y una doctrina. Bajo el punto de vista doctrinal, importa, pues, mantenerlo en su integridad divina y en los términos exactos de su interpretación tradicional. Santo Tomás de Aquino ha resumido la verdad en estas palabras demasiado olvidadas en nuestros días. «Toda la naturaleza está regida por los Ángeles. Este principio se halla admitido, no solamente por los doctores, sino por todos los filósofos que han reconocido la existencia   —338→   de los espíritus631». En un siglo de materialismo como el nuestro, no se insistiría lo suficiente en estos principios, que son los del Evangelio y de la tradición entera. ¿Qué sabríamos nosotros del mundo sobrenatural, sin la revelación del Verbo encarnado? inaccesible a nuestros sentidos, la jerarquía de los espíritus se revela a veces de una manera inusitada. Si los ángeles malos ejercen una fatal influencia sobre el hombre y sobre la naturaleza que de él depende, es cierto que Dios comunica a los Ángeles buenos un poder directo sobre el mundo. He aquí por qué entendemos, con todos los Padres, el texto de San Juan, relativo al Ángel de Bethesda, en un sentido natural y obvio632.

8 Como quiera que sea, la eficacia extraordinaria de las aguas de la piscina Probática era tan conocida en tiempo de Nuestro Señor, que no se admiran en modo alguno los Judíos al ver a un enfermo durante treinta años súbitamente curado. Su primer sensación al encontrar al paralítico a quien habían visto tendido por tanto tiempo junto a la fuente de Bethesda, no es la de extrañarse de su curación, puesto que diariamente se realizaban a su vista hechos de esta clase. En su limitado y mezquino farisaísmo, no piensan más que en la violación del descanso sabático, cometida en los atrios mismos del Templo, por un desgraciado que lleva en sus hombros la camilla en que ha sufrido por tantos años. Vanamente se buscaría en otra parte que entre los Hebreos, ejemplos de este rigorismo exagerado, que nos dará más de una ocasión de señalar la historia evangélica. Por lo demás, el mismo paralítico reconoce la infracción legal de que acaba de hacerse culpable, y apela para justificarse a la autoridad del que lo curó. Solamente entonces principian sus interlocutores   —339→   a admirarse de la curación misma, que les parecía hasta entonces muy natural. «¿Quién es este hombre? preguntan. ¿Cómo ha podido decir: Toma tu camilla y anda?» -Todos estos pormenores tan conformes a las costumbres judaicas, serían ininteligibles en cualquier otra historia. Si hubiera sido curado el paralítico por las aguas de la piscina, hubiera dejado en los pórticos la esterilla que le servía de cama, hasta ponerse el sol, y no se la hubiera llevado sino a la hora ritual en que cesaba la obligación del descanso sabático. Mientras tanto se hubiera ido al Templo a dar gracias a Dios por el favor de que acababa de ser objeto. Pero como le ha curado la poderosa palabra de un desconocido, diciéndole: «Levántate, toma tu camilla y anda», se apresura, con riesgo de infringir materialmente la ley, a obedecer la orden suprema que acababa de mandar en su persona a la naturaleza, relajando sus leyes. En breve le lleva su reconocimiento al pie de los altares; vuelve al Templo; reconoce al Salvador, y señalándosele a los Judíos, les dice: «¡Vedle ahí, ése es quien me ha curado!»

9. «Por eso perseguían a Jesús los Judíos, continúa el texto sagrado, porque hacía estas cosas en sábado. -Y Jesús les dijo: Mi Padre no cesa jamás de hacer obras, y yo también las hago. -Mas por esto mismo, con mayor empeño andaban tramando los Judíos el quitarle la vida, porque no solamente violaba el sábado, sino que también decía que Dios era padre suyo, haciéndose igual a Dios. Por lo cual, tomando la palabra, les dijo Jesús: «En verdad, en verdad os digo, que no puede el Hijo hacer por sí cosa alguna, sino lo que viere hacer al Padre; porque todo lo que hace el Padre, lo hace igualmente el Hijo. Y es que como el Padre ama al Hijo, le comunica todas las cosas que hace, y aun le manifestará obras mayores que éstas, tanto que os admiraréis. Porque así como el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el hijo da vida a los que quiere. Ni el Padre juzga visiblemente a nadie, sino que dio al Hijo todo el poder de juzgar; para que todos honren al Hijo, de la manera que honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió. En verdad, en verdad os digo, que el que oye mi palabra y cree al que me envió, tiene la vida eterna, y no incurre en sentencia de condenación sino que ha pasado ya de la muerte a la vida. En verdad, en verdad os digo, que viene tiempo, y es éste, en que los muertos oirán la palabra del Hijo de   —340→   Dios, y aquellos que la escucharen, revivirán. Porque así como el Padre tiene en sí mismo la vida, así también dio al Hijo el tener la vida en sí mismo. Y le dio la potestad de juzgar en cuanto es Hijo del hombre. No os admiréis de esto, porque vendrá tiempo en que todas los que están en los sepulcros oirán la voz del Hijo de Dios; y los que hubieren hecho obras buenas, resucitarán para la vida, mas los que las hubieran hecho malas, resucitarán para la condenación. No puedo yo de mí mismo hacer cosa alguna. Juzgo según oigo de mi Padre, y mi sentencia es justa, porque no pretendo hacer propia mi voluntad, sino la voluntad de aquel que me envió. Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es idóneo. Mas otro es el que da testimonio de mí, y yo sé que es idóneo el testimonio que da de mí. Vosotros enviasteis a preguntar a Juan, y él dio testimonio a la verdad. Bien que yo no he menester testimonio de hombre, sino que digo esto para vuestra salvación. Juan era una antorcha que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis por un breve tiempo mostrar regocijo a vista de su luz, pero yo tengo a mi favor un testimonio superior al testimonio de Juan, porque las obras que mi Padre me puso en las manos para que las ejecutase, estas mismas obras (maravillosas) que yo hago a vuestra vista, dan testimonio en mi favor de que el Padre me envió. Y el Padre mismo que me envió ha dado testimonio de mí. Vosotros empero no habéis oído jamás su voz, ni visto su semblante, ni reconocido su majestad. Y no tenéis impresa su palabra dentro de vosotros, pues no creéis en Aquel que me envió. Registrad las Escrituras, puesto que creéis hallar en ellas la vida eterna, y ellas son las que están dando testimonio de mí. Y con todo, no queréis venir a mí para alcanzar la vida. No es que busque yo la gloria humana, pero yo os conozco, y sé que el amor de Dios no habita en vosotros. Pues yo vine en nombre de mi Padre y no me recibís; si otro viniere de su propia autoridad, a aquél le recibiréis. Y ¿cómo es posible que tengáis fe vosotros que andáis mendigando la gloria que se dan los hombres entre sí y desdeñáis la gloria verdadera que procede de solo Dios? No penséis que yo os tengo de acusar ante el Padre; vuestro acusador es Moisés mismo, en quien vosotros confiáis. Porque si creyerais a Moisés, acaso me creeríais también a mí; porque él escribió de mí. Pero sino creéis lo que él escribió ¿cómo habéis de creer lo que yo digo633?

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10. El milagro de curación obrado en la piscina Probática, este hecho tan patente, cuya noticia llega a los atrios del Templo, por medio del paralítico, de que ha sido él mismo objeto, hubiera impresionado todos los ánimos en cualquier otra parte que en Jerusalén. Colóquese la narración evangélica en otro concurso social, y es inexplicable. Pero en medio del pueblo judío, entre esta raza excepcional, cuya historia y existencia mismas eran una serie de milagros, no tenía acceso en los corazones ningún género de admiración ni ninguna de las preocupaciones ordinarias. Habíase dicho a este pueblo: «Acuérdate de santificar el día de sábado634», añadiendo la misma autoridad legisladora, la de Jehovah, por boca de Moisés: «Si obra un profeta prodigios y viene a deciros: Vamos a rendir homenaje a los dioses ajenos, dad muerte a este profeta y habréis hecho desaparecer el mal del medio de vosotros635». Ciertamente, que Nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, no predicaba a los Judíos el culto de una divinidad extraña; lejos de violar el precepto sabático, venía a cumplirlo, en el sentido más elevado; había santificado el día del descanso con el sello del milagro. Sin embargo, el espíritu de la legislación mosaica, ahogado en los absurdos comentarios de los Fariseos, había desaparecido para dar lugar a prácticas serviles, requeridas por un egoísmo descontentadizo, y vigiladas por los celos orgullosos de una secta. Moisés había prohibido trabajar el día de sábado. ¿Trabajó acaso el paralítico volviendo a su morada y llevando en sus hombros su camilla? ¿Trabajó el divino Maestro, volviéndole con una palabra al libre ejercicio de sus miembros? Sin embargo, para estos enfermos espirituales, para estos paralíticos del farisaísmo, como les llama San Agustín, el milagro verificado en sábado constituía una violación del descanso sabático. El acto de llevar en sus hombros la camilla donde había yacido tantos años, les parecía como un crimen. Tales aberraciones, repito, no podían hallarse sino en un pueblo dominado por el rigorismo farisaico, y esclavizado por las minuciosas formalidades de una hipócrita observancia636. Así ¿cuál no fue   —342→   la explosión de violencias y de odio cuando pronunció el Salvador estas palabras: «Mi Padre no cesa jamás de obrar». La acción conservadora de la Providencia es incesante y no conoce interrupción sabática. ¿Qué sería del mundo si le abandonara un solo instante la mano que le dirige? «He aquí por qué obro yo también», y la medida y la regla de mi acción no son diferentes de las de Dios. -No podía ser más rotunda la afirmación de su propia divinidad hecha por Jesucristo. Así es que no se equivocan los Judíos sobre ello. «Estos ciegos, dice también San Agustín, estos futuros verdugos del Cristo, comprenden lo que los Arrianos637 de nuestro tiempo no quieren comprender. Irrítanse, no de oír a Jesús dar a Dios el nombre de padre, pues ¿no decimos, todos nosotros: Padre nuestro que estás en los cielos?638 ¿y no leían los Judíos diariamente la oración de Isaías: Señor, vos sois nuestro padre y nuestro Redentor639? Lo que excita su cólera es que da Jesús a su filiación divina un sentido real y absoluto, tal como no podría corresponder a hombre alguno. Rebélanse porque se hace Jesús igual a Dios640». Esto es para ellos una blasfemia, un crimen nacional, previsto por su ley y penado de muerte. He aquí por qué la multitud amotinada y tumultuosa, «trataba, dice el Evangelista, de hacerle morir, no solamente porque violaba el sábado, sino porque llamaba a Dios padre suyo, haciéndose él mismo igual a Dios».

11. Queda, pues, fijada la cuestión tan claramente como pueden desearlo los racionalistas. Los Judíos han interpretado la respuesta de Jesús en el sentido de una afirmación de su divinidad personal, y resuenan bajo los pórticos del Templo gritos de muerte contra el blasfemo. Si se hubieran engañado los Judíos en su interpretación, podía el Salvador deshacer la equivocación con una palabra y restablecer la calma en los espíritus. Pero los Judíos habían comprendido perfectamente el sentido de las palabras del Salvador, y elevando Jesucristo su enseñanza a la altura de una revelación divina, expone ante ellos el misterio de la Encarnación. El Hijo de Dios ha sido   —343→   enviado a los hombres para traerles la salvación. El Hijo es igual al Padre en poder, «lo que hace el uno lo hace el otro igualmente». El manantial de vida que hay en el primero, lo hay enteramente en el segundo. Rehusar la fe, el honor y la adoración al Hijo, es rehusarlas al Padre. Tal es la teología del Evangelio que ha constituido el dogma católico de la Encarnación, con todos sus magníficos desenvolvimientos641. En esta igualdad de naturaleza, de poder y de divinidad entre el Padre y el Hijo, hay no obstante, una relación jerárquica que les une sin confundirlos, porque «el Hijo no hace más que lo que ve hacer al Padre. El Padre es quien revela al Hijo todas sus obras y quien le ha dado el poder supremo de juzgar». La palabra del Hijo es un instrumento de regeneración, que produce directamente la vida eterna de las almas. Esta vida divina, la trae Jesucristo a la tierra. Todos los muertos espirituales que mató el paganismo, que los demonios de la carne, del sensualismo y del orgullo codicioso, han sepultado en la región de las sombras de la muerte, van a oír la voz del Hijo de Dios y a resucitar a la vida de la fe, de la gracia y del amor. «Ha llegado la hora». Pero esta resurrección de las almas no será más que un preludio, y como el primer acto de la gran resurrección universal. Cuando la Iglesia Católica en su símbolo, ha inscrito este dogma solemne: «Creo en la resurrección de los muertos y en la vida perdurable642», no ha hecho más que traducir en su profesión de fe la palabra del mismo Jesucristo: «Llegará la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán la voz del Hijo, y se levantarán los que hayan obrado bien para la resurrección de la vida; y los que hayan obrado mal para la resurrección del castigo».

12. La voz que resonará al fin de los siglos sobre los sepulcros abiertos en el tribunal del grande y formidable juicio, será «la voz del Hijo», pero este Hijo único de Dios será al mismo tiempo el «Hijo del hombre». Tal es, en efecto, esta sublime revelación del Salvador, tan formal en los términos, como sencilla en la exposición. Como Verbo, Jesucristo es «el Hijo de Dios»; como Verbo encarnado,   —344→   es «Hijo del hombre». Y estas dos naturalezas, divina y humana, se hallan unidas por un misterio inefable en la persona de Jesús. Como Verbo es consubstancial al Padre; como Verbo encarnado representa esencialmente la naturaleza humana y lleva un nombre que sólo a él pertenece. Se llama: «Hijo del hombre», Salvador de la humanidad con quien se ha desposado, debe ser su juez. Ha comprado con el precio de sus abatimientos, el derecho de ser su árbitro supremo. «El Padre le ha dado el poder de juzgar, porque es el Hijo del hombre». He aquí por qué repite hoy la Iglesia, en su Símbolo, la afirmación que indignaba a los Fariseos, en el pórtico del Templo. «Jesucristo, dice ella, vendrá por segunda vez, en su gloria, a juzgar a los vivos y a los muertos643». Toda la teología católica está en este admirable discurso, que resume, con una autoridad divina, el conjunto de la revelación evangélica. Jesucristo, Hijo de Dios, cura los enfermos, resucita los muertos y manda a la naturaleza, de que es creador. Jesucristo, Hijo del hombre, sufre todas las dolencias y achaques humanos; nace en la indigencia; huye ante un tirano vulgar; crece trabajando en un taller; es desconocido de los suyos, perseguido en su patria, ultrajado, contradicho, calumniado, hasta el día en que muera en una cruz. Si el Hijo de Dios halla un Thabor, el Hijo del hombre hallará un Calvario. ¿Qué es todo esto sino el comentario en acción del discurso del Templo? Pero las humillaciones y los padecimientos del hombre no son más que el manto que vuelve a cubrir, sin eclipsarla, la divina omnipotencia. Juan Bautista es el ángel del testimonio, enviado para preparar el camino a los pasos del Dios encarnado. Moisés y el Antiguo Testamento han predicho sus glorias y sus oprobios. Espérale lo pasado, y las obras maravillosas que verifica proclaman su advenimiento. Retórico, que has osado decir: «No se hallará en el Evangelio una sola proposición teológica ¿has leído el Evangelio?»




ArribaAbajo§ II. Regreso a Galilea

13. La exasperación de los Fariseos contra el divino Maestro, no les impidió escuchar, sin interrumpirle, esta exposición doctrinal. Éste es todavía un rasgo que no se toma la pena de notar el Evangelista, y que constituye uno de los caracteres intrínsecos de evidencia,   —345→   de que está lleno el texto sagrado. Representémonos en Atenas o en Roma una muchedumbre tumultuosa, dando gritos de muera contra Sócrates o Cicerón, y persiguiendo, bajo las columnatas del Ágora o del Foro, el objeto de sus furores. Ni la filosofía, ni el orador, cualquiera que haya sido la seducción de su elocuencia, hubieran podido obtener un momento de atención para hacerse escuchar. Las pasiones populares tienen sacudidas análogas a las del fluido eléctrico y precipitaciones parecidas a las de la rabia. Pero en Jerusalén, bajo los pórticos del Templo de Jehovah, aunque fueran las mismas las pasiones, estaba modificada su manifestación por un cúmulo de costumbres y de leyes completamente desconocidas en otra parte. Daniel, un joven de veinte años, había contenido en nombre de Jehovah a la insensata muchedumbre que llevaba a la inocente Susana al suplicio. Un profeta debía ser siempre escuchado en Israel, y siendo Jesucristo un profeta a los ojos de los Jerosolimitanos, necesitaron mucho tiempo los Escribas y los Fariseos para inducir al pueblo a saciar su animosidad, y a no ver en Jesús más que un blasfemo, cuya obstinación merecía la muerte según los términos de la ley. La actitud de los Judíos en esta circunstancia es tal, que no solamente atestigua la persistencia de la tradición mosaica en el seno de la multitud, sino que confirma plenamente la autenticidad del milagro de la piscina Probática. Si no hubiera sido evidente el milagro, nada hubiera impedido a la muchedumbre precipitarse sobre Jesús que acababa de violar la ley sabática, en el sentido grosero o material en que la interpretaba el farisaísmo, y que había añadido a este escándalo aparente el de afirmar su divinidad. Usurpar el nombre incomunicable que ni siquiera se atrevían a pronunciar los hijos de Jacob, era en Jerusalén un crimen de lesa majestad divina y nacional. En breve hubieran vengado todas las piedras de los pórticos exteriores dispuestas para la construcción, arrebatadas por el pueblo enfurecido, con el suplicio legal de la lapidación, el ultraje hecho a las instituciones mosaicas. ¿Por qué se detienen, pues, por sí mismos los brazos levantados contra el Señor? ¿Por qué se aplacan los gritos de muerte por la palabra tranquila y solemne de Jesús? Suprimiendo el milagro de la piscina Probática, es inexplicable la escena. Es, pues, preciso admitir, de toda necesidad, el prodigio si se quiere comprender cómo salió Jesús sano y salvo del Templo.

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14. «Después de estas cosas, fue Jesús al otro lado del mar de Galilea, que es el lago de Tiberiades: y le seguía gran muchedumbre de gente, porque veían los milagros que hacía con los que estaban enfermos644. -Y sucedió, que en el sábado llamado Segundo-Primero, pasando Jesús por junto a un campo de trigo, arrancaron sus discípulos algunas espigas, y estregándolas entre las manos, comían los granos. Y algunos de los Fariseos, les decían: ¿Por qué hacéis lo que no es lícito en sábado?. -Y dirigiéndose a Jesús: He aquí, le dijeron, que tus discípulos violan la ley del sábado. -Y Jesús les respondió: ¿No habéis leído lo que hizo David un día que él y los que le acompañaban tuvieron hambre? ¿Cómo entró David en la casa de Dios y tomando los panes de proposición, comió y dio de ellos a sus compañeros, siendo así que a nadie es lícito el comerlos sino a solos los sacerdotes? ¿O no habéis leído en la ley, cómo los sacerdotes trabajan en sábado en el servicio del Templo y con todo eso no pecan? Pues yo os digo, que hay aquí alguno que es mayor que el Templo. Que si vosotros supiereis lo que significa la palabra de la Escritura: «Mas quiero la misericordia que no el sacrificio», jamás hubierais condenado a los inocentes. -Después añadió: «El sábado se ha hecho para el hombre y no el hombre para el sábado. Por esto el Hijo del hombre es también Señor del sábado645».

Toda esta narración evangélica lleva en sí misma las señales de autenticidad que desafían la crítica más audaz. En cualquier otro punto distinto de Judea, hubiera consistido la culpabilidad del acto de los discípulos en el perjuicio causado al prójimo, cuya propiedad violaban. El campo ajeno entre los Romanos, así como entre nosotros, era protegido por la ley. Res clamat domino, decían los legistas del tiempo de Augusto, así como lo repetimos nosotros en el día. A cielo descubierto en medio del campo, los frutos de la tierra, los racimos suspendidos de las cepas, pertenecen exclusivamente al viñador, a cuyos sudores deben servir de recompensa. ¿No existía acaso la propiedad entre los Hebreos? se dirá. Por el contrario: era más sagrada que en ninguna civilización conocida, pero sus condiciones de existencia, su principio, su base fundamental no ofrecen analogía con ningún otro estado social. En el seno de la   —347→   Tierra Prometida, sólo había un propietario real y absoluto: Jehovah: «Todos vosotros sois mis colonos», había dicho el Señor a los hijos de Israel. Esta delegación teocrática daba por una parte al derecho del propietario la sanción más inviolable, y por otra permitía establecer la propiedad misma con condiciones de caridad y de benevolencia sociales, cuyo tipo ya olvidado, buscamos ¡ay! vanamente en nuestros días. Así, era de tal suerte inenajenable entre los Hebreos el derecho del propietario, que cada siete años, en el periodo sabático, y cada cincuenta, al volver el gran período del jubileo, quedaban extinguidas las deudas que se habían contraído en este intervalo, los embargos de inmuebles, las hipotecas sobre bienes raíces; cesaban de pleno derecho las evicciones, y volvían a entrar los antiguos propietarios en su dominio patrimonial. En compensación de estas ventajas inauditas, había estipulado la legislación de Moisés, en beneficio de los pobres, condiciones de una previsión y de una solicitud verdaderamente paternales. Así, cada año sabático, pertenecían a los indigentes todos los productos espontáneos de la tierra; así también había consignado el Deuteronomio esta ley llena de mansedumbre: «Cuando entres en la viña de tu prójimo, te es permitido comer los racimos que quieras, pero no llevarte ni uno solo. Si cruzas por un campo de trigo, puedes arrancar algunas espigas, y desgranarlas en la mano, pero no cortarlas con la hoz646». He aquí por qué no cometían ninguna infracción los discípulos del Salvador, contra el derecho de propiedad, tal como se hallaba constituido entre los Hebreos, cuando atravesando por campos de trigo en sazón, intentaban, arrancando algunas espigas, más bien entretener que satisfacer el hambre que les atormentaba647.

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15. Así no es esto objeto de la indignación de los Fariseos. No ocurre a su mente la idea tan natural en cualquier otro pueblo, de reprobar la violación del derecho de propiedad. Pero era día del sábado llamado Segundo-Primero. Todavía otro término esencialmente judío que hubiera sido imposible inventar después del suceso. Cuando caía un día de Pascua en sábado, contaban de esta suerte los Hebreos los sábados siguientes hasta la fiesta de Pentecostés que entonces caía exactamente en el sétimo sábado648. Así, pues, viene a interponerse aquí, como en Jerusalén, la prescripción del descanso sabático, entendida con el rigorismo de una secta implacable, como una barrera entre el judaísmo mezquino de los Hebreos y la doctrina misericordiosa del Verbo encarnado. Agreguemos a esto, que todos los actos lícitos en un sábado habían sido enumerados minuciosamente por los Doctores y los Escribas. Así, estaba permitido, y el Talmud ha conservado esta indicación, hacer una jornada de dos mil codos, sin infringir el precepto. El hecho de la presencia de los fariseos, siguiendo al divino Maestro, en esta circunstancia, nos prueba suficientemente que la jornada del Salvador y de sus discípulos no excedió el límite tradicional. De otra suerte, lo hubieran notado los fariseos, y se hubieran separado de los viajeros. Pero su escrupulosa crítica halló en el acto de desgranar algunas espigas, un nuevo motivo de escándalo. La respuesta de Nuestro Señor es el modelo divino de un comentario sobre la Sagrada Escritura. Cuando proclama la Iglesia católica que el Antiguo Testamento no era más que la figura del Nuevo, cuando erige en principio, con San Pablo, que «el fin de la ley era el Cristo», es su palabra el eco fiel de la revelación evangélica, habiendo recibido directamente esta doctrina del Salvador. El Tabernáculo de Jehovah   —349→   tenía en la institución mosaica, un carácter sagrado que dominaba todo lo demás. Llamábasele el Santo de los Santos. Cada sábado, debía poner un sacerdote en la mesa de proposición, doce panes, seis a cada lado, que representaban el número de las tribus de Israel, y que llamaban los Hebreos: Panes de la faz de Jehovah. Hacíase quemar a su alrededor incienso de agradable fragancia, y permanecían así toda la semana en el lugar santo, recordando a los hijos de Jacob que Dios quería alimentarles por sí mismo. Durante mil quinientos años permaneció este emblema eucarístico, ante la faz del Señor, hasta que vino la realidad a sustituir a la figura y que sustituyó el pan que descendió de los cielos al pan de proposición. Estaba, pues, prohibido bajo pena de sacrilegio, a quien no fuera miembro de la raza sacerdotal, consumir los panes de proposición, después que se les había retirado de la Mesa de oro, en la mañana del sábado. He aquí, por qué recuerda Nuestro Señor a los Fariseos el tan conocido episodio de la historia de David, cuando desterrado de la corte de Saúl, huyendo del furor de un rey insensato, se presentó el héroe, rendido de hambre y de fatiga, ante el gran sacerdote Aquimelech y Abiathar, su hijo, en Nobé, donde se hallaba entonces depositada el Arca Santa. No obstante la santidad inviolable de los panes de proposición, como constituían el único recurso alimenticio que tenía el Pontífice a mano en este momento, no vaciló Aquimelech en dárselos a David, que los repartió con los que le acompañaban. Este hecho anómalo en sí, encontraba su justificación para los Fariseos, menos aun en la necesidad absoluta en que estaba David, que en la autorización implícita que resultaba de la presencia misma del Santo de los Santos. Los Fariseos no se atrevían a poner en duda la legitimidad de lo que había permitido la majestad del Tabernáculo. Por la misma razón admitían fácilmente que la violación del descanso sabático no constituía falta alguna legal respecto de los sacerdotes que funcionaban en el Templo. He aquí por qué añade Nuestro Señor Jesucristo, para justificar a sus discípulos: «Yo os digo que hay aquí alguno mayor que el Templo». Pero ¿qué podía haber allí que fuese mayor que el Templo, a los ojos de los Fariseos, sino Dios mismo, cuya morada era el Templo? Con esto hacía, pues, Jesús una afirmación explícita y solemne de su propia divinidad. Así, termina diciendo el divino Maestro: «El Hijo del Hombre es también señor del sábado». Templo, ritos,   —350→   observancias, ley mosaica, todo lo pasado del pueblo santo es el preludio, la figura y como la profecía en acción del Verbo encarnado.

16. «Otro día de sábado, entró Jesús en una sinagoga e instruía al pueblo. Y había allí un hombre que tenía seca una mano. Los Escribas y los Fariseos observaban a Jesús para ver si verificaba una curación en día de sábado, a fin de tener un pretexto para acusarle. Pero Jesús conocía sus pensamientos, y acercándose al hombre que tenía la mano seca, le dijo: Levántate y ponte en medio del concurso. -El hombre obedeció. Jesús dijo entonces a los Fariseos: He aquí la cuestión que os propongo. ¿Es permitido hacer bien en sábado, o es permitido hacer mal? ¿Salvar la vida o quitarla? Mas los Fariseos callaban, y Jesús continuó: ¿Quién habrá de vosotros, que teniendo una oveja, si cae en una fosa en día de sábado, vacile en socorrerla y sacarla de allí? ¡Cuánto más vale un hombre que una oveja! Luego es lícito hacer bien en día de sábado. Y mirándoles atentamente Jesús, indignado y contristado de la ceguedad de su corazón, dijo al hombre: Extiende tu mano; y la extendió y quedó tan sana como la otra. Los fariseos, redoblando su odio, se preguntaban al salir de la sinagoga, de qué medio se valdrían para perderlo. Y se concertaron con este objeto con los Herodianos. Mas Jesús, penetrando sus proyectos, se retiró a orillas del lago de Tiberiades con sus discípulos. Seguíale una multitud inmensa de la Galilea, de la Judea y de Jerusalén, de la Idumea y de las provincias situadas más allá del Jordán, y los habitadores del contorno de Tiro y Sidón, acudían a la fama de las maravillas que obraba. Jesús mandó a sus discípulos que pusieran a su disposición una barca para que no le comprimiese la multitud de los que le seguían, porque como sanaba a muchos, todos los que padecían algún mal se precipitaban sobre él para tocarle, y él los curaba a todos. Y los espíritus impuros se postraban ante él cuando le veían y clamaban diciendo: Tú eres el hijo de Dios. Y él les prevenía fuertemente que no le descubriesen, para que se cumpliese lo que dijo el profeta Isaías: He aquí el hijo de mi elección, el bien amado, en quien reposan todas mis complacencias. Mi espíritu será sobre él, y él anunciará la verdad a los pueblos. Y no contenderá con nadie, ni levantará clamores, ni se hará oír su voz en las plazas públicas. No quebrará la caña cascada, ni acabará de apagar la mecha que aún humea, hasta que haya   —351→   asegurado el triunfo de la justicia. Y en su nombre pondrán las naciones su esperanza649». ¿Puede compararse este cuadro evangélico de la real mansedumbre y de la humildad divina de Jesucristo, con las fantásticas descripciones de una democracia fogosa y soberbia, paseando por Galilea su tiránica usurpación, e inaugurando en las orillas del lago de Genezareth, las declamaciones furibundas de un revolucionarismo trascendental? ¡Ensayarase, si se quiere, el aplicar a esta efusión de milagros, que se producen alrededor de Jesucristo, los irrisorios comentarios del racionalismo y las propiedades excepcionalmente curativas «del placer de ver a una persona predilecta!» No tenemos valor de hacerlo por nosotros mismos. La divinidad de Nuestro Señor Jesucristo nos arrastra en pos de sí, con la muchedumbre del lago de Tiberiades; subyuga nuestro corazón y nuestra inteligencia, y no nos quedan fuerzas sino para adorarle.




ArribaAbajo§ III. Vocación de los doce Apóstoles

17. «Y habiendo llegado la noche, continúa el Evangelista, subió Jesús a un monte y pasó la noche en oración con Dios. Así que fue de día, llamó a sus discípulos, y escogió doce de entre ellos, a quienes llamó Apóstoles para enviarlos a predicar el Evangelio. Y les dio el poder de curar las enfermedades y de expeler a los demonios. Simón, a quien puso el sobrenombre de Pedro, y Santiago, hijo de Zebedeo, y Juan, hermano de Santiago, a quienes puso el sobrenombre de Boanerges, que quiere decir, hijos del trueno; y Andrés, y Felipe, y Bartolomé, y Mateo, y Tomás y Santiago, hijo de Alfeo; y Tadeo, y Judas, y Simón Cananeo, llamado el Zelador, y Judas Iscariote, que fue el que le entregó650». He aquí, en pocas líneas, la primer piedra del edificio inmortal de la Iglesia, colocada por mano de Jesucristo. Va a posesionarse del mundo todo un orden nuevo de hechos, de ideas y de doctrina. El número de los discípulos que seguían a Nuestro Señor, era ya tan considerable, que los designa San Lucas con esta expresión: Turba Discipulorum651. La igualdad que han pretendido establecer los Heresiarcas modernos entre todos los fieles; la supresión del orden jerárquico en la Iglesia; el derecho revindicado para cada conciencia de ser por sí misma su guía, su pastor y su sacerdote;   —352→   la concentración de todo el cristianismo en el estudio individual de un libro llamado Palabra de Dios, y arbitrariamente interpretado según los caprichos del libre examen; la supresión de toda práctica religiosa, de toda subordinación, de todo acto exterior, para colocar la salvación únicamente en una fe estéril; en una palabra, el sistema protestante en su conjunto, no podría ponerse delante de una condena más perentoria que la que resulta del texto mismo Evangélico. Nuestro Señor pasa «la noche en oración». ¿Dónde está en el seno del protestantismo la práctica de la oración nocturna? ¿Han conservado los discípulos de Lutero y de Calvino esta tradición evangélica? ¿Qué han hecho con este ejemplo del Salvador que nos ha dicho de sí mismo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida? Continúan marchando por ese camino real que principia por los cuarenta días de ayuno en el desierto; que continúa por entre una serie no interrumpida de oraciones constantes (porque «es preciso orar sin cesar, decía en otro tiempo el divino Maestro, y no cesar un instante») y que termina en fin, en la Pascua cristiana, en que nos da Jesús el pan y el vino bajados del cielo, diciendo: «¡Esto es mi cuerpo!» ¡Esto es mi sangre!» El protestantismo responde a Jesucristo: ¡No más ayunos, obispos, ni sacerdotes! ¡No más oraciones! «¡No más pan ni vino eucarísticos!» Pero la Iglesia, heredera de las tradiciones del Evangelio, continúa, como su Esposo celestial, pasando las noches en oración. Ha guardado, y guardará hasta el fin del mundo, sus Nocturnos, expresión tomada al texto mismo del Libro sagrado: Erat pernoctans in oratione Dei. En todos los pueblos del mundo tiene almas fervientes que están en la montaña de la oración y pasan la noche en oración con Dios. La Iglesia Católica ha conservado la elección y la vocación de los pastores, sucesores de los Apóstoles. Jesús elige aun en su seno, «entre la multitud de los discípulos, los que quiere llamar a sí». La fe no basta, la ciencia no basta; el celo no basta. Es preciso que Jesús mismo llame: «Vocavit ad se quos voluit ipse. Es preciso que Jesús «escoja»: Elegit. ¿Pues qué? ¿Habrá una vocación diferente para el obispo, para el sacerdote y para el simple fiel? ¿Será cierto que establezca el Evangelio estas distinciones radicales? ¿No son éstas, arbitrarias adiciones hechas a la obra de Jesucristo? Sí, es verdad, y el Evangelio lo atestigua, que el divino Maestro eligió por una vocación especial, y separó del medio de la «multitud de los discípulos a doce hombres, a quienes llamó Apóstoles»:   —353→   Apostolos nominavit; y que les confirió a ellos y no a otros, el poder de evangelizar el reino de Dios y de curar las dolencias espirituales y corporales. Más adelante, le veremos establecer a Pedro con el poder supremo de confirmar a sus hermanos en la fe, sobre todo el colegio apostólico; verémosle, en fin, constituir bajo esta jerarquía del Papa y de los obispos, los simples sacerdotes representados por los setenta y dos discípulos. Cuando reúne, pues, la Iglesia Católica los jóvenes levitas, a la sombra de los altares, y les da el nombre de Clérigos652 (escogidos), conserva, para aplicárselo, el término del Evangelio: Elegit653. Cuando todos los odios del mundo, que ha vuelto a hacerse pagano, persiguen al nombre clerical, ¿quién piensa siquiera, en este siglo de suprema ignorancia, que un nombre tan ultrajado es de origen evangélico, y que los que se glorían hoy de llevarlo, recuerdan la promesa de Jesucristo? «Bienaventurados de vosotros cuando se os maldiga, se os persiga y seáis objeto de las más falaces calumnias por causa mía». ¿Qué espíritu fuerte, entre los incrédulos, sabe una palabra de estas cosas divinas? Bástale repetir los absurdos de los racionalistas. «Jamás hubo nadie menos sacerdote que Jesús; ningún cuidado de ayunos, ninguna teología, ninguna práctica religiosa, nada sacerdotal654».

18. He aquí, no obstante, las instrucciones que dio Jesús a los doce apóstoles: «No vayáis ahora a tierra de gentiles, les dijo, ni tampoco a poblaciones de samaritanos; mas id antes en busca de las ovejas perdidas de la casa de Israel655. Y por do quiera que vayáis, predicad y anunciad la buena nueva, diciendo que se acerca el reino de los cielos. Curad los enfermos, resucitad los muertos, limpiad los leprosos, lanzad los demonios656. De balde habéis recibido estos dones, dadlos de balde. No llevéis oro ni plata, ni dinero en vuestros bolsillos. Ni alforja para el viaje, ni más de una túnica, y un   —354→   calzado, ni tampoco báculo, porque el que trabaja, merece que le sustenten. Y cuando entréis en alguna ciudad o aldea, preguntad quién hay en ella hombre de bien, para alojaros y permaneced en su casa hasta vuestra partida. Y cuando entréis en la casa, saludadla, diciendo: La paz sea en esta casa. Que si la casa lo merece, vendrá vuestra paz a ella; pero si no lo merece, vuestra paz se volverá con vosotros. Caso que no quisiera recibiros, ni escuchare vuestras palabras, saliendo fuera de la tal casa o ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies en testimonio de su incredulidad. En verdad, os digo, que Sodoma y Gomorra serán tratadas con menos rigor en el día del juicio que aquella ciudad. Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos657. Sed, pues, prudentes como serpientes y sencillos como palomas. Recataos empero de tales hombres, porque os delatarán a sus tribunales, y os azotarán en sus sinagogas. Y por mi causa seréis conducidos ante los gobernadores y los reyes para dar testimonio658 de mí a ellos y a las naciones. Y cuando os hicieren comparecer así ante los magistrados, no os dé cuidado el cómo o lo que habéis de hablar, porque en aquella hora se os inspirará lo que hayáis de decir; puesto que no sois vosotros quien habla entonces, sino el Espíritu de vuestro Padre, el cual habla por vosotros. Entonces el hermano entregará a la muerte a su hermano, el padre al hijo, y se levantarán los hijos contra los padres y los harán morir. Y vosotros seréis odiados de todos, por causa de mi nombre, pero quien perseverase hasta el fin, éste se salvará. Y cuando os persigan en una ciudad, huid a otra. En verdad, os digo, que no acabaréis de convertir a las ciudades de Israel antes que venga el Hijo del Hombre. No es el discípulo más que su maestro, ni el siervo más que su amo. Bástale al discípulo ser tratado como su maestro, y al criado como su amo. Si al padre de familias osaron llamar Belzebub ¿cuánto más ultrajarán a sus domésticos? Pero por eso, no tengáis miedo, porque nada está cubierto que no se ha ya de descubrir algún día, ni secreto que no se haya de saber.   —355→   Lo que os digo en las tinieblas, decidlo a la luz del día, y lo que os digo al oído, predicadlo desde los terrados. Y no temáis a los que matan al cuerpo, pero no pueden matar al alma, sino temed antes al que puede arrojar alma y cuerpo en el infierno. ¿Acaso no se venden por un cuarto dos pájaros, y no obstante, ninguno de ellos cae en tierra, sin que lo disponga la voluntad de vuestro Padre celestial? Hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. Y así, no tengáis miedo; valéis vosotros más que muchos pájaros. En suma: a todo aquel que me reconociere y confesare por Mesías delante de los hombres, yo también le reconoceré y me declararé por él delante de mi Padre, que está en los cielos. Mas al que me negase delante de los hombres, le negaré yo también delante de mi Padre, que está en los cielos. No penséis que vine a traer la paz a la tierra; no vine a traer paz, sino guerra. Porque vine a separar al hijo de su padre, y a la hija de su madre, y a la nuera de su suegra. Y los enemigos del hombre serán las personas de su misma casa. Quien ama al padre o a la madre más que a mí, no es digno de mí; y quien ama al hijo o a la hija más que a mí, tampoco merece ser mío. Y quien no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí. Quien (a costa de su alma) conserva su vida, la perderá, y quien perdiere su vida por causa mía, la salvará. Quien os recibe a vosotros, me recibe a mí, y quien a mí me recibe, recibe a aquel que me envió. El que hospeda a un profeta en atención a que es profeta, recibirá la recompensa del profeta, y el que hospeda a un justo en atención a que es justo, recibirán la recompensa del justo. Y cualquiera que diese de beber a uno de estos pequeñuelos un vaso de agua fresca en atención a que es discípulo mío, os doy mi palabra de que no perderá su recompensa659».

19. Tales son aun las instrucciones que repite la Iglesia Católica a aquéllos de sus hijos, a quienes la elección de Jesús llama al ministerio de las almas. ¿Cómo no admirarse de la unidad de lenguaje, de instituciones y de doctrinas, que principió en la montaña de Tiberiades y se prolongó sin interrupción hasta nosotros? Los nombres de Mártires, de Confesores, estos términos desconocidos del mundo pagano, salen por primera vez de boca del Salvador, en una oscura provincia de Judea. Acógenlos doce pescadores trasformados   —356→   en Apóstoles; y en el día, estos nombres han conquistado el mundo. Hase realizado la profecía del divino Maestro en toda la serie de las edades. Se ha hecho comparecer a los testigos de Jesucristo, los confesores de su divinidad, ante todos los tribunales, a presencia de todas las jurisdicciones, a los pies de todas las soberanías de la tierra: así será hasta la consumación de los siglos. Nunca terminarán los suplicios, triunfando de ellos el testimonio, la confesión y el martirio. El hecho solo, independientemente de toda profecía anterior, constituiría un fenómeno sobrenatural. La predicción precediendo al acontecimiento, y éste confirmando la predicción, se enlazan con tan divina majestad, que es preciso abjurar de toda razón para no reconocer el milagro. La constitución de la Iglesia se halla enteramente en las admirables palabras de Jesucristo. El Señor envía pobres a llevar gratuitamente al mundo el beneficio de la regeneración que han recibido gratuitamente también ellos; sin que deban pensar en la solicitud material, ni en los medios de proveer a su subsistencia. Pero he aquí la maravilla. En esta pobreza, independiente y absoluta, hallarán en abundancia lo que no buscaban; porque los que los recibieren, recibirán a Jesucristo, los que les den sea el óbolo de la viuda, sea el tesoro del rico, sea el vaso de agua de la más pobre hospitalidad, lo habrán dado al mismo Jesucristo y adquirido un derecho inenajenable a las celestiales recompensas. Todo el poder temporal de la Iglesia se halla en estas palabras que salieron de los labios del Salvador. A los siglos de persecución que sólo tendrán cadalsos para los testigos de Jesús, sucederán los siglos de fe que santificarán sus riquezas, poniéndolas a los pies de los discípulos de Jesús. O más bien, no se marcará ni se dividirá así por épocas esta diferencia de conducta; los siglos de persecución tendrán sus ejemplos de generosidad. Al lado de Nerón, que crucificará a San Pedro, el senador Pudens hará sentar a San Pedro en su silla curul, y echará en manos del Apóstol los tesoros acumulados por veinte generaciones de padres conscriptos. Desarrollaranse persecuciones y afectos y contemplaciones en línea paralela hasta el fin de las edades. La pobreza evangélica y la riqueza de la Iglesia se mantendrán en este equilibrio divino, constituido por Jesucristo en despecho de todos los odios y de todos los furores de los hombres.

20. «Después de haberles dado estas instrucciones, dice el Evangelio,   —357→   empezó Jesús a enviarlos de dos en dos a predicar a todas las ciudades y lugares, a donde él mismo había de ir. Y les dio el poder de lanzar los demonios. Y marcharon, pues, de un lugar a otro, predicando el Evangelio y la obligación de hacer penitencia; y untaban con aceite a muchos enfermos y los sanaban660. «¿Qué ha venido a ser en el seno del protestantismo esta unción de aceite a los enfermos? ¿Qué significan entre nuestros hermanos extraviados estas acusaciones mil veces repetidas de superstición idolátrica, a propósito del sacramento de la Extrema-Unción? Parece verdaderamente que a fuerza de leer el Evangelio, haya llegado el protestantismo a no comprender una sola palabra del texto sagrado. Ya veremos en efecto, pasar a nuestra vista, por el orden de la narración evangélica, todas y cada una de las instituciones actuales de la Iglesia. La tradición apostólica ha reproducido, mantenido y perpetuado la vida y el apostolado de Jesucristo en la tierra, sin quitarle nada, sin añadirle nada; desarrollando, con la expansión misma de la obra, el espíritu de su divino fundador. Jesús, en la Iglesia, enseña, bendice, ruega, ofrece su sacrificio, da la unción a los enfermos, lanza a los demonios, obra milagros y resucita los muertos, actualmente lo mismo que durante los tres años de su ministerio público.




ArribaAbajo§ IV. Cafarnaúm

21. «Y bajando Jesús de la montaña acompañado de sus discípulos y de un gran gentío, se paró en una llanura, y levantando Jesús los ojos hacia sus discípulos, dijo: «Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios: Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque seréis saciados: Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis: Bienaventurados seréis cuando los hombres os aborrezcan y cuando os desecharen y os afrentaren, y despreciaren como infame vuestro nombre por causa del Hijo del hombre. Alegraos entonces y saltad de gozo, porque os está reservada en el cielo una gran recompensa, pues así trataban sus padres a los profetas. Pero ¡ay de vosotros los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo en el mundo! ¡Ay de vosotros los que hoy estáis hartos,   —358→   porque tendréis hambre! ¡Ay de vosotros los que ahora reís, porque día vendrá en que os lamentaréis y lloraréis! Después dijo a sus discípulos: ¡Ay de vosotros cuando los hombres mundanos os aplaudieren, porque así lo hacían sus padres con los falsos profetas! Pero a vosotros, que me escucháis, os digo: Amad a vuestros enemigos: haced bien a los que os aborrecen; bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian. Y dad a los que os piden y tratad a los hombres de la misma manera que quisierais que ellos os traten661». Después de haber hablado así Jesús, se volvió a Cafarnaúm662, y entró en una casa de la ciudad663. Precipitose en ella tal tropel de gentes, que ni siquiera podían tomar allí alimento Jesús ni sus discípulos. Y cayó en desfallecimiento: los discípulos quisieron penetrar por entre la multitud para socorrerle, y se esparció el rumor de que había perdido el uso de los sentidos664. Y los Doctores y los Fariseos que le seguían desde Jerusalén, y que se habían juntado con la multitud, exclamaron: «¿no veis que se halla poseído de Belcebub, y lanza los demonios por arte del príncipe de los demonios? -Entonces Jesús hizo acercarse a los Escribas y les dijo en parábolas: ¿Cómo puede Satanás lanzar a Satanás? Si un reino se divide en partidos contrarios, no puede subsistir. Y si una familia está dividida contra sí misma, no puede subsistir. Y si Satanás se levanta contra sí mismo, está dividido y no podrá subsistir, sino que su poder vacilante tendría bien pronto fin. Nadie puede entrar   —359→   en la casa de un valiente armado para robarle sus alhajas, sino atando primero al valiente, para robar después su casa. En verdad os digo, que todos los pecados serán perdonados a los hijos de los hombres, y aun las blasfemias que hubieran proferido. Pero el que hubiere blasfemado contra el Espíritu Santo, no tendrá jamás perdón, sino que será reo de eterno juicio (o condenación665) «Hablaba Jesús así, para responder a la acusación que acababan de hacerle, diciendo»: ¡Está poseído del demonio! -En este momento, vinieron la Madre de Jesús y sus hermanos (o parientes), y quedádose fuera, enviaron a llamarle. Y la gente que estaba alrededor de él, le dijeron: Mira que tu Madre y tus hermanos te buscan ahí fuera. Y respondiéndoles, dijo: ¿Quién es mi madre y mis hermanos? Y mirando atentamente a los que estaban sentados alrededor de él, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos; porque el que hiciere la voluntad de Dios, éste es mi hermano y mi hermana y mi madre666».

22. Aquí se manifiestan la humanidad del Hijo del hombre y la divinidad del Hijo de Dios, en la persona sagrada de Jesús, con patentes caracteres. Todo el día anterior, en aquel sábado en que fue curado el hombre de la mano seca de la sinagoga, se pasó en huir   —360→   el divino Maestro del odio de los Fariseos, que seguían sus pasos. La aglomeración de la multitud, a orillas del lago de Genesareth, no lo permitió pensar en tomar el menor alimento. Prodígase por la salvación de todos, y sólo se olvida de sí mismo y de sus propias necesidades, en su misión de divina caridad, y cuando sobreviene la noche, la pasa orando en la montaña. Al llegar el día, elige a sus apóstoles, a quienes da sus instrucciones; desciende con ellos a la llanura, y dirige al pueblo palabras de consuelo, de misericordia y de paz. De regreso a Cafarnaúm, entra en una casa amiga; pero le precede la multitud y no le deja tiempo de romper el pan de la hospitalidad. La humanidad desfallece a consecuencia de tantas privaciones, fatigas y abstinencia. He aquí cómo ha osado traducir esto el racionalismo moderno con este impío comentario. «Su vida en Galilea era una fiesta perpetua». Fariseos del siglo XIX, blasfemadores del Espíritu Santo, venid, pues, a considerar al hijo del hombre, extenuado de inanición y desmayado de debilidad, en la casa de Cafarnaúm. ¡Oh, Jesús! perdónales, porque no saben lo que se dicen. ¿Y lo sabían los mismos Escribas que seguían al divino Maestro, desde su partida de Jerusalén, expiando la ocasión de calumniar todos sus actos, de acriminar todas sus intenciones y de sublevar al pueblo contra él? El accidente que acaba de verificarse es sabido en breve por la muchedumbre. «Ha caído en desmayo», se dice, y se apoderan los Fariseos de este pretexto para hacer circular su sacrílega interpretación. ¿No veis, exclaman, que está poseído, que se ha apoderado de él Belcebub y que arroja los espíritus malignos en nombre del príncipe de los demonios? Cada expresión es aquí de tal modo hebraica, que destruye con su autenticidad intrínseca, toda sospecha de leyenda o de interpolación apócrifa. Belcebub, el príncipe del aire, es un nombre esencialmente bíblico, que no se encuentra en ninguna de las literaturas griega o romana. Para hallarle es necesario ascender hasta el tiempo de Uchozias, rey de Israel, cuando este príncipe apóstata, enfermó por haber caído de lo alto de una terraza de su palacio de Samaria, y sintiendo acercarse la muerte, envió a consultar el oráculo de Belcebub, dios fenicio que tenía su templo en Accaron667. El nombre de esta divinidad extraña había sobrevivido a su culto, y se había perpetuado en los recuerdos   —361→   del pueblo judío, como sinónimo de Satanás, jefe de los ángeles rebeldes. Había, pues, de parte de los Fariseos, al atribuir los milagros de Nuestro Señor a la potestad de Belzebub, un cálculo de odio profundo y de calumniadora habilidad; porque era dirigir contra Jesús la acusación más directa de idolatría, y entregarle a la pena capital, impuesta por la ley mosaica contra todos los adoradores de los falsos dioses.

23. Pero la humanidad que acababa de desmayar en la humilde casa de Cafarnaúm, da lugar a la suprema acción del Verbo encarnado. El Hijo del hombre se manifiesta en desmayo; el Hijo de Dios va a revelarse en su fuerza. Desaparecen súbitamente la extenuación y la fatiga y se levanta Jesús, lleno de una divina energía. Llama a los Fariseos y lanza sobre su frente culpable el anatema irremisible que ha de alcanzar a todos los blasfemos del Espíritu Santo. ¿Qué es, pues, el pecado contra el Espíritu Santo, pregunta el obispo de Hipona para que desconcierte la omnipotente misericordia de Jesús, y no pueda perdonarse, ni en este ni el otro mundo por el Dios del perdón? Habrían podido borrarse la apostasía de Judas y el estigma de su traición, por una sincera penitencia: la blasfemia contra el Espíritu Santo, no será jamás perdonada. Hallámonos, pues, aquí también con una de esas expresiones que llevan en sí mismas un carácter incontestable de autenticidad. Para comprenderlas es preciso remontarse a la tradición hebraica, cuya indeleble marca conservan. El Espíritu Santo, según la noción judía era la verdad de Dios mismo. El Espíritu Santo era el soplo de Dios que había inspirado a Moisés y a los Profetas, cumplido todas las maravillas de la ley antigua, y producido los actos de santidad, de piedad y de virtud de los patriarcas y de los justos de Israel. Así, blasfemar del Espíritu Santo, era blasfemar de la verdad conocida, ultrajar la majestad visible y manifiesta de Jehovah. «Contristar el Espíritu Santo668»; -«apagarlo en su corazón669»; -«ultrajar al Espíritu de gracia670», son otras tantas locuciones hebraicas, cuyo significado es el de pecar contra Dios. Pero la inclinación del hombre hacia el mal, la debilidad de nuestra flaca o decaída naturaleza, los ciegos impulsos de las pasiones nos solicitan sin cesar al pecado. ¡Acaso Jesucristo, que venia a desposarse con   —362→   nuestras flaquezas para curarlas, cerrará a las almas la puerta de la penitencia! No. Nació, padeció, y murió por los pecadores por todos en general, y por cada uno en particular. El cielo se abre para el ladrón convertido a la última hora, así como para el justo que ha perseverado desde su infancia en los senderos de sus mandamientos. «Blasfemar del Espíritu Santo», es el crimen, no ya del hombre, sino de Satanás. Sólo el ángel caído pudo llamar a Jehovah el dios del mal; dar a la luz el nombre de tinieblas; cerrar los ojos a los esplendores de lo verdadero para erigir un trono al error, y adorarlo como la divinidad suprema? Tiemblen, pues, esos genios soberbios que tiene por adversarios implacables la verdad conocida; esos Escribas de nuestros modernos Cafarnaúm, a los ojos de los cuales el Hijo de Dios es un hábil impostor, un magnetizador, un empírico o un poseído. Semejantes a esos Fariseos a quienes irritaba la luz sin iluminarles, entran en el camino de Satanás. Como ellos también, son libres de abandonar la ruta del abismo, antes de la hora en que la impenitencia final haya cerrado para siempre su eterno destino. Estos doctores de la mentira han dicho: «Jesús detestaba a su familia que le correspondía lo mismo». He aquí por qué, sin duda, María, la tierna madre, informada por el rumor público del accidente sobrevenido a su divino Hijo, en la casa de Cafarnaúm, se apresura a volar en su auxilio. He aquí por qué, los hermanos de Jesús, es decir, como ya se ha visto, sus primos, los hijos de Cleofás, intentan penetrar por entre la multitud para librarle del peligro y prodigarlo los cuidados del más vivo afecto. Pero el Hijo de Dios que inspira semejantes sacrificios, no los necesita. Su madre y sus hermanos son todos los desgraciados; inmensa familia que abraza la humanidad entera, con quien vino a desposarse, a quien vino a consolar y a curar.

24. «Un centurión de Cafarnaúm, continúa el Evangelio, tenía enfermo y casi a la muerte un criado a quien estimaba mucho. Y habiendo oído hablar de Jesús, le envió algunos ancianos de los judíos, pidiéndole que fuese a sanar a su criado. Y ellos habiendo ido a buscar a Jesús, se lo pedían con instancia, diciendo: Es digno de que hagas esto por él; porque ama nuestra nación y nos ha edificado una sinagoga. Y Jesús respondió: Yo iré y le curaré. E iba Jesús con ellos, y cuando estaba cerca de la casa, el centurión con algunos de sus amigos salió a su encuentro y le dijo: Señor, no soy   —363→   digno de que entres en mi casa; pero di solamente una palabra, y mi criado quedará sano. Pues aun yo que estoy subordinado a otros, tengo soldados a mi mando, y digo a uno: Ve, y va; y a otro: ven, y viene; y si digo a mi criado: haz esto, lo hace. -Oyendo esto Jesús, se admiró, y dirigiéndose a las gentes que le seguían, dijo: En verdad os digo, que ni aun en Israel he hallado fe tan grande. Así, os declaro que vendrán muchos (gentiles) de Oriente y Occidente, y estarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos. Mientras que los hijos del reino (los judíos) serán arrojados a las tinieblas exteriores; y allí será el llanto y el crujir de dientes. -Y en seguida, dijo Jesús al centurión: Vete, y sucédate, conforme has creído; y en aquella hora quedó sano el criado671». El soldado romano en frente de la divinidad de Jesucristo, es uno de los rasgos más admirables del Evangelio. Este centurión, que había tal vez cruzado las Galias y la Germania con las legiones de Varo, vino a acabar sus últimos días en Judea. Tiene toda la bondad del veterano, y toda la disciplina del legionario. Edifica una sinagoga a sus administrados galileos, y manda a sus subalternos con la altivez y el laconismo de un hijo de Rómulo: «Ve», les dice, y van; «ven», y vienen. El mandato breve y preciso de César ha pasado al lenguaje militar de Roma. Pero bajo esta ruda corteza ¡qué elevación de pensamiento, qué delicadeza de sentimiento! El mismo Jesús admira la fe de este Romano. Jamás, en efecto, se expresó más solemnemente la afirmación de la divinidad del Salvador. Parece que se ha unido en el corazón del soldado la ternura del más ferviente apóstol a la energía del carácter nacional. «Señor, dice, no soy digno de que entres en mi casa; pero di solamente una palabra, y quedará sano mi criado». La naturaleza obedece a vuestras leyes, pues que vos sois su Dios. Yo mismo, oficial de un grado inferior en los ejércitos del César Tiberio, no tengo más que decir una palabra, y mis soldados ejecutan mis órdenes. Vos, Señor supremo, hablad, y los elementos dóciles obedecerán a vuestra voz. -Tal es el sentido de estas enérgicas palabras; y la fe del centurión es oída. Que busque el racionalismo por qué maravilla de contacto lejano, un criado moribundo, que «no tuvo el placer de ver a una persona predilecta»,   —364→   fue curado al instante mismo.




ArribaAbajo§ V. Excursión a Galilea

25. «Jesús recorrió después las ciudades de Galilea, dice San Mateo, predicando el reino de Dios y enseñando a los pueblos672. Y sucedió que iba Jesús a la ciudad de Naín, e iban con él sus discípulos y gran multitud de gentes. Y cuando estaba cerca de la ciudad, he aquí que sacaban a enterrar a un difunto, hijo único de su madre, que era viuda, a la cual acompañaban muchas personas de la ciudad. Así que la vio el Señor, movido a compasión, la dijo: No llores. Y se acercó y tocó el féretro, y los que le llevaban se pararon; y dijo entonces: Mancebo, levántate, yo te lo mando. -Y luego al punto se incorporó el que estaba muerto, y empezó a hablar. Y Jesús le entregó a su madre. Y todos se llenaron de temor, y glorificaban a Dios, diciendo: Un gran profeta ha aparecido entre nosotros, y Dios ha visitado a su pueblo. -Y la fama de este milagro se extendió por toda la Judea y las provincias comarcanas673».

26. El racionalista moderno siente que no se haya cuidado una Academia de Roma o de Atenas, de enviar una comisión científica a Naín, pequeña ciudad de la tribu de Issachar, al pie del monte Thabor, para comprobar la realidad del milagro en el momento en que lo verificó Nuestro Señor. ¿Qué hacían, pues, los sabios encargados de ejercer de oficio la soberanía de las inteligencias, en la época del César Tiberio? Es inconcebible su negligencia; sin embargo, se podría invocar en descargo suyo algunas circunstancias atenuantes. Jesucristo no había ni publicado previamente, ni convocado a los sabios para que fueran a examinar el gran espectáculo de la resurrección de un muerto, a las puertas de Naín. Y no obstante, no faltarán testigos a la manifestación divina, y cuando menos se haya concertado el acontecimiento, más patente será la realidad del prodigio. La casualidad del encuentro, para dar este nombre enteramente humano a la disposición de la Providencia, que llevaba a las puertas de Naín la comitiva fúnebre, con el numeroso séquito de la madre desconsolada, en el mismo instante en que iba a entrar en la ciudad el Salvador, rodeado también de una inmensa multitud, basta para alejar toda idea de connivencia o de preparación alguna con   —365→   el objeto de impresionar las imaginaciones. La viuda de Naín había perdido realmente a su hijo único, esperanza de su vejez y único apoyo de su aislamiento. No se escapan, pues, de su destrozado corazón lágrimas convencionales ni sollozos facticios, al acompañar al sepulcro de familia, el cuerpo inanimado de su hijo, para enterrarlo al lado de los restos queridos de un esposo. La ciudad entera, simpática a este dolor maternal, le forma su comitiva; y Jesucristo que debía ser también objeto para el corazón de María de un desconsuelo semejante, el Dios-Hombre que bajó a la tierra para participar de todos los dolores humanos, se conmueve de misericordia. Toca el féretro descubierto donde reposa el joven difunto. Aquí, como siempre, cada pormenor de la narración evangélica tiene un carácter de incontestable veracidad. Los cadáveres eran transportados entre los Hebreos, con el rostro descubierto, en una especie de féretro sin cerrar. Los sepulcros no podían estar en el interior de las poblaciones, donde hubieran sido permanentemente causa de impureza legal. Sin embargo, debían estar bastante próximos a las poblaciones, para que no excediera su distancia del intervalo que era permitido salvar un sábado, pues así se podía, sin violar el descanso sabático, no dejar que permaneciera el cadáver en la casa mortuoria, y conducirlo inmediatamente al sepulcro, donde se hallaba dispuesta una estancia para los últimos cuidados de la sepultura. Estos usos eran exclusivamente propios de la nación judía. Los Egipcios, por ejemplo, tenían costumbres diferentes. Guardaban por mucho tiempo los cadáveres, transportándolos definitivamente al sepulcro, en ataúdes o féretros herméticamente cerrados, que semejaban la forma de las mismas momias. Los Romanos que practicaban la exhumación de los cuerpos, no se servían de ataúdes, sino que llevaban los cadáveres adornados como para una gran fiesta, a la pira, en una ostentosa litera. Así pues, la narración del Evangelio es en su divina sencillez, de una verdad local que desesperará siempre a los racionalistas futuros.

27. Y ahora se concibe sin dificultad, cómo pudo levantarse en pie el muerto que resucitó la voz poderosa de Jesús, sin desclavar el féretro o sin levantar una cubierta que no existía. Concíbese que pudiera salir, sin auxilio alguno, del féretro, y que se lo entregase Jesús a su madre sin necesidad de quitarle las ligaduras o sudario con que no se le había todavía envuelto. Pero explíquese, si se puede,   —366→   por todos los artificios del racionalismo moderno, cómo, a vista de una ciudad entera, en presencia de dos comitivas, la que salía de Naín siguiendo el fúnebre convoy, y la que entraba en ella siguiendo al divino Maestro, explíquese cómo resucita tan súbitamente ese muerto tan llorado a la palabra de Jesús: ¡Joven, levántate, yo te lo mando!» ¡Una letargia curada súbitamente por las dos corrientes de la multitud que se dirigía en sentido inverso! Hase dicho esto, porque era necesario decir algo; pero ¿por qué está corriente no obró sino en el momento en que habló Jesús? ¡Qué prodigiosa casualidad más increíble que todos los milagros! ¡La conmoción se produjo por el eco de la voz que resonó en el silencio general! Se ha dicho también esto. Pero precedían al fúnebre cortejo, cantando, las plañideras y los coros de músicos. No reinaba el silencio de la muerte como entre nosotros, alrededor del cadáver. ¿Pues qué? ¿Es muy difícil de reconocer que si no hubiera hecho milagros Jesucristo, si no hubiera resucitado a los muertos, no hubiera convertido jamás al mundo pagano, y nunca hubiese resucitado una sola alma? El hijo de la viuda de Naín, este joven, a quien volvió el Salvador a la vida y entregó a su madre, fue un instrumento de resurrección espiritual, y un testigo irrecusable de la divinidad de Jesucristo. He aquí cómo se expresa Quadrato, en su Apología dirigida al emperador Adriano en el año 131 de nuestra era: «Los milagros de Nuestro Salvador se verificaron siempre en público, porque eran verdaderos. Así, los enfermos que curó, los muertos que resucitó, fueron vistos por todo el mundo, no solamente en la época misma del prodigio, sino largo tiempo después. Pudo interrogárseles durante el periodo que pasó Jesús en la tierra, y después de su Ascensión, a la cual sobrevivieron. Algunos de ellos viven aun en nuestros días674». ¡Desembarácese como pueda el racionalismo moderno de semejantes testimonios!

28. El milagro de Naín resonó considerablemente. Tal vez deben referirse a esta época de la vida del Salvador las relaciones que quiso mantener con él un jefe de tribus árabes, Abgar. La tradición ha conservado el nombre de este extranjero, y todo induce a creer   —367→   que si los textos conocidos actualmente con el título de Cartas de Abgar, son de origen o de traducción más recientes, el hecho mismo de haber enviado a Jesucristo este príncipe una diputación, es histórico. Como quiera que sea, los discípulos de Juan vacilaban aún en venir a ponerse bajo la dirección de Aquel a quien había llamado su maestro: el Cordero de Dios. El Precursor continuaba detenido en la fortaleza de Maqueronta. Herodes Antipas había resistido hasta entonces a las solicitaciones de una esposa ambiciosa y cruel; retrocedía ante un crimen, menos tal vez por un sentimiento de justicia, que por temor de una conmoción popular. El ilustre cautivo se aprovechó de los últimos instantes que le dejaba la moderación o la pusilanimidad del tetrarca, y haciendo llamar a dos de sus discípulos más fieles, les dirigió directamente a Jesús. «Nos envía a ti Juan Bautista, dijeron al Salvador. ¿Eres el Mesías que ha de venir, o debemos esperar a otro? -Hallábase en aquel momento Jesús rodeado de un gran gentío, y en presencia de los discípulos de Juan, curó a los enfermos de sus enfermedades, libró del espíritu maligno a los endemoniados, y volvió la vista a los ciegos. Usando después de la palabra, respondió a los enviados: Id a contar a Juan lo que habéis oído y lo que habéis visto. Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, resucitan los muertos, es anunciado el Evangelio a los pobres, y bienaventurado aquel que no tomare de mí ocasión de escándalo. -Luego que se fueron los enviados, empezó Jesús a hablar de Juan al pueblo que le rodeaba. ¿Qué es lo que salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña que a todo viento se conmueve? ¿Pero qué salisteis a ver? ¿Un hombre vestido con lujo y afeminación? Los que llevan vestidos suntuosos y viven en delicias, están en los palacios de los reyes. En fin, ¿qué salisteis, pues, a ver? ¿A algún profeta? Eso sí, yo os lo aseguro, y más que profeta. Porque él es de quien está escrito: He aquí que yo envío mi Ángel ante tu presencia, el cual irá delante de ti para prepararte el camino. En verdad os digo: No ha salido entre los nacidos de mujer, alguno mayor que Juan Bautista; si bien el menor en el reino de los cielos, es mayor que él. Y desde la aparición de Juan Bautista hasta ahora, el reino de los cielos padece violencia (o se alcanza a viva fuerza) y los que se la hacen (a sí mismos) son los que lo arrebatan. Porque todos los Profetas y la Ley hasta Juan, profetizaron lo porvenir. Y si queréis entenderlo, el mismo Juan es aquel   —368→   Elías que ha de venir675. El que tiene oídos para entender, entiéndalo676».

29. El elogio del Precursor en boca del divino Maestro, es el elogio del Evangelio mismo. ¿De dónde viene la superioridad tan altamente señalada a Juan Bautista? ¿En qué es más grande o mayor que Moisés, Elías, Isaías o Daniel? Si Jesucristo no es Dios, si su reino no es el de el Emmanuel, si no es el término a que van a parar las figuras, las profecías, los ritos y las observancias del Antiguo Testamento, no tendrá Juan Bautista ningún título particular para tomar un rango superior a las personalidades más gloriosas de la historia humana. Pasó su vida en el desierto. Lo mismo hicieron Moisés y Elías. Predicó penitencia al pueblo. Jonás hizo lo mismo antes que él. Bautizó a la multitud en el agua del Jordán. Moisés había bautizado a la raza judía en la nube luminosa y en las aguas del Mar Rojo. Cada día, bautizaban los sacerdotes de Jerusalén a los prosélitos en el agua de la Piscina Probática, o en las cisternas de Siloé. Pero Juan Bautista no renovó los milagros de Moisés, los de Elías, de Isaías y de los demás profetas. ¿En qué consiste, pues, respecto de él, esta grandeza excepcional, que ningún nacido de mujer alcanzó ni alcanzará nunca? En que fue el Ángel del Mesías y el Precursor terrestre del Verbo encarnado. He aquí su prerrogativa incomunicable. El día cuya aurora deseó ver Abraham; la estrella de Jacob, cuyos rayos quiso contemplar Moisés de las alturas de Phasga; el verdadero rey de Israel que debía acabar la obra de Elías, destruyendo los altares de los falsos profetas; el Hijo de una Virgen madre, cuya cuna había saludado de lejos Isaías; el Cristo jefe; el Hijo del hombre, sentado en el trono del Anciano de los días, que proclamaba en su éxtasis Daniel, le vio Juan Bautista con sus ojos mortales, le designó con el dedo, proclamando su advenimiento.   —369→   Toda la gloria del Precursor consiste en esto. No fue en el desierto, la caña agitada que vacila a todo viento. Su voz no repitió más que una sola palabra: ¡Ha venido el Cordero! -Igual lenguaje emplea con los Escribas de Jerusalén, con la multitud que se agolpa en las orillas del río de la Judea, con sus discípulos en la prisión de Maqueronta. Ni los favores del tetrarca, ni las seducciones de una corte voluptuosa, ostentando, con desprecio de la ley mosaica, un lujo extraño y corrompido, han hecho doblegarse su grande alma. Va a morir, víctima de las pasiones de una mujer; pero lega a Jesús los discípulos de su última hora. Toda la historia del Antiguo Testamento se concentra y se resume en la persona de Juan Bautista, que refleja sobre el autor del Nuevo Testamento los esplendores y las magnificencias de un pasado de cuatro mil años.

30. «Y todo el pueblo que oía a Jesús, continúa el Evangelista, y los publicanos que habían recibido el bautismo de Juan, dieron gloria a Dios. Pero los Fariseos y los Doctores de la ley que no habían sido bautizados por él, despreciaron, en daño de sí mismos, los designios de Dios (o murmuraban de las palabras de Jesús, y acogían con desdén la revelación de Dios). Y entonces dijo el Señor: ¿A quién compararé esta raza de hombres? ¿Y a quién son ellos semejantes? Son semejantes a los muchachos sentados en la plaza pública, que hablan unos con otros, diciendo: Os hemos entonado cantares alegres y no habéis bailado, cantares lúgubres y no habéis llorado. Así es que vino Juan Bautista que casi no comía ni bebía y dijisteis: Está endemoniado. Vino el Hijo del Hombre que come y bebe, y decís: Es un hombre voraz y bebedor y amigo de publicanos y pecadores. -Entonces Jesús empezó a reconvenir a las ciudades donde se habían hecho muchos de sus milagros, porque no habían hecho penitencia: ¡Ay de ti, Corozain! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se hicieron en vosotras, hace mucho tiempo que, cubiertas de cilicio y ceniza, habrían hecho penitencia. Por tanto os digo, que a Tiro y Sidón se las tratará en el día del juicio menos rigurosamente que a vosotras. Y tú Cafarnaúm, ¿piensas acaso levantarte hasta el cielo? Serás sí abatida, hasta el infierno, porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que se hicieron en ti, acaso subsistiría aún esta ciudad en el día. Por eso te digo que a la tierra de los Sodomitas   —370→   se la tratará en el día del juicio menos rigurosamente que a ti677.

31. En el día se busca en las orillas del lago de Tiberiades, en la Decápolis antigua, el sitio de Cafarnaúm, de Corozain y de Betsaida. «Cafarnaúm no existe ya, dice el doctor Sepp678. En estas ciudades ingratas, reinan la soledad y el silencio. Palmeras solamente que crecen en medio de las ruinas, y vestigios de un puerto en el lago, son los únicos monumentos de la ciudad galilea. Corozain y Betsaida han desaparecido enteramente, ignorándose hasta su situación. La deliciosa comarca de Genezareth está habitada en el día por los Árabes del desierto que viven medio desnudos bajo sus tiendas. La palmera, signo de victoria que constituía en otro tiempo el ornato de todas estas campiñas, ha desaparecido enteramente de un país que ha entregado Dios, cormo una presa, a todos los pueblos de la tierra, no quedando ni una sola del célebre bosque que rodeaba en otro tiempo a Jericó. Una torre construida en tiempo de las cruzadas, y algunas barracas árabes indican de un modo bastante dudoso, el sitio donde estuvo situada esta ciudad, famosa por su anfiteatro y por los palacios que hizo construir allí Herodes. Sólo se ven acá y acullá cipreses que dan sombra a los sepulcros de un pueblo extranjero. Los espinos y escaramujos han reemplazado al arbusto que suministraba en otro tiempo un bálsamo famoso a todo el universo. Hase verificado, pues, al pie de la letra la maldición de Jesucristo. Los racionalistas de Galilea que insultaban al Salvador, despreciaron sin duda, como exageraciones sin valor alguno el anatema que dirigía Jesús contra su patria. Eran poderosos, ricos y en gran número; la abundancia del suelo, la dulzura del clima, la importancia de sus relaciones comerciales, el desarrollo de su industria, todo esto parecía una prenda para el porvenir; y no se dignaron ocuparse en la condenación solemne que acababa de caer sobre ellos. ¡Ay! los racionalistas de todos los tiempos se parecen, siendo su ceguedad la misma. La gracia divina se agota contra su obstinación. La trompeta de los jubileos de misericordia no les lleva a las fiestas del Señor; las lamentaciones y los gritos de alarma no les despiertan de su letargo. ¡Así llegan sobre las sociedades los azotes de la justicia; así pasa sobre las naciones el rasero de la venganza celestial!

32. Sin embargo, la incredulidad de una raza, de una comarca o   —371→   de una época, no detendrá jamás el impulso de la palabra divina; el carro del Evangelio es el de la visión de Ezequiel; marcha siempre adelante, aplanando las resistencias y llevando su luz a nuevas playas. «El Señor, dice San Lucas, escogió setenta y dos discípulos suyos, y los envió delante de él, de dos en dos, a recorrer las ciudades y los lugares que él mismo había de visitar, y decía: mucha es a la verdad la mies, y pocos los operarios; rogad, pues, al dueño del campo que envíe operarios a su mies. Id y curad a los enfermos y decidles: se acerca el reino de Dios. Y cuando entréis en alguna ciudad y no os recibiesen, salid a sus calles y decid: hasta el polvo que se nos apegó de vuestra ciudad sacudimos contra vosotros; no obstante sabed que el reino de Dios está cerca. -Así, vosotros me rendiréis testimonio. El que os escucha a vosotros, a mí me escucha, y el que os desprecia a vosotros, a mí me desprecia, y quien a mí me desprecia, desprecia a aquel que me envió. Los setenta y dos discípulos partieron, pues, y regresaron muy alegres, diciendo: Señor, hasta los mismos demonios se sujetan a nosotros por la virtud de tu nombre. -Y Jesús les respondió: Veía yo a Satanás caer del cielo a manera de relámpago. Vosotros veis que os he dado la potestad de hollar las serpientes y los escorpiones y todo el poder del enemigo, de suerte que nada podrá haceros daño. Con todo eso, no tanto habéis de gozaros porque se os rinden los espíritus inmundos, cuanto porque vuestros nombres están escritos en los cielos. -En aquel mismo momento, Jesús manifestó un extraordinario gozo al impulso del Espíritu Santo, y dijo: Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has encubierto estas cosas a los sabios y prudentes del siglo, y descubiértolas a los humildes y pequeñuelos. Así es, oh Padre, porque así fue de tu agrado. El Padre ha puesto en mis manos todas las cosas, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre, ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo quisiere revelárselo. -Y volviéndose a sus discípulos, les dijo: ¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os aseguro que muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron. Venid a mí todos los que andáis agobiados con trabajos y cargas, que yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis el descanso para vuestras almas679».

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33. Prosíguese en el contexto de la narración evangélica la divina constitución de la Iglesia, conforme a la unidad de miras de su fundador. Después de los apóstoles, los discípulos; los primeros menos numerosos, porque tienen el encargo de la vigilancia y ocupan un término superior en la jerarquía; los segundos en número más considerable, para que alcance el ministerio de salvación a todas las necesidades, a todos los achaques del cuerpo social; pero los unos y los otros superiores a la multitud de los fieles; separados del resto de los hermanos por la elección divina, y por la investidura de un poder que sólo pertenece a ellos. El ejército del sacerdocio católico, colocado hoy bajo la dirección de los obispos, sucesores de los apóstoles, y sometidos ellos mismos a la autoridad del sucesor de Pedro, «encargado de apacentar las ovejas y los corderos, y de confirmar a sus hermanos en la fe», ¿es otra cosa que la institución del mismo Jesucristo, perpetuada hasta nosotros por un fenómeno de inmortalidad que constituye un milagro de primer orden? Las obras de los hombres son laboriosas. ¡Cuántas pesquisas, combinaciones y tentativas, para establecer la menor constitución social, y procurarle algunos años de estabilidad y de vida! ¡Nuestro Señor Jesucristo constituye su Iglesia sobre una roca que desafiará perpetuamente todas las tempestades, y esta obra no le cuesta más que una sola palabra! Esto es que se ha entregado el poder universal al Hijo del hombre por el Padre; que cada palabra del Verbo encarnado es a un tiempo mismo una creación y una enseñanza. En las épocas de expansión de la fe cristiana, todos los poderes, todas las autoridades, todas las fuerzas sociales se concentraron en manos de la Iglesia, «esposa de Dios» a quien se dieron todas las cosas por el Padre. «En las épocas de hostilidad contra Cristo y su Iglesia, se arrojará a los apóstoles y a los discípulos, se les enviará a las catacumbas; pero no será por eso menos patente el triunfo de Jesucristo y de la Iglesia. Jesús es quien da a las almas, así como a las sociedades, el reposo y la paz, en el yugo suave del Evangelio. La guerra contra Cristo es el primer castigo de los que la hacen. Cuando los hombres, en su orgullo, creen haber matado a la Iglesia, no han hecho más que suicidarse, y las generaciones maceradas y ensangrentadas, no tardan en volver a pedir el yugo del Evangelio. La expresión: Yugo de la ley, era familiar a los Judíos, considerando los Thephilim o cintas que se ceñían en torno de la cabeza y de los brazos,   —373→   como las ligaduras de ese yugo por el cual quería unir a sí Dios la raza de Abraham. La palabra de Nuestro Señor hace alusión a esta fórmula hebraica, y le atribuye una significación profunda que debió excitar la indignación de los doctores judíos. ¿Cómo se atrevió Jesús a llevar al mundo otro yugo que el de la ley mosaica? ¿Cómo podía tener la pretensión de llamar «su yugo suave y su carga ligera», en oposición al yugo del Sinaí? Estas afirmaciones sólo las podía hacer un Dios; pero sobre todo, eran misterios inefables de gracia y de misericordia que permanecieron ocultos «a los sabios y a los prudentes» de todos los racionalismos. ¡Cuántos humildes de corazón, pequeños y pobres han encontrado y hallarán, hasta el fin de los tiempos, el descanso de sus almas, en la suavidad del yugo de Jesucristo!

34. «Un fariseo llamado Simón, continúa el Evangelio, rogó al Señor que fuera a comer con él; y habiendo entrado Jesús en su casa, se puso a la mesa. Y he aquí que una mujer pecadora que había en la ciudad, luego que supo que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un vaso de alabastro lleno de bálsamo o perfume. Y poniéndose detrás de él a sus pies, comenzó a regárselos con sus lágrimas, y los enjugaba con los cabellos de su cabeza, y los besaba con respeto y derramaba sobre ellos el bálsamo perfumado. Y viendo esto el fariseo que le había convidado, dijo en su interior. Si este hombre fuera profeta conocería sin duda quién y qué tal es la mujer que le toca, y no ignoraría que es una pecadora. Y respondiendo Jesús a su pensamiento: Simón, tengo que decirte una cosa. Di, Maestro, respondió el fariseo. -Un acreedor tenía dos deudores; el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta. Como ellos no tuviesen con qué pagarle, perdonó a entrambos la deuda. ¿Quién de los dos amaría más al generoso acreedor? -Respondiendo Simón, dijo: Juzgo que aquel a   —374→   quien más perdonó. -Y Jesús le dijo: Has juzgado bien. -Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: ¿Ves a esta mujer? Yo entré en tu casa, y no me diste agua para lavarme los pies, y ella me los ha bañado con sus lágrimas y enjugado con sus cabellos. Tú no me has dado el ósculo de hospitalidad, y ella desde que entró, no ha cesado de besar mis pies. Tú no has ungido con óleo mi cabeza, y ella ungió con bálsamo perfumado mis pies. Por lo cual te digo que se le perdonan muchos pecados, porque ha amado mucho. Que ama, menos aquel a quien menos se perdona. -Y dirigiéndose entonces a la mujer, la dijo: Tus pecados te son perdonados. -Y los que estaban con él a la mesa, se decían interiormente: ¿Quién es éste que perdona también los pecados? -Y Jesús dijo a la mujer: tu fe te ha salvado; vete en paz680. -Desde entonces, cuando recorría Jesús las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el reino de Dios, en compañía de los doce, seguíanle algunas mujeres a quienes había curado de sus enfermedades y a quienes había librado del espíritu maligno: entre otras, María, llamada Magdalena, de quien habían salido siete demonios; y Juana, mujer de Chusa, mayordomo del rey Herodes, y Susana, y otras muchas que le asistían con sus bienes681».

35. El nombre de la pecadora que recibió la absolución del divino maestro, en la casa del Fariseo, no está positivamente inscrito en el texto de San Lucas, que se acaba de leer. Déjase, sin embargo, entrever claramente en lo próximos que coloca el Evangelista el episodio de la comida en casa de Simón y la mención de las mujeres adictas que siguieron desde entonces a Nuestro Señor Jesucristo en sus viajes. Nombra en primer lugar a María Magdalena, con la particularidad significativa de que el Salvador la había librado de siete demonios, es decir, según la idea de San Gregorio el Grande, la había arrancado del imperio de las costumbres viciosas en que había vivido hasta entonces la pecadora. Sin embargo, se concibe que esta inducción no es bastante exacta ni precisa para determinar por sí sola la identidad de la pecadora y de María Magdalena. Pero el Evangelio de San Juan contiene una designación mucho más explícita. «María, hermana de Marta y de Lázaro, era, dice, la mujer que ungió al Señor con bálsamo perfumado y enjugó sus pies con sus cabellos682». Hállase, pues, indicado por San Juan el nombre de la pecadora, el cual pasa en silencio San Lucas en su narración. La pecadora era María, hermana de Marta y de Lázaro. Luego María la pecadora, hermana de Marta y de Lázaro, es realmente María Magdalena, porque el evangelista San Marcos se expresa así: «Habiendo resucitado Jesús la mañana del primer día de la semana (o domingo), apareció primeramente a María Magdalena, de la cual había lanzado siete demonios683». He aquí   —375→   por su orden lógico los datos tomados al texto mismo de los Evangelios, que consignan claramente la identidad de la pecadora con María Magdalena. Esta exégesis tiene a su favor la unanimidad moral de la tradición griega y latina, que la confirma. Aquí es preciso entender bien el valor que tiene la tradición en la Iglesia. Fuera del carácter de autoridad divina que recibió la Iglesia de la promesa formulada por Nuestro Señor, cuando dijo: «Estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos» tiene una inmensa trascendencia la tradición católica, bajo el solo punto de vista de la crítica humana. La Iglesia no se fundó como la institución mosaica, en la explicación de un texto escrito, sino que procedió de una enseñanza verbal: «Id, dijo Jesucristo, enseñad a las naciones a observar todo lo que yo mismo os he recomendado». En estas palabras se encuentra toda la vitalidad de la Iglesia Católica. La Iglesia, depositaria de la enseñanza oral del divino Maestro, la trasmite por tradición. La tradición es la Iglesia misma. En una sociedad así constituida, suponer que durante diez y ocho siglos, la unanimidad de los Padres y de los Doctores, la suprema autoridad del sucesor de San Pedro, encargado de confirmar a sus hermanos en la fe, pudieron engañarse en un punto de hecho concerniente a la historia evangélica misma, es no solamente una herejía bajo el punto de vista teológico, sino el más completo olvido de todas las leyes del sentido común. ¿Sabían San Pedro y los Apóstoles el nombre de la pecadora del Evangelio? Sí, ciertamente. ¿Lo dijeron a sus sucesores y a sus discípulos? No puede dudarse, puesto que Tertuliano que escribió en Roma cien años después de la muerte de San Pedro, nos da el nombre de la pecadora y la llama María Magdalena. ¿De quién supo Tertuliano, nuevamente convertido a la fe cristiana, este nombre, sino de los sucesores de los Apóstoles? Y si se objeta que Tertuliano inventaba una explicación del Evangelio, sin raíz en la tradición ni en la historia, sin más tradición que la suya propia, se encuentra tal objeción con la insuperable dificultad de que el día en que el genio de Tertuliano, extraviado por las pretensiones del orgullo individual, vino a sostener una doctrina contraria a la tradición apostólica, Tertuliano, a pesar del prestigio de su nombre y de un talento inmenso, fue al instante mismo excluido de la comunión católica. ¿Por qué por   —376→   otra parte, Clemente de Alejandría, Ammonio, Eusebio de Cesarea, estos doctores de la Iglesia griega, enseñan exactamente, como Tertuliano, que la pecadora del Evangelio era María Magdalena? ¿Por qué San Agustín, San Gerónimo, todos los Padres de la Iglesia latina, hasta San Bernardo, hablan el mismo lenguaje? ¡Qué! se admite en historia, las tradiciones de familia y de nacionalidad se cuenta seriamente con las noticias o investigaciones trasmitidas de generación en generación, en el seno de una estirpe regia y ¿se querría que la Iglesia católica, fundada en la tradición, perpetuada por la tradición, y ofreciendo el único espectáculo en los anales del mundo, de una cadena no interrumpida, al través de las edades, de testimonios idénticos ¿se querría, en nombre de la razón y del sentido común, descartar a priori la enseñanza de la tradición en la Iglesia? La lógica más vulgar, repito, se halla conforme con la teología, para reprobar semejante abuso de la razón humana. Así, pues, decimos con la Iglesia romana, madre y señora de todas las demás, que la pecadora y María Magdalena no son dos personalidades distintas, en la historia evangélica. El apóstol San Pedro, que murió por la fe de Jesucristo, no pudo inducir en error a los fieles de Roma sobre un hecho de que había sido testigo. El evangelista San Juan, el apóstol del Asia no pudo implantar en el seno de la Iglesia griega, una tradición errónea sobre un punto tan fácil de aclarar como el de un nombre propio. Y cuando las dos corrientes de la tradición griega y latina se reúnen para atestiguar la misma verdad y confirmar la misma enseñanza ¿quién se atreverá, a tachar de falso semejante testimonio, en nombre de no sé qué animosidad sistemática o de pretensión de secta? No hace todavía mucho tiempo que se tuvo en Francia la pretensión de comprobar así, con una lamentable independencia, la enseñanza de la Iglesia romana684. Permitiéronse, bajo la fe de algunos críticos exagerados, borrar de la santa liturgia nombres que desagradaban o fechas que se repudiaba. Así desapareció el nombre de María Magdalena de una célebre prosa, reemplazándosele con la vaga designación   —377→   de pecadora685, y se creyó haber extinguido para siempre la verdad tradicional: como si la tradición de la Iglesia universal, las promesas de infalibilidad doctrinal dadas a Pedro y a sus sucesores hubieran sido súbitamente trasladadas a los siglos XVII y XVIII, en cabeza de algunos novadores hostiles a la autoridad de la Iglesia, y a la de los Papas.

36. Al salir de la casa del Fariseo, continúa el Evangelista, presentaron a Jesús un endemoniado que era ciego y mudo. Jesús lanzó al demonio y el mudo habló. Y todas las gentes se asombraron a vista de este prodigio, y decían: ¿Si será acaso este el hijo de David? Pero oyéndolo los Escribas y Fariseos, que lo seguían de Jerusalén, dijeron: Éste no lanza los demonios sino por el poder de Belzebub, príncipe de los demonios. Otros para tentarle, le pedían un prodigio en el cielo. Y conociendo Jesús sus pensamientos, les dijo: Todo reino dividido en facciones contrarias, será desolado; y toda casa dividida en bandos, no podrá subsistir. Y si Satanás lanza a Satanás, o está dividido contra sí mismo ¿cómo, ha de subsistir su reino? ¿Cómo podéis, pues, decir que yo lanzo los demonios por el poder de Belzebub? y si fuera por poder de Belzebub ¿en nombre de quién los lanzarían vuestros propios hijos, mis discípulos? Por tanto ellos mismos serán vuestros jueces. Mas si yo lanzo los demonios en virtud del espíritu de Dios, sin duda ha venido a vosotros el reino de Dios. Cuando un hombre valiente y bien armado guarda la entrada de su casa, todo lo que posee está en seguridad. Pero si viene uno más poderoso que él, que triunfa de su resistencia, y asaltándole, le vence y se apodera de todas sus armas en que el vencido ponía su confianza, podrá saquearle la casa, y repartir sus despojos entre sus compañeros. El que no está por mí, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama. Cuando un espíritu inmundo ha salido de algún hombre, anda por lugares áridos, buscando sitio donde reposar, y no hallándole, dice: Volveré   —378→   a mi primer morada. Y al llegar a ella, la halla barrida y bien adornada. Entonces va y toma consigo otros siete espíritus peores que él, y entrando en esta casa, fijan en ella su morada; con lo que el último estado de este hombre es peor que el primero. -Y sucedió que estando diciendo estas palabras, levantando la voz una mujer de en medio del pueblo, le dijo: Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te alimentaron. Pero Jesús replicó: Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la observan686».

37. En la parábola del fuerte armado que vela por la seguridad de sus dominios, todos los asistentes familiarizados con las ideas y las doctrinas judías, comprendieron perfectamente que Jesús anunciaba la gran derrota del imperio de Satanás. Desde el pecado original, reinaba el principio del mal en el mundo. El Verbo encarnado viene a destruir esta tiranía secular; distribuirá los despojos del paganismo vencido a sus discípulos, y la humanidad regenerada se adornará bajo la influencia cristiana, de maravillas de santidad y de virtudes desconocidas al paganismo. Pero la humanidad permanecerá libre de repudiar los beneficios de la Redención y de volver a pedir la servidumbre de Satanás. Entonces recaerá en una degradación más espantosa que la primera. El racionalismo no parece sospechar esta terrible verdad, cuya realización absoluta sería la muerte de nuestras sociedades modernas. ¿Se ha interrogado alguna vez a sí mismo, si será por casualidad el auxiliar que llama en su socorro el genio del mal vencido por Jesucristo, para reconquistar su dominio perdido? La cuestión vale, sin embargo, la pena de proponerse, en medio de nuestras perpetuas agitaciones, de nuestras decadencias morales y del abatimiento universal. A la vista están el reino de Jesucristo y el reino de Satanás. Hecha está la experiencia de los beneficios del uno y de los desastres del otro. Dios quiera que, en fin, cansada la humanidad de tantos errores, de estériles trastornos y de evoluciones sin fin, exclame con Jesucristo: ¡Dichosos los que oyen la palabra de Dios y la guardan como el tesoro más precioso!»

38. «Entre tanto, continúa el Evangelio, se había aumentado la multitud en torno de Jesús. Los Escribas y Fariseos redoblaban   —379→   sus instancias. Maestro, decían, quisiéramos verte hacer algún milagro687. -Entonces dijo Jesús: Esta raza mala y adúltera busca un milagro, pero no se le dará más milagro que el prodigio del profeta Jonás. Porque así como Jonás estuvo en el vientre de la ballena tres días y tres noches, así el Hijo del hombre estará tres días y tres noches en el seno de la tierra688. Porque así como Jonás fue un milagro para los Ninivitas, así el Hijo del hombre lo será para los de esta nación infiel e incrédula. Los Ninivitas se levantarán en el día del juicio contra esta raza de hombres, y la condenarán; por cuanto ellos hicieron penitencia a la predicción de Jonás; y mirad que aquí hay uno que es más que Jonás. La reina del Mediodía se levantará en el día del juicio contra esta raza de hombres, y la condenará; porque vino de los extremos de la tierra a oír la sabiduría de Salomón, y con todo mirad que hay quien es más que Salomón. Ninguno enciende una lámpara y la pone en lugar escondido o debajo de un celemín, sino sobre un candelero para iluminar a los que entran. La lámpara de tu cuerpo son sus ojos. Si tu ojo fuere sencillo, todo tu cuerpo será lúcido; pero si fuere malo, también tu cuerpo estará oscuro. Cuida, pues, de que la luz que hay en ti no sea tinieblas. Pues si todo tu cuerpo estuviere iluminado, sin tener parte alguna tenebrosa, todo lo demás estará luminoso como en la casa donde resplandece la claridad de la lámpara689». El signo de Jonás, la resurrección de Jesucristo, la luz evangélica, este esplendor divino que ha brillado en las tinieblas del antiguo mundo, son en el día hechos patentes, cuya notoriedad es universal. Sin embargo, el actual racionalismo se coloca aun en el terreno del racionalismo farisaico, persistiendo en poner la luz debajo del celemín, y en sellar el Dios resucitado en la tumba. ¡Maravillosa perseverancia del hombre en engañarse a sí mismo y en envolverse en una atmósfera de tinieblas palpables y de falaces ilusiones! El divino Maestro agotó, para combatir esta funesta inclinación hacia el mal buscado voluntariamente y conservado con obstinación por las conciencias culpables, todas las solicitudes de una misericordia verdaderamente maternal. Porque quería tratar con contemplaciones la independencia del libre alvedrío humano, y dar a su doctrina, a sus milagros, a su vida entera, bastante brillo690 para convencer a las   —380→   almas rectas y puras, sin imponer a los espíritus obstinados y soberbios una evidencia irresistible que hubiese subyugado desde luego todas las rebeliones de la inteligencia y del corazón. Tal se nos va a aparecer en una serie de parábolas, la economía divina de la Redención.




ArribaAbajo§ VI. Las parábolas

39. «Habiendo salido Jesús de la casa, dice el Evangelista, se juntaron a él muchas gentes, que acudían de todas las poblaciones cercanas. Dirigiose, pues, a la orilla del lago, y para librarse de la opresión de la multitud, entró en una barca que había en la ribera. Y habiéndose sentado, hablaba en parábolas y enseñaba al pueblo que se quedó a la orilla. Escuchad, dijo. Salió una vez cierto sembrador a sembrar. Y a medida que iba sembrando, unos granos cayeron cerca del camino y fueron pisados, y acudiendo las aves del cielo, se los comieron, y otros cayeron en lugares pedregosos, en donde había poca tierra, y luego nacieron por no poder profundizar en tierra; mas calentando el sol, se abrasaron, y como carecía el tallo de savia y no tenía raíz, se secaron. Y otros cayeron en medio de las espinas, y creciendo las espinas los ahogaron. Y otros, en fin, cayeron en buena tierra y dieron fruto, donde ciento por uno, donde sesenta y donde treinta. -Y habiendo hablado así, levantó la voz, diciendo: El que tiene oídos para oír, escuche. Acercándose después los discípulos que estaban con él, le preguntaron: ¿Por qué les hablas en parábolas, y cuál es el sentido de ésta? -Respondiendo Jesús, les dijo: Porque a vosotros se os ha dado el privilegio de conocer los misterios del reino de los cielos, y a ellos no se les ha dado; pues respecto de los extraños o incrédulos debe manifestárseles todo en parábolas, a fin de que, viendo con sus ojos, no vean, y oyendo con sus oídos, no oigan ni comprendan; por temor de llegar a convertirse y de que se les perdonen sus pecados691. Porque al que tiene lo que debe tener, se le dará aun más y estará en la   —381→   abundancia; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. He aquí por qué hablo a estos incrédulos en parábolas. Así se verifica en ellos la profecía de Isaías, que dice: Oiréis con los oídos, y no entenderéis, y por más que miréis con vuestros ojos, no veréis. Porque ha endurecido este pueblo su corazón y ha cerrado sus oídos y tapado sus ojos a la luz, a fin de no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, por miedo de que convirtiéndose, yo le dé la salud692. Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos porque oyen693».

40. «¿No sabéis, pues, añadió Jesús, el sentido de esta parábola? ¿Cómo podréis entonces comprender las demás? Escuchad, pues, la significación. La semilla es la palabra de Dios. El sembrador es el ministro de la palabra. La que cae en el camino es la figura de aquellos hombres que oyen la palabra, pero que se la dejan sacar de su corazón por el demonio, para que no crean ni se salven. La semilla que cae en la piedra representa la palabra que acogen desde luego con gozo los hombres inconstantes. Pero no echa raíces en ellos, y así creen por una temporada, y al tiempo de venir la tentación, se vuelven atrás, y luego que viene alguna tribulación o persecución por causa de la palabra de Dios, al instante se rinden. Siendo efímera su fe, se retiran al tiempo de la prueba. El grano que cae entre espinas, es la figura de aquellos que escuchan la palabra; pero después la dejan sofocar con los cuidados y las riquezas y las delicias de la vida, y así nunca llega a dar fruto. La que se siembra en buena tierra, representa a los que reciben la palabra con un corazón lleno de rectitud y de sinceridad, y la conservan con cuidado y la hacen fructificar con la perseverancia694». Así hablaba el Salvador. Por esto sin duda el racionalismo moderno, examinando cada una de sus palabras, no encuentra en ellas nada teológico, ni sobre todo, nada que se parezca a una doctrina sacerdotal.

41. «Jesús, continúa el Evangelio, propuso en seguida esta otra parábola al pueblo: El reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena simiente en su campo. Pero mientras los criados estaban durmiendo, vino cierto enemigo suyo y sembró cizaña en medio del trigo y se fue. Estando ya el trigo en yerba, y apuntando   —382→   la espiga, descubriose asimismo la cizaña. Y yendo los criados del padre de familias a encontrarle, le dijeron: Señor ¿no sembraste buena simiente en tu campo? Pues ¿cómo tiene cizaña? -Y él les contestó: Algún enemigo mío la habrá sembrado. -Y los criados le replicaron: ¿Quieres que vayamos y la arranquemos? -No, dijo él, no sea que arrancando la cizaña, arranquéis también con ella el trigo. Dejad crecer uno y otra hasta la siega, y en el tiempo de la siega diré a los segadores: Coged primero la cizaña y haced gavillas de ella para el fuego, y recoged el trigo para mi granero695».

42. «Jesús decía también. El reino de Dios viene a ser a manera de un hombre que siembra su heredad; y ya duerma o vele noche y día, la simiente va brotando y creciendo, sin que el hombre lo advierta. Porque la tierra produce de suyo, primero el trigo en yerba, luego la espiga, y por último el grano lleno en la espiga. Y después que está el fruto maduro, se le echa la hoz, porque llegó ya el tiempo de la siega696».

43. ¿A qué compararé yo también el reino de Dios? Con otra imagen os lo representaré. El reino de los cielos es semejante al grano de mostaza que tomó en su mano un hombre, y le sembró en su campo. El cual es a la verdad menudísimo entre todas las semillas; pero en creciendo, viene a ser mayor que las demás plantas que se cultivan, y hácese árbol, que extiende sus ramas, de forma que vienen las aves del cielo y anidan en ellas697».

44. «El reino de los cielos es semejante a la levadura que mezcla una mujer en tres satos o celemines de harina, hasta que ha fermentado toda la masa. -Es semejante a un tesoro escondido en el campo, que si lo halla un hombre, lo encubre de nuevo y gozoso del hallazgo, va y vende cuanto tiene y compra aquel campo. -También es semejante a un mercader que trata en perlas finas, y viniéndole a las manos una de gran valor, va y vende todo cuanto tiene y la compra. -O bien es asimismo semejante a una red barredera, que echada en el mar, allega todo género de peces; la cual, en estando llena, sacándola los pescadores y sentándose en la orilla, van escogiendo los buenos y los meten en cestos, y arrojan los de mala calidad. Así sucederá en el fin del siglo; vendrán los Ángeles y separarán los malos de en medio de los justos, para precipitarlos   —383→   en el horno de fuego, y allí será el llanto y el crujir de dientes. ¿Habéis entendido bien todas estas cosas? -Sí, Señor, dijeron ellos. -Y él entonces añadió: Por eso todo doctor instruido en lo que mira al reino de los cielos es semejante a un padre de familias, que va sacando de su repuesto cosas nuevas y cosas antiguas, según conviene698».

45. «Tales fueron las numerosas parábolas que dirigió Jesús a la multitud, adaptando sus discursos a la inteligencia de los oyentes. Porque sólo hablaba al pueblo en parábolas; bien es verdad que aparte, se lo descifraba a sus discípulos699. Por eso le preguntaron: Explícanos la parábola de la cizaña del campo. Y respondiéndoles él, les dijo: El que siembra las buenas simientes es el Hijo del hombre. Su campo es el mundo. La buena simiente son los hijos del reino, la cizaña son los hijos del maligno espíritu. -El hombre enemigo que siembra la cizaña es el diablo. La época de la siega es el fin del mundo. Y los segadores son los Ángeles. Así, pues, como se recoge la cizaña y se quema en el fuego, así sucederá al fin del mundo. Enviará el Hijo del hombre a sus ángeles y quitarán de su reino todos los escándalos y a aquellos que cometan la maldad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el crujir de dientes. Entonces resplandecerán los justos como el sol en el reino de su Padre700». -La profecía y la doctrina se aúnan, en estos símiles pronunciados en el lago de Tiberiades, en la altura del pensamiento y en la sencillez del lenguaje. Jamás habló de esta suerte mortal alguno. ¿No ha llegado a ser el grano de mostaza de la predicación evangélica, el árbol inmenso de la Iglesia, donde hallan las almas un abrigo durante veinte siglos? Y nótese de paso esta significativa particularidad que da a la parábola como un sello de su origen. La mostaza no llega en nuestras comarcas a las proporciones del arbusto más débil. Pero en los climas cálidos, como en Judea y aun en España, se desarrollan sus ramas con un vigor desconocido en Francia. Las campiñas que recorría el Salvador estaban llenas de estos arbustos, pues sabido es que en Egipto tenía la Mostaza una reputación especial entre los antiguos. Aprovechándose los Galileos de las ventajas de un terreno regado por las aguas del lago, habían introducido este cultivo remunerador en su país. Todos   —384→   los demás términos de comparación empleados por el divino Maestro en sus parábolas, se toman asimismo de los objetos con que se hallaban más familiarizados sus oyentes. Las redes de los pescadores, la levadura que comunica la fermentación a la masa, eran de uso cotidiano. Entre los Galileos, se revelaban las rivalidades y los odios locales con un acto de venganza criminal. Sembrábase de cizaña el campo de un enemigo, al favor de las tinieblas, o bien en la hora más calurosa del día, cuando había que interrumpir necesariamente el trabajo. El divino Maestro hace alusión a esa cobarde y pérfida costumbre, y desarrolla, con el auxilio de esta comparación, la admirable economía de la Providencia en el gobierno del mundo. En una época en que eran turbadas sin cesar las relaciones sociales, de una parte por las invasiones de Roma, y la avaricia de los procónsules, y de otra por las incursiones de los Árabes, era muy común enterrar sus tesoros para ponerlos al abrigo de la rapacidad o avidez del fisco y de los azares de la guerra. La muerte, la cautividad, el destierro, todos los incidentes de una vida amenazada sin cesar, hacían desaparecer al depositario. Así, pues, tenía una aplicación frecuente la parábola del tesoro escondido, en las costumbres de aquel tiempo. Pero Jesús eleva el pensamiento de sus oyentes hacía un tesoro mil veces más precioso; el de la verdad, de la vida sobrenatural, y de la salvación por medio del Evangelio. Finalmente, los caminos de Galilea se hallaban sin cesar cruzados por las caravanas que iban a buscar al Oriente las perlas con que se adornaban las matronas romanas. Y el Salvador habla a los Judíos de la perla inestimable, cuya posesión asegura la felicidad eterna.

46. Volviendo a las orillas del lago, donde dirigió estas palabras, a la multitud, «Jesús, continúa San Lucas, dijo a los discípulos: Vamos a la mar de Galilea para pasar a la otra orilla. -Y cuando iban por el camino, se llegó a él un Escriba, y le dijo: Señor, yo te seguiré a donde quiera que fueres. Y Jesús le respondió: Las raposas tienen madrigueras y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del hombre no tiene sobre qué reclinar la cabeza. -Otro que se hallaba entre los discípulos, le dijo: Señor, permíteme antes de seguirte, que vaya primero a dar sepultura a mi padre. Y Jesús dijo: Sígueme, y deja que los muertos (o gentes que no tienen vida de la fe) entierren a sus muertos. -Y otro dijo: Señor, yo te seguiré, pero déjame primero ir a despedirme de mi familia. -Respondiole   —385→   Jesús: Ninguno que después de haber puesto su mano al arado, mira hacia atrás, es apto para el Reino de Dios701». La pobreza soportada valerosamente, el despego de las preocupaciones domésticas y de los intereses de familia, tales son aun las condiciones del apostolado. Este heroísmo ha llegado a ser en la Iglesia un fenómeno tan ordinario, que apenas se le advierte. ¿Es por esto menos sobrenatural, y se hace menos milagrosa su permanencia? «Siendo ya tarde, continúa el Evangelio, dijo Jesús a sus discípulos. Pasemos a la otra orilla del lago. Y habiendo éstos despedido al pueblo, pusieron la barca en movimiento, sin que Jesús se moviese del sitio en que se hallaba sentado. Íbanles acompañando también otros barcos, y mientras navegaban, se durmió Jesús, y se levantó en el mar una tormenta tan recia de viento, que arrojaba las olas en la barca, de manera que ésta se llenaba de agua, y ellos estaban en peligro. Y llegándose a él sus discípulos, le dispertaron, diciendo: Maestro, sálvanos, que perecemos. ¿Te inquieta tan poco nuestra vida?- Y Jesús les dijo: ¿Qué teméis, hombres de poca fe? Entonces, levantándose, mandó a los vientos y a la tempestad. Y dijo al mar: Calla, y sosiégate. Y al instante se calmó el viento y sobrevino una gran bonanza. Y dijo entonces Jesús a sus discípulos: ¿Por qué tenéis miedo? Cómo ¿no tenéis fe todavía? Entre tanto se hallaban ellos sobrecogidos de grande espanto, diciéndose unos a otros: ¿Quién pensáis que sea este hombre? ¡Manda a la mar y a los vientos, y los vientos y la mar le obedecen702!» -«¡Así fue cómo cruzaron el lago y llegaron a la otra orilla, al territorio de los Gerasenos, situado en frente de Galilea703».

47. La voz que mandaba a los vientos en el lago de Tiberiades, no ha cesado de dominar las borrascas políticas y las tempestades sociales. Hay una barca que atraviesa hace diez y ocho siglos las olas movedizas de las generaciones humanas. Esta barca lleva a Jesús y su doctrina. Los sucesores de los bateleros Galileos son sus pilotos y marineros. Por do quiera se levanta el viento en furiosos torbellinos; todas las pasiones desencadenadas agitan el débil esquife; la noche llega a ser profunda en las conciencias, y no se apercibe más, a la claridad de los siniestros relámpagos, que la cima espumosa de las olas prontas a sumergir la nave. El terror hiela todos   —386→   los ánimos. Sólo responden gritos de angustia y de aflicción al estrépito de la tormenta, y no obstante, duerme Jesús. -¡Qué! Señor, le dicen aún los tímidos. ¿Es así como os cuidáis de nuestra vida? La tempestad se ha llevado ya las velas y las jarcias; no somos más que restos flotantes. ¡Un esfuerzo postrero de la tempestad va a tragársenos para siempre! -¡Cuántas veces no se ha dicho estas palabras del desaliento y de la pusilanimidad! No es esto lo que espera el Maestro. Espera que se acerquen a él, como en otro tiempo los discípulos. Espera la súplica humilde y confiada de las almas fieles. Entonces se dispierta y se levanta en su divina majestad sobre la popa de la barca azotada por las olas. Manda a los acontecimientos y a los hombres: «Callad, entrad en calma», dice a las pasiones sublevadas. Y al punto se calma el viento y reina en el Océano humano la tranquilidad más completa.




ArribaAbajo§ VII. Muerte de San Juan Bautista

48. Entonces se verificaba un crimen en Maqueronta, en medio de las fiestas celebradas en la corte de Antipas. Habíase resuelto por Herodías la muerte de Juan Bautista. Esta mujer esperaba la ocasión de consumar, en fin, su venganza. «Presentose un día favorable, dice el Evangelio. Con motivo del aniversario de su nacimiento, dio Herodes un gran festín a los grandes de su corte, primeros capitanes de sus tropas, y a la gente principal de Galilea. La hija de Herodias, la joven Salomé entró en la sala del festín, y ejecutó delante de los convidados un baile que cautivó el corazón del monarca y de todos los asistentes. El rey dijo a la joven: Pídeme lo que quieras y te lo daré al punto. Y en seguida juró solemnemente: ¡Te se concederá todo lo que me pidas aunque sea la mitad de mi reino! -Habiendo salido Salomé, fue a buscar a su madre, y le dijo: ¿Qué pediré? -La cabeza de Juan Bautista, respondió Herodías. -La bailarina volvió a entrar precipitadamente en la sala del festín, y dijo al rey: Quiero que me hagas traer luego en una fuente la cabeza de Juan Bautista. -El rey se contristó a esta demanda. Sin embargo, en consideración al juramento que acababa de hacer y a los convidados que lo habían oído, no quiso disgustar a la joven con una negativa, sino que enviando a uno de sus guardias, mandó traer la cabeza de Juan en una fuente. El guardia, pues, le   —387→   cortó la cabeza en la cárcel, y trájola en una fuente y se la dio a la joven, que se la entregó a su madre. A esta horrible noticia, acudieron los discípulos de Juan, y obtuvieron que les dejaran llevar el cuerpo de su maestro, al cual pusieron en un sepulcro704».

49. La indignación que suscitó en el seno de la nación judía la muerte del santo Precursor, se halla atestiguada por el historiador Josefo. Todo el pueblo consideró como el castigo divino de este crimen inaudito la sangrienta derrota causada algún tiempo después al tetrarca por las tropas de un jefe árabe llamado Aretas. La joven Salomé, a quien acababa de asociar a semejante crimen la crueldad maternal, estaba en aquel momento desposada con el tetrarca de Iturea, Filipo. Tal vez asistía su futuro esposo a este sangriento festín. Cuando oyó a Herodes Antipas jurar, según la usanza judía, que concedería a la elegante bailarina hasta la mitad de su reino, se lisonjeó sin duda con que se iba a aumentar considerablemente la dote de la joven. Como quiera que sea, toda la narración evangélica del festín de Antipas, se halla en conformidad perfecta con el estado de las costumbres hebreas, tales como las había formado en esta época la mezcla de la civilización romana. En tiempo de Augusto se había introducido en la corte de los grandes, en todo el imperio romano, la costumbre, largo tiempo usada entre los Griegos, de terminar los festines suntuosos con danzas mímicas y con escenas sacadas de los poetas dramáticos. Un histrión judío de nacimiento obtuvo este género de triunfos en la corte de Nerón, hasta el punto de proceder la emperatriz Popea con él, como Herodes Antipas con Salomé, diciéndole públicamente que le pidiera la recompensa que quería obtener. Tal era el carácter de esta danza excepcional, ejecutada por la hija de Herodías, en presencia de convidados excitados ya por los vapores del vino. A la par de esta importación extranjera, se revela un rasgo exclusivamente judío. Las mujeres dejaban la mesa del festín cuando se prolongaba la comida, amenazando degenerar en orgía. El antiguo paganismo del Oriente, del Egipto, de Atenas y de Roma, no conoció jamás esta reserva, que nos hace comprender cómo Salomé para ejecutar su danza mímica fue obligada a entrar en la sala del festín, y cómo debió salir de ella para ir a consultar a su madre sobre la petición que debía formular al rey.   —388→   San Gerónimo nos ha conservado un recuerdo tradicional que se refiere a este horrible episodio y que pinta todo el furor vengativo de Herodías. «Lo que se atrevió a hacer Fulvia con la cabeza ensangrentada de Cicerón, lo hizo Herodías con la de Juan Bautista. En odio a la verdad, estas dos mujeres picaron con sus agujas de oro la lengua elocuente del uno, y la lengua inspirada del otro que les había dicho intrépidamente la verdad705». Según el testimonio de Nicéforo Calisto, los discípulos del Precursor obtuvieron el permiso de trasladar su cuerpo a Sebaste, la antigua Samaria, para sustraerle a los últimos ultrajes que podía reservar aun a sus restos sagrados el resentimiento de Herodías. Sabido es, en efecto, que Sebaste no pertenecía ya a la dominación de Antipas, y que formaba parte de la provincia romana de Judea. Como quiera que sea, Herodías y su débil esposo expiaron más tarde su crimen. Despojados de sus Estados por Cayo, sucesor de Tiberio, fueron desde luego desterrados a Lyon en las Galias, y relegados después a España, donde arrastraron en la miseria los últimos días de una existencia maldita706. Estos pormenores, de una autenticidad incontestable, nos los suministra el historiador Josefo. El matrimonio de la bailarina con Filipo, el tetrarca, no fue dichoso. Filipo murió prematuramente, sin haber tenido posteridad, y su viuda se desposó en segundas nupcias con Aristóbulo, rey de Cálcida, primo hermano suyo707. Tales son las expresiones de Josefo. No ofrece las mismas garantías de autenticidad la narración del fin trágico de la bailarina, tal como lo ha consignado Nicéforo. Cruzando un día un río medio helado, dice Nicéforo, se rompió el hielo a sus pies, y se hundió hasta el cuello, encontrándola sus criados así aprisionada, y dominando con la cabeza su prisión de hielo708.