Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

  —691→  

ArribaAbajoCapítulo XII

Resurrección


Sumario

§ I. EL DÍA DE LA RESURRECCIÓN.

1. El Ángel de la resurrección. El último consejo de los Sacerdotes. -2. Pedro y Juan en el sepulcro. -3. Primera aparición de Jesús a María Magdalena. -4. Las santas Mujeres en el sepulcro. Segunda y tercera aparición de Jesús. -5. Cuarta aparición de Jesús a los Apóstoles reunidos. -7. La incredulidad de los Apóstoles, fundamento de la fe cristiana.

§ II. LA OCTAVA DE LA RESURRECCIÓN.

8. El sacramento de la Penitencia. La confesión auricular. -9. Tomás, sobrenombrado Dídymo.

§ III. REGRESO A GALILEA.

10. La aparición en las orillas del lago de Tiberiades. Última pesca de San Pedro.-11. Adhesión de San Pedro.- 12. Confirmación de la primacía dada a San Pedro. -13. El primer papa. -14 Aparición de Jesús a quinientos discípulos reunidos en el Thabor.

§ IV. ASCENSIÓN.

15. Autoridad conferida a los Apóstoles sobre todo el universo- 16. Promesa del Espíritu Santo. -17. Ascensión.


ArribaAbajo§ I. El Día de la Resurrección

1. «Avanzada ya la noche del sábado, cuando la puesta de las estrellas hubo anunciado el fin del día, dice el Evangelio, María. Magdalena, María, Madre de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a la aurora a embalsamar a Jesús.»1150 Las santas mujeres se habían mostrado más fieles que los Fariseos en observar la ley del descanso sabático. Su amor hacia el divino Maestro no les hace olvidar el respeto a su palabra. El Maestro había dicho: «No he venido a destruir la ley, sino a completar su perfección.» Había dicho también: «Resucitaré al tercero día.» Los Sacerdotes y los Escribas se acordaban de esta profecía, cuyo cumplimiento literal no se   —692→   atrevían a esperar ni las santas mujeres, ni los mismos Apóstoles. «Entre tanto, continúa el Evangelista, en la noche que siguió al sábado, muy de mañana, se sintió un gran terremoto en el Calvario; porque bajó del cielo un Ángel del Señor, y llegándose al sepulcro, removió la piedra y sentose encima. Su semblante brillaba como el relámpago, y era su vestidura blanca como la nieve; de lo cual quedaron los guardias tan aterrados que estaban como muertos. «Había resucitado Jesús. ¡El sello de Caifás, los centinelas de los Fariseos, la pesada losa arrimada al sepulcro, nada puede encadenar este muerto triunfante, que hoy levanta la roca del Gólgotha, como levantará en breve el mundo entero! Los guardias han cumplido con su deber, velando con el arma al brazo, como era propio de soldados romanos. También velarán los Césares; cerrarán todas las salidas; querrán impedir a Cristo el paso. Mas acontecerá en el Capitolio lo que en el Calvario. Lo que no han podido los guardias de Pilatos y del Sanhedrín contra un cadáver, no lo podrán todas las fuerzas del universo contra el Dios vivo. ¡Ha resucitado! ¡En su victorioso impulso, arrastrará a los Césares y los imperios, los esclavos y los reyes! «Habiendo vuelto los guardias de su sorpresa, dice el Evangelista, corrieron a la ciudad, y refirieron a los príncipes de los Sacerdotes todo lo que había sucedido, y congregados éstos con los Ancianos, teniendo su consejo, dieron una gran cantidad de dinero a los soldados, con esta instrucción: Habéis de decir, que estando vosotros durmiendo vinieron de noche sus discípulos y hurtaron su cadáver. Y si esto llegase a oídos del presidente, nosotros le aplacaremos, y os sacaremos a paz y salvo. -Los guardias, recibido el dinero, hicieron según estaban instruidos, y esta voz ha corrido entre los Judíos hasta el día de hoy.»1151 Pero, dice San Agustín, si dormían los guardias, ¿cómo pudieron ver a los discípulos hurtar el cuerpo de Jesús? Y si no dormían, ¿cómo no impidieron el rapto? Los Judíos no han contestado nunca a este dilema, cuya solución busca el racionalismo de nuestra época, sin mejor éxito.

2. Los discípulos del Salvador ignoraban aun el acontecimiento. Lejos de haberlo preparado con una indigna superchería, rehusaron por largo tiempo creerlo; así que la primer conquista de Jesús resucitado, deberá ser el corazón de sus Apóstoles. «María Magdalena,   —693→   continúa el Evangelio, fue la primera al sepulcro; y habiendo llegado a él, antes que hubieran desaparecido enteramente las tinieblas, vio quitada la piedra. Corriendo entonces al Cenáculo, donde se hallaba Simón Pedro y el otro discípulo amado de Jesús, les dijo: ¡Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sé dónde le han, puesto! -Con esta nueva salió Pedro seguido del otro discípulo, y corrieron ambos a la par al Calvario; pero Juan (más joven y más ágil) llegó el primero: y habiéndose inclinado a mirar en lo interior del monumento, vio los lienzos en el suelo; pero no entró. Llegó tras él Simón Pedro, y entró en el sepulcro y vio los lienzos en el suelo, y el sudario separado y doblado en otro lugar. Entonces Juan entró también y vio lo mismo, y creyó también que había sido efectivamente quitado; porque ni uno ni otro entendían aun que debió cumplirse la Profecía, y que era preciso que resucitara Jesús de entre los muertos. Retiráronse, pues, y Pedro por el camino admiraba el suceso.»1152 He aquí los atrevidos conspiradores que según la hipótesis de Caifás y de nuestros literatos, hubieran tenido el valor de arrostrar la lanza de los soldados romanos, para llevarse a su Maestro! Ni siquiera se atreven a permanecer junto al sepulcro vacío y desierto, protegidos como lo están aun por las sombras de la noche; porque podrían volver los guardias. Así, pues, retíranse tan precipitadamente como han venido, después de haberse, no obstante, asegurado de que no posee el sepulcro a su augusto huésped. Creen en un rapto que les consterna, y no les ocurre ni aun la idea de apropiarse las fajas, la mortaja ni el sudario, abandonados en la gruta sepulcral. ¡Ellos, que según se dice, no hubieran temido venir a disputar, a viva fuerza, el cuerpo de su divino maestro a los soldados de Tiberio, no se atreven ni aun a llevarse estas sagradas reliquias, temiendo que les comprometan, porque no hay duda que ha de buscarse el cuerpo de Jesús!

3. Las mujeres tuvieron el valor que faltaba a estos hombres. «María Magdalena, continúa el Evangelio, había vuelto al sepulcro, y estaba a la entrada llorando. Con las lágrimas, pues, en los ojos, se inclinó a mirar dentro del sepulcro, y vio a dos hombres vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde estuvo colocado el cuerpo de Jesús. Eran dos ángeles, pero ella no   —694→   lo sabía. Mujer, le dijeron, ¿por qué lloras? Y ella les respondió: porque se han llevado de aquí a mi Señor, y no sé dónde le han puesto. Dicho esto, volviéndose hacia atrás, vio a Jesús en pie, pero no sabía que era Jesús. «Mujer, le preguntó: por qué lloras? ¿a quién buscas? Ella suponiendo que sería el hortelano encargado de cuidar y custodiar el sepulcro, le dijo: ¡Señor, si le has quitado, dime dónde le has puesto, y yo me le llevaré para darle sepultura! -Díjole Jesús: ¡María! Volviose ella al instante y reconociéndole al punto, exclamó: ¡Rabboni! (que quiere decir ¡Maestro mío!) -Y se precipitó a sus pies para besarlos; mas díjole Jesús: No me toques, porque no he subido todavía a mi Padre, mas anda a mis hermanos y diles de mi parte. En breve subiré hacia mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios. -Fue, pues, María Magdalena a dar parte a los discípulos, y los halló sumidos en dolor y lágrimas. ¡He visto al Señor, exclamó ella, y me ha dirigido estas palabras! Mas al oírla decir que estaba vivo Jesús y que le había visto, se negaron a creerla.»1153 ¡Desdichado del que necesite demostración para conocer lo que hay de divino en esta página Evangélica! Un literato ha creído atenuar la trascendencia de este admirable relato, diciendo: «¡La exaltada imaginación de María de Magdala, representó en esta circunstancia un papel capital! ¡Poder divino del amor! ¡Sagrados momentos en que dio al mundo la pasión de una alucinada un Dios resucitado!»1154 Basta para justiciar estos ultrajes ponerlos en frente del texto del Evangelio. «La imaginación alucinada» de María Magdalena no ejerció influencia alguna respecto de los discípulos, puesto que «se negaron a creer.» -«Y no nos dolamos, dice San Gregorio el Grande, de su incredulidad; porque es el fundamento indestructible de nuestra fe. Cuanto más persisten en este momento en negar la resurrección de Jesucristo, más fuerza tendrá su testimonio, cuando, vencidos a su vez por la evidencia, vayan a hacerse matar, en todos los puntos del globo, diciendo: ¡Ha resucitado el Cristo, esperanza nuestra!»

4. «Entre tanto, continúa el Evangelista, al salir el sol, María, madre de Santiago; Salomé; Juana, esposa de Chusa, y las demás mujeres de Galilea que habían servido a Jesús, fueron al sepulcro, llevando los perfumes de que habían hecho provisión. Durante el   —695→   camino, se decían una a otra: ¿Quién nos quitará la piedra de la entrada del sepulcro? la cual realmente era muy grande. Mas al llegar repararon que la piedra estaba apartada. Pero habiendo entrado dentro del sepulcro, no hallaron el cuerpo del Señor, Jesús; y quedaron muy consternadas con esta desaparición. Y en aquel momento se aparecieron de repente junto a ellas dos ángeles con vestiduras resplandecientes, y quedaron llenas de espanto. Uno de ellos, colocado a la derecha del monumento, les dijo: No tenéis que asustaros: vosotras venís a buscar a Jesús Nazareno, que fue crucificado. ¿Para qué andáis buscando entre los muertos al que está vivo? Jesús no está aquí: ha resucitado según su promesa. Acordaos de lo que os previno cuando estaba todavía en Galilea, diciendo: Conviene que el Hijo del hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y crucificado, y que al tercer día resucite.» ¡Mirad el lugar en que le pusieron! -El Ángel añadió: Id ahora y decid a sus discípulos y especialmente a Pedro: ¡Ha resucitado, e irá delante de vosotros a Galilea, donde le veréis todos! Las mujeres se acordaron en efecto de la predicción de Jesús. Y salieron apresuradamente del sepulcro, dividido su corazón entre el pavor y un inmenso gozo, y sin hablar una palabra, se dieron prisa a ir a encontrar a los Apóstoles. Cuando he aquí que Jesús les sale al encuentro, diciendo: Dios os guarde, y acercándose ellas, postradas en tierra, abrazaron sus pies, y le adoraron. Entonces Jesús les dijo: ¡No temáis! Id, avisad a mis hermanos para que vayan a Galilea, que allí me verán. -Ellas fueron, pues, a anunciar todas estas cosas a los once y a todos los demás discípulos, confirmando con su testimonio el de María Magdalena. No obstante, los Apóstoles persistieron en considerar estas nuevas como un desvarío, y no las creyeron.»1155

Jesús resucitado les llamaba «hermanos suyos». Jesús había comprado, a costa de toda su sangre, el derecho de fraternidad divina que le asocia a todas las miserias de los hombres. En este título de inefable dulzura, previene Jesús el remordimiento y el arrepentimiento de los que le abandonaron. Aquí se reviste el perdón con la forma más misericordiosa. El Ángel de la resurrección envía las santas mujeres a Pedro, el cual, sin embargo, rehúsa aun creer. Es preciso que se fortifique su fe, después de la prueba más ruda   —696→   para adquirir el privilegio de la indefectibilidad. Es preciso que sepa por experiencia la dificultad de creer, y la de hacerse creer. Así, al declinar el día «se le apareció el mismo Jesús». Entonces creyó; pero cuando quiso hacer partícipes de su fe a los demás, no pudo convencerles: «¡El Señor ha resucitado realmente, y se ha aparecido a Simón! dijo: Y rehusaron creerle.» Surrexit Dominus vere et apparuit Simoni.1156 Nec crediderunt.1157 Pedro es el primero que se realza, y principia también la misión que le ha sido dada de confirmar a sus hermanos en la fe.» Sólo María no aparece en este día de gozo. Su triunfo es mudo, como lo habían sido sus dolores. La primera aparición del Hijo resucitado fue a su Madre. La tradición se halla unánime sobre este punto. Y la Iglesia Católica repetirá hasta el fin de los siglos: «¡Reina del cielo, regocijaos, ¡alleluia! ¡porque aquel de quien merecisteis ser madre, ¡alleluia! ha resucitado, según lo había dicho ¡alleluia

5. «Al declinar el día, continúa el Evangelio, dos de los discípulos iban a una aldea llamada Emmaús, distante de Jerusalén el espacio de sesenta estadios,1158 y por el camino conversaban de todas las cosas que habían acontecido. Mientras así discurrían y conferenciaban recíprocamente, sucedió, que acercándose el mismo Jesús, caminaba a su lado, sin que le conociesen. Díjoles, pues: ¿Qué conversación es esa que lleváis entre vosotros por el camino, y por qué estáis tan tristes? Y respondiendo uno de ellos, llamado Cleofás, le dijo: ¿Tú sólo eres tan extranjero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado en ella estos días? ¿Qué? replicó él.- Lo de Jesús Nazareno, que era un profeta poderoso en obras y en palabras a los ojos de Dios y de todo el pueblo. ¿Y cómo los sumos sacerdotes y nuestros magistrados le entregaron para que fuese condenado a muerte y le crucificaron? Mas nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel, y no obstante, después de todo esto, he aquí que estamos ya en el tercer día después que acaecieron dichas cosas. Bien es verdad, que algunas mujeres de entre nosotros nos han sobresaltado, porque antes de ser de día fueron al sepulcro, y no habiendo hallado su cuerpo, volvieron diciendo habérseles aparecido unos ángeles, los cuales les han asegurado está vivo.   —697→   Con eso, algunos de los nuestros han ido al sepulcro y hallado ser cierto lo que las mujeres dijeron, pero a Jesús no le han encontrado. Entonces les dijo él: ¡Oh necios y tardos de corazón para creer todo lo que anunciaron ya los Profetas! ¿Pues qué? por ventura ¿no era conveniente que el Cristo padeciese todas estas cosas y entrase así en su gloria? -Y empezando por Moisés y discurriendo por todos los Profetas, les explicaba en todas las Escrituras los lugares que hablaban de él. En esto llegaron a Emmaús, y Jesús hizo ademán de seguir adelante, mas los discípulos le instaron a que se detuviese, diciendo: Quédate con nosotros, porque ya es tarde y va ya el día de caída. -Entró, pues, con ellos, y estando juntos a la mesa, tomó el pan y lo bendijo, y lo partió y se lo dio. Con lo cual se les abrieron los ojos y le conocieron; mas él desapareció súbitamente de su vista. Habiendo quedado solos, se dijeron uno a otro: ¿No es verdad que sentíamos abrasarse nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras? -Y levantándose al punto, regresaron a Jerusalén.»1159

6. «En ella estaban congregados los once Apóstoles. Y al entrar los dos discípulos, se decía en la reunión: «El Señor ha resucitado realmente y se ha aparecido a Simón.» Ellos por su parte contaron lo que les había sucedido en el camino de Emmaús; y cómo habían reconocido al Señor al partir el pan. Mas los discípulos no quisieron creerles. Era ya muy tarde, y los Apóstoles reunidos a la mesa, habían cerrado cuidadosamente las puertas por temor a los Judíos; y de repente se presentó Jesús en medio de ellos. Ellos empero atónitos y atemorizados, se imaginaron ver un espíritu. Mas Jesús les dijo: La paz sea con vosotros; soy yo, no temáis. Mas todavía les dominaba el miedo. Jesús les reprendió su incredulidad y la dureza de su corazón, porque habían rehusado dar fe a los que le habían visto resucitado. ¿Por qué os asustáis, les dijo, y por qué dais lugar en vuestro corazón a los pensamientos que os asaltan? Mirad mis manos y mis pies; yo mismo soy; palpad y ved; porque el espíritu no tiene carne ni huesos como vosotros veis que yo tengo. Y habiendo dicho esto, les mostró sus manos y sus pies, y la llaga que tenía en el costado. Mas como ellos aun no lo acabasen de creer, estando llenos de gozo y de admiración, les dijo: ¿Tenéis aquí algo de comer?   —698→   Ellos le presentaron un pedazo de pez asado y un panal de miel. Y habiendo comido delante de ellos, tomando las sobras, se las dio. Después les dijo de nuevo: La paz sea con vosotros. Como mi Padre me envió, así os envío también a vosotros. Dichas estas palabras, sopló (o dirigió el aliento) hacia ellos, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo: a aquellos cuyos pecados perdonaréis, les serán perdonados; y a aquellos a quienes se los retuviereis, les serán retenidos.»1160

7. Cinco apariciones sucesivas habían marcado este primer día de la Resurrección divina. Magdalena y las santas mujeres fueron las primeras que tuvieron con María el inefable gozo de contemplar al Salvador en su gloria. La obra de la Redención se prosigue en un plano paralelo al de la caída. Una mujer causa la ruina del género humano. María y sus compañeras reparan la culpa de Eva. Las piadosas mujeres del Evangelio han seguido al Dios del Calvario en su vía dolorosa, y no le han abandonado en su agonía en la cruz. Han hecho la primera peregrinación cristiana al Santo Sepulcro. Estudien los doctores del Protestantismo este hecho antes de acusar de idolatría las peregrinaciones católicas a los Santos Lugares. Hay, pues, indudablemente, en el papel de la mujer Evangélica, rehabilitada por la fe y el amor divino, un principio de grandeza, de nobleza y de dignidad cristiana, que se desarrolla por todas partes donde se ha enarbolado la cruz redentora. La mujer ha vuelto a tomar posesión en la persona de la Virgen María, de los tesoros de gracia, de pureza y de inocencia que le había arrebatado la serpiente. Sin embargo, por elevados que sean los destinos que ha creado el Evangelio a la mujer, no se ha turbado la maravillosa armonía de la creación. La mujer rescatada por Jesucristo, se eleva hasta el cielo por medio del heroísmo de la virtud; pero permanece en la tierra, en la humildad y la modestia de su condición. ¡Retórico! ¡Has dicho que «dio al mundo la pasión de una alucinada, un Dios resucitado!»1161 Y has creído enunciar una blasfemia retumbante; y sólo es una impiedad grosera. María Magdalena fue la primera que vio a su buen Maestro, y fue presurosa a anunciar a los Apóstoles la feliz noticia, pero los Apóstoles no la creen. Las santas mujeres favorecidas a su vez por una aparición   —699→   semejante, llevan su testimonio a los Apóstoles, quienes insisten y se apoyan en la declaración idéntica de Magdalena. Y tampoco las creen los Apóstoles, sino que las tratan de visionarias. ¿Hubiera podido hacer más el racionalista más caviloso? ¿Dónde, pues, habéis encontrado en el Evangelio, que María Magdalena «diera al mundo un Dios resucitado?» Os ha parecido la frase un poco picante y la habéis escrito. Recaiga, pues, sobre vuestras pretensiones científicas como el mayor absurdo de que se ha hecho culpable jamás «un literato que cree hacer algún honor a su país.» Ni María Magdalena ni las santas Mujeres, pueden triunfar de la incredulidad de los Apóstoles. Simón Pedro, su jefe, después que se ha manifestado a él Jesús, no logra tampoco hacerse creer.1162 Preséntanse a su vez los dos discípulos de Emaús, y dicen: Le hemos visto; hemos viajado con él; nos ha hablado durante todo el camino; le hemos reconocido al partir el pan. -Respóndese a Cleofás y a su compañero de viaje como se ha respondido a Pedro, a las santas Mujeres y a María Magdalena. ¡No os creemos! Nec illis crediderunt. ¡Ah! ¡Comprendo el silencio de la Virgen María en este día en que la incredulidad de los Apóstoles daba a luz la fe inmortal de la Iglesia! Aun cuando hubiera ella dicho: ¡Ha resucitado mi Hijo. Ha venido a consolar mi dolor, se hubiera contestado a la Madre de Dios: ¡No os creemos! ¡Son ilusiones de vuestro corazón maternal! María calla, porque su Hijo es Dios, y sólo Dios puede triunfar de la incredulidad humana. Cada uno de los Apóstoles sólo creerá cuando haya visto por sus propios ojos. Si hubiera sido de otra suerte ¿hubiera querido nunca creer el mundo entero que no ha visto? ¿En qué descansa en este momento la fe de los adoradores de Jesús? En la incredulidad obstinada, perseverante, tenaz de los Apóstoles. ¡Oh Dios mío, Salvador y Maestro mío! Pedro y cada uno de los Apóstoles, antes de morir, se negaron, para atestiguar vuestra resurrección, a creer en ella hasta que os vieron. ¡He aquí por qué creo yo, yo que no he visto; y por qué se creerá hasta el fin de los siglos a testigos que sellan su declaración con su sangre!1163



  —700→  

ArribaAbajo§ II. La Octava de la Resurrección

8. La solemnidad pascual duraba ocho días. Los Apóstoles y los discípulos no debían, pues, dejar a Jerusalén y volver a Galilea, hasta después de la semana de la fiesta. El Ángel de la Resurrección   —701→   les había anunciado que les precedería Jesús a su patria, y que en esta tierra donde había vivido tres años con ellos, todos podrían contemplarle. Sin embargo, el divino Maestro no quiso retardar   —702→   hasta entonces su manifestación al colegio Apostólico. Desde la primer noche se apareció a los Apóstoles congregados. Préstase como Dios a la debilidad de estos hombres; les hace tocar sus   —703→   manos, sus pies, la llaga de su costado. Come delante de ellos de las modestas provisiones que le ofrecen. Los pescadores del lago de Tiberiades, encerrados cuidadosamente por temor a los Judíos, no tienen otra cosa que un pez asado y un panal de miel. La Iglesia Católica, heredera de la tradición de los Apóstoles, ha conservado esta humilde práctica de la abstinencia que subleva las delicadezas del racionalismo y el libre alvedrío de los Protestantes. Pero la Iglesia ha sido fundada por doce pescadores, para los cuales eran prácticas familiares el ayuno, la abstinencia y la mortificación del cuerpo. Ni Lutero ni el racionalismo podrán alterar en nada el Evangelio y la tradición de los Apóstoles. Cuando hubo terminado el Salvador esta modesta comida, creían en fin todos los asistentes; habían desaparecido la incertidumbre, la vacilación y la duda. Verdaderamente que es forzoso creer cuando se ve, cuando se toca. «Un espíritu no tiene carne ni huesos,» había dicho Jesús. Un fantasma no come. La fe sucede a todas las negaciones precedentes. Entonces instituye el Salvador solemnemente el sacramento de la Penitencia. «Se perdonarán los pecados a los que vosotros se los perdonaréis, y les serán retenidos a aquellos a quienes vosotros se los retuviereis.» Antes de su Pasión, durante los días de su vida pública, perdonaba el divino Maestro los pecados. Había prometido a Pedro en particular1164 y a los Apóstoles en general,1165 conferirles a ellos mismos este poder. Ha llegado el momento, y les confiere la investidura de este sagrado ministerio en el mismo día, en que, triunfante del pecado y de la muerte que es su castigo, sale Jesús vencedor del sepulcro. Pero, dicen los sectarios de Lutero y de Calvino, ¿dónde está el precepto de la confesión auricular, en estas palabras de Jesucristo? Concederase tal vez que sea el sacramento de la Penitencia de institución divina; pero no dice el Evangelio que sea necesario a un hombre confesarse. Jesús perdonaba las culpas de los prevaricadores con una sola palabra. «Hijo mío o hija mía, ten confianza, decía, tus pecados te son perdonados.» Mas no se había efectuado la confesión previa. -Así es como razonan, después de   —704→   tres siglos, nuestros hermanos extraviados. Pues bien; Jesús, el Verbo de Dios, conocía las disposiciones de las almas y sus extravíos y sus miserias. Cuando confesó a la Samaritana en el brocal del pozo de Jacob, fue él quien reveló a la pecadora el estado de su corazón. Pero al dar a los Apóstoles y a los discípulos el poder de perdonar los pecados, no les comunicó su divina presciencia. Para retener o para remitir la ofensa hecha a Dios, es necesario saberla. ¡Qué poder tan inaudito conferido a mortales! ¡Remitir o retener la injuria que se dirige a Dios! Tal es, no obstante, la misión que da Jesucristo a sus Apóstoles. ¿Han pensado jamás en una institución semejante las filosofías humanas con todos sus sistemas y sus genios? Pero evidentemente, puesto que el ministro de Jesucristo no sabe los pecados sino en cuanto se le revelan, no podría, sin la confesión previa, ejercer su privilegio sobre las almas.

9. «Tomás, empero, continúa el Evangelista, uno de los doce, llamado Dídimo,1166 no estaba con ellos cuando se manifestó Jesús. Dijéronle después los otros discípulos: Hemos visto al Señor. Mas él les respondió: Si yo no veo en sus manos la hendidura de los clavos y no meto mi dedo en la cicatriz que dejaron, y mi mano en la llaga de su costado, no lo creeré. -Ocho días después, estaban otra vez los discípulos reunidos en la misma casa, y Tomás con ellos. Y vino Jesús estando también cerradas las puertas, y púsoseles en medio, y dijo: La paz sea con vosotros. -Después, dirigiéndose a Tomás: Mete aquí tu dedo, lo dijo, y registra mis manos, y trae la tuya y métela en la llaga de mi costado y no seas incrédulo, sino fiel. -¡Señor mío y Dios mío! exclamó el Apóstol. -Jesús repuso: Has creído ¡oh Tomás! porque me has visto ¡bienaventurados aquellos que sin haberme visto han creído.»1167

La fe es, pues, el cumplimiento humano de la obra divina de la Redención. Admírase el racionalismo de que cada día, a cada hora, al menor capricho de una inteligencia extraviada, no aparezca Jesús en el esplendor de su humanidad viviente, para extinguir toda duda y disipar toda clase de ignorancia. Mas ya hemos dicho que esto sería destruir la libertad humana, la conciencia, el mérito y el demérito individuales. La fe no es meritoria, sino porque es un esfuerzo; y no obstante, es tal la luz en esa expansión de la verdad   —705→   Evangélica, que es preciso cerrar voluntariamente los ojos para sustraerse a tanta claridad. «¡Bienaventurado los que creen sin haber visto!»




ArribaAbajo§ III. Regreso a Galilea

10. Había terminado la octava Pascual, y los Apóstoles tomaron al mismo tiempo que los demás peregrinos, el camino de Galilea. Jesús les había precedido a ella. «Jesús se manifestó otra vez a sus discípulos a la orilla del mar de Tiberiades, continúa el Evangelista, y fue de esta manera: Hallábanse juntos Simón Pedro y Tomás, llamado Dídimo y Nathanael, que era de Caná de Galilea; y Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, y otros dos de sus discípulos. Díjoles Simón Pedro: Voy a pescar. Dijéronle ellos: Vamos también nosotros contigo. Fueron, pues, y entraron en la barca, y aquella noche no cogieron nada. Entonces Jesús apareció en la ribera, sin que le reconocieran los discípulos, y les preguntó de lejos: Muchachos ¿tenéis algo que comer? Respondiéronle: No. Entonces les dijo Jesús: Echad la red a la derecha del barco y encontraréis. Echáronla, pues, y ya no podían sacarla por la multitud de peces de que estaba cargada. En aquel momento, el discípulo a quien amaba Jesús, dijo a Pedro: ¡Es el Señor! Simón Pedro, no bien oyó que era el Señor, vistiose la túnica, que se había quitado, y se echó al mar para ganar al punto la ribera. Entre tanto, los demás discípulos vinieron en la barca, tirando de la red llena de peces (pues no estaban distantes de la tierra sino como unos doscientos codos). Al saltar en tierra, vieron preparadas brasas y un pez puesto encima y pan. Jesús les dijo: Traed algunos de los peces que acabáis de coger. Simón Pedro corrió al barco, y sacó a tierra la red, llena de ciento y cincuenta y tres peces grandes, y con ser tantos no se rompió la red. Jesús les dijo entonces: Venid y comed. Sentáronse, pues, para tomar alimento; pero ninguno de los que estaban comiendo se atrevía a preguntarle: ¿Quién eres tú? Porque todos sabían bien que era el Señor. Y se acercó Jesús, y tomó el pan y se lo distribuyó, y lo mismo hizo del pez. -Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después que resucitó de entre los muertos.»1168

  —706→  

11. Las catacumbas de Roma nos han conservado el Pez, )Ixqu\j1169 como el Símbolo del divino Pescador de las almas. ¡Qué recuerdo para el corazón de Pedro, de Juan y de los Apóstoles, esta aparición de Jesús resucitado en las orillas del lago de Genesareth! Por última vez vuelven los pescadores Galileos a su barca y a sus redes, trabajando toda la noche sin pescar nada. Al despuntar el día, les grita un desconocido desde la ribera: Muchachos ¿tenéis algo que comer? Creen ellos ser su interlocutor uno de aquellos mercaderes que recorrían las riberas del mar de Tiberiades para comprar los productos de la pesca. -«No», contestan ellos, con el laconismo del desaliento que ocasiona haber perdido el trabajo. Pero el desconocido replica: «Echad la red a la derecha de la barca.» La arrojan, y cuando quieren sacarla, son impotentes sus esfuerzos; teniendo que arrastrarla remando hasta tierra. En esta nueva y milagrosa pesca, reconoce Juan al divino Maestro. Se lo dice a Pedro, y este último, sin cuidarse ya ni de las redes ni de los peces ni de la barca, se pone su túnica, y se lanza al mar, para salvar a nado los doscientos codos que le separan de Jesús, y ser el primero que le bese los pies. He aquí lo que era Pedro, el Jefe o Cabeza de la Iglesia. Y no es ya quien refiere el hecho el Evangelio escrito por su discípulo San Marcos, sino el mismo San Juan.

12. «Acabada la comida, continúa el mismo Evangelista, dijo Jesús a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas tú más que éstos? -Sí, Señor, respondió Pedro; tú sabes que te amo. -Y Jesús le dijo: Apacienta mis corderos. -Segunda vez le pregunta: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? -Respóndele: Sí, Señor; tú sabes que te amo. -Dícele: Apacienta mis corderos. -Y repitió por tercera vez: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? -Pedro se contristó de que por tercera vez le preguntase su Maestro si le amaba; y así respondió: Señor, tú lo sabes todo: tú conoces bien que yo te amo. -Entonces le dijo Jesús: Apacienta mis ovejas.1170 Y después añadió: En verdad, en verdad te digo, que cuando eras más mozo, tú mismo te ceñías el vestido e ibas donde querías; mas en siendo viejo, extenderás tus manos y te ceñirá otro y te llevará donde tú no quieras ir.   —707→   -Esto lo dijo para indicar con qué género de muerte había Pedro de glorificar a Dios.- Entonces le dijo el Señor: ¡Sígueme! En aquel momento volvió Pedro la cabeza, y vio venir detrás al discípulo a quien amaba Jesús, y que había estado reclinado sobre su pecho en la cena. Pedro se lo mostró a Jesús, y le dijo: Señor, ¿qué será de éste?-Respondiole Jesús: Si yo quiero que permanezca hasta mi venida, ¿a ti qué te importa? Sígueme. -Y de aquí se originó la voz que corrió entre los hermanos, de que este discípulo no moriría. Sin embargo, Jesús no había dicho: No morirá, sino: Si quiero que espere así mi venida o que permanezca hasta mi venida, ¿a ti qué te importa? -El que da este testimonio, consignándolo en este escrito, en que expone la verdad, es Juan mismo.»1171

13. Las tres negaciones de Pedro son expiadas por las tres protestas de amor. Era necesario, dice San Agustín, que pronunciase no menos palabras para atraer la vida, que las que había proferido para conjurar la muerte. Tres veces había repetido a la criada y a los sirvientes de Caifás: «¡No conozco a este hombre!» Tres veces debía, pues, repetir al Salvador resucitado: «¡Ya sabes que te amo!» Cuando el divino Maestro le repitió por la tercera vez su suprema interrogación, debió representarse al espíritu del Apóstol el recuerdo de su pasada infidelidad. Contristose, pues, dice el Evangelista: Contristatus est Petrus; pero ahora iguala su humildad a su amor. No dice ya como en el Cenáculo: «¡Señor, aunque te abandonaran todos los demás, yo no te abandonaré nunca!» Responde con calma y conmovido sin impulso alguno de presunción: «¡Señor, tú lo sabes todo; y conoces bien que te amo!» El alma de Simón se ha convertido realmente en la piedra en que ha de descansar la Iglesia; es la inmoble roca en su firmeza; pero es la roca herida por una vara más fuerte y poderosa que la de Moisés, y de donde saltará en olas inmortales el agua viva de la caridad y de la fe. «¡Apacienta mis corderos! ¡Apacienta mis ovejas!» Sé el Pastor Supremo del rebaño y de sus pastores. He aquí, en su divina sencillez, la institución de la soberanía pastoral de Pedro. ¡En este día fue consagrado el primer Papa, y el mundo concluirá antes que ver concluir el último Papa! Sin embargo, la sangre de Pedro enrojecerá su blanca túnica de pastor. Así lo ha anunciado Jesús: «extenderás a las cadenas tus manos envejecidas,   —708→   y otro te las amarrará y te llevará donde tú no querrás ir.» El reflejo del martirio que debe santificar la Roma de los Papas, ilumina las apacibles riberas del lago de Genesareth. Pedro acepta en silencio para él y sus sucesores la potestad con sus terribles cargas. ¡Cuántos Papas han sido después «encadenados» y «llevados a donde no querían ir!» Y no obstante, permanece invencible el Pontificado. Juan, el discípulo del amor, no tendrá que consumar su larga carrera con el martirio. Sesenta años más adelante escribía en Éfeso esta conmovedora narración. Los cristianos se lisonjeaban con la esperanza de que lo tendrían siempre consigo. «Mas, añade el augusto anciano: Jesús no había dicho: ¡no morirá Juan! Había dicho solamente: Si quiero que espere en paz el día de mi venida y de su libertad; ¿a ti qué te importa? En cuanto a ti, me seguirás al Calvario!»

14. El Thabor había visto a Cristo transfigurado. El Thabor debía verle en el nuevo esplendor de su resurrección: «Los once, dice el Evangelio, recibieron orden de trasladarse a este monte.»1172 Allí le vieron, dice San Pablo1173 más de quinientos discípulos que estaban reunidos. A su vista, cayeron a sus pies y le adoraron. Sin embargo, algunos tuvieron sus dudas.1174 ¿Han leído el Evangelio los racionalistas que nos hablan de la credulidad de los discípulos y de los alucinamientos de Magdalena? Cada Apóstol, cada discípulo no cree hasta que ha visto y tocado. Los quinientos testigos, gran número de los cuales vivía aun veinte y siete años más adelante, cuando escribió San Pablo su primera Epístola a los Corintios, no creen sino porque han visto. Los demás dudan todavía. Entre tanto se acercaba la fiesta de Pentecostés. Según los términos de la ley judía, debían los Apóstoles ir a Jerusalén a esta solemnidad. Allí fue donde les dio el divino Maestro su última cita en la tierra. Jerusalén había crucificado a su Salvador y a su Rey: la ciudad deicida debía ver al Hijo de Dios subir al cielo. Después de esta suprema manifestación, habrá triunfado la fe en la resurrección, de toda clase de resistencias.



  —709→  

Arriba§ IV. La Ascensión

15. «Hallándose los once reunidos en Jerusalén, dice el Evangelio, se acercó a ellos Jesús, y les habló en estos términos: A mí se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra. Id, pues, por todo el mundo; predicad el Evangelio a todas las criaturas; instruid a todas las naciones. Bautizadlas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Enseñadlas a observar todas las cosas que yo os he mandado. El que creyere y se bautizare, se salvará; pero el que no creyere, será condenado. A los que creyesen, acompañarán estos milagros: en mi nombre, lanzarán los demonios, hablarán nuevas lenguas, cogerán con la mano las serpientes, y si bebieren algún licor venenoso, no les hará daño; pondrán la mano sobre los enfermos, y quedarán éstos curados.1175 -Comiendo con ellos, les mandó Jesús que no partiesen de Jerusalén hasta haber visto cumplirse la promesa del Padre. «Vosotros la oísteis de mi boca, y es, que Juan bautizaba con el agua, mas vosotros dentro de pocos días habéis de ser bautizados en el Espíritu Santo.»1176

El racionalismo nos dice: Jesús fue un doctor judío que no pensó en manera alguna en extender más allá de la Palestina el círculo de su palabra y de su enseñanza. Si ha roto el cristianismo las barreras que le había fijado su fundador, se debe a la acción individual de San Pablo. Basta para destruir esta teoría, ponerla al lado de las palabras mismas del Salvador: «A mí se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra. Id, pues, por todo el mundo; predicad el Evangelio a todas las criaturas; bautizad todas las naciones.» El protestantismo nos dice: Leer la Biblia; interpretarla conforme a sus propias luces, y creer en la redención en Cristo, tal es el camino de salvación trazado por el Salvador. Pues bien, Jesús ha dicho a los Apóstoles y a Pedro su jefe. «Instruid a todas las naciones, enseñadles a observar todas las cosas que os he mandado.» No se trata aquí ni de lectura individual ni de fe en las obras, ni de libre examen. Los Apóstoles deben enseñar, tienen la tradición de la doctrina. Los fieles deben recibir la enseñanza y creer la doctrina. Estas consecuencias se desprenden directamente del texto del Evangelio:   —710→   Son de una sencillez elemental, y las comprendería un niño. ¿Por qué, pues, tanta obstinación en el error?

16. «Jesús, prosigue el sagrado texto, continuó instruyendo a los Apóstoles. Cuando estaba con vosotros, les dijo, os decía: Es necesario que se cumpla todo cuanto está escrito de mí en la ley de Moisés, y en los Profetas y en los Salmos. -Entonces les abrió el entendimiento para que comprendiesen las Escrituras, y añadió terminando: Así estaba escrito, y así era necesario que el Cristo padeciese, y que resucitase de entre los muertos al tercero día, y que en nombre suyo se predicase y se predique la penitencia y el perdón de los pecados a todas las naciones, empezando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas, y yo voy a enviaros el (Espíritu Divino) que mi padre os ha prometido (por mi boca). Entre tanto, permaneced en esta ciudad hasta que seáis revestidos de la fortaleza de lo alto. Señor, preguntaron los discípulos, ¿será éste el tiempo en que has de restituir el reino a Israel? -Jesús les respondió: No os corresponde a vosotros el saber los tiempos y momentos que tiene el Padre reservados a su poder (soberano). Pero vosotros recibiréis la virtud del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros, y me serviréis de testigos, en Jerusalén y en toda la Judea y Samaria, y hasta el cabo del mundo.»1177

El Padre ha dado su Hijo por la salvación del mundo: el Hijo ha hecho conocer a los hombres al Padre, antes de elevarse a su seno. Otra tercera persona, el Espíritu Santo va a descender para unirse a la Iglesia, y contraer con ella esta unión fecunda que regenerará la tierra. Nuestros literatos han ojeado todas las páginas del Evangelio, sin encontrar en él, según dicen, «Ni teología, ni símbolo, ni nada que se parezca a un dogma, por poco definido que sea.»1178 ¡Esta confesión no hace verdaderamente honor a la inteligencia de nuestros literatos!

17. «Después de haberles hablado así, dice el historiador sagrado, los condujo Jesús fuera de la ciudad, al camino de Bethania; y levantando las manos, los bendijo, y mientras les echaba esta bendición suprema, le vieron elevarse sobre sus cabezas y subir al cielo, donde está sentado a la derecha de Dios. Y una nube le encubrió a sus ojos. Y estando atentos a mirar cómo iba subiéndose al   —711→   cielo, he aquí que aparecieron cerca de ellos dos personajes con vestiduras blancas, y dijeron: Galileos, ¿por qué estáis así en pie mirando al cielo? Este Jesús que acaba de subir al cielo a vuestra vista, descenderá un día de la misma suerte. -A estas palabras, se postraron a adorarle. Y en seguida se volvieron del monte de los Olivos, que dista de Jerusalén el espacio de camino que puede andarse en sábado. Y entraron en la ciudad llenos de alegría. Y estaban de continuo en el Templo alabando y bendiciendo a Dios.»1179

En este monte de los Olivos, en el mismo sitio de donde subió al cielo el Hijo de Dios, hizo construir la emperatriz Elena la basílica de la Ascensión. ¡Dichoso el peregrino, cuyos labios han podido besar, después de diez y ocho siglos, la última huella que dejó el pie de Jesús en nuestra tierra! ¡Mas dichoso aquel que ha guardado la fe de los Apóstoles, y no ha encontrado en el mismo Evangelio, «motivo de escándalo y de caída!» ¡Ved ahí, en su incomparable majestad y en su divina sencillez ese Libro, que dio y dará al mundo una vida inmortal! En un monasterio del Sinaí, en la cuna misma del Pentateuco, acaba de descubrirse el ejemplar más antiguo que se conoce del Evangelio. Es un manuscrito griego que se remonta al siglo IV. Este pergamino, olvidado por tanto tiempo, reproduce palabra por palabra nuestro texto actual; y no parece sino que lo ha tenido reservado la Providencia, para confundir las últimas argucias del racionalismo expirante. ¡Es, pues, auténtico este Libro! Así esperamos haberlo demostrado. ¿Pero podrán describirse nunca los manantiales de inefable alegría que brotan de cada una de sus páginas? En el momento de dejar estas páginas regadas con tantas lágrimas, en el momento de separarnos del Jesús del Establo, del Jesús de la Cruz, del Jesús de la Ascensión, permanecen nuestro corazón y nuestros ojos fijos y elevados hacia el cielo en donde acaba de desaparecer. ¡Ojalá envíe a los que todavía le desconocen el Ángel de la verdad que les diga, como a los Apóstoles: «Este Jesús que acaba de subir al cielo descenderá de él un día de la misma suerte!»

FIN