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331

León de Módena, Ceremonias y costumbres que se observan en el día entre los judíos, traducidas del italiano de León de Módena, rabino de Venecia, por el señor de Simoville. París, 1710, en 12, pág. 412, 147; Buxfor, de la Sinagoga judía, cap. II; Adisson, Del Estado presente de los judíos en Barbaria, cap. VII.

 

332

Sepp., Vida de Nuestro Señor Jesucristo, tom. I, pág. 236-237. Hállanse los más amplios pormenores sobre esta materia en el Racional de Durand de Mende, edit. Vives, tom. III, pág. 429-436.

 

333

Racional, tom. III, nota 7, pág. 434.

 

334

El carácter esencialmente tradicional del pueblo judío no permite dudar de la antigüedad de los ritos para la circuncisión, cuyo uso ha conservado. Aunque no entra el Evangelio en ningún pormenor particular sobre este punto, indica, no obstante, de un modo absoluto, que se cumplieron todas las prescripciones de la ley: Perfecerunt omnia secundum legem Domini (Luc., II, 39.) Es, pues, muy probable que se verificó la circuncisión de Jesucristo con las formalidades ordinarias, y que así, las circunstancias fueron semejantes a las que referimos aquí, conforme a la costumbre ritual de los Hebreos.

 

335

«El nombre de Jesús que se le dio, dicen los racionalistas, es una alteración de Josué. Era un nombre muy común; pero naturalmente, se buscaron misterios en él más adelante y una alusión a su papel de Salvador. Tal vez, él mismo, como todos los místicos, se exaltaba sobre este particular». (Vida de Jesús, pág. 2.) Esta última insinuación en que se atrinchera la impiedad al abrigo de un tal vez, tiene el mismo valor científico que el naturalmente que la precede. Pero no se debe contestar a conjeturas. El Evangelio, cuyo texto reproducimos íntegro, no es una obra imaginaria, y basta su lectura para condenar los sueños de nuestros literatos. Pero bajo el punto de vista filosófico, escribir que Jesús es una alteración de Josué, es exponerse voluntariamente y a sabiendas a la risa del público sensato, por tener la fútil ventaja de engañar por un instante al vulgo de los lectores. La expresión hebraica Jehosuah, y por abreviación Jesuah, ha sido traducida en griego con la palabra Jesus (Setenta, Philon, Josepho.) La primera versión latina del Antiguo Testamento, la traducía con la palabra Josué. Esto lo sabía tan bien como nosotros el autor de la Historia de las lenguas semíticas, cuando formulaba, para uso de la multitud, esta ridícula afirmación: El nombre de Jesús es una alteración de Josué.

 

336

Lucas, II, 22-28.

 

337

El término de siete días fijado para la duración de la impureza legal, después que había dado a luz a un hijo una mujer judía, hace comprender por qué no era posible verificarse hasta el día octavo de la ceremonia de la circuncisión, puesto que no hubieran podido comunicarse con la madre los testigos y los asistentes, sin contraer ellos mismos la impureza absoluta que a ella le afectaba durante los siete primeros días.

 

338

Levit. XII, 2 ad fin.

 

339

Miqueas, V, 2.

 

340

Math., II, 1-14: La adoración de los Magos no precedió a la Purificación. Inmediatamente después de marchar los ilustres extranjeros, partió la Santa Familia, en aquella misma noche para Egipto. Los lectores que deseen estudiar a fondo esta cuestión de cronología evangélica, hallarán todos los elementos reunidos por el padre Papebrock (Acta Sanctorum, tom. I, April.) y el padre Patrizzi (De Evangel. lib. III, disert. XX, tom. II, pág. 277, edit. Frib. Brig. 1853). Créese generalmente que la adoración de los Magos se verificó un año después del nacimiento de Jesucristo; tal es al menos el parecer de los doctos Bolandistas. En cuanto a la permanencia de la Sagrada Familia en Belén, durante tan largo intervalo, no tiene nada de extraño, si se consideran todos los datos que nos da el texto sagrado. 1.º El Evangelio nos dice que habitaba la Santísima Virgen en Nazareth, antes de su nacimiento (Luc. I, 27); pero no nos dice absolutamente nada de que se estableciera allí San Joseph. 2.º Lejos de atribuir esta residencia, aun intencional a San Joseph, antes de la época en que recibió la misión sublime de ser el custodio de María Inmaculada, y el padre putativo de Jesús, el Evangelio supone precisamente lo contrario. En efecto, cuando avisada por el Ángel la Sacra Familia, deja el Egipto para volver a Palestina, no se propone Joseph volver a Galilea donde estaba situado Nazareth, sino a la tribu de Judá (in Judaea) donde estaba situada Belén. El temor a Arquelao, hijo de Herodes que reinaba en Judea, y un aviso divino es lo único que le determinan a volver a Nazareth; y el historiador sagrado advierte este incidente como una circunstancia preparada providencialmente, contra todas las probabilidades humanas. Ut adimpleretur quod dictum est per prophetas: Quoniam Narazaeus vocabitur (Math. II, 23).