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861

I Thessalon, I, 5.

 

862

Luc., XIII, 22-30.

 

863

La expresión griega misei=, traducida literalmente por el verbo oderit de la Vulgata, significa odiar. Así, todas las traducciones francesas se expresan de esta suerte: «Si alguno viene a mí, y no odia a su padre y a su madre, a su mujer y sus hijos, sus hermanos y hermanas y hasta su misma alma, no puede ser mi discípulo». La fidelidad literal de esta versión es de suma inexactitud en cuanto al sentido. Así es que todos los intérpretes cuidan de indicarlo en la nota que acostumbran agregar a este pasaje. Y es que en efecto, en el estilo hebraico, la expresión que corresponde a nuestra palabra de odio, no tiene el sentido absoluto que en nuestro idioma. Como dice perfectamente el abate Glair, odiar significa con suma frecuencia en el idioma bíblico, amar menos. En este sentido se lee en la Escritura: Jacob dilexi, Esau autem odio habui (Malaquia, 1, 2, 3. Rom. IX, 13). Los salmos nos ofrecen numerosos ejemplos de esta locución, familiar al genio de la lengua judía. Si pudiera caber alguna duda sobre este punto en algunos entendimientos siempre dispuestos a creer que los comentadores inventan sistemas de interpretación según lo requiere su causa, bastaría volver a leer en el Evangelio de San Maleo la misma palabra de Nuestro Señor, traducida de esta suerte: «El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí». (Math. X, 37. Cf. en esta Historia: cap. VI, núm. 18). Es, pues, imposible la equivocación para quien tiene la menor noción del estilo hebraico y del texto concordado de los Evangelios. Esto no impide a un literato racionalista escribir. «Las exigencias de Jesús no tenían límites; despreciando los sanos límites de la naturaleza del hombre, quería que sólo se existiera para él, que sólo a él se le amase. Si alguno viene a mí, decía, y no aborrece a su padre, a su madre, su mujer, sus hijos, sus hermanos, sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo. Diríase que en estos momentos de guerra contra las necesidades más legítimas del corazón, había olvidado el placer de vivir, de amar, de ver y de sentir». Vida de Jesús, pág. 312, 313. [ misei en el original (N. del E.)]

 

864

Luc., XIV, 25 ad ultimum. Los Judíos levantaban torres en sus viñas para defenderlas contra el enemigo. El suelo, naturalmente pedregoso, de las colinas de Palestina, suministraba materiales abundantes, por lo que sobre todo la mano de obra hacía costosas esta clase de construcciones. Para formarse una idea exacta de la explotación vitícola, tal como se practicaba entre los Judíos, conviene referirse a la parábola de la viña por el profeta Isaías: «Cantaré a mi bien amado, dice, el cántico de mi pariente, sobre su viña predilecta. Mi muy amado plantó su viña en la vertiente de un collado muy fértil, a la sombra protectora de un plantío de olivos. Cercola de setos y desembarazó el suelo de las piedras que la secaban y la plantó de cepas escogidas; y edificó en medio de ella una torre para defenderla, y construyó en ella un lagar para exprimir su dulce licor. Y esperó a que diese racimos opimos, y sólo dio uvas silvestres. Ahora, pues, habitantes de Jerusalén, y vosotros ¡oh varones de Judá, sed jueces entre mí y mi viña! ¿Qué es lo que debí hacer y que no haya hecho por mi viña? ¿Podía acaso esperar, que en lugar de fragantes racimos, diera uvas agraces? Pues ahora os diré claramente lo que voy a hacer con mi viña: arrancar la cerca que la protege y vendrán los pasajeros a talarla; derribará la torre que la defiende, y será hollada. Y la dejaré que se convierta en un erial, y no podará sus cepas en la primavera mano alguna, ni cavará su árida tierra, y crecerán en ella zarzales y abrojos, y mandaré a las nubes que pasen por encima de ella sin derramar su lluvia bienhechora». (Isaí., V, 1-6. Cf. Hist. Gener. de la Igles., tom. III, pág. 10.) Tal es la clase de construcciones de uso universal entre los Judíos, a que alude Nuestro Señor, en este pasaje del Evangelio.

 

865

Vida de Jesús, pág. 312.

 

866

Math., X, 37. Cf. cap. IV de esta Historia, núm. 18.

 

867

Luc., XV, 1-10. En el cap. VII, núm. 36, se ha dado la valuación en moneda actual, de la dracma.

 

868

La palabra griega kerati/areproduce con suma exactitud la expresión siríaca Carruba, que es verdaderamente la del Evangelio. Así, pues, la restablecemos en nuestra traducción. El sentido vago e indefinido del Siliqua de la Vulgata se presta en nuestra lengua, a interpretaciones que quitan al texto uno de sus caracteres de verdad local. «Los que creen, dice el padre Pezron que los silicos eran fundas de legumbres, como guisantes y habas, se equivocan, pues eran las cáscaras o vainas de un árbol llamado algarrobo o garrofo, con que se alimentaba a los puercos en Jonia y en Siria. La versión siriaca del Evangelio trae en efecto la palabra Carruba, traducida fielmente en griego por kerati/a». El garrobo (ceratonia siliqua) dicen los botánicos modernos, es un árbol de hoja persistente, de la familia de las Leguminosas, tribu de las Cesalpinias. Crece en Oriente y en el Mediodía de Europa, sobre todo en las cercanías del Mediterráneo. Su elevación es de ocho a diez metros. Y su aspecto ofrece alguna analogía con el de nuestros manzanos. Sus hojas coriáceas o correosas y lucientes son de un verde azulado; las flores, dispuestas en forma de racimos, son de un color purpúreo oscuro; el fruto es una funda o vaina larga de más de veinte centímetros, que encierra una pulpa rojiza y azucarada, de que se extrae en la actualidad bastante buen aguardiente, y un jarabe astringente. En España y en Italia sirve esta pulpa, todavía verde, para mantener a las bestias de carga y demás ganados, a quienes nutre rápidamente. (A esta nota de M. Darras debemos añadir, que en la versión Siriaca, según dice el padre Amat, se lee kerubae, esto es, garrobas. La partícula al se añadiría por los árabes.) -(N. del T.)

 

869

Luc., XV, ad ultimum.

 

870

Cf. Cap. VII de esta Historia, § 1.