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Ildefonso M. Gil: Homenaje a Goya. Ediciones del Pórtico, Zaragoza, 1946

Ricardo Gullón





El poeta aragonés Ildefonso M. Gil, después de un silencio de diez años, publicó el pasado un libro grave y apasionado, cuyo título, Poemas de dolor antiguo, referíase directamente a dramáticas peripecias en que el alma del poeta habíase visto inmersa. A críticos sagaces pareció aquel libro exponente de una sensibilidad capaz de vibrar con hondura y emoción poco usadas en el ámbito de nuestra poesía novísima.

Ahora, en las Ediciones del Pórtico, aparece el Homenaje a Goya, donde Gil, con ocasión del centenario del gran pintor, reúne en breve serie de poemas algunas de las impresiones suscitadas en su espíritu por los cuadros de su genial paisano. Hállanse tales versos dentro de la línea personalísima seguida por Gil, y se caracterizan, como todos los suyos, por la exaltación del sentimiento y el fuerte ímpetu de la escritura, domeñado o temperado por una connatural sencillez.

El primero de estos poemas, «Los fusilamientos de la Moncloa», es también el más ambicioso e importante: poesía aborrascada, honda, dramática, probablemente de lo más recio que ha salido de esta pluma; vibra con acentos imprecatorios, casi despreciativos, para los tibios, los tranquilos, los acomodaticios. En los cadáveres de los fusilados descubre un grito, una protesta que sólo podrán resistir «los ojos habituados a la muerte», y para describir la tela goyesca halla la expresión concisa y necesaria, la únicamente admisible, únicamente tolerable.

Dos sonetos dedica a «Las pinturas negras y aguafuertes», las cuales contrastan -sobre todo el segundo, tan severamente orquestado, a la clásica- con la gracia y el gracejo de expresión manejados para reflejar en «El albañil borracho» la cómica embriaguez del protagonista del cuadro. No menos ingenio revela el «Fernando VII», «jayán de téntelas tiesas», descrito con cierta benévola, y casi inocente, ironía.

En otras composiciones de tono ligero -visible alguna reminiscencia albertiana- percíbese la propensión de Gil a utilizar fórmulas de gran sencillez, acentuadísima en los cantares últimos, tan espontáneos, de tan buen sabor popular «auténtico». Si las comparaciones no tuvieran tan «mala prensa», yo enfrentaría con gusto alguna de estas coplillas con otras de distinta Minerva, para que pudiera en el parangón percibirse la trascendental diferencia que existe entre lo espontáneo (¡Oh precisión juanramoniana, inevitable!) y lo artificioso, entre lo sentido popular y lo querido popular. Mas ni este es lugar ni oportuna la coyuntura. Quede, tan sólo, señalada la aparición de un nuevo libro de este poeta, que halla siempre peculiares acentos para decir su palabra.





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