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Imagen, historia y cultura de Extremo Oriente

Raquel Gutiérrez Sebastián

Borja Rodríguez Gutiérrez





La literatura de viajes, como género o subgénero literario, adquiere una personalidad definida en el siglo XVIII. El viajero ilustrado se mueve deseoso de conocer, de aprender, de aumentar su experiencia y sabiduría con el descubrimiento de unas nuevas tierras y, sobre todo, de las personas que viven en esas tierras y las costumbres que tienen. Como indica Gazel a Ben-Beley en la obra de José de Cadalso, «observaré las costumbres de este pueblo, notando las que les son comunes con la de otros países de Europa y las que les son peculiares» (2000: 154). Por más que el de Gazel sea un viaje ilusorio, su manera de concebir el conocimiento que el viaje proporciona es perfectamente aplicable a los viajeros ilustrados: saber y utilidad. Esa es la intención que persigue, por ejemplo, Ignacio de Luzán, en sus Memorias Literarias de París: «como no todos viajan, ni todos entienden las lenguas extranjeras, ni a todos llegan los libros y las noticias, me ha parecido que sería de mucha utilidad, para los que se hallan en este caso, una obra que les pusiese delante el estado actual de las ciencias y las artes en París» (1751: 7).

En el Romanticismo, el viajero que pone por escrito sus impresiones y las publica, en forma de libro o en forma de artículo, sin dejar de lado ese interés por el conocimiento de lo distinto, y por las costumbres ajenas, es además un contemplador. Una actitud que ilustra perfectamente Caspar David Friedrich con sus célebres cuadros del Viajero frente al mar de niebla, o del Monje frente al mar: el ser humano frente al paisaje experimenta una intensa sensación estética y espiritual1.

Este viajero romántico, este obsesivo contemplador del paisaje, coincide en tiempo y espacio, en nuestra cultura, con el desarrollo de la ilustración gráfica. Las revistas ilustradas románticas que dan su primer paso con El Artista, y se consolidan con el Semanario Pintoresco Español, ofrecen a los autores de Literatura de Viajes la posibilidad de acompañar sus textos con grabados de esos paisajes que han descubierto y quieren transmitir a sus lectores. Los directores y responsables de las revistas, descubren, al tiempo, que los dibujos de tierras distantes, de países lejanos, de monumentos, edificios, paisajes y curiosidades naturales que el lector no puede contemplar por sí mismo, son un recurso seguro para excitar la curiosidad y con ello incentivar la venta de la revista2.

Mas las necesidades industriales se daban de bofetadas con las subjetivas, íntimas y personales experiencias de los viajeros románticos. Las revistas ilustradas proliferaban y cada una de ellas demandaba, semanal, quincenal o mensualmente, las imágenes con las que atraer al, más bien escaso, público lector que estaba en disputa3. A pesar de que el viaje se había convertido cada vez más en una experiencia vital apetecida por todos los jóvenes que aspiraban a abrirse paso en el mundo de las letras, lo que en el siglo XIX era condición casi indispensable para la carrera política y social de un joven ambicioso, no había tantos viajeros, ni, menos aún, tantos dibujantes que pudieran plasmar, lápiz en ristre, sus experiencias en tierras extrañas. De manera que comenzó, ya desde mitad de siglo, lo que Jean-François Botrel ha llamado el comercio europeo de las ilustraciones: «los editores españoles, lo mismo que los editores de otros países, se vieron, pues, abocados a comprar en el mercado europeo los derechos de reproducción de una gran cantidad de planchas o galvanoplastias de imágenes ya publicadas en la prensa o en libros en Francia, Alemania, Inglaterra o Italia» (2011: 129). Y se produjo con ello una inversión total del papel de la imagen y el texto. Al principio el texto era el sujeto y la imagen el adjetivo, el complemento. Pero las necesidades industriales y de publicación de las revistas dieron la vuelta a la situación. Los directores se lanzaron a la búsqueda de imágenes de paisajes, ciudades y monumentos, cuanto más exóticas y distantes mejor, y los redactores y periodistas se afanaron en componer textos que explicaran y justificaran la imagen publicada. La imagen era el sujeto y el texto el complemento, unas veces más directo y, otras, enormemente indirecto, pues con frecuencia el periodista que redactaba el texto nada o casi nada sabía de la ciudad, el paisaje o las costumbres que en la imagen publicada aparecían.

De esta clase son las imágenes que podemos encontrar en la LIEA que se refieren al Extremo Oriente, Japón, China, Siam (que comprendía territorios de lo que ahora son Thailandia, Camboya y Laos), Annam y Tonkin (ambos en el actual Vietnam), Birmania, Conchinchina, son nombres que aparecen con alguna frecuencia en las páginas de nuestra revista, gracias a imágenes que llegan de distintas fuentes, pero, casi nunca acompañadas de las experiencias directas de los viajeros. Periodistas «de la casa» se dedicaban a acompañar estas imágenes con textos.

Y no deja de ser curioso que cuando nos encontramos con un viajero que estuvo en Asia, que contempló el paisaje de Pekín y que conoció la realidad de China, la imagen que comenta huye de esta realidad vital que tan bien podría ilustrar y se limita a la vida de los europeos en China. Así ocurre en la imagen (n.º 1)4 en la que están retratados los asistentes a un baile de disfraces celebrado en la Embajada francesa de Pekín. Ahí está la colonia diplomática europea que se encontraba en Pekín en 1899, y que fue testigo del levantamiento nacionalista y antieuropeo de los bóxers, que, entre 1899 y 1901, concitó el interés de Europa por las numerosas muertes que se produjeron entre la colonia occidental en China. El autor del artículo, el diplomático español Fernando de Antón del Olmet (en el centro de la imagen, casi escondido detrás de la esposa del embajador de Holanda), después de relatar las circunstancias en las que se produjo el baile, e identificar, uno por uno a todos aquellos que aparecen en la foto, finalizaba así su texto:

¡Sarcasmos de la suerte! Poco después de un año, la mayor parte de los que allí estaban sufrían el largo, el espantoso martirio de que los telegramas nos dan cuenta. Todas aquellas damas tan bellas, tan amables, amigas tan cariñosas; todos aquellos hombres, colegas y amigos queridos, compañeros las unas y los otros de destierro, están allí, en Pekín, Dios sabe cómo, pero de tal manera que pensarlo causa horror.


(«Un Cotillón en Pekín», 22/08/1900: 103)                


El artículo del diplomático español es una típica representación de la visión que desde LIEA se tiene del Extremo Oriente: una tierra lejana y extraña, de costumbres incomprensibles, cuyos habitantes son salvajes, violentos y crueles, inferiores en lo cultural, en lo intelectual y en lo moral a los occidentales. La visión del Oriente es siempre eurocentrista y los conflictos bélicos de los que se dan cuenta: ese levantamiento citado de los bóxers, la tercera guerra anglo-birmana (1885) y las campañas posteriores que emprendieron los ingleses contra los rebeldes dacoits, las guerras Franco Chinas, entre 1884 y 1885, y cualquier otro conflicto que enfrente a asiáticos y occidentales, es siempre tratado desde un punto de vista eurocéntrico, colonialista, sin que en ningún momento se ponga en duda el derecho que tienen las potencias europeas a intervenir en Asia. Las exorbitantes indemnizaciones que los países asiáticos tuvieron que pagar como consecuencia de las derrotas, las huellas de las dos guerras del opio, tan presentes a lo largo del siglo XIX en China, los problemas de la población empobrecida, nunca son mencionados en las páginas de la revista.

En cambio, sí que se llama la atención sobre (imagen n.º 2) los «hechos horribles, que demuestran la crueldad y brutalidad del pueblo chino» (E. Martínez de Velasco, «Un tribunal en Thung-Thai», 30/12/1891: 411) hablando de su administración de justicia. Como representantes de los adversarios de los británicos en la guerra anglo-birmana, se publica una imagen de los nagas, tribu de cazadores de cabezas (imagen n.º 3) que son definidos con «feroces salvajes». El articulista habla de que en «1874 Inglaterra sufrió un grave ultraje en la persona del teniente Holcombe y 60 de sus soldados, que fueron sorprendidos y degollados por los nagas» e insiste en los muchos desmanes de los que define como bárbaros y salvajes. Finaliza el comentarista de esta imagen añadiendo, pleno de confianza en el altruismo británico, que «no es dudoso que Inglaterra, como nación que se precia de ser eminentemente filantrópica, pondrá toda su energía en extirpar tales atrocidades» (M. Bosch, «Asia: salvajes costumbres de los Nagas», 22/11/1879: 315).

En diversos trabajos, entre los que podemos destacar los de David Almazán Tomás, se ha abordado el estudio que en España la prensa gráfica y en particular LIEA dio a Japón y a China. Varios son los elementos que estas investigaciones subrayan en la imagen que la revista ofrece de los dos países: la dependencia de la información aportada en los periódicos españoles de las fuentes extranjeras, especialmente francesas e inglesas, dependencia debida a que no existían contactos directos ni apenas corresponsales españoles en Extremo Oriente, la mezcla de temas de gran relevancia, especialmente los acontecimientos bélicos, las grandes obras públicas o los sucesos políticos con un interés por asuntos pintorescos como costumbres, vestimentas o paisajes, y una atención constante al arte en esos dos países.

El tratamiento informativo que LIEA otorgó en sus páginas a Japón tuvo su origen en el proceso de apertura de este país hacia Occidente (Almazán, 1996-97: 628) y su culminación desde la consolidación de Japón como potencia internacional, a partir de sus victorias en las guerras contra China y Rusia, que fueron puntualmente seguidas en las crónicas de LIEA (Almazán, 1996-97: 638 y siguientes). La imagen del país que aparecía en las páginas de la revista se movía a caballo entre alabanzas a la modernización vertiginosa que los nipones estaban llevando a cabo, manifiesta por ejemplo en artículos como el titulado «La inauguración del ferrocarril de Yeddo a Yokohama» (E. Martínez de Velasco, 24/12/1872: 211-212), con un grabado de un dibujante japonés, y la reproducción del estilo de vida tradicional de Japón, visto desde un costumbrismo que conllevaba la mirada del occidental ante un mundo pintoresco y un tanto exótico.

Precisamente en una serie de artículos publicados bajo el título de «Costumbres japonesas» se recrean tipos, costumbres y lugares del país en varias imágenes que presentan el modo de vida tradicional. En ellos se insiste en el pintoresquismo, pues se considera que Japón está en el número «de las naciones más pintorescas» y los asuntos recreados se presentan bajo el prisma de la mirada paternalista del extranjero occidental al que llama la atención, por ejemplo, el traje tradicional nipón5, que considera «mucho más airoso, y cada uno le lleva de tela, color y dibujos diferentes, según su clase, estando rigurosamente prohibido a todo japonés usar otro que el que le correspondiera» (G. de Reparaz, «Costumbres japonesas. Una merienda campestre», 22/07/1893: 39). Esa mirada del foráneo se fija también en lo diverso de los entretenimientos japoneses, las jiras campestres o los juegos, así como en las viviendas o la gastronomía.

Asociado con ese deseo de mostrar lo pintoresco encontramos un propósito reiterado en los textos de tinte costumbrista que glosan los grabados, el de rescatar un mundo que está a punto de desaparecer arrollado por el deseo de europeización de los japoneses, especialmente patente en los jóvenes: «pasados muy pocos años, apenas quedará vestigio de los originales tipos que mostramos a los lectores en nuestros grabados» (G. de Reparaz, «Actores durante una representación. Vendedor ambulante», 15/12/1894: 356).

Ese mundo detenta unos valores morales considerados moralmente superiores y en cierto modo los comentaristas de los grabados oponen la civilización, asociada con lo europeo, al primitivismo primigenio, al mito del buen salvaje que vive en comunión con su medio: «Esta manía de civilizarse imitándonos podrá hacerle más poderoso y más sabio, pero no más feliz, porque en esto, según todos los autores, nos lleva gran ventaja [...] el trabajador japonés, así de la ciudad como del campo, vive alegre y sano, y no es sólo imitador, como se suele decir en Europa, sino inventor inteligente» (ibídem).

La presentación idealizada de los espacios contribuye también a crear en los lectores una imagen positiva de Japón y apoya esa superioridad de las tradicionales virtudes del alma del pueblo nipón, entre las que la veneración por los ancestros, el cuidado en la edificación y ornamento de las viviendas y el culto a la naturaleza, especialmente patente en el cuidado de los jardines, son elementos fundamentales.

Junto con la imagen de Japón que llegaba a las páginas de la revista a través de los comentarios e imágenes de los periodistas, las Exposiciones Universales se convirtieron también en una ventana abierta a ese mundo exótico del Lejano Oriente y por eso, LIEA fue publicando artículos de fondo, noticias y grabados sobre los pabellones japoneses, especialmente en las exposiciones de Viena, Filadelfia o Barcelona. Entre ellos, un artículo de Martínez de Velasco en 1888 («Exposición Universal de Barcelona. Sección japonesa», 22/11/1888: 193) destacó por su extensión y contenido y en él se comentaban los distintos productos japoneses expuestos en la muestra internacional de la ciudad condal (Almazán, 1996-97: 646).

Pero sin duda fue el terreno artístico junto a los acontecimientos bélicos el que más noticias y grabados sobre Japón suscitó en las páginas de LIEA. Diversas investigaciones (Almazán, 1996-97; Almazán, 1998; Almazán, 2001; Almazán, 2011 y Litvak, 2011) han incidido en algunos aspectos del arte japonés que fueron glosados en las páginas de varias revistas españolas y especialmente LIEA. La importancia que estos artículos y grabados tuvieron en la difusión de artistas japoneses, la presentación del arte japonés desde la mirada academicista extranjera, la recreación del mundo del teatro, del espectáculo y en menor medida de la literatura japonesa, la atención a los objetos exóticos japoneses asociados a la imagen femenina como kimonos, abanicos o parasoles, incluso la publicidad de productos cosméticos y perfumes que incidía en el exotismo de la mercancía son muestras de ese primer período del Japonismo que tuvo su punto culminante a finales del XIX y principios del siglo XX.

Y en ese mundo artístico del Japonismo y las japonerías que tanta influencia tendría sobre diversas manifestaciones artísticas europeas de principios del XX, los objetos japoneses tuvieron especial relevancia porque fueron considerados símbolos del lejano país y pasaporte para emprender «el viaje imaginario al Japón japonista» en palabras de Lily Litvak (Litvak, 2011: 243). Las páginas de LIEA no son ajenas a esa presentación relevante de lacas, porcelanas o muebles japoneses, ya desde finales de la década de los 70, y así, por ejemplo, Becerro de Bengoa menciona las grandes avenidas de Kioto en las que se mostraban: «las maravillas de labores de aquel pueblo, en bronces, armas, lacas, bordados, incrustaciones en oro y plata, porcelanas, muebles, pinturas y riquísimas chucherías de adorno» («Ambos mundos», 29/12/1891: 134).

Un tanto diferente resulta la imagen que las páginas de esta revista proyectan sobre China, considerada como el contrapunto del civilizado Japón (Almazán, 2005). El Celeste Imperio fue presentado desde un punto de vista más negativo por varias razones apuntadas en investigaciones anteriores: el declive político de la dinastía Qing, el inmovilismo, la incapacidad de reaccionar frente a las potencias extranjeras, las guerras, las ejecuciones y la violencia o el anticristianismo chino son algunas de ellas (Almazán, 2005: 461). En el terreno del arte, pese a que la influencia china en los lenguajes ornamentales, «la chinoiserie», fue una constante, las noticias que LIEA propagaba sobre el arte chino indicaban en ocasiones su menor calidad respecto al japonés. En 1878 Alfredo Escobar en una crónica sobre la Exposición Universal de París indicaba: «El Japón, el pueblo más ilustrado del Asia, arregla instalaciones a la europea para sus artísticos productos. Con bambú y las cortinas de fina paja no forman, como en China, instalaciones que acusan un gusto primitivo y original, sino que trabajan hábilmente, como pudiera hacerlo un artista francés» («Exposición Universal de París», 2/04/1878: 233).

No obstante de modo general, los objetos decorativos chinos, el mobiliario y especialmente la porcelana fueron elementos muy valorados en los artículos sobre China aparecidos en LIEA y desde la década de los 80 la revista dedicó bastantes grabados y textos a difundirlos. Como dato curioso recordaremos la reproducción en 1884 (Martínez de Velasco, «Cama mandarina», 15/01/1884: 27) de un grabado con una lujosa cama china, a partir de una fotografía facilitada por Enrique Gaspar (1842-1902), escritor y cónsul en Macao y autor de la novela El Anacronópete (Molina Porras, 2012).

Sobre Vietnam hay diversas imágenes, o más bien sobre Annam y Tonkin, derivadas del interés por la guerra mantenida por Francia. Así, esta vista de Fu-Tchu (n.º 4), o del valle del Gao, definido como «rico territorio aurífero» (n.º 5). De la misma manera Birmania se hace presente a través de informaciones sobre la guerra con Gran Bretaña y la revista, en este caso muestra más interés por la actividad de los europeos que por el paisaje birmano, destacando este curioso modo de arrastre de barcas con elefantes que practican los británicos (n.º 6). Una noticia que recorrió el mundo, la erupción del Krakatoa, en 1883, es el motivo de la publicación de estas otras imágenes (n.º 7). En todos los casos los sucesos de Oriente son los que traen a las páginas de la revista las imágenes. Por ello no es de extrañar que ante la escasez de imágenes que se pueden conseguir de los países asiáticos, la revista se vea obligada a publicarlas más de una vez. Esto ocurre con esta vista de Shangai (n.º 8), publicada en 1894, con motivo de la guerra entre China y el Japón y de nuevo en 1900, a causa de los sucesos en esa ciudad durante el levantamiento de los bóxers.

Sin lugar a dudas la personalidad asiática más presente en las páginas de LIEA es Chulalongkorn, rey de Siam, entre 1869 y 1910. Pese a que el territorio que gobernaba (Thailandia, Camboya y Laos) era incluso más desconocido que China y Japón como recogía un articulista de la revista en 1876, que hablaba de «los pocos viajeros europeos que recorren aquellas lejanas comarcas» (E. Martínez de Velasco, «Exterior de una pagoda en Siam», 15/10/1876: 219) (n.º 9), el occidentalizado rey pronto se convirtió en una figura familiar y conocida en Occidente. Su retrato (n.º 10) aparece en LIEA en 1875, en 1880 (n.º 11) junto a una serie de vistas de su capital, Bangkok («La gran pagoda», n.º 12; «Salón del trono», n.º 13), en 1896, despidiendo a sus hijos que partían de viaje a Europa, en 1897, (n.º 14) junto a dos de sus hijos (tuvo un total de 77), y en 1907, junto al príncipe heredero. LIEA además, publica un grabado (n.º 15), en 1895, de la investidura del príncipe heredero de Siam, un retrato del mismo príncipe, cuando asiste a la coronación de Alfonso XIII y da una amplia cobertura a la visita diplomática que el rey realiza a España en octubre de 1897.

Esta presencia del monarca se debe al interés que desde Siam había en reforzar las relaciones con Europa. Un anónimo articulista, en el texto que acompaña al primer retrato publicado del rey de Siam se felicita porque «las naciones más refractarias hasta ahora a la civilización europea, se deciden a entrar de lleno en la senda del progreso» («El rey de Siam», 8/05/1875: 288). Continúa el articulista detallando cómo el joven rey ha viajado a la India británica, aprendido las enseñanzas del saludable colonialismo y cómo se ha instalado en Bangkok una factoría inglesa, señales todas ellas infalibles para LIEA de lo beneficioso del gobierno de este rey. Concluye el artículo con la siguiente profecía: «Prepárense nuestros lectores a pronunciar el nombre del actual rey de Siam, Para-Bat Somdet Pra Para Menda Maha Chulalongkorn Kou». Y ante el previsible asombro del lector ante tan complicado nombre añade el articulista: «Así se le designa en un periódico indo-británico que tenemos a la vista», con lo que queda identificada la fuente de donde extrae sus informaciones.

En 1880 una misión diplomática española tomó las fotografías que dieron lugar a las imágenes que antes hemos indicado de la pagoda y el salón del trono. La visión que da Manuel Bosch del reino de Siam, refleja un interesante cambio de opinión sobre el lejano país: «en lo respectivo a la arquitectura y artes suntuarias, Siam está lejos de ser un país bárbaro. La pagoda es de gran magnificencia, llamando especialmente la atención del viajero la cabeza del Bhuda que se halla en el centro, tallada en una gruesísima esmeralda, y otras imágenes de dioses indios, hechas de oro macizo. «Hay que ver esta pagoda -nos dice el Sr. Cotoner- para creer en las inmensas riquezas allí acumuladas» (M. Bosch, «Bang-Koc, capital del reino de Siam», 8/07/1880: 3).

Como es de rigor, la riqueza siempre ha inspirado respeto. Y más aún cuando los monarcas siameses han dado el paso de acercarse a Europa. Veamos si no los comentarios que hace LIEA a propósito de uno de los hijos del rey de Siam que ha partido de su país para educarse en Inglaterra: «Chakrabongse es muchacho que promete. Tiene buena inteligencia y gran afición al estudio. Viste a la europea6, en lo que le imitan todos los que le acompañan» (G. Reparaz, «La reina y los príncipes de Siam», 8/07/1896: 8). Y tan sólo un año después vuelven las alabanzas al monarca siamés: «El reinado [...] se considera por todos como muy próspero para el país. En los últimos doce años la agricultura y el comercio de exportación han tenido gran desarrollo; se han abierto muchos canales y se han construido varias carreteras, un ferrocarril y un tranvía eléctrico». Y añade el redactor, inmediatamente después, lo que sin duda es la clave de este próspero reinado: «S. M. habla y escribe perfectamente el inglés, y es muy aficionado a la literatura, teniendo verdadera pasión por Shakespeare» (C. L. de Cuenca, «Retratos de S. M., el rey de Siam y de sus hijos», 30/07/1897: 54). Condición esta última, como se ve, que aseguraba sin duda el éxito del soberano.

No es extraño que LIEA dedicase, ese mismo año, una amplia cobertura gráfica a las imágenes de la visita del rey de Siam a España (en los números 16, 17 y 18). Visita, en la que pudieron asistir entre otros festejos a una corrida de toros lidiada por Mazzantini y Guerrita. Tal fue el interés que despertó en los ilustres siameses el festejo taurino que suspendieron una prevista visita a Toledo (C. L. de Cuenca, «S. M., el rey de Siam, en Madrid», 22/10/1897: 239).

En suma, Extremo Oriente aparece envuelto en las páginas de LIEA en un halo de exotismo y de lejanía. Las grandes distancias, en unos años en que los viajes eran aún largos y difíciles, las costumbres desconocidas, las vestimentas distintas, el arte foráneo; todo ello era alimento para la curiosidad, y los redactores y directores de la revista, como periodistas que eran, recurrieron a las imágenes que pudieran conseguir, fuera cual fuese la fuente, para dar noticias de esos reinos fabulosos y semidesconocidos que excitaban la imaginación de los lectores. Mas ese interés no fue óbice para que la visión que se manifestaba a través de los artículos de la revista, nos deje clara la conciencia de superioridad, intelectual, material y moral de Occidente sobre Oriente. Las guerras son narradas desde el punto de vista occidental; las razones por las que los países europeos intervenían en Asia son siempre presentadas con valoración positiva. Con la excepción de algunas costumbres japonesas, un rasgo que indicara la europeización de un país o de un gobernante era visto como un hecho positivo que llevaba a ese país o a ese gobernante hacia el progreso. Cualquier manifestación nacionalista, de independencia política o cultural desde el lado asiático era entendida como un rasgo de barbarie.

Al final, las imágenes del Extremo Oriente y los textos que las acompañan, en LIEA no son testimonio de esas tierras: hablan, nos hablan, de una España que se sentía todavía una potencia colonial, que blasonaba de su propósito de civilizar y educar a los pueblos atrasados e ignorantes que no formaban parte de la escogida minoría occidental. Nos hablan en definitiva de una España que dejó de existir sin darse cuenta de que la crisis que venía se iba a llevar por delante a esa España colonial. Los autores de la revista, alimentados con las informaciones e imágenes que les llegaban a través de la prensa extranjera, persistían en creerse integrados, junto con Francia e Inglaterra, en el selecto club de los imperios ultramarinos.





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