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Influencias del costumbrismo romántico español en las colecciones costumbristas hispanoamericanas del siglo XIX

Enrique Rubio Cremades


Universidad de Alicante



Desde múltiples perspectivas se ha analizado el género costumbrista. En ocasiones, desde una óptica historicista con especial referencia a las fuentes y etapas cronológicas1; en otras, desde el sutil análisis que trata de delimitar los contenidos y recursos literarios utilizados2 para diferenciarlo del relato breve, cuento o leyenda, pues es bien sabido que el artículo de costumbres puede adoptar múltiples formas que lo aproximaría a los géneros anteriormente citados3. No menos interesante sería el análisis del cuadro costumbrista en conexión con la novela de mediados del siglo XIX4. Hipotética o real incidencia que nos permitiría estudiar, por un lado, los inicios del Realismo, y, por otro, el confrontamiento o los distintos pareceres de la crítica actual. De igual forma, en el costumbrismo romántico español se dan unas características que van a tener especial incidencia en las obras hispanoamericanas de la segunda mitad del siglo XIX, pues sus colaboradores suelen adoptar el criterio seguido por el propio Larra o Mesonero Romanos5. No debemos olvidar que el término costumbrista equivale a 'periodista', y no sólo porque el periodismo es el principal difusor de los artículos de costumbres, sino porque también es el medio de difusión idóneo para la propagación y estudio de los usos y comportamientos de un determinado contexto social. De esta suerte la sátira o el libelo contra la sociedad del momento encuentra en el género costumbrista la fluidez y la rápida difusión, circunstancias que no se daban con anterioridad. La prensa permitiría, al mismo tiempo, la rápida reproducción de los artículos de costumbres, familiarizando al lector con unos temas y escenarios que si bien no suelen ser ajenos a sus conocimientos, sí permiten enriquecer sus opiniones al cotejar el análisis de un mismo tipo o escenario desde el peculiar talante del escritor. Con el transcurso de los años -finalización de la década de los treinta-, la escena costumbrista deja de ser el tema preferido de los escritores, sustituyéndose dicho subgénero por el del análisis de tipos. De esta suerte la primera colección publicada en España, Los españoles pintados por sí mismos6, enfocará el estudio de la realidad social española a través de las profesiones, oficios y ocupaciones en general de mediados del siglo XIX, al igual que las colecciones costumbristas hispanoamericanas. Aún así, y como tendremos ocasión de comprobar, existen ciertas colecciones que describirán de forma aislada un escenario costumbrista a la manera de Estébanez Calderón, Mesonero Romanos o Larra.

Si la influencia de Los españoles pintados por sí mismos es clara en las colecciones americanas, también es cierta la incidencia de otras obras europeas en la presente colección. Por ejemplo, Heads of the People: or Portraits of the English7 y Les Français peint par eux-mêmes8 reúnen toda una serie de tipos nacionales, ilustrados y escritos en colaboración. Está fuera de duda la procedencia de la colección inglesa sobre la francesa9 y se puede asegurar que la idea de publicación de Les Français fue sugerida por Heads of the People10. Sin embargo, ambas colecciones no fueron las primeras en reunir a una generación literaria para ilustrar, colectivamente, los usos y costumbres de un país, pues le corresponde esta prioridad cronológica a París, ou le Livre des cent-et-un11. Es posible la relación de esta última obra con Les Français, tal como afirma Le Gentil12 y también es muy posible que Le Livre influya en Heads of the People13. La elección de un título que llevara implícito el enunciado pintados por sí mismos nace de la necesidad de ofrecer una galería de tipos nacionales ante un lector extranjero, reiterándose en dicho enunciado que la obra había sido realizada por autores nacionales. De esta forma la colección no sólo reflejará fielmente los tipos más característicos y genuinos, sino que también servirá para fijar su fisonomía colectiva, tanto para el lector foráneo como para conocimiento de las futuras generaciones del país. Esto ocurre, precisamente, en Los españoles pintados por sí mismos, título que, una vez más, explica y corrobora esta actitud. Circunstancia que también se da en otras colecciones hispanoamericanas, como en Los cubanos pintados por sí mismos14 o en Los mexicanos pintados por sí mismos15. Sin embargo, tanto la elección del título, como la intencionalidad del mismo obedecen a la influencia establecida por la colección española, y no, como tendremos ocasión de comprobar, a la influencia francesa o inglesa.

La primera obra americana que presenta una clara influencia de Los españoles es Los cubanos pintados por sí mismos16, pues aunque se haga alusión explícita a la colección francesa, tanto la disposición como el análisis de los contenidos refleja la influencia de Los españoles. En la introducción aparecen las palabras emitidas por Blas San Millán que hacen referencia a las concomitancias existentes entre dicha colección y las europeas. De igual forma señala el mencionado crítico la importancia trascendental de estas obras para el conocimiento de la peculiar idiosincrasia del cubano: «Los cubanos tienen que conocerse para pintarse con verdad, tienen que estimarse en lo que son y por lo que son; y no aspirarán a la empresa de trazar tales cuadros, si hubieran de retratar unos originales sin fisonomía propia»17.

Los tipos descritos en Los cubanos presentan los rasgos más característicos de Los españoles. En un principio debía de constar de dos volúmenes; sin embargo, tan sólo se publicó el primero, con un total de treinta y ocho tipos. No es éste el único caso, pues habría que apuntar el hecho ocurrido en el año 1843, con la colección El álbum del bello sexo18. Como ya hemos indicado, en la colección cubana predominan los tipos ya analizados en Los españoles, eligiéndose, incluso, los mismos enunciados o títulos. Por ejemplo, en este capítulo de coincidencias habría que señalar los cuadros La coqueta, El estudiante, El empleado, El médico... Otros nos recuerdan la escuela propiciada por Larra, como La vieja verde19. En ocasiones, aunque la titulación no sea idéntica, su contenido y propósito se asemejan en muchos aspectos, como La solterona, El vividor, El amante de ventana, El educado fuera, El poetastro, El procurador... Se podría decir que todos estos modelos están trazados desde una perspectiva universal, sin tener en cuenta las raíces autóctonas o las peculiares características de un determinado contexto geográfico, como la colección Los valencianos pintados por sí mismos20, publicada tan sólo siete años más tarde. De toda esta tipología destacaríamos El calambuco y El gallero, cuadros que sí presentan unos rasgos de indudable filiación isleña. La presente colección, al igual que en Los españoles, se debe al ingenio de los principales escritores costumbristas cubanos de la época. Las colaboraciones cubanas -José V. Betancourt, M. Zequeira, M. Costales, etc.- demuestran la existencia de un temprano costumbrismo que dará origen a una escuela de gran relevancia. Incluso, en el año 1881, parte de los colaboradores de la mencionada colección participará en la obra Tipos y costumbres de la isla de Cuba por los mejores autores de este género, que intenta emular los pasos de Los cubanos, al igual que la colección madrileña Los españoles de ogaño21 lo haría en relación a Los españoles.

Dos años más tarde a la publicación de Los cubanos aparece Los mexicanos pintados por sí mismos22, publicada por entregas e ilustrada con láminas. El formato, la disposición y el alarde tipográfico hacen posible que nos encontremos ante un ejemplar modélico, al igual que ocurrió con Los españoles y otras colecciones iberoamericanas. El contenido temático, recursos literarios, digresiones y disposición y enfoque de los tipos analizados guardan un gran parentesco con la citada colección. Tipos como La coqueta, El barbero, El aguador, El ministro, El portero, etc., encuentran feliz eco en esta colección mexicana. Predominan también los modelos autóctonos, como La chiera, El ranchero..., descritos con las peculiaridades propias de su condición y oficio. De todo ello se desprende que los autores prestan un gran interés por todas las variantes idiomáticas, préstamos y vulgarismos. Recurso que ya se había dado con anterioridad en Los españoles. Cabe señalar, por ejemplo, que esta veta costumbrista tiene su origen en Mesonero Romanos y, especialmente, en Antonio Flores, autor que en la citada colección registra con enorme fidelidad todas las variantes idiomáticas del Madrid de la época, desde el lenguaje de germanía característico de ciertos núcleos sociales, hasta el vocablo castizo de los barrios más populares del Madrid de mediados de siglo. Existen otras concomitancias entre ambas colecciones, como, por ejemplo, el análisis de un tipo descrito en verso o intercalando la prosa y versos de distinto cómputo silábico. Por ejemplo, en Los españoles estos rasgos aparecen en los artículos El calesero, El cartero, El aprendiz de literato, La marisabidilla, El seise de la catedral, La gitana, El ama de llaves, y La nodriza. En realidad la modalidad de presentar artículos o cuadros en verso no deriva obligatoriamente de Los españoles, pues obedece más bien a la incidencia de ciertos periódicos románticos que publicaron sus artículos de esta forma, como El Semanario Pintoresco Español o El Laberinto, publicaciones madrileñas y principales difusoras del costumbrismo.

A partir de 1870 aparecen una serie de colecciones costumbristas destinadas al estudio de la mujer, prescindiéndose de la catalogación de tipos con sus correspondientes oficios y profesiones. Aunque la mayoría de estas obras están realizadas con un gran lujo y sumo cuidado tipográfico, su contenido no puede competir, sin embargo, con el de las anteriores colecciones. Todos estos rasgos se dan, por ejemplo, en Las mujeres españolas, portuguesas y americanas23, redactada, en su mayoría, por escritores de indudable calidad literaria y de gran prestigio. En lo concerniente a autores hispanoamericanos cabría destacar las colaboraciones de Teodoro Guerrero -La mujer de la isla de Cuba, La mujer de Puerto Rico- y Camilo Enrique Estruch -La mujer de Chile, La mujer de Perú, La mujer del Brasil-. Colaboradores que, al igual que los españoles, tratan de ponderar al máximo las cualidades de la mujer, desde sus innatos valores espirituales hasta su belleza, pundonor y religiosidad. No faltan, como es lógico, las cualidades propias del hogar, arte y aseo personal. Obra, en definitiva, que ofrece mayor interés desde la perspectiva del análisis folklórico que costumbrista, aunque en más de un cuadro encontramos ligeros bocetos o gérmenes de novelas, como en el caso de Valera o Alarcón.

Mayor importancia tiene la colección Los hombres españoles, americanos y lusitanos pintados por sí mismos24, obra que refleja con gran acierto e interés los usos, costumbres, oficios y profesiones del último tercio del siglo XIX. A través del cotejo entre Los españoles y la presente obra se puede observar cómo ciertos tipos han desaparecido, en especial los de sabor romántico, como El contrabandista, El bandolero, El barbero..., personajes que no sólo fueron objeto de un detenido estudio, sino que también protagonizaron numerosos relatos novelescos en la época romántica. Aparición de una tipología nueva -Los caballeros de industria o El gomoso-, e inclusión también de tipos que ya habían sido descritos con anterioridad en Los españoles -El sereno, El indiano, El candidato para diputado a Cortes...- Como novedad, dicha obra incluirá la escena costumbrista, circunstancia que no se dio en la primera colección española, como los artículos La romería de San Isidro, La Semana Santa en Sevilla, Las corridas de toros. No menos interesante es el cotejo entre determinadas costumbres pasadas y actuales, asomando una cierta añoranza en el estado anímico del autor. Rasgo, por otro lado, característico del escritor costumbrista, fiel y atento observador de la realidad y preocupado por el mantenimiento de lo genuino y tradicional. El artículo de Luis V. Betancourt, La Habana de antes, permite, a través del choque generacional, la descripción de ambientes, usos y costumbres modificados por el paso del tiempo. Tanto por su contenido como por la intención de sus colaboradores, la presente obra puede considerarse como digna sucesora de Los españoles. Circunstancia corroborada también por el prólogo que aparece al frente de dicha colección: «Obras como la que ofrecemos a nuestros lectores han de ser periódicas y cada vez más frecuentes, en tanto que se opera el movimiento de fusión indispensable hijo del progreso, porque el período de quince o veinte años es bastante para introducir variaciones que alteran fundamentalmente muchos tipos y esto se notará si se comparan las descripciones hechas en la obra con el título de Los españoles pintados por sí mismos con que se publicó hace treinta años en la Corte»25.

La última colección -Las Mujeres Españolas, Americanas y Lusitanas26, aunque editada como libro independiente, obedece su publicación a la idea de continuar la anterior obra, abordándose en esta ocasión temas y motivos que tienen como protagonista a la mujer. Una vez más nos encontramos con el consabido panegírico protagonizado por la correspondiente heroína del cuadro perteneciente a una determinada región o país. Lo más interesante de esta colección es, tal vez, el estudio que se hace de la mujer desde una perspectiva profesional y no desde la alambicada y estereotipada visión de un determinado contexto geográfico. Es por ello que frente a estos últimos tipos encontramos cuadros de raigambre costumbrista y enlazados con las obras maestras del género, como La poetisa romántica, La mujer ilustrada, La novicia, La chula madrileña, La abadesa, La casamentera, La cigarrera, La marisabidilla, etc.

El valor literario de todas estas colecciones es muy dispar. Frente a ciertos artículos de indudable calidad, encontramos otros, por el contrario, carentes de mérito y profesionalidad. No siempre los mejores artículos corresponden a las figuras consagradas o de renombre, pues su paso por estas colecciones obedece más al compromiso personal con el editor que a su interés por el género. Sin embargo, salvo estas excepciones, sí se puede afirmar que en dichas colecciones, salvo aquellas que se encauzan hacia el estudio del folklore, encontramos toda una galería de tipos, motivos, usos y costumbres imprescindibles para el conocimiento de una realidad histórica y social. Incluso este marcado acento histórico se enriquecería en gran manera si lo engarzáramos con el nacimiento de la novela realista, tema debatido por la crítica actual, pero no por ello de enorme interés.





 
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