Inmoralidad de la novela y el drama contemporáneos
Concepción Gimeno de Flaquer
Exmo. Sr. D. Juan Valera.
Distinguido amigo y eminente maestro: Ya que la ausencia no me permite reanudar verbalmente los deliciosos diálogos que sosteníamos en Madrid y en Lisboa, quiero proporcionarme el placer de conversar con usted por medio de la palabra escrita.
Propóngome llamar su atención hacia el problema filosófico-social, que preocupa actualmente a las personas de sana conciencia: problema que se presta a tristes consideraciones por la gravedad que en sí entraña y por lo funesto de sus consecuencias.
Me refiero a la preponderancia que ha tomado en el teatro y en la novela, la cortesana. Tres tipos de mujeres impuras están fascinando en estos momentos al culto público parisiense: Marion Delorme, Safo y Georgette. El gran talento de Victor Hugo, Daudet y Sardou se ha complacido en hacerlas interesantes. Paréceme tal empeño una aberración del sentido moral. ¿Qué le importa a la sociedad el tipo de la filie, si esta la escarnece? ¿Qué intentan los dramaturgos y novelistas al querer convertir a esos seres en poesía del pecado? Cábele a nuestro siglo, tan fecundo en excentricidades, la triste gloria de haber dignificado a la mujer corrompida, dándole preferente lugar entre los hombres de la política, los artistas y literatos. A estos últimos no les ha parecido bastante prosternarse ante ella privadamente, y han llevado el tipo a la escena para coronarlo después de haberle alzado un pedestal en la literatura romancesca.
Es cierto que el engrandecimiento de la filie ha nacido en Francia; mas como esa nación goza del privilegio de imponer al mundo sus ideas, y como su literatura tiene ilimitada extensión, el daño que causa en la sociedad es inconmensurable. Las novelas francesas que se han impuesto la absurda misión de glorificar a la pecadora, circulan mucho en España y en las repúblicas latinoamericanas, arrojando letal veneno en la juventud.
En mi opinión, tócale a usted, amigo mío, que lleva el cetro en nuestra literatura patria, combatir la moderna e impura escuela, oponiendo la novela que refleje sanas costumbres a esa novela cenagosa que mancha el pensamiento y esteriliza el corazón.
A usted, que es maestro en el arte de novelar, pertenece de derecho tan noble iniciativa. Tengo tanta fe en el prestigio de su genio, que creo firmemente puede vd., no solo encauzar la desbordada corriente, sino cambiar su curso.
En todas épocas se ha hecho sentir la influencia de la novela en las costumbres; tanto es así, que el Werther de Goethe desarrolló en Alemania la manía del suicidio, manía que tomó el nombre de werterismo en aquella nación. Actualmente en París muchas mujeres, dejándose arrastrar por el servilismo que la moda les impone, adoptan los trajes que las cortesanas han creado, asisten donde ellas van y compran las joyas que abandonan en su hastío, para guardarlas como un objeto célebre, como una prenda que les recuerde este fatal momento histórico.
La moderna novela, amigo mío, no tiene la sanción de la mujer; y como la mujer forma la mitad de la humanidad, un libro no puede jactarse de verdadera popularidad, mientras no haya sido aceptado por las mujeres. En esta cruzada de los novelistas contra la virtud, las primeras que han protestado han sido las damas, como no podía menos de suceder.
Quéjanse, y con sobrada razón, de no poder leer las novelas que hoy circulan, y sobre todo reprochan a los autores muy severamente el haber sido pospuestas por ellos a la mujer de vida airada, a la filie, monstruosa creación en el mundo del arte, horrible engendro que repugna a la moral y al sentimiento estético.
En vez de llevar a la novela el vulgar tipo de la filie enaltecido por Alejandro Dumas, ¿por qué no narran los modernos autores las batallas libradas en el alma de las mujeres puras entre el deber y el amor, cediendo este el triunfo a aquel? ¿Acaso tienen menos interés los conflictos surgidos en una conciencia honrada, que los relatos de escenas de orgía? ¿Puede encerrar menos poesía el tipo de la mujer fuerte, que asaltada por un amor ilegítimo atraviesa por el fuego de la pasión sin que se encienda la fimbria de su manto de pureza.
Los anatómicos del alma (permítame usted la metáfora) están operando en seres putrefactos: por eso no ven más que miserias. Me argüirán que una mujer honrada no se presta a esa vivisección que no lo permite su pudor moral: es cierto que ésta no refiere sus dolores, mas como el literato no siempre toma sus personajes de lo real, sino que les da vida en su imaginación, puede buscar por ideal la virtud en vez de buscar el vicio.
¿Por qué ese culto de lo deforme?
¿Por qué ese fetichismo?
Idealizada la mujer deshonesta, la impresionable juventud corre tras ella, y acostumbrados los jóvenes de nuestras sociedades a la ardiente atmósfera que respiran en torno de esas inspiradoras del pecado, a sus picantes bromas y a su lenguaje libre, encuentran monótono el trato de la dama distinguida. Tan cierto es esto, que la mayor parte de los jóvenes de nuestros días si visitan a la mujer virtuosa, con cuyo trato se fastidian, encuentran mil dificultades para seguir una conversación y se ven cortados en su presencia, por haber olvidado las fórmulas que impone la urbanidad al alternar con damas distinguidas.
Los cultivadores de esa perniciosa literatura han querido escudarse diciendo que bajo una forma un tanto atrevida, encierran en el fondo tendencias moralizadoras: esas tendencias suelen estar tan hondas, que los espíritus poco analíticos no dan con ellas. Cuando la moral se oculta bajo el fango, es imposible que este no salpique el rostro de quien la busca.
Dumas es verdaderamente responsable de la creación de tal género literario; los demás autores han sido imitadores. Teófilo Gauthier defendió a la heroína de La dama de las camelias con esta frase: «Il est si dificile de rester pauvre à une peysanne que la nature a eu l'inhumanité de faire grande dame».
Victor Hugo, al ver que en torno de Marion Delorme se agruparon hombres tan influyentes como Desbarreaux, Cinq-Mars, Saint-Evremon, Buckingham, Grammont, el gran Condé, Emery y hasta el mismo Luis XIII, el rey de los amores castos, creyó de gran éxito sublimar a la pecadora.
Las imaginaciones exaltadas han dado torcida interpretación a este verso del ilustre autor de Notre Dame:
Oh, n'insultez jamais une femme qui tombe! |
Entre insultarla o hacer su apología, hay gran diferencia; yo no acepto este verso de Victor Hugo como apoteosis de la mujer caída.
Alfred de Mussel, que halagó siempre las pasiones sensuales, no es extraño enalteciera en su poema Rolla a la mujer impura, pidiendo gracia para ella.
Cuando algunas personas honradas han preguntado a los autores franceses por qué concedían esa preeminencia a la filie, estos han contestado lo siguiente: «La filie es una potencia y hay que contar con ella»
. Emilio Augier: «Es natural que el autor dramático plantee el problema en la escena ahora que la filie ocupa tanto lugar y ejerce una influencia tan poderosa en la época en que vivimos».
Alejandro Dumas: «He introducido el tipo de la filie en el teatro, porque he temido a su omnipotencia»
. Tal contestación implica falla de valor moral y no enaltece a Sardou.
El vicio debe atacarse donde se halle sin tener en cuenta el número de sus prosélitos.
Las obras de Daudet y Sardou carecen de originalidad: Georgette se parece notablemente a Le fils de Coralie de Alberto Delpilt, como se parecen Marion Delorme, La Dama de las Camelias, Safo, Ninon de Lenclos y Manon Lescaut. Me dirán los enaltecedores de la filie que en la antigua Grecia la hetaira fue sublimada por artistas y poetas; mas aquellas sociedades, que todo lo perdonaban a la belleza, en la cual se amparó Hipérides para defender a Frine, eran sociedades paganas, y en nuestras sociedades cristianas no se ha dado el puesto de honor a la belleza sino a la moral.
Termino esta carta, que ya va siendo prolija, suplicando a usted, amigo mío, oponga su poderosa influencia en la literatura romancesca, combatiendo a los autores que siguen sendas extraviadas. Las mujeres honradas, que por fortuna están en inmensa mayoría, podrán dar grato esparcimiento a su espíritu con la lectura de novelas morales. De usted, que es el primer novelista español y que siempre se ha distinguido por su recta conciencia, espera el bello sexo la necesaria reforma literaria. ¡Ojalá emprenda usted esta grandiosa obra, digna de su talento, y su nombre será bendecido en los hogares, como es admirado en los altos circuitos científicos y literarios!
Le saluda atenta y cariñosamente su afma. amiga Q. B. S. M.
Marzo 18.