Si es causa amor productivo
de diversidad de afectos,
que con producirlos todos,
se perficiona a sí mesmo;
y si el uno de los más
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naturales son los celos,
¿cómo sin tenerlos puede
el amor estar perfecto?
Son ellos, de que hay amor
el signo más manifiesto,
10
como la humedad del agua
y como el humo del fuego.
No son, que dicen, de amor
bastardos hijos groseros,
sino legítimos, claros
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sucesores de su imperio.
Son crédito y prueba suya,
pues sólo pueden dar ellos
auténticos testimonios
de que es amor verdadero.
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Porque la fineza, que es
de ordinario el tesorero
a quien remite las pagas
amor, de sus libramientos,
¿cuántas veces, motivada
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de otros impulsos diversos,
ejecuta por de amor,
decretos del galanteo?
El cariño, ¿cuántas veces
por dulce entretenimiento
30
fingiendo quilates, crece
la mitad del justo precio?
¿Y cuántas más, el discurso,
por ostentarse discreto,
acredita por de amor
35
partos del entendimiento?
¿Cuántas veces hemos visto
disfrazada en rendimientos
a la propria conveniencia,
a la tema o al empeño?
40
Sólo los celos ignoran
fábricas de fingimientos,
que como son locos, tienen
propriedad de verdaderos.
Los gritos que ellos dan son
45
sin dictamen de su dueño,
no ilaciones del discurso,
sino abortos del tormento.
Como de razón carecen,
carecen del instrumento
50
de fingir, que aquesto sólo
es en lo irracional, bueno.
Desbocados ejercitan
contra sí el furor violento,
y no hay quien quiera en su daño
55
mentir, sino en su provecho.
Del frenético, que fuera
de su natural acuerdo
se despedaza, no hay quien
juzgue que finge el extremo.
60
En prueba de esta verdad
mírense cuantos ejemplos,
en bibliotecas de siglos,
guarda el archivo del tiempo:
A Dido fingió el troyano,
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mintió a Ariadna, Teseo;
ofendió a Minos, Pasife
y engañaba a Marte, Venus.
Semíramis mató a Nino,
Elena deshonró al griego,
70
Jasón agravió a Medea
y dejó a Olimpia, Vireno.
Bersabé engañaba a Urías,
Dalida al caudillo hebreo,
Jael a Sísara horrible,
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Judit a Holofernes fiero.
Estos y otros que mostraban
tener amor sin tenerlo
todos fingieron amor,
mas ninguno fingió celos.
80
Porque aquél puede fingirse
con otro color, mas éstos
son la prueba del amor
y la prueba de sí mesmos.
Si ellos no tienen más padre
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que el amor, luego son ellos
sus más naturales hijos
y más legítimos dueños.
Las demás demostraciones,
por más que finas las vemos,
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no pueden no mirar a amor
sino a otros varios respectos.
Ellos solos se han con él
como la causa y efecto.
¿Hay celos?, luego hay amor;
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¿hay amor?, luego habrá celos.
De la fiebre ardiente suya
son el delirio más cierto,
que, como están sin sentido,
publican lo más secreto.
100
El que no los siente, amando,
del indicio más pequeño,
en tranquilidad de tibio
goza bonanzas de necio;
que asegurarse en las dichas
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solamente puede hacerlo
la villana confianza
del propio merecimiento.
Bien sé que, tal vez furiosos,
suelen pasar desatentos
110
a profanar de lo amado
osadamente el respeto;
mas no es esto esencia suya,
sino un accidente anexo
que tal vez los acompaña
115
y tal vez deja de hacerlo.
Mas doy que siempre aun debiera
el más soberano objeto
por la prueba de lo fino,
perdonarles lo grosero.
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Mas no es, vuelvo a repetir,
preciso, que el pensamiento
pase a ofender del decoro
los sagrados privilegios.
Para tener celos basta
125
sólo el temor de tenerlos,
que ya está sintiendo el daño
quien está sintiendo el riesgo.
Temer yo que haya quien quiera
festejar a quien festejo,
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aspirar a mi fortuna
y solicitar mi empleo,
no es ofender lo que adoro,
antes es un alto aprecio
de pensar que deben todos
135
adorar lo que yo quiero.
Y éste es un dolor preciso,
por más que divino el dueño
asegure en confïanzas
prerrogativas de exento.
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Decir que éste no es cuidado
que llegue a desasosiego,
podrá decirlo la boca
mas no comprobarlo el pecho.
Persuadirme a que es lisonja
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amar lo que yo apetezco,
aprobarme la elección
y calificar mi empleo;
a quien tal tiene a lisonja
nunca le falte este obsequio:
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que yo juzgo que aquí sólo
son duros los lisonjeros,
pues sólo fuera a poder
contenerse estos afectos
en la línea del aplauso
155
o en el coto del cortejo.
¿Pero quién con tal medida
les podrá tener el freno
que no rompan, desbocados,
el alacrán del consejo?
160
Y aunque ellos en sí no pasen
el término de lo cuerdo,
¿quién lo podrá persuadir
a quien los mira con miedo?
Aplaudir lo que yo estimo,
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bien puede ser sin intento
segundo, ¿mas quién podrá
tener mis temores quedos?
Quien tiene enemigos suelen
decir que no tenga sueño;
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¿pues cómo ha de sosegarse
el que los tiene tan ciertos?
Quien en frontera enemiga
descuidado ocupa el lecho,
sólo parece que quiere
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ser, del contrario, trofeo.
Aunque inaccesible sea
el blanco, si los flecheros
son muchos, ¿quién asegura
que alguno no tenga acierto?
180
Quien se alienta a competirme,
aun en menores empeños,
es un dogal que compone
mis ahogos de su aliento;
pues, ¿qué será el que
pretende
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excederme los afectos,
mejorarme las finezas
y aventajar los deseos;
quién quiere usurpar mis dichas,
quién quiere ganarme el premio
190
y quién en galas del alma
quiere quedar más bien puesto;
quién para su exaltación
procura mi abatimiento
y quiere comprar sus glorias
195
a costa de mis desprecios;
quién pretende con los suyos
deslucir mis sentimientos,
que en los desaires del alma
es el más sensible duelo?
200
Al que este dolor no llega
al más reservado seno
del alma, apueste insensibles
competencias con el yelo.
La confïanza ha de ser
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con proporcionado medio;
que deje de ser modestia,
sin pasar a ser despego.
El que es discreto, a quien ama
le ha de mostrar que el recelo
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lo tiene en la voluntad
y no en el entendimiento.
Un desconfiar de sí
y un estar siempre temiendo
que podrá exceder al mío
215
cualquiera mérito ajeno;
un temer que la fortuna
podrá, con airado ceño,
despojarme por indigno
del favor, que no merezco,
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no sólo no ofende, antes
es el esmalte más bello
que a las joyas de lo fino
les puede dar lo discreto;
y aunque algo exceda la queja
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nunca queda mal, supuesto
que es gala de lo sentido
exceder de lo modesto.
Lo atrevido en un celoso,
lo irracional y lo terco,
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prueba es de amor que merece
la beca de su colegio.
Y aunque muestre que se ofende
yo sé que por allá dentro
no le pesa a la más alta
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de mirar tales extremos.
La más airada deidad
al celoso más grosero
le está aceptando servicios
los que riñe atrevimientos.
240
La que se queja oprimida
del natural más estrecho,
hace ostentación de amada
el que parece lamento.
De la triunfante hermosura
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tiran el carro soberbio,
el desdichado con quejas,
y el celoso con despechos.
Uno de sus sacrificios
es este dolor acerbo,
250
y ella, ambiciosa, no quiere
nunca tener uno menos.
¡Oh doctísimo Montoro,
asombro de nuestros tiempos,
injuria de los Virgilios,
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afrenta de los Homeros!
Cuando de amor prescindiste
este inseparable afecto,
precisión que sólo pudo
formarla tu entendimiento,
260
bien se ve que sólo fue
la empresa de tus talentos
el probar lo más difícil,
no persuadir a creerlo
Al modo que aquéllos que
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sutilmente defendieron
que de la nube los ampos
se visten de color negro,
de tu sutileza fue
airoso, galán empeño,
270
sofística bizarría
de tu soberano ingenio.
Probar lo que no es probable,
bien se ve que fue el intento
tuyo, porque lo evidente
275
probado se estaba ello.
Acudistes al partido
que hallastes más indefenso
y a la opinión desvalida
ayudaste, caballero.
280
Éste fue tu fin; y así
debajo de este supuesto,
no es ésta, ni puede ser,
réplica de tu argumento,
sino sólo una obediencia
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mandada de gusto ajeno,
cuya insinuación en mí
tiene fuerza de precepto.
Confieso que de mejor
gana siguiera mi genio
290
el extravagante rumbo
de tu no hollado sendero.
Pero, sobre ser difícil,
inaccesible lo has hecho;
pues el mayor imposible
295
fuera ir en tu seguimiento.
Rumbo que estrenan las alas
de tu remontado vuelo,
aun determinado al daño,
no lo intentara un despecho.
300
La opinión que yo quería
seguir, seguiste primero;
dísteme celos, y tuve
la contraria con tenerlos.
Con razón se reservó
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tanto asunto a tanto ingenio,
que a fuerzas sólo de Atlante
fía la esfera su peso.
Tenla pues, que si consigues
persuadirla al Universo,
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colgará el género humano
sus cadenas en tu templo;
no habrá quejosos de amor,
y en sus dulces prisioneros
serán las cadenas oro
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y no dorados los hierros;
será la sospecha inútil,
estará ocioso el recelo,
desterrará el indicio
y perderá el ser el miedo.
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Todo será dicha, todo
felicidad y contento,
todo venturas, y en fin
pasará el mundo a ser cielo;
deberánle los mortales
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a tu valeroso esfuerzo
la más dulce libertad
del más duro captiverio.
Mucho te deberán todos,
y yo más que todos debo
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las discretas instrucciones
a las luces de tus versos.
Dalos a la estampa porque
en caracteres eternos
viva tu nombre y con él
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se extienda al común provecho.