amado prelado mío;
y advertid, señor, que es de
posesión el genitivo:
que aunque ser tan proprietaria
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no os parezca muy bien visto,
si no lo tenéis a bien,
de mí está muy bien tenido.
Mío os llamo, tan sin riesgo,
que al eco de repetirlo,
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tengo ya de los ratones
el convento todo limpio.
Que ser liberal de vos,
cuando sois de amor tan digno,
es grande magnificencia,
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que hacia los otros envidio.
Y yo entre aquestos extremos,
confieso que más me inclino
a una avaricia amorosa
que a un pródigo desperdicio.
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¿Mas dónde, señor, me lleva
tan ciego el afecto mío,
que tan fuera del intento
mis afectos os explico?
¡Oh, qué linda copla hurtara,
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para enhebrar aquí el hilo,
sino hubierais vos, señor,
a Pantaleón leído!
Mas vamos, señor, al caso,
como Dios fuere servido;
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ya os asesto el memorial,
quiera Dios que acierte el tiro.
Yo, señor (ya lo sabéis),
he pasado un tabardillo,
que me lo dio Dios, y que
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Dios me lo haya recibido;
donde con las critiqueces
de sus términos impíos,
a ardor extraño cedía
débil el calor nativo.
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Los instrumentos vitales
cesaban ya en su ejercicio,
ocioso el copo en Laquesis,
el uso en Cioto baldío.
Átropos sola, inminente,
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con el golpe ejecutivo,
del frágil humano estambre,
cercenaba el débil hilo.
De aquella fatal tijera
sonaban a mis oídos,
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opuestamente hermanados,
los inexorables filos.
En fin, vino Dios a verme;
y aunque es un susto muy fino,
(lo que es para mí) mayor
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el irlo a ver se me hizo.
Esperaba la guadaña,
todo temor, los sentidos,
todo confusión, el alma,
todo inquietud, el juïcio.
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Queriendo ajustar de priesa,
lo que a espacio he cometido,
repasaba aquellas cuentas,
que tan sin cuenta he corrido.
Y cuando pensé que ya,
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según quimeras de Ovidio,
embarcada en el Leteo
registraba los abismos,
del can trifauce escuchaba
los resonantes ladridos,
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benignos siempre al que llega,
duros siempre al fugitivo.
Allí miraba penantes
los espíritus precitos
que el Orco, siempre tremendo,
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pueblan de varios suspiros.
La vejez, el sueño, el llanto,
que adornan el atrio impío,
miré, según elegante
nos lo describe Virgilio.
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Cuál, el deleznable canto
sube por el monte altivo,
cuál en la peña sentado,
hace el descanso, suplicio.
A cuál, el manjar verdugo,
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para darle más castigo,
provocándole el deseo,
le burlaba el apetito.
Cuál, de una ave carnicera
al imperio sometido,
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inacabable alimento
es de insaciable ministro.
Las atrevidas hermanas,
en pena del homicidio,
con vano afán intentaban
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agotar el lago Estigio.
Otras mil sombras miraba
con exquisitos martirios,
y a mejor librar, señor,
pisaba Campos Elíseos.
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Pero según las verdades
que con la fe recibimos,
miraba del purgatorio
el duro asignado sitio.
De la divina justicia
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admiraba allí lo activo,
que ella solamente suple
cordel, verdugo y cuchillos.
Lastimábame el rigor
con que los fieros ministros
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atormentaban las almas,
duramente vengativos.
Miraba la proporción
de tormentos exquisitos,
con que se purgan las deudas
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con orden distributivo.
Miraba cómo hacer sabe
de las penas lo intensivo,
desmentidoras del tiempo,
juzgar los instantes, siglos.
120
Y volviendo de mis culpas
a hacer la cuenta conmigo,
hallé que ninguna pena
les sobraba a mis delitos;
antes bien, para mis culpas,
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dignas de eterno suplicio,
por temporales pudieran
parecerles paraíso.
Aquí, sin aliento el alma,
aquí, desmayado el brío,
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el perdón, que no merezco,
pedí con mentales gritos.
El Dios de piedad, entonces,
aquel Criador infinito,
cuya voluntad fecunda
135
todo de nada lo hizo,
concediéndose a los ruegos
y a los piadosos suspiros
o a lo que es más, de su cuerpo
al sagrado sacrificio,
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del violento ardiente azote,
alzó piadoso el castigo,
que movió como recuerdo,
y conozco beneficio.
Y con aquel vital soplo,
145
con aquel aliento vivo,
dio segunda vida a este
casi inanimado limo.
En efecto, quedo ya
mejor, a vuestro servicio,
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con más salud que merezco,
más buena que nunca he sido.
Diréis que porqué os refiero
accidentes tan prolijos
y me pongo a contar males,
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cuando bienes solicito.
No voy muy descaminada,
escuchad, señor, os pido,
que en escuchar un informe,
consiste un recto jüicio.
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Sabed, que cuando yo estaba
entre aquellos paroxismos
y últimos casi desmayos,
que os tengo ya referido,
me daba gran desconsuelo
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ver, que a tan largo camino,
sin todos mis sacramentos,
fuese en años tan crecidos;
que ya vos sabéis que aquél
que se le sigue al baptismo
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me falta, con perdón vuestro,
(que me corro de decirlo;)
porque como a los señores
mejicanos arzobispos
viene tan a espacio el Palio,
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con tanta prisa pedido,
viendo que dél carecían
iguales, grandes y chicos,
cada uno trató en la fe
de confirmarse a sí mismo.
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Y así, señor, no os enoje,
humildemente os suplico,
me asentéis muy bien la mano;
mirad que lo necesito.
Sacudidme un bofetón
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de esos sagrados armiños,
que me resuene en el alma
la gracia de su sonido.
Dadme por un solo Dios
el sacramento que os pido,
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y si no queréis por solo,
dádmelo por uno y trino.
Mirad que es de no tenerlo,
mi sentimiento tan vivo,
que de no estar confirmada,
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pienso que me desbautizo.
No os pido que vengáis luego,
(que eso fuera desatino
que con razón mereciera
vuestro enojo y mi castigo,
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que bien sé que ocupaciones
de negocios más precisos,
os usurpan del descanso
el más necesario alivio,)
sino que, pues de elecciones
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casi está el tiempo cumplido,
entonces, señor, hagáis
dos mandatos de un avío.
Así, príncipe preclaro,
vuestros méritos altivos
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adorne gloriosamente
el cayado pontificio.
Si yo os viera, padre santo,
tener, sacro vice-cristo,
del universal rebaño
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el soberano dominio,
diera saltos de contento,
(aunque éste es un regocijo
de maromero, que ha hecho
señal de placer los brincos,)
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fuera a veros al instante,
que, aunque encerrada me miro,
con las llaves de san Pedro,
no nos faltara postigo.
Y así, no penséis, señor,
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que de estimaros me olvido
las licencias que en mí achaque
concedisteis tan propicio;
que a tan divinos favores
con mi propria sangre escritos,
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les doy, grabados en él,
el corazón por archivo.
Perdonad, que con el gusto
de que os hablo no he advertido
que habréis para otros negocios
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menester vuestros oídos.
Y a Dios, que os guarde, señor,
mientras al mismo le pido
que os ponga en el pie una cruz
de las muchas del oficio.
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