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Jesús López Pacheco (verídica «Novela de emigrante»)1

Ignacio Soldevila Durante



Utilizando los conocimientos personales (el autor es compañero de estudios de López Pacheco en la Universidad de Madrid, y ha seguido desde entonces en relación amistosa con él y su familia) y explotando algunos textos poéticos -particularmente los escritos en London desde su llegada hasta 1975- se hace una biografía del homenajeado y una revisión del conjunto de su obra poética y narrativa.




Preámbulo

Desde este rincón universitario y profusamente nevado de Québec, el autor, obedeciendo a la convocatoria de la Asociación Canadiense de Hispanistas reúne recuerdos, acopia documentos, consulta archivos y reconstruye, para ejemplo y uso de sus compañeros, la verdadera historia de uno de ellos, muy conocido en el mundo de las letras como novelista y poeta. Pero bien pocos españoles saben que este escritor emigró hace ya años al Canadá, y que hoy vive en la ciudad de London, en Ontario. He aquí, esquemáticamente trazados, los capítulos de esa novela de emigrante, tal como el autor, viejo amigo y compañero del héroe, los ha comunicado al narrador.






Capítulo I


Cuando alguien por la espalda le sujetó los brazos
quiso gritar pero una mano
le amordazó la boca.



El héroe involuntario de esta verídica novela nace en Madrid, en una calle cercana a la glorieta de Cuatro Caminos, el 13 de julio de 1930. Venía dispuesto a nacer un día de sonado aniversario, pero comadre y doctor, gentes de orden, aceleraron sin duda el alumbramiento para evitar ese perenne baldón a la cédula personal del niño, a quien para mayor protección, se le puso en las fuentes bautismales bajo la protección directa del Niño Jesús, parámetro de la inocencia. Pero Cuatro Caminos es barrio de encrucijadas, y la familia del héroe toma pronto por uno de esos cuatro caminos para adentrarse en las serranías y secarrales de España, siguiendo al padre, experto montador de centrales hidroeléctricas, y su infancia y sus primeras escuelas se sitúan en campo abierto, al azar de los paternos trabajos. Las estrecheces, los pasos para peatones, las limitaciones y amontonamientos municipales y urbanos le serán cosa desconocida: hasta el final de la guerra civil, la infancia del héroe transcurre bajo el signo de la libertad. Pero con el final de la contienda, la familia se establece en Madrid, y de 1941 a 1948, el niño adolece y se transmuta camino de hombre en los caminos de asfalto, en los parques municipales, y en el Instituto «Cardenal Cisneros». Nuevos atentados a la libertad del héroe, en el que ya se ha despertado una rebelde vocación de escritor: bajo el signo de Cisneros, el profesor de literatura es Don Ernesto Giménez Caballero, falangista, autor de La infantería española, de Genio de España, de Roma madre. Pero detrás de Jesús está ya un diablo rebelde, mitad obrero y mitad campesino, y donde sus demás compañeros de clase ven una almidonada camisa azul, que detiene y edifica, él encuentra un cristal de azogue que atravesará descaradamente para penetrar en el país surrealista y blasfematorio de Los toros, las castañuelas y la Virgen, de Yo, Inspector de alcantarillas, de Julepe de menta, de Carteles, de La Gaceta Literaria, que don Ernesto oculta cautelosamente tras el cartón piedra de su imperial hispanismo. Y por esos vericuetos de la rebeldía, mano a mano con Humpty Dumpty, domador de vocablos; el ya joven poeta pasa las horcas caudinas del examen de estado, y en 1949, ingresa en la Facultad de Filosofía y Letras. Espera encontrar allí una escuela de creación literaria, un equivalente de lo que la Escuela de Bellas Artes es para pintores y escultores en agraz. Error muy frecuente entre los jóvenes escritores de aquellos y todos los tiempos. Para entrar en la Facultad tendrá que oponer una resistencia terca a la opinión de los padres, que quieren para él una carrera técnica, un «sólido porvenir de ingeniero». El héroe se templa en la rebeldía, no temiendo a la amenaza de ser enviado directamente al mercado de trabajo. Ceden por fin los padres, y el puente levadizo del alcázar de los trovadores desciende para dejar paso al paladín candidato. Pero tras las murallas no hay sino una cueva de malandrines, donde se dan lecciones de erudición para formar profesores de instituto, donde se hace filología, se estudia lingüística histórica pero se enmascara la historia y se huye cuidadosamente de hablar de los grandes héroes de la poesía contemporánea. Pero López Pacheco a diferencia de tantos otros jóvenes aprendices de escritor -Aldecoa, Fernández Santos- continuará hasta el final sus estudios. Su tesis de licenciatura «es un manifiesto de su descontento: por primera vez puede escoger el tema de estudio, y lo hará sobre uno de esos héroes innominables: Pedro Salinas».

Su actividad como escritor es ya abundante y constante durante sus últimos años en la universidad. En 1952 presenta al premio Adonais una colección de poemas inéditos, y logra el Accésit. En octubre de 1954, al entrar los estudiantes de quinto año de Filología Románica en las aulas, llevábamos todos bajo el brazo un librito titulado Dejad crecer este silencio, en el que se anuncia ya la resistencia del poeta a quedarse encerrado en los urbanos trazados de la ciudad y en las coordenadas del egotismo:


Ya estoy cansado
de estar siempre conmigo.
Quiero estar en las cosas,
decirme adiós
cuando me cruce conmigo.
Dejar de ser una mandíbula
desconocida
que no se cierra jamás sobre mi sombra.
Hacer sincera mi espalda.
Redimirme en una cruz de direcciones.
Enseñarme a las cosas
linealmente sincero.



López Pacheco conoce el servicio militar en las Milicias Universitarias, y su insumisión atrae sobre él las cóleras jerárquicas. El Joven Poeta se encoge de hombros, se sale de filas y se quita los galones: no aspira a más laureles que a los de sus versos libres ni admite más milicia que la del trabajo. Durante sus veranos de vacaciones, entra en el Servicio Universitario del Trabajo para ir con los pescadores asturianos de Cudillero, que comparten con él la borona, el pescado y las fatigas cotidianas. En 1955 el Joven Poeta se manifiesta como narrador, y obtiene el Premio Sésamo de cuento. Amasa su primera novela con la materia de sus recuerdos, la experiencia de sus trabajos y la oculta levadura de sus convicciones ideológicas. Central eléctrica se titula esta novela cuyo manuscrito entra en el concurso para el Premio Nadal, mientras su joven autor entra en la Cárcel de Carabanchel. Su decisión de implicarse en la difícil tarea de concientizar a la juventud universitaria, de desvelar la ingrata realidad dictatorial-clasista en la que viven y de la que se nutren le ha llevado a participar en la organización de un congreso de jóvenes escritores, que es considerado como un acto de subversión.

Aquí le sopla el autor al narrador que el tribunal literario del Premio Nadal había condenado por votación secreta al creador de Central Eléctrica a cargar con la gloria del premio. Pero ¿qué vientos de escándalo no hubieran soplado sobre España si la cena de gala con que se honra al triunfador del Nadal hubiera de trasladar sus manteles del Hotel Ritz de Barcelona al Hostal Nacional de Carabanchel, y los comensales tuviera que dejar el smoking por el rayadillo? Quedó pues el rebelde en honroso finalista, y se calzó con el premio al Padre Martín Descalzo, porque por entonces aún no se había descubierto que no todos los tonsurados visten el negro de la sumisa obediencia, ni confunden las órdenes con las ordenanzas.

No bastó con quitar el premio a López Pacheco. El libro se editó en la colección del Nadal en abril de 1957, y comenzaba la sistemática actitud de silenciar, prohibir y emplear toda clase de maniobras dilatorias para evitar que el éxito obtenido ante el jurado se convierta en un triunfo ante el público lector. Las críticas tienen que reconocer el valor del libro, que pronto va a ser traducido a otros idiomas. Para 1962 se han hecho en Europa más de 50000 ejemplares de sus diferentes versiones, que en su original español seguirá en los 3000 de su primera edición hasta 1970, esperando mejores tiempos para el «aperturismo». A los 27 años, los expertos lo consideran un escritor maduro, de quien cabe esperar una obra de la mayor importancia. Esta novela, escrita entre 1953 y 1956, nos lo muestra ya como novelista dotado de una auténtica voz épica, destacándose por ella entre los demás narradores que, por los mismos años, y con idéntica vocación y compromiso, escriben novela social. En Central Eléctrica ya se evidencia, en la medida en que las circunstancias españolas del momento lo permiten, la afirmación de una conciencia socialista, la implicación, el compromiso de su autor con la realidad contemporánea de España.

Y al mismo tiempo, la voz del poeta corre paralela a la del narrador: el «silencio» juvenil de sus primeros poemas ha crecido y se manifiesta en su segundo libro poético, de significativo título: Mi corazón se llama Cudillero (Mieres, 1961), resultado de su aprendizaje de vida difícil y humana solidaridad.




Capítulo II


Cuando alguien por la espalda le amordazó
la boca quiso empezar a dar patadas:
tenía los pies atados.



Otro de poemas, bajo el título Pongo la mano sobre España aparecerá en Roma en 1961, tras haber sido finalista del Premio Internacional Omegna. El libro sigue inédito en España. Cuando aún el poeta sigue entre los cuatro muros de su cerrada patria, sus palabras han alzado ya el vuelo hacia menos inquisitoriales climas. A veces el poeta alcanza ese difícil equilibrio entre simulación y sinceridad, ese arte de las medias palabras y del eufemismo para iniciados que logra atravesar las espesas redes defensivas de la censura. Así aparecen en Barcelona las Canciones del amor prohibido (también en 1961). Hablando, a un primer nivel, (el que leyeron los censores) de las dificultades de dos amantes jóvenes para encontrar refugio para su amor «por libre», en un segundo nivel se relee como el amor de justicia y libertad. A veces las connotaciones ascienden a un nivel denotativo tan claro que demuestran la obtusa miopía de los censores:



Me hacéis tristes los ojos
más alegres del mundo.
Oscurecéis el nombre
más claro de la tierra.

Las manos que yo amo
tiemblan frecuentemente.
Y el miedo entre sus labios
humedece mis besos.

Por eso pido siempre
gritando un nuevo día.
Un amor como lava
que queme la tristeza.

Vendrá, oigo su ruido.

Yo garantizo luz
para pronto. Prometo
fuego y amor al mundo.

Vendrá. Oigo su ruido.
Y ay de los oscuros,
de los que ahora manchan
este querido mundo.



El poeta y María del Sol -la del «nombre más claro de la tierra» - legalizan su unión y el núcleo familiar crece en el recogimiento. Pero el héroe trabaja incansablemente: relatos, poemas, ensayos, críticas. Sus conocimientos adquiridos en la Universidad habrán de ser explotados como fuente de recursos, y el novelista se hace traductor de obras ajenas. Y mientras él traduce para su publicación en España libros de Brecht, de Chejov, de Umberto Eco, de Ottieri, de Georges Perec, de Evtuchenko en Milán y en Berlín, en Moscú y en Praga se traducen y publican los poemas que en España no se leen. Director literario de la Editorial Horizonte, miembro de redacción de la revista Acento, toda esta febril actividad está siempre orientada, como sus conferencias, sus lecturas de poemas, y sus viajes, en un mismo sentido. Todo responde a una misma y entera actitud de compromiso social y de responsabilidad solidaria con los problemas de su país. La lucha por romper ataduras y deshacer mordazas conoce todavía, por estos años, momentos de clara esperanza que permiten recobrar las fuerzas perdidas en las largas horas de bruma y de grises.




Capítulo III


Los ojos no se los vendaron: tenía que ver
la más lenta tortura
de su amor prisionera.



El ver se hace meditación, y la meditación palabra pensada, que del cerebro va al papel por el camino del corazón y de la mano. Y el héroe escribe en el último refugio de su casa, un alto piso en el nuevo Madrid, de la calle del Doctor Fleming, ese barrio lleno de americanos que los castizos llamaron Corea.

Su manera de escribir puede resumirse en una constante búsqueda de un realismo global, en el que se asimilen y adapten todas las nuevas técnicas, todos los descubrimientos y osadías estéticas de las vanguardias literarias, junto con las imborrables lecciones de Cervantes, de la tradición picaresca y popularista: todo lo que pueda ser aprovechado para enriquecer y potenciar la eficacia de ese realismo total será materia útil y utilizada.

En ese sentido se van construyendo tanto su obra poética como su obra novelesca. Tras el éxito de su novela breve El hijo, publicada en Lima, en 1967, López Pacheco empieza la construcción de su segunda novela, que aparecerá con algún retraso y también fuera de España, con el título de La hoja de parra (Méjico, Ed. J. Mortiz, 1973). La complejísima construcción de la novela y la acumulación de muy diversos elementos y contenidos narrativos, así como su variedad tonal (que van de la fría actitud del informador-narrador no implicado hasta la burla y la parodia grotesca, pasando por los tonos doloridos e irónicos) hacen de ella el primer gran ensayo de ese realismo total en el que se superan y sintetizan todas las corrientes realistas tradicionales con los elementos normalmente adscritos a formas no-realistas e incluso fantásticas: narración maravillosa, relato heroico-popular a la James Bond, relato de ciencia-ficción, amalgamados en una síntesis irónica con los modos clásicos de la mística-ficción.

La riqueza y complejidad de esta novela no impiden la fluidez con que se realiza su lectura, que absorbe al más prevenido contra la temible secta de los innovadores. Cualquiera, víctima o testigo de la sociedad de represión total -donde todo, de Marx a Sex, está prohibido- presenciará alborozado las desenfadadas salvas de artillería caricatural, las escocientes perdigonadas de sal ática y sal gorda, con las que el narrador y algunos personajes muy allegados del autor -por no citar más que al «Joven Poeta»- ponen sitio a las murallas de esa Ávila medieval y simbólica y levantan con alegre descaro esa monumental hoja de parra -mal llamada piel de toro- con que se ocultan pudorosamente las peludas e hirsutas realidades de la existencia. ¿Cómo y cuándo llegará este libro de desenfadada y mordaz demitificación al país de la Alienación Babieca? Sólo Dios y la bola de cristal del doctor Kissinger lo sabían antes de 1975.




Capítulo IV


Mordió la mano que le amordazaba
la vida.
Gritó, se revolvió, rompió ataduras.
Rescató a sus rehenes y se fue.



Hacia 1968, nuestro héroe, ya con tres hijos, ha llegado a una situación insostenible. Mientras que en Europa se le conoce y se le lee, en España su poesía está prohibida; mientras un equipo de la Televisión Italiana viene a entrevistarle en su casa (porque la Embajada de Italia acaba de concederle un premio en reconocimiento a su labor como difusor de la literatura italiana) una lectura pública de sus poemas, anunciada y autorizada para una tarde de primavera, al pie del monumento a los Héroes de la Independencia, donde tiene lugar una exposición de jóvenes artistas, se verá suspendida en el último momento. Dos corteses y amables caballeros, armados de las insignias del Orden aparecerán para desautorizar lo autorizado y disolver la concentración de oyentes. No es la primera vez que se emplea con nuestro héroe esa refinada tortura psicológica que, con fines terapéuticos y sanitarios -hay que dar las gracias, encima, al cirujano que os amputa ese funesto tumor cerebral, esa pertinaz manía de pensar por vuestra cuenta- se realiza una y otra vez. Pero ésta será la última -o la penúltima-: ni López Pacheco ni su esposa, ni sus hijos pueden soportar por más tiempo esa vida de constante inquietud y desazón. Como un reflejo pavloviano, cada vez que suena el timbre de la puerta, las glándulas del temor segregan, casi siempre por nada, su ácido corrosivo.

Y el poeta recoge sus bártulos y escribe cartas pidiendo trabajo fuera de España. No importa dónde: sólo romper esa atadura y obtener un tiempo de reposo, un compás de espera donde destilar la amargura en renovada esperanza. Llega el ofrecimiento de un puesto de profesor en el departamento de español e italiano de la Universidad Western Ontario. Tras innumerables gestiones, antesalas e impedimentos -el Orden se descubre de pronto una vocación de perro de hortelano-, tras ese último baño en la Estigia kafkiana, Jesús y Marisol, con Bruno, Alejandra y Fabio, dicen a todos y a todo un adiós de tristeza y de alivio.




Capítulo V


Antes que hacerse cómplice o traidor se hizo emigrante.



El poeta, al emprender su viaje, manifiesta sus sentimientos. De ellos queda constancia en poemas como el que transcribimos:




Para ser español


(soneto de amor y de rencor)


Me llevaré tu imagen desgraciada,
y volveré a nacer para la vida
donde no esté mi vida condenada.

De mí jamás podrás decir tú nada.
Al llegar te encontré triste y vencida.
Triste y vencida estás a mi partida.
Yo te he dado mi lucha. Tú a mí, nada.

Me has roto la esperanza día a día.
Me has manchado de hastío, de amargura.
Me has matado a vivir tu vida dura.

Antes que hagas de mí quien no quería
me voy aunque abandone en ti mi entraña:
para ser español me arranco a España.



Ya instalado en su amable refugio canadiense, la poesía de nuestro, héroe se va liberando lentamente de ese duro potro de amarguras, recuperando un optimismo al que no es ajena la cordial acogida que le deparan viejos y nuevos amigos, que le ayudan a resolver todos los problemas creados por la adaptación a un país tan distinto del suyo, a una lengua y unas costumbres hasta ayer casi desconocidas. Y lentamente, el país inmenso le va transfundiendo sus blancas lecciones de serenidad. Tímidamente, como pidiendo perdón por su oscuro dolor, el Poeta empieza «la segunda parte de su vida»:


Canadá, página de nieve. Empiezo
lentamente a escribir en ti los pasos
de la segunda parte de mi vida.
Casi temo mancharte la blancura
con huellas del dolor que me he traído.
Para escribir en nieve versos nuevos
yo quisiera ser blanco. Pero tengo
el dolor de la vida que he vivido.



La rueda de las estaciones tiene en este país boreal sus eternos mecanismos desnudos de brozas, y la potencia de sus cuatro radios se manifiesta en toda su cabal grandeza, provocando la admirada meditación del poeta. Llegado a London ya a comienzos del invierno, es ese contraste del riguroso hielo con el deslumbramiento solar, armadura pavonada que protege y vela el sueño de la próxima e inevitable primavera, lo que primero deja su impresión en nuestro héroe:




Tres poemas breves y una comunicación



1.

Está tan frío el mundo
que duele la vida en los ojos

inútil sol que solo sirves
para hacer que la nieve sea más nieve.


2.

Y sin embargo el agua
aún vive bajo el hielo
donde el agua se defiende de ser hielo

la hierba está esperando
abrigada del frío por el frío.


3.

Nadie muere de frío
de distancia

como los árboles déjate
helar para guardar la vida dura-
mente mientras la vida es dura y fría

las yemas de los dedos de los árboles
no han perdido el color de la esperanza


4.

si llamas
al bosque
por teléfono
lo cogerá el invierno
seguramente

pero si vas
al bosque
en invierno
hablarás con los árboles
directamente
sobre la inevitable
primavera.



Tras la explosión de la primavera, la andadura fecunda del maduro verano, al que parece marcar el tempo la lenta progresión de sus grandes ríos, produce la reflexión del poeta. Y en el espejo de este mundo nuevo, la vieja imagen castellana de Jorge Manrique se invierte, y la muerte cede el paso a la vida:



Nada saben los ríos ni los lagos
nada saben del mar
nadie diga a los ríos que su vida es morir
y su muerte es el mar

ser río es ir luchando por ser más río siempre
por ser -¿quién sabe?- el mar
ser río es ver pasar y ser pasando
ser río es ir dejando atrás el cauce necesario
el camino los árboles las piedras
ser río es ir buscando más árboles más piedras

ser río es ir abriendo camino para el río
recibiendo las aguas de los ríos que han sido y siguen siendo
ser río es preguntar vivir viviendo
sin aceptar jamás la respuesta del cielo
ser río es no ser lago defendiendo
la libertad del agua por encima de todo entre la tierra
ser río es ir dejando haber dejado
el mismo hilo para siempre por el mapa

ser río es ir viviendo hacía los ríos
hacia la mar
que es el vivir.



La belleza-tranquila de este universo, al que apenas molesta el mosquitil tric-trac del «Kodak» turístico, el vaqueril chic-chac de la goma de rumiar, va penetrando pausadamente en nuestro poeta:




Lago canadiense. Tarjeta postal


No te verán los ojos sino las cámaras fotográficas
lago entre las montañas más viejas de la tierra
cargadas de hombros pero cubiertas siempre
por una juventud de árboles interminable
no te verán isleta juguete de las aguas
paraíso pequeño para niños que sueñan con canoas
no te verán cuando al amanecer las hijas
recién nacidas de las nubes
vuelan y bailan al ras de las olas iguales y pequeñas
dibujadas por un indio que ya no viene a verlas
no te verán aunque te miren un momento
desde alguna terraza:
se taparán un ojo y cerrarán el otro
apretarán la palanquita y sonará
el ruidito más seco y más frío de este mundo.
Yo te he visto con los ojos abiertos
hasta la cámara clara de mi corazón,
y te he dejado entrar en silencio y despacio,
porque quiero llevarles, también, a los que amo
tu belleza de tarjeta real
pequeño lago canadiense.



Y el supremo gesto clásico del otoño, despojándose de todo lo superfluo para mejor extraer la lección del ciclo vital, es para nuestro Poeta no objeto de melancólica tristeza, sino de aprendizaje de una paciente ordenada espera esperanzada;



para hacer la esperanza roja como el otoño hace
cada año

para dejaría caer después hasta quedarse
con los huesos desnudos

para al fin un día
a fuerza de firmeza fría
ver como vuelve el verde bajo el viento

para de nuevo comprobar la verdad de la flor
la verdad de la rueda y el camino

para volver a hacer como el otoño hace
hermosa y necesariamente cada otoño

mientras crecen los árboles los bosques.



Así, como las seguras coníferas de su país de acogida, López Pacheco va creciendo y ensanchándose por dentro, mientras comparte sus múltiples saberes con los estudiantes, y se entrega con la misma tranquila morosidad a la complicada empresa de traducir en verso castellano la obra de Dante Alighieri. Las pruebas de la fecundidad y la expansión de su arte de escritor se irán acumulando en nuevos libros de verso y prosa. De su enfrentamiento con la nueva tiranía electrónica surgirán su entremés; cibernético (17 sílabas, 8 palabras) y su novela, todavía inédita, El homóvil.

Como todo emigrado, López Pacheco soñó en una tercera etapa de su existencia, en la que pudieran ser útiles para la modificación de su país nativo las experiencias del exilio, la mirada distanciada que iba adquiriendo de lo español. Podía ya a los siete años de su extrañamiento; contemplar a España, si no con la impasible frialdad de lo ajeno, sí con la limpieza de los recuerdos lejanos:


Quitarse a España de encima para mirarla por fin sin su peso
ya libre el pensamiento de raíces con más barro que savia
el corazón sin tierra luchando contra el frío del mundo
el olor de un recuerdo sobre toda la piel
y una terrible ansia por cambiar de madre
imposiblemente amada sin embargo hasta el primer dolor
de su dureza perdida.



El narrador de esta historia, cuando primero se puso a redactarla, allá por 1974, al llegar al cabo de su calle del tiempo, y con vislumbres confusas de la plaza en la que pudiera desembocar, ponía un punto suspensivo de esperanza a esta verdadera historia, y la epilogaba con la frase citada: «Un día volverá más joven»; considerándola introductoria a la próxima novela de nuestro héroe. Pero han pasado diez años. Dicen que Franco ha muerto, que en España hay democracia, que las editoras españolas han publicada todos los libros prohibidos del héroe. Pero éste no ha vuelto, ni volverá más joven. De lo que ha pasado entretanto, el narrador tendrá que esperar aún otros diez años más para empezar la blanda parte, a la manera tradicional: «Veinte años después...». Pero... ¿Podrá empezaría? ¿Podréis vosotros escucharla?





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