Presentando en
1962 el libro Poemas de un joven, donde en poco más
de un centenar de páginas Ernesto Cardenal reunía
toda la obra poética de Joaquín Pasos1,
él nos proporcionaba interesantes noticias acerca del poeta,
nacido en Granada, Nicaragua, el 14 de mayo de 1914 y muerto muy
joven, el 20 de enero de 1947. Cardenal nos cuenta de su infancia,
acudiendo a una prosa sencilla, casi «in sordina», para
mejor celebrar al personaje que pasó rápidamente y
sin excesivo ruido por la vida:
«[...] muy
pronto comenzó a hablar. Le llevaban su botella de leche a
la escuela y la bebía ahí acostado en el suelo porque
sólo así la podía beber. Amaba mucho los
perros y tenía uno llamado "Gobi" que murió cuando
Joaquín tenía doce años. Cuando Joaquín
iba a morir dijo a su mamá que quería tener un petate
y un perro, para recordar su infancia. La infancia de
Joaquín fue en Granada. En el patio de su casa había
un palo de mango donde él se subía a leer. Cuenta su
mamá que desde el palo le gritaba que quería pan, y
ella le subía el pan al palo. Pablo Antonio Cuadra, que era
primo de Joaquín, me ha contado que fastidiaba con los
perros. Pablo Antonio Cuadra pertenecía a una banda que se
llamaba "La Mano Bermeja" y Joaquín pertenecía a una
banda enemiga que se llamaba "La Mano Negra". Un día "La
Mano Bermeja" le capturó el tesoro a "La Mano Negra", y
entre las cosas del tesoro había un cuaderno de versos de
Joaquín. Pablo Antonio que ya por entonces comenzaba
también a escribir versos admiró los versos de
Joaquín y desde entonces fueron amigos.
[...]».2
En el veinticinco
aniversario de la muerte del poeta los «Cuadernos
Universitarios», de la Universidad Nacional Autónoma
de Nicaragua, León, reprodujeron el prólogo con que
Pablo Antonio Cuadra presentó Breve suma, y de
ahí aprendemos otros detalles en torno a la extraña
personalidad del poeta:
«Para un
conocimiento mayor de Joaquín Pasos debo decir, desde el
comienzo, que es un hombre completamente ajeno a su
biografía. He sido su amigo desde niño y soy testigo
que sólo muy raras veces ocupa su identidad común. No
voy a asegurar que su biografía está en sus poemas,
sino que es mucho más fácil encontrarla allí
que en Joaquín Pasos. Al menos en sus poemas aparece el
enunciado de una vida que nunca se ha preocupado por realizarse de
otro modo y que, a falta de otras huellas, debemos suponer que
posee más realidad que otras realidades suyas que el poeta
no habita. Lo demás no sabemos cómo sucede: el arte
siempre tiene la simplicidad inexplicable del
milagro»3.
Y continúa
Cuadra:
«Joaquín Pasos comenzó a escribir buscando
decir una cosa distinta de lo que escuchaba. Perteneció a
una generación martirizada sobremanera por la palabra, una
generación "íngrima" pues ni siquiera tuvo
precursores, y que se vio obligada abrirse paso con una esgrima
incesante y dolorosa contra todo lo ambiental, capitalizado por las
letras llamadas entonces "patrias". Pertenecimos ambos, dicho con
otras palabras, a una generación que tuvo que crearse, al
nacer, su propia madre. No teníamos Patria ni Matria. No
teníamos leche para el hambre y la sed espantosa de una
infancia infatigable. La loba romana, recetada por Rubén,
pudo auxiliarnos en la primera y más efectiva soledad
gracias a la educación clásica de los Jesuitas. Pero
ellos nos dejaron en el siglo XVIII. Allí, al borde de esa
fría centuria, fue donde encontré por primera vez a
Joaquín Pasos, procurándose caminos. Creo que desde
ese año Joaquín abandonó su biografía,
creándose otro mundo que pudiera contener sus rutas. No
volvió a ocupar - salvo raras excepciones - su otro
transcurso corriente por la vida [...]».4
Fundaron
así, los dos amigos, la «Anti-Academia de la
lengua» y publicaron su manifiesto de rebeldía.
Joaquín Pasos vivió cada vez más fuera de
sí mismo, en el mundo que se iba creando y cultivando
él mismo, una realidad creada por la fantasía, pero
que poco a poco debía dejar espacio al peso de la realidad
verdadera. Las necesidades de la vida lo llevaron a ocupar por un
tiempo un puesto como Secretario del Protocolo en el gobierno de
Somoza; pronto lo dejó para dedicarse a una revista
«literaria y política y humorista», nos informa
Cardenal5,
Ópera Bufa; trabajó luego en «Los lunes de La
Prensa», y más tarde en «Los Lunes de la Nueva
Prensa», dedicándose a atacar a Somoza, que «era también humorista (uno de los pocos
tiranos jocosos que ha habido), pero nada le irritaba tanto como el
que lo atacaran con humor»6.
Consecuencias inevitables fueron la cárcel y la
supresión del suplemento, repetidas veces. Pasos fue, en
suma, un personaje particular, desarreglado y bohemio. Derrochaba
el dinero, como derrochaba su vida, y murió tempranamente.
Ernesto Cardenal nos lo cuenta sencillamente y la escena asume un
tono surreal:
«Los
últimos años llevó una vida más seria,
pero el organismo lo tenía minado. Fue empeorando
lentamente. Murió el 20 de enero de 1947 a la una de la
madrugada, cuando tenía treinta y dos años. "Los
Lunes" habían salido a las 12 del día y como
él era el director estaba esa tarde en su cama haciendo las
cuentas de la ganancia de la edición. Entró su
hermano Luis y le dijo: "Cómo pensás en eso cuando
debieras pensar en Dios. No debemos engañarte: te
estás muriendo". Joaquín preguntó a su madre:
"¿Es verdad lo que me dice Luis que me voy a morir pronto?"
Ella le respondió: "Sí hijo". Y luego exclamó:
"Dios me lo dio, a Dios se lo devuelvo". Joaquín
quedó callado un rato. Luego le dijo: "Poneme enfrente el
crucifijo". Eran las 7 de la noche, 6 horas antes de su muerte.
Desde entonces quedó mirando todo el tiempo el crucifijo
hasta que murió. Manolo Cuadra dice que poco antes de morir
le oyó decir: "Todo está preparado". Y
también: "No hay nada que temer". A su madre le había
dicho antes - porque tenía el pecho lleno de medallas -:
"Tengo más condecoraciones y medallas que Somoza, y
más valiosas". Fue enterrado con un crucifijo y un
escapulario».7
Una figura curiosa
la de Joaquín Pasos: rebelde hacia la vida, parece tomarla
en broma, cuando sufre intensamente el problema de vivir. Casi se
diría que lo domina un ansia de destrucción. Nada
concreto llega a concluir, ni siquiera la edición de sus
poemas, que deja, sin embargo, ordenados en varias secciones, las
que respeta Ernesto Cardenal cuando edita Poemas de un
joven. Pero el título de estas secciones, indicado por
el mismo poeta, denuncia siempre una insatisfacción, cuando
no una nota de transparente ironía: Poemas de un joven
que no ha viajado nunca, Poemas de un joven que no ha amado nunca,
Poemas de un joven que no sabe inglés. De la insistida
negación se salvan Misterio Indio y
Corales. Lo anterior significa descontento
polémico, afirmación del sueño y la
fantasía en el primer caso, en el segundo descontento
afectivo radical, junto con una atracción hacia la mujer que
no encuentra su cauce-, los poemas del tercer sector, a pesar del
título, son todos en inglés.
Movido por la
curiosidad y la fantasía, Joaquín Pasos fue una
suerte de «viajero inmóvil», pues nunca
salió de su país. Enamorado siempre, nunca tuvo un
amor firme y duradero. Sin embargo, las ilusiones fueron muchas,
algunas entusiasmantes, otras fracasadas o que le dejaron
aún más inquieto. Los Poemas de un joven que no
ha viajado nunca espacian en una geografía que parece
resucitar, en formas distintas, se entiende, desacralizantes, la
pasión por países lejanos, propias de tantos
hispanoamericanos, una curiosidad y una nostalgia filtradas a
través de la ironía y el humor, pero también
con notas interiores de tristeza. Será Alemania, será
Asia, será esa Noruega que nos presenta, como en un juego,
«suave como el algodón / con su
tierra de galleta / y sus costas roídas por el
mar», visión que inmediatamente desemboca en
imágenes surreales, inquietantes: «Cayó de un camión un bacalao
muerto / y lo cortó la guillotina del
tranvía» («Noruega»). En otro poema,
«Cook "Voyage"», la
representación gráfica se alía a la palabra
poética, creando distancias-, del barco pasamos a la
locomotora lanzada a una carrera desenfrenada, que coincide con la
de un amor imposible, en un tiempo proyectado hacia una
geografía exótica, lejana, y que
simultáneamente late dentro de las venas:
El tiempo
está en las arterias y en los émbolos de las arterias
locomotoras que van marchando con su tren hacia... Asia.
El «barco
cook» del signo gráfico «camina corre a bankok
con su carga de coke». Dentro del juego, duele la
frustración del sentimiento y una dominante desidia crea y
destruye contemporáneamente el sueño:
En el país nicaragüense
y en toda la zona ecuatorial
el sol sale del horizonte
bravo. Con una actitud de
arremetimiento como la del bisonte de Altamira.
Estiro una pierna, y viendo mi
zapato
pienso en lejanías y en las
puntas de los dedos del mundo.
¡Oh, dedos de los pies del
mundo, perdidos quién sabe dónde con las uñas
descuidadas!
Bostezo, mientras tú pasas
por todo mi ser como una corriente de desinfección
lavando todo lo gomoso y sucio que
puedan tener todos mis pensamientos.
Manera
inédita de celebrar a la mujer y el amor. Pero,
interpretando el espíritu viajero del nicaragüense,
según recuerda Cardenal, el mundo de Joaquín Pasos
era éste: «hoteles de ciudades
distantes, anuncios luminosos en lenguas extranjeras, bebidas
raras, la poesía de los lugares donde uno nunca ha
estado»8.
Ilusión y ciertamente insatisfacción radical.
Que también
se manifiesta en los Poemas de un joven que no ha amado
nunca. Interesado en la mujer, se diría, de manera
distraída, Joaquín Pasos, sin embargo, escribe
algunos de los poemas más inspirados dedicados a ella y al
amor. Como la melodía dulcísima de «Lullaby for a
Girl», su último título, que empieza con
estos versos:
Viene la noche volando
viene la noche viniendo
los sueños estás
llegando,
y el tuyo, niña,
esperando,
entrar cuando estés
sonriendo
¡Ay!, dueño,
pequeño dueño,
déjame soñar
tu sueño.
Dulzura y
armonía de la poesía amorosa romanceril del
«Siglo de Oro», y al mismo tiempo tan cerca de los
poemas de Pedro Salinas, el de La voz a ti debida,
también por el juego de desrealización del
personaje.
Porque
Joaquín Pasos en sus poemas parece buscar más un
fantasma que una criatura concreta. Cierto que para él la
mujer es también presencia que por su misma naturaleza
aniquila al hombre. En «Canción a la mujer
mujer», que subtitula «Poema irritante», porque
lo sigue un desacralizador comentario a cada estrofa, escribe:
Yo vi a una mujer,
Mujer mujer.
(Aquí cae uno muerto).
Y en el
«Grande poema del amor fuerte» la vitalidad del amor
encuentra expresiones tan eficaces como las siguientes: «Mi amor es un muchacho esbelto dentro de una
chaqueta.»; «(Mi amor, es
fresco y suave como la languidez de tus cabellos.); «Mi amor
brilla como el mundo sobre el mundo».
Pero,
¿dónde está la mujer? Parece que por fin la
encontramos en esa entidad, entre sombra y cuerpo, de la que en
«El filósofo a caballo», el poeta celebra la
seda de su «ropa íntima», la risa y la vitalidad
de su atractivo erótico, «cuando
echa atrás la silla para reír» y apoya el
talón sobre la alfombra, cuando subraya la «pausada
armonía» de una pierna «dibujada con la música más suave
que se puede encontrar en un concierto de pinos
enlunados». Una mujer que «agita el corazón cuando presiente el
mar». Pero hay una distancia, enorme, entre el enamorado
y ella, más bien ser pasivo e insensible, que carece de
vibraciones interiores. En su misma gracia, que por repetida cansa,
está presente la muerte, si al subir su ropa íntima
«recuerda con dulzura a los gusanos / que
pronto comerán victoriosamente tu cuerpo». Ella no
percibe más que a través de la declaración el
misterio del sentimiento:
Tú, ser que cansa
después del baño,
que aburres con la repetida gracia
de tus manos,
ligada al misterio con los actos
naturales de tu sexo,
que desconoces todo lo que yo te
diría si no existiese la lengua!
Llenos están tus ojos, tu
pecho.
Porque una nube de sangre riega tu
espalda y gotea en tus dedos.
No, tú nunca sabrás
qué pasa.
Mujer materia, no
espíritu, o de todas maneras misterio, ante el cual el
hombre experimenta un vértigo, una indecisión, un
trastorno interpretativo. Un ser que con lo concreto tiene poco que
ver, o nada del todo, y se esfuma en lo indefinible, como la mujer
de «Poema inmenso»:
En estas tardes tu perfil no tiene
línea precisa
pues no hay un límite en tu
gesto para el principio de tu sonrisa
pero de repente está en tu
boca y no se sabe cómo se filtra
y cuando se va nunca se puede decir
si está allí todavía
lo mismo que tu palabra de la cual
jamás oímos la primera sílaba
y nunca terminamos de escuchar lo
que decías
porque estás tan cercana con
esta lejanía
que es inútil preguntar
cuando vino tu venida
pues entonces nos parece que has
estado aquí toda la vida
con esa voz eterna, con esa mirada
continua,
con ese contorno inmarcable de tu
mejilla,
sin que podamos decir aquí
comienza el aire y aquí la carne viva,
sin conocer aún donde fuiste
verdad y no fuiste mentira,
ni cuándo principiaste a
vivir en estas líneas,
detrás de la luz de estas
tardes perdidas,
detrás de estos versos a los
cuales estás tan unida,
que en ellos tu perfume no se sabe
ni dónde comienza ni dónde termina.
Más que de
una mujer parece sentir Joaquín Pasos la sugestión,
el atractivo de «lo femenino». La suya es poesía
de alusión y ausencia. En «Canción de
cama» es precisamente la ausencia material de la mujer motivo
casi de desesperación, una desesperación del deseo,
parece, que no ha tenido satisfacción más que en los
gestos. La novedad consiste en esta que podríamos llamar
descripción por ausencia, contemplación de las
huellas del cuerpo femenino, ancla vital, sin el cual el
«corazón de la cama» aproxima la muerte:
¿Qué es esto si no la
ausencia de tu sueño, la pérdida de tu
respiración a mi lado?
Se ha perdido ya el hueco de tu
cuerpo
que era la voz de tu carne desnuda
hablándole íntimamente a la ropa planchada
diciéndole a qué
horas el brazo serviría de almohada
y como el tibio vientre
palpitaría como otra almohada viva, funda de seda de nervios
y de sangre.
Lo que en el
Neruda de los Cien sonetos de amor es orfandad,
desesperación, es aquí evocación, pretexto
para la expresión de un sentimiento en el que el poeta se
regodea. Porque no existe amor; existe .solamente la
atracción natural y la mujer se transforma, como en
«Construcción de tu cuerpo», en un ser abnorme,
que el poeta mismo construye, un «animal» que atrae y
destruye al mismo tiempo, que se agita y es inmóvil, pesando
como piedra. Real e irreal a un tiempo, la mujer provoca a poseerla
y a destruirla. Es una «tensa arquitectura», que flota
en «aires insospechados», y esencialmente materia,
capaz, sin embargo, del milagro:
Estás desnuda aún,
gran flor de sueño,
animal que agita las aguas del
alma,
emoción hecha piedra.
Tu realidad vacía pide
socorro en la ventana
llora su altura esquiva, resbala su
materia,
el deseo de quemarla sube en el
sediento fuego.
Bajan sólo las voces, las
cintas imposibles amarraos al recuerdo,
dos o tres pétalos.
Un río de agua negra cruza a
través de mi sueño.
Más que
nunca el tiempo, el sentido del vacío, la conciencia de lo
perecedero contrastan el fuego del deseo. Pero el amor es una forma
de existir, o la única forma, y el poeta vuelve a
reconstruir su sueño, depurando sus imágenes, como en
«Despedida»:
Es preciso que levantes el brazo
derecho
porque quiero llevar de ti un
recuerdo de árbol.
Quiero saber que dejo sembrada en
el horizonte
tu mano.
La vida, como un
«Barco que deja lentamente el puerto / en
medio de la noche, con rumores / de oscuras aguas sordas
removidas», se nutre ya de recuerdos. En «Imagen de
la niña del pelo» un ritmo lento, en
«sordina», arrastra hacia panoramas donde el amor se
vuelve melancolía, desilusión. Una refinada
música verbal crea paisajes delicados, color y perfume, y al
final desembocan en el desencanto:
Estar bajo el jazmín, la
casa sola,
el viejo patio con su piedra en
flor,
y los sueños cayendo como
pétalos
en el silencio que produce
olor.
El viento mece la delgada rama
que hiere al descubierto
corazón,
tengo toda la cara sumergida
entre las hojas del jardín
en flor.
Se olvida la raíz, se olvida
el árbol,
hasta se olvida la secreta
fuente,
muriendo así en el pelo de
tu espalda
y soñando vivir frente a tu
frente.
Resbala el tiempo entre las hebras
claras
y rueda, perfumado, por el
suelo;
en un instante quedan
encerrados
la luna, el sol, el mar, la tierra,
el cielo.
El momento
mágico lo interrumpe el deseo, la agitación que
provoca. Un cuadro estilo romántico, pero musicalmente
modernista, presenta a la mujer tocando el piano, con una
«música de niño». Pero siempre se trata
de un ser atractivo y su pecho, que en el respiro sube y baja,
despierta en el hombre, el deseo. Un misterioso instante divide a
los dos y luego el enamorado vuelve a buscar a la joven, como si
bajara a una realidad huérfana que se pierde en el
vacío:
toco una silla, vuelvo, voy
adentro
a ver si encuentro en el
jazmín tu huella
si dejaste una marca en la
carpeta
o una nota en bemol dentro del
piano...
sólo el tiempo tenaz que
cabecea
sobre este cofre negro y
solitario,
sólo una fruta muerta en la
despensa,
bajo el jazmín sólo
la oscura tierra,
lo borrado, lo neutro, lo
cualquiera,
lo que no es tuyo ya, pero que
salvo
de este naufragio loco a pura
fuerza
halando con un pelo, sólo un
pelo
en este mar preñado de tu
ausencia
donde se hunden las voces como
pétalos
donde el sueño ya es
sueño que se duerme
donde se acaba este pequeño
mundo
donde tus ojos últimos se
pierden.
Acaso sea la
única vez en que podamos darle una forma a la mujer de
Joaquín Pasos, aunque, fundamentalmente, ella es, para
decirlo con los versos de «Esta no es ella»
sólo un vacío
desnudo
en forma de una muchacha.
Otros problemas
urgían dentro de la intimidad del poeta. Honda
preocupación manifiesta en Misterio Indio por la
situación humana de su país. Ya en el grito que
lanzara en el poema «Desocupación pronta, y si es
necesario violenta», Pasos había declarado su
adversión hacia el extranjero ocupante -los soldados
norteamericanos-, reivindicando la consonancia de la tierra
nicaragüense con sus habitantes.
«¡Váyanse!», intimaba: «En este ambiente está el alma de un
pueblo / cuyo fondo de belleza no se os puede tirar con un
ticket como objeto de turismo».
Tampoco se le
escapaban a Joaquín los horrores de la guerra, que denuncia
en «Pintura de la guerra sobre un muro». Sobre todo, en
Misterio Indio, dejando a un lado el aspecto
vernáculo de varios poemas, le preocupa la condición
desamparada de su gente. «Estamos
desamparados en el mundo hediondo», declara desoladamente
en el poema «Nosotros» y en «India caída
en el mercado» contempla partícipe a la pobre mujer,
con su cuerpo flaco, «doblada por el ataque»,
afirmando, frente a la espectativa obscena de los presentes, el
íntimo valor de su humanidad:
Tan cerca de la muerte y tan
lejana,
su vida vale mucho, vale nada.
Los lustradores esperaban
obscenidades al levantar la
falda
pero ella tiene una desnudez muy
médica,
un lunar en la espalda,
y da la impresión de un ave
herida
cuando cae su brazo como un
ala.
Una poesía
que se vale de una expresión escueta, discursiva, de
términos aparentemente apoéticos, más bien
técnicos, que juega hábilmente con el contraste y
concluye con una imagen de controlada ternura. Un estilo que Pasos
adopta también en el poema «Los indios viejos»,
donde, sin embargo, el verso mantiene un ritmo que podríamos
definir sagrado, como conviene a la celebración de una
fragilidad solemne, a personajes en los que confluye, con la
sabiduría, la presencia de la muerte, que el lento
río, siguiendo la antigua tradición, evoca:
Los hombres viejos, muy viejos,
están sentados
junto a sus cabras, junto a sus
pequeños animales mansos.
Los hombres viejos están
sentados junto a un río
que siempre va despacio.
El viento mismo
los respeta, «los toca con cuidado / para
no desbaratarles sus corazones de ceniza»:
Los hombres viejos sacan al campo
sus pecados,
éste es su único
trabajo.
Los sueltan durante el día,
pasan el día olvidando,
y en la tarde salen a lazarlos
para dormir con ellos
calentándose.
Imágenes
surreales eficaces, que crean una atmósfera de honda
resonancia humana.
La última
creación poética de Joaquín Pasos fue el
Canto de guerra de las cosas, poema provocado por la
crisis que desembocó en la segunda guerra mundial. Jorge
Eduardo Arellano acerca el poema, por su hondura, al
Sermón sobre la muerte de César Vallejo, a
las Alturas de Macchu Picchu de Neruda y al Soliloquio
del individuo de Nicanor Parra, declarándolo
«gran poema de nuestro tiempo», más elemental y
emotivo que The Waste
Lande de T. S. Eliot9.
Y realmente se trata de un poema sobrecogedor, presentimiento
lúcido del naufragio humano, dentro del caos universal.
Domina los versos el sentido dramático de lo irremediable.
Carlos Jiménez C. ha destacado del poema el sentencioso
comienzo10:
Cuando lleguéis a viejos,
respetaréis la piedra,
si es que llegáis a
viejos
La codicia, la
criminalidad del hombre todo lo amenaza. No hay posibilidad alguna
de que el mundo pueda seguir adelante. Parece que Joaquín
Pasos está pensando en una destrucción atómica
de proporciones mundiales. La misma en que pensará Neruda en
La espada encendida. En el poema de Pasos el hombre ha
declarado guerra a sí mismo, desatando la venganza de las
cosas. El mundo ha quedado pura desolación y vacío,
esqueleto de lo que fue, añoranza doliente entre los
escombros:
Ni sudor, ni lágrimas, ni
orina
podrán llenar el hueco del
corazón vacío.
Mañana envidiarán la
bomba hidráulica de un inodoro palpitante,
la constancia viva de un
grifo,
el grueso líquido.
El río se encargará
de los riñones destrozados
y en medio del desierto los huesos
en cruz pedirán en vano que regrese
el agua a los cuerpos de los
hombres.
La lectura
apasionada del primer Neruda, el de Residencia en la
tierra, deja ciertamente su huella en estas visiones
trágicas. Carlos Jiménez C. lo advierte
también en las expresiones con que el poeta se enfrenta al
dolor del hombre11:
Dadme un motor más fuerte
que un corazón de hombre.
Dadme un cerebro de máquina
que pueda ser agujereado sin dolor.
Dadme por fuera un cuerpo de metal
y por dentro otro cuerpo de metal
igual al del soldado de plomo que
no muere;
que no te pide, Señor, la
gracia de no ser humillado por tus obras,
como el soldado de carne blanducha,
nuestro débil orgullo,
que por tu día
ofrecerá la luz de sus ojos,
que por tu metal admitirá
una bala en el pecho,
que por tu agua devolverá su
sangre.
Y que quiere ser como un cuchillo,
al que no puede herir otro cuchillo.
Pasos siente su
corazón «fugitivo», la sangre «cal de mi
tumba incorporada a mi muerte», el futuro «envuelto en
papel de estaño». Un sentido alucinado de la nada
revuelve la lógica de las representaciones; domina una
realidad sin respuestas, sin resonancia, una presencia
escalofriante de muerte. El poeta crea e interpreta un mundo
muerto, apagado, sin futuro, del que se siente parte. Desde una
intimidad aniquilada, una ceguera total, sólo el olfato
puede percibir al mundo:
Desde mi gris sube mi ávida
mirada,
mi ojo viejo y tardo, ya
encanecido,
desde el fondo de un vértigo
lamoso
sin negro y sin color completamente
ciego.
Asciendo como topo hacia un
aire
que huele mi vista,
el ojo de mi olfato, y el
murciélago
todo hecho de sonido.
Todo ha sido
destruido y sólo hay muerte en derredor, provocada por el
hombre, que regresa a la selva y la difunde:
Somos la orquídea del
acero,
¡florecimos en la trinchera
como el moho sobre el filo de la espada,
somos una vegetación de
sangre, somos la muerte recién podada
que florecerá muertes y
más muertes hasta hacer un inmenso jardín de
muertes.
Como la enredadera púrpura
de filosa raíz,
que corta el corazón y
siembra en la fangosa sangre
y sube y baja según su
peligrosa marea.
Así hemos inundado el pecho
de los vivos,
somos la selva que avanza.
Del hosco
panorama, de la constatación de que «no hay nada
exacto», de que todo se ha trastocado, de que la vida parece
haberse ido «hacia el país del trueno», surge el
dolor como sensación de vida. La naturaleza no produce
más que podredumbre; en el inmenso silencio que forman todos
los ruidos del mundo nada vive, no queda esperanza. En La
espada encendida Neruda anuncia un rescate pleno a
través de la ternura y el amor: «Tú eres el infinito que
comienza», dice Rhodo a Rosía, y ésta le
asegura: «Sobre esta piedra /
esperaré para encender el fuego». El mundo vuelve
a empezar: «Me darás cien
hijos», dice Rhodo; «Poblaré la luz», le contesta
Rosía. En el Canto de guerra de las cosas no existe
futuro, nada, ni el «dolor entero», puede ablandar al
Señor de los Ejércitos, porque el crimen del hombre
no tiene rescate:
He aquí la ausencia del
hombre, fuga de carne, de miedo,
días, cosas, almas,
fuego.
Todo se quedó en el tiempo,
Todo se quemó allá lejos.
Fúnebres
acentos habían dominado también algunos poemas de
Misterio Indio: la «Elegía del pez»,
que muere en la playa, mientras «En vano
el agua que hacia el pez se inclina / le ofrece el seno de licor
salobre»; la «Elegía de la
pájara», a la que el poeta ofrece abrigo en su dolor:
«y que tu cuerpo tibio descanse para
siempre / en mi dolor que tiene la forma de tu nido». Es,
sin embargo, en «Cementerio» donde más expresa
Pasos la conciencia de una frustración total; el mundo es un
recuerdo inmundo y todo se transforma en piedra, en polvo. La
difícil experiencia de vivir se ha transformado en
fracaso: