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José Rizal y la masonería

Susana Cuartero Escobés

José Antonio Ferrer Benimeli





Rizal, al igual que Martí, Sandino, Zapata..., por no citar los más «clásicos» de Bolívar, Washington y Lafayette, pertenece al panteón de masones ilustres, líderes de la libertad de los pueblos.

Pero en el caso del filipino José Protasio Rizal y Alonso, más conocido quizás por sus facetas de médico oftalmólogo, escritor y poeta, puestos a establecer paralelismos masónico-poéticos habría que situarlo junto al también masón Kipling cuyo poema «Mi logia madre» sería el equivalente del «Último adiós» escrito por Rizal en capilla unas horas antes de ser fusilado.

Pues Rizal, como Martí, Ferrer y Guardia, y Fermín Galán tienen en común su final frente al pelotón de fusilamiento que acabaría con unas vidas entregadas a múltiples causas, pero a los que el denominador común de haber pertenecido a la masonería fue motivo suficiente para pasar a la historia como mártires de la masonería, siendo así que ninguno de ellos lo fue por pertenecer a la masonería sino más bien por sus compromisos sociales y políticos vinculados en el caso de Martí con la independencia de Cuba1, en el de Rizal con la dignidad del pueblo filipino, en el Fermín Galón con el republicanismo, y en el de Ferrer y Guardia con el anarquismo.

Sin embargo, Rizal no fue filibustero y ni siquiera revolucionario, a pesar de que fue culpabilizado de tal para justificar su asesinato jurídico. Rizal pertenece a ese grupo de intelectuales reformadores que lucharon por una autonomía colonial que identificara a Filipinas con las demás provincias españolas. Rizal lo que siempre quiso fue conseguir para Filipinas una representación en las Cortes de Madrid donde poder defender los derechos de las islas y exponer sus deseos de reformas. Jamás se planteó la independencia, consciente de que el pueblo filipino no estaba preparado ni siquiera para la autodeterminación.

Pi y Margall, en su Historia de España del siglo XIX habla de un Rizal «fatigado» que ya no era ni siquiera el romántico que propagaba ideales de redención, sino que se había transformado en el hombre de orden que creía en la dominación española del progreso. Rizal -afirma Pi y Margall- nunca fue revolucionario de acción. Es más -dirá-, en la segunda etapa de su vida no lo fue ya ni de pensamiento, pues si se dudaba de su españolismo se indignaba. Sin embargo, Pi y Margall añadirá que los libros de Rizal Noli me tangere y el Filibusterismo en los que fustigó la Administración española y la acción de las órdenes religiosas en Filipinas, «abrieron los ojos de muchos filipinos que perdieron el respeto a los españoles y a los frailes». De forma que para el federalista catalán, los ideales separatistas en Filipinas nacieron al calor de los atrevimientos de estos libros con lo que Rizal fue el autor de la revolución. La paradoja de Rizal sería pues, la de que sin ser revolucionario ha pasado a ser considerado como el autor de la Revolución.

Rizal a los quince años había obtenido ya en el Ateneo de Manila el título de bachiller en Artes. En 1877 se incorpora a la Universidad de Santo Tomás para iniciar los estudios superiores que aplica simultáneamente a la Medicina, la Filosofía, el Dibujo, la Poesía y la Escultura. A los veintiún años, en 1882, Rizal decide venir a España. Para entonces ya era perito agrimensor, autor de una zarzuela (Junto al Pasig) estrenada en el Ateneo Municipal de Manila, y era portadora de varios premios literarios del Liceo Artístico Literario de Manila.

En Madrid, entre 1882 y 1885, alternó las clases de dibujo en la Academia de San Femando, con las tertulias en el Ateneo, los estudios de inglés, alemán y árabe y las licenciaturas de Medicina y Filosofía y Letras. En 1884, en una fiesta organizada por la colonia filipina de Madrid, Rizal, que sólo contaba 23 años, pronunció ya un importante discurso en el que expuso su pensamiento político y las quejas de los filipinos contra la administración española, sabiendo, no obstante, hacer un encendido elogio a las dos patrias, España y Filipinas. El pensamiento liberal de Rizal y sus ideas asimilistas le llevaron a considerar necesaria y urgente la reforma de su país. Defendió la igualdad entre filipinos y españoles, la mejora de las instituciones y de la administración, la educación como medio de prosperar, la representación en las Cortes, etc. Quería para Filipinas el estatuto de provincia en vez del de colonia.

Es en torno a estos fiaos cuando se inician en la masonería española la mayoría de los ideólogos filipinos: López Jaena, del Pilar, Ponce, Luna, Moisés Salvador, etc. Recordemos que hasta 1884 las logias no empezaron a admitir filipinos; y al principio lo hicieron de manera muy restringida. De 1887 hay constancia de que Graciano López Jaena, simbólico Bolívar, era ya grado 3.º en la logia Solidaridad n.º 359, de Madrid, siendo el único filipino, si bien había diez cubanos en la misma logia que era de la obediencia del Grande Oriente de España. Entre otros Grandes Maestres de ese Grande Oriente de España caben destacar Manuel Ruiz Zorrilla (1870-1874), Práxedes Mateo Sagasta (1876-1880), Manuel Becerra (1884-1886) y el que en esas fechas ejercía de tal, Miguel Morayta, catedrático de Historia Universal de Universidad Central de Madrid.

En 1889 encontramos a López Jaena en Barcelona fundando la logia Revolución n.º 65 del recién creado Grande Oriente Español cuyo Gran Maestre era Miguel Morayta, especialmente sensibilizado por la «cuestión» filipina. En esta misma logia se iniciarían los doctores Batista y Apacible Alejandrino, y a ella pertenecía también, entre otros filipinos, Marcelo H. del Pilar, el alma mater poco después de la masonería filipina.

Precisamente Marcelo H. del Pilar y Graciano López Jaena habían creado en Manila, a finales de 1888 un llamado Comité de Propaganda, integrado también por otros filipinos, como Cortés, Rianzares, Serrano, Arellano, siendo del Pilar su Presidente a esta organización se incorporarían hombres como Bonifacio -el futuro líder del Katipunan-, así como José Rizal. Ese mismo año Del Pilar emigró a España, ante el peligro de ser deportado, y organizó en Barcelona, con López Jaena, una delegación del Comité de Propaganda. Otro de los objetivos de Marcelo H. del Pilar al llegar a Barcelona fue fundar, en compañía de López Jaena y Mariano Ponce, la revista La Solidaridad, subtitulada Quincenario Democrático, órgano de la Sociedad Mutua de Filipinos de Barcelona, cuyo primer número apareció el 15 de febrero de 1889. La revista tenía como divisa «Reformas para Filipinas», al igual que las asociaciones de filipinos de Barcelona y Madrid. A partir del n.º 19, correspondiente al 15 de noviembre de ese mismo año de 1889 se publicó ya en Madrid. Unos meses antes, el 31 de mayo de 1889 [número 8], Rizal pedía al Gobierno desde las páginas de Solidaridad, en un extenso artículo, representación parlamentaria, libertades, reformas escolares en sentido laico, y enseñanza obligatoria del castellano, añadiendo finalmente: «En Filipinas todavía no hay filibusterismo, pero lo habrá... ¿Qué más filibusterismo que el de la desesperación?».

Entre las iniciativas llevadas a cabo por la logia Revolución destaca la exposición dirigida, el 5 de julio de 1889, al Presidente del Gobierno, el Hermano Sagasta, simbólico Paz, grado 33, y al Ministro de Ultramar, Hermano Becerra, simbólico Fortaleza, grado 33; exposición que fue suscrita, al menos, por otras doce logias de Barcelona y a la que se dio el máximo de publicidad posible a fin de que la opinión pública conociese el estado de absoluta discriminación en que se encontraba el pueblo filipino. En el texto se aludía a Filipinas, «región esencialmente española» y que a pesar de constituir una población de ocho millones de habitantes no tenía un solo diputado en el parlamento español; país que carecía de prensa y cuya instrucción primaria y superior se hallaba a disposición del monasquismo.

Unos meses antes, la logia Solidaridad n.º 359 de Madrid había dirigido al Ministro de Ultramar otra demanda sobre Filipinas, centrada en tres puntos: 1.ª, Representación en las Cortes; 2.º, Absolución de la censura previa; y, 3.º, Prohibición expresa y terminante de la práctica de deportar vecinos por pura medida gubernativa y sin sentencia ejecutoria y judicial.

En mayo de 1890 una nueva logia de filipinos obtiene en Madrid la carta constitutiva. Se trata de la Solidaridad n.º 53 del Grande Oriente Español, que, en realidad, una vez desaparecido el Grande Oriente de España, acogió a todos los miembros de la Solidaridad n.º 359. Esta nueva logia aglutinó a muchos filipinos residentes en España, y con el traslado de Madrid de Graciano López Jaena y además filipinos residentes en Barcelona, miembros de la logia Revolución, prácticamente todos se afiliaron a la nueva Solidaridad, disolviéndose a continuación la logia catalana, que en adelante fue absorbida por la logia Lealtad de Barcelona, cuando ésta se convirtió en el centro de operaciones del Grande Oriente Español en Cataluña.

De esta forma Madrid se negó a ser el centro director del movimiento masónico filipino en España, de tan transcendentales consecuencias. Como señala Susana Cuartero la logia celebrada sus tenidas de instrucción masónica haciendo en lo posible aplicaciones concretas a las islas. Así si se hablaba de educación se hacía referencia a las deficiencias de la enseñanza en Filipinas. Morayta recibió numerosas críticas por haber permitido la organización de esta logia debido a las implicaciones y complicaciones políticas que podían derivarse a ella. De hecho no tardaría la masonería española en ser acusada de filibusterismo.

Y es en esta logia Solidaridad n.º 53 de Madrid donde encontramos a Rizal como miembro del taller en el año 1890 con el grado 3.º es decir de maestro. Pero al igual que ocurre con Bolívar, con Martí, con Sagasta y tantos otros líderes políticos que pertenecieron a la masonería, no se sabe cuando, ni donde fue iniciado en la masonería. El Dr. D. César Navarro de Francisco dice -sin probarlo- que fue en 1884. En aquellas fechas no hay constancia documental de que Rizal perteneciera a ninguna logia madrileña. García Barzanallana, prototipo de la literatura católico-complotista y antimasónica ya lanzó en 1897 la especie de que Rizal fue iniciado en Londres, si bien no aporta tampoco ninguna prueba documental que lo avale. Caso de ser cierto entonces tendríamos que situamos entre 1888 y 1889 que es cuando Rizal en un viaje que hizo camino de Europa, tras visitar Hong-Kong, Japón y los Estados Unidos, recaló en Londres donde se puso a trabajar en la edición de la obra de Antonio de Morga, Sucesos de las islas Filipinas, publicada originalmente en 1609, y que Rizal acabó imprimiendo en París en 1890.

Lo cierto es que en 1885 Rizal sale de España para dirigirse a París donde se especializará en oftalmología con el Dr. Louis de Wecker y Galezowski. En 1886 se traslada a la Augenklinic de Heidelberg para trabajar allí. Visitó después Badén, Leipzig y Berlín. En esta época entabló relación con el historiador Ferdinand Blumentriit y con el patólogo Rudolf Virchow. En Berlín entró también en contacto con la Sociedad Etnográfica y es allí en Berlín donde publicó, en 1886, su célebre novela Noli me tangere, estudio social de la vida en Filipinas y violenta diatriba contra la administración española y en especial contra las órdenes religiosas en Filipinas. En 1887 regresa a Filipinas donde abrió una clínica oftalmológica y un gimnasio. Apenas un año después regresaba Rizal a Europa a través del ya citado periplo Hong-Kong, Japón, Estados Unidos y Londres.

Las ideas expuestas en Noli me tangere empezaban a influir ya en Filipinas, y siguiendo el consejo del gobernador, general Terrero, Rizal optó por alejarse, una vez más, de su patria Filipinas. En agosto de 1890 lo encontramos de nuevo en España y es precisamente en el Cuadro lógico de la logia Solidaridad n.º 53 correspondiente a este año don figura José Rizal con el grado 3.º el 12 de diciembre de 1890, verificadas las elecciones de cargos para el año masónico de 1890-91, resultó elegido José Rizal, simbólico Dimasalang, grado 3.º para Arquitecto-Revisor. El Venerable accidental era entonces Marcelo H. del Pilar, simbólico Kupang, grado 30, y el Secretario Guarda Sellos, Mariano Ponce, simbólico Kalipulako, grado 30.

En octubre de 1890, Miguel Morayta, Gran Maestre del Grande Oriente Español, dirigió una carta circular a todas las logias de la Federación manifestando el deseo del Grande Oriente de que Filipinas tuviera representación en las Cortes. Poco después la logia Ibérica n.º 7 de Madrid abrió un debate sobre la cuestión filipina. Marcelo H. del Pilar, que era miembro honorario de esa logia, intervino para manifestarlos inconvenientes y perjuicios que sufría Filipinas por no estar representada en las Cortes. Y un mes más tarde, el 27 de noviembre de 1890, volvía a plantearse en la misma logia la cuestión filipina. En esta ocasión participó también José Rizal, en su calidad de visitante y miembro de la logia Solidaridad n.º 53. Rizal abogó por el sufragio restringido, único medio de que en las islas triunfara el elemento liberal, pues caso de implantarse el sufragio universal, los nativos, al ser menos ilustrados y tener la voluntad secuestrada por las órdenes religiosas, votarían lo que se les dijera en los conventos. Aquí Rizal argumentó en la misma línea que en su novela Noli me tangere. De hecho el proyecto de ley que se debatía en esos momentos a impulsos de Cánovas del Castillo en cuanto presidente del Consejo de Ministros, y de Francisco Silvela en su calidad de Ministro de la Gobernación, ignoró, una vez más a Filipinas para la que no hubo sufragio ni universal ni restringido.

Rizal decepcionado y enfrentado a Del Pilar partidario de métodos más drásticos, salió de España y se dirigió a Bélgica. Allí, en Gante, publicaría en 1891 El Filibusterismo como continuación del Noli me tangere. En 1892 encontramos a Rizal de nuevo en Hong-Kong, camino de Filipinas a donde llegó el mismo año dispuesto a continuar su lucha por el asimilismo iniciada diez años antes. Fundó la Liga filipina, asociación pacífica de marcado tinte autonomista. El nuevo organismo no gustó al general Despujols que deportó a Rizal a Dapitán, pequeño pueblo de la isla de Mindanao, para alejar así el peligro que suponía su presencia cerca de Manila. Durante los años que Rizal estuvo desterrado en Dapitán construyó una escuela y abrió un dispensario para los enfermos pobres, aparte de construir un embalse de agua y varias obras de interés para la comunidad. En su destierro de Dapitán, Rizal vivió con Josephine Bracker, una joven de origen irlandés que había conocido en Hong-Kong, pero le fue negado el matrimonio por la Iglesia mientras no se retractara de sus creencias religiosas y de la masonería.

El 5 de abril del mismo años que Rizal era desterrado (1892) la logia Solidaridad n.º 53 de Madrid, dirigía a todas las logias de la Federación del Grande Oriente Español una larga circular firmada por el Venerable Maestre, Marcelo H. del Pilar, simbólico Kupang; el Primer Vigilante, Galicano Apacible, simbólico Lanatan; el Segundo Vigilante, Eleuterio Ruiz de León, simbólico Holofernes; el Orador, Eduardo de Lete, simbólico Manú; y el Secretario Guarda Sellos, Mariano Ponce, simbólico Kalipulako. En esta circular se pedía de nuevo para Filipinas representación en las Cortes.

«Filipinas -se lee allí- es una población de ocho millones, con una sociedad culta, y sin embargo, está privada del derecho de representación en Cortes. Ni un solo Diputado, ni un solo Senador defiende sus intereses en el Parlamento español, Su régimen depende en Madrid del Ministro de Ultramar, que por sí y ante sí legisla y gobierna por reales órdenes; y en Manila, del Gobernador general, que ejecuta o anula los mandatos del Ministro».



Y todavía añaden:

«Un golpe de Estado en 1837, arrancó este derecho a todas las provincias ultramarinas; pero si Cuba y Puerto Rico consiguieron restaurarlo, Filipinas no ha tenido la misma suerte. Sin prensa, sin comicios, sin órgano para dar a conocer sus más legítimas aspiraciones, ahoga sus quejas bajo el despotismo del sable; y careciendo de voz en el Parlamento, no es dado a España fiscalizar nada de lo que en su daño o provecho ocurre en tan lejano Archipiélago».



Esta larga circular concluye pidiendo a todos los masones españoles que dediquen tiempo al estudio de los problemas filipinos, ya que su propaganda sería el mejor elemento de combate contra todo género de opresión y tiranía:

«Procurad con vuestro esfuerzo y con vuestras luces llevar al Archipiélago filipino los frutos de la civilización en todos los órdenes de la vida, y habréis contribuido a la ventura de un pueblo hermano que demanda vuestro auxilio, habréis coronado vuestra obra con el más honroso y humanitario de los láuros».



La razón de ser de esta circular estaba en algo que también se destacaba en la misma, a saber, el próximo advenimiento al poder de los gobiernos democráticos que serían la oportuna coyuntura que tenían que aprovechar si querían que el éxito coronara sus esfuerzos y campaña.

Recordemos que el 5 de julio de 1890, según el turnismo de partidos establecido, había vuelto al poder el partido liberal-conservador o de Cánovas, al que le sustituiría Sagasta, el 1.º de diciembre de 1892, hasta que los fusionistas fueron sustituidos de nuevo, el 23 de marzo de 1895, por Cánovas quien se mantuvo en el poder hasta su asesinato en el verano de 1897 (8 de agosto) en una galería del balneario de Santa Águeda, en Guipúzcoa.

El sello de la logia a la que pertenecía Rizal, la Solidaridad n.º 53, representa un triángulo en el que hay tres brazos unidos por las manos, brazos en los que se leen las palabras: España, Oceanía, América; brazos que, a su vez, constituyen otros tres triángulos, donde se encuentran las siglas SFU (Salud, Fuerza, Unión).

Apenas tres meses después del destierro de Rizal a Dapitán y de la difusión de la circular anterior, el 7 de julio de 1892, en una reunión en la que participaron destacados líderes filipinos -Del Pilar, Bonifacio, Arellano, Dizón, Diwa...- se decidió pasar a la acción. Agotada la paciencia de quienes esperaban unos cambios que nunca llegaban, se acordó prescindir de palabras como propaganda, reformas, autonomía... en favor de una sola idea: independencia. Había nacido el Katipunan, sociedad secreta que sí iba a cuestionar la soberanía española. La idea de lograr la independencia al precio que fuera, utilizando la violencia si era preciso, no era nueva. Hacia 1888 Romualdo T. de Jesús intentó crear una sociedad secreta con este fin pero la idea no cuajó en ese momento. Ahora cuatro años después y por iniciativa de Del Pilar -que ya había roto con Rizal- revivía con éxito.

En principio, el objetivo del Katipiman, o Soberana y Venerable Asociación de los Hijos del Pueblo, era reunir y ordenar la renombrada raza de los tagalos (incluyendo en éste término a todas las del archipiélago) despertando, nuevamente ese amor por la patria nativa que había sido enterrado hacía trescientos años. Fraternidad, igualdad, felicidad y libertad iban a ser los baluartes de la nueva patria.

Bonifacio informó a Rizal de los planes que preparaban. Rizal se negó a colaborar por considerar que el pueblo tagalo ni necesitaba la independencia, ni estaba preparado para ella. No obstante, Bonifacio decidió sublevarse el 21 de agosto de 1896. Fue el principio de una agonía que duraría todavía dos años. Como afirma Susana Cuartera, en el momento del estallido revolucionario, en el archipiélago se desarrollaron dos guerras: la del indígena contra España, y la del clero y parte de los españoles contra la autoridad superior de las islas, es decir, contra el general Ramón Blanco Erenas. Fue esto segundo, y no el descubrimiento de los planes katipuneros lo que provocó el vacío de poder que aprovechó Bonifacio. Como cabezas de turco rodaron la de Rizal y la del general Blanco: uno acusado de filibustero y el otro de permitirlo. Fue error político en ambos casos. Rizal hubiera sido más útil vivo que muerto, y Blanco hubiera podido negociar con los insurrectos como luego haría Primo de Rivera un par de años más tarde.

Blando fue sustituido por el general Polavieja, quien, una vez llevada a cabo la represión sería relevado por Primo de Rivera, de ánimo más conciliador y negociador, autor del pacto de Biac-na-bató (23 diciembre 1897) y punto final del Katipunán.

Respecto de Rizal es de sobras conocido que no tomó parte en la insurrección, ni en su preparación, si bien es cierto que su constante demanda de una política asimilista, unida a las duras críticas contra el clero regular, reflejadas en sus obras, hicieron que su vida se complicara al máximo. Precisamente en 1896 se levantó la deportación a Rizal a cambio de un nuevo destierro, esta vez como médico del ejército español de Cuba. A este fin el 5 de septiembre de 1896 Rizal fue enviado a España a bordo del Isla de Panay. Dos meses después, el 1 de noviembre, el juez instructor del sumario que se seguía contra él por filibustero le hizo regresar a Filipinas. Había ocurrido que mientras Rizal navegaba hacia Barcelona, la ofensiva del Katipunan y algunas delaciones le implicaron falsamente en la rebelión. Por esta razón al llegar Rizal a Barcelona fue detenido y devuelto a Manila en el transporte militar «Colón», en cumplimiento de las órdenes recibidas por telégrafo. A su llegada a Manila no conocería más la libertad. Fue encarcelado y, acto seguido, se inició el proceso que le conduciría directamente al fin de sus días a pesar de la fuerte oposición manifestada tanto de los liberales españoles como de la población filipina y numerosas gobiernos extranjeros.

Y es aquí, en las fechas previas a su fusilamiento cuando empieza la mitificación del personaje. El Consejo de Guerra que lo juzgó el 23 de diciembre de 1896 despertó gran expectación y se temía que ocurriera lo mismo la fecha de la ejecución prevista para la madrugada del día 30. Polavieja y demás autoridades españolas temían que se desencadenara una revuelta popular tanto antes como después de muerto. Uno de los confidentes de Polavieja, Caro y Mora, informaba ya el día 26 y le aconsejaba de lo que debía hacerse después del fusilamiento, de forma que, debidamente custodiado, todo el mundo pudiera ver que había quedado bien muerto. A este fin recomendaba que fueran buenos tiradores los que lo fusilaran no fuera que «su poderoso Anting-anting le impidiera que se muriese pronto». Otra preocupación debía ser el sitio donde debía enterrarse el cadáver para evitar que los indios robaran el cadáver y sus restos para sus hechicerías y la fabricación con ellos de nanitos (ídolos), anting-anting (amuleto o talismán prodigioso), como ya habían hecho con las ropas de los tres sacerdotes indígenas ajusticiados en 1872 acusados de causar la revuelta del Cavite. En el detallado informe se señala también la conveniencia de que el cadáver de Rizal fuera expuesto «porque dicen que éste tiene safraluz o la propiedad de hacerse invisible, filtrarse por las paredes, etc.». La conclusión del informe es igualmente expresiva del temor suscitado:

«Lo mejor sería que ahuyentaran a toda la gente a la hora de recoger el cadáver, con todo sigilo, y en un vaporcito de algún buque custodiado y tripulado sólo por peninsulares, a quienes se les debía dar la consigna de echarlo en la bahía, en sitio alejado, pero bien metido en un saco y bien atados los hierros que lo llevaron para siempre al fondo del mar».



Dos días más tarde, el 28 de diciembre, la preocupación de Caro y Mora se dirigía hacia la familia del reo pues pensaba que intentarían envenenarlo antes de ser fusilado.

Finalmente la sentencia fue llevada a efecto por los saldados del 70 Regimiento indígena con lo que Polavieja quiso dar un escarmiento al pueblo tagalo haciendo ejecutar a Rizal por hombres de su propia raza. El fusilamiento tuvo lugar el 30 de diciembre a las siete de la mañana en el campo de Bagumbayan (La Luneta-Manila). Contrariamente a lo que muchos esperaban no hubo alteraciones del orden; reinó la calma en un ambiente enrarecido y cargado de malestar.

Una semana después de la ejecución, Caro y Mora seguía informado a Polavieja de lo que ocurría en la calle. En esta ocasión se decía que antes de ser inhumado el cadáver de Rizal, éste se había convertido en gallo y había volado rápidamente en dirección a Cavite.

Mientras ocurría esto en las lejanas islas, las noticias del fusilamiento de Rizal llegaron a la Península, donde se desató un importante debate entre quienes justificaban y quienes censuraban tal atrocidad. Los primeros aseguraban que Rizal había sido el jefe de la rebelión filipina, hecho que no se pudo probar y se alegraban por la nueva política represiva que Polavieja encabezaba. Los segundos, al frente de ellos Sagasta, afirmaban que de las declaraciones del Rizal aparecidas en la prensa no se deducía que fuera un rebelde insurrecto, como pretendían hacer creer, sino un reformador. En este sentido el conde de Romanones calificó, abiertamente, el hecho de asesinato.

El error político que supuso el fusilamiento de Rizal queda igualmente recogido en un autor tan poco sospechoso como Ortega Rubio en su Historia de la Regencia, donde afirma que «desde la muerte de Rizal comenzó la independencia de las isla Filipinas».

El hecho de que Rizal, a sus 35 años, en plena madurez y prestigio acabara sus días bajo el fuego de un pelotón de fusilamiento supuso un importante paso en su mitificación, tanto más que Rizal ante sí y ante los demás, se presentó como víctima redentora. Las últimas palabras que se le atribuyen antes de morir anteponen sus ideales a la propia vida:

«La sentencia que me priva de la vida es justa, si se ha querido castigar en mí la obra revolucionaria, pero no si se atiende a mis intenciones».



La noche antes de ser fusilado escribió a su amigo Blumentritt testimoniando igualmente su inocencia del crimen de rebelión.

Rizal fue, y sigue siendo, presentado por la literatura complotista como una víctima de las sociedades secretas y de la masonería en particular. Sin embargo, no pocos de estos autores ponen especial énfasis en resaltar a sus lectores que el autor del Noli me tangere murió abrazado a la fe católica. De hecho -como dice Pere Sánchez Ferré- tal conversión nunca existió, porque jamás dejó de ser creyente. Otra cosa es que las autoridades españolas se apresuraran a publicar una abjuración de José Rizal que apareció en el periódico españolista La Política de España en Filipinas, en su número del 28 de febrero de 1897, al lado de otras odio abjuraciones de otros tanto «filibusteros» y «masones» fusilados en Manila entre el 8 y el 11 de enero de 1897. Todas ellas siguen el mismo patrón y los testigos son también los mismos: el oficial y el sargento de guardia de la capilla. La de Rizal, o la atribuida a Rizal, ya que hay autores que dudan de la autenticidad de tales abjuraciones, que recuerdan mucho a otras muy semejantes de la época franquista, dice así:

«Me declaro católico y en esta religión en que nací y me eduqué quiero vivir y morir.

Me retracto de todo corazón de cuanto en mis palabras, escritos, impresos y conducta ha habido contrario a mis cualidades de hijo de la Iglesia Católica. Creo y profeso cuanto ella enseña y me someto a cuanto ella manda. Abomino de la Masonería, como enemiga que es de la Iglesia y como sociedad prohibida por la Iglesia.

Puede el prelado diocesano, como autoridad superior eclesiástica, hacer pública esta manifestación espontánea para reparar el escándalo que mis actos hayan podido causar y para que Dios y los hombres me perdonen".

Manila, 29 de diciembre de 1896. José Rizal. El jefe del piquete, Juan del Fresno. El ayudante de plaza, Eloy Maure.



La autenticidad de este documento se puso en duda desde el primer momento porque iba a la raíz de todo por lo que había luchado Rizal en su vida. Sin embargo, la tal abjuración es una simple manifestación de fe católica, de la que nunca renegó, a pesar de sus diatribas contra los regulares españoles de Filipinas y una retractación de su pertenencia a la masonería. No afecta para nada a sus ideas políticas. Sin embargo la tal «retractación» -si en realidad existió o fue falsificada, al igual que su confesión y la noticia de su matrimonio católico-, fue utilizada para desacreditar los escritos y vida de Rizal y su influjo en el movimiento filipino de independencia.

Como contrapartida su poema escrito en capilla, titulado «El último adiós», se convertiría en un himno de amor e independencia de la patria filipina. De las catorce estrofas de que consta el poema, sirvan de muestra aquellas con las que comienza y concluye:



¡Adiós, Patria adorada, región del sol querida,
Perla del mar de Oriente, nuestro perdido edén,
A darte voy alegre la triste, mustia vida:
Si fuera más brillante, más fresca, más florida,
También por ti la diera, la diera por tu bien.

En campos de batalla luchando con delirio
Otros te dan sus vidas, sin dudas, sin pesar,
El sitio nada importa: ciprés, laurel o lirio,
Cadalso o campo abierto, combate o cruel martirio,
Lo mismo es, si lo piden la patria y el hogar.

[...]

Mi patria idolatrada, dolor de mis dolores,
Querida Filipinas, oye el postrer adiós;
Ahí te dejo todo: mis padres, mis amores.
Voy a do no hay esclavos, verdugos ni opresores,
Donde la fe no mata, donde el que reina es Dios.

¡Adiós padres, hermanos, trozos del alma mía,
Amigos de la infancia en el perdido hogar:
Dad gracias que descanso del fatigoso día,
¡Adiós, dulce extranjera, mi amiga, mi alegría;
¡Adiós, queridos seres!... ¡Morir es descansar!



Unos meses antes el Grande Oriente Español sufría una grave crisis político-social, derivada de los acontecimientos filipinos, cuando el 21 de agosto de 1896 el Gobernador de Madrid, acompañado de veinte delegados, guardias de Orden Público y polizontes de la secreta secuestró los archivos del Grande Oriente Español y de la Asociación Hispano-Filipina, que compartían el mismo local, en la calle Pretil de los Consejos. Una hora más tarde la policía se personaba en los domicilios de varios dirigentes de esa obediencia masónica, incluido el de Morayta, procediendo a incautar la documentación que encontraron. Al día siguiente eran detenidos el filipino T. Aréjola (secretario de Morayta) y tres masones más. Morayta se libró porque casualmente estaba veraneando en un pueblo del Pirineo francés.

La misma suerte corrió el Grande Oriente Nacional de España de José M.ª Pantoja y Eduardo Caballero de Puga, que también fueron detenidos, su sede clausurada y los archivos incautados. Dicha seda estaba en la calle de la Libertad, número 27 de Madrid. Poco después del incidente todos los detenidos fueron puestos en libertad al cumplir los tres días de detención preventiva determinados por la ley.

Poco después, el 8 de septiembre de 1896, el juez especial designado, D. Miguel López de Saa, de acuerdo con el fiscal, dictaba una providencia en la que aparecía demostrado, no sólo por los documentos, libros y datos incautados, sino por los testimonios recabados, que ni la Asociación Hispano-Filipina, ni el Gran Oriente Español Masónico se habían ocupado de trabajos ni propaganda separatistas, y que ambos se hallaban establecidos legalmente.

A raíz de este incidente algunos de los dirigentes masónicos, como Pantoja y Caballero de Puga, abandonaron para siempre sus actividades masónicas, no sin antes dejar constancia de su españolismo. Así el «Boletín Oficial del Grande Oriente Nacional de España» publicó una Protesta en su número del 30 de agosto de 1896 en la que se puede leer lo siguiente:

«El Grande Oriente Nacional de España en vista de los telegramas que denuncian los tristes acontecimientos de Filipinas, declara que es tan español como indica su título; que al tratarse de una causa nacional, su patriotismo no tiene límites, y que es su deber consignar su más enérgica protesta contra aquellos que, fueran quienes fueren, hayan podido o querido valerse de la noble Institución masónica como pantalla de torpes fines o para conducirla por derroteros que la deshonran. El sentimiento de la patria no se discute; y nosotros, ante todo, somos españoles».



Por su parte, el «Boletín Oficial del Gran Oriente Español», en su último número (el 114) del 20 de septiembre de 1896 -antes de la autodisolución de la masonería española derivada de los acontecimientos de Filipinas-, también tiene un largo capítulo dedicado al «españolismo de la masonería», a la «Asociación Hispano-Americana» y a la «Representación en Cortes de las Filipinas». Dicho número del Boletín Oficial de Gran Oriente, dedicado en su integridad a defenderse de los ataques recibidos por los sucesos de Filipinas, comienza con estas significativas palabras, dirigidas «A las gentes honradas»:

«Ni uno solo de cuantos forman parte del Gran Oriente Español y de la Asociación Hispano-Filipina, se sienten obligados a hacer alardes de españolismo: su conciencia, perfectamente tranquila, les permite despreciar las calumnias de que ha sido objeto; tan blindados se sienten en lo referente a este particular, que se hallan seguros e que contra su intachable patriotismo se ha estrellado, sin dañarlos en lo más mínimo, todo el clamoreo del tal cual ¿[...]? aconsejado periódico.

"Es ya, sin embargo, tiempo de que los acusados pidan cuentas a sus acusadores"».



Cuando, unos años después, se reanudó la publicación del Boletín Oficial del Gran Oriente Español» -el 10 de noviembre de 1900-, con un número extraordinario que lleva el n.º 114 (el mismo del último número publicado el 20 de noviembre de 1896), inserta una nota, al final, especialmente significativa por cuanto sirve de engarce o unión con lo sucedido en 1896:

«El Gran Oriente Español, que tanto trabajó masónica y profanamente en favor de la integridad de la Patria, y muy especialmente contra toda tendencia separatista, y que cada día lamenta más la pérdida de muestra antiguas posesiones de América y de Oceanía, ve con gran satisfacción la fidelidad que a la masonería española guardan los masones de aquellas que fueron nuestras provincias, cuya María continua perteneciendo a nuestra Federación, y engrandeciendo así nuestra orden.

Si contra nuestros propósitos y contra los suyos, hoy resultamos extranjeros, bueno es que sigamos siendo hermanos en Masonería».



Y es que, efectivamente, los masones de Filipinas, después de su independencia, prefirieron en su mayoría, seguir perteneciendo a la masonería española en lugar de hacerlo a la naciente masonería filipina, o a la floreciente masonería norteamericana. De esta forma, frente al millar de masones filipinos que antes de la independencia dependían de alguna de las masonerías españolas, son más de 5.000 los que después de la independencia siguieron perteneciendo al Gran Oriente Español, al menos hasta 1919 y 1924, en que a raíz del Congreso Masónico Internacional de Lausanne, en virtud del llamado principio de territorialidad, los masones filipinos se vieron forzados a desvincularse definitivamente de España. Fue una maniobra de la masonería norteamericana para conseguir separar de Madrid no sólo a las logias filipinas que por aquel entonces constituían la gran Logia Regional del Archipiélago Filipino, con sede en Manila, sino también a las más de cuarenta logias establecidas en Estados Unidos, especialmente en Pensilvania y California, que también dependían del Gran Oriente Español.

Pero volviendo a Rizal, a comienzos del siglo XX, superada la crisis colonial empezaron los homenajes y reconocimientos públicos y masónicos en honor a Rizal, convertido ya en mártir de la independencia de Filipinas. Así, en 1903, la logia Modestia n.º 199, de Manila, dependiente del renacido Gran Oriente Español, organizó todo un programa de fiestas para los días 29 y 30 de diciembre en honor de Rizal y de quienes como él habían sido ejecutados o hechos prisioneros. La invitación estaba escrita en estos términos:

«A las muy distinguidas familias y demás parientes de los mártires de la Patria filipina: Tenemos el honor de imitarles para el acto de inaugurar un modesto monumento en honor del malogrado Dr. Rizal, de sus compañeros mártires y demás fundadores de la Liga Filipina, cuyo acto tendrá lugar en la calle Raxá Matando del arrabal de Tondo en el día y hora fijados».



A las ocho de la mañana se reunieron los asistentes en el teatro Rizal para comenzar desde allí una procesión cívica hasta el lugar del monumento en cuyo zócalo se iba a colocar una placa conmemorativa. Se pronunciaron algunos discursos para dar más solemnidad al acto que fue seguido de un banquete masónico al mediodía.

La conmemoración de este séptimo aniversario quedó también plasmada en el «Boletín Oficial del Gran Oriente Español» que dedicó varios artículos a la memoria de Rizal, reproduciendo su poema «El último adiós».

En diciembre de 1904 comienzan a aparecer las esquelas que recuerdan el fusilamiento de Rizal. Suelen estar en el último número del Boletín de cada año, por ser el más cercano a la fecha conmemorada, y son siempre iguales, con la única variación del aniversario:


In Memoriam
Octavo aniversario
El Venerable Hermano
Dr. José Rizal y Alonso
Fusilado en Manila el día 30 de diciembre de 1896.



El Gran Oriente Español organizará en dicho día una tenida fúnebre, dedicada a honrar la memoria de tan preclaro masón, víctima de su amor a nuestra Augusta Orende, y ruega a todos los talleres de la Federación tributen la triple batería de duelo, en conmemoración de tan doloroso acontecimiento.



El 30 de diciembre de 1904, el Gran Consejo de la Orden del Gran Oriente Español y las logias de su obediencia, Ibérica n.º 7 y Progreso n.º 88, para conmemorar el octavo aniversario de la muerte de Rizal, descubrieron una lápida en el templo del Oriente, en la calle Pretil de los Consejos, 6, en Madrid. Era de mármol blanco y fue colocada en el centro de la columna del Mediodía. Tenía una escuadra y compás y en letras doradas la siguiente inscripción:


EL GRANDE ORIENTE ESPAÑOL
A LA MEMORIA DEL INOLVIDABLE H:.
JOSÉ RIZAL
MÁRTIR DE SU AMOR A LA LIBERTAD Y A LA POLÍTICA
FUSILADO EN MANILA
EL 30 DE DICIEMBRE DE 1896 (E:. V:.)



En la reseña del acto, publicada en el «Boletín Oficial del Grande Oriente Español», en su número 153 del 19 de enero de 1905, se destacan las palabras de uno de los oradores:

«Rizal había sido sacrificado por el enorme delito de ser masón, puesto que se ha demostrado de manera evidente que el hermano José Rizal, amante de su patria como parte integrante de la patria española, sólo ambicionaba libertarla del ominoso poder de las órdenes religiosas y de sus abusos intolerables, sosteniendo la opinión de que Filipinas debiera tener representación en Cortes, como una provincia de la patria española, y conseguir la secularización del clero católico para desterrar la opresora dominación de los frailes en aquel hermoso archipiélago'».



Dieciséis años después del fusilamiento, en diciembre de 1912, se planteó la cuestión del traslado de los restos mortales de Rizal al definitivo lugar de sepultura. Trinidad Rizal, hermana del malogrado doctor-poeta, en nombre de toda la familia, dio su autorización y expuso cómo debía llevarse a cabo. Como homenaje a la masonería a la que había pertenecido Rizal, sus restos serían llevados y custodiados por la Gran Logia Regional de Filipinas en el templo de la calle Ilaya durante los días 27 y 29 de diciembre. Desde allí serían conducidos en procesión o como mejor conviniera a su lugar de reposo en el basamento del monumento de La Luneta. Para tal efecto se mandó construir una urna funeraria digna de quien iba a descansar para siempre en su interior. Según describe La Vanguardia estaba realizada en maderas finas siendo su forma la de dos pirámides truncadas unidas por las bases. La decoración era una alegoría del propio Rizal, según relataba el «Boletín Oficial del Grande Oriente Español», en su número 249 del 31 de enero de 1913:

«Al frente figura incrustada una corona de ilang-ilang, con una cinta que dice: José Ang iyong ina, y en el centro de dicha corona están las iniciales del Rizal, hechas de ciprés. En la parte posterior hay otra corona de sampaguitas, también incrustada: en la cinta que la rodea se lee lo siguiente: Pepe, ang mga kapatid mo, y en el centro de la corona la inscripción: N. 1861.

En uno de los costados representa el escultor plásticamente aquellos versos de Rizal: 'El sitio nada importa; ciprés, laurel o lirio', enlazados por una cinta y adornaos con ramos alegóricos a los mismos. Al otro costado hay una palma y una rama de oliva unidas a una cruz rústica por una cinta que dice: 30 de diciembre de 1896 y que completa la idea materializada en el adorno. La tapa lleva incrustados en sus cuatro lados: una lira y una pluma sujetas por una cinta en la que se lee: Loan Laan, Dimas Alang. Emblemas de la Medicina, de la Pintura y de la Escultura completan el adorno de la tapa y ésta remata con un birrete de doctor, hecho en una sola pieza, de marfil».








Bibliografía

También en esta ocasión se leyó en público el poema póstumo de Rizal «El último Adiós», considerado por los críticos como la mejor poesía en castellano hecho por un filipino.

Las ideas y los escritos de Rizal hicieron de él un personaje destacado y conocido en vida, fama que se incrementó tras la condena a muerte. Desaparecido Rizal se mitificó a aquel que sin ser revolucionario, ni insurrecto, había muerto como tal. Su retrato pasó a venerarse en las casas de casi todos los filipinos, su monumento erigido en el paseo de La Luneta de Manila todavía reúne anualmente a numerosos filipinos que acuden a rendir tributo a su mártir.

  • ADÁN GUANTER, Manuel, «La logia Ibérica n.º 7 y la independencia de Filipinas», en La Masonería en la Historia de España [J. A. Ferrer Benimeli, Coord.], Zaragoza, Gobierno de Aragón, 1985, págs. 121-130.
  • ——, «Una logia de filipinos en Madrid: Solidaridad n.º 53 (1889-1895)», en La Masonería en la España del siglo XIX [J. A. Ferrer Benimeli, Coord.], Valladolid. Junta de Castilla y León, 1987, t. II, págs. 471-479.
  • ALMUIÑA FERNÁNDEZ, Celso, «Independencia de Filipinas y Masonería. Los orígenes de una polémica ahistórica», en Masonería española y Americana [J. A. Ferrer Benimeli, Coord.], Zaragoza, Centro de Estudios Históricos de la Masonería Española, 1993, t. II, págs. 1021-1038.
  • CABRERO FERNÁNDEZ, Leoncio, «La actitud de la Masonería ante la independencia de Filipinas», en Masonería española y América [J. A. Ferrer Benimeli, Coord.], Zaragoza, Centro de Estudios Históricos de la Masonería Española, 1993, t. II, págs. 1097-1103.
  • CUARTERO ESCOBÉS, Susana, «Fuentes para el estudio de la masonería española en Filipinas», en La Masonería española entre Europa y América [J. A. Ferrer Benimeli, Coord.], Zaragoza, Gobierno de Aragón, 1995, t. II, págs. 743-755.
  • ——, «José Rizal y Fermín Galán. Dos mitos para la masonería española del siglo XX», en La Masonería en la España del siglo XX [J. A. Ferrer Benimeli, Coord.], Toledo, Universidad de Castilla-La Mancha, 1996, t. 1, págs. 211-226.
  • ——, «Masonry in the Philippines: Origin and background», Manila, Ateneo de Manila University, 1996.
  • GUTIÉRREZ RODRÍGUEZ, Teresa, «La influencia de la masonería en la independencia de Filipinas a través de la revista agustiniana "La Ciudad de Dios"», en Masonería española y América [J. A. Ferrer Benimeli, Coord.], Zaragoza, Centro de Estudios Históricos de la Masonería Española, 1993, t. II, págs. 801-808.
  • HERNÁNDEZ SÁNCHEZ, Galo, «Opinión pública y masonería a través del Diario de la guerra de Filipinas. Agosto 1896-julio 1897», en Masonería española y América [J. A. Ferrer Benimeli, Coord.], Zaragoza, Centro de Estudios Históricos de la Masonería Española, 1993, t. II, págs. 809-832.
  • MARTÍN DE LA GUARDIA, Ricardo y otros, «La polémica sobre Filipinas en la prensa peninsular (1896-1899): Órdenes religiosas y sociedades secretas», en Masonería española y América [J. A. Ferrer Benimeli, Coord.], Zaragoza, Centro de Estudios Históricos de la Masonería Española, 1993, t. II, págs. 833-854.
  • PÉREZ LÓPEZ, Pablo, «Masonería e insurrección en Filipinas en la publicista de la época (1896-1900)», en Masonería española y América [J. A. Ferrer Benimeli, Coord.], Zaragoza, Centro de Estudios Históricos de la Masonería Española, 1993, t. II, págs. 855-876.
  • SÁNCHEZ FERRÉ, Pere, «La Masonería española y el conflicto colonial filipino», en La Masonería en la España del siglo XIX [J. A. Ferrer Benimeli, Coord.], Valladolid, Junta de Castilla y León, 1987, t. II, págs. 481-496.
  • ——, «Masonería y colonialismo español», en La masonería y su impacto internacional [J. A. Ferrer Benimeli, Coord.], Madrid Universidad Complutense, 1989, págs. 11-26.



Anexo

LAS ABJURACIONES DE MASONES FILIPINOS


LA POLÍTICA DE ESPAÑA EN FILIPINAS

Madrid, 28 de febrero de 1897



ABJURACIONES


La de José Rizal

Es autógrafa, y dice así:

«Me declaro católico y en esta religión en que nací y me eduqué quiero vivir y morir.

Me retracto de todo corazón de cuanto en mis palabras, escritos, impresos y conducta ha habido contrario a mis cualidades de hijo de la Iglesia Católica. Creo y profeso cuanto ella enseña y me someto a cuanto ella manda. Abomino de la Masonería, como enemiga que es de la Iglesia y como sociedad prohibida por la Iglesia.

Puede el prelado diocesiano, como autoridad superior ecleciástica, hacer pública esta manifestación espontánea para reparar el escándalo que mis actos hayan podido causar y para que Dios y los hombres me perdonen».

Manila, 29 de Diciembre de 1896.- José Rizal.- El jefe del piquete, Juan del Fresno.- El ayudante de plaza, Eloy Maure.






La de Quico Roxas

«Yo, Francisco L. Roxas, en vísperas de mi muerte, para reparación de lo que en mis palabras y obras hubiese ofendido al prójimo; para escarmiento de otros de mi persona y para satisfacción de mi conciencia, a fin de que nadie, y especialmente mis hijos, no caigan en los lazos y redes de la masonería o de otra cualquiera sociedad secreta todas las cuales detesto y maldigo, y no sean un día hijos ingratos de la patria, nuestra madre España, pido perdón de todas mis culpas y malos ejemplos dados.

Muero en la Santa Fe Católica Apostólica Romana en la que nací y me eduqué cristianamente. Admito todo cuanto ella admite y condeno cuanto ella condena.

Lo firmo de mi puño y letra con entera libertad. Hoy 10 de Enero de 1897 en Manila, Real fuerza de Santiago.- F. L. Roxas.- Examiné este documento: El oficial de guardia de la capilla, Antonio Pardo.- Presencié la lectura: El sargento de guardia, Félix García».






La de Padilla

«Manila, 10 de enero 1897.

Libre y espontáneamente hago constar que, no sólo he detestado y abominado de todo corazón antes de ahora, sino que en mis postreros momentos vuelvo a repetirlo, que detesto y abomino la secta masónica, a que fui arrastrado y a cuyo ingreso fue por ambición a la protección y fraternidad ofrecida en sus instituciones. Encargo a mi único hijo, parientes y deudos, que la rechacen de igual modo la masonería y no se dejen embriagar de sus halagos, porque su fin no responde a ninguna ventaja, sino que por el contrario está condenada por la Santa Madre Iglesia.

Me muero, pues, en mi única fe de la Religión Católica, Apostólica y Romana y con Jesús María y José entrego mi alma.- Ramón A. Padilla.

Presencié la lectura: El sargento de guardia, Félix García.- Examiné este documento [...]».






La de Villarreal

«Luis Enciso Villarreal, casado, mayor de edad, declaro que desde que nací fui educado y criado en la Religión Católica Apostólica Romana, la misma que profeso hasta estos postreros momentos de mi vida: Declaro asimismo que he pertenecido a la masonería, secta que abomino de todo corazón, y deseo que se haga pública esta mi manifestación, tanto para que mis hijos la detesten lo mismo que mis amigos y demás personas a quienes mi conducta de masón ha podido escandalizar, cuanto para que la Santa Madre Iglesia que condena dicha secta me otorgue su perdón.

Suplico el Excmo. e Ilmo. Sr. Arzobispo de Manila haga pública esta mi retractación espontánea y libre.

Declaro, por último, que muero en todo conforme con la voluntad de Dios.

Manila, 10 de enero de 1897.- Luis E. Villarreal.- Examiné este escrito: El oficial de guardia de la capilla. Antonio Pardo.- Presencié la lectura: El sargento de guardia, Félix García».






La de Faustino Villaruel

«Manila, 10 de Enero de 1897.

Yo Faustino Villaruel y Zapanta, viudo, de 52 años de edad, declaro públicamente que así como he nacido quiero morir español, cristiano, Católico Apostólico Romano y detesto con toda mi alma cualquiera rebelión o traición contra nuestra querida Madre España.

También me arrepiento de haber pertenecido a la masonería y de haberme dedicado a su propaganda en estas islas y de haber sido tan fanático masón, que hasta mis dos hijos fueron obligados por mí para que ingresaran en esta sociedad que maldigo; aconsejando a mis hijos y a todos mis amigos que renuncien a dicha sociedad y pidan perdón a Dios, como lo hago hoy por estar condenada por la Iglesia.

Suplico al Excmo. e Ilmo. Sr. Arzobispo de Manila haga pública esta mi retractación, espontánea y libre. Faustino Villareal.- Examiné este documento: El oficial de guardia de la capilla, Antonio Pardo.- Presencié la lectura de este documento: El sargento de guardia, Félix García».






La de Moisés Salvador

«M. S.

Yo, el infrascrito, puesto en la presencia de Dios, declaro ante todo el mundo que quiero vivir y morir en el seno de la Iglesia Católica Apostólica Romana, abrazando cuanto ella abraza y condenando cuanto ella condena. Y puesto caso que la causa, en que ha conducido a este triste estado, en que me hallo, es la secta masónica; me arrepiento de haber pertenecido a ella y detesto con todo mi corazón, rogando a los que me han seguido me imiten en detestarla. Pido perdón a Dios y a los hombres, y perdón por mi parte a cuantos me hayan ofendido. De un modo particular pido perdón a la madre Patria, bajo cuya bandera protesto querer morir.

Manila, cárcel de Bilibid, 10 de Enero de 1897.- Moisés E. Salvador y Francisco.- Luis de Castro, presbítero. -Juan Alás».






La de José Dizón

«Yo, próximo a presentarme a Dios, declaro: que he nacido en la Religión Católica Apostólica y Romana, y en ella muero; si en el transcurso de mi vida con mis ejemplos he podido escandalizar la san moral que N. S. Jesucristo nos enseña, pido a Dios y a los hombres que me perdonen, como también perdono a todos aquellos que voluntaria o involuntariamente me hayan podido ofender.

En especial condeno todas las sociedades prohibidas por la Santa Madre Iglesia, sin [...].

Pido a todos nieguen a Dios por el eterno descanso de mi alma.

En la capilla de la cárcel pública de Bilibid, a 11 de Enero de 1897.- José Dizón.- Miguel Ruiz.- Juan Alás».






La de Antonio Salazar

«Habiendo pertenecido a la masonería y presidido una de sus logias, detesto esta secta con sus enseñanzas y prácticas como lo manda la Santa Iglesia, en cuyo seno me acojo, deseando vivir y morir en él como el hijo suyo muy sumiso. Eso mismo deseo que hagan todos mis semejantes, particularmente aquellos que yo descaminé con mis palabras y ejemplos.

Ruego a todos me perdonen por Jesucristo cuanto les haya ofendido, perdonando yo también a cualquier ofensor mío.

Por último, me encomiendo en las oraciones de mis prójimos, ofreciendo a Dios el sacrificio de mi vida por el bien de la Iglesia y por la prosperidad de mi Patria España.

En la capilla de la cárcel pública de Bilibid, a 11 de Enero de 1897.- Antonio Salazar.- Juan Alás.- Miguel Ruiz».






La de Medina

«Yo, Jerónimo Cristóbal Medina, declaro que he pertenecido a la sociedad secreta Katipunan, la que abomino y detesto por ser contraria a la Religión Católica Apostólica Romana, en la que nací, me eduqué y quiero morir.

La destesto al propio tiempo por su fin solapadamente hostil y hoy día declarada contra la Madre Patria, bajo cuya bandera muero tranquilo toda vez que reconozco su justicia.

Pido últimamente perdón a todos los que con mi conducta haya podido escandalizar, para que así Dios me perdone y muera en su gracia.

Capilla de la Real Fuerza de Santiago, a las cinco y media de la mañana de hoy 11 de Enero de 1897.- Jerónimo Cristóbal Medina».






La de Antonio Luna

Antonio Luna y Novicio, condenado a veinte años de presidio, ha suscrito también la siguiente abjuración:

«Habiendo pertenecido a la Masonería, en la Península, por tres años, condeno esta sociedad, sus ideas, sus prácticas como perniciosas y abominables, y vuelvo regocijado al seno de la Iglesia Católica como única fuente de verdad infalible y arca única de salvación.

«Autor de un pequeño volumen titulado Impresiones, me retracto de los conceptos en él vertidos, que directa o indirectamente, contrarios sean al docma y a la moral religiosa.

Condeno particularmente las ideas materialistas allí impresas, por ejemplo, que la muerte sea una modalidad de la vida, que en el mundo no haya más que fuerza y materia. En síntesis, la única recomendación que puedo hacer de ese libro es su destrucción, y así ruego a las personas que lo poseyeren.

Por último, es mi ánimo reparar cualquier escándalo que haya dado a mis semejantes; además, ruego a cuantas personas haya ofendido, me perdonen por Jesucristo como perdono a mis ofensores.

Aprovechando esta oportunidad, condeno la rebelión como una ingratitud y alarde de salvajismo y me ratifico en mis ideas de adhesión, de lealtad por mi patria España, ya demostradas antes de esos sucesos.

De mi propia voluntad, espontáneamente, hago todas estas declaraciones ante mi confesor el R. P. Antonio Rossell. S. J., y testigos presentes, en Manila cuartel de Caballería de Filipinas, 8 de Enero de 1897.- Antonio Luna. -El oficial de guardia, Julio Sainz.- El Comandante mayor, Joaquín de la Vega Inclán y Llauder».







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