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Jovellanos ante V. García de la Huerta


Juan Antonio Ríos Carratalá





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La intensa polémica literaria, y cultural en general, es una de las constantes más significativas del siglo XVIII español. El paulatino desarrollo de un movimiento crítico como la Ilustración provocó forzosamente una dialéctica que engloba la historia de las ideas de aquella época. La defensa de los postulados ilustrados y, en otro ámbito, neoclásicos implicaba la aparición de un ambiente polémico en donde caben múltiples temas y actitudes. El pequeño y cerrado círculo cultural madrileño se vio así especialmente convulsionado por una larga serie de discusiones en las que lo estético y lo personal, lo ideológico y lo cultural, se entremezclan en unos textos casi sumidos en el olvido actualmente. Sin embargo, algunas polémicas dada su intensidad y significación han sido recordadas y analizadas por la crítica. Una de ellas es la provocada por la publicación del Theatro Hespañol (1785)1, de V. García de la Huerta (Zafra, 1734-Madrid, 1787)2. Contra él y su xenófoba defensa de nuestro teatro reaccionaron destacados autores -Juan   -336-   Pablo Forner, Leandro Fdez. de Moratín, Joaquín Ezquerra, Samaniego, Cándido M.ª Trigueros, Manuel Rubín de Celis, Jovellanos...- que protagonizaron un episodio clarificador en el proceso de definición del movimiento neoclásico e ilustrado. Sus textos van desde la erudición crítica hasta el insulto personal, pero tienen el común denominador de enfrentarse a uno de los símbolos de todo aquello que rechazaba una nueva generación literaria y cultural.

Dentro del grupo de antagonistas de García de la Huerta el papel principal lo desempeña el irascible Juan Pablo Forner3. Los agresivos textos entrecruzados por ambos autores constituyen la médula de una polémica que sólo la muerte en 1787 del primero pudo apagar. Aunque Joaquín Ezquerra intentó ampliar con seriedad el campo de la discusión4, los demás contrincantes de García de la Huerta se dedicaron más a la sátira que a la crítica. La ocasión era ideal, pues las «extravagantes» teorías vertidas en el Prólogo del Theatro Hespañol propiciaban una burla que, a pesar de su trasfondo cultural y estético, era eminentemente mordaz y jocosa. Pocos se resistieron a practicarla en aquella ocasión y hasta el ilustre Gaspar Melchor de Jovellanos participó en el arrumbamiento de García de la Huerta y lo que éste significaba5. Sus anónimas composiciones contra el vate extremeño rompen tal vez la imagen estereotipada que solemos tener del polígrafo asturiano. Pero participan de un ambiente y unas circunstancias que las hacen perfectamente comprensibles. Jovellanos, a pesar de su prudente anonimato, no se rebajó a unas lides impropias de su talla, sino que supo ser uno más de los que con medios más necesarios que afortunados participaron en la imprescindible tarea de la evolución de nuestra literatura y dramaturgia. En 1785 1786 realizar esa tarea suponía, entre otras muchas cosas, el ataque a García de la Huerta y Jovellanos supo estar ahí.

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Las razones de la sátira jovellanista contra el autor del Theatro Hespañol son tan obvias como múltiples. Frente al paradigmático ilustrado y neoclásico asturiano, el de Zafra puede pasar como modelo del tradicionalismo literario y cultural. Su polémica y controvertida Raquel (1766) supone, además, un idearium completamente contrario a los principios ilustrados sobre el poder, la nobleza y la monarquía6. Las reacciones negativas que se desataron, el procesamiento y destierro del autor y la oposición ideológica de quienes, sin embargo, admiraban sus versos, son pruebas para añadir a la tesis antiabsolutista defendida en la citada tragedia, tan bien analizada por R. Andioc7.

Pero la espoleta que provocó la oposición unánime de neoclásicos e ilustrados fue la publicación del Theatro Hespañol, con su polémico y xenófobo Prólogo y su relativamente arbitraria selección de obras. Un defensor como Jovellanos de la reforma teatral auspiciada por los neoclásicos y un autor que sabía compaginar el más acendrado patriotismo con el cosmopolitismo propio de la Ilustración no podía permanecer insensible ante la citada obra. En su Prólogo, y en los textos posteriores del propio autor que lo ampliaron a lo largo de la consiguiente polémica8, se señala la absoluta supremacía del teatro español sobre cualquier otro -especialmente el francés-, se minusvalora el papel de la preceptiva clásica, se ataca duramente a Cervantes, se defiende a Lope y un género como los entremeses y, en definitiva, se ensartan defensas y críticas apasionadas que por encima de su pobreza teórica y sus contradicciones revelan una xenofobia que distaba mucho de ser extravagante en su época9. Si García de la Huerta hubiera sido un loco aislado no habría merecido tal vez la atención de autores tan destacados como Jovellanos. Cuando éste y sus compañeros reaccionan contra él son conscientes de que lo hacen contra una   -338-   tendencia de amplia repercusión en aquella época. Desde el malhadado artículo sobre España de Masson (1782), y teniendo en cuenta antecedentes inmediatos como el de la polémica italo-española protagonizada por los jesuitas expulsos y Tiraboschi, Bettinelli, Napoli-Signorelli y otros -en la que participan el propio García de la Huerta y su hermano exiliado en Italia10-, circulaba por el mundo cultural español una corriente en la que una obra como el Theatro Hespañol no puede ser considerada como un simple acto de extravagancia.

Sin embargo, no fue la defensa de lo español lo que motivó las críticas y las sátiras de los antagonistas del vate extremeño. Tanto Jovellanos como sus compañeros compartían la preocupación ante unos ataques foráneos no siempre afortunados. Pero esa preocupación no les llevaba a una xenofobia delirante, sino al estudio autocrítico del presente y pasado de la cultura española, en este caso circunscrito al ámbito teatral11. Esa es la diferencia esencial que provoca la polémica entre García de la Huerta y sus antagonistas, pues -además- la xenofobia comporta una postura inmovilista contraria a todas las reformas estéticas y culturales auspiciadas por el Neoclasicismo y la Ilustración.

Por lo tanto, Jovellanos al satirizar la figura del autor del Theatro Hespañol era coherente con sus propios postulados. Siendo ambos autores dos polos casi diametralmente opuestos dentro del panorama cultural de la época y con las peculiares circunstancias de oportunidad, insistencia y extensión de la polémica desatada entre 1785 y 1787, no hay ningún motivo para sorprendernos ante la presencia de Jovellanos en la nómina de detractores de García de la Huerta. La relativa extrañeza podría provenir de las formas utilizadas. La «Nueva relación y curioso romance, en que se cuenta muy a la larga cómo el valiente caballero Antioro de Arcadia venció por sí y ante sí a un ejército entero de follones transpirenaicos»12, es el título de una composición donde se muestra a García   -339-   de la Huerta convertido en un nuevo y grotesco caballero andante13. No resulta frecuente encontrar dentro de la producción poética jovellanista textos como el citado, que -según Joaquín Marco- utiliza la estructura del pliego y del romance de ciego14. Obviamente el autor no tenía ninguna aspiración literaria15; pero, si bien es cierto que su composición revela un cuidado estilístico que la aleja de la ramplonería total de las restantes aparecidas sobre el mismo sujeto, no resulta menos cierto que es una sátira típica de su época que se podría incluir entre las condenadas por el propio Jovellanos16. De ahí tal vez su anonimato, que probablemente provendría del intento de compaginar la necesidad de atacar a García de la Huerta con la utilización de un medio adecuado, pero algo impropio para la imagen de un autor como Jovellanos.

Con la ironía de quien se siente muy superior al sujeto satirizado, la «Nueva relación...» nos muestra algunos episodios de la vida y la obra del vate extremeño, en especial los que revelan su peculiar comportamiento durante aquellas fechas. No se intenta analizar su postura, sino presentarla como el fruto de la quijotesca extravagancia de un «monstruo de ingenio y pujanza». Jovellanos se burla de la grandilocuencia que caracterizaba al «magnílocuo vate» -tan alejada del estilo poético jovellanista-, ridiculiza irónicamente   -340-   la peculiar actitud mantenida por García de la Huerta ante las reglas de la preceptiva clásica y transcribe con intención burlesca algunos de los neologismos y barbaridades ortográficas del Theatro Hespañol, que casi hicieron famoso a su autor si nos atenemos a las alusiones encontradas en los textos de sus detractores. Pero todo ello se resume en el objetivo de situar a García de la Huerta fuera del ámbito de la Razón. Si en cualquier polémica es fácil caer en la tentación de presentar al contrario como un «loco», en ésta era casi obligado. La recalcitrante y alocada postura del paladín de unas tesis sin ninguna base ni futuro -aunque comprensibles- era proclive para que un ilustrado la delimitara en relación con la Razón. Y no olvidemos que Jovellanos podría haber asumido en su sentido global las siguientes palabras de Luis García Cañuelo: «Semejante a una vista delicada, que ofende cualquiera exceso de luz, todo lo que se aparta un poco de la razón me lastima, el más pequeño extravío de la regla y del orden me causa tedio mortal»17. En esta ocasión, el «tedio mortal» se tradujo en una dura sátira que tuvo su continuación y repercusiones.

Juan Pablo Forner -a quien no agradó la segunda parte del romance escrito por Jovellanos, pues en ella era ridiculizado junto con García de la Huerta- decidió escribir una nueva versión, apropiándose también la primera parte arriba comentada18. Naturalmente, Forner se autoexcluye y hace que la grotesca lucha de tipo caballeresco se entable entre Tomás de Iriarte y el de Zafra, las auténticas «bestias negras» de sus numerosos ataques y polémicas19. Los motivos que le impulsaron a tan curiosa estrategia, facilitada por el anonimato de Jovellanos, los podemos encontrar claramente en la auténtica segunda parte del romance, bautizada también con un curioso título: «Segunda parte de la historia y proezas del valiente caballero Antioro de Arcadia en que se da cuenta de cómo venció y destruyó en singular batalla al descomunal   -341-   gigante Polifemo el brujo»20. El tal Polifemo no era otro que Forner, al cual Antioro dejó «tuerto para toda la vida»21. Es evidente que Jovellanos -aparte de burlarse de ciertas polémicas de su época- en esta segunda parte pretende satirizar más al irascible y omnipresente polemista que a García de la Huerta, observado casi como un personaje gracioso por su propia ridiculez «quijotesca». Mientras que Polifemo se muestra taimado y vengativo, Antioro triunfa gracias a su simpleza e ingenuidad, dejando patente el autor que -si bien despreciaba a los dos- temía mucho más a Forner -«... esta hidra / infernal, este vestigio, / este monstruo y esta arpía»-, a quien acusa, con cierta dosis de ironía, de entablar polémicas contra «la flor del Parnaso» parapetado en su «ruin perfidia»22.

Resulta un tanto sorprendente que el irascible Forner nunca contestara públicamente a tan duros calificativos. A pesar del relativo anonimato, la razón de esta inusual docilidad habría que buscarla en la evidente autoridad del polígrafo asturiano. El autor de la Oración apologética sólo polemizaba cuando se sabía vencedor y en esta ocasión optaría por un estratégico silencio. Pero, ¿por qué Jovellanos satirizó a Forner, enemigo mortal del también satirizado García de la Huerta? En este caso no cabe hablar de razones relacionadas directamente con los temas puestos a debate en la polémica sobre el Theatro Hespañol. Las opiniones de ambos autores en torno a nuestra dramaturgia coinciden básicamente y Forner demuestra en sus folletos contra «Antioro», y en otros textos, que su figura no debe ser incluida entre los apologistas xenófobos. En mi opinión, más que en el terreno de la estética o la ideología las razones de este duro ataque habría que buscarlas en la actitud personal de Forner. Frente a la sobriedad y el respeto que caracterizan a Jovellanos, encontramos un autor que desgasta sus muy apreciables energías en polémicas no siempre necesarias   -342-   y teñidas de un personalismo de poco fuste. Su íntimo amigo Leandro Fdez. de Moratín ya se lo advirtió23 y Jovellanos hizo lo mismo utilizando la sátira. Tal vez fue demasiado lejos, pero los odios despertados por Forner hacían previsibles estas y otras más duras actitudes.

García de la Huerta tampoco contestó a la segunda parte del romance de Jovellanos -cuyo mayor interés real reside en su propia existencia-, ni a la «Jácara en miniatura» escrita también por el asturiano contra el de Zafra, por ser éste un poeta «... cuyos versos, / sonando a tambor, / atruenan y aturden / oído y razón»24. Se trata de una composición menos elaborada literariamente que las anteriores y que por su tono burlón se aproxima a las formas poéticas populares de la época. A este respecto merece subrayarse la elección de la «jácara» para satirizar a «aquel ingeniazo / de los de a doblón». Según Meléndez Valdés, las jácaras y los romances vulgares solían contar

«... las guapezas y vidas mal forjadas de foragidos y ladrones, con escandalosas resistencias a la justicia y sus ministros, violencias y raptos de doncellas, crueles asesinatos, desacatos de templos y otras maldades»25.



Así, pues, la elección de la jácara por otro poeta-magistrado comporta en sí misma toda una valoración muy negativa -tal vez demasiado- de García de la Huerta, equiparado a lo peor de aquella sociedad. Tampoco encontramos un análisis del porqué de la postura defendida por «Antioro», del cual una vez más se satirizan los rasgos que fueron objeto de burla hasta la saciedad entre sus detractores. Pero nada más hay de destacable en esta composición que contribuiría al desprestigio de García de la Huerta y resultaría divertida para los círculos literarios madrileños de entonces. Necesario pero escaso bagaje de un texto que, como los anteriores, ha quedado prácticamente reducido al simple dato de su presencia jalonando una de las polémicas más conocidas de nuestro siglo XVIII.

Indudablemente Jovellanos pudo captar que en el conjuntado ataque y arrumbamiento de lo simbolizado por García de la Huerta   -343-   se traslucía un acto de afirmación del grupo neoclásico e ilustrado. Su contribución al mismo revela, sin embargo, las limitaciones propias del objetivo a batir. El asturiano pensaría que era necesario atacar -con la ironía y el humor de quien veía demasiadas polémicas ridículas- al autor del Theatro Hespañol, pero que éste no merecía sino la burla y la sátira. Desde el anonimato del que no se digna a rebajarse para lidiar con cualquier autor -tal y como hacía Forner-, Jovellanos se divierte con estas composiciones menores que no suponen contradicción alguna con respecto al conjunto de su obra. Ni por su postura frente a García de la Huerta, ni por los mismos medios empleados. Sólo manteniendo una rectilínea imagen del polígrafo asturiano se puede pensar que nunca gozara de lo denostado por él mismo. De igual manera que Leandro Fdez. de Moratín gustaba de acudir a los espectáculos teatrales tan duramente criticados en La Comedia Nueva, Jovellanos utilizó -con la habilidad del que nunca cayó en lo chabacano y vulgar- formas satíricas siempre tan denostadas como apetecibles. Contradicción no, pues, sino dos actitudes complementarias y comprensibles en quien no tenía la obligación de comportarse en todas y cada una de las ocasiones como el paradigma de la pureza y ortodoxia ilustradas. Probablemente, una postura diferente en Jovellanos nos habría deparado un verdadero análisis de la polémica -más rica en actitudes que en contenidos, por otra parte-, pero también con estos poemas contribuyó de forma decisiva a la campaña contra un loco necesario para el movimiento neoclásico e ilustrado.





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