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ArribaAbajoMeléndez, profesor sustituto de la cátedra de Humanidades

Meléndez empezó la enseñanza de las humanidades en la universidad de Salamanca, desempeñando diversas sustituciones. No vamos a traer aquí lo poco atractivo que económicamente era este trabajo de profesor sustituto. Sólo recordar la antes aludida Carta Orden, leída en el claustro pleno del 13 de noviembre de 1772, «por la que se manda nombrar sustituto a la cátedra de Humanidad», la cual estaba vacante desde 1769 por jubilación del maestro don Andrés Iglesias y no encontraba opositores por su escasa dotación164.

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Meléndez dio los primeros pasos en la docencia, como todo profesor de la época, dentro de su facultad, sustituyendo al catedrático temporalmente. Existen varias modalidades de profesor sustituto, ya que, a veces, es el propio catedrático quien, acogiéndose a las facultades que le conceden los Estatutos, por algún interés o necesidad personal, solicita del Claustro de Diputados el mes «de justicia» o «de gracia» al que tiene derecho, encargando personalmente, en su ausencia, a un graduado de su facultad que desempeñe la cátedra. Otras veces es el Claustro de Consiliarios y Rector quienes acuerdan nombrar para alguna cátedra vacante o en trámite de oposición a la persona que, a su juicio, reúne las mejores aptitudes para el desempeño de la vacante. Tal nombramiento suele ser eventual, a menos que el Consejo de Castilla determine su duración. A veces es la propia Junta de Facultad quien elige por votación a aquellos sujetos más preparados, entre los graduados, licenciados o doctores que están adscritos al claustro y figuran como opositores, viniendo a ser una especie de profesores ayudantes, designados para una cátedra concreta en el comienzo de cada curso. Existe, por fin, el de profesor sustituto designado por la Universidad, en claustro pleno, como Meléndez en octubre de 1778, entre los profesores que gozan de mayor estimación y que merecen el consenso de la mayoría asistente al claustro. En principio, pues, todo futuro catedrático ha de seguir el aprendizaje de la cátedra a través de sus ensayos como profesor sustituto, dependiendo sus primeros méritos docentes de la cátedra que sustituya y del modo de su nombramiento.

Más tarde la oposición ganada le permitirá acceder a una cátedra de Regencia y desde ella podrá ser nombrado catedrático de Propiedad.

Meléndez pasó por todas estas clases de sustituciones antes de ganar la oposición. En el curso de 1775-1776 le vemos sustituir por espacio de dos meses la cátedra de lengua griega, y en el de 1776-1777, por un mes, la de humanidades del Maestro Alba165. En los Ejercicios literarios (currículum de septiembre de 1783), Meléndez declara, en el punto 10, «que ha sustituido las cátedras de Lengua Griega y la de Prima de Letras Humanas en los cursos de 76 y 77 , en las ausencias y enfermedades de sus propietarios»166.

Curso 1778-1779. Al principio del curso 1778 -1779 Meléndez solicitó la sustitución de la cátedra de humanidades que regentara el maestro Alba y que había quedado vacante por entonces. Era una sustitución más seria, efectuada por el claustro pleno de la Universidad. También la pedía otro bachiller en Leyes, don José Ruiz de la Bárcena, que era, además, colegial del Trilingüe; pero el Claustro prefirió la candidatura de Meléndez, y en el pleno de 26 de octubre se le nombró, por mayoría de votos, sustituto de la cátedra de Humanidad, en la misma condición que el maestro Alba

«Leyéronse luego -en el claustro pleno de 26 de octubre de 1778- dos memoriales de los Bachilleres en Leyes don Josef Ruiz de la Bárcena, colegial trilingüe, y don Juan Meléndez Valdés, manteísta, por los que cada uno respectiva solicitaba la substitución de la cátedra de Humanidad vacante que regentaba el R. Alba. Y enterada la Universidad de su pretensión se pasó a votar dicha substitución entre los referidos, habiéndose puesto en las Cajas, sus nombres y fecho secretamente con rodeles, descubiertas dichas Cajas pareció haber en la del Bachiller Bárcena veinte y dos rodeles, y en la del Bachiller Meléndez veinte y nueve, por lo que el acuerdo fue: Se nombró por substituto de la Cátedra de Humanidad al bachiller don Juan Meléndez Valdés por mayor número de votos, y así se publicó»167.



La amistad de Meléndez con el maestro Alba se prolongará toda la vida, pues visitará al desterrado Meléndez en Medina del Campo, a partir de 1798.

Este nombramiento llenó de júbilo al poeta jurista y un alborozado Meléndez se apresura a dar la noticia a su amigo Jovellanos, recién llegado de Sevilla a Madrid para desempeñar su nuevo empleo de alcalde de Casa y Corte, en la carta escrita el 3 de noviembre de 1778 desde Salamanca:

«He venido a buen tiempo, pues vine al de la vacante de una cátedra de Humanidades, que regentaba en sustitución el maestro Alba, de los agustinos, y que la Universidad ha proveído en mí de la misma manera. Su asignatura es de explicar a Horacio, y yo estoy contentísimo por repasar ahora, que no tengo ya cátedras, todo este lírico, y porque también es la sustitución, contando como cuento con el favor de Vuestra   —32→   Señoría, un escalón casi cierto de la propiedad»168.



Hasta comenzó a forjar proyectos para el porvenir, aunque sin descuidar del todo, como ya vimos, sus estudios jurídicos: «En este caso [en el de conseguir la propiedad de la cátedra] me daría a las Musas, sino enteramente, mucho más, y nuestros pensamientos sobre Homero podrían efectuarse mucho mejor. A mí su traducción me intimida y me llena al mismo tiempo de una ambición honrada»169.

La alternancia entre el mundo literario y jurídico es completa y perfecta. Nadie diría después de leer esta carta centrada en lecturas literarias, que nuestro profesor interino de humanidades, acababa de firmar la oposición a la cátedra de Instituciones Civiles de la Facultad de Leyes.

Al estudiar en el capítulo anterior su formación, hemos visto que como un magnífico doctorando de hoy, Meléndez, ya bachiller en Leyes y profesor sustituto, continuó profundizando en el estudio de las humanidades en el periodo 1775-1781.




ArribaAbajoMeléndez, catedrático de Prima de Letras Humanas

Ya sabemos que en la primera mitad de 1781 Meléndez gana su cátedra de Prima de Letras Humanas por oposición, cuyos ejercicios consistieron en la traducción y comentario de Homero y de Horacio. Al poeta le correspondieron Iliada, III, 1-4 y Horacio, Od. II, 10, actuando el 19 de enero del mismo año. Obtuvo su nombramiento real con fecha de 9 de agosto de 1781170. En ella permaneció hasta septiembre de 1789. Ruiz de la Bárcena conseguirá en la misma oposición la otra cátedra de Humanidades.

En otro lugar decíamos que Meléndez, aunque impartía sus clases en los cursos superiores de la enseñanza preuniversitaria, tuvo que entendérselas con alumnos preadolescentes y adolescentes cuya edad predominante se situaba entre los doce y los catorce años, etapa difícil en la evolución de la psicología humana, lo cual es importante para juzgar el nivel al que se veía obligado a explicar las humanidades y el tono general de los informes que emitió sobre la materia171.

Por su parte, Alarcos resumía su conocido trabajo sobre Meléndez: «No poseemos datos para reconstruir la labor de Meléndez en su cátedra. Sabemos que defendió la Poética de Horacio en un acto mayor, que dirigió las sabatinas y que formó parte del tribunal encargado de examinar a los preceptores de Gramática; conocemos la materia propia de su cátedra; nos falta, sin embargo, lo más interesante: datos que nos permitiesen ver cómo nuestro poeta interpretaba a Horacio, qué comentarios le sugería su lectura y qué matices percibía o dejaba de notar en el estilo del gran lírico romano»172.

Al estudiar cualquier reforma ilustrada debemos distinguir el plano legislativo del plano de la realidad, puesto que las leyes con frecuencia no se aplicaban. El marco legal por el que se regía la cátedra era el Plan de estudios de 1771, complementado por la Real Carta Orden, leída y obedecida en el claustro pleno del 6 de marzo de 1773, por la que se declaraba el tiempo que debe durar la enseñanza y explicación de las cátedras de humanidad, latinidad, retórica y lenguas griega y hebrea, «y lo demás que en ella se previene sobre cualidades de los que las pueden sustituir»173.

Independientemente del Plan de estudios de 1771, la realidad de la enseñanza filológica en 1789 parece ser la descrita por el reverendo Martínez Nieto, el cual propone un curriculum de tres cursos en un informe, fechado el 1 de abril de 1789, año en que Meléndez abandona su cátedra. Martínez Nieto cree que podrá establecerse un año por punto general para instruir a un joven en los rudimentos de Latinidad en el Colegio Trilingüe:

«Como estos jóvenes saldrían de las aulas de Trilingüe muy tiernos en la inteligencia de esta lengua, deberían cursar por espacio de otro año, con un catedrático de Latinidad, de los dos que se llaman de Humanidades, con quien, por la mañana y tarde, ejercitarían todas las reglas que habían aprendido el año anterior [en el Colegio Trilingüe] en la frecuente instrucción de los autores del siglo de Augusto, y versión de los mejores   —33→   periodos del idioma castellano en el latino, los cuales deberían ser tomados de los autores que mejor han escrito en nuestra lengua, y no inventados a placer por el catedrático, sin que por esto se entienda que, en el año de rudimentos, no debieran también enseñarse los jóvenes a breves composiciones de castellano al latín, y construcciones de este idioma a aquel por los autores más fáciles como Fedro, Q. Curcio, Ovidio y otros a elección del preceptor, quien debía también cuidar que llevasen decorados de memoria los pedazos que debían construir, singularmente los más elegantes y provechosos, como son las fábulas de Fedro»174.



Sobre el segundo curso de humanidades, desempeñado por el catedrático de Prima, es decir, por Meléndez, fray Juan Martínez Nieto dice: «En el segundo año, que es de latinidad, empezaría el ejercicio, por la mañana, con las versiones que habían hecho en las 24 horas del castellano al latín, sirviendo de pauta para todos la que llevarse hecha el catedrático, al tenor de la cual, corregirían los demás sus defectos, y se emplearía el tiempo necesario en hacer conocer a los jóvenes sus respectivos errores, cotejándolos con las reglas del arte que debían tener siempre en la memoria»175. Es de suponer que Meléndez, aficionado al estudio de la historia, hallaría la manera de zafarse de esta rancia metodología humanística para acercarse a un estudio filológico más integral y próximo al concepto de filología latina como ciencia de la antigüedad.

La docencia del catedrático Meléndez estaba condicionada por el carácter optativo de la asignatura. Fray Juan Martínez Nieto señala dos dificultades para la constitución de un Colegio de Artes, las cuales eran comunes en el Colegio de Filología y en sus asignaturas más importantes (la de latinidad y la de humanidades): la falta de alumnado («oyentes fijos») y la falta de salidas profesiones («premios»):

«De todo lo dicho se infiere que todas las dificultades que han impedido hasta ahora, e impedirán en lo sucesivo, siempre que subsistan, la formación de un Colegio útil y respetable en el claustro de Salamanca, no están en la falta de cátedras, ni en la falta de salarios, sino que todas se reducen a dos: la primera en asignar, a todas las cátedras del Colegio de Artes, competente número de oyentes fijos [alumnos], que, por necesidad, hayan de asistir a dichas cátedras. La segunda dificultad, en establecer premios seguros de honra y provecho, para sus profesores [alumnos] más sobresalientes, para que, con este aliciente, se pueblen las aulas de oyentes, y abunde el claustro de maestros en Artes aunque no sean catedráticos»176.



La docencia del filólogo Meléndez estaba condicionada por estas circunstancias poco favorables, lo que inducía a que se impartiese con una profundidad no suficiente, salvo a los alumnos que voluntariamente deseaban ahondar en su estudio, tal vez fuera del aula. El maestro Zamora continuaba sus explicaciones en su celda y ponía a disposición de los alumnos su biblioteca particular. Meléndez, por ser catedrático de Prima, tenía el privilegio de impartir la docencia por la mañana, y sin embargo, Nicasio Álvarez Cienfuegos, nos recuerda las agradables tardes pasadas junto a Meléndez: «¡Oh inefable placer! ¡Oh hermosas tardes / de mi felicidad.... Fueron, Batilo, / para siempre jamás!»177.

Es de suponer que fuera del aula Meléndez hiciese llegar a manos de sus discípulos, como Marchena, libros extranjeros del último pensamiento filosófico europeo178.

Fray Juan Martínez Nieto nos describe un panorama no muy halagüeño del estado de la enseñanza de las humanidades en el citado informe del 1 de abril de 1789:

«Es innegable que todo el estudio de las Bellas Letras se ha reducido, tanto en Salamanca, como en lo general del Reino, a instruir a los jóvenes, por espacio de algunos años, en los primeros rudimentos de la gramática latina, bajo uno o de muchos perceptores que, enseñando a sus discípulos a traducir medianamente cualquier periodo de un autor latino, y a volver en mal latín, aunque sin solecismos, algunas cláusulas castellanas, los juzgaban suficientes para entrar a oír filosofía o jurisprudencia, sin darles otra instrucción,   —34→   ni aún conocimiento de las Letras Humanas. Y, como, además de los catedráticos mencionados, ha habido siempre en Salamanca preceptores que han enseñado todas las partes de la gramática latina, y no se ha precisado jamás a los jóvenes a cursar en las cátedras restantes de Humanidad, Retórica y Griego, quedando estas cátedras por largo tiempo, con poco uso. Y no tuvieran alguno, si la Universidad no hubiera obligado a sus colegiales trilingües a frecuentar estas cátedras, según el destino respectivo de sus becas»179.






ArribaAbajoLos actos pro cathedra, como forma de enseñanza

En las universidades antiguas había dos modos más empleados de enseñar: la lección y la disputa. Las reformas universitarias carolinas traerían algunas modulaciones nuevas en el plano pedagógico, pero conservaron esa doble vía de enseñar y aprender. En el Plan de estudios de 1771 se regularon las disputas estableciendo los actos pro univeritate et pro cathedra con el deseo de conseguir mayor rigor y cumplimiento en las disputas, sin alterar demasiado la tradición180.

Las lecciones era de tres tipos: las ordinarias, las extraordinarias y las repeticiones de los catedráticos, más solemnes, pero en desuso. No hubo ningún intento de reponer éstas últimas.

Las lecciones ordinarias eran el núcleo esencial de la docencia, desde San Lucas [18 de octubre] hasta nuestra Señora de septiembre, el día 8. Los catedráticos de propiedad cesaban sus explicaciones el 18 de junio, continuando los sustitutos hasta el final. En cambio, los catedráticos temporales o de regencia debían rellenar todo el periodo así como los de latinidad, humanidades, lenguas y retórica, lo cual no impidió que Meléndez pasase varios veranos en Madrid junto a Jovellanos. Salvo domingos y jueves y algunas fiestas, las facultades funcionaban en las dieciocho aulas que tenía la Universidad. Los escolares oyen unas tres horas al día. Sea por uso o por no poder adquirir los libros que se exponían (por ejemplo, el Digesto en la Facultad de Leyes), las clases se hacían dictando la materia. Esta forma de transmitir sabiduría convivía, sin duda, con explicaciones más fluidas del profesor que recitaba sus conocimientos. El Plan de 1771 prohibió el dictar y dejó tan sólo la lección explicativa, más desembarazada y flexible: si se tenía que seguir un manual, ¿para qué dictar la materia? Se podría complementar el libro por un cuaderno de observaciones que se entregaría a los alumnos, y, en su caso, podría imprimirse con el libro de texto.

El dulce recuerdo de la docencia de Meléndez que nos han dejado José Marchena, Manuel José Quintana y Nicasio Álvarez Cienfuegos se refería, sin duda, a estas lecciones ordinarias, prolongadas en apacibles charlas al terminar las mismas.

Pero ahora nos interesa fijarnos en las disputas, más como baremo para conocer el nivel filológico que se alcanzaba en la universidad de Salamanca que conoció Meléndez que como método de enseñanza. Las disputas eran una forma de aprendizaje y de exposición de saberes esencial en la universidad antigua. Se utilizan en los grados o en las oposiciones y su técnica se aprendía en las clases y en las academias. Se trata de exponer o sostener unas afirmaciones o tesis, a las que se arguye para criticarlas o negarlas, en todo o en parte. Los bachilleres debían sostener algunos actos de conclusiones antes de presentarse al grado de licenciatura, según las Constituciones. Las conclusiones tenían lugar los días festivos, no domingos, o a ciertas horas en que no se molestase la enseñanza; el bachiller presentaba las conclusiones ocho días antes al doctor que actuaba de padrino. Estas se fijaban públicamente en los lugares oportunos de la Universidad, se entregaban a quienes asistirán a la exposición de hora y media, a la defensa y a la «réplica» frente a los argumentos, hechos por doctores o por bachilleres o licenciados designados. Los reformistas ilustrados quisieron mantener estos actos, que andaban muy decaídos181.

También había grados en la solemnidad de estas disputas, pues no eran lo mismo los actos semanales,   —35→   celebrados los sábados («sabatinas»), que los actos anuales «mayores» (celebrados por una Facultad mayor) o que un acto anual «menor», que eran los celebrados por los catedráticos de Filología. Meléndez participó en toda la variedad de disputas: en «actos mayores» por ser doctor en Leyes y en «actos menores» por ser catedrático de Lenguas.

Algunas disputas o actos de conclusiones tenían especial solemnidad, por ser presididas por los doctores. Los Estatutos determinaban que se celebrase un número determinado en cada facultad, y asistía el rector, el maestre escuela y el claustro. El número de disputas era veintidós en Teología y Medicina y veinticuatro en Cánones y Leyes. Un bachiller o alumno de tercer curso, bajo la dirección de un doctor, debía defender unas conclusiones, con argumentos, durante dos horas. Al final el doctor presidente resumía, dando solución a cada una de las cuestiones o argumentos, para que los oyentes pudieran aprovechar. También estaban obligados a realizar actos pro cathedris los catedráticos temporales o de regencia, sustentando la disputa en persona, a no ser que fuesen doctores, en cuyo caso bastaba que fuesen padrinos o presidentes. Sin embargo, esta última forma había desaparecido de las facultades de Leyes y Cánones, y el fiscal Campomanes (el Consejo de Castilla) se empecinó en que debían restaurarse, con la intención de volver a la disciplina antigua como vía de mejora de aquellas facultades182.

Las disputas eran, sin duda, una forma docente que pertenecía a etapas anteriores; la reforma ilustrada, sin embargo, no fue consecuente y mantuvo las disputas tradicionales. Contradicción en la reforma universitaria de los ilustrados porque, ciertamente, no querían la escolástica ni el casuismo, sino una enseñanza racionalista y amplia, pero se mantienen aquellas contiendas escolares, como residuo de tiempos pasados. La universidad de Salamanca es una universidad que duda entre dos mundos diferentes, a pesar de las buenas intenciones del fiscal Campomanes183.

Para el ilustre fiscal asturiano, estos actos pretendían ser un medio complementario de formación de estudiantes y de enseñanza de los profesores y doctores en general. Para el historiador actual es el termómetro más fiel que marca el nivel de los temas científicos por los que se interesan las diversas facultades. Por ellos podemos ver el reflejo y la síntesis de los capítulos más tratados y generales de aquel tiempo, así como las novedades o temas palpitantes que surgen y se incorporan al interés de los estudios. A la vez nos permiten formarnos un juicio bastante aproximado de la mentalidad docente de los profesores de cada facultad a quienes se obliga a presidir, con cierto turno, algún acto público académico, y de aquellos otros profesores o doctores que, además de presidir sus actos obligados, buscan con inquietud la ocasión que les brindan estos actos públicos para exponer, en réplicas y argumentaciones, nuevos modos o ideas que, con frecuencia, contrastan con los esquemas habituales y que, poco a poco, van introduciendo nuevas inquietudes.

Alarcos, a falta de datos concretos, describe los actos de disputa en los que debió participar Meléndez:

«Tanto en esta cátedra de Humanidades, como en la de Lengua griega, catedráticos y alumnos debían realizar, aparte de los trabajos cotidianos, otros ejercicios extraordinarios. Nos referimos a las sabatinas y al acto público anual. Las sabatinas eran reuniones que, como indica su nombre, se celebraban los sábados de todas las semanas, desde San Lucas a San Juan, y en las cuales uno de los discípulos decía de memoria algún pasaje de los autores traducidos en clase, lo vertía al español, señalaba las particularidades lingüísticas que observara en el texto y daba razón de las figuras, tropos e idiotismos que en él descubriere, respondiendo luego en latín a las objeciones que se le hicieren por los oyentes. El acto público anual era algo semejante a las sabatinas, pero mucho más solemne»184.



Se conocen los actos «pro universitate» celebrados en las facultades mayores. Han sido estudiados algunos de especial relevancia de la facultad de Leyes en los que intervinieron personajes célebres, como Ramón de Salas o el mismo Meléndez. Por ejemplo el acto mayor «pro universitate» en el que Nicasio Álvarez Cienfuegos pretendía defender las ideas de Beccaria en 1784.

Sin embargo, han sido totalmente ignorados los actos que se celebraron por los catedráticos del Colegio de Lenguas, aún no implantado formalmente. Ciertamente los hubo, y constituía no pequeña preocupación el preparar el acto anual al que cada catedrático estaba obligado a escenificar. Eso se desprende de la carta del 27 de octubre de 1798 del catedrático de griego, José Ayuso, al padre fray Juan de Soto,   —36→   profesor de la materia en Alcalá:

«No hay precisión de presentar discípulos a examen, sino de presidir anualmente un acto o ejercicio público en que se ejercite uno de los discípulos, imprimiéndose las tesis y materia, que ha de reducirse a algún punto de gramática, análisis, producción de alguna obrita proporcionada, y esto con asistencia de los catedráticos de Humanidades. Además, todos los sábados por la tarde hay un ejercicio de este ramo en que turnan otros catedráticos y podrá tocarle al de griego como siete veces en cada curso. No ha dejado en mi tiempo [Ayuso se pasó a la Facultad de Leyes en 1797] de haber discípulos, pero, si han faltado en algunas de las otras cátedras de letras humanas, ha cuidado el catedrático de buscar quien sustente estos ejercicios»185.



Las siete sabatinas de cada curso que presidió cada catedrático del Colegio de Filología no se registraron en ningún libro, pero sí los actos anuales pro cátedra en los Libros de Actos Universitarios, a partir de 1785. ¿Por qué no se anotaron desde el curso 1769-1770 como los de las facultades mayores? Suponemos que por dos motivos: porque no se llegó a constituir formalmente el Colegio de Lenguas y porque entre 1780 y 1785 los catedráticos de Lenguas estuvieron enfrentados en dos bandos por la opción de rentas entre cátedras186.

Conocemos el protocolo de los actos universitarios celebrados en las facultades mayores, pero nos los del «non nato» Colegio de Filología, aunque es lógico suponer que sus catedráticos, acostumbrados a presidir múltiples actos mayores en otras facultades, en especial en la de Leyes, aplicasen por analogía las reglas de los actos de estas facultades, salvando las peculiaridades de alumnado y de la enseñanza preuniversitaria en la que se movía el Colegio de Filología. La presentación del acto universitario debía hacerse públicamente días antes de su celebración en una hoja impresa en la que constara el título concreto a defender y un resumen esquemático, en cuatro o cinco proposiciones o tesis, que adelantasen los principales argumentos de la defensa. De este modo la Junta de la Facultad, Junta de Lenguas en nuestro caso, por la que fuera a ser defendido el acto, podía permitir el anuncio oficial del mismo, exponiéndolo en la puerta de Escuelas Mayores, o rechazarlo si se presumía que del mismo pudieran seguirse conclusiones aventuradas y lesivas de los derechos y regalías de S. M., según lo prevenía el Consejo. Antes de ser aprobado el tema por la Junta de Lenguas, debía someterse con una antelación de ocho días a la censura del censor regio, el catedrático de Prima de Leyes, don Vicente Fernández de Ocampo, censor regio a partir del otoño de 1784. Con semejantes prevenciones, pocos habían de ser los profesores que se aventurasen a contravenir las directrices marcadas, máxime que de la celebración del acto, así como de su rechazo o posibles incidentes provocados en el mismo, se había de dar información al Consejo de Castilla. Así como sabemos que el censor Fernández de Ocampo prohibió algunos actos que Meléndez tenía previsto celebrar en la Facultad de Leyes, por el contrario, no nos consta que hubiese ningún enfrentamiento entre dicho censor y algún catedrático de Lenguas por los actos celebrados en el Colegio de Filología. El censor regio tenía la obligación de que los actos pro cathedra se ajustasen a las materias del programa oficial y de que fuesen presentados con la expresión lingüística correcta. Es de suponer que ni por el contenido ni por la forma los actos pro cathedra del Colegio de Lenguas presentasen especiales problemas al censor, ya que el estudio de la cultura grecolatina no era el más adecuado para discutir novedades peligrosas ideológicamente. Eso ocurría en los colegios de cánones, leyes y filosofía, como hemos visto en el acto prohibido a Ramón de Salas.

Seguiremos los actos pro cathedra celebrados por el Colegio de Filología hasta que Meléndez abandona la Universidad de Salamanca. Para otra ocasión queda profundizar en los actos pro univeristate et pro cathedra realizados por Meléndez en la facultad de Leyes y Cánones, ya resumidos perfectamente por Alarcos187.

El total de actos sostenidos por Meléndez hasta septiembre de 1783 fueron los recogidos en los Ejercicios literarios:

«3. Que tuvo tres actos, los dos mayores, en que defendió los más principales tratados de la filosofía [en el Colegio de Santo Tomás de Madrid, antes de 1771].

  —37→  

[...]

9. Que ha tenido seis actos mayores en Leyes, los tres pro universitate.

[...]

cursos de [17]79, [17180 y [17]81.

16. Que presidió el acto pro universitate respectivo a ella, en que defendió el Arte Poética de Horacio, sabatinas, exámenes, etcétera»188.






ArribaAbajoActos mayores pro cathedra y pro universitate de Meléndez, profesor sustituto (1778-1781)

Alarcos sólo registra dos actos pro cathedra relacionados con la actividad filológica de Meléndez, aludidos por el mismo en las cartas dirigidas a Jovellanos. El primero, y el más conocido, es el que proyectaba celebrar en enero del 1778, cuando habla a Jovellanos de un acto de humanidades que pensaba defender y que «es nada menos que las cuatro poéticas de Mr. Batteux»189. No hemos encontrado registrado este acto en los libros 722 y 723 del archivo salmantino que recogen «las pruebas de los 24 actos mayores que pro universitate et pro cathedris manda tener en cada un año el Supremo y Real Consejo de Castilla en las facultades de cánones y leyes, el cual da principio con los pertenecientes al año y curso de 1769 en 1770 y sigue para lo sucesivo»190.

Tampoco hemos encontrado el acto sobre «El Arte poética de Horacio», segundo aludido por Alarcos y mencionado por Batilo en la lista de los Ejercicios literarios de 1783, que debió defender posteriormente, ya como profesor sustituto permanente, nombrado por la Universidad. Veremos que el 26 de julio de 1787 Meléndez volverá a presidir un acto en el que se defenderá el Arte Poética de Horacio»191.

En consecuencia, y dado que los actos de las cátedras de filología no se registran hasta 1785, no podemos confirmar que Meléndez llegase a realizar sus intenciones, lo cual no invalida el acertado comentario de Alarcos:

«Y este dato nos revela, con su ingenua y elocuente sencillez, que Meléndez sentía alguna preocupación teórica por las artes bellas. Vémosle, en efecto, en el verano de 1778, entregado a la lectura del Curso de Bellas letras, del citado Batteux, y en fecha algo posterior a la de las Reflexiones críticas sobre la Poesía y la Pintura, del abate Dubos, que le gustan muchísimo y juzga escritas con gran juicio. Estas lecturas le entusiasmaban. Si más tarde había de dar forma poética a las elucubraciones de Winckelman, que debió leer por estos años, ya por el año de 1779 se lamentaba de la escasísima producción de obras de Estética en España. "A nosotros -escribía- nos hace, a mi ver, mucha falta esta clase de escritos, que dan a un mismo tiempo las reglas del buen gusto y forman el juicio con lo ajustado de sus reflexiones". Y añadía, revelando bastante desconocimiento de la materia, pero también el noble deseo de que no fuera como él dice, que "los franceses abundan en ellos, al paso que nosotros carecemos de todo192.



Aunque, como hemos dicho, los actos pro cathedra del Colegio de Filología no se registran hasta 1785, sin embargo, algunos actos universitarios de la Facultad de Leyes, realizados con anterioridad, nos parecerían de filología si sólo nos fijaremos en los participantes, en gran parte docentes de lenguas. Por ejemplo, cuando fueron réplicas los doctores Meléndez, catedrático de Prima de Letras Humanas; Ayuso, profesor sustituto de retórica y de griego, y Campo, profesor sustituto de la otra cátedra de Letras Humanas, en el acto celebrado en   —38→   la facultad de Leyes el 22 de mayo de 1783: «El doctor don Manuel Blengua prueba haber presidido en 22 de mayo de 83 acto mayor en la facultad de Leyes en el que pro Universitate defendió la materia De legitionibus. Actuante, don Andrés Aransay. Réplicas: doctores Ayuso, Campo y Meléndez. Medios: bachiller Xara y Jeguar»193.

Algo similar ocurrió el 15 de enero de 1784, cuando Meléndez y José Ayuso actúan en un acto pro universitate en la facultad de Leyes: «El doctor don Josef Ayuso Navarro prueba haber presidido en 15 de enero de 1784 acto mayor pro universitate en el que defendió las leyes del Código Theodosiano, ley VIII, De Transactiones. Ley 7. Código ad legem Juliam de adulteris. Ley 7 part. título XII del libro III Foro Regali. Ley 7 título IV parte 5. Ley 6 título II. El libro 6 de la Recopilación. Actuante don Diego Salazar. Réplicas: doctores Oviedo, Carrasco y Meléndez. Medios: bachiller Xara y Ibarra»194.

Los actos habidos en el Colegio de Lenguas en este periodo debían tener poca importancia académica, pues Meléndez, en los Ejercicios literarios de 6 de septiembre de 1783, sólo recoge el que versó sobre «el Arte Poética de Horacio», en clara contraposición con los seis actos tenidos en la Facultad de Leyes: «16. Que presidió el acto pro universitate respectivo a ella, en que defendió el Arte Poética de Horacio, sabatinas, exámenes, etcétera»195.




ArribaAbajoActos mayores pro cathedra y pro universitate de Meléndez, catedrático (1781-1789)

En los Ejercicios literarios de 6 de septiembre de 1783 Meléndez se limita a declarar que cumplía con lo legislado respecto a los actos pro universitate:

«17. Que hizo oposición a ella [cátedra de Prima de Letras Humanas], leyendo media hora de Griego sobre un lugar de Homero, y una consecutiva sobre una oda de Horacio, defendiendo y arguyendo promiscuamente al latín y griego.

18. Que Su Majestad, a consulta del Consejo, se sirvió conferirle dicha cátedra en 7 de agosto de 1781.

19. Que la ha servido a estos dos cursos [1781-82 y 1782-83] teniendo las Sabatinas, actos pro universitate y exámenes que le han correspondido.

20. Que es examinador de los grados de bachiller y licenciado de la Facultad de Leyes»196.




ArribaAbajoEl primer acto pro cátedra del Colegio de Lenguas (julio de 1785)

Terminado el conflicto por las rentas, el curso 1784-1785 fue importante por la aparición y éxito arrollador del primer libro de poesía de Meléndez, pero también marca el cenit del Meléndez controversista. En otro lugar hemos aludido a las polémicas de un Meléndez, más reformista que nunca, con los colegas conservadores de la facultad de Leyes, motivadas por las ideas de Beccaria, por la orientación que se debía dar a la Academia práctica de Derecho Patrio, etc.197.

Tampoco nos vamos a detener en la manera con que Meléndez pretendía estimular el aprendizaje de las humanidades en el Colegio Trilingüe y en la preceptoría de gramática de Alba de Tormes, estudiados por nosotros en otra partes198.

Meléndez, en cambio, no desaprovechó ninguna ocasión para insistir en la necesidad de favorecer los estudios humanísticos y el cultivo de las bellas letras. Así, por ejemplo, cuando en los claustros plenos de 18 de junio y 5 de julio de aquel año de 1785 se trató sobre la reforma del procedimiento seguido en las oposiciones a cátedras, Meléndez propuso, entre otras acertadas condiciones, que «ninguno se declare opositor sin tener antes impresas dos disertaciones una castellana y otra latina sobre la facultad en que se haga la oposición», y que se hiciera presente «al Consejo ser bien de la Universidad y al verdadero restablecimiento de su lustre y Literatura que antes de entrar en sus claustros haya impreso igualmente dos disertaciones castellana y latina sobre la facultad en que se haya de graduar», añadiendo, además, maliciosamente, que convendría que todos los individuos del claustro diesen ejemplo, «imprimiendo en el término de un año otras dos iguales   —39→   disertaciones»199.

Sabido es que Meléndez presentó el 21 de mayo de 1784 ante la Junta de Derecho la conclusiones de un acto pro universitate relativas a los castigos legales, «sacadas literalmente del Discurso sobre las penas», publicado recientemente por Manuel Lardizábal, en el que se defendía la ideología penal ilustrada de Beccaria. El 15 de junio la Junta rechazaba definitivamente ese acto. El 27 de enero de 1785 Meléndez preside un acto mayor pro universitate, que es el sustituto del rechazado, y en el que fue actuante su discípulo preferido, también poeta, Nicasio Álvarez Cienfuegos: «El doctor don Juan Meléndez prueba haber presidido en 27 de enero de 1985 actor mayor pro universitate en el que defendió la materia De propietatis (sic). Actuante: don Nicasio Álvarez Cienfuegos. Réplicas: doctores Caballero, Salas, Hinojosa. Medios: bachilleres Bajo, Torrent»200. Da la impresión de que esta vez Meléndez está arropado por sus amigos, todos juristas, Martín de Hinojosa, Ramón de Salas y, ¡cosas de la vida!, por José Antonio Caballero, el futuro ministro de justicia (1798-1808), su encarnizado perseguidor y causante de su destierro.

Más arriba hemos aludido a que en diciembre de 1785 Meléndez simultáneamente se enfrentaba con los profesores inmobilistas de la Facultad de Leyes y organizaba la oposición de la cátedra de griego bastante libremente, con el consentimiento de la mayoría conservadora del claustro pleno, porque las humanidades ni tenían peso académico ni eran consideradas peligrosas. Aunque «el revoltoso reformista» que era Meléndez aprovechaba el más mínimo resquicio para introducir ideas que despertasen la conciencia de sus conformistas colegas. Ese es el sentido que le damos a la elección que el tribunal de la oposición a la cátedra de griego hizo del texto de segundo ejercicio, el 8 de febrero, cuando el tribunal fija el libro del «autor del Siglo de Oro» sobre el que recaería el examen del segundo ejercicio. Es letra de Meléndez, alma mater del tribunal, pues además de ser el más competente en la materia (Sampere no sabía griego y González Candamo no asistirá al desarrollo de la oposición) da la impresión de que Meléndez actuaba de «secretario» del tribunal. Es el único que firma el documento, con lo que deja claro su protagonismo en esta oposición201:

«En Salamanca, a 8 de febrero de 1786, los señores del margen [doctor Sampere, doctor Candamo, doctor Menéndez y bachiller Bárcena], se congregaron en la sala de juntas y acordaron se diesen los piques para la traducción de latín al griego por Los Oficios de Cicerón, haciendo los opositores otras tantas cuartillas como ellos son, y otra más para los jueces [las que conservamos], y que se pasase también un recado al señor vicerrector para expedir cédula para estos ejercicios [en claustro pleno del 10 de febrero], y con su aviso citar a los opositores para tomar los puntos [el 9 de febrero], previniendo que éstos deberán ser un pasaje corto de dicho libro, con lo que se concluyó esta Junta, que firmaron. Dr. Meléndez Valdés [rúbrica]»202.



Al día siguiente, 9 de febrero, es la toma de puntos sobre De Oficiis de Cicerón:

«En Salamanca, a nueve días del mes de febrero de 1786, a las ocho de la mañana, se congregaron en la sala de juntas de esta universidad los señores jueces, nombrados para esta cátedra, a dar los piques en el libro señalado en la Junta anterior, y concurrieron los opositores a dicha hora en la que efectivamente se señaló en el Cicerón De oficiis, libro I, capítulo XVII, que empieza: Gradus y acaba civitatis. Ante mí, Manuel de Paz Conde»203.



Es preciso hacer algún comentario sobre la materia objeto de examen de este segundo ejercicio, pues el tribunal eligió un texto lleno de reflexiones filosóficas y sociológicas, bastante acordes con el pensamiento reformista de los políticos ilustrados, sistemáticamente boicoteado por el conservador claustro pleno. El capítulo XVI es «Principios de la sociedad y la primera obligación para con ella» y el elegido capítulo XVII lleva el significativo título de «Cuatro vínculos de sociedad. El más fuerte es el de la Patria». Esos cuatro vínculos, en grado descendente de amplitud son, en primer lugar, la sociedad natural por la cual se unen unos hombres con otros. El segundo es el de pertenencia a una misma nación cuyos hombres hablan una misma lengua; después está el de la ciudad en que los hombres tienen muchas cosas comunes; el cuarto y último es el de la casa donde todo es común, y «ésta se extiende después a otras muchas casas y parentelas». Según el   —40→   edicto de la convocatoria, el tribunal tenía libertad para elegir el texto de este segundo ejercicio («quedando a nuestro arbitrio dar el pique en el [autor] que tengamos por más conveniente»). Sin duda, Meléndez, que estaba viendo cómo el egoísmo de los estamentos dirigentes, en general, y de los juristas y teólogos, en particular, dentro de la Universidad, estaba haciendo fracasar sistemáticamente todas las iniciativas del celo patriótico de Campomanes, aprovechó para hacer reflexionar, en primer lugar, a los opositores, y al claustro pleno, en general, con un texto que exalta la generosidad para con la patria.

Después de intervenir como «réplica» en varios actos pro universitate en la facultades de Cánones y de Leyes en la primera mitad de 1785, nos encontramos con el primer acto pro cathedra en el que interviene Meléndez como catedrático de Prima de Letras Humanas, en compañía del otro catedrático de la misma materia, Ruiz de la Bárcena. Fue el 3 de julio de 1785 y lo podemos considerar como el primer acto académico del, ahora sosegado, Colegio de Filología, por su solemnidad y por ser el primero que aparece registrado en el libro correspondiente. Ruiz de la Bárcena y Meléndez también debieron considerarlo así, a juzgar por los detalles con que se molestaron en describirnos el desarrollo del acto.

No nos debe extrañar la juventud del «actuante», Vicente Fernández Ocampo y García, pues había estudiantes de latinidad que empezaban siendo niños, lo cual no le parecía bien a Campomanes ni a otros pedagogos ilustrados. Por otra parte el «actuante» debía ser pariente del censor regio y catedrático de Prima de Leyes, don Vicente Fernández de Ocampo, lo cual ciertamente contribuiría a levantar expectación en los ambientes universitarios y dar relevancia a la presentación semioficial de los actos académicos en los orígenes del Colegio de Filología:

«El bachiller don Josef Ruiz de la Bárcena prueba haber presidido en las escuelas de esta universidad en el día 3 de julio de 1785 un acto pro cathedra: De poemate Satirico, dividido en 10 asertos o conclusiones. Fue su actuante don Vicente Fernández Ocampo y García, hallándose en la edad de diez años, quien decoró de memoria los 366 versos de la sátira X de Juvenal204 y después defendió bajo del auspicio de dicho presidente los referidos asertos. En el primero, el origen de la sátira, su definición y materia. En el segundo, sus variaciones. En el tercero, su origen entre los griegos y romanos y las diferencias de una a otra. En el cuarto [aserto] el carácter y propiedades de los escritores romanos satíricos. En el quinto, de la poesía en general, de su forma y partes y a cuál pertenezca la sátira, colocándola en la clase de poema didáctico. En el sexto [aserto], la definición de este poema, su distribución y reglas, ya generales, ya particulares. En el séptimo, del estilo poético. En el octavo, la defensa de dicha sátira X de Juvenal. En el noveno y décimo, su traducción y explicación de la gramática y retórica en ella contenida, la propiedad de las voces, frases, construcciones más raras, sintaxis, historia, mitología y ornatos retóricos y poéticos de dicha pieza, respondiendo a las preguntas que sobre todo lo referido se le hicieron por espacio de dos horas. Le arguyeron y preguntaron don Juan Lizardi y don Francisco Cantero, colegiales trilingües de esta universidad, que fueron los medios. Y después arguyó de réplica y siguió haciendo preguntas el doctor don Juan Meléndez Valdés, catedrático de Humanidad, y el bachiller don Joséf Huebra, sustituto de la cátedra de Griego. Firma: bachiller Bárcena»205.



Merece la pena que nos detengamos en este acto pro cátedra, por ser el primero del Colegio de Filología del que se nos da noticias y por ser el que más datos nos aporta sobre el desarrollo de este tipo de eventos académicos en el área filológica. La estructura del acto es la típica de las disputas académicas. No cabe la menor duda que el texto de Juvenal es sometido a un auténtico estudio filológico con una metodología bastante moderna. Otra cosa es el alcance y profundidad de las investigaciones teniendo en cuenta la época y la materia (la vida y la obra de Juvenal), muy controvertida aún actualmente, como han puesto de manifiesto recientemente Manuel Balasch y Miquel Dolç206.

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El acto académico estaba dividido en dos claras partes, una abarca siete cuestiones o «asertos» y la otra tres. La primera parte se centraba en el género literario de la sátira, su origen, características y clases. La segunda parte se centraba más en el autor y el texto concreto, objeto del comentario filológico, Juvenal y su sátira X.

Respecto a los siete primeros «asertos» del acto, relacionados con el origen y naturaleza de la sátira, los profesores Balasch y Dolç, editores recientes de Juvenal, estudian fundamentalmente tres textos para determinar el origen, la forma y contenido del género literario romano de la llamada sátira (en latín satura o satira): el primero, del gramático Diomedes; el segundo es un breve comentario o escolio a un lugar de Horacio, comentario que coincide básicamente con el texto de Diomedes; en tercer lugar, un texto Tito Livio. En el escolio al primer libro de las Sátiras de Horacio se dice: «La gente afirma que la sátira recibe su nombre de la bandeja (tanx) que, llena de diversos frutos de la tierra, es ofrecida en el templo de Ceres; por eso a esta poesía se la ha llamado satura, porque está llena de temas diversos para saciar a los oyentes...». Parece que Juvenal tenía un concepto similar al de Horacio, pues, en coincidencia casi exacta, se lee en el prólogo de una colección de escolios de Juvenal: «Se llama sátira a algún tipo de bandeja (lanx) que se acostumbraba a ofrecer en los sacrificios a Ceres, llena de frutos diversos, a semejanza de esta bandeja, esta poesía se llama satira, porque es una colección de muchos vicios»207. Si en el Colegio de Lenguas salmantino se tenía conocimiento de esta coincidencia, nos podríamos explicar el hecho de que eligiese un texto de un autor «minoritario» como era Juvenal.

En resumen, los citados prologuistas sólo pueden concluir que en su origen la sátira fue un género literario poético no conectado con el drama, caracterizado porque en la composición mezclaban diversidad de temas208.

Los «asertos» sexto («la definición de este poema, su distribución y reglas, ya generales, ya particulares») y el séptimo («del estilo poético»), e incluso el octavo («la defensa de dicha sátira X de Juvenal»), son pertinentes, porque siempre ha habido autores que han puesto en duda la calidad poética de las sátiras de Juvenal, es decir, sí es verdaderamente un poeta. Hay posiciones extremas: unos niegan cualquier capacidad poética a Juvenal, de quien dicen que es un versificador que aprendió en la escuela las reglas de versificación y que las aplica de manera superficial y sin verdadero espíritu de poeta. Por otro lado, está la opinión mayoritaria, entre la que se encuentra el Colegio de Lenguas de la Universidad de Salamanca, que considera que Juvenal es un vate verdadero209.

A Juvenal se le ha reprochado desde siempre una composición deficiente, ocasionada en buena parte por digresiones, a veces extensas, que no vienen nada a cuento con el hilo principal de lo que dice. En ello hay que reconocer que esta vez la crítica lleva razón. Y aquí sí que hay un perjuicio de la verdadera poesía210.

La segunda parte del acto académico de los filólogos salmantinos comprende los «asertos» ocho al diez, ambos incluidos, y tiene por objeto el análisis textual de la sátira X. Llama la atención lo poco que se alude a la biografía de Juvenal, lo cual puede tener su explicación en lo oscura que, incluso hoy, se nos presenta. Es indudable que en vida de Juvenal su sátira interesó, pues de lo contrario no se habría conservado de manera suficiente para pasar a la posteridad. Pero no es menos seguro que inmediatamente después de su muerte (después del año 127 d. J. C.) dejó de interesar y su persona cayó en el olvido.

La sátira X es la primera del libro IV. Este, que comprende las sátira X, XI y XII, carece de indicaciones cronológicas, pero hay que suponer que se publicó antes del libro V y este se divulgó dentro del bienio 128 al 130, cuando Juvenal ya se había recuperado de las miserias del destierro211 y gozaba en Roma de una pequeña fortuna.

En su obra Juvenal se propone ofrecernos una visión del mundo que le rodea más personalmente, el de la ciudad de Roma. Enuncia la tesis de su sátira X en los primeros versos, resumida en la famosísima máxima de Juvenal, mens sana in corpore sano, que para Meléndez era un canto al hombre equilibrado y virtuoso: «En toda la tierra son contados los hombres capaces de remover la niebla del error y distinguir los bienes verdaderos de aquellos que les son tan opuestos. A ver: ¿Qué es lo que deseamos o tememos con razón? ¿Qué es lo que concibes con tan buenos agüeros que luego no te arrepientes del intento, del deseo cumplimentado?».

En los últimos versos de dicha sátira reitera dicha tesis:

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«Hay que rogar [a los dioses] por una mente sana en un cuerpo sano. Demanda un ánimo vigoroso, que no se aterrorice ante las muerte, y que considere el último tramo de la vida como un regalo de la naturaleza, que sepa soportar cualquier trabajo, [...]. Cosa cierta es que para una vida tranquila se te abre un único camino, el de la virtud. Si somos prudentes, no tienes, oh Fortuna, poder alguno. Somos, sí, nosotros, los que te hacemos diosa y te colocamos en el cielo»212.



Resumiendo, la sátira X de Juvenal, dado su contenido filosófico y pedagógico, fue un bonito texto para que el Colegio de Filología de la Universidad de Salamanca hiciese su presentación pública en plena Ilustración española. No deja de ser curioso imaginarse a todo un Meléndez, catedrático de Prima de Letras Humanas, arguyendo sobre temas filológicos y filosóficos tan profundos con un niño de diez años, el cual había memorizado los 366 versos de la sátira.




ArribaAbajoActos mayores pro cathedra y pro universitate de Meléndez, catedrático (1785-1789)

El 10 de agosto de 1785 Meléndez Valdés presidió un acto sobre la Églogas de Virgilio en humanidades, con asistencia del doctor Sampere, lo cual puede ser indicio de que las relaciones tensas por la cuestión de la opción de rentas entre las cátedras del Colegio de Lenguas ya se había normalizado: «El doctor don Juan Meléndez Valdés prueba haber presidido en las escuelas de esta universidad en el día 10 de agosto de 1785 un acto en Humanidades en el que se defendió las Églogas de Virgilio. Actuante: don Vicente María Zepa. Réplicas: el doctor Sampere y el bachiller don José Ruiz de la Bárcena. Y medios: don Cristóbal Redondo y don Manuel López»213.

No había pasado una semana desde que había concluido la oposición a la cátedra de griego, cuando Meléndez preside un acto pro universitate sobre Derecho Natural el 16 de febrero de 1786, tema susceptible de crear polémica con el censor Vicente Fernández de Ocampo, máxime contando con un «réplica» como Ramón de Salas y Cortés, redactor de unas «constituciones» y plan de la Academia de Derecho Real y Práctica Forense, totalmente contrarias a las que había propuesto el mismo Fernández de Ocampo214: «El doctor don Juan Meléndez prueba haber presidido en las escuelas de esta universidad acto mayor pro universitate en Leyes en 16 de febrero de 1786 en que defendió la materia De legum naturalium. Actuante: don Ignacio Díaz Caballero. Réplicas: doctores Forcada y Salas. Medios: bachiller Torrent y bachiller Maillo». Firman Ignacio Díaz Caballero y el mismo doctor don Juan Meléndez Valdés215.

El 17 de abril de 1786 Menéndez participada como único réplica en un acto mayor pro universitate en la facultad de Leyes, presidido por el futuro catedrático de retórica y ministro de Cádiz (1811), Nicolás María de Sierra: «El bachiller don Nicolás María de Sierra prueba haber presidido en las escuelas de esta universidad un acto mayor pro universitate en la facultad de Leyes en el que defendió la materia De Lege Rodia de Jactu. Actuante: don Francisco Xavier Francos. Réplica: el doctor don Juan Meléndez Valdés. Medios: don Pedro María Cano y el bachiller Sendino y don Domingo Varona». Firman Nicolás María de Sierra, Pedro María Cano y Francisco Xavier Francos216. Tema nada conflictivo.

El 1 de julio de 1786 Meléndez preside su acto menor anual como catedrático de Prima de Letras Humanas: «El doctor don Juan Meléndez presidió acto menor pro universitate et cathedra en el día uno del mes de julio de 1786 en poesía, en el que defendió la primera sátira de Horacio217. Actuante: don Mariano Orbaneja y Coca. Arguyeron de réplica el doctor Sampere y el doctor Candamo y el bachiller Bárcena». Firmas de los bachilleres Redondo y Mariano Orbaneja218. En una época en la que la maledicencia entre los profesores salmantinos era moneda corriente, Meléndez vuelve a tocar el tema de la sátira, como un año antes lo había hecho Ruiz de la Bárcena con Juvenal.

La sátira I de Horacio versa sobre el tema de que nadie está contento con su suerte. Todos piensan que   —43→   es mejor la de su vecino y Horacio concluye que si todos los hombre están descontentos con su destino es porque nadie es capaz de pararse en su camino detrás de su fortuna, mientras que por el contrario sólo ve delante otra persona más rica. La mayor parte de la sátira está destinada a ridiculizar al avaro que no es capaz de gozar de su fortuna ni de atraerse la estimación de los que lo rodean. Quizás Meléndez tenía dos objetivos subliminales al escoger este tema: animar al insatisfecho González de Candamo, «réplica» en el acto, que aspiraba a mejorar profesionalmente y pensaba emigrar a América. El segundo propósito sería el criticar las murmuraciones de unos catedráticos contra otros.

El primer acto pro universitate en el que participó Meléndez en el curso 1786-87 fue en la facultad de Cánones, en compañía de su amigo Ramón Salas, sobre una cuestión de Historia Eclesiástica española: «El doctor don Santos Rodríguez de Robles prueba haber presidido un acto mayor pro universitate en Cánones, el día 16 de noviembre de 1786 en el que defendió la materia De Consciliis et precipue de his quae in postra Hispania celebrata. Fue actuante el bachiller don Andrés Castañón Rodríguez. Réplicas: los doctores Salas y Meléndez. Medios: los bachilleres don José Luis Torrent y don Vicente Alvilla». Firma el bachiller don Andrés Castañón Rodríguez219.

Castañón, colegial en el Mayor del Rey, progresará bastante a la sombra de Godoy, llegando a ser «catedrático de Historia Eclesiástica de la Universidad y canónigo electo de la santa iglesia catedral de esta ciudad de Salamanca», y será uno de los personajes salmantinos que veinte años después (1807), intentará rehabilitar socialmente al desterrado Meléndez, cuando, siendo hombre de confianza de Godoy y su apoderado para tomar posesión de la conservaduría perpetua de la Universidad, concedida al Favorito220, incluyó a Meléndez en una lista de seis claustrales a los que les pasó «a este intento esquelas de convite el Sr. Dr. Castañón». El Dr. Meléndez aparece tanto en su condición de ex magistrado como de ex catedrático: «del Consejo de Su Majestad y su Alcalde que fue de Casa y Corte y catedrático que fue de Humanidades de esta Universidad»221.

Los catedráticos de filología aprovechan el verano para realizar los actos «menores» anuales de sus cátedras. Sin duda porque había más espacio para realizarlos, dado que los catedráticos de las facultades mayores tenían vacaciones y ellos no.

El 22 de julio de 1787 Josep Ruiz de la Bárcena presidió un acto académico sobre Cicerón: «El doctor don Josep Ruiz de la Barcelona prueba haber presidido acto en Humanidad en el día 22 de julio de 1787 en el que defendió la materia de El diálogo de la vejez de Cicerón. Actuante: don Bernardo Antonio Suárez. Réplicas: los doctores Ayuso y Ocaña y bachiller Maurín y Montero»222.

El 26 de julio de 1787 Meléndez preside su acto menor anual en humanidades, versando sobre Horacio, pero no sobre las manidas odas, sino sobre el Arte Poética: «El doctor don Juan Meléndez Valdés prueba haber presidido acto menor en Humanidades en el día 26 de julio de 1787 en el que defendió el Arte Poética de Horacio. Actuante: don Manuel Antonio Iglesias. Réplicas: los doctores Sampere y Bárcena. Medios: don Bernardo Suárez y don Juan Blat». Aparece la firma de Manuel Antonio Iglesias223. Como hemos visto anteriormente, Meléndez había disertado sobre esta misma obra siendo profesor sustituto, unos ocho años antes, recogido en los Ejercicios literarios de 6 de septiembre de 1783: «16. Que presidió el acto pro universitate respectivo a ella, en que defendió el Arte Poética de Horacio, sabatinas, exámenes, etcétera»224.

El doctor Ayuso, nuevo catedrático de griego sustituto del fallecido P. Zamora, preside un acto en la facultad de griego el 1 de agosto de 1787: «El doctor don Joséf Ayuso y Navarro prueba haber presidido acto menor en la facultad de Griego en el que se defendió la materia Egraecarium literarum exercitatio in anacreontis odas. Actuante: don Joséf Rodríguez Viezma. Réplicas [en blanco]»225. Tal vez Meléndez influyó en su amigo para que eligiese el tema de las anacreónticas, tan de actualidad en el mundillo literario del momento, después del éxito conseguido por las Poesías de Meléndez el año anterior.

De más calado filológico es el acto presidido el 22 de junio de 1788 por el segundo catedrático de Letras Humanas, doctor Ruiz de la Bárcena, estando presentes el resto de los catedráticos de humanidades, aunque no Meléndez, en el que se defiende el uso de las lenguas clásicas desde un criterio puramente filológico, es decir como medio para conocer el mundo greco-latino, y no como medio de comunicación: «El doctor don José Ruiz de la Bárcena aprueba haber presidido en las escuelas de esta Universidad actor menor   —44→   en el día 22 de junio de 1788 en humanidades en el que defendió ser malo hablar en latín porque se corrompe la locución de la latinidad. Actuante: don Joséf Martínez de la Natividad. Réplicas: los doctores Sampere y Ayuso. Medios: don Bernardino Suárez y don Domingo Robles»226.

La postura adversa al latín como lengua de ciencia era antigua en los políticos ilustrados y en el Colegio de Filología de la Universidad de Salamanca, estudiada por Lázaro Carreter en su ya clásico ensayo227. Hacia finales del siglo XVIII se tenía más interés por los contenidos que por los aspectos formales de la educación humanística. Recodemos que una real orden de Carlos III de 1768 prescribía la obligatoriedad de enseñar el latín en castellano228. Antonio Salvador Plans ha puesto recientemente de manifiesto la preocupación de Forner por la corrupción del castellano en estos mismos años229.

Diez años más tarde en un Plan de educación de la Nobleza (1798), redactado a petición del ministro Jovellanos, no sólo se desaconseja hablar en latín sino incluso el redactar en latín:

«Pero como para esto [imitar a los buenos modelos latinos] se necesita numen, que sólo podrá inspirar el preceptor, se irá éste con mucho tiempo en ejercitar a sus discípulos en composiciones métricas: y si bien no se negará a los que manifiesten numen natural y una inclinación decidida a la versificación, su objeto primario ha de ser formar unos conocedores completos y unos censores atinados de los poetas antiguos, más que unos serviles y desairados imitadores de lo que nada pueden añadir por sí mismos, sin un peligro inminente de errar; a menos de estar dotados de un genio poético-latino como Vida, Santeuf y el Deán Martí»230.



El Colegio de Lenguas consideraba, siguiendo las orientaciones de Campomanes, que era necesario dar un nuevo enfoque a la enseñanza del latín, allí donde los estudios de gramática perdurasen. Profundizar en el conocimiento de dicha lengua, ciertamente, era necesario para adquirir erudición en las universidades y «para la buena inteligencia de la Escritura, los Concilios y los santos padres», pero, además, en su fase propedéutica el latín podría servir de apoyo a la enseñanza simultánea de la gramática castellana. Luis Gil ve ciertas motivaciones políticas en este nuevo enfoque: «Si desde el punto de vista pedagógico era aconsejable para los castellano-hablantes, constituía a la vez un excelente medio de propagación para la lengua oficial del Estado en las regiones donde perduraba vivo el uso de las lenguas vernáculas»231.

Esa preferencia del castellano sobre el latín en la enseñanza de las humanidades era antigua en el Colegio de Lenguas salmantino. Antonio Tavira defendía en 1767 el uso de la lengua castellana en las aulas y pensaba que estaba muy despreciada. Opinaba que si la estudian los niños, al tiempo que estudian la gramática latina y griega, no conocerían el sentido de las voces en lengua extraña ni ignorarían la materna, y concluye: «La precisión de hablar latín en todas las funciones públicas acaso convendría que se moderarse o se quitase en un todo, pero como el Consejo mandó años pasados lo contrario, venero sus determinaciones»232.

En 1771 el P. Zamora justificaba el haber redactado, por primera vez, su gramática griega en castellano y no en latín, como era lo acostumbrado hasta la fecha, como un acto de patriotismo y escribía en el prólogo («A los que leyeren»):

«Todos nacemos con la obligación de servir a la patria, que nos ha dado el ser; pero esta obligación tan general, se hace particular en mí, porque si como todos debo ser un patriota no inútil, el título de catedrático me precisa a que me desvele para hacerme en cuanto pueda utilísimo. Con este fin he tomado la pequeña molestia de recoger de varios autores los preceptos, que doy unidos en cuerpo de doctrina, e intitulo Gramática griega.   —45→   [...] Las gramáticas deben escribirse en idioma que el estudioso penetre bien, como ya asientan (sic) todos, y no habiendo la griega en castellano, de modo que tengamos suficiente número de ejemplares, aun suponiendo que las impresas sean perfectísimas, no parece temeridad creer que necesite el público la que le presento, con tal que haya acertado yo a componerla»233.



Este acto académico del Colegio de Lenguas coincide con los criterios pedagógicos del discurso pronunciado por Jovellanos el 17 de diciembre de 1795, el cual, según Luis Gil, «fue quien tuvo ideas más claras del papel que debía desempeñar el latín en la docencia y en la formación de la juventud. Ante todo, le parecía una monstruosidad que se siguiera todavía empleando el latín como lengua de enseñanza de las facultades de teología y de derecho canónico, aún reconociendo toda la importancia que para estas disciplinas tenía». En ese discurso Jovellanos sostiene que «las lenguas no son solamente un instrumento de expresión, sino también de concepción y análisis respecto de nuestras ideas», y de ahí que, para la adquisición del conjunto sistemático de «ideas claras y distintamente concebidas y ordenadas en nuestro espíritu acerca de un objeto» que es la ciencia, sea necesario el empleo, en la enseñanza y en el estudio, de la propia lengua234. Por ello sería deseable que, en lugar de tantas malas escuelas de latinidad, hubiera cátedras de lengua castellana.

El Colegio de Lenguas, como Jovellanos, no pretendía dar carpetazo final a la tradición humanística de leer a los clásicos griegos y romanos en sus originales235 sino que reservaba la educación humanística para las clases dirigentes, como se manifiesta en el informe de Jovellanos, que elevó a la Junta de instrucción pública de Sevilla en 1809. En el apartado relativo a la «enseñanza de la lengua latina», se declara «íntimamente penetrado» de la importancia y necesidad de reconocimiento de las lenguas muertas, «para abrir a los jóvenes las fuentes purísimas de la antigua elegancia y sabiduría». Recomienda por ello a la Junta «que medite muy de propósito los medios de establecer y mejorar en España la enseñanza de estas lenguas y señaladamente la latina, que ha sido hasta aquí la general de los sabios de Europa»236.

Esta postura filológica alcanza su definitiva formulación legal en el Dictamen y proyecto de decreto sobre la ley general de la enseñanza pública (marzo de 1814), informe en su mayor parte redactado por Manuel José Quintana, quien en 1787 empezó a tratar a Meléndez y, tal vez, asistió a este acto que estamos comentando. Allí Quintana resumía: «Es consiguiente que sea también una la lengua en que se enseñe y que esta sea la lengua castellana». Y añadía: «Bastará decir que es un oprobio del entendimiento humano suponer que la ciencia de Dios y de la Justicia hayan de ser mejor tratados, en este ridículo lenguaje ["el guirigay bárbaro llamado latín de las escuelas"], que en la alta, grave y majestuosa lengua española»237.

No hemos encontrado el acto pro cathedra anual de Meléndez correspondiente al curso 1787-1788. En el verano de 1789 los dos profesores de humanidades, Meléndez y Ruiz de la Bárcena, realizan los últimos actos pro cathedra, siendo el extremeño catedrático de filología.

El 16 de julio de 1789 Josep Ruiz de la Bárcena presidió un acto menor en humanidades sobre una sátira de Horacio, sin asistencia de Meléndez, quien probablemente estaba de excursión por las Batuecas durante esos días: «El doctor don Josep Ruiz de la Barcelona prueba haber presidido acto en Humanidades en el día 26 de julio de 1789 en el que defendió la materia de la Sátira tercera de Horacio. Actuante: don Domingo Rodríguez. Réplica: el doctor García [Francisco García Ocaña, nuevo catedrático de hebreo]. Medios los bachilleres Lizardi y Nieto». Firma de Domingo Rodríguez de Robles238.

Meléndez Valdés presidió su último acto como catedrático de Prima de Humanidad, cuando ya tenía el nombramiento de alcalde del crimen de la Real Audiencia de Aragón, el 3 de agosto de 1789, un mes antes de efectuar su traslado para Zaragoza: «El doctor don Juan Meléndez Valdés prueba haber presidido en el día 3 de agosto de 1789 en Humanidad pro universitate et cathedra en el que se defendieron las églogas 1239, 3240,   —46→   4241 y 5242 de Virgilio. Actuante: don Pedro Joséf Alegría. Réplicas: los doctores Sampere [ya catedrático de Historia Eclesiástica en la Facultad de Cánones] y Bárcena. Medios: bachiller Núñez [espacio en blanco en el manuscrito]». Firma de Pedro Joseph de Alegría243.

La Égloga I de Virgilio son 83 versos de diálogo entre los pastores Melibeo y Titiro, que termina con esta invitación del pastor Titiro a Melibeo: «Quédate aquí esta noche descansando; / castañas, queso y peros olorosos / tenemos pues, y un lecho verde y blando. / Ya el humo se divisa en los fogosos / caseríos. Las sombras, descendiendo / de los montes a pasos presurosos, / de oscuridad el mundo van cubriendo»244.

Descripción que nos recuerda varias poesías anacreónticas de Meléndez.

La Égloga III es un diálogo de 111 versos entre los pastores Menalcas, Dametas y Palemón. La Égloga IV es un monólogo de 63 versos del pastor Marcelo que termina: «Mira cuál te sonríe, oh pequeñuelo, / tu madre, que fatigas molestosas / diez lunas padeciera y desconsuelo, / hasta verte en sus brazos do reposas; / a conocerla en infantil anhelo / empieza por sus risas cariñosas; / que las deidades no le son propicias / al que los padres niegan sus caricias».

Ibídem, p. 19.

La Égloga V son 90 versos de diálogo entre los pastores Dafnis, Menalcas y Mopso, que comienza con la tópica invitación: «Pues que juntos estamos y contentos, / oh caro Mopso, todo nos convida / a divertir agora estos momentos: / Sentados a la sombra apetecida / de aquestos bellos olmos y avellanos, /a tu flauta mi voz sonará unida».

Meléndez no se complica la vida en este su último acto académico y acude a uno de sus autores preferidos. Ya el 10 de agosto de 1785, Meléndez había presidido un acto sobre las églogas del poeta de Mantua. Probablemente le apetecía llevar a la cátedra el mismo tema que estaba trabajando en el poema que estaba componiendo por aquellos días, la Égloga IV, El zagal del Tormes, en la que los que se despiden no son dos catedráticos, sino dos zagales.

Después de repasar el contenido de los actos pro cathedra celebrados por el Colegio de Lenguas de la universidad de Salamanca, podemos ver que los estudios filológicos no se limitaban a estudiar a Horacio y que cada catedrático manifestaba sus preferencias al elegir los autores, objeto de estudio. Meléndez escogió en 1785 y 1789 las Églogas de Virgilio, uno de sus autores predilectos, por razones obvias. Había más variedad de temas y autores de lo que se ha creído hasta ahora. Aparece la sátira con Juvenal y Horacio; los temas bucólicos, como no podían faltar, en su vertiente griega (Anacreonte) y latina (Virgilio); asuntos de política lingüística, como la necesidad de utilizar el castellano, y no el latín, como lengua científica; etc. Todo lo cual nos lleva a pensar que dentro del conservadurismo mayoritario de la universidad salmantina, también comenzaban a infiltrarse tímidamente los nuevos aires filológicos que empezaban a soplar por Europa, al mismo tiempo que, en torno a Meléndez, se estaba formando una «secta» o escuela poética nueva de «estilo espiritoso» o filosófico245.






ArribaAbajoLa oposición de la cátedra de griego en 1786, el cenit del humanismo académico de Meléndez

Meléndez no sólo fue un buen latinista, sino que en el curso 1785-86 tuvo una participación decisiva en la oposición a la cátedra de griego, vacante por la muerte del P. Zamora. Curiosamente, ese curso representa en la trayectoria vital de Meléndez el cenit de su helenismo, de su empuje reformista en el seno del claustro salmantino y, si creemos a Tineo y a José Gómez Hermosilla, el inicio de una nueva escuela poética, de orientación filosófico-ilustrada, compuesta por un grupo de jóvenes que seguían las innovaciones introducidas por Batillo246. En efecto, ese curso tiene un gran éxito la primera edición de las Poesías de Batilo y se pueden constatar los lazos reformistas del extremeño con Nicasio Álvarez Cienfuegos en la facultad de   —47→   Leyes, lo que hace deducir relaciones poéticas menos documentadas.

Remitimos a otro lugar donde hemos estudiado más detenidamente esta oposición247. Ahora sólo nos fijaremos en el informe de Meléndez para demostrar su competencia helenística e importancia en el desarrollo de dicha oposición, ya que fue la referencia de los informes de los restantes miembros del tribunal, pues Sampere, desconociendo el griego, lo siguió, y González de Candamo se despreocupó de la oposición. Por eso es importante conocer el dictamen individualizado, personal y autógrafo que emitió Meléndez Valdés248 (ver apéndice).

En primer lugar, Meléndez conocía suficientemente la competencia helenística de cada uno de los opositores con anterioridad al inicio de la oposición, por haberlos tenido como coopositores en la oposición de Prima de Humanidades (Campo, Soto y Herrero) que había ganado en 1781, y por tenerlos de colegas a todos en la docencia de las humanidades, ya como sustitutos de cátedras en el Colegio de Lenguas, ya como preceptores en el Colegio Trilingüe, en cuyo edifico impartían físicamente los catedráticos del Colegio de Lenguas de la Universidad sus clases. A esto se refiere con la expresión «el conocimiento que tengo de los opositores, adquirido en las conversaciones privadas que ofrece la frecuente familiaridad de las aulas»249.

En la primera y única vez en que Meléndez fue juez en una oposición de cátedras fue escrupuloso en su dictamen, siguiendo la seriedad exigida por su protector Campomanes. Según el edicto de la oposición de 1785, los jueces debían fijarse en «la etimología, sintaxis, prosodia, propiedad de voces, figuras y bellezas que ocurran», es decir, comprobarían la competencia lingüístico-filológica y la poético-literaria, además de la estructura de toda la intervención («lección») de cada opositor.

Atendiendo a estos tres aspectos, Meléndez emite su dictamen, pero dándole más importancia a los aspectos estético-literarios, como demuestra la repetición de las palabras «gusto» (dos veces) y «autores» (tres veces).

Meléndez es generoso con cuatro de los opositores y demoledor con el bachiller Soto, el preceptor de gramática del Colegio Trilingüe, al que descalifica en los tres aspectos: «trivialísimo» en el tono general de su intervención, divagador en la parte filológica y de pésimo gusto e incapaz de captar la belleza en el apartado literario.

En opinión de Meléndez, el ganador Ayuso fue el mejor en la estructuración de sus argumentaciones y en la parte estética. Cuando Meléndez dice que Ayuso «mostró gusto e inteligencia de la poética» y «con un orden mejor que ningún otro» nos está calificando al nuevo catedrático de griego como un neoclásico convencido, admirador del orden, la claridad y la armonía grecolatina. Juicioso abogado, Ayuso estaba guiado, tanto en su conducta como en su gusto estético, por el sentido común y alejado de los excesos barrocos. Suponía continuar la línea pedagógica del P. Zamora, cuya Gramática siguió adoptando250.

El segundo opositor, Huebra, actuó «muy bien» en el apartado filológico, y sus méritos eran bastante parejos con los de Ayuso.

Los otros tres opositores (Campo, Herrero y Soto), que habían competido con Meléndez en 1781 cuando la cátedra de Prima de Humanidades, fallaron claramente en algunos de los apartados. De Soto ya hemos hablado. El doctor Campo perdió mucho tiempo en la parte de la prosodia, por lo que tuvo que contestar fugazmente al resto de las cuestiones.

El bachiller Dámaso Herrero, que sucederá a Meléndez en la cátedra de Prima de Humanidades, falló en la parte literaria, aunque no en la gramatical. Si en 1790, cuando gane la cátedra, no había mejorado esta parte, la marcha de Meléndez debió ser todavía más sensible para el nivel estético del Colegio de Lenguas, aunque debía ser mejor latinista, pues el P. Zamora le había otorgado el tercer lugar en la oposición de 1781. La oposición a la cátedra de griego de 1785 no sólo coincide con uno de los momentos más esplendorosos de nuestra Ilustración (por ejemplo en ese año se publica la primera edición de las Poesías de Meléndez o el Catalogo delle lingue de Hervás y Panduro y reaparece El Censor, entre otros hechos literarios significativos), sino también con el cenit del Colegio de Lenguas de la Universidad del Antiguo Régimen (el antecedente más inmediato de la Facultad de Filosofía y Letras decimonónica), que no volverá a contar con catedráticos tan prestigiosos como los tuvo en el decenio 1775-1785 (entre titulares y sustitutos encontramos a los padres Bernardo de Zamora y Antonio Alba, los doctores Sampere, Ayuso, Meléndez, González Candamo y Ruiz de la Bárcena).

Personalmente, Meléndez, quien ya había demostrado su competencia como latinista en la oposición de   —48→   1781, ahora se preocupa de que el discípulo predilecto del P. Zamora continúe la magnífica labor de su maestro (que también lo había sido de helenistas tan prestigiosos como Casimiro Flórez Canseco, Pedro Estala o el inquisidor Nicolás Rodríguez Laso).

Meléndez pudo haber sido un personaje de cierta importancia en la renovación de los estudios humanísticos, en general, y helenísticos, en particular, de los últimos decenios del siglo XVIII, si no hubiese caído en la ambición de muchos de los catedráticos de las cátedras filológicas, que tenían sus ojos puestos en las salidas profesionales jurídicas mientras ejercían la docencia en las «cátedras raras» del Colegio de Lenguas.

Nos parece que el comportamiento de Meléndez en la oposición de la cátedra de griego de 1785 que hemos estudiado está dentro del reformismo y de las directrices del helenista Campomanes y del «amoroso tesón con que trató de difundir el estudio del griego el fiscal del Consejo de Castilla»251.

Meléndez fue un convencido amante de las lenguas clásicas, pues se ocupó con asiduidad de Virgilio, no sólo cuando ocupaba su cátedra, sino que continuó cultivando, con certeza, las traducciones de autores latinos y probablemente los griegos, de manera que en el verano de 1807 era uno de los dos mejores latinistas que había entre los componentes del claustro pleno de la Universidad de Salamanca252.

Esa competencia en latín sólo se puede mantener después de casi veinte años en la carrera judicial si se lee y traduce con regularidad textos clásicos, y parece que Meléndez tomó la Eneida como texto para ejercitarse, si interpretamos bien a Menéndez y Pelayo: «Eneida de Virgilio. Emprendió Meléndez esta versión, a consecuencia de haber visto la de Delille. Perdióla ya muy adelantada en el saqueo de sus libros y papeles en Salamanca en 1813. Según Cabanyes eran seis los libros ya traducidos»253.

A esta misma traducción parece aludir Mestre, cuando afirma, hablando del destierro del poeta (1798-1808), al que considera como paradigma de «los humanistas que eran con frecuencia víctimas de los caprichos o de los vaivenes de los políticos» que hallaban su consuelo en el cultivo de las lenguas clásicas: «Es cierto que Meléndez Valdés entretuvo su aislamiento en la traducción de las obras de Virgilio»254.

El conocimiento de la competencia helenística de Meléndez nos ayuda a penetrar en su poesía, pues «la poesía de Meléndez sólo puede comprenderse dentro de la tradición clásica. Porque nos encontramos con un poeta que en minuciosos detalles, en el léxico y en los tópicos, se está refiriendo continuamente a la antigüedad. [...] La poesía de Meléndez, pues, se levanta en una época en la que todavía la imitatio de la antigüedad clásica nutre la literatura»255.

A juzgar por los modos apuntados en la oposición a la cátedra de griego en 1785, es posible que la docencia de las Humanidades, y del Griego en particular, hubiese mejorado notablemente si la ambición jurídico-política no hubiese impulsado a abandonar el Colegio de Lengua en 1789 a Meléndez. Para desgracia del Griego, el nuevo catedrático Ayuso también era doctor en Leyes, lo mismo que el resto de los catedráticos del mejor Colegio de Lenguas, el salmantino de la década de 1780-1790, que vio la Universidad española de la Ilustración.




ArribaAbajoConclusión

Meléndez fue catedrático de Humanidades (filología latina) en una época en que la universidad estaba muy politizada y cuando, como Fernando Lázaro nos recuerda, la idea de República Literaria estaba ligada a la filosofía de la Revolución Francesa y a la bella y sugestiva quimera de la lengua universal, muy extendida en el siglo XVIII, que aspiraba al deseo de una lengua universal que valiera para todos y que no sólo facilitaría las relaciones internacionales, sino que fuese un instrumento maravilloso para el análisis del pensamiento256.

Meléndez pudo haber sido un personaje de cierta importancia en la renovación de los estudios   —49→   humanísticos, en general, y filológicos, en particular, de los últimos decenios del siglo XVIII, si no hubiese caído en la ambición de muchos de los catedráticos de las cátedras filológicas, que tenían sus ojos puestos en las salidas profesionales jurídicas mientras ejercían la docencia en las «cátedras raras» del Colegio de Lenguas.

Luis Gil Fernández habla de los brotes de renovación humanística y de Campomanes como el autor de las reformas lingüísticas, «con éxito escaso, necesario es reconocerlo, tanto por la resistencia pasiva de los claustros como de los propios estudiantes». Destaca en la universidad de Salamanca, la actividad de fray Bernardo de Zamora, quien en 1764 elevó un escrito al claustro solicitando que saliera a oposición pública en toda regla la cátedra vacante y desempeñó después con dignidad y eficacia la docencia de la materia. Incluye entre «los focos de helenismo» a un discípulo de Bernardo de Zamora, Juan Meléndez Valdés, «cuya primera poesía corrida de molde257 aparece precisamente que la gramática griega de Ortiz de la Peña»258.

Más adelante añade Luis Gil: «Por desgracia, los jóvenes helenistas más prometedores de forales de la siglo XVIII, como Pedro Estada, Joseph Antonio Conde, el propio Meléndez Valdés, tal vez Ortiz de la Peña y tantos otros de talla menor, fueron víctimas de los avatares políticos de comienzos del siglo XIX. Ilustrados, afrancesados o liberales, hicieron caer indirectamente sobre la lengua griega un baldón»259.

En 1789 Meléndez Valdés abandona definitivamente Salamanca, y la vacante de la cátedra de humanidades se provee en la persona gris de Dámaso Herrero el 18 de junio de 1790260. A partir de entonces la vida del poeta discurre por los caminos azarosos de la política y del destierro. Siempre guardará buen recuerdo de sus años de catedrático de filología en Salamanca, que contrapone a los ajetreados de su vida como magistrado. Pero Meléndez continuó traduciendo a los clásicos (en especial la Eneida), aunque nunca se volvió a ocupar profesionalmente de temas filológicos, salvo de una manera tangencial en su etapa de afrancesado cuando ejerció los cargos de consejero de Estado y presidente de la Junta de Instrucción Pública, entre cuyos diez miembros, por cierto, figuraban, además de su futuro biógrafo, Martín Fernández Navarrete, buenos filólogos y humanistas, como los helenistas Pedro Estala, José Antonio Conde y el abate José Marchena261.

Meléndez Valdés no dejó escrito ningún tratado filológico, por lo que no es posible fijar un sistema teórico en cuestiones lingüísticas, pero, por algunas referencias, podemos atisbar, una vez más, sus contradicciones en los planteamientos filológicos, pues unas veces se muestra celoso purista y censura al contumaz maguerista Trigueros, unas veces con justicia y otras con desacierto, el uso de vocablos vulgares como mozalbete, embeleco, avechucho, picaruelo, espantajos, odiarlas, aspaviento, malas migas, festejo, barragán, cata, en somo, guarte, ver neto, sendos, sandios, escombros, artero, gayo, arterías, plañer, lueñe, empecer, mandra262. Pero en el prólogo de sus obras de 1797 afirma que no ha sido escrupuloso en usar algunas voces y locuciones anticuadas, ya porque las ha hallado más dulces, más sonoras o más acomodadas para la belleza de sus versos, ya porque está persuadido de que contribuyen en gran manera a sostener la riqueza y noble majestad de nuestra lengua.

«Por lo visto, el insigne poeta se había olvidado de las censuras escritas veinte años antes contra Trigueros»


, concluye irónicamente Lázaro Carreter
263.

¿Cómo influyeron estos conocimientos filológicos en su producción poética? Pues de una manera contradictoria, como se nos muestra Batilo en muchos otros aspectos de su personalidad. Por un lado, innovador y defensor de cultismos grecolatinos. Meléndez aseguraba a Jovellanos: «El espíritu, la majestad y la magnificencia de las voces griegas dejan muy atrás cuando podamos explicar en nuestro castellano»264.

Meléndez defiende el estudio de las lenguas clásicas, en contra de la opinión de Feijoo, para quien de nada puede servirnos una lengua cuyas obras están traducidas a idiomas modernos y ya no se cultiva265.

Por otro lado, aprecia el valor de las viejas voces, como un maguerista más, como destacó Lázaro   —50→   Carreter, al analizar su discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua. Meléndez había sido elegido académico de la Española en 1798, pero hasta 1810 no ocupó su sillón. Meléndez había sido siempre honrado defensor de nuestro idioma frente a la irrupción de galicismos. Ahora, en un ambiente que sofoca y asfixia lo legítimo español, defiende la lengua contra peligrosas innovaciones: «Opongamos a los novadores la riqueza, las gracias y admirables bellezas con que brilla. Opongamos a sus voces y frases peregrinas el inagotable y purísimo raudal con que ella corre, sobrado siempre a explicar lo más delicado de nuestro pensamiento y de los arcanos de las ciencias más recónditas»266.

Obviamente el estudio de Virgilio o de Horacio, por exigencias académicas, era lo más adecuado para preparar la composición de las églogas y odas de Batilo y justifica el fuerte sustrato clásico de la poesía de Meléndez, puesto de relieve por Ramajo267.

El gusto de Meléndez de acudir a la historia para hallar soluciones a los problemas presentes era una buena base para acercarse a la filología clásica, que estaba naciendo, la cual se esfuerza por conocer las civilizaciones de la antigüedad grecorromana a través del estudio de las lenguas y de los testimonios literarios que en ellas se conservan.

Como buen humanista, Meléndez intenta descubrir en los autores griegos y latinos un sentido de lo humano y de lo universal, como demuestra su interés en editar las traducciones de Horacio.

Situado Batilo en el tránsito de la filología humanística a la filología crítica, se interesa menos por la crítica puramente interna de los textos y la concebía como una ciencia histórica que ayudaba a interpretar el pasado. Siguiendo a Campomanes, Meléndez creía que el conocimiento humanista de los autores antiguos, que muy a menudo se limitaba a disertar vagamente sobre las ideas, debía ser sustituido por una filología que se esforzara por resucitar el mundo en que vivieron para darnos de él un conocimiento tan completo como fuese posible.

Para no alargar los testimonios, sólo recordemos la carta del 11 de julio de 1778, en la que reseña varias lecturas a su amigo Jovellanos y deja claro que los estudios humanísticos e históricos constituían una herramienta metodológica importante para el conocimiento de las leyes:

«Pero en queriendo Dios que salga del apuro del grado [examen de licenciatura en Leyes], me propondré un estudio metódico de esta facultad [Derecho Canónico], uniendo el de la historia de la Iglesia, los concilios y las herejías, y notando los varios puntos de disciplina, todo por orden cronológico. A mí me gusta mucho estudiar de este modo, seguir una facultad desde sus principios, y aprenderla por vía de historia, anotando su origen, sus progresos, variaciones y alteraciones, y las causas que las produjeron, hasta llegar al estado que tiene actualmente. Acaso me engañaré en este método, pero yo en las leyes lo he seguido cuanto he podido, y, gracias a Dios, no me pesa.

[...] La República de los jurisconsultos me agrada por extremo. ¡Qué ficción tan natural y bien seguida! ¡Qué latín tan puro! ¡Qué descripciones tan vivas! ¡Qué narraciones tan elegantes! ¡Qué episodios tan oportunos y qué crítica tan acendrada! Obra, al fin, de un jurisconsulto poeta. [...]

Esta traducción [de la Iliada] pide una aplicación cuasi continua, y una lección asidua de Homero, para coger, si es posible, su espíritu. Yo, embebido en el original, acaso haré algo; de otra manera no respondo de mi trabajo. [...]»268



Creemos, sinceramente, que Meléndez está más cercano a la filología crítica moderna que a la humanística de siglos anteriores.

Es de suponer que si Manuel José Quintana y Nicasio Álvarez Cienfuegos asistían con gusto a las clases de Meléndez, no era para componer versiones latinas (las rancias «platiquillas» de la filología jesuítica y humanística). Como le ocurría en la facultad de Leyes, el filólogo de Ribera se encontraba en minoría, pues en el claustro salmantino continuaba habiendo defensores de las viejas formas de enseñar el latín. Por ejemplo, el maestro fray Juan Martínez Nieto, escribía el 1 de abril de 1789: «Con licencia de M.   —51→   d'Alembert269, no tengo por perdido el [tiempo] que se emplea en aprender a componer y hablar un idioma [el latín] que, por su universalidad, se ha hecho instrumento común para comunicarse sus pensamientos mutuamente los sabios de diferentes naciones y lenguas»270. Es decir, uno de los frailes menos reaccionarios (al menos había leído a d'Alembert) y más prestigiosos de la universidad de Salamanca, defendía el anticuado método de la filología humanística.

Meléndez está en el umbral de la gran filología clásica que se estaba incubando en el siglo XVIII y haría su aparición a comienzos de la centuria siguiente en el horizonte cultural europeo como ciencia de la antigüedad, pero sin olvidar a los grandes humanistas del Renacimiento como Fray Luis de León, cuya huella es permanente en el poeta extremeño.

Podemos considerar a Batilo como a uno de los pocos hombres de letras del siglo XVIII español que, a pesar de la numerosa y superficial pléyade de estudiosos y opositores de cátedras humanísticas, realmente amaban y leían a los clásicos, en un ambiente político, social y religioso bastante adverso, como ha puesto de manifiesto Antonio Mestre, ya que ni todos los políticos ni todos los catedráticos de Salamanca eran ilustrados y ni siquiera los políticos ilustrados, a excepción de Campomanes, consideraban necesario un estudio profundo de la lenguas antiguas y de las humanidades y fomentaron el transfuguismo desde el Colegio de Lenguas a otros empleos más prestigiosos socialmente, tentación a la que sucumbió el mismo poeta extremeño.






ArribaAbajoApéndices


ArribaAbajo Edicto de la oposición de griego de 1785

«Nos, el doctor don Joseph de Azpeitia e Izaguerri, rector de la Universidad de Salamanca y de su gremio y claustro, hacemos saber que en dicha universidad se halla vacante la cátedra de lengua griega por muerte de su último poseedor, el reverendo padre maestro fray Bernardo de Zamora, cuya provisión toca a su claustro pleno, y a la cual se hará oposición pasado que sea el término de treinta días, que se contarán desde el de la fijación de este edicto, por lo cual prevenimos que todos los que quisieren se les ponga por opositores deberán concurrir en el término señalado, por sí o sus procuradores, ante nos o nuestro infraescrito secretario, presentando el grado de bachiller en cualquiera facultad, recibido o incorporado en esta Universidad; y advertimos que los ejercicios de la oposición se reducen a explicar por espacio de 1 hora con puntos de 24 los versos de Homero que eligiere el ejercitante de uno de tres piques que se le darán en la Iliada, dando razón de la etimología, sintaxis, prosodia, propiedad de voces, figuras y bellezas que ocurran, y respondiendo en otra hora a las preguntas y reflexiones que dos de sus opositores le hicieren sobre el mismo pasaje.

Señalado día de oposición a la cátedra, concurrirán en su víspera a las ocho de la mañana todos los opositores a tomar un pasaje latino de algún autor del Siglo de Oro, quedando a nuestro arbitrio dar el pique en el que tengamos por más conveniente. Éste le volverán al griego y a las cuatro de la tarde del mismo día pondrá cada uno en la secretaría de la Universidad otros tantos ejemplares de su versión, firmados de su puño, cuantos fueren de opositores, a quienes se entregarán mutuamente los reparos que hallaren dignos. Concluido este ejercicio, se hará en el mismo claustro un pique en el Nuevo Testamento griego y cada opositor separadamente volverá de repente al castellano 4 ó 6 versículos, que deberán ser para todos unos mismos, para mejor calcular el mérito de cada uno.

Prevenimos que, aunque la renta de esta cátedra es de 100 florines, no entrará el propietario a percibirla hasta que por su turno de corresponda, por pertenecer al presente a otro catedrático más antiguo de el Colegio de Lenguas; pero advertimos también que goza su poseedor el privilegio de tomar con la metad del coste y las propinas el grado del doctor en cualquiera facultad.

Dado en Salamanca, a 13 de diciembre de 1785. Dr. don Joseph de Azpeitia [rúbrica]»271.






ArribaAbajoDictamen de Meléndez sobre los méritos de los opositores a la cátedra de griego en 1785

«Habiendo asistido a las oposiciones de la cátedra de griego [sólo al primer ejercicio], para [lo] que la   —52→   Universidad se sirvió nombrarme juez, con toda la exactitud y atención que me han sido posibles, por el juicio que he podido formar, según mi corta instrucción y los informes que he tomado y el conocimiento que tengo de los opositores, adquirido en las conversaciones privadas que ofrece la frecuente familiaridad de las aulas, hallo y me parece deberlos poner en el orden siguiente:

1.º Dr. don Joseph Ayuso.

2.º Bachiller Guebra.

3.º Dr. Campo.

4.º Bachiller Herrero.

5.º Bachiller Soto.

El doctor Ayuso leyó con un orden mejor que ningún otro y en las respuestas a los argumentos y los que él hizo a sus opositores mostró gusto e inteligencia de la poética.

El bachiller Guebra leyó con mucha facilidad y comprobó muy bien las voces todas de los versos de su ejercicio con pasajes de otros autores.

El doctor Campo fue diminuto en la lección, perdiendo mucho tiempo en la comprobación de las sílabas.

El bachiller Herrero [sucederá a Meléndez en la cátedra de Prima de Humanidades en 1790] mostró en la suya [lección] conocimiento de las reglas gramaticales, aunque poca práctica en los autores.

El bachiller Soto apenas puede graduársele porque su elección fue trivialísima, la prueba de las cantidades por las reglas de la prosodia latina, toda voluntaria y sin subir a las reglas filosóficas de la verdadera cantidad y sus argumentos tan generales que podían muy bien aplicarse a todas las gramáticas y lenguas. Por otra parte, este opositor es de un gusto pésimo y que, en mi opinión, no es capaz de sentir una sola hermosura ni aún en los autores latinos más delicados.

Así lo juzgo y en caso necesario lo juro por parecerme la verdad. Salamanca, 8 de febrero de 1786.

Dr. don Juan Meléndez Valdés [rúbrica]»272.






ArribaAbajoDictamen de Ruiz de la Bárcena sobre los méritos de los opositores a la cátedra de griego en 1785

«Mi amigo y señor don Gaspar de Candamo: Remito a vuestra merced mi dictamen sobre los ejercicios de la cátedra de griego, a que, como sustituto suyo, he asistido, para que le haga presente a la Universidad, bien entendido que va arreglado en un todo al juicio de los inteligentes, tanto de dentro como de fuera del claustro. Y aunque, con la tal cual instrucción que tengo, pudiera muy bien calcular su mérito por mí mismo, con todo no me he desdeñado en consultar a otros para obrar con el acierto y rectitud que exige un punto tan delicado, y de grave restitución, desvaneciendo de este modo toda sospecha de colegiatura y amistad.

Convienen todos en que se debe dar el primer lugar al doctor Ayuso, y el segundo al bachiller Huebra, porque, dudando a cuál de estos dos ejercicios se debe dar la preferencia, las circunstancias de los grados mayores del doctor Ayuso, el número de oposiciones, su talento y buen gusto le ha hecho acreedor a ella. En tercer lugar, al bachiller Dámaso [Herrero] y al doctor Campo.

Dios nuestro Señor guarde a vuestra merced los muchos años que desea su más apreciado y seguro servidor.

Joseph Ruiz de la Bárcena. Salamanca y febrero, 10 de 86. Dr. don Gaspar González de Candamo»273.






ArribaAbajo Acta del Claustro Pleno de la Universidad de Salamanca, del 10 de febrero de 1786, en el que se votó la cátedra de griego de 1785

«En Salamanca, a dicho día mes y año [10 de febrero de 1786], a las 10 de la mañana se congregaron en la sala de claustros de esta universidad los señores reverendísimo padre maestro fray Basilio de Mendoza, vicerrector, y don José Cartagena, que hizo de vicecancelario, y los doctores don José Ocampo, don Manuel García, don Pedro Navarro, don Ignacio Carpintero, don Juan Bajo Polo, don Juan Machado, don José de Alba, don Santos Robles, don José Rico, don Antonio Roldán, don Francisco Forcada, don Manuel Blengua, don Gabriel de Peña, don Nicolás Arango, don Francisco Sampere, don Pedro Julián de la Encina, don Andrés de Borja, don Antonio Varona, don Marcos Oviedo, don José Caballero, don Ramón de Salas, don Manuel Caballero del Pozo, don Antonio Reirruard, don Salvador Tejerizo, don Francisco Valdivia, don Martín de   —53→   Hinojosa, don Francisco Cisneros, don Juan Meléndez, don José Salgado, don José Casquete, y don José Mintegui, juristas.

Los reverendísimo padres maestros y doctores don Juan Baltasar Toledano, padre Antonio Muñoz, fray Ignacio Recalde, fray Francisco Pérez, padre don José de la Oliva, fray Agustín Lasanta, padre José Segura, fray Juan Ruarte, padre don Luis Martínez, fray Juan Nieto, fray Gabriel Sánchez, fray Isidoro Alonso, fray Leonardo Herrero, D. Custodio Ramos, fray Gerardo Vázquez, don Fernando Ayala, fray Lorenzo Alonso, fray José Díaz, fray Jerónimo Ridoces, fray Agustín Anguas, fray Antonio Jiménez, fray Lorenzo Santa Marina, don Ramón Falcón, fray Vicente Sánchez Miranda, don Alberto de la Mota, don Francisco Álvarez, fray Manuel Estévez, teólogos.

Don Antonio Cuesta, don Manuel de Secades, don José Recacho, don Manuel de Medina, don Francisco Otero, don José Antonio Zepa y don Isidoro Alonso del Campal, médicos.

Don Juan de Aragués, don Judas Tadeo Ortiz y don Juan Justo García, artistas.

Don José Márquez, don Gaspar de Allo, don Judas Tadeo Pascual, don Gregorio Castrillón, don Antonio Gómez Martín, don Joaquín Mendinueta, diputados.

Don Sebastián Carrasco, don Julián Melón, don Antonio Álvarez Yontes, don Agustín de Gascó, don César Toubes y don Manuel Antonio Gómez, consiliarios.

Y así juntos fueron llamados por la célula siguiente:

Cédula [de convocatoria del claustro del jueves 9 de febrero de 1786]:

Don Gregorio Pérez del Barco, bedel llamará a claustro pleno para mañana viernes, a las 10 de la mañana, para ver la traducción que del latín al griego harán los opositores a la cátedra de griego y oír los reparos que mutuamente se objetasen acerca de ella, y si la universidad lo tuviese a bien proveer dicha cátedra. Para nombrar jueces de concurso a la cátedra de vísperas de teología y para ver una carta escrita a la universidad por la que don Andrés Vicente Carpintero y Esgueba, alcalde mayor electo por su majestad para esta ciudad, da parte de su nuevo empleo y ofrece sus facultades y sobre todo resolver lo más conveniente. Nadie falte, fecha jueves, 9 de febrero de 1786. Maestro fray Basilio de Mendoza vicerrector.

Leída la cédula por los señores jueces de concurso de esta cátedra y el primero [Sampere] propuso en primer lugar al doctor don José Ayuso y bachiller Huebra. En segundo lugar al doctor Campo. En tercer lugar al bachiller Soto.

El segundo juez [Meléndez] propone, en primer lugar, al doctor Ayuso. En segundo lugar, al bachiller Huebra. En tercero, al doctor Campo y, en cuarto lugar, al bachiller Herrero. Y en quinto, al bachiller Soto. Y al otro señor juez [González de Candamo] se le insinuó propusiese, y no pudiendo formar dictamen leerá en el claustro el parecer del sustituto [Ruiz de la Bárcena]. Y enterado el claustro de la dicha propuesta se pasó a votar dicha cátedra entre los opositores en secreto y con roeles y en las cajas donde estaban puestos los nombres y repartidos, descubiertas las cajas, constó haber en la del doctor Ayuso 41. En la del doctor Campo 18. En la del bachiller Soto 3, y en la del bachiller Huebra 20. Y por haber empate de votos entre el doctor Ayuso y el bachiller Huebra y deber haber elección canónica, se pasó a votar en segundo escutriño agallos, declarando que agallo blanco en bolsa blanca significa ser electo el doctor Ayuso, y [agallo] negro en blanca el bachiller Huebra. Y fecho descubiertas las bolsas constó haber y tener el doctor Ayuso 48 agallos blancos y en la del bachiller Huebra 35, por lo que el acuerdo fue ser nombrado por catedrático de griego al doctor don José Ayuso y Navarro.

Con lo que se concluyó este claustro que firmaron dos de dichos señores, a saber, maestro Mendoza, vicerrector, Ortiz Gallardo e yo el secretario en fe de ello»274.






ArribaAbajoClaustro de consiliarios de 11 de febrero de 1786 en que Ayuso tomo posesión de cátedra de griego

«En Salamanca, dicho día mes y año, a las nueve de la mañana, se congregaron en la sala del claustro de esta universidad los señores consiliarios don Manuel Antonio Gomera, don Sebastián Carrasco, don Julián Melón, don Antonio Álvarez Yontes, don Agustín Gascó y don César Toubes y así juntos fueron llamados por la cédula siguiente: Cédula: Don Jerónimo Pérez del Barco, bedel, llamará a claustro de consiliarios para mañana, sábado, a las nueve la mañana para dar la colación y posesión a el doctor don José de Ayuso, de la cátedra de propiedad de griego. Nadie falte, fecha, viernes, 10 de febrero de 1786. Y para determinar acerca del vicerrectorado lo más conveniente. Por el rector y claustro de consiliarios. La Gomera, consiliario»275.



«Leída la cédula y dada la posesión de dicha cátedra al doctor don José Ayuso, cuya colación está colocada al final del proceso de dicha cátedra, luego por el claustro se le puso impedimento al Sr. Gomera   —54→   para despachar cédula para dar posesiones de cátedras y el Sr. Carrasco dijo: protestaba el impedimento que se le había puesto para no permitirle despachar la cédula para dar esta posesión. El señor Gomera expuso en este claustro varias razones urbanas y corteses para que se tranquilizasen los individuos, diciendo está a dicho fin pronto a conceder, sólo por el fin de la paz, a cuyo fin había puesto el otrosí de la cédula, a lo que el Sr. Carrasco dijo no podía consentir en ello, pues el señor vicecancelario había mandado que el consiliario más antiguo, que era dicho señor [Gomera], expidiese la cédula para examinar las circunstancias de todos los consiliarios, cuya cédula, que varias veces quiso dar a dicho fin, no la había podido conseguir, por lo que consentía se tratase de otro asunto, y se salió del claustro y los demás consiliarios que quedaron en él dispusieron cédula para el lunes próximo [13 de febrero], la que firmaron todos, de que doy fe»276.








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